Capitulo 22


Ve el número de Camie en el móvil y se tensa. Una reacción originada por el tema que sabe ira a tocar y que él preferiría olvidar. Observa a Mizuki, tan tranquila viendo caricaturas. Quisiera tanto vivir la vida con esa misma inconsciencia del entorno.

Exhala, intentando relajarse. Toma el móvil y se encierra en el baño, el único lugar privado del departamento de Hitoshi.

Cuando ella llama no son buenas noticias. Al menos no del tipo que quisiera oír, como que todo ha quedado resuelto y él puede volver a su vida antes de encontrarse a Katsuki. Apoya la espalda en la losa fría.

Izuku sentía como si en el momento en que la omega apareció, le hubiera pasado las riendas de su vida a ella. Estaba claro que era él quien decidía al final, pero ciertamente, solo terminaba aceptando las sugerencias que la mujer daba.

El irse de casa de Katsuki.

El desestimar la versión del médico.

Contesta, llevando con desesperante lentitud el aparato a su oreja.

¿Izuku?

—Sí.

Oye una especie de risita.

Tengo noticias importantes —mantiene el silencio, sin querer interrumpirla. Sin querer hablar—. El juez admitió observar el informe presentado por la otra parte.

Sin embargo, la noticia lejos llenarle de esa emoción que sabe ha tenido la omega al inicio de la llamada, le hace descompensarse. Sujeta el tanque del inodoro, tomando asiento sobre el mismo. Respira hondo, contando lentamente.

Eso es algo bueno, lo sabe. Muchos omegas quisieran eso y él también, pero hay una parte suya que solo quiere que todo termine y si eso implicara que el informe médico fuera aceptado, no le importaría mucho.

¿Izuku?

—S-sí... te oigo.

—Te decía, que el admitir observarlo, no es lo mismo a que haya aceptado retirarlo —hace una pausa. Solo se escucha su respiración—. El juez ha solicitado un peritaje psicológico tuyo. No es nada del otro mundo, solo unas preguntas y listo —se apresura en explicar, mas no obtiene respuesta— ¿Izuku?

—¿Es... necesario?

Se abraza a sí mismo, sintiendo frio de imaginar la respuesta. No necesita ser abogado para saberlo.

Buscan corroborar que eres una persona vulnerable, que ha sido manipulada.

—¿Y si no lo hago?

El suspiro que lanza Camie es de cansancio absoluto. Izuku se recrimina. Ella está ayudándolo y él solo pone peros.

Si no lo haces, incluso en el hipotético que el juez retire el informe del expediente, el jurado podría minimizar los hechos durante el juicio. Una pena de pocos años, solo una suspensión de su licencia o incluso, desestimar los cargos.

—Quedaría libre. —afirma, con una pizca de ligereza sobre su ser.

Y con tu hija.

—¿Qué? —se alza de un brinco.

Izuku, desestimar los cargos es igual a si hubieras mentido. Un omega inestable, en situación precaria, ambicioso al punto de mentir, no puede hacerse cargo de una menor y eso es lo que dirán para usar en nuestra contra.

—No... —escapa de entre sus labios.

Su hija no es negociable.

¿Recuerdas lo que hablamos días atrás? ¿quisieras eso para tu hija? ¿para ti? —se apoya en el lavabo, observando caer la gota rebelde del grifo que siempre se escapa— Tenemos un buen juez que quiere llevar el caso con la mayor seriedad e igualdad posible. No es momento de desmoronarse.

—No lo hago... —tuerce los labios—... intento no hacerlo, pero... —resopla exhausto.

Se lo difícil que parece. Revivir esos recuerdos, las sensaciones... pero piensa en el sosiego que vendrá luego. En la vida calmada que podrás tener junto a Mizuki, lejos de todo lo que les atormenta ahora.

Silencio.

Camie tiene razón. Si no arregla el desastre que es su vida ahora, luego, cuando Mizuki crezca, será demasiado tarde. Es capaz de darse cuenta que, a este punto, si desea quedarse con ella solo existen dos opciones. Llevar el juicio hasta el final con la esperanza de que todo lo que diga sea tomado en serio. O permanecer al lado de Katsuki como la familia que no son. Ceder paulatinamente a todos los mandatos que eso requiera. Aceptar una marca que le haría sumiso a su alfa. Incluso, quizás, más hijos.

Un vacío angustioso se le forma en el estómago.

—¿Izuku?

Suspira, con todas las dudas incapaces salir con de su cuerpo. Pero la certeza de lo que debe hacer.

—Está bien —suelta al fin, con unas lágrimas rebelde descendiendo y deja que su cuerpo caiga sobre sus rodillas temblorosas—. Voy a hacerlo.

—¡Papá! —la voz Mizuki le trae de regreso.

La niña eleva ambas cejas, esperando una respuesta.

—¿Me decías?

Rueda los ojos.

—Qué si podemos pasar por un helado al regreso.

—Ya hablamos de esto —menciona con cansancio, peinando el cabello de su hija en una coleta bien ordenada—, solo iremos al médico.

Le oye refunfuñar y las mejillas infladas son evidentes desde su altura. No recrimina su comportamiento, es comprensible que habiendo pasado los últimos días encerradas en casa de Katsuki y luego donde Hitoshi, su pequeña quiera retomar la rutina normal que llevó por años. Ella no comprende aun el tipo de situación en el que se encuentran envueltos, Izuku no ha considerado aclararlo tampoco. Menos ahora, que cada paso que daba parecía ser un ascenso inevitable para aquello a lo que le huyo durante tantos años: Justicia.

La orden de ADN había llegado y Camie se había encargado de coordinar la pericia psicológica a la par.

La cerradura de ingreso suena, Hitoshi ingresa al pequeño apartamento, recibiendo a Mizuki que corre emocionada a sus brazos. Percibe en ella la emoción de tener un paseo luego de tiempo.

—El auto llegó —informa el beta, acariciando la cabeza de la menor

—¿Hay... muchas personas? —murmura cerca de él.

—Lo de siempre.

Izuku tuerce los labios, antes de llevar el pulgar hacia su boca y morder el borde de este. La respuesta no puede hacer más que tensarle. Desde que salió de casa de Katsuki había visto las cámaras y micrófonos inmiscuyéndose en su espacio a todas horas. Ese día había tenido la suerte de abordar el auto dentro del edificio y una vez fuera, el vehículo sirvió de muro, incluso si las lunas oscuras permitieron algunas tomas. En cambio, de casa de Hitoshi debía caminar unos metros al auto.

Lo que de seguro seria la caminata más larga de su vida de no ser porque esa etapa a penas inicia y está totalmente seguro que le vendrían peores.

—Todo va a estar bien —Hitoshi le sube la cremallera de su polera y cubre sus rizos con la capucha—. Yo llevaré a Mitsuki, tú iras tras de mí.

Asiente, indeciso.

Pero tampoco encuentra una mejor opción a esa.

Hitoshi carga a Mitsuki, procurando que se recueste contra él. Izuku la cubre con otra chaqueta, ocultándola lo más posible. Comprende que toda la dinámica resulta un tanto divertida para ella, eso le tranquiliza unas milésimas.

Tan pronto salen de la vivienda, Izuku le hace frente a esa realidad que aborrece. El primer flash aparece del otro lado del balcón, a ese le siguen muchos más y debe encorvar el cuerpo, ocultando su rostro bajo la capucha y tras el hombro de su amigo. Caminan rápido, bajan las escaleras hasta la calle colindante donde, para suerte suya, los policías prestan sus cuerpos de protección hasta ingresarlos al auto. Igual el camino es atropellado entre los periodistas que empujan y gritas preguntas que Izuku simplemente no comprende.

La tranquilidad es como un recuerdo lejano del que parece no tendrá reencuentro próximo

Dentro del auto, la odisea no termina. Pues durante el primer tramo de calle el avance es complicado y los flashes continúan entrando de todas las ventanas. Los ve incluso cuando se cubre con parte de la chaqueta que trae encima su hija. En ningún momento deja su rostro al descubierto y agradece tanto no tener más fotos que la de algún evento escolar y las de sus documentos; ya que muchos medios impresos y digitales se han hecho de ellas para mostrar al omega que habría destruido la carrera de Ground Zero.

Finalmente, el auto avanza libre y rápido. Puede dejar su escondite, mas no por ello se siente relajado. Cada semáforo su cuerpo se tensa, preocupado de los periodistas, del villano que le atacó y aun anda suelto, de los mismos fans de Katsuki. El viaje, lejos de dotarle de sosiego por ser la primera vez en mucho que vuelve a transitar por las grandes calles de Tokio, le llenan de ansiedad. Mordiendo su pulgar durante el trayecto que se le hace infinito hasta arribar a su destino.

Fuera del juzgado, más periodistas esperan y el cordón policial se forma al igual que en casa. Esta vez, son más agresivos en querer obtener respuestas. Izuku se siente aprisionado entre las líneas policiacas mientras avanza al edifico. Tira de la tela de la capucha, reteniéndola sobre su cabeza cuando siente que jalan de ella hacia atrás. Acelera lo más que puede y solo vuelve a respirar una vez dentro del edificio.

Rápidamente, una enfermera le da la bienvenida y le escolta hacia una sala superior. Donde los flashes no llegan y el ruido del tumulto de los pacientes desaparece. Dentro del elevador, la pantalla marca el piso cinco, el ascenso inicia y en medio del silencio, Izuku ve su reflejo en la puerta cerrada.

Mejillas hundidas, ojeras marcadas, piel pálida.

Ni siquiera tras lo sucedido en su adolescencia su apariencia se había desmejorado tanto.

La puerta se abre y Camie ya les espera en el pasillo junto a una enfermera.

—Nos volvemos a encontrar —la mujer le recibe con un abrazo fuerte—. Shinso-san, ¿crees que puedas llevar a Mizuki? Izuku debe pasar otro tipo de examen —la entonación que usa es bastante obvia.

Y él ya ha hablado de eso con Toshi.

El beta asiente, retirándose junto a Mizuki y la enfermera. Camie toma del brazo a Izuku, guiándolo hacia una salita aparte con pocas personas en espera.

—Estate tranquilo —le calma, en tanto toca la puerta de uno de los consultorios—. Es una doctora omega, no hay porque temer.

Izuku asiente, incluso si esas palabras no le tranquilizan. No hay nada que pudiera hacerlo en esa etapa tan difícil. Peor aún, cuando está próximo a esa sesión en la que sabe reavivara muchas cosas.

La puerta se abre y el aroma a vainilla se esparce por la salita de espera. Izuku ve a la omega, una mujer alta, de cabello largo, celeste y gesto amable.

—Tu debes ser Izuku, soy la doctora Hado. —saluda, extendiendo la mano. El omega recibe el saludo—. Entra, tenemos algunas cosas que hablar.

Vuelve a asentir, dándole un último vistazo a Camie antes de ingresar. El consultorio como tal, luce frío, amoblado con dos sofás inclinados, casi viéndose de frente. Una mesita al lado de ellos y otra más en una esquina, con una jarra de agua y dos vasos.

Lo que más le intimida, es la pared de espejo a un lado. Porque sabe que, tras ella, hay personas observándoles y oyendo todo lo que digan.

La doctora se acomoda en el sofá, dándole una seña a que se retire la capucha. Él obedece y toma asiento.

—Muy bien... ¿Cómo va todo?

Izuku ladea el rostro hacia ambos lados, sin saber exactamente que palabra usar para describir su situación.

—¿Cómo te has sentidos estas últimas semanas?

—Ansioso.

—Bastante entendible —retrocede en el sofá, acomodándose mejor—. Se que no es una situación agradable la que vives, como omega puedo ponerme en tus zapatos —toma su libreta, recostándola sobre sus piernas. Sube los ojos celestes hasta su rostro—. Izuku, necesito que me cuentes lo que sucedió ese día hace seis años.

Apenas termina la frase la tensión se posa de regreso en sus hombros. Baja la mirada, jugando con sus manos sobre su regazo. Entreabre los labios, gesticula una vocal.

El sonido no sale.

¿Cómo se supone que debe iniciar?

No se trataba de un cuento al que pudiera ponerle el erase una vez y comenzar. Era algo desagradable, asqueroso, que su cuerpo prefería olvida y su mente se negaba a hacerlo hablar.

—¿Te gustaba la escuela? —entonces, la doctora cambia el rumbo.

—Sí.

—¿Qué te gustaba más?

Izuku tuerce los labios, porque ha sido una respuesta meramente mecánica. Toda su infancia se había mentalizado en que le gustaba la escuela para poder asistir día a día con buenos ánimos y no levantara más preocupaciones en su madre. Lo cierto es que siempre fue un suplicio. No había día que alguien no se burlara de él, que escribieran en su pupitre o llenaran de basura su zapatera. El día solo podía empeorar cuando se cruzaba a Katsuki y algo en su presencia lo irritaba.

—No me gustaba —se corrige—. No tenía amigos. —¿Y el amigo con el que vives? —revisa sus notas— Hitoshi.

—A él lo conocí después... cuando... estaba embarazado.

—Oh —toma apuntes—, es muy buen amigo.

—Lo es —responde con convicción.

La mujer le mira directo.

—¿Tienes más amigos aparte de él?

Se incomoda un poco con la pregunta.

Niega con la cabeza.

—¿Dificultades para relacionarte?

—Un poco.

—¿Por qué?

Izuku se encoge de hombros.

—Es... complicado.

—¿Por qué? —repite.

—Porque en la escuela todos me ignoraban o me hacia la vida imposible y luego salí embarazado, nadie quería a sus hijos cerca de mí. De ahí nació Mizuki y debía cuidarla, después trabajar para vivir. Tenía deudas, la escuela, gastos, gastos y más gastos —toma aire, habiendo dicho todo de corrido.

—Como yo lo veo, solo te has llenado de deberes para obviar temas personales —Izuku tuerce la mirada —. En verdad ha sido por falta de tiempo, ¿o es algo más racionado con lo que sucedió?

—Odio que me pregunten sobre el papá de Mizuki y deba mentir diciendo que fue un romance adolescente —se le quiebra la voz, más no llora—. Hace que me vean como si fuera mi culpa, un omega irresponsable.

—¿Te sientes así frente a todo por igual? Incluso... ¿alfas?

Suelta un gran suspiro.

Mira al techo, aguantando las lágrimas.

—No me gusta estar cerca de ellos.

—Y aun así conseguiste un trabajo donde debías estar con ellos, ¿Cómo podías hacerlo?

Se encoge de hombros, incapaz de decir una palabra sin echarse a llorar.

Respira hondo, tranquilizándose él mismo. La doctora se pone de pie y le trae un vaso de agua del jarrón que tiene sobre el escritorio. Izuku bebe despacio, relajándose a la fuerza en cada sorbo que da.

—Entiendo, entiendo —vuelve a tomar asiento—. Creo que todo esto, nos lleva a un solo culpable, ¿verdad?

Afirma.

—Katsuki —murmura, tensionándose.

—¿Cuál fue su relación en la escuela?

—En inicio, amigos —respira, buscando calma en sus palabras—. Pero cuando su quirk despertó y el mío no, todo lo que hacía era menospreciarme por ello. Cuando mi cuerpo empezó a tener características de omega, eso solo empeoró.

—Te acosaba —Izuku no hace gesto alguno, lo que también es una respuesta— ¿Cómo?

Resopla, envalentonándose. El camino hacia aquello de lo que no quiere hablar ha dado inicio.

—Era violento, me insultaba y humillaba. Si no bajaba la cabeza, entonces usaba la fuerza, o su quirk. Ya después... empezó con su aroma.

—¿Te refieres a ahora último? —ladea el rostro. Ni sí ni no— ¿Lo que sucedió ese día?

Exhala fuerte todo el aire que puede. Frota sus manos entre ellas, sintiéndolas frías.

—Discutíamos... Solo él, en verdad. No recuerdo bien eso, pero en un punto mi cuerpo comenzó a reaccionar. Su olor, el calor aumentaba cuando lo sentí y... le pedí que me ayudara —la última palabra se quiebra. Traga hondo, relajándose, aunque es imposible—. Él... él... —respira entrecortado. Tensa el cuello, queriendo tragar el nudo que se le forma—. Me empujó —mueve la mano, de la misma manera en que hizo Katsuki al tomarlo del cuello y empotrarlo en la carpeta—. No tenía fuerza, mi cuerpo no reaccionaba y él...

La mujer deja su lugar junto a su cuaderno de apuntes. Se acerca a Izuku, tomando asiento en la mesita en medio de los sofás y le coge las manos, frotándolas fuerte.

—Me forzó —la voz sale en un hilo y aunque lo dice como si nada, las lágrimas le traicionan— Solo quería que se detenga... le pedí que lo hiciera... —muerde su labio inferior, tembloroso.

La doctora seca sus lágrimas, entregándole la cajita de pañuelos. Dándole su apoyo con una mano sobre su rodilla. En silencio, solo le permite llorar. Un sollozo bajito, que ni siquiera es capaz de dejar explotar.

—Lo peor —gimotea, secando sus mejillas con un pañuelo—, es que, si mi mamá no me hubiera sacado de esa ciudad, yo hubiera aceptado emparejarme con él —y como si lo más doloroso del relato fuera lo que su mente imagina como posibilidad, finalmente suelta un gemido alto de sufrimiento—. Los primeros meses lejos fueron difíciles. Lo extrañaba. Había noches que solo quería escapara y buscarlos —habla rápido, entrecortado y molesto— Otras, el recuerdo era tan horrible que no me dejaba dormir. Y luego supe del embarazo y yo...

No puede continuar.

La doctora vuelve a llenar su vaso. Esta vez, se le hace muy difícil a Izuku logra sorber el líquido. Las manos le tiemblan y su pecho respira ahogado. Apenas da unos sorbos y lo apoya sobre su regazo, pegándolos y despegándolos sus dedos en el cristal.

—Yo… siempre quise preguntarle, ¿por qué?... ¿por qué me odiaba tanto?

—Podría usar la juventud como escusa —la omega vuelve a su lugar, tomando nota—, incluso un sentimiento no correspondido, pero Izuku, nada de eso justificaría jamás lo que hizo.

—Lo sé...

Ve su reflejo en el vidrio oscuro. Baja la mirada, avergonzado con las personas que hay detrás y le han ido y visto. Oye el sonido del lapicero de la doctora raspando el papel. Encuentra un poco de paz al concentrarse en ello.

—Con todo lo que me has contado —le mira directo— ¿Por qué permitiste que te marcara?

—N-no —respira, controlando el temblor en su voz—. No lo hice.

—El informe médico...

—Eso nunca sucedió —interrumpe—. El medico lo inventó y yo... —suspira.

—Mentiste —afirma— ¿Sabes que para sobrellevar esa historia hubieras tenido que dejar que te marcara después?

Asiente.

—¿Y estabas de acuerdo con eso?

—No sabía que hacer —sorbe su nariz—. Pensé en mi hija, en lo que sucedería con ella. En todo lo que está pasando ahora a mi alrededor y es... ahhh —se queja, agotado por todo lo que se le viene en mente.

—La eterna lucha interna de nuestra parte humana y animal. El raciocinio versus el instinto —comenta breve—. Veo que conviviste con los padres de Katsuki unos días.

Izuku bufa, en un gesto de hastío total.

La mujer ríe sutil.

—Creo que no hay más que decir ahí —Izuku también esboza una sonrisa suave—. Solo una última pregunta, ¿Por qué no aceptaste el refugio?

Agita el rostro de inmediato en negación.

—Viví en uno con mi madre, no quiero eso para mi hija.

—Han cambiado mucho los últimos años y te puedo asegurar, que son mejores que vivir en el lugar pequeño como en el que te encuentras.

—No lo quiero.

—Está bien, era solo una sugerencia. —se pone de pie e Izuku le sigue—. Ahora sí, eso sería todo —le toma de las manos, acercándose en un abrazo en el que susurra: —Quiero que sepas, que eres muy valiente por lo que estás haciendo.

Izuku siente que cuando sale del consultorio, una parte de su carga se queda ahí.

Los días no resultan precisamente pacíficos luego de eso. La noticia del informe médico se filtra a los medios, así como su denegación póstuma y se alza la controversia en torno a ello. Un grupo apoya la decisión del juez, aseverando la manipulación del omega y la corrupción de funcionarios, como se ha visto en otros tantos casos en el que los alfas han salido victoriosos frente a pruebas contundentes.

Se encuentra también, el grupo en contra de ello. Quienes aseveran la veracidad del informe médico y que es lo mediático del caso lo que ha ejercido presión sobre el juez para desestimarlo. Incluso argumentan un trasfondo económico por parte de Izuku, desmeritando la pericia psicológica y juzgando su pasado.

Desde que se puso bajo el foco su existencia y la de Mizuki, Izuku vivió atemorizado de que se divulgara la situación que vivió en su adolescencia, dejado de lado algo igual de horrendo que eso: El trabajo en el bar.

Una vez que ese empleo había sido puesto en la palestra, todo tipo de especulaciones habían salido a relucir. Nadie lo decía directamente en las noticias, pero las personas en redes eran despiadadas al catalogarlo como un omega inmoral. Capaz de mentir en un juicio, insuficiente para criar a una niña pequeña. Una vergüenza total. Muchos instaban a la liberación de Katsuki y otorgarle la tenencia total de su hija.

Si algo había aprendido Izuku a lo largo de su vida, era la fuerza que la presión social podía tener sobre ese tipo de casos. Constantemente se veía en la angustia de creer que, así como había una posibilidad de que esa presión terminara siendo a su favor, lo era mucho más alta de que se torciera de lado de Katsuki.

Más aun, cuando el ADN dio positivo como era de esperarse.

—¡Izuku!

—Auch —se queja, retirando la mano rápidamente.

Distraído, ha tocado la olla de fierro caliente sin protección. Hitoshi toma su mano, colocándola bajo agua fría. No es novedad para él ver a Izuku siendo despistado durante esos días. Comprende el cúmulo de cosas que lleva encima como para que su concentración logre estar alerta en tareas simples. Tareas que Hitoshi ha procurado llevar acorde a su escaso tiempo libre. Intentando ser un apoyo más allá de solo prestarle su vivienda. Si pudiera, cargaría junto el peso de lo que le atormenta.

Lamentablemente, aquello únicamente le pertenecía a Izuku.

Resopla, sin soltarle la mano. La seca muy suave y trae el botiquín.

—Es solo una quemadura leve.

—¿Tú eres el medico? —le reta en broma— Dame la mano.

Izuku extiende la palma magullada, sin lograr sostenerle la mirada. Por más que no quiera verse afectado por las noticias, por más que Hitoshi hubiera decidido ignorar los rumores vertidos sobre él; continúa siendo vergonzoso permanecer a su lado cuando medio Japón le ha etiquetado de prostituto aprovechado.

Suelta un quejido bajito al ser tocado por la pomada en el área irritada. Hitoshi se disculpa y continua con mayor delicadeza. Izuku recuerda ese tacto de las veces que le atendió en el hospital tras el ataque del villano. El cuidado que le dio a él y a Mizuki.

Toshi tiene todo un futuro prometedor en su profesión.

¿Su reputación llegaría a ensuciarlo?

El nombre del beta hacía mucho había aparecido en las noticias y mil rumores más sobre su relación. Le habían seguido incluso hasta el hospital en donde hacia sus prácticas. Le había oído discutir por teléfono con su madre, quien le reprochaba por acogerlo.

Temía que su presencia le perjudicara de alguna manera.

—Estás rojo.

—¿Eh?

Hitoshi le toca una mejilla con el dorso de la mano. Luego, la coloca sobre su frente.

—Tienes calentura —entorna los labios, queriendo continuar la frase, pero calla.

Izuku, aun sin mirarlo, esboza una sonrisa con migas de melancolía. Hitoshi ha callado para no sumarle más problemas. Sin embargo, es inevitable aquello que su cuerpo siente. Son síntomas leves que el calendario termina por corroborar.

—Es mi celo —susurra con desanimo.

—Aún no sabemos cómo afecte eso tu lesión, lo mejor sería que continues con los supresores.

Exhala despacio, casi una risita burlona.

—No me quedan más... Perdí mi empleo y salí de casa de Katsuki sin un centavo. —suelta casual, guardando la pomada en el botiquín, distrayéndose de la mirada de su amigo.

Es tan humillante confesar que, en ese punto de su vida, no tiene nada con lo que valerse.

—Ve a descansar —le quita el botiquín, no queriendo que fuerce su mano herida—. Mañana iré a comprar algunos.

—Te lo voy a devolver.

Hitoshi asiente e Izuku sabe que es solo por no darle la contra. A lo largo de los años, se ha hecho cargo de gastos relacionados a él o Mizuki que no debería. Izuku lo ha permitido porque en verdad lo ha necesitado y siempre ha guardado esperanza de devolverle ese dinero o retribuir de alguna manera todo lo que hace su amabilidad.

Por ahora, solo obedece, dócil.

Mueve despacio a Mizuki, que se ha quedado dormida sobre el edredón. Con cuidado de no despertarla, la acomoda debajo de este, más unas mantas extras encima. Se acuesta a su lado, dando la espalda al resto de la habitación y a Hitoshi. Escuchando todo el proceso del beta en acomodar la mesa baja a un lado y extender el futón en el espacio que acaba de liberar. Otra cosa que le causa pesar, permanecer en casa incomodándole.

La luz se apaga y oye un "buenas noches" bajito al que responde.

En la penumbra, solo se mecen sus respiraciones.

Intenta dormir. Primero, buscando una posición cómoda. Incluso si el celo no se manifieste del todo, las ansias de anidar permanecen en su interior y no va a permitirse hacer un desastre en la casa Hitoshi cuando ya está incomodando con su estancia. Pero, no porque se lo niegue el instinto se calma. Se mueve y gira. Coloca los brazos a un lado, sobre su cabeza, al otro lado. Dobla las rodillas, extiende las piernas.

No logra dar con la posición que necesita.

Peor aún, a causa del movimiento, la temperatura de su cuerpo aumenta terriblemente. Un bochorno incomodo le acomete. Intenta darse aire con la manta, solo lo empeora. Termina por destaparse por completo en plena noche de invierno. Se aleja de Mizuki, respirando hondo, buscando detener todo movimiento innecesario que le cause más calor.

De poco sirve.

Al igual que el celo regular, una vez que ha alcanzado cierta temperatura, es demasiado difícil bajarla sin darle al cuerpo lo que le pide.

Es un hecho innegable que los omegas en celo solo quieren sexo. Ese es un sentimiento que les nace de lo más hondo de su ser y les nubla el juicio cuando llega a exteriorizarse. Sin embargo, no es lo que su cuerpo pide ahora y agradece eso.

Despacio, se pone de pie y sigilosamente sale del departamento. El pasillo principal, que a la vez sirve de balcón, le recibe con la frescura de la brisa invernal. Cierra la puerta con cautela de no despertar a nadie, disfrutando el frio en sus mejillas ardorosas.

Vuelve a respirar hondo, sintiendo como su cuerpo empieza a enfriarse desde adentro y se alegra.

Hasta ahora, no va siendo una situación tan mala el haber perdido sus glándulas. Espera que todo siga así y no se descontrole cuando alcance el punto más alto del ciclo.

Apoya el torso en la baranda, junto a sus brazos. Cierra los ojos, solo percibiendo la brisa.

La libertad.

No era justo permanecer encerrado, prisionero de circunstancias que nunca eligió. Como si no hubiera sido suficiente que Katsuki arruinara su adolescencia, tampoco le dejaba en paz ahora en su adultez.

Ni a él, ni la de su hija.

Mizuki andaba de un genio terrible por permanecer encerrada el día entero. Sumando a que no le permitía usar el móvil ni ningún tipo de conexión a internet; así como supervisaba todo lo que veía en televisión y cuándo lo hacía. Le corroía el pensar que pudiera enterarse de todo el trasfondo de lo que estaba sucediendo.

Durante seis años nunca había sido fácil admitir lo que le pasó. Pero dentro de todo, no había miedo en admitir lo repugnante que fue el hecho como tal. Situación que no podía simplemente aceptar sobre su embarazo. Decirle a Mizuki que él no quiso tenerla, que de haber tenido la oportunidad de perderla la hubiera tomado sin dudar. Que, a causa de ese embarazo, toda su vida se vino abajo.

Respira hondo por la boca, sintiéndose ahogar.

Sonaba tremendamente terrible.

Más aun, si se ponía a pensar que un día Mizuki sabría esa verdad y se haría esas mismas preguntas y conjeturas.

O peor, se las haría a él.

Lo último que quería, es que ella se echara la culpa de alguna manera sobre lo sucedido. O que viera su existencia como un mero error, cuando no era así. Izuku acepta que no tiene la vida que habría soñado en su infancia, pero que dentro de todo lo malo, Mizuki le llenaba de energías para seguir. Gracias a ella, no había caído más hondo en ese pozo en el que le arrojó Katsuki.

Exhala suave, buscando tranquilizarse.

Observa la calle, vacía a esa hora. Seguramente hubiera fotógrafos durmiendo en sus autos.

Suelta un jadeo cansado.

"—Solo una última cosa, ¿Por qué no aceptaste el refugio?"

Había crecido en uno, viendo omegas llorar el día entero, algunos que dejaban de comer. Otros violentos, queriendo imponerse sobre los más débiles. Los niños no eran la excepción, no todos eran amigables y lo descubrió conforme crecía. Sumado al estigma con el que le veían al saber de dónde venía.

"—Han cambiado mucho los últimos años y te puedo asegurar, que son mejores que vivir en el lugar pequeño como en el que te encuentras."

También lo sabe.

Luego de la primera conversación con Camie, había buscado información. Si bien en fotos se veía todo limpio, ordenado, sin hacinamiento; temía que en la vida real no fuera así.

De repente, la puerta suena. Gira a ver de quien se trata.

Hitoshi.

—Tenía mucho calor —se excusa.

—¿No sientes nada más? —acaricia su rostro. Izuku niega y suelta un quejido pequeño cuando aleja su mano.

El instinto llama a querer recibir más caricias de las que permitiría normalmente.

—Igual iré por los supresores cuando amanezca.

Izuku apoya la cabeza en su hombro, queriendo retenerlo un poco más. Surte efecto. Hitoshi se apoya en la baranda como lo hiciera él un poco antes. En el aire, ve como sus respiraciones escapas en forma de vapor blanco.

—Gracias por todo.

—¿Es una despedida?

Bufa una risita.

Como no lo ha hecho en muchos días.

—No.

—¿Entonces?

Izuku suspira. Toma distancia, enderezándose. Apoya firme las manos en la baranda, los ojos sobre la calle.

—¿Qué opinas sobre los albergues?

Hay un silencio largo que deduce como sorpresa en Hitoshi. Izuku espera paciente.

—Durante la primera parte de mis prácticas, visitamos algunos. Son... bonitos.

Lleva la vista hacia él.

—¿En verdad? —cuestiona incrédulo.

—¿Por qué te mentiría? No me molesta tenerte aquí —Izuku sonríe, frotándose contra su hombro—. Eran bastante limpios, con habitaciones separadas para omegas con hijos, otras comunes para quienes llegaban solos —cambia de posicion, ubicandose de lado, con solo un brazo apoyado en la baranda— ¿Piensas ir a uno?

—Sí, pero... —vuelve a suspirar— ¿Y si no me gusta?

—Entonces regresas.

—¿En serio? —se gira a verle de lleno. Hitoshi asiente— Pensé que me detendría —bromea.

El beta sonríe.

—Me parece una decisión sensata y siendo sincero, la mejor que podrías tomar ahora.

Y eso, le quita un peso de encima. Camie, la psicóloga, incluso internet podría mentirle; pero Hitoshi no. Vuelve a apoyar la cabeza en su hombro, esta vez, sujetándolo por la cintura.

—Gracias por todo —repite

Siente el brazo de Hitoshi sobre su espalda, regresando el gesto. Tambien, un beso en su cien que le toma por sorpresa.

Es el primero que le ha dado en todo el tiempo que llevan juntos.

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¿Por qué? musita el omega, aun en el suelo. Humillado, vejado. Sus pequeños hombros tiemblan y su cuerpo se encorva hacia adelante, sollozando ¿Por qué a mí?

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Abre los ojos tras un respiro hondo y nada gratificante.

Nuevamente la pesadilla.

Agitado, ve a su lado. Mizuki aun duerme, indiferente. Frota su rostro, con el sudor frío humedeciéndole las manos. La luz ya chispea atrás de la cortina y el reloj indica que es hora de levantarse. Sale de la cama y se dirige al baño. Asea su cuerpo en una rutina que se ha obligado a adquirir en lo que lleva en ese lugar.

Ya listo, se mira en el espejo.

Su apariencia ha mejorado mucho desde que llegara al albergue, aun cuando esos sueños aparecen esporádicamente. La psicóloga había dicho que aquello era normal por todo el estrés en el que se encontraba. Pues, aunque no llegaba a él la misma cantidad de información que antes, era indiscutible que el pensar en el juicio le alteraba unos grados.

Más aun en victimas que como él, nunca tuvieron tiempo de afrontar el trauma en su momento. Con el embarazo y posterior crianza de su hija, tuvo que dejar a Katsuki en un rincón, hacerse fuerte y obligarse a no pensarlo para seguir adelante. Ahora era cuando, todo lo que había guardado por años, empezaba a brotar como un manantial de aguas grises. No era agradable caer en cuenta que todo ese suceso le había marcado de una manera que no imaginaba.

Guardaba un temor poco convencional hacia los alfas. No se intimidaba al atenderlos en una cafetería, en tenerlos como compañeros laborales e incluso acostarse con ellos en el bar. Pero sí lo hacía cuando se trataba de mantener una relación estrecha, algo más íntimo. En terapia había expresado incluso su miedo a que Mizuki fuera una y sabía que todavía quedaban muchas sesiones para que aprendiera a manejar eso de ser el caso.

Se odiaría demasiado si sus temores terminaran por dañar a su niñita.

También estaba trabajando mucho en él mismo y lograr conocerse. Tantos años mentalizado únicamente en Mizuki le habían jugado en contra. Podía ver con claridad cada paso a dar para que su hija fuera feliz, pero le costaba demasiado cuando se trataba de él. Fue tarea difícil buscar un recuerdo verdaderamente feliz en su memoria, o como se veía a futuro. Sus sueños y metas.

Izuku diría que incluso le da miedo pensar en ellos. Sin embargo, era algo que debía hacer si quería llevar una vida normal como todos los demás. Y en buena parte, también quería.

Buscar un hobby.

Estudiar algo.

Enamorarse.

Enamorado... una palabra que parecía tan lejana. No encontraba un momento en su mente en el que se hubiera sentido así. Lo más cercano a ello, podía decirse que fue la etapa posterior a lo que Katsuki le hizo. Algo que hoy sabia se trataba de puro instinto y no sentimientos.

—¿Papá? —se asoma a la habitación, viendo a su hija sentada en la cama.

—Ven a lavarte, para ir a desayunar.

Adormilada, obedece. Camina bostezando, frotándose un ojo. Izuku la ayuda a subir al pequeño banquito y prepara su cepillo de dientes. Se entretiene con su hija en esos momentos tranquilos juntos que tienen. Pues aún no sabe lo que la vida le depare una vez deje el refugio.

Si todo será igual de difícil que antes o algo mejorará.

Mizuki termina de lavarse. Le cambia el pijama y bajan al comedor.

El refugio está lejos de ser como recordaba o imaginaba seria. Está ubicado en medio de las montañas, bastante alejado de la ciudad, resguardado por héroes tanto fuera como dentro de este. Debido a que está dirigido principalmente a víctimas de violencia y deben procurar hacerlos sentir seguros. Razón por la cual todos son muy reservados ahí dentro. A penas cruzando palabras durante esos minutos en los que comparten alimentos y por momentos percibiéndose aroma a miedo de algunos.

No estaban permitidas las visitas o acceso libre a teléfonos, internet y televisión; pues la principal misión es proteger a los omegas no solo de sus alfas, sino de todo contacto exterior que pueda ponerlos en un estado de estrés o ansiedad.

Debe admitir que es bastante aburrido. Sobre todo, cuando el desayuno termina y Mizuki debe asistir a las clases que imparten ahí dentro.

Queda solo.

Aunque tranquilo. Pues al menos su hija se encuentra bien y distrayéndose. Ha hecho amistad con el resto de niños, también la atiende la psicóloga y hay un área de juegos en la parte exterior que disfruta al punto de olvidarse de todo el exterior.

Todo, menos a Hitoshi.

No la culpa, él también lo hace.

Su única fuente de información externa ahora es Camie, quien se acerca cada fin de semana a cerrar los puntos que serán usados en su defensa. A veces, también trae cartas de su amigo que supervisa antes de entregárselas.

Suspira, recostándose en el sofá del área de lectura.

Sabe que esa paz no será eterna, pero se permite disfrutarla el poco tiempo que le queda.

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Cuatro meses después

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La multitud fuera del juzgado es inmensa. Gritan frases de apoyo y alzan pancartas con los rostros de omegas que han perecido en esa lucha de desigualdad. Otras traen fotos de alfas agresores que llevan sus vidas plenas en libertad.

Katsuki también aparece.

Así como frases en rechazo a la comunidad de héroes por haber tenido en sus filas a abusadores y haberlos encubierto durante años; reubicándolos, jamás enjuiciándolos.

Traga hondo, mientras atraviesan la multitud dentro del auto.

—Tranquilo —Hitoshi toma su mano.

Sonríe, sin lograr camuflar su angustia. No es fácil controlar un corazón acelerado por los nervios, ni relajar la tensión que se posa sobre sus hombros. Lo que suceda ese día, va a definir el cómo viva el resto de ellos.

Los de él, de su hija y, muy probablemente, el de muchos omegas.

—Llegamos —anuncia el chofer, deteniéndose frente la puerta del juzgado.

Presiona la mano de Hitoshi.

Ambos se miran, dándose el ultimo apoyo en silencio.

Respiran profundo.

Izuku es el primero en bajar, mostrando su rostro por primera vez. Hoy es consciente de la repercusión que eso tendrá y es por ello mismo, que alza la barbilla, sin más vergüenzas.

No es a él a quien van a juzgar.

Los flashes no se hacen esperar, los gritos de algarabía crecen.

El final de su historia, empieza ahora.


Siguiente capitulo:

Y dígame, ¿Es verdad que usted ejercía la prostitución?


Nota de la autora:

Este es el capítulo que más dramas me ha dado. Porque lo tenía escrito hace mucho y cada cambio que hacia lo incluía o lo quitaba jajajaj sentía que estaba de más. Finalmente le quite la escena que se me complicaba y creo que iba acorde al primer final que tenía en mente.

Pero ya dejando eso de lado, este es uno de los capítulos que ma me ha emocionado.

Ahora demos la bienvenida al capítulo final.

Si, así como lo oyen.

Y de que lo termino este año, ¡lo termino!

… O eso es lo que quisieramos creer hehe.

Nota adicional: Me da un poco de pena decir esto, pero de salvo esta historia, todas las demás que tengo en curso, solo terminare de subirlas en WATTPAD y AO3. En mi perfil podrán encontrar mis usuarios.

Gracias por todos sus reviews y el apoyo que me han ido dando durante estos años.