Capítulo 37: El estigma de la Marca

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Merlina estaba quedándose sin oxígeno, pero Severus alcanzó a reaccionar justo a tiempo. Hizo desaparecer la gelatina que la rodeaba y se arrodilló junto a ella. La joven tomó una enorme bocanada de aire antes de hablarle.

—Por… Merlín… —jadeó.

Severus la ayudó a pararse y la llevó hasta su oficina rápidamente.

—No debería haberle hecho caso… —susurró tirándose en un sillón, molesta con ella misma—. No sé por qué tienes que siempre llegar a salvarme de todo…

—Tus gritos se escuchaban hasta acá —reveló Severus entregándole un vaso de agua que había hecho aparecer.

—Gracias… —Bebió todo el contenido. Se había dado cuenta de que estaba sedienta. Dejó el vaso en una mesa de rincón.

Fue hasta Severus, quien revolvía un caldero que estaba en un pequeño fogón sobre un pilar de piedra.

—Cuando te vi salir pensé que me rescatarías, pero no que te irías contra Malfoy —comentó la bruja con aprensión.

Severus con la varita bajó la intensidad del fuego y dejó de revolver. Se giró hacia Merlina.

—Yo tampoco debería haber hecho eso, pero esta vez fue inevitable —confesó lleno de resentimiento—. Vi como salía la gelatina de la varita y cómo te envolvía. Después, de todas formas, me habrías sacado en cara que por qué no hago nada.

—Sí… es verdad.

—¿Por qué peleaban? No alcancé a oír bien. Sólo escuché algo de los "padres".

Merlina sonrió, incómoda.

—Prefiero no hablar de eso…

Severus asintió. Luego la abrazó y le acarició la cabeza. Merlina sintió una oleada de gratitud. Nunca pensó que él pudiera entregarle tanto cariño. Y él jamás pensó que pudiera entregar cariño, y menos que le naciera del alma, y es que a veces hacía falta el momento adecuado y la persona correcta.

—¿Crees que Malfoy sospeche lo de nosotros por defenderme? —susurró ella aferrándose a su espalda y apoyando la cabeza en su hombro.

—No sé, no lo creo. En cualquier caso, es mejor que se ande con cuidado…

—No vayas a hacer nada.

—No haré nada, siempre que él no vuelva a atentar contra ti.

—¿Ahora me defenderás?

—Siempre lo he hecho… Que tú no lo hayas sabido interpretar, es otra cosa.

Merlina quedó muy intranquila el resto de la tarde. Severus le había contagiado la preocupación acerca de que el colegio se enterara de lo de ellos y llegara a oídos de Craig. Sin embargo, no entendía por qué Malfoy tuviera que sospechar, a pesar de que la amenaza de Severus decía bastante. Pero todos creían que se odiaban y tenían múltiples hechos que daban fe de ello, así que no tenía por qué pensar otra cosa la gente. Y tampoco tenía que porqué pasar algo malo. Craig seguía estando en Azkaban.

No obstante, ese pensamiento le dio vueltas hasta altas horas de la noche. El viejo Filch decidió descansar, como correspondía, porque Merlina seguía siendo la celadora.

Hacía frío y las manos le tiritaban. ¿Y si se corría el rumor? Ya podía imaginar al colegio entero hablando de ellos a la mañana siguiente, señalándolos acusadoramente. Necesitaba la opinión de Severus, necesitaba que la tranquilizara.

Bajó a las mazmorras y fue hasta su cuarto. Entró a hurtadillas. No estaba completamente oscuro, porque la noche estaba despejada y se filtraba un rayo de luna por la ventanilla, tal como la primera vez que había entrado a escondidas a su cuarto. Y estaba en la misma posición, lo que era más gracioso. El compás de su respiración era el mismo. La mano izquierda sobre la almohada…

Merlina se quedó mirando un momento su Marca Tenebrosa. Ella sabía qué era eso, pero jamás le había dado importancia: Dumbledore jamás tendría a un real Mortífago en su castillo dando clases. Pensaba que, tal vez, había sido una simple unión errónea al bando de Voldemort. Sabía que a muchos les había ocurrido eso. Nunca pondría en cuestión la fidelidad de Severus, ni menos su oculta bondad. Y si es que lo fuera… No se imaginaba estando sin él.

Le acarició el cuello desnudo y, lentamente, llegó a su antebrazo. Con un dedo tocó el tatuaje. Era como tocar una cicatriz.

No alcanzó a estar dos segundos así, cuando Severus abrió los ojos como un autómata, se sentó, le agarró la muñeca con fuerza y con la otra la empujó hacia abajo. Merlina se golpeó la cabeza con la punta de la mesa de noche.

—¡Aaay! —gritó muerta del dolor. La muñeca se le había torcido y podía sentir el chichón en la cabeza creciendo. Severus la soltó, agitado, y prendió la luz.

Miró a Merlina con ojos desorbitados y bajó de la cama, descalzo.

—¿Por qué hiciste eso? —indagó rojo de ira. La tomó de los hombros y la obligó a pararse. Merlina se aterrorizó. Snape la soltó y se alejó, colocándose ambas manos en la cara.

—Se-Severus, perdóname, sólo te venía a ver, no sabía…

El hombre se descubrió el rostro y comenzó a pasearse con la mano derecha sobre la horrible Marca, como si fuera algo censurable.

—¿Que no sabías? ¿Sabes qué es esto? —Merlina no alcanzó a contestar—. ¡Es la Marca Tenebrosa!

—Lo sé, lo sé y…

—¿Por qué lo hiciste?

Merlina estaba a punto de llorar, aunque no tuviera lágrimas, pero le dolía la garganta terriblemente por el nudo que se le estaba formando.

—Me atrajo, no pensé que te molestara…

—¡Claro que me molesta, es de algo que me avergüenzo! —bramó.

—Perdóname, pero a mí no me da nada….

—¡No lo vuelvas a hacer! —Le espetó—. ¡Vete!

Merlina lo miró amurrada, con los brazos caídos, como esperando que se arrepintiera. ¿Tan pronto se había ido todo al demonio?

—¿Es en serio? ¿Quieres que me vaya?

—Sí —replicó él cortante.

Merlina respiró profundamente.

—Bueno, pero tienes que saber que es tu sentimiento de vergüenza, no el mío —añadió rápidamente, antes de correr hacia la torre de Astronomía. Se fue dando un portazo.

Cuando llegó hasta la torre, se sentó en una mesa del aula vacía y miró los terrenos tristemente.

—Qué tonta yo, qué idiota él… —masculló angustiada.

Ella lo iba a querer igual, con o sin Marca. Y no tenía por qué avergonzarse; muchos se habían arrepentido luego de haberse unido al poder de Voldemort. Lo vergonzoso hubiera sido no hacerlo. De cualquier modo, eso era algo del pasado.

Se echó el cabello de la frente hacia atrás, crispada, deseando no haber ido nunca a su despacho esa noche.

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Merlina se había asustado de la reacción de Severus, pero también estaba enojada, así que lo evitó a toda costa al día siguiente. Al subsiguiente, 24 de diciembre, día en que los estudiantes partían a sus casas, logró no encontrárselo durante toda la mañana. Y, ahora que lo pensaba bien, debió haberle dicho a Dumbledore que quería ir a pasar un par de días donde los Weasley, al menos para sobrevivir las fiestas. Era la víspera e iba a ser triste sin Severus, y, para desgracia suya, Malfoy se había quedado en el colegio. Al parecer no lo querían en casa.

De todas formas fue a Hogsmeade a comprarle algo al profesor, después de pasar a dejar a los alumnos a la estación, porque ella sí tenía corazón.

Paseó de un lado a otro y no encontraba nada interesante. ¿Qué podría comprarle? Él era especial... Pero, claro, debía estar tan furioso, que no sería capaz de aceptarle nada, porque, además, era orgulloso.

Fue hasta Honeydukes y compró unos cuantos caramelos de chocolate y la nueva sensación: Dulce Apasionado. Era no más grande que una nuez, de color rojo intenso y parecía ser de mus, porque era blando al tacto. Según el cartel expuesto, decía que todas las personas que recibieran ese dulce como obsequio, sentirían un sabor único. Merlina, pensando en que ella sería la que se lo acabaría comiendo, lo llevó de igual manera.

Volvió en un carruaje al castillo y, sin sueño alguno, se paseó por los corredores. Iba a paso lento y cabizbaja, sin ánimos de nada.

Fue mirando el paisaje por las ventanas del cuarto piso. Comenzaba a caer nieve. Se detuvo en la del marco más grande y se apoyó en el alféizar con los brazos cruzados. Se comió un dulce de chocolate. Hacía tiempo que no probaba uno, y a ver si eso lograba animarla un poco.

Cantó una lenta y triste melodía inventada durante varios minutos. La caída de la nieve era tan espesa, que ya no se distinguía el cielo de la copa de los árboles ni del suelo. Era todo un manchón blanco.

De un momento a otro un par de brazos tibios la rodearon. Sobresaltándola por un breve instante, pero al segundo reconoció esos brazos y ese calor humano que la envolvió confortablemente. Una oleada de alivio recorrió su cuerpo y cerró sus ojos.

El profesor apoyó la cabeza en su hombro.

—Perdóname... —susurró. Merlina sabía que le costaba montones decir una palabra como "perdón"—. Perdóname por lo de antes de ayer... Fui tan brusco, tan idiota... Me asusté al darme cuenta de que eras tú, porque, en primera instancia, te hice daño y estuve a punto de lanzarte un maleficio. Y, en segundo lugar, creí que no te gustaría lo que habías visto y que me lo criticarías. Aunque me dijiste que no te importaba, no me pude sacudir ese pensamiento.

Merlina abrió los ojos y lo miró de soslayo.

—Ya te había visto antes el tatuaje, tonto..., cuando te pinté de verde el curso anterior.

—No lo recordé en ese momento, pero tampoco sabía que habías invadido mi privacidad a tal punto —comentó, pero sin ser acusador. La volteó para que quedaran frente a frente y continuó—: De todas formas, no me gustó que hicieras eso, porque me recordó a que todavía la tengo en mí —se agarró la muñeca izquierda— y me hace pensar que… —respiró profundo—, que tal vez no te merezca.

Merlina le acarició la mejilla y negó con la cabeza sin saber qué decir, porque no se esperaba aquella frase tan triste. Sonrió con ternura.

—Severus, ese es tu sentir, no el mío, y tampoco es la realidad. Que te quede claro que no puedes castigarte por algo de tu pasado —replicó Merlina con suavidad.

—¿Te duele el golpe de la cabeza? —inquirió Severus finalmente, mientras le pasaba una mano por la nuca.

—Ya no, pero me quedó un gran huevo.

—Es cierto.

Rieron por la bajo. Severus le levantó la barbilla.

—Estamos en un pasillo —advirtió Merlina.

—Todos deben estar en sus Salas Comunes. Cuando vine para acá no había nadie.

—¿Cómo supiste que estaba aquí?

—Te busqué por una hora.

—Ah... en ese caso, te digo que me entretuve un tiempo en Hogsmeade —confesó recordándose del Dulce Apasionado. Lo sacó de su bolsillo—. Tenía intenciones de regalarte algo, pero jamás se me ocurrió qué y compré este dulce pensando en ti, aunque creí que no iba a regalártelo. Pero ahora, como sé que no es así, toma. Da igual que hoy sea víspera.

Se lo enseñó. Severus lo tomó y le sacó el papel transparente. Se lo echó entero a la boca y masticó durante unos segundos, pensando.

—Se dice que para cada uno tiene un sabor distinto, siempre que sea regalado —explicó Merlina—. ¿A qué sabe?

Severus terminó de degustar y la miró concentradamente.

—Creo que sabe a frutas tropicales —dijo pensativo—. Me recuerda al olor de tu cabello, lo cual es delicioso. —Merlina sonrió abrumada. Se miraron a los ojos unos segundos.

—Yo no tengo nada para ti —repuso él—. Tenía la cabeza en otro lado.

—Y yo no esperaba nada, ni siquiera que me volvieras a hablar. Me tenías preocupada. —Merlina atrajo a Snape hacia sí y lo abrazó—. Tú eres mi regalo de Navidad, y el mejor.

Severus se aproximó, comprendiendo el mensaje, y la besó.

—Tu boca sabe a chocolate —le dijo.

—Es porque me comí un dulce de eso —explicó Merlina—, no soy tan sabrosa —rio. Severus alzó una ceja y volvió a atacar, apegándola completamente a su cuerpo.

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De un pasillo aparecieron dos caras conocidas, pero se devolvieron de inmediato. Escondidos miraron con atención a la pareja que se besaba apasionadamente al frente de una ventana. El rubio sonrió con malicia a la chica de cabello corto de su lado ¡Lo sabía! No eran imaginaciones suyas, aunque no pudo evitar sorprenderse un poco. Se marcharon antes de que fueran descubiertos. Ella le preguntó si se le ocurría algún plan. Él dijo que sí, recordando la carta de su padre que había recibido desde Azkaban, avisándole sobre un reo loco de remate que estaba estorbándolos a todos, pronunciando día y noche el nombre "Merlina Morgan".

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Merlina tuvo que estar toda la noche en Hogsmeade vigilando la entrada de la discoteca para que nadie se atreviera a salir y se mandara a cambiar para otro lado furtivamente. Varias parejas de estudiantes se llevaron una mala sorpresa cuando la vieron allí parada con los brazos cruzados y cara de reproche. Filch, por otro lado, la reemplazó en el castillo para echarles un ojo a los más pequeños. Aunque, claro, habría preferido estar allá: en algún momento se podría haber escapado y haber visitado a Severus.

El resto de la semana fue perfecta. Merlina por fin tuvo un tiempo de paz: Malfoy no le dirigió la palabra en ningún momento. Severus, por otro lado, estaba más cariñoso que nunca, tomando en cuenta su usual ironía y sus bromas pesadas de siempre. La joven se daba aires de superioridad por haber despertado el lado amable de Severus. Sin embargo, sólo ella lo notaba, porque Severus se comportaba como siempre había sido con el resto de la gente.

La primera semana de enero tuvo que esperar a los alumnos que habían estado de vacaciones en sus casas a la estación para llevarlos sanos y salvos al castillo. Llegaron a las ocho menos quince de la mañana. Vio bajar a sus amigos de Gryffindor cargados de regalos para ella.

—Después me los entregarán —les dijo—. Pueden llevarlos a mi despacho, si no nos encontramos antes.

Fue contando uno por uno a los jóvenes y pasó lista. Algo le pareció fuera de lugar: había uno demás. Volvió a hacer lo mismo dos veces más, hasta que todos la comenzaron a mirar con mala cara.

—Un momento —solicitó rogando por paciencia. Miró a cada una de las caras y sus ojos se clavaron en una cara robusta con expresión idiota—. Goyle, ¿en qué momento te fuiste de vacaciones?

El muchacho la miró con la boca abierta.

—Eh… anteayer tuve un… problema.

—Qué extraño —comentó recelosa, pero sabiendo que su mente a veces le jugaba malas pasadas por ser tan distraída—, porque juré haberte visto con Malfoy ayer… En fin, vamos. Suban a los carros.

Finalmente Merlina concluyó que, tal vez, había visto a Crabbe y no a él; eran tan parecidos, los dos igual de bobos… Debió haber obtenido un permiso especial del director, porque ella no lo había ido a dejar a la estación, y prefirió no haberlo hecho tampoco. A menos que se hubiese ido desde el inicio, lo cual también era probable.

Se subió a un carruaje que se ubicaba al final de todos, sola, y partieron de regreso al castillo. Pasaron las verjas de los cerdos alados y se detuvieron ante las puertas de roble. Merlina hizo un último conteo y los alentó a entrar. Todos, o la mayoría, ingresaron directamente al Gran Comedor para desayunar. Los otros que estaban en el castillo llegaban de diferentes puntos para ir a comer.

Entró por la puerta principal y se fue a sentar a su puesto. Le hizo un gesto afirmativo a Dumbledore para darle a entender que todo estaba bien. Mientras comía se puso a conversar con Pomona, quien le hablaba tristemente de sus plantas.

—Lo único que quiero es que pase el frío —decía—, la mayoría de las plantas se están secando o pudriendo. Pedí a Filius que les hiciera algún encantamiento de resistencia, pero no resultó del todo.

Hubo un ruido de aleteos y por las ventanas entraron cientos de lechuzas con el correo para sus dueños. Unas llevaban regalos, otras cartas y otras el diario dominical de El Profeta.

Merlina estaba a punto de masticar un trozo de pan con mermelada, cuando un grito con su nombre la hizo detenerse.

—¡MERLINA!

La joven miró hacia adelante, con la boca abierta. Dos jovencitas de la mesa de Gryffindor se habían puesto de pie, sin avergonzarse por el escándalo provocado. Todos miraban sorprendidos. Ginny y Hermione llegaron con la mitad de El Profeta cada una en las manos. Sus rostros eran de terror puro.

—¿Qué…?

—Merlina —masculló Hermione sin aliento, entregándole su mitad del periódico—, tienes que verlo, es horrible…

Merlina tomó las hojas y las puso ante sus ojos.

Una gran foto de un hombre de pelo castaño y ojos claros como el hielo, con expresión desquicio absoluto, ocupaba la mitad de la portada. Leyó el titular y la noticia. Se sintió mareada y con ganas de vomitar.

Justo en ese instante, Dumbledore recibía una carta también, casualmente con una información similar.

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REO LOGRA HUÍR DE AZKABAN

Craig Federic Ledger, hombre de 23 años (foto), ha sido el segundo preso en tres años que logra escapar de la frívola celda 320 de Azkaban, el día sábado 3 de enero, cerca de las horas de la madrugada.

El reo, que había sido apresado en junio del presente año por secuestro a una mujer que había sido su expareja, se encontraba en una sección de seguridad moderada, que estaba protegida por guardias profesionales. Si bien el mago se caracterizaba por su mal genio, sus pensamientos maniáticos e instintos asesinos y depravados, no fue candidato para las celdas de alta seguridad. En los momentos de almuerzo o recreación, cuando la mayoría de los presos se reunían, tenía largas conversaciones con ex partidarios del Innombrable, en especial con Lucius Malfoy y Rodolphus Lestrange, a quienes logramos entrevistar.

"¿Ustedes sabían que pensaba escapar de la fortaleza?", les preguntó nuestro corresponsal enviado a Azkaban, Roy Dunn.

"Sí, nos lo había comentado en repetidas ocasiones, pero creíamos que desvariaba", contestó Lestrange.

"Él decía que pensaba matar a su mujer y que iba a buscar venganza en Hogwarts; evidentemente estaba mal de la cabeza", añadió Malfoy.

Por otra parte, el personal de seguridad del Ministerio de Magia ha tomado cartas en el asunto…

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Merlina no siguió leyendo porque se sintió enferma. Negó con la cabeza, como queriendo no creerlo. Cerró los ojos mientras sentía la palpitación de su corazón en sus propios oídos.

—Merlina —la llamó Dumbledore desde su asiento, preocupado. Severus la miraba con los ojos bien abiertos, atento a su reacción.

A la joven los oídos se le taparon y todo se convirtió en una mezcla de colores. Severus había tenido razón y ella no le había dado suficiente importancia. Qué descompuesta se sentía. Intentó frenar el malestar, su cerebro redujo el flujo de sangre y se desmayó.