Capítulo 2

El Domingo llegó demasiado rápido, en opinión de Erin, que apenas pudo dormir la noche anterior. Dio vueltas y vueltas la mayor parte del tiempo, y terminó levantándose poco antes del amanecer.

Cerca de las siete y media, Aaron la encontró en el sofá, con una taza de café y mirando absorta por la ventana. El chico besó su coronilla antes de ir él también a la cocina y servirse una taza de café. Se sentó junto a ella después.

-¿Has conseguido dormir algo aquí?

Ella negó despacio sin apartar la mirada de la ventana. Aaron agarró su mano y le dio un pequeño apretón.

-Erin, no te preocupes tanto por esta comida ¿vale? Todo saldrá bien.

-Dime que tú no estás preocupado ni un poquito Aaron, porque no me lo creo -ella se giró completamente hacia él, colocando una pierna bajo su cuerpo-. Llevamos tres, casi cuatro años, juntos, y no conoces a mis padres, porque era lo mejor, y los dos estábamos de acuerdo en eso. Pero hoy todo cambiará.

-Oye, nuestro amor es más fuerte que cualquier cosa que puedan hacer o decir tus padres, o mi familia -la acercó a él, pasó un brazo por sus hombros y besó su cabeza.

-Es que tu familia es normal, y mis padres no lo son -dijo ella en voz baja. Aaron soltó una risita.

En esos casi cuatro años, Erin había visto a la familia de Aaron en varias ocasiones, incluso había pasado parte de las vacaciones de verano el año anterior y la Navidad con ellos (para ello había tenido que inventar una excusa para sus padres, pero no se había sentido ni un poco culpable por ello).

Su madre y su tía la adoraban, Sean confiaba en ella tanto que hasta le contaba sus secretos y hasta el tío Al se mostraba más hablador cuando ella sentaba allí. Todos estaban prendados de ella, y estaban encantados de que formara parte de su pequeña familia.

Sin embargo, a Erin le aterraba tener que presentar a Aaron a sus padres, porque los conocía y sabían que no les iba a gustar. Recordaba el incidente con sus amigos en la universidad, y lo mal que lo había pasado Aaron; pues sabía que con sus padres iba a ser peor.

Ellos querían para ella un hombre de buena familia, con dinero; alguien con quien pudieran seguir ampliando su círculo social. Cada vez que iba a casa, se encargaban de decirle que tal o cual estaba soltero y que podrían quedar, y ella tenía que morderse la lengua para no decirles la verdad.

Sabía que a sus ojos, Aaron no sería digno para su hija, aunque la hiciera feliz. Ellos se regían por otros motivos, tan superficiales que hacía que Erin se preguntara si sus padres en algún momento se habían amado.

-Somos tú y yo contra el mundo, Erin. Podremos con todo -dijo él frotando su brazo.

Ella levantó su cabeza y lo miró a los ojos. Sonrió levemente y sin pensarlo mucho, lo besó profundamente.


Aaron terminó de abotonarse la camisa y se miró al espejo. Había optado por una camisa de color lila y unos pantalones gris oscuro. Elegante y formal, como requería la ocasión. Se retocó el pelo y de pronto, como si de una revelación se tratara, se dio cuenta que Erin tenía razón. Esa comida era una mala idea, por mucho que él intentara verlo de otra forma.

En el tiempo que llevaban juntos, Erin le había dicho que iba a retrasar lo máximo posible el presentarle a su familia, y había estado de acuerdo. Había intentado alguna vez sacar el tema y saber la razón exacta de esa decisión (aunque por las cosas que ella le había contado de sus padres lo imaginaba), pero Erin había sido inflexible en su decisión.

La última vez que lo hablaron, él bromeó con ella diciéndole que si se los iba a presentar el día antes de su boda, porque estaban en esto a largo plazo. Ella rio brevemente, pero estuvo varios días distante con él.

Se sentó en la cama y apoyó los codos en las rodillas. ¿Qué pasaría si no les caía bien a los padres de Erin (cosa bastante probable) y ella decidía dejarlo? Aunque ella pasaba bastante de su opinión, así que no les haría mucho caso ¿verdad?

Comenzó a tener dificultades para respirar, y se pasó las manos por el pelo. Tenían una relación bastante sólida, así que esperaba que todo fuera bien. Pero ¿y si…?

-Aaron, ¿estás listo? -Erin entró en la habitación, haciendo que levantara rápidamente la cabeza-. ¿Estás bien?

-Si, si -sonrió para demostrar lo que decía. Ella lo miró con el ceño fruncido sin llegar a creérselo del todo.

-Tenemos que irnos ya si queremos llegar a tiempo.

-Vale. Estoy listo.

Erin estiró las manos y lo peinó. Luego deslizó sus manos despacio por su nuca y la acarició. Aaron cerró los ojos y disfrutó la sensación de sus suaves dedos sobre su piel, que ya estaba erizada desde el mismo momento en que tocó su pelo.

Besó suavemente sus labios, y quiso parar el tiempo y quedarse así para siempre.

-Te amo -susurró Erin contra sus labios.

-Te amo más -respondió él con una sonrisa, todavía con los ojos cerrados.

Ella soltó una risita, besó una vez más sus labios y luego lo cogió de la mano, dispuesta a marcharse. Él abrió los ojos y suspiró. Era el momento.


Llegaron al restaurante diez minutos antes de la hora acordada y Aaron notó cómo Erin comenzaba a ponerse nerviosa. Se alisó el vestido azul marino, recto y sin mangas que llevaba. Le llegaba por las rodillas, el largo ideal para una señorita, diría su madre. El pelo, que ahora llevaba cortado a la altura de los hombros y con flequillo largo y abierto, lo llevaba planchado y perfecto.

-¿Listo? -preguntó mientras se colocaba bien en el hombro la tira del pequeño bolso que llevaba.

Aaron asintió con una seguridad que no sentía. Erin lo cogió de la mano y entraron en el restaurante.

Localizó a sus padres al fondo del local, en una mesa aislada, perfecta para una comida íntima y en familia y alejada de miradas indiscretas. Notó las miradas frías y las sonrisas por compromiso de ambos cuando se acercaron.

Hizo las presentaciones, y fulminó a su padre con la mirada cuando después de estrecharle la mano a Aaron, se la limpió con disimulo en la servilleta. Se sirvió un poco de vino en la copa y lo bebió de un trago. Ignoró completamente a su madre, que la miraba con desaprobación.

Se quedaron en completo silencio mientras miraban la carta y pedían la comida. La tensión se cortaba con un cuchillo, y Aaron deseó estar en cualquier otro sitio. Miraba entre Erin y sus padres, que parecían estar ya acostumbrados al silencio.

-Entonces, Aaron…¿a qué te dedicas? -preguntó el señor Strauss cuando les sirvieron la comida.

El chico se sonrojó sin poder evitarlo y se aclaró la voz antes de hablar.

-Ahora mismo trabajo en un supermercado por las mañanas, y lavando coches por las tardes -notó la mueca de disgusto en la cara de los dos-. Pero he estudiado para ser abogado, tarde o temprano conseguiré trabajo de eso.

-De los sueños no se vive -contestó Amelia con condescendencia.

-No es un sueño, madre, Aaron es muy trabajador y conseguirá lo que se proponga -replicó Erin.

-No te digo yo que no, pero en esta vida si no conoces a alguien que te ayude, no llegas a nada.

-No todo el mundo es como vosotros, que no hacéis nada si no es por algún contacto o por alguien que conoce a alguien -dijo Erin.

-Y tú deberías dejarte de tonterías y volver a casa. Sabes que en cuanto pongas un pie en Seattle, tendrás un trabajo. Eres inteligente, Erin, no sé porqué sigues perdiendo el tiempo aquí -dijo Peter echando una mirada a Aaron.

-Porque es mi vida y quiero vivirla como me dé a mi la gana, no como queráis vosotros.

-¿Y tiene que ser aquí trabajando en una cafetería y…con este chico, que no tiene ni oficio ni beneficio?

Erin miró a su padre boquiabierta, y tuvo ganas de echarse a llorar. Por mucho que dijera, sus padres nunca aceptarían a Aaron.

-Disculpe señor, pero no creo que…

-Es mejor que no digas nada, chico. Por mucho que te esfuerces, nunca serás suficiente para mi hija, ni serás aceptado en la familia -lo cortó Peter-. Ni siquiera sé qué es lo que ha visto en ti.

-Que es cien mil veces mejor persona que vosotros -respondió Erin.

Ninguno dijo nada más durante un rato, aunque tanto Erin como Aaron estaban deseando marcharse.

-Por cierto Erin -comenzó Amelia un rato después-. ¿Recuerdas a Mark, el hijo de Victor y Lauren Knoll? -ella asintió con desgana-. Pues ha vuelto a la ciudad después de pasarse un par de años en Europa. Le va muy bien en su empresa, y sigue soltero.

Erin soltó el tenedor con un ruido sordo contra el plato y miró fijamente a su madre. Ella pareció confusa por la mirada fulminante que le estaba dando su hija.

-¿Tú te crees que a mi me importa como esté el hijo de unos conocidos de unos amigos tuyos? Sé lo que pretendes, madre, y me parece de muy mal gusto que intentes meterme por los ojos a otro hombre con mi novio delante.

-Sí, bueno, veremos cuanto dura…-respondió con indiferencia Amelia.

-Os guste o no, Aaron y yo estamos muy felices. No vais a conseguir separarnos.

-Erin, hija, no creo que necesitemos hacer nada nosotros. Esta relación va a hacer aguas por todas partes -dijo su padre posando una mano sobre la suya.

Ella la apartó rápidamente y se levantó. Aaron la miró y se levantó justo después.

-Dejadme en paz. No os necesito para nada.

Y salió lo más deprisa que pudo. Respiró hondo al salir a la calle, y su corazón comenzó a latir a un ritmo normal cuando sintió la mano de Aaron en su espalda. Se dejó caer contra su pecho mientras él posaba pequeños besos en su cabeza. Se sintió mejor al instante. Con él a su lado, los malos momentos no tenían cabida en su vida.

Continuará…