Raíces Negras

Resumen: La obsesión por mantener las tradiciones es lo que lleva a un joven a unirse a un viejo bando que se le cree extinto. Pero decide no ir solo y, de paso, recuperar algo que le estaba prometido. Spoilers 6º libro. Dr/P/Bl.

·v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v·

Capítulo 1: Una carta

Hace años que vagaba oculto en la oscuridad de la noche, atrapado en sus propios demonios víctima de sus frustraciones. Buscaba entre sus recuerdos algo en que aferrarse para no dejarse morir a manos de su propia mente, una razón que lo obligara a reunir las fuerzas. Y era tan sencillo que durante todos esos años nunca supo ver más allá hasta que la divisó en una de sus rondas.

La única forma de devolverle al mundo aquel poder, aquella salvación... Todo residía en ella, en esa mujer con quien el paso del tiempo había sido benévolo. La había seguido, la había atrapado. Una sangre sucia, una mugrosa que sólo se dedicó a proteger a su amiguito hasta el final, una mujer que no sabía que en sí misma estaba la clave para continuarlo todo.

Durante meses la tuvo cautiva, oculta como todo lo que tenía que ver con él. Manipulada bajo hechizos que la volvían una esclava del destino. La utilizó hasta que su objetivo se vio cumplido... Ella traería de vuelta al Lord, pero esta vez no sería vencido. Ya no habría más "niño de oro", no más Dumbledore salvador, no más padres que lo protegieran mediante tiernos hechizos. Pero solo no podría con todo, necesitaba ayuda.

Entonces la recordó, aquella que debió unírsele. Esa mujer que no despertaba nada en él, era un trato, un acuerdo. Ella que había sido criada para amarlo, convencida con el correr de los años que era la perfecta para él, aquella que fue su amiga y su amante. Ella, que ahora no le pertenecía, que había roto su promesa... Lo había preferido, a ese idiota con cara de niño bueno, a ese cobarde que huyó en cuanto el Lord cayó.

Porque todo lo que hizo el Lord era para su beneficio... aunque en algún minuto con lo comprendió.

–Mi señor...

A la estancia irrumpió ella, la inmunda. No, no debía llamarla así... Prefería llamarla su tesoro.

–Es tarde, el sueño lo vencerá...

Malfoy sonrió y dobló la carta que recientemente había terminado. Llamó a la mujer a su lado con un sutil gesto de mano. Ella se quedó quieta a su lado, con la mirada perdida aunque llena del reflejo plata de los ojos de su amo. Draco perfiló el rostro de la mujer con los dedos, enredándolos en sus rizos castaños. Acercó su nariz y olió su piel, sus cabellos. Probó el sabor de su tez pasando la punta de la lengua casi como si degustara su platillo favorito, dibujó el borde de sus labios para luego profundizar el contacto en un abrasador beso que ella respondió sin mayor queja.

–Te extrañaré, Hermione –le susurró a contralabios.

Ella abrió los ojos para cuando sintió una clavada en medio de su pecho. Aguantó la respiración y un haz verde inundó la sala. Ella cayó resbalando por el cuerpo de Draco hasta tocar el suelo alfombrado. Sin siquiera mirarla, pasó sobre ella y salió rumbo a la lechucería.

·v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v···v·

"Dueña del encanto de la noche, embriagante es el placer que bebe a cada respiro, que la hace conocedora de cuanto misterio pudo escapar a oídos profanos. Aquellos que ignoran el sonido que de entre sus labios escapa para susurrarles, llamándolos a su lado. Amantes olvidados en el remanso del recuerdo, desdibujados entre telarañas, de rostros incorruptibles a la edad o al olvido..."

–¿Qué haces? –escuchó una voz a su lado.

"Más parecido a un trémulo suspiro que a una real llamada, tal vez producto de aquellas caricias que había depositado antes sobre su piel, cual tatuajes que revivirían eternamente su tacto. Estaba viciado de ella, sumido en su sombra, cálido en su regazo, en el espacio tibio entre sus muslos. Su voz le parecía lejana mientras el calor de su cuerpo lo envolvía..."

Un carraspeo lo obligó a alzar la vista para encontrarse con un par de pupilas brillantes que lo observaban fijo, una sonrisa se dibujaba en sus labios perfectamente delineados. Si había algo que realmente lo encantara de ella era su boca. Como también, la forma en que sus mejillas se volvían rellenas al sonreírle de esa manera, también gustaba ver como sus ojos desaparecían tras sus pestañas claras al cerrar y abrir los párpados en un encantador baile lento y seductor.

–Pensé que dormías –respondió el joven de cabellos castaños mirando a la chica que ahora estaba hincada a su lado.

La muchacha posó su vista ahora en el regazo de su acompañante nocturno y llevó una de sus manos a los pergaminos que él tan preciadamente atesoraba. Pudo notar el nerviosismo del joven al divisar como ella repasaba de reojo el contenido de su escritura, que había sido abandonada de aquella forma abrupta frente a su interrupción.

–¿Puedo leer? –preguntó apretándose contra él y clavando su vista en los pergaminos.

Él quitó los papeles de su regazo y los dejó rápidamente dentro de la gaveta de la mesita de noche. Casi precipitado, como si la ligera mirada de la joven mujer fuera a encenderlos en una hoguera interminable, llevándose no sólo las cenizas sino que su ser más interno. Estando lejos de ella estaban a salvo, él mismo y sus pensamientos más privados, podía respirar nuevamente tranquilo.

–Como que me dio sueño –aclaró él tendiéndose en la cama y arropándose hasta las orejas. –Mañana si quieres... –agregó para dejarla tranquila.

–Y yo como que me empiezo a sentir celosa de esa pluma tuya y tus benditos pergaminos, Blaise –bufó dándole la espalda y se dejó caer pesadamente en el colchón.

"Podía ser sedienta del placer, fiera ambición de comandar en el cuerpo del otro, de someterlo a sus designios. Errática como el destino que cruel jugaba con sus sentimientos, emocionable le gustaba llamarla. Sensible y arrogante, trasparente e impenetrable como un diamante; preciosa, pero alcanzable."

–¡Por amor de Dios! –exclamó ella incorporándose nuevamente para ver como él volvía sacar los pergaminos de la gaveta y movía la pluma al compás sordo de la sombra que a la distancia lo dibujaba lejano.

–¿Sucede algo, Pansy? –preguntó el joven mirándola intrigado, sacando por fin la vista de los papeles.

–¡Para qué te voy a decir nada si luego vas a volver a ponerte de autista! –contestó ella frunciendo el ceño, signo que él captó iluminada por la tenue vela que titilaba producto de las voces que comenzaban a inundar la habitación. –Desgraciadamente tengo que luchar contra una amante que ni siquiera tiene rostro ni cuerpo de mujer... –él la iba a interrumpir, pero ella alzó un dedo en el aire haciéndolo callar. –Tú sigue, sigue en tu afán de encerrarte... –suspiró finalmente –Pero no termines muy tarde que mañana tengo que trabajar. –le recordó en tono más dulce. –Y tú también.

Terminó su monólogo para besarlo suavemente en la mejilla y susurrando un "buenas noches" se volteó para tratar de conciliar el sueño. Escuchó el sonido crocante de los pergaminos al ser dejados de lado, el ligero movimiento de su acompañante al acomodarlos en la mesita de noche, así como al apoyarse sobre la cama y cubrirse con las ropas.

"Su silencio era lo que más lo perturbaba. Era como una tortura no escucharla, no sentir que su voz inundara el espacio como un canto ligero o como una batalla a punto de culminar... como sentirla clamar su nombre en medio de la pasión, entre suspiros, sumergida en el mar de sensaciones que en su cuerpo sólo él era capaz de provocar. Dueño de sus palabras, de sus gemidos, de cada recoveco que encendía en ella las mayores perversiones. Ella podía ser la ama de la noche, pero él era su mentor."

Ella se volteó para quedar frente a él y soltó un suspiro hondo.

–Si vas a continuar con ello aún dormido... –le dijo con voz suave al tiempo que llevaba una de sus manos a la cabellera ligeramente rizada de su compañero. –¿Por qué no tomas de nuevo los pergaminos? ¿Si?

Él sonrió oculto en la oscuridad de la noche.

–No... –dijo de buena gana –No hace falta... mañana lo continúo.

Pansy lo miró afinando la vista en medio de la penumbra. Podía imaginar la expresión algo ida que en este minuto él tendría.

–¿Y de qué iba? –preguntó con voz baja.

–¿Qué cosa? –respondió él.

–Lo que escribías...

–Sobre nada realmente...

–Entonces era sobre todo –concluyó ella suspicaz y él se tragó una risa ligera de asentimiento.

Ella tomó el silencio como respuesta y sonrió a su vez, también oculta por la sombra de la noche. Podía ser que no lo comprendiera del todo, que él le era luego de tantos años un completo desconocido, sin embargo era parte de su encanto natural. Nunca nadie sabría en realidad quien era el que se escondía tras su postura distante y despreocupada, ni menos qué ocurría dentro de su mente en esos momentos en que sólo se lo veía fijar su vista en un trozo de papel. Ella misma nunca sabría quien era esa misteriosa dama sobre la que escribía creyendo su secreto oculto de su mujer.

El reloj del pasillo anunció la llegada de la medianoche, volviendo la silenciosa noche en una alabanza al bronce de sus campanadas. Un ruido escuálido comparado con el imponente sonido del reloj chirreó en la ventana. Blaise se puso de pie rápidamente siendo seguido por la mirada penetrante de Pansy en su recorrido por la habitación. Secretamente ella esperaba en cualquier instante que "la Dama" apareciera, que se materializara en aquella musa que noche tras noche le robaba a su marido. Un día ella llegaría y se lo llevaría, y la dejaría sin más atención que ahora cuando la lechuza se precipitó dentro de la habitación para dar de lleno contra el armario del fondo haciendo un ruido seco y aterrador.

Pansy se llevó una mano al rostro y soltó un chillido, una mezcla de asco y temor. Blaise se quedó estático junto a la ventana, mientras afuera seguía nevando y la tormenta tomaba más fuerza, insonorisada la habitación ambos ocupantes no notaron el cambio brusco del clima.

–¡Saca a ese animalejo inmundo! –exclamó ella indicando al ave que convulsionaba en el suelo.

–Tú y tus cosas, Pansy –suspiró el hombre caminando hacia la lechuza casi compadeciéndose del animal. –La dejaré en el ático con las otras lechuzas y se acabó el problema... Además su dueño podría extrañarla.

La mujer caviló un segundo mientras tenía su vista fija en la lechuza que seguía dando brincos y agitando sus alas provocando un sonido que le erizaba la piel. Blaise se agachó junto al animal y cercó sus manos a la pata donde iba atada una carta donde sólo figuraba su nombre y el de su mujer. Sus dedos rozaron la piel cubierta de plumas cuando el ave comenzó a moverse con más fuerza y chirrear tal vez demasiado amenazante. El hombre se hizo hacia atrás por instinto.

–¡Te dije que la tiraras! –chilló Pansy desde la cama visiblemente asustada.

Blaise hizo el segundo intento. La lechuza clavó sus ojos en los del hombre, brillaban como un par de rubíes, sus graznidos eran insoportables, el aletear estaba enloqueciendo a Pansy, seguía moviéndose como si convulsionara.

–Adava Kedabra...

Todo se detuvo y Blaise volvió a dejar su varita aquel mueble que Pansy utilizaba diariamente para su ritual de belleza. El cuerpo lánguido de la lechuza descansaba a un lado del armario, algunas de sus plumas habían volado lejos, levitando en el aire, cayendo al suelo en un lento y macabro baile. El hombre tomó la carta bajo la mirada aún atormentada de la mujer en la cama.

La vista del castaño se heló en el segundo que comenzó a recorrer la fina escritura que adornaba el pergamino. La reconocería en cualquier lugar, una caligrafía así sólo podía corresponder a aquel compañero olvidado por los matices del tiempo. Oculto del presente, creyéndolo perdido finalmente entre las sombras de su propia mente, ahora los buscaba. Levantó la mirada hacia el rostro intrigado de su mujer.

–Es Malfoy...

Pansy sintió un retorcijón en la boca del estómago. ¿Draco? Casi podía leer la incredulidad de Blaise, la sorpresa, el peso de un pasado al que habían preferido escapar y ocultar. El mismo peso se ciñó ahora en su pecho cuando el hombre volvía a la cama y le estiraba la misiva sentándose en el borde de la cama con gesto consternado.

–Lo creía muerto... –dijo ella al leer la carta –O, por lo menos, lo bastante lejos...

Blaise mantuvo silencio unos minutos antes de ponerse nuevamente de pie y buscar dentro del armario algo de ropa.

–¿No estarás pensando en presentarte, verdad? –preguntó ella nuevamente con voz burlesca. –No, Blaise, no puedes ser tan ingenuo y acudir a su pedido... Puede ser verdad –bajó la vista al pergamino una fracción de segundo –Puede que esté en peligro, que te necesite... que nos necesite –corrigió –Pero hace mucho que no lo vemos... No sabemos cómo está... Además... ¡Nos ha costado tanto esta normalidad! No lo arruines... Él no nos interesa...

Blaise se calzó la túnica y miró a Pansy una última vez, dispuesto a abandonar la habitación.

–Si voy a reunirme con él, mantener nuestra normalidad es lo único que quiero mantener... –dijo con voz seca –Si no regreso al amanecer, búscame.

Ella se puso de pie y se interpuso entre la puerta y él.

–Prométeme que es sólo para dejarle claro que no cuenta con nosotros...

–Soy Slytherin, cariño, no me pidas promesas –le respondió.

La mujer se hizo a un lado con la mirada perdida en el fondo de la habitación dejando el paso libre para que Blaise acudiera finalmente al llamado de Draco Malfoy.