Disclaimer: Los personajes y la historia no me pertenecen. Los personajes son de Rumiko Takahashi y la historia es de TouchofPixieDust, yo únicamente traduzco.
Capítulo 2: Aguas profundas
—Tengo un mal presentimiento sobre esto.
—Oh, Inuyasha, todavía no ha estado fuera ni un día entero.
Inuyasha bajó las orejas y gruñó ante las palabras de Sango. Gruñendo, se estiró y golpeó a Miroku en la cabeza. El monje ni parpadeó ante el castigo extraviado y continuó «meditando». Nadie se engañaba, en realidad solo estaba mirando cómo limpiaba Sango su arma favorita.
El demonio perro cascarrabias estaba a punto de ir a enfurruñarse a su árbol favorito cuando un sonido lo detuvo en seco.
—¡INUYASHA!
Fue el tono frenético de la voz de Shippo lo que puso inmediatamente alerta a Inuyasha. Solo había una persona en este mundo por la que Shippo se mostraría tan frenético.
¡Kagome!
Inuyasha corrió para encontrarse con el zorrito, dejando atrás a sus sobresaltados amigos.
—¡INUYASHA! —gritó Shippo mientras saltaba y movía la mano en dirección a Inuyasha.
El pozo.
¡El zorrito había estado en el pozo!
Inuyasha pasó volando al lado de Shippo y corrió a toda velocidad hacia el pozo. El zorrito se había agarrado a su pelo mientras corría y se lanzó sobre su hombro.
—¡Deprisa!
Shippo no tuvo que decírselo dos veces. O ninguna, en realidad.
Una vez que el pozo estuvo a la vista, Inuyasha se detuvo para asimilar los alrededores. Olfateó el aire. No estaba el aroma de Kagome. Siguió olfateando la zona mientras Shippo se bajaba de un salto de su hombro.
Tras un instante, se le enfrió la sangre. Algo iba mal.
—Hay agua en el pozo —gimió Shippo.
Agua… en el pozo.
Sango y Miroku los alcanzaron gracias a que se montaron en Kirara. En conjunto, el grupo miró dentro del pozo devorador de huesos.
—¡YA VOY, KAGOME! —gritó el demonio perro.
El miedo llevó a Inuyasha a meterse en el agua. Pero no hubo ningún brillo. Inuyasha siguió nadando bajo el agua, pero se encontró con el fondo del pozo.
¡NO!
Nadó hacia la superficie para tomar otra bocanada de aire, luego volvió a descender. Arañó y rascó la tierra del fondo del pozo. Rocas y huesos pasaron flotando por su lado mientras excavaba la tierra.
El agua se volvió más profunda y la magia no apareció.
Su grito de ira terminó en una oleada de burbujas.
A Kagome le dolía todo el cuerpo. Todos habían hecho turnos fregando el agua que había estado entrando en la casa durante toda la noche. Había ollas esparcidas alrededor de la casa para contener las goteras, pero no ayudaban con el agua que se filtraba por debajo de la puerta de entrada. Las toallas llenaban los pasillos para absorber el agua.
La familia había estado viendo la televisión, esperando noticias sobre el huracán, cuando se les fue la luz alrededor de la medianoche. Su madre había mandado a Souta y al abuelo a la cama. Las dos mujeres Higurashi se habían dado la mano silenciosamente por un momento antes de que su madre la enviase también a dormir.
Kagome solo había dormido una hora o dos antes de volver a despertarse con una mala sensación en el estómago. Le había cogido la fregona a su madre y la había mandado a la cama. Alrededor de las cuatro de la mañana, su hermano se había despertado porque le tocaba vaciar ollas de agua y fregar. El abuelo se despertó poco después y Kagome se echó otra siesta.
Poco antes del alba, Kagome se había encargado de nuevo de la tarea de limpieza.
Le dolían los pies.
Le dolían las piernas.
Brazos, hombros, cuello… le dolía absolutamente todo. Estaba segura de que su espalda nunca volvería a ser la misma.
Ignorando el agua por el momento, Kagome dejó la fregona a un lado y se estiró. Esperaba que la pagoda del pozo y el árbol sagrado estuvieran bien. Ahora que acababa de empezar a asomarse la luz, pensó en adelantarse a mirar.
…
…
…
A Kagome se le puso la mente en blanco cuando abrió la puerta de entrada. En trance, Kagome avanzó, el agua fría empapó el dobladillo de su falda.
¡Su mundo había desaparecido! Lo había borrado el agua.
Nota de la autora: Una de las cosas más surrealistas que he experimentado nunca fue salir de mi hogar y que el agua me llegara a los muslos. Todo mi vecindario parecía el centro de un lago. Vi a mi vecino y a su perro nadando hacia un bote.
Cuando llegaron los hombres con los botes, pregunté si permitían mascotas. Porque sí, yo iba a ser una de esas personas que no se marchaba porque no podía abandonar a sus mascotas. Pero voy a decir lo siguiente: ¡a los gatos NO les gusta estar en un bote mientras les llueve encima!
