Infierno

Capítulo tres : Consecuencia

"La vida es sueño"


Silencio dentro de la sala, ha entrado el señor.

Lucius parece analizarme, sopesando las palabras que utilizará para recriminarme mi mal hábito nocturno. Querrá saber donde ha estado su posesión durante las horas que ha pasado en vela.

Cuando lo ve entrar por la puerta del comedor, Draco sabe que algo malo se avecina y, cobarde y astuto (lo primero no me hace muy feliz ni a mi ni ha su padre) decide que lo mejor es retirarse del campo del batalla.

A mi esposo no parece importarle, se sienta cómodamente en el otro cabezal de la mesa y me mira con sus frías pupilas metálicas.

Quiero que esté cabreado, porque solo así disfrutaré como me merezco.

- ¿Dónde estuviste anoche? –pregunta.

Se está haciendo el desinteresado, colocándose la servilleta tan tranquilamente. Pobre Lucius¿Acaso cree que todos estos años de matrimonio no han servido de nada? Lo conozco como a mi hijo: está intrigado, molesto y furioso.

Sé que hoy estoy especialmente hermosa: me he peinado el sedoso pelo sobre los hombros y apenas una doble pinza de estilo oriental sujeta algunos mechones a la altura de la nuca. El vestido de mañana es de color blanco, muy ceñido.

- En el club –respondo, sonriéndole con una falsedad que él no nota. Está demasiado ocupado disimulando su propio enfado posesivo.

- ¿Hasta las cuatro de la mañana?

- Encontré muy buena compañía, Lucius.

Lo acaba de notar. Creo que ha sido la inflexión que le he dado a mis palabras. Lucius ha levantado la cabeza en el acto, mirándome acusador desde su posición de plena supremacía.

Por un momento me amilano: él es muy parecido a mi hermana¿Quién me asegura que no estoy fuera de peligro¿Acaso jugar con la mano derecha de Voldemort es tan poca cosa?

Pero en su mirada también veo desconcierto, y eso me hace recobrar un poco de valor.

- Lestrange me hizo compañía durante toda la noche.

Ha sido un comentario algo desafortunado, sobre todo en el énfasis puesto sobre el adverbio de tiempo. El rostro de mi esposo se ha vuelto tan inexpresivo que apenas puedo evitar que mis labios tiemblen. Lucius me da miedo, pero supongo que así debe ser.

Lentamente, mi marido se levanta de la silla que ocupa y, sin desayunar, toma su varita y se retira de la sala muy seriamente.

No sé adonde va, pero tampoco me importa: me he librado de un duro castigo y, además, lo he preocupado.

Lucius no me ama, creo haberlo dejado claro; pero a veces pienso que, quizás, aún me dedique algo de cariño. ¿Quién sabe?

Draco se asoma prudentemente por el socavón de las cocinas y me mira con el ceño fruncido. Yo alzo una ceja: no dejaré que mi hijo piense que soy débil, es lo último que me faltaba.

- ¿Qué quieres Draco?

- Madre, si estuvieras engañando a Padre… ¿Me lo dirías?

Definitivamente, no sé que hemos hecho Lucius y yo para tener semejante cruz a nuestras espaldas: no solo está falto de luces, sino que además te despierta la conciencia. Y parece ser que eso es lo que quiere Lucius; debe haber hablado con él.

- Eres un impertinente cariño –le digo con suma tranquilidad–, será mejor que te retires a tu habitación.

- Padre te espera en el despacho, por si te interesa -replica él, omitiendo en su memoria la reprimenda que le he soltado.

Me entristezco. Draco ya no es aquel niño al que le inspiraba temor, ya no me adora como solía hacerlo. Se está convirtiendo en un hombre y eso me da miedo: va a dejar de quererme, como todos.

Lucius me espera en su despacho y, cuando entro, su mirada vuela sobre los rasgos definidos de mi cara.

Sé perfectamente lo que está pensando y, de repente, algo me viene a la cabeza: quizás ha usado la legeremancia conmigo y no me he dado cuenta. La idea me llena de terror.

- Así que estuviste con Lestrange toda la noche.

Sonrío sin ganas y mi carnosa boca se le antoja despectiva.

- Eres muy perspicaz querido –le replico con suma suavidad.

Él frunce el ceño y se me acerca.

- ¿Haciendo "qué" Narcisa? –clava sus grandes manos (esas que tanto me gustan) en la carne de mis brazos, pero yo no grito, como le hubiese gustado.

- Nada que tú no hicieses con Bellatrix –he sido muy mordaz y temeraria.

Y el bofetón que me ha estampado en la mejilla me lo confirma.

La sangre inunda mi boca. Yo sigo mirando al piso.

Lucius está gritándome pero yo no le oigo: solo puedo pensar en lo vacía que estoy mientras él descarga su ira justificada.

Por un momento, todo el amor que siento hacia Lucius (el mismo que hace que le odie tanto y desee vengarme de todo su desinterés) me llega hasta el corazón en forma de aguijonazo y empiezo a llorar.

Y a llorar.

Y a gemir.

Y a maldecirle entre murmuraciones.

Él me abraza y hace que le prometa el no volverle a engañar nunca más: soy su esposa y le debo obediencia.

Pero yo no soy sincera, yo le miento y le odio en instantes gemelos. Lo aborrezco.