Generaciones Doradas

Capítulo 3

Monte Olimpo, Jardines centrales, 10 de Enero, 15:00

Según caía el antiguo templo del dios Hades, una brillante estela violácea volaba por el bello lugar. En una pequeña plaza, se erigía una gran columna con algo más de una decena de rostros humanos. Un gran cosmos marrón brilló al fondo y llegó a sus cercanías uno plateado; sin embargo, ninguno se fijó en la figura negra que apareció cerca de la columna. Tras colocarse algo, reveló ser una persona en traje con la piel ligeramente blanquecina; portaba una gran espada con efigies griegas a lo largo de su hoja, que enarboló contra la columna.

Un corte de brillante energía salió de ella, y partió a la mitad la columna que cayó a plomo contra el suelo; un haz de luz se elevó desde su interior y los rostros fueron desapareciendo, volaron todos ellos hacia su cuerpo y entraron a la capa sin mayor problemas. La estela violeta ingresó a su cuerpo también y desapareció en las sombras nuevamente, apareciendo en la de un gran almendro en un entorno algo especial; era de noche pero se veía a la perfección por las brillantes estrellas, en las cercanías se veía una villa de piedra grisácea y madera de estilo romano; según apareció de su capa salieron trece energías doradas y que tomaron forma ante su figura.

-Tengo mucho que explicaros, espero… que me escuchéis, Caballeros…

Madrid, 10 de Enero, 15:00

Mónica se había dedicado a hacer la maleta, tras llegar a su apartamento, acompañada en todo momento por Daya. Antares, por su parte, escoltó a Fran hacia el suyo, no demasiado lejos del de su hermana pero a la distancia suficiente para tener que separarse. Se reencontrarían en el apartamento hora y media antes del vuelo, que lo tenían a las 18:00. Irían en taxi, aunque algo más caro no sabían cuándo volverían y usar el aparcamiento del aeropuerto no sólo se saldría de cualquier presupuesto; también obligaría a dejarlo a la intemperie si estaba lleno el techado, cosa probable en cualquier momento del año.

-Vale, llevo ropa larga y corta… la interior… calcetines… ¡el cepillo de dientes!

Era una casita no demasiado grande, a una hora del centro en metro y en zona residencial. El suelo estaba formado por baldosas blancas amplias, con las paredes del mismo color y decoradas con algún que otro cuadro. En el salón tenía un sofá rojo, una mesita con el televisor y un par de consolas para ella y su hermano; y algún que otro libro en las estanterías. La cocina no era especialmente amplia, Daya entró rápidamente en ella para buscar algo de beber en la nevera mientras la otra se dirigía a su cuarto. Dejó encima de su cama un par de maletas y fue metiendo la ropa que se le ocurrió.

Había puesto algo de música en el móvil para animarse, y aunque no tardó demasiado en guardar sus cosas, en un momento dado el nerviosismo comenzó a recorrerla. ¿Qué le decía al casero del piso? ¿Y a su madre? ¿Qué excusas pondría en el trabajo? Se tuvo que sentar para recuperar el aliento, la otra apareció algo alarmada al notar que su energía temblara en la forma que lo hizo.

-Señorita, ¿está bien? -esta ni se inmutó- ¿Atenea?

-M-me recuperaré, sólo…

Daya asintió, despacio, y volvió por donde había venido. Tras volver a la cocina, tomó una cerveza de la nevera y se la entregó a la mujer.

-Beba, le sentará bien -le sonrió un poco-. Los problemas a veces parecen abrumadores, pero con algo de perspectiva se pasan mejor.

-No hace falta que me llames de usted, hasta diría que soy mayor que tú… -murmuró Mónica, abriendo la lata- ¿Qué edad tenéis? No aparentáis más de veintipocos.

Daya asintió, y tras recuperar su propia lata, se sentó a su vera y chocaron las mismas con suavidad. Tras un corto sobro, la mujer se lo pensó unos instantes.

-La mayoría andamos entre los veinte y veinticinco, sí -le sonrió a la otra-. Arturo, el Caballero de Capricornio, tiene cuarenta… y Raki es una larga historia.

-¿Por?

-Ella nació en el Siglo XX y fue alumna de Kiki, el actual Patriarca -explicó la otra-. Pero hablamos del principio del siglo, de hecho conoció a los Caballeros legendarios que dieron nombre a varios de nosotros.

-Pero eso implicaría… -Mónica hizo cuentas mentales- ¡Que tiene cien años o más, y aparenta nuestra edad más o menos!

Daya asintió y se rio con fuerza.

-Se junta que es de una raza especial con que fue bendecida para vivir más de lo habitual, como el propio Patriarca, por la misma Atenea.

-Te refieres a mi yo diosa, entiendo.

-Así es.

-Joder… -murmuró Mónica, acariciándose los ojos- ¿Por qué fueron bendecidos?

-Kiki por ser el Patriarca, el anterior no quiso ese favor y la diosa tampoco deseó hacerlo -comenzó Daya-. Raki, en su caso, es la única capaz de reparar una armadura y tendrá que enseñar esos misterios a su aprendiz… si es que algún día tiene.

-¿No le gustan los críos?

-Eso… te lo tendrá que responder ella, señorita,

Mónica asintió, y bebió algo más de su cerveza. Suspirando, la dejó en la cercana mesita de noche y sacó el móvil en el que comenzó a escribir. La amazona se quedó a la espera, observando con curiosidad la estancia y tamborileando en el suelo con los pies. Había salido del Santuario sólo para algunas misiones, y aunque había estado en varios sitios ya, prefería lugares así: sencillos pero cálidos, acogedores y agradables.

-¿Todos… son como vosotras?

-¿En qué sentido?

-Pues… -Mónica se lo pensó algo- No sé, ¿son amables? ¿Me aceptarán?

-Por supuesto que la aceptarán, y si alguien se atreve a cuestionarla, toda la Orden Dorada se lanzará al cuello de aquel que blasfeme de esa forma -le respondió, con convicción-. Sobre lo de ser amable… hay de todo, como en cualquier sitio… Entre nosotras, Arturo es un estirado, por ejemplo.

-¿Estirado?

-Le encanta el protocolo en actos oficiales y seguir las órdenes a rajatabla -sonrió algo-. Alma y Diana son geniales… cuando están de buen humor, que es casi siempre, pero si se pelean entre ellas, arde Troya -Daya pensó algo antes de seguir-. Bueno, y Andrómeda es la tía más guapa del Santuario, pero creemos que está enamorada de Romeo, y él de ella, pero no acaban de decírselo.

-Les entiendo… -la otra asintió, mientras se estiraba- Para ser guerreros súper poderosos, sois muy… humanos.

-Somos humanos, señorita, igual que usted -le sonrió cálidamente-. Es normal que dude, nosotros la apoyaremos en lo que quiera que haya que hacer.

-¿Aunque me equivoque, y… nos pueda llevar a la muerte?

-Sobre todo para eso.

Daya se contuvo de abrazarla por detrás para reconfortarla, Mónica se limitó entonces a levantarse y se estiró un poco, momento en que se decidió a cerrar las maletas con ayuda de la otra, que las tomó fácilmente pese a parecer bastante pesadas.

-¿Crees que a Raki le pueda molestar sí… le pido que me ayude a hacer mudanza de cosas?

-A ella le encantará, es la más servicial de todos -la otra sonrió por ello-. Si después le da una caja de bombones, ya la tiene totalmente ganada.

Mónica se rio suavemente por ese comentario.

-¿Es golosa?

-La que más, es buena con el horno, suele hacer bizcochos con el Caballero de Tauro, Heracles… -puso cara divertida- Creo que también andan liándose.

-¡Eres una chismosa! -se rio Mónica, habían llegado al salón- Me tienes que ir contando este tipo de cosas…

Daya se rio con fuerza y asintió, sonriendo. Observó a su señora revisar por última vez las cosas de la casa; las luces, los diferentes electrodomésticos, y el calentador, dejando todo apagado y desenchufado. Lo último que comenzó a revisar fue la propia nevera, cosa que sorprendió a la amazona, y más al verla guardar diferentes productos como yogures, tuppers de plástico con diferentes comidas, latas de cerveza y bebidas carbonatadas, y en general, productos alimentarios. Guardó casi todo en una tercera bolsa, preparada para llevar cosas así y que servía de bolsa fría y conservar así los alimentos.

-Sí que es previsora… -murmuró, con sorpresa- Bueno, claro, es que nos vamos, sí…

-Y encima tengo que avisar al casero que me voy en pleno año, me meterá una buena multa por esto…

-No he entendido nada, pero supongo que eso es malo.

-No realmente, le pagaré lo que sea y ya está, es mi culpa al final… -murmuró, aquello estaba cada vez más hasta arriba- Lo malo es que no tendré un sitio al que venir salvo la casa de mamá, ¿sabes?

-Si hay que venir, siempre podemos usar los fondos del Santuario para un hostal o algo así, fue lo que hicimos nosotras.

Tras cerrar la bolsa, la colocó al lado de la puerta de salida, mientras Daya se cercioraba de que todo estaba en orden.

-Debe manejar mucho dinero, ¿no?

-Nunca he visto el presupuesto, tanto número me marea -reconoció-. Soy más de luchar, ¿sabes, Atenea?

A la aludida le seguía siendo raro que la llamaran así, sin embargo asintió.

-Bueno… -suspiró un poco, colocándose el abrigo- Vámonos, mi hermano y Antares esperan, ¿podrás con…?

Daya ya había agarrado todo como si tal cosa, cuando quiso ayudarla no se dejó y se limitó a cargar con las maletas de la mujer. Salieron del apartamento y fueron hacia una cercana parada de taxi, donde esperarían a los otros dos ya con un coche para ellos lo bastante grande para los cuatro; por suerte había los bastantes para poder elegir, y tras llegar al último de ellos, comenzaron a colocar todo.

-Mete todo en el maletero, aunque hay que dejar hueco para lo de Fran, ¿vale?

-¡Por supuesto, mi señora!

-Puedes… llamarme Mónica, o algo así, ¿sabes? -murmuró- Se me hace raro que me trates de otra forma.

La mujer se limitó a asentir. Mientras colocaban todo de forma que hubiera el máximo hueco posible, a no demasiados metros de allí, Fran también hacía sus maletas con no tantas facilidades como su hermana. Su piso era similar al de ella, pero Antares se había limitado a ver la tele mientras el otro recorría el inmueble haciendo inventario de todo. Parecía nervioso, notó la mujer, que se había agenciado un par de latas para pasar el rato mientras veía la tele.

-Tienes un piso muy bonito, ¿te traes a muchas chicas aquí, Fran? -le preguntó divertida- Desde luego lo tienes bien montado…

El otro suspiró algo, con un par de camisas en las manos. Había colocado las maletas encima de la mesa alta, la mujer estaba a la izquierda y de cara a la pared de enfrente, con la tele justo delante, tuvo la tentación de poner los pies sobre la mesita que le servía al otro para apoyar la bandeja con la comida pero se contuvo. De hecho aún tenía un par de latas de comidas previas.

-No traigo demasiadas chicas, no… -murmuró- Tú eres la primera que viene en varios meses, no he tenido ni tiempo ni ganas.

Ella le miró, curiosa, iba haciendo todas las comprobaciones mientras pasaba varias veces. Eso le era gracioso.

-Curioso… -murmuró- ¡Qué dirán tus vecinos de verte con una atractiva mujer como yo!

Se rio de su propia broma mientras el chico se limitaba a seguir con los suyo. Tras colocar todo lo que pudo en las maletas, guardar lo que hubiera en la nevera y congelador; y una vez lo dejó todo listo, suspiró pesadamente.

-No estés nervioso, Fran -le dijo, acercándose a él-. Si eres de verdad el Caballero dorado de Ofiuco, los demás te enseñaremos… aunque será duro.

Esa parte era la que le daba más miedo, en realidad. Lo estaba haciendo por su hermana, para no dejarla sola, pero en realidad lo último que deseaba era tener que entrenar de esa forma. No parecía gente débil o que pudiera ser derrotada con facilidad, precisamente.

-¿Y si no lo soy? -preguntó, serio- ¿Me tendría que ir, verdad?

Antares se limitó a encogerse de hombros, la verdad era que lo desconocía. Sin embargo, le respondió tras pensarlo un poco una vez que tiró lo que había en la mesa a la basura. El chico la miraba con interés en todo momento.

-Será el Patriarca el que decida en ese caso, imagino.

Fran chasqueó la lengua algo molesto, siempre tanto secretismo… Ese tipo debía ser realmente importante e imponente, para que todos le adorasen de esa manera. Bueno, de hecho tenía entendido que era el superior jerárquico de todos ellos, si funcionaban de forma parecida a un ejército era normal por otro lado. Esperaba que, cuando le conocieran, respondiera a las muchas preguntas que tenían.

Antares simplemente le acompañó durante el último paseo, preguntándose cual sería su destino. También había notado un cosmos inmenso proveniente de él, si no era Ofiuco se trataría de un terrible enemigo sin duda alguna. Tenía más que claro que ese poder no podía estar en sus filas sin ser un dorado; de no ser un Caballero, sería el subordinado de otro dios, y aunque no se lo dijeron a Atenea antes, lo más seguro es que acabaran siendo enemigos. Suspiró suavemente mientras iban al ascensor, la mujer se había colocado con la espalda en la pared y le miraba disimuladamente.

-Siento si a veces soy demasiado… - ella se lo pensó- No solemos tratar con personas de fuera de nuestro entorno, creo que te molesté antes.

-No es eso, tranquila -bajaron en la planta baja-. Es sólo que… en fin, es todo muy raro.

-Si quieres que te sea sincera… -Antares le sonrió divertida- Estoy bastante segura que el destino quiere que vengas con nosotras, guapito.

Fran no llegó a responder. Si esa gente hablaba en esos términos sus razones debían tener. Hasta hace unas pocas horas jamás hubiera creído en esas cosas, ahora… si le decían que en realidad el mundo era plano, se lo creería. Además, a más tiempo pasaba sin que se mostraran agresivas – y podían serlo – más se convencía que ellas no estaban mintiendo. Si Mónica se fiaba, él tendría que hacerlo aunque fuera sólo por ella. Deseaba no tener que arrepentirse… En pocos minutos se encontraron con las otras dos, y tras entrar al taxi, las dos amazonas se sentaron en la parte trasera. Los hermanos charlaban entre ellos en los sitios delanteros, el taxista se desenvolvía por las calles con cierta facilidad aunque tiraba de claxon cuando otro coche se le cruzaba; Antares en un momento dado quiso usar su ataque, la aguja escarlata, contra las ruedas de uno de ellos.

-Pero, ¿por qué no puedo?

-Porque eso podría provocar un accidente -le explicó Mónica, divertida-. Ese tío será gilipollas, pero no merece estrellarse o algo…

En esos momentos iban por una circunvalación que les llevaba al aeropuerto de la ciudad, y por tanto, iban relativamente rápido. La aludida hizo un mohín de desilusión, aunque entendía las razones de su señora aquel tipo le había faltado al respeto… Ya en otra ocasión. Entre risas de unos y otros eventualmente llegaron al enorme edificio, y una vez que pagaron el servicio, nuevamente lo sacaron todo y fueron las dos amazonas quienes cargaron con absolutamente todo. Lo peor es que no parecía serles un esfuerzo…

-¿Sois tan fuertes por ese cosmos vuestro?

A la pregunta de Fran, Daya asintió.

-¡Así es! -respondió, orgullosa- Cuando vosotros lo aprendáis a manejar del todo, podréis hacer esto y mucho más.

-Tendréis que aprender griego, para poder hablar con nosotros sin usar cosmos -comentó Antares-. Aunque eso os pueda estar sirviendo de entrenamiento, es sólo la primera parte de muchas cosas.

Eso lo tenían más que claro, contaban con tener cierto tiempo. Asumían que, cuando llegaran a ese sitio, alguien les enseñaría… esperaban que fuera alguien agradable. Otra cosa que tenían claro, más ella que él, es que estarían juntos en todo momento, dijera ese famoso Patriarca lo que dijera. Era de las pocas cosa en las que estaba totalmente segura, eso en cierta medida la calmaba. Algo en ella le decía que todo sería muy complicado a partir de ahora; tendría que hacer frente a muchas cosas desconocidas, su naturaleza la ignoraba pero ahora era más consciente que nunca de eso. Antes seguía teniendo esos pensamientos pero los achacaba al nerviosismo de su trabajo, ahora estaba plenamente convencida que esa sensación venía de este destino que tenía.

-Vamos a pasar por seguridad cuanto antes, ya cuando estemos en el interior podremos acercarnos a otros sitios -comentó Mónica, mientras observaba la grandes pantallas-. Por cierto, ya os doy esto…

Rebuscó en su bolso y sacó cuatro billetes, que entregó a los demás para que se lo fueran repartiendo. Por suerte sólo tuvo que pagar el de su hermano, para los demás tenía ya uno pre comprado y sólo había que indicar en qué vuelo se quería ir. Era una buena forma de viajar, entendía la razón por la que se hizo así y casi que lo agradecía. Mientras dejaba lista la casa Raki apareció para dar las instrucciones, y de paso le pidió la información de sus vuelos para recogerles a la llegada a Atenas.

No tardaron demasiado en llegar hasta la línea de espera, donde se limitaron a hacer la cola tranquilamente, observando el ir y venir de la gente y escuchando las charlas que pudieran tener en su caminar. Mónica tenía en su cabeza canción tras canción, tatareando muy suavemente los ritmos de algunas de ellas; Fran, a su lado, le sonrió un poco mientas las dos amazonas, detrás de ellos, les miraban con cierto interés. Sentían emoción y cierto nerviosismo con todo eso, su diosa estaba ahí delante pero no parecía una. Era una mujer como lo eran ellas, y aunque se lo podían esperar, no dejaba de ser… curioso.

Y aunque su cosmos era muy brillante, no parecía el de un dios. Similar sucedía con su hermano, tenían esa misma sensación, y no comprendían la razón. Suponían que era una mera cuestión de falta de cultivar esa habilidad… o eso deseaban. No tuvieron demasiados problemas en cruzar los arcos de seguridad, los de seguridad apenas miraron en sus maletas y no hubo problemas cuando estos pitaron por culpa de los cinturones, e igual al revisar los pasaportes. Durante esos minutos de espera, Mónica estuvo revisando en su móvil diferentes correos que estuvo mandando para avisar a todo el mundo de su marcha y que no se preocuparan por su repentina desaparición; un viaje así con su hermano sorprendería a más de uno, pero no sería del todo mentira a decir verdad.

-Ahora sólo queda esperar -iban andando por la zona interna del enorme edificio-. ¿Por dónde vamos a la puerta de embarque?

Se habían acercado a una de las grandes pantallas que había por todos lados, en las que se indicaba la hora de salida o llegada de cada vuelo, su número, y a dónde llegaban o de dónde salían. No les fue difícil encontrar el suyo, así que… ¿ahora qué?

-A ver, es la D 56, eso está por… -Fran movió la cabeza a ambos lados para orientarse- Por allí, ¡venga!

Se encaminaron las tres detrás de él, en realidad era bastante fácil, sólo había que seguir las indicaciones que había literalmente por todas partes. La vieron desde lejos tras cruzar varias tiendas que hacían de corredor y separación entre esa zona y la de entrada; cerca de una tienda de libros de todo tipo para los viajeros.

-¿Os importa adelantaros? -preguntó Mónica, mientras su vista se pegaba a algunos de ellos- Ahora me uno a vosotros.

Daya asintió, mientras los otros dos iban a los asientos cercanos ella se quedaría en los alrededores para poder cuidar de su diosa. La mujer se dio cuenta de ello pero no dijo nada; comprendía esa actitud de ellos, era lo normal por otro lado. Pero sus ojos habían dio directos a un libro que, dadas sus circunstancias presentes, le vendría bien leer durante la ida: Mitos y leyendas griegas, se llamaba, y si ella era una diosa andante tenía que saber a qué se enfrentaba. Sabía algunas cosas, pero tenía muchas lagunas.

-¿Me permite, por favor?

Al lado de donde los ejemplares estaba, un hombre joven revisaba un libro pero de otro estilo. Este se giró, y sus pardos ojos le sonrieron algo. El tipo, de pelo rubio recortado, se apartó suavemente tras aquello, gesto que ella agradeció.

-Disculpe, estoy siempre en medio, como el Jueves.

-No es problema, de ver…

Ella se dio cuenta de que le había hablado a su cosmos, igual que hacía con las amazonas. ¿Ese hombre…? Le observó con interés, parecía más interesado en el libro que había escogido más que en ese otro detalle. Se le cayó al suelo, pero antes de que ella reaccionara, él se agachó y se lo entregó.

-Tiene buen gusto, ese libro es realmente interesante -se despidió con un gesto-. Me temo que mi vuelo saldrá dentro de poco, espero que el suyo sea placentero.

Ella asintió, algo confusa por lo que había pasado. Por curiosidad lo abrió para ver las ilustraciones, y se topó con una sección dedicada precisamente a ella; bueno, a Atenea. Sobre una imagen a color de la diosa se encontró con un papelito escrito de forma manuscrita que ella retiró con interés, y se dirigió a pagar. Identificó aquellas palabras como algo en griego pero no lo podía entender, al menos ahora.

Tras pagar – demasiado, en su modesta opinión – se dirigió junto a los demás para descansar un poco y echar el rato hasta el vuelo, donde se leería aquello, incluido en el viaje hacia aquel famoso Santuario, y que presumía que estaría lejos. Se guardó el mensaje en el bolsillo para leerlo en privado, y se sentó al lado de Antares, que sonrió al ver el título del libro.

-¿Te lo leerás durante el viaje?

-Es la idea, sí… -comentó la aludida- No quería tampoco haceros hablar todo el rato, para no molestaros o algo.

-¡Nunca nos molestaría! -exclamó Daya, sonriendo- ¿Qué necesita saber?

-Pues diría que… Perdón, Antares, diría que lo necesitamos todo.

La aludida se limitó a restarle importancia con un gesto, y le comenzó a explicar sobre el reinado de, primero, Urano y Gaia; después le habló de Cronos, y ya sólo con eso a Fran se le liaban demasiado los nombres, por suerte para él ellas les prometieron hacer un croquis o algo; ayudó que en el libro que su hermano compró había un diagrama con la familia divina.

-Pues eso, Urano es hijo de Gaia; sus tíos son Tartaro, Krono y Nix -Antares pasaba uno de sus finos dedos por la imagen-. De Urano y Gaia nacen los tres cíclopes, los tres hecatónquiros, y los doce titanes; y es de estos últimos de donde nacen los Olímpicos.

-¿Y para que necesitaban esos cincuenta brazos y cabezas?

-Para luchar en las grandes guerras que luego habría -Daya sonrió a Fran entonces-. Primero cuando los Olímpicos mayores quisieron tomar el poder, y luego cuando tuvieron que defenderlo en el ataque de los gigantes.

-Estos fueron creados por Gaia como los perfectos enemigos de los dioses, y sólo uno con la ayuda de un mortal podía matarlos -añadió Antares ante el desconcierto de los otros dos-. Gaia pensaba, no sin razón, que serían demasiado orgullosos para dejarse ayudar, y que sus nuevas criaturas eran lo bastante poderosas para eso y más.

Ya estaban montando al avión en esos momentos, una vez entregaron billetes y documento de identificación; subieron al aparato y se dirigieron a sus asientos, estaban colocados dos delante y dos detrás, así que los hermanos se pusieron juntos y las amazonas justo detrás, sólo llevaban con ellos las mochilas pues las maletas las dieron a la entrada para llevarlas a la bodega del aparato. El avión estuvo lleno en veinte minutos, y mientras despegaban ella aprovechó para comenzar su lectura; su hermano enredaba con el móvil, pero sentía que charlaba contra las otras dos por la vía habitual, y el resto del pasaje estaba a sus asuntos de una u otra forma.

Sin embargo, según leía, cada vez se le hacía más claro que su familia divina era, en términos sencillos, una panda de imbéciles, engreídos, crueles e hipócritas. Pocos se salvaban, ya se sabía algunas historias pero las nuevas que descubría les ponía en una peor situación cada vez. Atenea por supuesto no era mejor que los demás; tampoco consideraba que fuera la peor, pero sí había hecho cosas terribles… ¿Se supone que ella era esa diosa? Jamás se vería capaz de algo así, no era tan cruel. ¿O se volvería así cuando tuviera todo su poder?

En un momento dado los párpados le comenzaron a pesar y, cuando los quiso abrir de nuevo, estaba sentada en un banco de mármol. Todo a su alrededor era cielo, las nubes discurrían por debajo de sus pies, y a su lado una única figura. Era un tipo de pelo negro y ojos de un intenso azul; alto y bien vestido con un traje del mismo color que su pelo, su palidez resaltaba en su persona. Se sentó cerca de ella, y la observó.

-Seré breve, o nos pillarán -comenzó-. Cuando llegues al Santuario tendrás que aprender a usar tus poderes, pero antes te deberás quitar tu tatuaje de la espalda, tu hermano deberá hacer lo mismo, aunque dolerá -ella iba a hablar, pero él la detuvo con un gesto -. Yo te visitaré en cuanto tenga todo listo, junto a un presente de buena voluntad -suspiró un poco-. Por cierto, os llegará una misiva con una petición a mi nombre, sabrás entonces mi identidad, así todo será más seguro, pero servirá para que tu Patriarca se fie de mi… Espero que puedas perdonarme.

-¿Mónica, estás bien?

Ella abrió los ojos, atontada, y miró a su derecha. Fran la tenía agarrada del hombro, el ruido de fondo era señal de que comenzaban a frenar ya en tierra.

-S-sí, sólo me quedé traspuesta…

-Te dormiste a media hora de llegar y murmurabas cosas, ¿soñaste algo?

-Puede, no sé… -bostezó un poco entonces- ¿Cuándo nos toca bajar?

-Dentro de unos minutos, cuando bajen los que tenemos delante de nosotros -le respondió, sonriendo-. Esperaremos por Antares y Daya, al parecer ya sacaron las maletas y sólo tenemos que salir y pasar por aduana.

Ella se estiró un poco, y giró el rostro. Esas dos estaban recostadas en el asiento, con cara de aburrimiento y la mirada perdida, pero ya habían llegado al menos. Ahogando un bostezo, Daya saludó a su diosa mientras Antares se rascaba los ojos con cierta parsimonia, aunque habían hablado casi todo el vuelo con Fran estaba algo cansada y estaba deseando estirar las piernas. Sin embargo, ella suspiró pesadamente y se recolocó, el momento más importante de su vida llegaba…

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Atenas, 10 de Enero, 21:15

Desde el Santuario se tardaba muy poco en llegar hasta el centro de la capital; menos incluso a Eleftherios, así se llamaba el aeropuerto al que llegaría la diosa. Con una hora de antelación, Kiki y Arturo salieron usando un todoterreno de la institución, conducía Capricornio mientras el Patriarca se retorcía en el sitio con el estomago anudado como si fuera una cuerda. Iban con ropa de calle, unos pantalones de vestir, zapatos, camisa blanca y una chaqueta de botones para ambos; sin embargo, la corbata del pontífice le ahogaba metafóricamente y no dejaba de colocársela.

-Será mejor que te calmes, Kiki, o la asustarás -le comentó Arturo-. Ella tiene que notar seguridad viniendo de su Patriarca.

-Es más fácil decirlo que hacerlo… -gruñó- Por suerte no nos queda demasiado…

Una vez que recorrieron las sinuosas carreteras de las cercanías del Santuario, llegaron a la autovía que les llevó hasta las inmediaciones de Paiania, un bello pueblecito que era el primer acceso al mundo moderno para ellos, aunque no llegaron a entrar; fueron directos por la carretera nacional y, varios kilómetros después, hicieron un corto trayecto por autovía hasta el aeropuerto. Atenas quedaba a una hora aproximadamente yendo al norte; Cabo Sunion, al sur, distaba a cincuenta; sin duda estaban muy céntricos. Tras dejar el coche ambos entraron al edificio juntos y se plantaron en todo el medio de la gran sala, no demasiado concurrida pero ya con varios grupos esperando a la llegada del avión.

-¿Listo, Patriarca?

-No, pero es lo que hay…

El otro se rio un poco, y se quedó Kiki en las cercanías de la puerta de salida, expectante, mientras Arturo se encaminaba a la salida de las maletas, entrando con un pase del Santuario para poder recoger los equipajes del grupo, identificados con los datos que él ya tenía. Tenía apuntado también los del chico que venía con la diosa, cortesía de Raki, y que se pasó por allí para ayudar antes de volver a preparar todo para la llegada de la diosa.

Él estaba tranquilo, pero no su superior, y que tuvo que usar todo su temple para no teletransportarse hasta los cercanos cosmos de sus amazonas y llevarse directamente a Atenea al Santuario sin mediar más palabras. Parecía tranquilo por fuera, pero por dentro el nudo que tenía no dejaba de apretarse más y más, el peso sobre sus hombros crecía a cada paso que daban; y toda la preparación de décadas fue disolviéndose como un azucarillo en el café. Hasta que vio a Antares a través de la puerta, junto a Daya… y, entre ellas, Atenea.

-Qué cosmos… -murmuró- Está retenido, pero… Sí, es la diosa Palas Atenea… Como ella dijo…

Espiró hondo, cerró los ojos y se concentró. Su cosmos se encendió suavemente y, cuando los abrió nuevamente, una suave sonrisa apareció en su rostro al ver a sus dos niñas acercarse. Mónica contempló a aquel hombre con interés, igual que Fran.

-Buenas noches, soy Kiki, Patriarca del Santuario, y su máximo representante y servidor…

Hizo una suave inclinación, con la derecha sobre el corazón; tras recuperar la postura, les indicó avanzar hacia la salida.

-No sabía que hablara nuestro idioma -comentó Mónica, sonriendo-. Estuve hablando con ellas casi todo el rato usando el… cosmos, sí.

-Me alegra mucho escuchar eso, mi señora -Kiki sonrió complacido-. Arturo de Capricornio ya se está encargando de vuestro equipaje, así que iremos directos al coche.

-Por favor, no me hables de señora… -pidió, mientras torcía el gesto- Se me hace raro.

-Es el trato que la diosa debe tener, Atenea -le indicó el otro-. Pero… puedo entenderlo…

Ella asintió.

-Me comentaron que mi hermano podría ser un Caballero de mi Orden -comentó ella, Kiki asintió-. Lo sea o no, estará a mi lado en todo momento, ¿vale?

-No se me ocurriría nadie más leal a us… ti -las dos amazonas se lo estaban pasando genial-. ¿Te trataron bien las chicas?

-La verdad, fue todo muy… sorprendente -intervino sido raro desde esta mañana, la verdad, con todo el respeto…

-Entiendo que este cambio es enorme -Kiki se giró, su rostro era serio-. Sin embargo, habéis hecho muy bien en venir, os lo agradezco.

Fueron hablando de temas más vulgares hasta que llegaron al todoterreno, donde ya esperaba Arturo, y que se hincó de rodillas ante la diosa según la vio llegar, soltando un largo juramento con el que ella no se quedó demasiado; sus compañeras recibieron una buena reprimenda de su parte cuando se enteró que no le habían hecho el juramento, incluso, hasta que Kiki intervino.

-Te recuerdo que el protocolo es hacerlo cuando estén los trece… catorce si Fran resulta ser un dorado más, es el hermano de la diosa.

Arturo asintió, y le tendió la mano al chico, que se la apretó con ciertas ganas. Les abrió las puertas a los hermanos, que se sentaron en los puestos intermedios; las amazonas detrás, y los dos líderes del Santuario en la parte delantera.

-¡Aquello del fondo es el sistema montañoso donde está el Santuario! -Arturo hacía muy bien de guía, eso desde luego- ¡Y a la espalda tenemos Neapoli, y detrás está Artemida, en la costa! Os encantará, os lo aseguro.

Según recorrían la carretera, él iba indicando lo que había en los alrededores, soltando nombres y localizaciones que sólo el Patriarca recordaba porque, básicamente, se dedicó a ir de sitio en sitio con él durante los anteriores años de paz, en diferentes misiones para tener todo preparado. Se le notaba verdaderamente entusiasmado con la llegada de la diosa, que se había colocado en el filo del asiento para poder hablar mejor con él. Kiki estaba bastante satisfecho por lo que veía, había visto el libro en manos de ella como señal de su interés en el asunto, procuraría facilitar todo lo posible la estancia de ellos, se avecinaba larga si los presagios eran reales… por desgracia o por suerte lo eran siempre.

Fue un viaje ameno pese a las horas y el frío, incluso el sinuoso trayecto a través de las curvas que llevaban hasta el recinto de la diosa se les hizo corto con las anécdotas de Arturo, que tenía un manejo del coche impecable. Fran se unió eventualmente a la conversación, mientras los otros tres permanecían en constante alerta; no se sentirían seguros hasta llegar a casa, allí podrían proteger a la diosa como correspondía. En un momento dado vieron las luces de Rodorio, cosa que sorprendió a Mónica.

-No sabía que aquí hubiera un pueblo…

-Sí, sirve como segundo hogar para muchos de nosotros -explicó Arturo-. En tiempos antiguos era un importante puesto comercial, el punto de unión entre la zona al norte y al sur de la zona montañosa donde estamos, ahora…

La aludida podía entender aquello, debían sentirse muy unidos a aquel pueblito. En algunas cosas parecía detenido en el tiempo, como con los caballos que se veían ir y venir, gente con herramientas de labranza en las manos, mientras otros volvían a sus casas después de tomar algo en los bares del municipio; y luego, coches modernos como el que ellos usaban y que recorrían la carretera que partía en dos Rodorio. A ella le recordaba a su pueblo natal en la España profunda, y una sonrisa nostálgica apareció en su rostro.

-A partir de aquí recorreremos el sendero que lleva al Santuario, señorita -habló Kiki, ella le prestó atención de inmediato-. ¿Estás lista?

-No, pero… Es mi destino, ¿no?

El Patriarca asintió despacio. Ese era un concepto complicado, solía ser caprichoso y daba problemas de interpretación en la mayoría de ocasiones; en el caso de ella y su hermano, las estrellas eran poco menos que apocalípticas… se lo tendría que avisar, pero ya mañana, en la recepción del medio día. Estaba infinitamente más tranquilo ahora que sabía que esa noche ya la pasaría allí, cuando se despertara al día siguiente haría la visita oficial. Una sonrisa de satisfacción apareció en su casa y se estiró algo.

-Por cierto, Patriarca… - este se giró al escuchar a la mujer- Durante el vuelo tuve un sueño… no sé si real o no, comentó sobre una carta que recibiría.

Kiki asintió, pensativo, y la miró con interés.

-¿Sabrías decirme cómo era esa persona?

-No demasiado, era un hombre alto, estaba bien vestido… tenía el pelo negro, pero no recuerdo los ojos demasiado.

El Patriarca parecía pensativo, si sabía algo no lo llegó a decir. Arturo, en ese momento, señaló al frente con una sonrisa de diversión.

-Hemos llegado…

Sin embargo, al frente no había más que las oscuras montañas. Estaban en medio de la nada, avanzando despacio… hasta que cruzaron un punto, momento en que donde antes había oscuridad, ahora había un bello monte bien iluminado con fuegos y piras; había un camino recorriendo la falda del monte, con múltiples templos a lo largo del mismo; también había una especie de Coliseo a un lado, y al otro, lo que parecía una escuela típica. Había guardias bien armados aquí y allá, desde donde estaban se podían ver a grupos de estudiantes moverse por las cercanías de la escuela; otros, que vestían armaduras de todo tipo, parecían volver de un duro día de entrenamiento pues estaban sudorosos y llenos de polvo.

Avanzaron por la carretera de piedra – no era asfalto, pero el firme parecía bueno pues ni se notaba – hasta las cercanías de donde comenzaba el camino de ascenso, donde aparcaron en una zona preparada para ello. Había camiones, coches y furgonetas colocados todos en fila, se podía aparcar y salir sin tener que mover ningún otro, los más grandes tenían un símbolo que ella no identificó pero que entendía que era el del Santuario, pues era una suerte de pico montañoso.

-Lo tenéis bien montado…

Se notaba el cansancio en la voz de ella, que ahogó un bostezo. Similar le pasaba a su hermano, así que Kiki les sonrió un poco.

-Gracias, Atenea-le tendió el brazo-. Las escaleras son largas, será mejor que subamos usando nuestros trucos, con permiso -miró a Antares, que asintió-. Tú lleva a su hermano, por favor.

Ellos asintieron; y de un rápido movimiento, Kiki tomó en brazos a su diosa, y se movió a gran velocidad por el Santuario rodeado de su dorada energía; en el caso de Antares era graciosa verla tener así a un chico tan grande, pero hizo lo mismo que su superior. En apenas unos instantes alcanzaron el Templo Principal, donde bajaron a ambos, que trastabillaron algo al tocar el suelo.

-Antares, vuelve a tu Templo, yo me encargo.

A la orden de su Patriarca, ella obedeció y desapareció en un destello. Kiki entonces ayudó a los otros dos a incorporarse y recuperarse del ligero mareo.

-Qué… velocidad…

-Siento esto, Atenea, pero era eso o subir más de mil escaleras, y bueno… -ella asintió- Creo que estáis muy cansados, ¿verdad?

-Pues sí, gracias…

Estaban a la puertas del imponente edificio, el portón de madera y oro se abrió según ellos se acercaron. El interior estaba finamente decorado para la llegada de ella, y el grupo de servicio se había congregado a la entrada para recibir a su nueva señora. Una veintena de hombres y mujeres bien vestidos se inclinaron cuando los tres pasaron, ya enterados de todas las noticias, incluido el amplio grupo de seguridad; apostados por todas partes, parecían policías modernos, notaron ellos, ese lugar era una verdadera fortaleza.

-Bienvenidos sean, señores, al Santuario de Palas Atenea -Kiki había puesto una voz solemnes-. Son libres de moverse por su interior e ir a todas partes, mañana tras el desayuno se hará un recorrido por todo el recinto, y a medio día se hará su presentación oficial… ¿querréis bañaros antes de cenar y descansar?

Se veía a leguas que querían darse una ducha, comer algo y dormir. Por suerte los cuartos estaban preparados, así que sólo tuvieron que cruzar la entrada y la sala del trono papal; detrás de las grandes cortinas rojas estaba la zona privada, donde se ubicaban los despachos, la cocina – comedor y varias habitaciones, todas con un baño incorporado. Había uno para el propio pontífice, otro para el obispo, por supuesto uno para la diosa; y varios de invitados, uno le fue asignado provisionalmente a Fran.

Había cuadros de los diferentes habitantes de aquel lugar a lo largo de las épocas, de los grandes eventos que se vivieron, y algunas fotos de la anterior generación. ¿Cuántos años llevarían allí viviendo esa gente? Por lo menos desde la antigüedad, y de eso habían pasado más de tres mil años para ese momento. Suspiró, seguro que allí no tenían algo como internet, así que no sabía cómo se pondría en contacto con el exterior. Sin embargo, sí que parecían usar diferentes tipos de tecnología. No se le pasaron de alto los radiadores que había a lo largo de los pasillos, las armas de plasma de los guardias, y sus visores.

-Los desayunos son a las 09:00 normalmente, en la cocina de la parte privada de este edificio, allí podréis comer lo que gustéis -iban andando tranquilamente-. Las comidas son entre las 14 y las 15, y las cenas a las 21, pero podemos adaptarnos a vuestros ritmos.

-Esas son horas perfectas, Patriarca -comentó Fran, cansado-. Pero creo que hemos llegado tarde para la de hoy…

El aludido se limitó a negar, estaban en la tercera planta, donde estaban todos los cuartos. Abrió una de las puertas, y les invitó a entrar.

-Este, Fran, será tu cuarto -le indicó-. Espero que sea de tu agrado…

Al contrario que el resto del edificio, el suelo era de parqué bien pulido y de un hermoso tono barnizado. Las ventanas estaban cubiertas por cortinas blancas y birretes dorados, la cama era de metro cincuenta y sus sabanas, blancas, estaban perfectamente planchadas con una manta azul sobre ellas para cubrirse. Tenía un escritorio de madera labrada y un par de sillas, y una cercana puerta daba a un baño privado que contaba con plato de ducha, un lavamanos y váter.

-Parece un cuarto de hotel… -murmuró, sonriendo- Aunque el tuyo seguramente sea mejor, Moni.

Ella se rio. Las cosas de su hermano estaban en la cama, y sobre la mesa descansaba una bandeja con varios platos humeantes de comida, además de un carrito con cubiertos y varios vasos y una jarra de agua. Tras dejarle sólo para que pudiera descansar y asearse, Kiki llevó a la chica hasta el cuarto del fondo; el despacho del Patriarca quedaba a su derecha, pero no lo llegó a abrir.

-Guau…

Efectivamente, era bastante más grande que el de Fran. Con una distribución similar, su cama tenía dosel y un enorme armario de pared se erguía en la parte izquierda, estando el baño a la derecha. En esa dirección estaba la cama con un par de mesitas de noche y lámparas, a la izquierda una buena mesa servía de escritorio para trabajar, con unos ordenadores y orientados de espaldas a la salida del Sol. Unas led iluminaban a la perfección la estancia, y un segundo carrito con comida inundaba de un agradable olor la sala. El estómago de ella rugió, así que se limitó a entrar a la sala y Kiki le dio la intimidad necesaria para cenar y darse un baño. Igual que para su hermano, la ropa ya estaba fuera para que ella lo colocara a su gusto, así que se limitó a entrar al baño para darse una ducha rápida tras tapar la comida y que así no se enfriara.

Las instalaciones eran bonitas pero sencillas, a un lado del baño tenía unas cuantas toallas blancas tanto para el cuerpo como para manos; la ducha era un rectángulo amplio con una mampara traslucida, a la que entró una vez se desnudó. Dejó la ropa tirada en el suelo y se observó en el espejo del baño… ¿Cómo iba a ser ella una diosa? Sus músculos eran fofos, su cuerpo no tenía demasiadas curvas y el pelo lo llevaba más bien corto. Lo único que era más reseñable era el gran tatuaje de su espalda, pero que tenia más que visto por tenerlo desde que tenía memoria. Últimamente le picaba especialmente, tendría que echarse alguna crema para hidratar esa parte; pensaba en ello metiéndose en la ducha para relajarse, cantando muy suavemente bajo la calidez del agua.

Cinco minutos más tarde ya se había mojado el cuerpo, enjabonado y aclarado, así que se puso a secarse con la toalla más cercana que pilló. El agua caliente había generado algo de vaho en el espejo pero aún así podía ver su propio reflejo.

-Bueno Moni… -murmuró, intentando animarse a sí misma- Esta gente parece maja, y les creo, pero… me costará acostumbrarme…

Por suerte para ella, el casero pareció creerse el asunto de que tenía que salir por temas personales y le bastó con el dinero que le había pasado a forma de resarcimiento; en el despacho, en cambio, su jefe le debió llamar cinco veces en todo ese tiempo para pedir explicaciones. Tendría que hablar con él, Esther también le había enviado varios mensajes preocupada, así que, de poder, les llamaría… había visto ordenadores, así que tenía que haber Internet o señal, o algo así…

Por su parte, Kiki aunque estaba algo más tranquilo seguía nervioso con todo lo que venía, y aún tenía que informar a su señora sobre lo que le deparaba. Suspiró un poco mientras se servía una taza de café, notaba las tranquilas energías de ambos irse relajando poco a poco entre el baño y la cena, en poco tiempo ya la calma había llegado a aquella planta salvo por su caso; se había colocado un flexo para poder trabajar en su ordenador y tener toda la documentación en regla, hacer pedidos de todo tipo que llegarían a Rodorio, y hacer las cuentas sobre ingresos y gastos. Suspiró pesadamente, porque luego subiría nuevamente hasta Star Hill para unas últimas comprobaciones; según terminó, cerca de las 23:00, se levantó y tras estirarse un poco, se teletransportó.

Apareció a las puertas de aquel lugar santo. Se encontraba en el pico más alto del sistema, más incluso que el del propio Santuario. Este estaba a su espalda, desde donde estaba se podía ver el Templo Principal y la hermosa estatua de Atenea en su plaza trasera. Subiendo unas escaleras se llegaba hasta donde él estaba, y que servía de puerta para el enclave sagrado. Un pequeño arco del triunfo de mármol servía de entrada, decorado por las imágenes de la diosa y otras muchas deidades, hojas y hiedras; tras cruzarlo, ante él apareció unas pequeñas escaleras que subían hasta una plaza con un círculo de fuegos dorados que se encendieron según él pasó.

Ceremonial, se sentó en el medio y se dispuso a observar las estrellas; el suave viento removía su pelo y acariciaba su rostro, mientras sus ojos se iluminaban y el cielo brillaba con intensidad, la Vía Láctea y el resto de estrellas tintineaban y muchos cometas pasaban por el firmamento como si fueran una intensa lluvia. Aquello duró cerca de cinco minutos hasta que él dejó de brillar, cayendo algo agotado boca arriba, abrumado por todo lo que había visto en esos instantes.

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Inframundo, 10 de Enero, 22:00

La dura jornada había terminado con el rey del submundo recostado en un hermoso prado. El cielo estaba en perpetua penumbra pero las estrellas lo iluminaban todo y se podía ver a la perfección; un río circulaba por aquel lugar, con árboles aquí y allá y bellos lagos, era un lugar verdaderamente idílico. Sólo había un edificio, una casa de campo amplia pero poco propia de un dios como Hades, que se levantó tras un ligero descanso. Cerbero, un gran labrador negro ya del tamaño de un caballo, jugueteaba por el campo y ladraba como si fuera un cachorro más que un animal enorme; su amo comenzó a andar hacia la casita seguido por el animal, que se adelantaba constantemente hasta que él llegó al edificio. Como buena casa de campo había un amplio corral; dentro de la casa había una salita donde podía comer y descansar un poco, encima de la mesa tenía múltiples papeles; a un lado tenía la cocina, y tras unas cortinas, varios cuartos.

Había una mujer cocinando con un delantal blanco, con su pelo ensortijado y ropa algo ceñida del mismo color; un anillo plateado adornaba su dedo anular y tenía inscrito una calavera en el mismo. Cuando Hades llegó ella le saludó, ya tenía preparada la mesa para ambos y poder comer juntos. Un portátil reproducía una suave melodía de forma constante, en ese momento Hades se sentó pesadamente en el sofá.

-No te merezco, Pandora…

-No diga estupideces, Lord Hades -le recriminó ella-. Quienes no nos merecemos su perdón somos nosotros, por todo lo sucedido.

Él suspiró y aceptó de buen grado el plato de sopa con carne junto a la copa de vino. Ella se sentó a su lado tras echarse un plato para ella y servirse algo en su propio vaso.

-Sólo seguíais órdenes de esos traidores, yo en cambio fui engañado vilmente… -comenzó a cenar- Estaba tan alejado de todo y todos… Perséfone me querrá matar, no sé ni para que quieres que la busque, si…

Sin embargo, Pandora negó con vehemencia.

-Ella también se vio afectada por lo hecho por los dioses gemelos, no se preocupe -Pandora le sonrió-. Además, te recuerdo que usted fue el único que me aceptó tras mi muerte en la época del mito, después de haber sido usada por los dioses para engañar a Prometeo.

Hades sonrió y siguió comiendo tranquilamente con ella, que le explicaba cómo se iban formando los Asfódelos gracias al brillante cosmos del dios. Se había puesto a ello desde Noviembre del año pasado, cuando supo de su verdadera naturaleza, momento en que todo comenzó a moverse…

-Hemos avanzado mucho, incluso fuera de la vista del Olimpo -murmuró el dios, mojando algo de pan-. Ellos piensan que acabo de empezar, están demasiado distraídos para darse cuenta de nada con todo el asunto de Atenea.

-¿Crees que ella aceptará la paz, mi señor?

Este suspiró un poco.

-Ya está avisada de que iré a verla, así como el propio Santuario, así que eso espero…

-Señor Hades, como indicó, las armaduras de los espectros ya están preparadas y listas para ser usadas por sus portadores -un hombre se había plantado en las puertas-. Los materiales que me entregó eran de una calidad extraordinaria, deberían ser capaces de aguantar cualquier ataque de los titanes y gigantes.

-Muchas gracias, Mu.

El tipo asintió. De cabellera violácea, sus característicos puntos en la frente estaban ligeramente bañados en sudor. En sus manos portaba un pequeño martillo y cincel, su ropa era holgada y de manga larga y, aunque algo manchada, se le notaba la buena calidad.

-A usted por liberarnos…

-Qué menos, vuestro castigo no era justo ni mucho menos -comentó, sonriendo- ¿Habéis cenado, chicos?

-No, ahora comeremos algo, señor -dio una ligera reverencia-. ¿Algo más?

-Mañana comenzará mi búsqueda por la Tierra, espero -murmuró, Mu asintió-. Mis espectros irán viniendo a mi llamada, y bueno…

Le daba verdadera vergüenza en esos momentos, pero el otro asintió, sonriendo suavemente. Comprendía lo que él quería.

-Preguntaré a los demás si les entrenaremos, con su permiso.

Tras despedirse, salió del cuarto y de la casa. Se teletransportó hasta un monte cercano donde se habían levantado una segunda villa igual a la anterior, en esa ocasión más grande que la que acababa de abandonar y que igualmente estaba iluminada. Desde allí podía sentir las energías de sus compañeros, no le extrañó ver en el patio a Shura refunfuñando y a Aioros a su lado, calmando sus ánimos como podía.

-¿Qué ha pasado ahora?

El primero le miró con algo de molestia. Su pelo negro estaba alborotado y tenía la cara colorada, mientras su amigo Aioros llevaba sus ojos verdosos de uno a otro sin saber demasiado bien qué hacer o decir. Se había quitado su permanente lazo de la cabeza y se lo había colocado al otro en la mano.

-¡Que me he cortado por culpa del imbécil rubio! ¡Eso me ha pasado!

Escucharon risas venir del interior, y la voz del aludido en respuesta.

-¡No es mi culpa que no sepas usar un cuchillo, Shura!

Mu se limitó a entrar junto al resto. Los otros diez caballeros dorados del siglo XX estaban ahí reunidos, charlando entre ellos con algunas botellas de cerveza desperdigadas por la mesa, ya preparada. Shaka, efectivamente, estaba a los fogones y el agradable olor de un estofado inundaba la sala; Aldebaran, que aparentaba ser aún más grande y moreno a su lado de lo que por sí era, seguía las labores de Shura cortando las últimas piezas de carne mientras hablaba con su compañero agradablemente; y el resto se dedicaba a jugar a las cartas en la mesa, cortesía todo de Hades.

-Sigo pensando que no nos debemos fiar de este tío -comentaba Milo-. Ya hubo que luchar una vez con él, y si nos pone a luchar contra la diosa, no pienso mover un dedo.

Tenía el pelo recortado por comodidad, como todos, y prendas muy similares salvo los colores, más o menos claro según el caso.

-Ni tú ni nadie, amigo -Saga suspiró-. ¿Seguro que nadie tiene un siete?

Como hubo un no generalizado, siguió con el turno Afrodita, a su derecha, así como el turno de palabra.

-Ya nos lo dijo cuando nos sacó de aquel maldito pilar, nosotros somos libres y podemos irnos en cualquier momento -les recordó-. Otra cosa es que tengamos un sitio al que ir…

-Tú lo has dicho -intervino Dohko-. Somos los Caballeros de Oro de Atenea, nuestra lealtad es con ella ahora y siempre, pero por ahora él ha tenido y ha mostrado sólo buenas intenciones -les recordó, estaba haciendo de líder desde su liberación-. En semana y media aquí no ha tenido más que buenas palabras, nos ha ayudado y dado un hogar… creo que merece una segunda oportunidad.

El tiempo pasaba de forma diferente en esa dimensión, fue de las primeras cosas que le avisó Hades, que estaba en proceso de recrear su antiguo reino. Algo menos de un día en la Tierra implicaba una semana entera en el Inframundo, así que aunque oficialmente habían salido esa misma mañana, llevaban todo ese tiempo allí. Kanon, tras dejar su carta, negó algo nervioso. Sus ojos parduzcos iban y venían entre los demás.

-De los dioses uno no se puede fiar… -gruñó- Aunque hay que decir que su cosmos es muy brillante… como el de nuestra diosa.

Hubo un suave silencio entonces, Mu había aprovechado a sentarse mientras el resto seguía jugando; al poco aparecieron los demás para comenzar a cenar.

-La gente cambia, los dioses no iban a ser menos -murmuró Ángelo – el antiguo Death Mask – con seriedad, rascándose la barbita-. Y me creo todo eso del complot de Hipnos y Thanatos, eso de que estaban engañando a Hades.

Intervino entonces Camus, echándose algo de vino tras dejar su carta. Lo único que seguía en él tan frío como siempre eran sus poderes de hielo. Se colocó el pelo aguamarina tras soltar su carta.

-Es verdad que es raro que nunca haya aparecido Perséfone en las historias que nos explicaba Shion sobre la Guerra Santa.

-Sobre eso… -Mu suspiró algo- Me ha pedido que os diga, si podemos servir de maestros para los nuevos… espectros…

Un silencio atronador inundó la sala, hasta que Aioria habló.

-Chicos, es muy importante lo que decidamos… -golpeó la mesa suavemente con los nudillos- Tenemos que ir todos a una, no nos veo separados en esto…

-Y recordemos la promesa que nos hizo -murmuró Shaka-. Si de verdad la diosa tiene que enfrentarse a tantas cosas en esta generación, es fundamental que cumpla…

-Volveremos al Santuario en Febrero, cuando esté este lugar preparado… -Aioros se levantó, alzando la copa- Yo de ESTE Hades sí me fío, como bien ha dicho Kanon, tenemos delante a un dios de verdad y no con aquello que nos hemos estado enfrentando durante generaciones.

-¿Votamos, entonces? -a la propuesta de Aldebaran, el resto asintió- Votos a favor de ayudar a Hades en entrenar a sus espectros.

Las manos se fueron alzando, de trece, fueron nueve los que decidieron aceptar la propuesta; y, como hombres de palabra, aceptaron aquella decisión.

-Se lo diré mañana por la mañana, cuando le entregue las armaduras -Mu sonrió un poco entonces-. Pandora le está cocinando, parecen un matrimonio con ella apoyándole…

El resto se rio al imaginar esa escena, no tardaron demasiado en acabar y comenzaron a recoger todo lo que había; no tardaron demasiado y se limitaron a esparcirse por los alrededores, dentro y fuera de la casa de campo donde vivían, para airearse antes de dormir para seguir con las actividades el día siguiente…

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(1) Los diálogos escritos en cursiva que se muestran son para reflejar las comunicaciones vía cosmos. Aquellos que son con la letra normal, son hablando la lengua común que corresponda.