AVISO.- En este fic no han muerto ni Lancelot ni Tristán, y las cosas van a cambiar un...poquito. ¡Gracias!
El castillo a medio construir sobre la estructura romana. El paisaje nebuloso y frío de aquel valle. Los campesinos de actitud relajada que trabajaban en el campo a ambos lados del camino y el murmullo de una canción lejana fue lo primero que ella recibió cuando se despertó aquélla mañana dentro del carruaje que la transportaría hasta su destino.
A su lado, la esbelta y majestuosa figura de su tía y frente a ella, adusto y lejano; su primo. Y ella misma, pequeña y delgada, blanca como la nieve y de ojos almendrados...y con brillos de amargura.
- Has dormido mucho, querida. ¿Estarás enfermándote? Espero que no, porque en tu situación necesitas toda la salud posible. En cuanto lleguemos a ese lugar te prepararé una infusión- Expuso de repente la mujer, contemplándola analíticamente.
- Puedo preparármela yo misma, Morgause. Pero no estoy enfermándome- Fue la respuesta seca de la joven.
La aludida entornó los ojos claros como el cielo y enredó indiferente un mechón de cabello dorado entre sus dedos.
- Hoy amaneciste de mal humor, Morgana –Comentó con una sonrisa socarrona y su sobrina le dedicó una mirada airada, que provocó una carcajada de tono conciliador en la rubia. – Tranquila hija, guarda tu energía y tu odio para ellos, nosotros estamos de tu parte, ¿recuerdas?-
El hombre que las acompañaba, joven y de cabello tan negro como su prima, sólo la observó con una mezcla de inquietud y odio en sus iris azul oscuro.
Y con un suspiro, Morgana devolvió la mirada al camino que los llevaba a la entrada del castillo, hundiéndose en lóbregos pensamientos.
Dentro de la fortaleza, la actividad era la misma que todos los días. Los caballeros sarmatas practicaban según su gusto, ya fuera en las caballerizas o en el amplio patio que Arturo mandó construir con tal propósito.
Uno de ellos permanecía alejado de los demás. Ajeno a su bromas, Lancelot caminaba moviendo sus espadas, tratando de alejar los pensamientos que le acechaban desde hace más de un año.
Desde que la vio por primera vez.
Se había condenado. Él, el conquistador preferido de la corte, al que ninguna mujer se resistía. Él, a quien trataban de atrapar todas las doncellas casaderas e incluso algunas mujeres casadas. Él, el guerrero perfecto; el mejor amigo del rey, el caballero de la reina desde que la salvara en Monte Badon.
El traidor.
Porque amaba a aquella reina de una manera más dolorosa que cualquier herida mortal. Y el dolor se incrementaba al verla al lado de él...su rey, su amigo...su hermano.
Era un cobarde...por no tener el valor de acabar con todo y marcharse de una vez y para siempre de aquel lugar que lo estaba matando lentamente.
Pero no podía dejarla...no podía dejarlos.
Suspiro con frustración y regresó a la realidad para darse cuenta que estaba a pocos pasos de un carruaje estilo romano demasiado elegante para cualquier persona normal.
Frunció el ceño.
¿Quién llegaría de Roma para visitar al rey que habían despreciado?
Porque desde que el emperador retirara el puesto en Brittania y Arturo fuera proclamado rey al expulsar a aquellos primeros invasores saecsen; el Imperio había ignorado aquella abandonada provincia, fingiendo que no existía para ellos. Las únicas cartas que llegaban del continente eran las que enviaba Alecto, el joven por el que habían arriesgado la vida y que estaba correspondiendo con creces los esfuerzos de aquellos que lo salvaron.
Quizás llegaría a ser Papa algún día, pero mientras tanto, se estaba preparando con todo su cuerpo y alma para seguir las enseñanzas de Pelagio, desafiando incluso al obispo Germanius, quien no podía actuar en contra de él, porque aún era el ahijado favorito del Papa reinante.
Por eso aquel carruaje no podía transportar al muchacho romano, ya que estaba enclaustrado.
Observó con curiosidad al cochero y a una pequeña guardia tomar su puesto frente a la puerta. Vio descender a un joven un poco más alto que él, seguido por una mujer alta también; de cabellos rubios y vestida de verde al estilo romano, sin embargo estaba lejos de parecer una matrona patricia, ya que llevaba los ojos pintados de una manera que le recordó a los woads y a los pictos. Por último observó una figura femenina totalmente opuesta a la primera. Iba vestida de azul oscuro, envuelta en una capa de terciopelo carmín. Tenía el cabello largo y lacio de un color más negro que la noche, no era alta y su complexión se asemejaba a la de una niña; de hecho, el caballero la hubiera confundido con una de no ser porque al levantar la cara y clavar unos ojos de tonalidades avellana en él, Lancelot pudo distinguir los rasgos puros y aristocráticos de una hermosa joven.
Y tuvo un sobresalto, porque aunque la boca de aquélla criatura se esbozó en una sonrisa amigable; aquellos ojos que de repente le parecieron demasiado familiares destellaron ira pura, creando inmediatamente un sentimiento de desconfianza y rechazo hacia aquella mujer de aspecto misterioso y hechizante.
Morgana desvió la mirada, reprochándose mentalmente el no haber podido reprimir sus verdaderos sentimientos cuando vio a aquel hombre de aspecto gallardo. ¿Sería él, Arturo? No, no podía ser. No era él. Sin embargo, la sospecha la hizo brindarle aquella mirada de odio que no pudo disimular con la sonrisa fingida.
Morgause se dio cuenta y le envió una advertencia visual a su sobrina, ofreciéndole después a Lancelot una sonrisa cautivante que hizo parpadear con asombro al sarmatiano.
- Ave, buen señor- Saludó caminando hacia él con suma elegancia. –Hemos llegado de Roma a visitar a nuestro pariente, Artorius Castos. Nuestro viaje ha sido largo y en realidad no hemos avisado de nuestra visita, más estoy segura que mi sobrino me reconocerá, así como a su hermana. Vos parecéis un digno caballero, ¿podríais decirnos donde encontramos al comandante?- Al tiempo que ella se explicaba a Lancelot, llegaron hasta el patio el mayordomo de Arturo acompañado de Tristan y Galahad, con la obvia intención de recibir a los visitantes.
Pero Lancelot se había quedado de piedra. En todos los años que conociera a su amigo y rey, no tenía idea de que tuviera más familia, en especial una tía con aspecto de sirena y una ¿hermana? que parecía más bien un ser etéreo e irreal...un hada.
Pero...aquellos ojos...tenían gran parecido a los de Arturo.
Aún sin salir completamente de su estupor, ofreció una reverencia a la dama y se dirigió a sus compañeros.
-Escoltaremos a las damas y al caballero ante la presencia de el rey. Avisadle pues que su tía...- Pero se quedó callado, mirando entonces a la mujer rubia con ojos interrogantes.
Ella sonrió.
-La única que tiene, señor. Su tía Morgause y su hermana...Lady Morgana, y mi hijo, el señor Agravaine- Terminó; señalando con un gesto al muchacho que no había hablado una palabra y a la joven de aspecto siniestro.
-Ya habéis odio- Ordenó Lancelot al mayordomo, mientras se colocaba al lado de la señora.
Morgana se vio de repente al lado de un hombre alto y delgado. Levantó la mirada hasta encontrarse con unas pupilas penetrantes que parecían querer sumergirse en su alma. No se inmutó. Ya estaba preparada para todo y devolvió el gesto con uno idéntico, acompañado de una sonrisa a medias. Y tuvo éxito, porque sintió en el caballero a su derecha un estremecimiento y su postura indolente cambió por completo cuando la saludó con una ligera reverencia.
-Me llamo Tristan, señora y estoy para servirla-
Ella asintió, desviando la vista hacia el frente, reuniendo todo su valor y su rencor para presentarse ante su "hermano".
NOTAS DEL AUTOR
Pues bueno, me decidí por fin. A ver que les parece. Trataré de seguir la línea de la película, pero no me parecía justo que dejaran fuera a Morgana (ni que murieran mis dos favoritos). En fin, espero les guste y pueda transmitirles mi punto de vista de la leyenda del Rey Arturo...por cierto ¿alguien ha leído "Las nieblas de Avalón? Totalmente recomendable.
