Pues el capítulo dos, dedicado por completo a Selene. Espero que guste . A mi me ha gustado bastante escribirla. ¡Gracias!

Arturo volvió a despertarse sobresaltado en la madrugada. Ese sueño se había repetido una y otra vez cada noche y cada vez con más nitidez.

Ella venia hacia él, envuelta en aquella capa negra. Ella caminaba hasta donde él se encontraba paralizado, en medio de aquel bosque frío.

Ella se deshacía de la capucha dejándole ver sus ojos.

Ojos que descargaban rabia y dolor.

Ella movía la boca; formando palabras. Su boca le hipnotizaba, no podía apartar sus ojos de aquellos labios.

-¿Por qué Arturo?- Era la simple pregunta, formulada en un susurro dulce.

El levantaba la vista, fijándose de nuevo en aquellos ojos que lo destrozaban. Pero no podía dejar de verlos...

También se sentía hipnotizado por ellos. Ojos avellana con chispas verde y café oscuro. Ojos extraños, hermosos...

Ella empezaba a llorar y él quería abrazarla, consolarla, protegerla. Pero no podía moverse.

Y Arturo despertaba siempre en el mismo momento en que rompía su inmovilidad para rodearla con sus brazos

Y entonces volvía a sufrir. Porque aquella mujer en sus sueños no era la misma que yacía a su lado, dormida profundamente. Y él sentía cosas que no deseaba sentir cada vez que la soñaba.

Por eso había dejado de visitar las habitaciones de la reina. Y cuando ella venia a él, él siempre encontraba la excusa para acabar la velada en alguna plática o en alguna práctica de combate.

Como dos camaradas.

Y podía ver en los ojos de su reina, de su mujer; la confusión y el dolor que esto le provocaba.

Y no es que no la amara¡Oh no!. Él la amaba.

Pero se sentía tan confundido y tan delirante. Y es que, aunque él no quisiera admitirlo ni frente a él mismo, se estaba enamorando de un fantasma.

Furioso con su inconsciente, el rey se levantó buscando algo con que calmar la sed.

Empinó la copa de vino especiado que había dejado sobre la mesa.

Trató de encontrar una respuesta lógica a aquella pesadilla pero como en tantas otras noches; fracasó.

Con una petición al cielo Arturo se dejó caer sobre el lecho para intentar conciliarse con el sueño perdido.

Despertó cuando el sol nacía. Apenas después de dos horas de haberse quedado dormido nuevamente.

Cansado por la vigilia, el rey se preparó para su día.

Presentía que algo malo pasaría y se preocupó porque tenía una audiencia pendiente con Aelle, uno de los jefes saecsen que habían entrado a la isla.

Él quería paz en Brittania y estaba seguro de llegar a un acuerdo con el sajón, por lo tanto, aquella sensación de ansiedad estaba fuera de lugar, así que decidió ignorarla.

Realizó sus ejercicios matutinos y se alistó para reunirse con Guenevere en el comedor para desayunar.

La encontró seguida de dos de sus damas, camino al salón de la tabla redonda.

Ella le sonrió y por un momento, él se olvidó de sus pesadillas y sus ansiedades. Saludando a su reina con un beso en los labios, entraron abrazados a la estancia.

Apenas habían terminado los alimentos cuando entró Jols, su mayordomo, y se acercó hasta él.

-Arturo, tenemos una visita inesperada- El rostro del hombre denotaba confusión y el rey se extrañó de que su corazón empezara a latir desbocado.

-¿Por qué tanto misterio¿Quién nos honra con su visita que te ha puesto tan serio?- Trató de bromear el rey ante la mirada inquisitiva de Guenevere.

-Nada menos que vuestra tía, la señora Morgause, el señor Agravaine, su hijo...y vuestra hermana, la señora Morgana- Contestó el hombre pausadamente.

En ese momento, el tiempo pareció detenerse para Arturo. Asimiló lentamente los nombres que escuchó y su mente los asoció con rostros y recuerdos. Pero de los tres, uno quedó gravado como fuego en su memoria y le pareció que era la primera vez que lo escuchaba, pero no en la voz de Jols, sino en otra voz mucho más querida; la voz de Pelagio.

-Morgana, Artus; su nombre es Morgana y es una huérfana que ha tomado vuestro padre a su cuidado en Roma. Pero por sus venas corre sangre britona, como en la tuyas. La madre de Morgana era pariente de tu madre y creo que nada agradará más a tus padres que su compromiso-

El rey palideció notablemente. Él apenas tenía cuatro o cinco años. Ya ni siquiera recordaba aquello. Y tampoco podía recordar más de las palabras de su querido tutor.

Guenevere se preocupó de la expresión de su marido.

-¿Qué ocurre Arturo¿Quiénes son esas personas¿Es verdad que es tu hermana?-

No, no es verdad...es mi prometida

Pero el pensamiento fue fugaz y el rey tuvo que hacer acopio de su sensatez para no expresarlo en voz alta y de su voluntad y valor para encontrar las palabras y pedirle a su mayordomo que las condujera a su presencia.

Pero ya Lancelot entraba, escoltando a una mujer alta, rubia y de aspecto conquistador. Arturo se levantó, al igual que su esposa. El rostro de aquella dama le pareció por un momento el de su madre. Y recordó haberla visto cuando niño varias veces en su casa. El rey esbozó una sonrisa. Si; ella era su tía.

Pero no estaba preparado para lo que vio después. Detrás de Lancelot y Morgause, venía Tristán y su compañera.

Arturo palideció como nunca antes. Un temblor ligero le recorrió el cuerpo entero. Jamás en toda su vida había sentido tanto miedo, quizás sólo comparable al momento en que escuchó a su madre llamarlo entre el calor de aquellas llamas que le arrebataron la vida.

Jamás la había visto antes de ahora...

Excepto en sueños...

Arturo se inclinó hacia delante tratando de corroborar en las sensaciones del cuerpo si no estaba soñando de nuevo. Pero encontró que podía moverse perfectamente; así que esto era real.

Pero a diferencia del sueño, los ojos avellana que lo miraban no tenían chispas de odio o de tristeza, al contrario, se mostraban calmados e incluso alegres y admirados.

¡Que bonita era! Pensó el rey empezando a notar como una sonrisa nacía en sus labios. Tenía el físico de una picta pero un aire de sofisticación que era propio de las mujeres romanas...y más que eso, parecía envuelta en una niebla de misterio y hechizo que él nunca había visto.

- Lady Morgana- Dijo en voz alta, deleitándose con el sonido de su nombre.

Ella asintió, brindándole una cálida sonrisa que lo hizo a él sonreír ampliamente.

Guenevere habló entonces, y su voz hizo que el rey volviera a la realidad y se diera cuenta que estaba acompañado de otras personas.

-Es un placer conocerlas, señoras, señor...- La reina les dedicó una sonrisa de bienvenida.

Durante aquel año había aprendido a equilibrar su espíritu guerrero al tiempo de la actitud prudente en una soberana. Estaba convirtiéndose en una verdadera reina, aprendiendo al lado de Arturo como gobernar su amada isla.

Entonces fue Morgause quien tomó la palabra.

-Artus...Arturo Castus...eres la viva imagen de tu madre.- Su voz tembló por un momento, al evocar a Igraine, pero entonces recordó los motivos por los que habían viajado de nuevo a Brittania y volvió a colocarse la mascara.

-No te había visto desde que tenías seis años. Has crecido bastante- Miró a su alrededor y le sonrió coqueta. –Y ahora, mírate...eres rey-

Arturo se inclinó ante ella, besando la mano que le ofrecía la dama.

-Señora Morgause, vos, por el contrario, no habéis cambiado-

La mujer rió suavemente, contenta por el cumplido y llamó a Agravaine con la mano.

-Eres un caballero, Arturo; perdón...debo llamaros rey y señor...- Arturo inició un gesto de negación, pero Morgause no le hizo caso.

-Este es mi hijo, vuestro primo, señor. Agravaine...-

El moreno saludó con una reverencia y Arturo le ofreció el brazo, al estilo romano.

-Ave, Agravaine. Es un placer conocerte-

-Ave, rey Arturo- La seriedad rayana en la hosquedad del muchacho hizo fruncir el ceño a los caballeros y a la reina, pero Arturo lo pasó por alto. Su corazón latió más fuerte cuando volvió su vista hacia la otra mujer.

-Y ella, como suponéis, es vuestra hermana, aunque no de sangre; la señora Morgana-

Morgana iba a inclinarse cuando él la sujetó suavemente por el brazo.

-Señora Morgana, vos jamás deberéis inclinaros ante mi. Sois mi familia-

Ella lo miró de nuevo. Nadie podría saber el esfuerzo que hizo por reprimir sus emociones, y es que la habían educado para ello, pero jamás creyó sentir tantas cosas juntas...al mismo tiempo.

Odio...desilusión, admiración, tristeza, rabia, celos...y algo más que no alcanzó a definir.

Pero era una maestra en varias artes, entre ellas la de ocultar lo que realmente sentía.

Así que sonrió fraternalmente.

-Pero sois un rey, señor. Es difícil veros como hermano. Nunca hasta ahora os había visto, así que permitidme saludaros como es debido-

Toma eso Artus Castus, porque serás tú quien después se incline ante mi.

Y le brindó una encantadora reverencia.