IZON SHŌ

Capítulo LI

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SISU

"Extraordinaria determinación, coraje y resolución ante la extrema adversidad."

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Alma

"No es posible despertar la conciencia sin dolor. La gente es capaz de hacer cualquier cosa, por más absurda que parezca, para evitar enfrentarse a su propia alma. Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad"

Carl G. Jung

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A Alma le gustaban las cortinas, asumía que a través de ellas se contaban historias. Desde niña, cuando iba por la calle miraba las ventanas de las casas y los apartamentos, observando los colores de éstas y preguntándose, habitualmente, quiénes vivirían en aquellas casas. Sus historias favoritas solían crearse tras las cortinas con algún color algo más atrevido o las que tenían hermosos bordados. Sin embargo, con el tiempo, Alma entendió que las cortinas no sólo embellecían, también ocultaban.

Las primeras cortinas que Alma escogió por sí misma, sin que su madre interviniese u opinara sobre el color, el largo o la cantidad de recogido que debían tener, las instaló en la habitación que tuvo cuando comenzó la universidad. Su madre no quería que ella se fuese a vivir sola, decía que era peligroso y arriesgado, además de relativamente indecoroso para una chica como ella —sí, indecoroso fue la palabra que uso; acompañado de como ella. Probablemente fue entonces que Alma comenzó a preguntarse ¿Qué era ser una chica como ella?

Con el paso de los días comenzó a reflotar recuerdos y comprendió que aquella pequeña frase de dos palabras, que ni siquiera estaba completa, significaba todo un mundo; el que habitaba su madre.

Alma amaba a su madre, la amaba tanto que le dolía el corazón; sobre todo cuando sentía que no llenaba ese enorme pozo profundo de cualidades que su madre esperaba que ella tuviese. Muchas veces lloró en la adolescencia, cuando comprendía que aunque sacase las mejores notas o se comportara de la mejor manera posible, en los sitios a los que acompañaba a su madre; nada era suficiente. Alma sentía que perdía parte de sí en cada una de las cosas que se le exigían. Le costaba pensarse como algo diferente a lo que su madre deseaba o esperaba de ella.

Alma aceptó, un día, que necesitaba distancia para prodigarle a su madre un amor más real y honesto. En ese momento decidió que la universidad era un buen argumento para hacerse algo más independiente y explorar su propia vida. Su madre le dijo que se equivocaba, que nunca estaría mejor que cerca de ella. Alma quiso creer que era su madre quien se equivocaba.

Así fue cómo vivió el primer año de universidad completo en una residencia para mujeres. Todo iba bien, conoció a la que sería su mejor amiga en la etapa adulta. No obstante, para el segundo año creyó que sería conveniente para ella explorar un poco más y la independencia le pareció un buen camino.

Alma alquiló una habitación con baño en la casa de una mujer mayor que los viernes por la tarde le llevaba miso y una ración de gyozas. Se sentía animada, su vida parecía tener un color distinto y en ocasiones miraba los bordados de las cortinas que ella había elegido para decorar el espacio. Alma estaba tras la huella de los pasos que marcarían su vida.

Al poco andar, Alma comprendió que había muchas voluntades en el camino de la vida, su madre había intentado avisarle; le dijo que vivir sola podía ser un problema, también le advirtió que no usara esos pantalones ajustados que a ella le gustaban.

A los que traían una voluntad diferente a la suya se los encontró en un callejón. Querían de ella algo que Alma no estaba dispuesta a entregar y luchó, luchó como nunca en su vida hasta ese momento. No obstante regresó a su habitación, decorada con hermosas cortinas bordadas, rota por dentro. Tardó mucho en entender del todo el daño que había sufrido, porque éste no estaba sólo en la carne y en el abuso; también estaba en lo que ella era como ser humano. Pocas veces uso pantalones nuevamente y nunca volvió a comprar cortinas.

Alma se halló ante una encrucijada. Tuvo que decidir quién quería ser; la víctima o la rebelde.

Cuando intentó contarle a su madre el soez intento de violación del que había sido víctima, sólo encontró palabras de aprensión hacia ella. Nunca supo si era porque simplemente no llegó a comprender lo que había sufrido su hija o porque era demasiado doloroso saberlo; tampoco llegó a preguntarlo. Tardó años en hacerse del todo consciente de la carga que había llevado desde su nacimiento, juzgada por ser quien era; una mujer.

A partir de entonces Alma intentó ser dueña de su destino. No quería que nadie decidiera lo que ella iba a sentir o experimentar en su vida y comenzó a andar un camino solitario, construyendo cada vez más muros en torno a los espacios dulces de su corazón. De ese modo abrió su mundo físico a los demás, follándose a todo aquel que le apetecía. Descubrió que el desparpajo y la falta de compromiso tenían cierto poder sobre los que la deseaban. Llegó a pensar que eso era bueno; sobre todo porque le permitía tener el control y mientras más control tenía, más segura se sentía. Luego comprendería que el control era una falsa protección. De ese modo pasó años en los que sus parejas fueron casuales, al igual que los lugares en los que vivía, cuyas ventanas seguían igual de desnudas.

Cuando ya le era imposible contar todos los encuentros casuales que había tenido, consideró que quizás estaba en mitad de un problema; incluso entonces no quiso ver el bloqueo real. Se auto diagnosticó como adicta al sexo, esa fue la evaluación que hizo sobre su conducta y lo que trasladó a cada uno de los terapeutas que visitó. Los dos primeros la cuestionaron, intentando encontrar otra raíz en su comportamiento, sin embargo qué podían hacer ante la voluntad que ella como paciente esgrimía. Su aprendizaje a la hora de controlarlo todo le había dado un carácter imponente. Aun así pidió el internamiento dos veces. No resultó tan dramático como había esperado y en ambas oportunidades creyó que estaba mejor. Al tercer terapeuta no tuvo que convencerlo con palabras, usó un mejor argumento; el sexo.

¿Qué había pasado con Alma?

Era una pregunta cada vez más difícil de responder, porque Alma había dejado su interior y vivía hacia afuera, distrayendo de forma permanente a su pensamiento para que éste no la guiara a las respuestas que dolían.

Alma no quería sentir dolor.

Una noche salió de copas y se fue a un hotel con un chico algo más joven que ella. Cuando estaban en medio de las caricias previas, ambos a medio desnudar, él soltó una frase que le contó a Alma que era virgen. En ese instante sintió algo extraño.

La primera vez debía ser con alguien que te ame —fue el primer pensamiento que cruzó su mente y recordó que era algo que ella esperaba de la vida años atrás. Ahora ya no era posible.

Estuvo a punto de dejar al muchacho alborotado y excitado, con una erección nada despreciable; sin embargo decidió que del mismo modo que ella se había entregado a un desconocido la primera vez y éste había sido amable, Alma lo sería ahora.

Aquella experiencia marcó algo en ella, hurgó en una sensación triste y desagradable que le mostró un corazón empobrecido por la falta de amor; necesitaba curarse. Se había repetido durante tanto tiempo que era una adicta al sexo que cuando quiso buscar ayuda nuevamente, sólo podía ver eso en ella.

Con el tiempo entendería que el dolor en ocasiones puede ser tan intenso que nubla la visión. Alma llegó a quitar gravedad a aquel suceso pasado de su vida, no quería que definiera cada una de las decisiones que tomaba. No obstante, un mismo hecho no toca igual a las personas. Éstas son como paisajes y el sol nunca da por igual a todo lo que en ese paisaje existe.

En esa especie de nuevo intento de dejar la toxicidad de su vida y después del incidente con el último terapeuta, Alma decidió asistir a una cuarta. En esta oportunidad escogió a una mujer y ésta le insistió en que debía mirar más profundamente, a la raíz real del problema de la adicción, si es que ésta existía como tal. Fue entonces que le dio una tarjeta para acudir a un grupo experimental de autosanación. Alma comprendió que le estaba dando una llave diferente para abrir una puerta que le era esquiva.

No esperaba encontrarlo a él ahí.

Lo conoció el primer día de terapia en grupo y era cálido e intenso como el dorado de sus ojos. En un principio se sintió atraída del modo habitual, era un hombre atractivo y ella no estaba ciega. Sin embargo fue la fuerza de su mirada, profunda y clara a la vez, la que consiguió su atención. Intentó aplacar el ansia que comenzó a sentir con unas cuántas citas casuales, aunque sin éxito. Alma no era consciente aún de cómo comenzaba a retorcerse en su interior.

Su interés por él se convirtió en una suerte de obsesión que no le permitía llevar la vida del modo habitual. A pesar de los encuentros casuales con desconocidos, y un conocido con ventajas, no conseguía quitarse del pensamiento al hombre de ojos dorados que la intrigaba por su forma natural de aceptar lo complejo de la vida que llevaba.

Su primer encuentro físico sucedió el mismo día en que el terapeuta que llevaba el grupo habló sobre el amor propio. Durante meses no pensó en aquello, sin embargo un día tendría sentido. El momento fue aceptado por Alma como un paso para poder seguir con su vida, pensando en que después del sexo solo quedaría el recuerdo del deseo. No obstante tuvo que salir del apartamento de él como si la persiguieran, porque todo dentro se le había comenzado a descolocar.

Ese fue el inicio de algo que Alma nunca había conocido.

Muchas de las cuestiones que se mencionaron en terapia tuvieron sentido para ella mucho más adelante. Un día, repasando los apuntes que tomó durante esas sesiones, comenzó a comprender cómo su tiempo junto al hombre de ojos dorados la había puesto frente a todos sus miedos. Él ya no sólo parecía cálido, lo era; no sólo parecía honesto, lo era. Alma empezó a ser cada vez más consciente de lo muy escondida que estaba en sí misma y de lo difícil que le resultaba emerger de la profunda oscuridad en que se había recluido. De vez en cuando él conseguía, en base a mucho esfuerzo, sacarla a la superficie y darle libertad. En esos momentos Alma se sentía feliz y reconocía la plenitud, aunque aún no sabía dar un nombre a aquello.

Lo que había comenzado como un polvo casual, terminó siendo su chico de todos los días; lo amaba.

Le costó concebir aquello. Con el tiempo entendió que no quería aceptarlo porque eso la hacía vulnerable, aunque no temía a un daño que él pudiese hacerle, si no al daño que la propia consideración que tenía de sí misma le hacía. Ella no era buena, no era adecuada, no era correcta. Su vida había caído en picada cuando se creyó libre de tomar decisiones diferentes a las que le habían enseñado desde que tenía memoria, cuando había decidido que quería sus propias cortinas.

Además ¿Quién podría amar a un alma rota?

Ese pensamiento comenzó a hacerla infeliz y consiguió esconderlo tras las capas de la vida diaria, esperando a que no apareciese de nuevo. En ese tiempo de vigilia se permitía disfrutarlo a él. Sus ojos dorados eran honestos, le hablaban siempre con la verdad, le mostraban caminos que Alma no sabía que podía vivir y se maravillaba en ellos. Los días pasaban como horas cuando estaban juntos y eso la asustaba tanto como lo deseaba. Alma sentía que florecía en su compañía. Sin embargo, sabía que ese florecimiento era como los filtros de las fotografías vacacionales de sus conocidos; una pantalla. Las capas que la escondían no sólo eran muros, eran marañas con dientes y garras que podían destrozarlo a él en el proceso de contenerlos para permitir que ella se mostrarse.

Un día él le contó una pequeña historia y Alma, en ese espacio que su chico de todos los días le permitía para florecer, pudo entender que el hombre que tenía delante había hecho su propio trabajo de sanación; tal y cómo les había instado el terapeuta. Alma comprendió que la introspección era una putada, porque mientras él más la iba llevando dentro de sí misma, más veía todo el daño que podía hacerle con las versiones inconclusas que tenía en su interior.

Entonces Alma percibió lo que era el amor y la forma en que él la amaba. Los cimientos que había construido para sobrevivir comenzaron a desmoronarse como arena y se vio desnuda y rodeada por todo el dolor que seguía existiendo y que ella simplemente ocultó.

Así que tomó la decisión de recorrer el camino de su sanación sola, con la esperanza de conseguir mantener en la superficie a la que había ocultado bajo las capas y que su amor, de ojos dorados como el sol, aún estuviese dispuesto a amarla cuando ella pudiese mostrarse por sí misma. Podría haberle pedido tiempo, sin embargo no quería atarlo a nada, no quería promesas que tal vez ella no pudiese cumplir.

El proceso de comenzar aquello no fue fácil.

Dejar lo que amaba era como arrancarse las venas con los dientes. El dolor del alejamiento fue más fuerte que nada de lo que hubiese vivido hasta ese momento. Incluso el incidente de años atrás parecía mínimo en comparación y quizás fuese eso lo que le dio la perspectiva que necesitaba.

Las primeras semanas las pasó enferma y en cama, con un catarro que rápidamente se manifestó en una dolencia respiratoria que la tuvo agotada por largo tiempo. Fue por entonces que comprendió que los dolores del corazón también se manifestaban en el cuerpo. Lo que la estaba ayudando a vivir había sido arrancado por ella misma y eso le impedía recibir el aire, como elemento primordial para existir. Se quedó en casa de su madre durante ese proceso, lo que le significó un doble trabajo de sanación y aunque Alma creía que aún no estaba todo hecho, había podido aceptar que la mujer que la ayudó a crecer le daba todo lo que conocía como amor, aunque a sus ojos fuese un amor sesgado; pero ¿Quién daba amor puro en realidad?

Esa era otra pregunta que aún buscaba respuesta.

Un día, decidió narrar este proceso de vida, inspirada por la convocatoria de personas que creían que la escritura era un medio de terapia y Alma lo aceptó con tal velocidad que se sorprendió a sí misma. De pronto, muchas de las cuestiones que no parecían relevantes tenían un color diferente. Mediante la narración de estas palabras, Alma comprendió que su adicción no era al sexo, este sólo era un medio para acallar la falta de amor. Deseaba ser amada y no conocía otro modo de estar cerca de alguien. Su chico de todos los días le había mostrado un sendero que ella nunca había recorrido y riendo junto a él, corriendo bajo la lluvia o durmiendo entre sus brazos luego de amarlo hasta que el corazón se le iba en medio de los suspiros, Alma concluyó que el amor era un compendio de muchos momentos que la ayudaban a surgir a través de la emoción de otro; y eso era lo que quería para él.

No estaba sanada del todo, parte de los muros seguían ahí, no obstante había aprendido a reconocerlos y eso la estaba ayudando a mantener un paso abierto. Tenía claro que podrían existir recaídas, sin embargo la vida también se vivía así; intentando el equilibrio. No quería esmerarse en conseguirlo todo ya, porque la necesidad permanente de buscar finales hacía de la vida algo finito. El chico de ojos dorados la había ayudado a andar el camino preliminar, siendo la honestidad de lo que entregaba parte de su terapia. Ahora entendía lo que el terapeuta le había dicho sobre el amor propio en aquel encuentro grupal; sólo amándose a sí misma, con sus claros y oscuros, podría saber lo que quería y tenía para dar a otro.

Un día Alma escribió esta frase: "De entre todas las cosas que comprendí, la que más me conmovió fue entender que la dignidad es una de las sensaciones que con mayor rapidez nos acerca a la felicidad."

Ahora se sentía afín con aquello que apuntó un día, mientras observaba la vida de otros que paseaban por un parque.

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Relato terminado en primavera.

Kagome Higurashi, autora.

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Continuará.

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N/A

Este relato ha resultado ser casi un resumen sobre el cómo Kagome ve la historia que significa IZON SHŌ. Estoy contenta con el resultado, porque creo que es un prisma diferente y explica mucho de lo que ella es y siente. Espero que lo hayan disfrutado.

Gracias por leer y comentar

Anyara