Capítulo 29
La promesa
En los jardines exteriores de la mansión Jarjayes, aquella noche del 15 de Diciembre de 1788, André, luego de escuchar las últimas palabras de Oscar, se levantó repentinamente luego de haber estado - por varios segundos - casi en un estado de shock, aunque seguía teniendo la sensación de haber sido arrancado de su entorno y de su presente.
Una mezcla de emociones se agolpaban en su interior, una mezcla de emociones que - en ese momento - no sabía como manejar, porque no podía sacar de su mente aquella confesión de la mujer que amaba, ni las últimas palabras que le dijo antes de irse a su habitación.
"Por ti no me importaría vestir de mujer..."
Nada lo había preparado para escuchar una frase como esa. Nada.
- ¿Qué? - dijo estupefacto.
Y pensando - dentro de su conmoción - que ella podía seguir cerca, corrió algunos metros en dirección a la casa, dándose cuenta de que - lógicamente - Oscar ya no estaba ahí.
Mientras tanto, la hija y heredera del laureado Conde Regnier de Jarjayes ingresaba lentamente a su habitación. Aún no podía creer que hubiese sido capaz de confesarle algo como eso a André, pero le había dolido demasiado que él piense que no era lo suficientemente importante como para que ella se ponga un vestido, y peor aún que recuerde el evento en el que se vistió de mujer por Fersen.
- "André... Si tan sólo pudiera borrar de tu memoria todos esos momentos en los que sin querer te hice daño..." - pensó, recordando la tristeza de su voz cuando él le recalcó que sólo se pondría un vestido por una razón verdaderamente especial.
Era imposible para ella dejar las cosas así; no podía irse sin aclararle que por él sería capaz de renunciar a la vida que conocía como miembro del ejército francés para ser únicamente una mujer, una mujer enteramente suya, porque eso fue lo que en realidad le quiso decir. Para Oscar era importante encontrar la manera de terminar con las dudas y los erróneos pensamientos que cruzaban por la mente del hombre que amaba, y que ella sabía que lo lastimaban aunque tratara de aparentar fortaleza.
Todo lo que le había dicho era cierto. Aunque inicialmente tomó la responsabilidad de conseguir el ingrediente para que Mirelle no haga algo así por André, luego la ilusionó el hecho de participar indirectamente en esa cena; todo lo había hecho por amor a él.
- "André... por favor... olvida lo que ocurrió con Fersen..." - pensó con tristeza, apoyándose con ambas manos de la mesa donde tomaba el té cada tarde.
Mientras tanto, el hijo de Gustave Grandier e Isabelle Laurent seguía paralizado frente a la puerta de la mansión.
- "¿Se puso un vestido por mí?" - pensaba, sin poder recuperarse de la impresión que le habían causado las palabras de Oscar.
Cuando su abuela le contó que había sido ella la que consiguió el ingrediente se imaginó que tenía que haber ido por sí misma a conseguirlo, pero nunca cruzó por su mente que se hubiera esforzado tanto para hacerlo y menos aún que lo hubiese hecho por él. Fue solo hasta que Jean llegó diciendo que estaba seguro de haber visto a su comandante vestida de plebeya en el mercado del centro de París - tan solo unas horas antes - que algo en su corazón le dijo que podría tratarse de ella, pero realmente creía que se trataba de un error, y que en todo caso podría haberlo hecho para hacerle un favor a su abuela.
Sin embargo no era únicamente eso lo que tenía a André en ese estado de conmoción, sino todo lo que había pensado momentos antes sobre ella, y es que hasta esa tarde él no había considerado la idea de que Oscar lo amara, quizá porque cuando había considerado esa posibilidad en el pasado esta se veía oscurecida por la sombra de Fersen.
- "¿Por mí no te importaría vestir de mujer?" - repetía él en su mente. - "¿Qué quisiste decir Oscar?... ¿Acaso es lo que pienso?..." - se preguntaba, desesperado por obtener respuestas.
Si había alguien que conocía bien a la hija de Regnier ese era él, y precisamente por eso esa era la frase que más lo había impresionado.
Desde su juventud - y presionada por su padre - Oscar asumió el papel de heredera de la tradición de su familia renunciando para siempre a su rol como mujer, y cumplió a cabalidad con lo que se esperaba de ella como comandante de la Guardia Real hasta que - al descubrir que tenía sentimientos por Fersen - quiso explorar esa faceta que había mantenido oculta.
Sin embargo, al darse cuenta de que el conde nunca dejaría de amar a la reina de Francia, renunció una vez más a su rol de mujer, tomando la radical decisión de dejar su puesto en la Guardia Real para comandar la Guardia Francesa, un puesto que le exigía sumergirse en el mundo masculino como nunca antes.
Luego de eso tuvo una nueva oportunidad para volver a su rol femenino, cuando su padre - arrepentido por haber criado a la menor de sus hijas como un hombre - quiso que forme un hogar, y en complicidad con el General Boullie hizo que se organizara una gran fiesta en su honor. Pero ella se presentó ahí vestida de militar, para luego dejar plantados a todos los nobles solteros que se habían reunido ahí para cortejarla, incluyendo a su ex subordinado, el conde Victor Clement Floriane de Gerodelle.
André había sido testigo de todos esos momentos. Sabía que ella no tenía planes de asumir el rol de una mujer, al menos eso creía hasta ese momento, sin embargo sus palabras habían sido demasiado claras:
"Por ti no solo me pondría un vestido, sino muchos... Por ti no me importaría vestir de mujer..."
Su corazón nunca había sentido tanta certeza; realmente empezaba a creer que ella si lo amaba.
- "Si estoy soñando no quiero despertarme..." pensó, colmado de amor por ella, pero luego su mente - en su afán de protegerse - volvió a cuestionar los sentimientos de su amada. - "Pero... ¿y si aún piensa en Hans?..." - se preguntó de pronto. - "Como saberlo..." - se decía atormentado.
Él sabía que si se ilusionaba nuevamente y luego notaba que ella albergaba algún sentimiento hacia el conde nunca podría recuperarse, porque eso lo destruiría. Quizá esa era la razón por la que había bloqueado de su mente el pensar en la posibilidad de que Oscar lo ame; era más fácil pensar que ella nunca lo amaría, porque así podría seguir cuidándola sin el temor a que vuelva a romperle el corazón.
Pero ante hechos tan concretos su mente racional estaba perdiendo la batalla de su vida. ¿Cómo podría no ilusionarse después de todas sus demostraciones de amor? ¿Cómo podría no ilusionarse luego de escuchar sus palabras?
En el pasado ella le había demostrado en infinidad de ocasiones lo mucho que le importaba, al punto que él siempre pensó que ellos habían nacido para estar juntos, pero sus sueños se derrumbaban cada vez que Fersen reaparecía en sus vidas.
Sin embargo - incluso en los momentos en los que habían estado más unidos - ella nunca le había expresado sus sentimientos con palabras; sus actos eran mucho más impulsivos, instintivos e inconscientes, todo lo contrario a lo que estaba ocurriendo en ese momento, en el que Oscar parecía estar muy consciente de sus sentimientos, de lo que hacía, e incluso de por qué lo hacía.
- "¿Me amas?" - pensaba inmovilizado frente a la puerta de la mansión Jarjayes.
Si, tenía que ser verdad. No podía estar equivocado; Óscar prácticamente se lo había confesado.
André no había querido verlo hasta ese momento pero ella había cambiado desde hacía ya un buen tiempo, quizá no en su esencia, pero sí en su actitud hacia él. Incluso era consciente de que a Óscar ya no parecía importarle Fersen; por el contrario, hacía denodados esfuerzos para demostrarle que - para ella - él estaba primero, como cuando el día del ataque en Saint Antoine Oscar le dijo que su prioridad era sacarlo a él de ahí aún cuando Fersen también corría peligro, o como cuándo - hacía tan solo unos minutos- le confesó que por él no sólo se pondría un vestido sino muchos, dándole a entender que por él sería capaz de hacer muchas más cosas de las que había sido capaz de hacer por Fersen.
Y poco a poco, a medida que iba asumiendo la verdad, su corazón empezó a llenarse de felicidad, una felicidad que se estaba haciendo tan infinita como el amor que sentía por la que había sido su mejor amiga desde la infancia.
Y dejándose llevar por la emoción que le había producido lo que acababa de descubrir, atravesó rápidamente la puerta para correr a buscarla, pero al hacerlo chocó con Mirelle, la cual - al tropezar con él - soltó las copas vacías que iba llevando en una bandeja de plata.
- Mirelle, ¡lo siento! - le dijo André a la doncella, sorprendido de no haberla visto, y se agachó para recoger los trozos de cristal que se habían esparcido sobre la alfombra; era mucho mas sencillo recogerlos con una escoba, pero su felicidad lo tenía tan fuera de sí que no sabía ni lo que hacía.
- ¡No hagas eso André! ¡Te cortarás! - le dijo Mirelle preocupada, viendo como - efectivamente - una de sus manos empezaba a sangrar. - ¡Oh no! - dijo la joven, y él soltó los cristales observando - aún confundido - como su piel empezaba a teñirse de rojo.
Y dejando sobre una pequeña mesa la bandeja que sostenía, Mirelle le dijo:
- No te muevas, te curaré. - y salió corriendo a traer alcohol y algunas vendas, mientras André se ponía de pie y se sentaba sobre uno de los sillones de la habitación sin poder dejar de pensar en la mujer que amaba. Todo lo que quería hacer era correr hacia ella para tomarla entre sus brazos y no soltarla nunca más.
- "Ella me ama…" - se repetía.
Sin embargo, pronto se dio cuenta de que estaba actuando impulsivamente, y casi agradeció que el incidente de las copas lo hubiera detenido.
No quería arruinar las cosas ni romper la magia de lo que acababa de pasar; quería hacer las cosas bien, y sabía que dejarse llevar irresponsablemente por lo que sentía no era el mejor camino.
Pero no podía evitarlo; su corazón se desbordaba de felicidad. Y mientras Mirelle curaba su mano, André, perdido en sus pensamientos, empezó a soñar su vida con ella.
De pronto se imaginó llevándola en brazos vestida de novia y saliendo de la iglesia en medio de la alegría de sus seres queridos, o cabalgando juntos en los campos de lavanda de la villa de Provenza de su abuelo.
Sentado en el sillón de la mansión, André también se imaginó entregándole la Villa que había comprado en Provenza para que ahí formen un nuevo hogar, un hogar donde al fin podrían tener un futuro juntos, un hogar donde él solo viviría para hacerla feliz.
Pero Óscar no era cualquier mujer; ella pertenecía a la nobleza francesa y era la única heredera de su familia, por tanto hacer realidad todo lo que soñaba no sería una tarea sencilla, porque el General Jarjayes jamás aceptaría un matrimonio entre ellos.
André era consciente de que sus clases sociales los separaban, y aunque también sabía que dentro del Tercer Estado la situación de su familia de Provenza era privilegiada y podría haber sido - incluso- tentadora para alguna otra familia de la nobleza, para la familia Jarjayes - que era extremadamente rica y de gran tradición y abolengo - el matrimonio de su heredera con un plebeyo era inaceptable.
- André, ¿en que estabas pensando para tomar los cristales con las manos desnudas? - le reclamó Mirelle, sacándolo de sus pensamientos.
- Perdóname Mirelle... - le dijo, y apoyando el codo en el respaldo de uno de los muebles sostuvo su cabeza con su mano sana.
- Ya está. - le dijo ella, luego de haber terminado de curarlo.
Y luego de un breve silencio, André se dirigió a la doncella.
- Mirelle... ¿Alguna vez has sentido que tienes la felicidad en la palma de tu mano y quieres retenerla pero no sabes cómo? - le preguntó, con la confianza que le tenía por conocerla desde hacía cinco años.
Pero ella, que sin duda ya estaba enamorada de él, se dio cuenta de que lo que él le había dicho tenía que ver con una mujer, y aunque no imaginaba de quien se trataba empezó a llenarse de celos y de rabia, pero trató de contenerla.
Y sin tener idea de lo que pasaba por la mente de la joven, el nieto de Marion volvió a dirigirse a ella.
- Pero qué estoy diciendo... Tú pronto vas a casarte, y nada podrá empañar tu felicidad. - le dijo él con una sonrisa, y bajó la mirada casi envidiando que ella si pueda formar una familia, pero Mirelle sintió una profunda indignación, porque no podía creer que él ni siquiera sospeche lo que había en su corazón.
- Las cosas no son tan simples como parecen... - le respondió mirándolo a los ojos.
Y en ese momento, dejando por unos segundo sus propios problemas de lado, André levantó la vista para mirarla.
- A veces yo también siento que tengo la felicidad frente a mí, y puedo entender lo que es no saber como retenerla. - le confesó Mirelle.
Sin embargo, algo en las palabras de su amiga - o quizás algo en su mirada - hicieron que André - por un instante - sienta que lo que ella decía tenía algo que ver con él, y casi por instinto se puso de pie para evitar una situación que no hubiese sabido como manejar en ese momento.
- Perdón, pero debo retirarme... - le dijo, aún desorbitado por todo lo que había pasado con Oscar.
- Hasta mañana. - le respondió ella, y bajó la mirada con tristeza.
Y él, dándose cuenta de que lo que pensaba sobre Mirelle era absurdo y arrepentido por su falta de empatía, se dirigió nuevamente a la doncella con una sonrisa.
- Mirelle, gracias por curarme. - le dijo amablemente. - Enseguida traeré una escoba para limpiar este desastre.
- No, yo lo haré, no te preocupes. Recuerda que ese es mi trabajo... - le respondió Mirelle, sin poder evitar sentirse desarmada ante sus grandes ojos verdes.
- Gracias. - le dijo él, y caminó hacia la salida, pero antes de irse se dirigió nuevamente a la doncella. - Mirelle, no dejes que nada te arrebate tu felicidad... - le aconsejó. - Hay cosas que son muy difíciles de encontrar, y hay que atesorarlas como lo más sagrado... - le dijo. - Buenas noches.
Y diciendo esto, el nieto de Marion se retiró, dejando a Mirelle paralizada. Él tenía razón cuando decía que habían cosas que eran muy difíciles de encontrar... ¿Acaso debía luchar por él y dejar a un lado lo que tenía seguro al lado de Thomas?… Aún le costaba responderse a sí misma esa pregunta tan transcendental, sobre todo en aquel momento de su vida.
Mientras tanto, en su habitación, Oscar no podía dormir; no se arrepentía de haberle dicho a André lo que le dijo, tenía motivos importantes para hacerlo, sin embargo era consciente de que todo lo que dijo había tomado por sorpresa a su mejor amigo, porque no solamente era el hecho de haberse vestido de plebeya para conseguir un ingrediente para su cena de cumpleaños, sino las razones que le dio para hacerlo y su confesión respecto a lo que estaría dispuesta a hacer por él en el futuro.
- "André... Si tan sólo pudieras sentir cuanto te amo..." - pensó ella, sin imaginar que las últimas palabras que le dijo al hombre que amaba habían sido decisivas para que él descubra lo que ella sentía por él.
Mientras tanto, André ya había llegado al segundo piso donde estaba la habitación de Oscar y también la suya, y sintiéndola tan cerca - y más aún sabiendo que estarían prácticamente solos en la sección de la mansión donde ella se encontraba - volvió a sentirse tentado a ir a buscarla, pero sabía que no debía hacerlo, porque si lo hacía no podría contenerse, y seguramente se dejaría llevar por la pasión que ella había vuelto a despertar en él, esa pasión que tenía reprimida y que - en aquellos momentos - no lo dejaba pensar racionalmente.
- "Debo tranquilizarme..." - se repetía, aunque la deseaba más que nunca y su corazón se desbordaba de amor por ella. - "Ella significa demasiado para mí como para dejarme llevar por el momento..." - pensó, sacando fuerzas de donde no tenía para contenerse, y aún sabiendo que muy probablemente ella también se dejaría arrastrar por el amor que sentía por él si se presentaba en su habitación.
Pero él no quería que las cosas se den de esa manera, y recordando a esa mujer tan bella a la que amaba, pensó:
- "Oscar... cuándo seas mía quiero que sea porque te sientes completamente lista... cuando tú lo desees…"
Y respirando hondo se sostuvo de uno de los muros de la casa, con el rostro de su amada impreso en su mente.
- "Mientras tanto te amaré, te amaré mucho más de lo que te había amado en el pasado, te amaré con todo mi corazón y con mi vida entera... Oscar... tendremos una vida juntos, una vida feliz. Estoy seguro de que tú y yo superaremos todos los obstáculos que nos separan... Yo me encargaré de eso... Te lo prometo..."
Y muy seguro de su promesa se dirigió a su habitación, sintiéndose el hombre más feliz del mundo. No podía creer que al fin haya alcanzado la felicidad que tanto soñó, y estaba dispuesto a todo para luchar por ella.
...
Fin del capítulo
