Capítulo 1: Caída al infierno
Parecía mentira que hubiesen pasado seis años desde que escribía ese diario, haber leído las primeras líneas la transportaron a sus inicios…su infancia ¿Acaso ya no era una niña?
No
Tenía razón, con 18 años no se veía como una niña, ahora era…en fin, no era aquella joven que comenzó Durmstrang con doce años, había crecido. Echo una mirada al espejo como para afirmarlo, y se reflejo una joven pálida, de rostro uniforme, casi cerúleo, con unos rasgos excesivamente marcados, como quien pasa hambre, unas ropas harapientas y un pelo grasiento y alborotado, con alguna que otra rama enganchada en el.
Se veía en el reflejo el inicio de unas manos frágiles, con dedos largos y ágiles, quebradizos, sostenían un montón de pergaminos, unidos por una cuerda, sin una tapa de cuero siquiera. Lo alzó un poco, y pasando la primera página, comenzó a leer en el.
Mi 1º recuerdo son unos brazos largos, blancos y cálidos me sujetan, mis ojos se cierran de placer, pasado un rato, los abro, pero no esta ante mi esa cara familiar, los brazos que me sostienen no son aquellos que me hacían sentir tan segura, estoy en brazos de alguien parecido, alguien que posee parte de ese calor, pero su cara es diferente, y su pelo...¿rubio? La cara enmarcada en ese pelo "amarillo" sonríe, yo, por supuesto, lloré como nunca ¿se puede saber donde demonios estaba?
-Tu hija esta llorando otra vez, creo que va a ser aun más insoportable que tu
-Déjamela, tú no tienes mano para los niños
-¿Ah no? Pues mi hijo no llora nunca
-Tu hijo es mudo
Eso era mi 1º recuerdo, a partir de ahí, no se cuantos años tenia en ese momento, no recuerdo nada, es como si hubiese recibido un golpe en la cabeza, luego, cuando tenía tres años volví a recordar, y los recuerdos de esta época (antes de llegar al colegio) vuelven a mi, y estos lo hacen con tanta frecuencia que en ocasiones me parece que aun vivo en esa época, en ella viví los momentos de incertidumbre y angustia mayores en toda mi corta vida, fue una época desagradable, dejad que os cuente.
Desde que recuerdo, siempre he vivido con una familia de Sangre Limpia de gran raigambre, los Malfoy. Ellos tenían un hijo, Draco Malfoy, bueno, ellos tenían a su hijo y a mi, si, no me confundo, yo vivía con ellos, no era su hija, Draco se encargó enseguida de dármelo a conocer, a los 5 años me dijo que era huérfana
Aún recuerdo sus palabras. Estaba sentado en el sillón de su padre, en la cripta que esta bajo el salón, era tan pequeño, que parecía estar sentado en un trono, y lo sabía.
Lenore– ya sabia que iba a decirme algo, aun con cinco años esas cosas se notan, y en su cara había restos de satisfacción contenida, pues bien, adelante, disfruta de tu momento y cuéntamelo – ¿Sabes una cosa? Padre le dijo a madre que no eres de esta familia y que encima eres adoptada.
Yo lo encaje bien, no podía ser de esa familia, demasiadas diferencias, incluso físicas, todos ellos eran rubios, mientras que mi pelo era negro, brillante, y oscuro, aun así, a partir de ese momento, fue como si me dieran carta libre para hacer lo que quisiera, mi comportamiento cambió radicalmente, si no eran de mi familia, no estaba dispuesta a soportar sus caprichos.
Ligado a esto, otros muchos problemas aderezaban mi corta existencia, el primero de todos ellos, era su hijo, un niño mimado y consentido, típico rubio sin ningún sentido práctico, sin interés alguno por nada que no fuera tener satisfechos sus caprichos, no hacia otra cosa que estar a órdenes de sus padres, como el perro que espera una caricia por un amo que le ignora. Asqueroso.
El resto de la familia no es que me adorara como a una diosa, más bien Lucius me ignoraba, como si fuera un obstáculo más que esquivar cada día para no tropezar. Pero siempre le reprochaba a su hijo mi seriedad y madurez, haciendo que las orejitas del rubio de oro se pusieran del color de los tomates maduros. A decir verdad, nunca hubo un interés mutuo entre nosotros, al menos en un principio, es más, lo único destacable de nuestra relación, fue una mutua aversión que empeoró con los años. Por último luego estaba Narcisa, vista de espaldas, se podría pensar en una de esas mujeres dulces, que todos los niños quieren como madre, afectuosa y preocupada, pero como ya dije, es tan solo una primera impresión, y tan solo si la ves de espaldas. Su rostro, al igual que el de todos los Black, expresaba el odio y el desprecio propios de su raza. Con un gesto de menosprecio al mundo, y su mirada de superioridad, Narcisa Malfoy tenía más de un enemigo, y también más de un admirador. Aún recuerdo un joven…le mando un poema, cuando uno de los elfos le dijo de que se trataba, al entregarle un espléndido ramo de violetas, ella pareció tan complacida que dude de su amor hacia Lucius. Le envió una lechuza agradeciéndole encarecidamente su interés por su estado de salud, y le invitó a una cena como compensación. Por supuesto, el joven aceptó encantado, era sangre limpia, y tenía una cita con una de las famosas hermanas Black.
Yo pensé que Lucius no sabría nada, pero juntos, se pasaron horas y horas en la cripta que hay bajo el salón hablando acerca de algo que ni Draco ni yo pudimos adivinar. La noche siguiente, Narcisa salió vestida como para una gala, con una sonrisa satisfecha en el rostro, le dio a Lucius un suave beso, y luego, revolvió el pelo de Draco con cariño, y a mi…bueno, yo al fin y al cabo, era adoptada, como muy bien sabía…lo mío se quedo en una mirada, que pretendía expresar todo el afecto que sentía ¿era orgullo eso que vi? Si, creo que si. Bien, se fue.
Aquella fue una de las pocas noches que Lucius nos "hizo caso", claro, hay que tener en cuenta su concepto de hacer caso a alguien, nos permitió cenar con el en el salón para invitados, en vez de en la cocina. Más tarde, tuvimos permiso para verle trabajar. Ya ves, el ordenando papeles en su despacho intocable, y nosotros de pie, en una esquina…no se molestó ni tan siquiera en ofrecernos asiento, y no puedo decir que fuera muy de mi agrado, mirar toda esa cantidad de artículos oscuros sin permiso para observarlos siquiera, una tortura. Todo se aprende, hasta a tener un limitado respeto hacia quien te da de comer. Cuando traté de coger uno de sus preciosos objetos, me pegó tal tortazo, que caí al suelo, resbalé por la tarima, y mi cabeza fue a dar contra una estantería, justo la esquina, se me clavó en la cabeza, y un candelabro de plata, cayó sobre mi, derramando la cera líquida por mi rostro y mi cuello.
Lucius se levantó, calmado, hizo desaparecer la cera y devolver el candelabro a su sitio con expertos movimientos de varita, luego, con una mirada me hizo ponerme en pie, para volver a mi sitio junto a su hijo, y temblar de dolor toda la noche. Una lágrima solitaria resbaló por mi rostro, y la limpié con un manotazo de rabia. Dos horas más tarde, las carcajadas de Narcisa nos sacaron a todos de nuestra ensoñación, su cara pálida y soñadora, se quedó aun más blanca cuando nos vio, a Draco y a mí, en una esquina de la sala. Su marido trabajando con toda tranquilidad, sus ojos pasaron de la cara inexpresiva de Lucius, a la cara de sueño de Draco, y a mi rostro y torso quemados. Su expresión se deformo y el susto se expandió por su cara. Se acercó a mí lentamente, y levantándome en brazos, me subió a mi cuarto, y me curo las quemaduras, yo me adormecí, pero recuerdo su voz melodiosa acostando a mi primo, y luego voces en la planta de abajo, alteradas, discutiendo. Luego un portazo finalizó la discusión, dejando entre oír unos sollozos ahogados en la planta de abajo.
La joven se acarició el pecho, como recordando el ardor de la cera sobre su piel, y luego subió la mano hasta pasarla por su cara, despejándola de los mechones que la enmarcaban. Suspirando, dio la vuelta al pergamino, y prosiguió con su lectura.
Mi décimo cumpleaños ha sido una pesadilla
El rostro había adquirido un tono macilento, pero tras el recuerdo, continuo con su lectura
Mi décimo cumpleaños ha sido una pesadilla. No por el hecho de no celebrarlo, no lo he echo nunca, sino por la desagradable noticia que me han dado. El padre de Narcisa, Maximus Black, aquel viejo al que yo tanto quería, había muerto. Nadie quiere decirme nada. Nadie habla sobre el tema. Tan solo la cara cenicienta de Lucius, y las lágrimas silenciosas de su mujer. Ambos se vistieron y salieron en silencio, abandonándonos a nuestra suerte, en una casa que parecía deshabitada. Sin impulso humano que le diera vida…un hogar muerto.
No era la primera vez que lo sentía así, pero aquella vez fue más fuerte, el abandono más grande, y la congoja mas terrible, me sentí caer en un océano de desesperación, y cada ola me engullía a un laberinto sin retorno. La llamada de la locura.
Traté de recordar todo lo que sabía de el, vino a mi mente la imagen de un baúl enorme, que me había dado hacía mucho tiempo, con la promesa de que no lo abriría mientras el viviera. Bien, era el momento.
Subí a mi cuarto, y rebusque por todo el armario hasta dejar la tabla al descubierto, la aparté de un manotazo, dejando al descubierto un espacio falso donde habíamos ocultado el viejo y yo el enorme baúl.
Lo abrí con reverencia, nada mas hacerlo, cerré la puerta violentamente, colocando la cama contra ella para que nadie la abriera.
Era un baúl antiguo, de ébano, labrado por entero, un candado con una serpiente enroscada impedía su apertura, al frente, el escudo de los Black. Sabía que era ese escudo, porque el me lo había enseñado, y luego me había dado un colgante con el mismo escudo.
Traté de abrir el candado, tirando de la serpiente, pero se enrosco aún con mas fuerza, mirándome burlonamente desde sus ojos esmeraldinos.
La observé detenidamente y vi que su boca tenía una forma extraña, parecida a... ¡Parecida a la de mi colgante! Lo arranqué de un tirón de la cadena y lo introduje en la boca de la serpiente, que se retiró con rapidez, enroscándose en mi muñeca a una velocidad de vértigo.
La tapa se abrió con un quejido herrumbroso que me hizo pensar que se había roto algo, pero tan solo eran las bisagras. En el interior todo estaba perfectamente conservado, era un compartimento estanco, donde no entraba el aire, dividido en varias partes, en una de ellas, había multitud de "cheques" para cambiar en Gringotts por cantidades indecentes de dinero, en el resto, había algunas pociones, ingredientes y una pila de libros sobre artes oscuras, cuyos títulos no entendí, debían estar escritos en algún idioma rúnico.
No le encontré utilidad por el momento a nada de lo que hallé en el baúl, por lo tanto lo cerré y guardé en su sitio, con una desazón mayor aún que la que embargaba su corazón antes de abrirlo… ¿Para que quería Maximus que ella tuviera el baúl?
Sonrió al recordar como se había sentido, ahora le parecía algo lejano…pero aún un vívido recuero de su infancia. Sabía que le había condicionado su carácter, sus ansias de soledad, y su deseo de morir… un alma caída, como decía Nim, y ella no podía evitar sonreír ante esa descripción de su personalidad. Si ella hubiera tenido que decirlo, habría definido su corta existencia como un camino lleno de incertidumbres e inseguridad. El hecho de saber que tenía padres, y que nadie le dijera quienes eran, el ser tratada como una extraña entre aquella gente que se veía obligada a mantenerla por unos motivos que desconocía, la hacían vivir cada día como si fuera el último, calculando todos sus movimientos, ganando la destreza de un cazador.
De esta manera se había enterado de multitud de cosas, como aquel día… pasó rápidamente las páginas del diario hasta llegar a una parte escrita con rapidez, tanta que apenas se entendía la letra, acarició la hoja con suavidad, mientras reanudaba su relato.
¡Hoy me han dicho quienes son mis padres! No estoy especialmente orgullosa, pues nunca había oído hablar de ellos, pero siempre es una novedad que me digan algo de mi pasado. Supongo que fue motivado por mi reciente entrada a Durmstrang….ya era hora, llevo un año esperando entrar, un año aguantando las constantes cartas de Draco diciéndome lo maravilloso y divertido que es hacer magia. Cuando la gente no se molesta apenas en saludarte, no compartes tus problemas con ellas, yo estuve durante un año sola, y eso con once años, puede convertirse en un hecho traumático. Al llegar el verano, aguanté durante horas las aburridísimas charlas de Draco hasta mediados de agosto, cuando llegó la carta de Durmstrang. Draco me dijo que su padre me esperaba en mi cuarto, y yo subí rápidamente puesto que a Lucius no le agrada esperar.
Me encontré la habitación patas arriba, con toda la ropa en el suelo, las tablas del armario levantadas, y todos los muebles corridos de su sitio, me quedé plantada en la puerta, asustada ante tanta violencia, y vi a Lucius con una cara desencajada, un destello de locura en su mirada, y unas manos que buscaban frenéticas la manera de abrir el baúl. Yo me apoyé en el quicio de la puerta, y vi la carta del instituto abierta en el suelo.
