Infierno
Capítulo Nueve: Determinantes y posesivos
"Esperando, encontró la solución a sus problemas.
No tuvo que esforzarse demasiado: el tiempo le dio la salida"
El peso de mi marido hunde la cama por la parte derecha. Yo estoy de espaldas a él, luchando por que mi respiración no se escuche demasiado. Él no debe notar que estoy nerviosa, porque sospecharía.
Lucius se hunde en las mantas y lanza un suspiro cansado, aunque no sé de qué, si vive como quiere.
No me toca ni reclama mi tacto, como siempre que quiere pensar bien las cosas. El tiempo pasa con lentitud, obligándome a contar los latidos de mi corazón. Espero a que él se levante, furioso por intentar ocultar su enorme enfado. Pero eso todavía no pasa.
Tengo el cuchillo bajo la almohada y mi mano reposa junto a mi rostro, dispuesta a hundirse bajo el plumón si la ocasión lo requiere.
Lucius aún está despierto, porque se gira entre las sábanas y ríe suavemente, mirando al techo.
Matarle, así de simple. La idea rebota en mi mente como una cancioncilla pegadiza. Sí, matarlo sería maravilloso, una venganza perfecta de la mano que menos se esperaría. Pero no soy estúpida: si tardo lo suficiente, él puede reaccionar. Entonces, la que deje de respirar seré yo. Y eso no está en mis planes.
- ¿Duermes? –me pregunta con su voz profunda.
Claro que no, imbécil; quiero decirle; sabes perfectamente lo que he estado haciendo, Rodolphus es un gran amigo tuyo. ¿Vas a seguir siendo cínico hasta el final?
Pero no me atrevo a pronunciar esas desafiantes palabras, no sería una buena idea. Además, él ya lo sabe, yo se lo dije en aquella cena, cuando Draco me preguntó si le contaría mi infidelidad. Qué estúpida soy, por un momento me olvidé de mi propia metedura de pata.
Aunque una cosa muy diferente es que lo diga yo y otra que lo haga Rodolphus: los acuerdos tácitos de silencio no suelen romperse, pero algo ha motivado lo suficiente a Lestrange como para contarlo todo. Siempre puedo retomar el atractivo plan inicial y clavarle el cuchillo hasta que le salga por la espalda. Ah, qué tentador…
- No –musito, acobardada por el calor de su cuerpo que, lentamente, se gira hacia mi para abrazarme.
Cuando Lucius hace eso, parece un determinante posesivo. Que, sin ser el artículo, lo define perfectamente en ésta situación. Me estremezco, agachando la cabeza cuando él la inclina sobre mi hombro desnudo.
- He estado pensando querida...-me acaricia la mejilla que alguna vez maltrató con una copa de cristal.- He decidido que quizás no sea muy conveniente que vuelvas a salir de casa –atrapa una de mis manos– sería perfecto si ni siquiera hablases con nadie.
- ¿De qué hablas? –pregunto, girándome para mirarlo con los ojos desorbitados.
- Lo sé todo Narcisa –él achica los ojos–, todo...
Está a punto de atraparme la boca con su manaza y yo, sacudida por el instinto de supervivencia, dirijo la mano hacia la almohada, dispuesta a terminar con todo.
Pero la marcha arde y Lucius debe irse: el señor quiere acorralar a Potter en el ministerio.
Yo no lo sé aún, pero mañana me alegraré de éste infortunado encuentro de mortífagos, porque Lucius no volverá a mi cama nunca más.
No ha sido producto de mi valentía ni de mi odio. No obstante, Azkaban le espera.
Determinante. Así es la noche.
