Infierno
Capítulo Cinco: Sangre
"Drama"
El mundo se ha parado entre nosotros, demostrándonos que su naturaleza cruel cobra más sentido entre dos que entre tres, donde las miradas pueden ser mal repartidas y así el odio se convierte en una bruma difusa, en vez de encontrar su foco.
He ido a parar a la boca del lobo y, desafiando a la costumbre, me he puesto a enarbolar una bandera, para hacer más evidente mi falta.
Y Lucius, después de insinuarle varias cosas, no ha tenido más remedio que levantarse del sillón y anunciar que nos vamos del Club.
Inspiro lentamente, observando la expresión burlona de mi hermana Bellatrix. La miro de frente, cara a cara, gris contra azul (como los lobos que se retan) y decido que ambas nos mataríamos en este preciso instante, en el segundo que viene y se hace desear.
Es importante que mantenga la compostura: todos miran.
Me levanto elegantemente y aprieto el brazo de Lucius que, muy ennoblecido y gallardo, sonríe con dedicación a nuestros amigos y compañeros de penurias y escasas alegrías.
Salimos en silencio a la calle Londinense. Hace tanto frío que mis brazos y mi espalda, desnudos, tiemblan.
Lucius conjura un abrigo de piel y me lo echa por los hombros. Siempre tan galante…
Lo observo durante unos segundos: es casi diez centímetros más alto que yo, y mucho más fuerte. Yo, delicada y frágil en apariencia, soy un mero complemento de su presencia divina.
Entramos en una carroza de pegasos. Dentro, el aire es mucho más cálido y la iluminación, más intensa. El cochero espolea a los animales con el látigo de sus pesadillas. El vehículo se mueve, despegando sin turbulencias.
Dentro de la carroza parece que algo me ahoga: la tensión de tener a Lucius, furioso, delante de mi. Se ha servido una copa de Brandy escocés y la saborea lentamente, mirándome con intención.
- ¿A qué vino ese beso a Lestrange, querida?
Obviamente se refiere al cariñoso gesto que le procuré en la comisura de sus labios. Un poco de valentía me llena y sonrío tranquilamente.
- Estaba saludándolo. ¿O ahora vas a prohibírmelo?
Lucius agita suavemente la copa, que contiene algo del líquido rojizo, y pestañea sereno.
- No me gusta el tono que estás usando conmigo, Narcisa –voz de hielo, revestida de acero frío e inexpugnable.
Experimento un escalofrío que hace que me estremezca y él lo nota. De repente tomo conciencia de que ya ha ganado, pero no se ha dado cuenta.
- Es el tono que debí haber usado hace mucho tiempo, Lucius.
El famoso paso en falso brilla con su presencia. Lo sé porque se ha puesto rígido. Las venas del cuello se le han hinchado y sé, por experiencia, que está conteniendo su instinto agresivo.
- ¿Así lo crees?
- Sí.
En un segundo, el dolor de mi rostro es insoportable y grito de agonía. Lucius me ha golpeado con la copa, directo a mi mejilla. Ha sido tan fuerte, que la campana superior de cristal se ha hecho añicos sobre mi carne, desgarrando el moflete y el pómulo.
El miedo me invade, produciéndome un agujero en el estómago y un temblor en las piernas. Mis ojos, abiertos como los de una perra asustada, lo miran con pánico y sorpresa.
Lucius sonríe, cambia de copa y se recuesta en el sillón de la carroza, pasando su brazo por encima del cabezal.
- Espero que te replantees tus ideas.
