Infierno

Capítulo Cuatro: Agonía

"Bajeza del alma"


Cae sobre mí su sombra y me cubre por completo. Lentamente, su cuerpo se adentra en el mío mientras el pomo de la puerta se hunde contra mi espalda, taladrándola.

Lucius está muy nervioso últimamente, y sólo se aplaca con estas embestidas esporádicas.

Jadeo de innegable placer cuando él me sube sobre su cadera y suspira, besándome en los labios con un deje de ansiedad, buscando el desecho amor que le profesor en una depresión de curvas de plástico. El olor almizcleño penetra en mi nariz con violencia, mareándome.

Cuando termina, Lucius me lleva a la cama y me acuesta. Luego se viste y se va, debe de tener otra cita.

Ya sé quién es su amante. Jamás lo habría adivinado, es la preciosa hija de McNair, Bethelem; una pelirroja de ojos negros, provocativa y aventurera.

Me da miedo pensar que él la prefiera a ella y me deje sola. No quiero que eso pase.

A lo largo de mi vida he visto a muchísimas mujeres que se consumen en silencio. Con frecuencia son las personas más agudas e interesantes que he conocido: pero pertenecen al sexo subyugado y, por lo tanto, no tienen más remedio que resignarse a su suerte. Una que, tristemente, comparto.

Levantarme ha sido una agonía. La doncella se me acerca para vestirme, pero yo la despido con un gesto lleno de frialdad: soy una hermosa reina, pero solo Lucius parece no darse cuenta.

Por enésima vez juro que se arrepentirá y, llena de determinación, me decido a volverle a traicionar.

Ésta vez el lugar elegido es la Parnasse, un restaurante de mucha categoría. He quedado con Claire, la esposa del bueno para nada de Nott. Ésta muchachita es de las pocas mujeres que han conseguido su emancipación en el hogar, pero ello se debe a que William la quiere bien, la adora.

A veces, mi envidia hacia Claire es casi tan intensa como mi simpatía.

La mujer es muy atractiva: es joven y rubia, su pelo rizado es tan maravilloso que a veces creo encontrarme frente a una banshee. Hay algo en el verde de sus pupilas que consigue atraparme con exquisita eficacia, sus ademanes son muy elegantes. Tiene veintinueve años, pero parece mucho más joven.

Le he propuesto mi idea muy discretamente y ella se ha mostrado encantada: además de seductora, Claire es mucho más liberal que cualquier mujer que conozca.

Paga ella, porque dice que sería muy descortés no invitarme.

Se levanta de su asiento y me ofrece su brazo de una forma algo curiosa: como si él fuera un chico.

Cuando salimos del local, su comportamiento me revela el juego que me propone: Claire se ha comprado una boina y esconde su cabello bajo ella. Es de mi altura, un tanto más baja, pero los tacones de aguja la sitúan un centímetro por encima de mi. Finge ser el hombre de mis sueños durante toda la tarde, riéndonos de la vida. Claire me asegura que tengo veinticinco años y yo me sonrojo (no porque esté enamorada de esta chica exuberante, sino porque en realidad tengo treinta y dos).

Me ha traído a un lugar bastante cálido y caro. Claire me sube gentilmente con la varita, cambiando la voz a un tono mucho más rudo que el que normalmente usa.

Cuando entramos en la habitación, el mundo se transforma y el placer cobra un nuevo sentido: Claire me hace el amor como mujer. Retozamos entre las sábanas hasta que yo no puedo seguir y ella, entre mis piernas y mientras acaricia mi sexo acompasadamente, se ríe de mi ingenuidad cuando le aseguro lo hermoso que me ha parecido todo.

Al final no puedo evitar echarme a llorar, porque lo que realmente me ha gustado es que Claire ha fingido amarme, y eso es lo que me gustaría que hiciese el hombre con el que estoy casada.

No puedo dejar de pensar en él. ¿Es que acaso el amor entre serpientes duele tanto?, ¿no soy lo suficientemente hermosa?

Dejo a mi ninfa cerca de su casa y, tras sonreírme, me asegura que nadie se enterará de nuestra escapada: a ella tampoco le interesa, porque Nott es muy permisivo con sus escarceos, pero solo si él está incluido en el espectáculo.

Acabo de ver la cara pervertida de un hombre muy y serio y, mientras camino hacia mi casa, no puedo dejar de pensar en si Lucius también tiene esas tendencias. O no.

Cuando entro al hogar conyugal, el frío me golpea muco más fuerte que si caminase por la calle. Todos duermen; los que están en casa.

Lucius no se encuentra en la habitación. La certeza me invade, aplastándome contra la cruel realidad. Él ha sido siempre un paso por delante de mí, debí haberlo intuido.