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Jarlaxe-Bregan: Olass!!!! jejej, pobre Malfoy de verdad temblaría si te oyera hablar así, jeje. Pero bueno, ya veremos que hacemos con él, porque algo hay que hacer. Es q...las cosas deberían ser más scillas, ¿a q sí? Como tú las expones, pero mira q se complican, jejej.
Lamia-Somniorum: Olass!!!!! jejej, vale, lo reconozco soy una mala persona por dejarlo así. jejej. ¡No, que va, pero el capi ya era muy largo! jejej. Ahora verás lo que pasa. Pobrecitos Lupin, Harry y Christine, es q hay que ver. Venga muchas gracias por tu apoyo. Besos!!!!!
Muchas gracias!!!!!
Ya no me entretengo más, os dejo con el capi. Q lo disfrutéis, besos!!!!!
CAPÍTULO 16: VISITA A SAN MUNGO.
-¡CRUCIO!- una voz aterrorizadora se escuchó por todos los rincones de la vieja mansión. Los hombres que habitaban en ella, no pudieron hacer más que estremecerse. Sabían que su señor estaba castigando duramente al líder del último ataque, por haber fallado deliberadamente en su misión.- ¡Estúpido, te dije que lo quería muerto!
-Amo...perdóneme amo...- el mortífago se arrastraba para besar los bajos de la túnica oscura de su señor.-esa mujer nos venció...soltó todo su poder...no pudimos...
-¡Maldita sea, Christine Byrne estás comenzando a cansarme!- bramó Voldemort haciendo estallar el cristal de la ventana más próxima.
-Amo...él está herido...lo mordieron...estoy seguro de que...de que no sobrevivirá...perdió mucha sangre y le hicimos heridas considerable...
-Más te vale, Lestrange, más te vale, porque si Remus Lupin queda con vida será tu sentencia de muerte.
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San Mungo era tal y como lo recordaba Harry el año pasado. La única diferencia patente era el movimiento activo que había en el hospital. Tras el ataque, los medimagos corrían de un lugar para otro atendiendo a los heridos más graves.
Harry y Christine se encontraban sentados en la sala de espera, aguardando a que el director terminara de hablar con el sanador que estaba a cargo de Lupin, y obtener información.
Harry estaba totalmente pálido. Tenía hambre y frío y seguía llevando puesto el pijama. Se sentía impotente, angustiado, era como si su padrino se acabase de morir de nuevo porque ese vacío que tenía en el estómago, en su vida, desde la muerte de Sirius, se había pronunciado. ¿Por qué morían todas las personas que le importaban? Primero sus padres, luego Sirius...ahora Lupin luchaba por su vida y sus amigos también estaban amenazados. La idea de haberse quedado en el mundo muggle volvió a resurgir con más fuerza en su interior y también la propuesta que le había hecho Christine a principio de curso...¡qué lejos quedaba todo aquello ahora!
Y aunque esas ideas rondaran por su cabeza, seguía estando allí y lo seguiría estando, porque tenía una misión que cumplir y muchas vidas que salvar. No temía a la muerte y estaba seguro de que era el mejor regalo que le pudieran hacer por el momento, pero eso, obviamente, no lo compartía con nadie. Christine estaba apoyada en la pared con los brazos entrecruzados y observando detenidamente a Harry. No podía leerle la mente porque éste la tenía totalmente cerrada, pero sabía lo que rondaba por su cabeza, lo conocía demasiado bien.
-¿Tienes frío?- le preguntó indiferentemente. Harry solo movió la cabeza afirmativamente. Christine se quitó su capa y se la echó por encima.
Harry ni siquiera dio las gracias, se limitó a arroparse más fuerte y sujetarse las rodillas con los brazos.
Dumbledore no tardó en llegar y ambos se le acercaron con desesperación.
-¿Cómo está? ¿Sobrevivirá?- preguntó Harry rápidamente. Dumbledore le puso una mano en el hombro y trató de sonreírle.
-No voy a mentirte, Harry.- sus pequeños ojos azules trataban de perforar la mente del muchacho, pero parecía que había una energía que lo impedía, tal vez aquella oscuridad que había observado anteriormente.- Está muy grave, lo han sedado totalmente y le han aplicado varias pociones para añadirle sangre, pero no saben si es suficiente. Estaba muy mal herido y tardamos quizás demasiado en traerlo, sino despierta en las próximas cuarenta y ocho horas...- Dumbledore no terminó la frase pero no hizo falta que lo hiciera.
La angustia se apoderó del cuerpo y mente de Harry, ¿y si Lupin no despertaba? ¿En qué se estaba convirtiendo? Había dejado que el ángel negro se apoderara de él por unos breves instantes, había dejado que el odio lo cejara, ¿era en verdad tan importante Remus Lupin para él? ¿Por qué, por qué, por qué...? se repetía su cabeza, ¿por qué tenía que sentir, por qué tenía que sufrir? Se suponía que su corazón ya estaba cerrado, era como si las emociones lo hubieran vuelto a abrir y él sabía que Christine estaba al tanto de ello y que le haría pagar su debilidad en las próximas clases.
Incluso podía sentir miedo, miedo de querer, miedo de ese vacío, miedo de entrar en la habitación de Lupin y encontrarse con que lo quería demasiado para perderlo. Se dio cuenta de que temblaba a convulsiones.
-Harry, ¿estás seguro de qué te encuentras preparado para ir a verlo?- le preguntó Dumbledore con preocupación. Harry miró el rostro sombrío de Christine y asintió.
El director no preguntó nada más. Cogió a Harry por el hombro y lo arrastró hacia los ascensores, con la profesora siguiéndoles de cerca.
Por donde pasaran había rostros consumidos por el dolor, familias enteras rotas por la maldad del último ataque, por las víctimas cobradas, sufriendo, sin saber, sin esperar, que las únicas dos personas que podían matar esa angustia que sentían, se encontraban muy cerca de ellas.
Subieron al ascensor con dos sanadores que llevaban a un hombre en una camilla. El paciente estaba inconsciente y tenía la cara contorsionada por el dolor, pero estaba sumido en la inconsciencia.
-¿Se pondrá bien?- se atrevió a preguntar Harry a los dos sanadores. Uno de ellos, el más joven, suspiró.
-Supongo que salvaremos su vida, pero no podremos evitar su condena. Lo mordió un vampiro así que, a partir de ahora, será uno de ellos.
-Entonces yo preferiría la muerte.- murmuró Harry antes de salir el primero por la puerta del ascensor.
Dumbledore no hizo ningún comentario, a pesar de que había escuchado perfectamente las palabras de su alumno y siguió caminando por el pasillo hasta detenerse ante una puerta, de una habitación privada, que marcaba el número trescientos sesenta y dos.
-¿No hay nadie dentro?- preguntó Harry, que por alguna razón sentía un hormigueo extraño al ver el pasillo tan vacío.
-Remus no tiene familia,- explicó el director.- Por eso no tiene ninguna visita. Aún no he puesto a la Orden al corriente.- el ya de por sí vacío que sentía Harry se pronunció todavía más. Lupin estaba solo, no tenía familiares vivos y tampoco se había casado ni tenido hijos. Su única familia habían sido los merodeadores y ahora estaban muertos, porque para él, Pettrigrew era como si estuviese muerto, y Harry se sintió todavía peor por haber discutido de esa manera con él.
Sin esperar el permiso de Dumbledore, giró el picaporte de la puerta y entró.
Christine iba a seguirle, pero Dumbledore la retuvo unos instantes.
-Deja que esté a solas un momento con él, lo necesita.- los ojos fríos de la profesora se relajaron.
-Está bien- cedió.- Pero sólo unos minutos....ya sabes que no me gusta que esté en contacto con el sufrimiento...
-No puedes evitar que se sienta mal. Remus es lo último que le queda...- suspiró el director.
-No pensé que le importara tanto...pero él no está solo, me tiene a mí.
-¿Y se puede saber qué ayuda ha estado teniendo contigo hasta ahora?- preguntó Dumbledore. Su voz era pausada y tranquila, como de costumbre, pero sus ojos irradiaban una fuerza que Christine no había visto en él desde hacía años.
-Por favor.- susurró la profesora cerrando los ojos y apretando los dientes.- No quiero hablar de esto ahora, estoy agotada.
-Discúlpame.- murmuró Dumbledore y la cogió del brazo para sentarse en una de las sillas de pasillo. Christine estaba totalmente pálida y demacrada, hacía verdaderos esfuerzos por contener el dolor y por no desmayarse, pero tenía que ser fuerte, no le importaba mostrarse así delante de Dumbledore, pero sí con Harry. El director rebuscó entre su túnica un pequeño frasco con un líquido incoloro y se lo entregó.- Acabo de pedirlo a un medimago. Tómatelo.
Christine lo cogió con manos temblorosas y se lo bebió de un solo trago. Poco a poco sintió como la energía iba acumulándose en su cuerpo, pero el dolor y el cansancio no habían desaparecido del todo.
-Gracias- susurró cerrando los ojos para evitar marearse.
-Estás empezando a preocuparme. Has estado a punto de morir, Christine, no puedes soltar así toda la energía de tu cuerpo, recuerda las advertencias...
-Si no lo hubiera hecho él estaría muerto, y aún así, puede que no haya logrado nada.- el dolor iba a remitiendo poco a poco. El director suspiró.
-Aún así. Me cuesta reconocerlo pero Harry te necesita, sin tu protección es muy vulnerable. Pero insisto, te estás equivocando en el modo, vi sus ojos antes...sabes que el Ángel negro lo acecha...si Voldemort lo sospecha...
-No lo hará. Lo tengo mejor protegido de lo que crees. Entregaré mi vida antes que dejar que ese monstruo se acerque a él.- Dumbledore la miró con lástima.
-Valoras muy poco tu vida...
-Yo dejé de vivir en el momento en que murieron Dani y Alan. Lo único que me queda por hacer en esta vida está relacionado con Harry y lo cumpliré, no volveré a fallar.
-No fallaste, pero sigues insistiendo en que lo hiciste.- aseguró el director. Trataba de ablandar los duros ojos de la profesora, pero éstos estaban estancados en esa frialdad que los caracterizaba.
-No cumplí con mi deber, pero lo malo y lo que me reconcome, es que no llegué a tiempo a ninguno de los dos lugares. Caí en su trampa como una estúpida y Harry lo está pagando y también lo pagaron...ellos...
-Repito, no fue culpa tuya. Voldemort actúa con trampas y con maldad, engaña y hace todo lo posible por conseguir su propósito de una manera mezquina.
-No estaba refiriéndome a eso.- interrumpió Christine.- hace unos días, tuve un encuentro no grato con él. Y tiene razón, yo rompí las reglas...no quise escuchar a mi madre ni tampoco a mis superiores, no quise escuchar nada más que mi corazón...- sonrió con repulsión.-¡qué ilusa fui! Creer que yo sí podía escapar de mi destino, creer que las reglas eran para gente como ellos, que yo no entraba dentro de ellas por no ser completa, que yo podía comerme el mundo y desafiarlo, todavía no entiendo porque me encargaron la misma misión, porqué me dejaron volver si fallé...
-Porqué cuando un protegido es asignado no se puede cambiar de guardián. Tú estabas destinada a él y tu misión no ha acabado, ahora que te necesita deberás demostrar que puedes hacerlo y no solo porque sea tu trabajo como me dijiste, sino porqué esto es algo personal y te importa. Y tú no vas a dejar que le ocurra nada al hijo de James y Lily Potter, porque piensas que así puedes librarte de ese peso de culpabilidad y a la vez, indirectamente, ver a Alan a través de sus ojos...- Christine se puso en pie violentamente.
-Venga...entremos a ver a Remus...- con una sonrisa en la cara, Dumbledore se levantó y siguió a la profesora. Tal vez, aún quedara esperanza...
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Harry entró lentamente en la blanca habitación. El pecho seguía teniendo ese dolor profundo desde que se había despertado con aquel presentimiento.
La sala sólo tenía una cama, era muy distinta a la que había entrado cuando el señor Weasley había sido atacado por la serpiente.
Esta habitación era mucho más pequeña, tenía un armario ropero y un par de cómodos sillones. En el centro estaba la cama con el enfermo y a su lado una mesita de noche bien alta, con una botella de agua encima. Para redondear, un enorme ventanal cerrado con persianas era la mayor fuente de luz.
Harry observó la cama. Remus Lupin estaba inconsciente sobre ella, parecía dormido, como si de un momento a otro fuera a abrir los ojos y sonreír a Harry como siempre lo hacía.
Él camino hasta acercarse más a la cama, la rodeó y acarició las sábanas blancas con las que estaba cubierto el profesor. Lupin tenía toda la cara llena de cortes y moratones y estaba muy pálido y demacrado. Respiraba a través de un tubo artificial que tenía puesto en la boca y de un aparato que le proporcionaba el oxígeno. Sus brazos estaban llenos de agujas que sujetaban goteros con distintas pociones, dos de ellos, de sangre.
Harry acarició la mano del profesor suavemente e incluso estuvo tentado a zarandearla para que despertara, pero sabía que eso no iba a funcionar. Le impresionó mucho ver a Lupin en aquel estado, con el cuello tapado por vendas y un collarín, seguramente, a causa de la mordedura.
Sin poder remediarlo, los ojos se le empañaron y una lágrima bajó a través de su mejilla, mientras la puerta de la habitación volvía a abrirse y Dumbledore y Christine ingresaban en la sala. Harry ni siquiera se dio la vuelta, apretó un poco la mano de Lupin y trató de fingir que no lloraba.
-Tengo que irme, la Orden estará impaciente por saber nuevas noticias. Harry, Christine te llevará a Hogwarts dentro de un rato, ¿de acuerdo? No puedes levantar sospechas y es un riesgo muy grande que estés aquí, podría haber un ataque.- habló el director.
-Está bien pero...no quiero que se quede solo- titubeó el chico.- Podrían volver los mortífagos.
-Llegaré antes de que os vayáis y siempre habrá algún miembro de la Orden con él, no te preocupes.- explicó Dumbledore y sin esperar respuesta, se marchó.
Harry seguía sin mirar hacia atrás cuando los rodeó un incómodo silencio. Sólo tenía ojos para observar el deplorable estado de su ex profesor, de preguntarse porqué, de que alguien le golpeara y le mostrara que aquello no era más que un sueño, que Voldemort nunca había regresado, que Sirius no había caído a través del velo y que él no estaba en aquella habitación, con el corazón en un puño, casi rogando para que Lupin abriera los ojos, para que despertara.
"Mamá, no sirvió de nada tú sacrificio, de nada. Ha vuelto, papá, ha vuelto, ¿qué hago?". Esos pensamientos lo atormentaban, le acribillaban el cerebro como un molesto tintineo, el saber, que sus padres habían dado la vida por él y que gracias al sacrificio de su madre Voldemort había caído, y que ahora todo eso no tenía ningún valor, era más fuerte que su deseo de no sentir nada, de parecerse a su profesora.
-Deja de llorar.- dijo Christine acercándose un poco más a la cama y echando una mirada rápida a Lupin.
-¡No me da la gana!- respondió Harry bruscamente, sentía que iba a arder de ira y que la persona con quién quería pagarlo era Christine.- ¡Lárgate de aquí! ¡Déjame en paz con mi dolor!
-Tú no puedes sentir ningún dolor y lo sabes.- susurró la profesora obligando a Harry a que la mirara a los ojos. Unos ojos tan fríos como puñales, tan huecos...tan insensibles...
-Lo sé.- gruñó Harry volviendo a mirar a Lupin.- Y no me importa. -Christine suspiró y se dio la vuelta para marcharse, pero al llegar a la puerta se detuvo.
-Está bien, Harry, voy a dejarte sólo esta vez, tienes unos instantes para descargar tu ira...pero será mi último regalo. A partir de ahora se han acabado lo lloriqueos y las pamplinas, voy a ser mucho más dura contigo y si tengo que verte retorcerte de dolor para lograr que olvides todos esos sentimentalismos absurdos, lo haré. Las cosas ocurren por algo, Harry, y si el destino ha querido que Lupin muera hoy, entonces ni tú ni nadie podrá hacer nada...- abrió el picaporte y se marchó.
-Este no puede ser mi destino...- murmuró Harry conteniendo la rabia.- Ahora sé, que las condiciones en las que uno nace son irrelevantes, es lo que haces con el don de la vida, lo que determina quién eres...y yo voy a sacar provecho de ella...voy a culminar...mi venganza.- Christine acababa de salir por la puerta, no obstante, pudo oír a la perfección las últimas palabras de Harry. Habían empezado a comunicarse por telepatía, una ciencia muy difícil sino se tenía ciertos...dotes mágicos. Y muy a su pesar, la profesora sabía que el día de la verdad no estaba muy lejos y que tendría que contarla para obsequiar a Harry con el único poder que podría ayudarlo, pero eso sólo ocurriría si él superaba el trauma de esa noche. Que lo lograra o no, dependía de él mismo, así que Christine se armó de valor y se alejó unos metros de la habitación, sumida en sus pensamientos.
Harry se quedó de nuevo en el más absoluto silencio. Le perturbaba la calma de esa habitación y a la vez estaba aliviado de no escuchar nada más que el leve tintineo que emitía la máquina de los constantes vitales de Lupin. Eran muy débiles, observó, apenas se percibían, pero aún había una luz al final del túnel.
Se acercó un poco más al profesor y se sentó en el borde de la cama, pasando la mano por sus pálidas mejillas. Estaba helado, el calor de su cuerpo se consumía poco a poco.
-Si Ginny estuviera aquí, me diría que habría que tener fe, profesor Lupin.- comentó Harry en voz alta, sentía que el hombre podía escucharle.- No se lo he dicho, pero ella y yo estamos saliendo y no sabe el bien que me hace...si Sirius estuviera aquí, estoy seguro de que estaría orgulloso.- suspiró ante el recuerdo de su padrino.- Perdóneme -susurró de repente, las lágrimas volvían a brotar de sus ojos, era la primera vez que lloraba abiertamente.- Debí escucharle, debí saber que lo hacía por mí, profesor Lupin, debí comprender y...no lo hice, y lo siento de verdad. No quiero que le pase nada, no quiero que muera...- Harry bajó la cabeza en señal de derrota y si no lo hubiera hecho habría visto con sus propios ojos como las pestañas del profesor se forzaban en un gesto arrugado.
-Sirius...- sollozó Harry.- Sirius devuélvemelo...- una sonrisa amarga cubrió el rostro de Harry mientras miraba hacia el techo, como si de verdad creyera que su padrino estaba allí.- No seas egoísta...tú ya tienes a mis padres, pero yo estoy solo...anda...tráelo de vuelta, deja que siga conmigo, aún le queda mucho por vivir, nos queda a ambos...es una promesa Sirius, si me lo devuelves te juro que voy a lograr ese futuro por el cuál moriste, esa causa...voy a devolverlo, Sirius, voy a acabar con Voldemort y ese sueño nunca más será ficticio, ¡pero tienes que devolvérmelo! ¡Tienes que dejar que viva!
El ruido de la puerta al abrirse lo interrumpió, pero Harry no apartó la mirada del techo.
-Tenemos que irnos...- susurró Christine.- Tonks y Ojoloco han llegado, Harry, ellos cuidarán de Remus.- Harry se dio la vuelta sin mirar hacia atrás. Cuando la puerta se cerró detrás de él, las constantes de Lupin se intensificaron y el latido de su corazón palpitó con más fuerza, pero nadie supo qué ocurrió. Y cuando Lupin abrió dos días después los ojos, los sanadores creyeron, que se trataba de un verdadero milagro científico.
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Christine caminaba aquella mañana por los pasillos del colegio. Sus pasos resonaban fuertemente por los todos los rincones del castillo y el frío se iba haciendo patente, conforme bajaba la escalinata, en dirección a las mazmorras.
Llevaba puesta su habitual túnica negra y su capa hondeaba en un divertido frufrú, con sus cabellos azabaches y lacios, sueltos, sin su habitual recogido en cola de caballo.
Su rostro era un verdadero muro de piedra, ácido, sin ningún sentimiento patente. Llegó hasta la puerta de la clase de pociones, entró en el aula vacía y se dirigió al fondo de la estancia, donde había otra puerta cerrada. Tomó aire y llamó con los nudillos. Una voz tan áspera e indiferente como la suya, le permitió el paso.
Christine entró y cerró tras de sí. El profesor de pociones estaba sentado detrás de su escritorio, revisando algunos de los trabajos de sus alumnos. La mujer echó una mirada a su alrededor. El despacho estaba muy oscuro, era incluso tenebroso, no entraba luz por las ventanas porque las persianas estaban bajadas y se respiraba un olor agrio en el ambiente. Pero parecía que esa habitación tan cargada, repleta de frascos de pociones y tarros con extraños contenidos, eran del agrado del profesor. Lo único que le gustaba a Christine de aquel lugar eran los libros de las estanterías, aparentemente interesantes y muy raros de encontrar.
Snape levantó la vista de sus trabajos y carraspeó, llamando la atención de la mujer.
-¿Deseabas algo, Christine?- preguntó con una voz melosa, tratando de sonar amable. Esa falsa modestia no agradó en absoluto a la profesora.
-Sí, -dijo avanzando hasta colocarse enfrente del escritorio.- No me encuentro bien, ¿podrías darme una de las pociones?- Snape analizó con detenimiento el estado de la chica. Era cierto que estaba más demacrada que en otras ocasiones y también ojerosa, pero sus ojos inspiraban determinación y confianza.
-No te encontrarías mal si hicieras caso a Dumbledore...sería una lástima para Potter...perderte...- siseó Snape maliciosamente, y se puso en pie. Christine, no obstante, sonrió.
-Sabes muy bien que no he tenido otro remedio. A pesar de esos...extraños individuos que están ayudando a la Orden y a los aurores, esta guerra se nos está yendo de las manos...si hago cosas es para salvar vidas...
-¿Cómo la de los licántropos?- inquirió Snape desagradablemente.- No merece la pena que malgastes tu poder para salvar vidas que no tienen ningún sentido...
-¿Eso crees?- preguntó Christine. La sonrisa había desaparecido de su rostro.- Yo creo que toda vida humana es necesaria y tiene el mismo valor...
-Ya veo.- susurró Snape.- Sí, a ti siempre te gustaron los sangre sucia y los licántropos, siempre fuiste con ellos...de todos modos, te aconsejo que dejes a un lado tus intereses personales con Lupin y te centres en proteger a Potter. El Señor Oscuro está furioso porque no le han llegado los informes requeridos...y cuando el Señor Oscuro se enfada, las cosas siempre se aceleran lo cual, Potter está en grave peligro...
-Te aconsejo que no sigas con esas, Severus.- interrumpió Christine bruscamente.- No me gusta que se hable de mi vida personal y menos alguien que no la conoce...
-Sí,- Snape al parecer disfrutaba mortificando a la profesora.- ya me acuerdo de todo ese numerito que montaste con Dani...francamente, no creo que Lupin sea mejor partido que él...un licántropo...
-¡Basta!- ordenó la mujer fríamente. Sus ojos azules se habían oscurecido de la rabia y tal vez Snape lo notara porque se paró de golpe.- No tienes derecho a inmiscuirte en cosas que no entiendes, lo que yo hiciera o haga no tienes porque saberlo tú, y te advierto que será mejor que no me vuelvas a nombrar el tema, porque entonces, quizás sea yo quién acabe contigo y no Voldemort y créeme, cuando me enfado, puedo ser tan terrible como él. No me importará que seas el espía de Dumbledore, yo no respondo ante nadie... -Snape se dio la vuelta hacia el armario y tras rebuscar uno segundos le entregó a la mujer un frasco con un líquido transparente.
-Tu poción.- dijo de mala gana.- Es una advertencia, Christine, ten mucho cuidado porque si sigues actuando como te venga en gana vas a durar tan poco como duraron los Potter y sé que he tocado una herida profunda...ya fallaste una vez y yo no confío en que tú seas la que pueda ayudar a Potter a sobrevivir del Señor Oscuro...
-¿Y quién te ha dicho que yo vaya a ayudarlo a sobrevivir?- preguntó Christine irónicamente dándose la vuelta para marcharse. Snape abrió ligeramente la boca.- Voy a ayudarle a...matarlo...
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Había pasado una semana desde que Lupin fuera atacado y mordido por un vampiro. Su recuperación tan rápida había sorprendido a todos los miembros de la Orden, pero había hecho brotar la esperanza en el corazón de Harry y sus amigos.
Él tenía la seguridad de que Sirius se había arrepentido y había dejado a Lupin regresar, que se lo había devuelto y a cambio Harry iba a cumplir su promesa de vengarlos a todos, de construir ese futuro tan buscado.
Quizás era por eso que en las últimas tres clases Christine se había mostrado mucho más satisfecha con su comportamiento y era él quién se daba cuenta del aspecto tan lamentable que mostraba la mujer en ciertos momentos, pero no había tenido el valor necesario para preguntar de nuevo. Sabía que no había llegado el momento, o al menos, ella no lo pensaba.
-¡CRUCIO!- la pequeña araña se retorció unos segundos en la mesa, sin que su agresor tuviera la menor compasión de ella.
-Ya es suficiente.- murmuró Christine indiferentemente. Estaba muy contenta con el rendimiento de Harry. Él detuvo el hechizo y se apoyó en la pared, aguardando nuevas órdenes. Después de recoger a la araña e introducirla en un tarro de cristal, la profesora se acercó a él.- ¿No sientes ninguna compasión, verdad?
-¿Por qué iba a compadecerme de una araña?- rió irónicamente Harry.
-Cuidado, ya sabes que no te he enseñado las maldiciones prohibidas para que las uses con arañas.
-Lo sé- aseguró Harry.- Tengo otros planes para ellas.- Christine sonrió.
-Esto ya lo dominas...¿sabes lo qué significa? ¿Recuerdas los sentimientos qué hay que tener para realizar la maldición Cruciatus?
-Por supuesto- respondió Harry indiferentemente. Jugaba con su varita balanceándola de una mano a otra.- tengo que desear causar...dolor...- sonrió ante el gesto serio de su profesora.- Tranquila Chris, soy el mismo de siempre...
-A veces me cuenta creerlo.
-Bueno, eso será porqué he aprendido la lección. ¿Qué quieres qué te diga? ¿qué no tengo ganas de lanzarla contra Bellatrix o contra Malfoy?
-Sé positivamente que lo deseas más que nada...te daré el gusto con Bellatrix, pero con Malfoy... sabes que no puedes hacerlo.
-Sí, es una desgracia, pero tarde o temprano va a delatarse y entonces...
-Dime una cosa.- lo interrumpió Christine.- ¿Y contra Voldemort? ¿No deseas lanzar la maldición cruciatus contra él?
-¡Oh, la maldición cruciatus no es un castigo para él!- respondió Harry fingiendo hacerse el ofendido.- ¡me decepcionas! ¡Para él quiero algo mucho peor!
-Sí, lo sé- rió irónicamente Christine.- Y no voy a tardar en enseñártelo.
-Lo espero con impaciencia.- contestó Harry, sus ojos estaban llenos de ansia de venganza.
-Pero antes tendrás que empezar a dominar la maldición Avada Kedavra. Y todavía no tienes asimilados en tu cabeza los conceptos necesarios para llevarla a cabo.
-No me gusta matar a la gente.- contestó Harry encogiéndose de hombros.
-Sí, pero debes aprenderla. Si has sido capaz de introducir el querer dañar a alguien con el sufrimiento, serás capaz de querer matarla. ¿No me digas qué no quieres matar a Voldemort?- el rostro de Harry había adoptado un semblante serio, tras la pregunta.
-Sabes que sí. Pero... -dejó de apoyarse en la pared y comenzó a caminar nerviosamente por la sala.- Él no morirá con un simple Avada kedavra. Cuando intentó matarme la maldición rebotó contra él y no murió...me explicó en aquel cementerio que él había tomado muchas precauciones contra la muerte...
-Estoy al tanto de ello.- respondió Christine, que estaba tan seria como Harry. -Y no creas que no he estado investigando el modo de matar a Voldemort, pero hasta ahora, la única conclusión a la que he llegado es que tú mismo encontrarás la manera...eres el único que puede destruirle...y con un poder que él desconoce.
-Sí, pero no puedo destruirle con amor...¿qué voy a hacer? ¿Lanzarle un beso?- Harry estaba irritado, se ponía así cada vez que se hacía alusión a la profecía que lo unía con Voldemort.
-No, no creo que tenga que ver con eso, pero sí con el deseo de proteger a tus amigos...- explicó Christine poniéndose una mano debajo de la barbilla.- Él nunca podría entender que arriesgaras tu vida por las personas a las que quieres...
-Bueno pues ya es hora de que se entere.
-Estoy de acuerdo.- asintió Christine.- Tú solo deja que yo ponga los conocimientos en tus manos...tal vez, cuando llegue la hora de acabar con Voldemort...lo sepamos, hasta entonces...habrá que trabajar muy duro...
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Era bastante tarde, había sido un día muy duro y se encontraba más cansado de lo habitual, eso sin tener en cuenta lo que le quedaba todavía. Suspiró con resignación, no entendía a qué se debía la insistencia del director a tener una conversación al menos una vez al mes. Quizás quería comprobar que la mente de Harry seguía abierta, porque en el fondo no se fiaba de Christine.
-Imposible.- murmuró- lo hemos hecho muy bien.
No, él creía que el director sólo trataba de matar su propia culpabilidad por la muerte de Sirius y su indiferencia hacia él durante el curso pasado. Pensaba que Harry estaba más contento con esas visitas mensuales, pero lo único que Dumbledore conseguía era fastidiarlo.
Cuando estaba frente a él tenía que abrir de nuevo su mente y seleccionar muy bien sus pensamientos para engañarle, no era una tarea fácil, pero la había efectuado tantas veces que su cerebro actuaba por inercia. Era muy fácil engañar al anciano.
Christine era una profesora excelente, había puesto numerosos conocimientos ante sus ojos y había abierto la capacidad de comprensión de Harry. Podía hacer tantas cosas, había aprendido tanta protección y tanto dominio que se había asegurado ser el mejor de todo el colegio y...mucho más que eso. Veía muy cercano el día de hacer su primera aparición en público, aún ignorando, que el verdadero poder estaba por llegar.
Si Dumbledore supiera lo mucho que había avanzado, si descubriera los conocimientos que Harry poseía. Su profesora se había asegurado que el curso le resultara realmente sencillo y lo había logrado. Materias como Transformaciones, Encantamientos o incluso Pociones, se habían convertido en un juego de niños.
Disfrutaba viendo la cara de incredulidad de la profesora McGonagall, la cuál otorgaba a Gryffindor una cantidad considerable de puntos, o los saltos de alegría del profesor Flitwitch, en una emoción contenida, asegurando que Harry se estaba convirtiendo en un experto en Encantamientos.
Pero sin duda lo que más satisfacía a Harry en aquellos momentos eran los gestos rudos de Snape cada vez que pasaba por su caldero y no tenía nada que criticar. Obviamente, después de las detenciones, Christine se había asegurado de que Harry controlara su ira hacia él y de que aprendiera a no dejarse influir por sus mortificaciones. Ardua tarea, pensaba el muchacho, porque pese a que Snape no encontraba motivos suficientes para castigarlo o para quitarle puntos, no cesaba en sus amenazas acerca de la prepotencia, en la que según él, Harry estaba cayendo.
Por supuesto, era muy sencillo para el profesor sacar un tema especialmente doloroso para el chico, todos referidos a James Potter y Sirius Black, pero la gota que había colmado el vaso había sucedido en su última clase de Pociones, donde el odioso profesor había insinuado que Lupin merecía morir.
El suceso de aquel día todavía era doloroso para Harry y estaba seguro de que el director no iba a dejar pasar la oportunidad para obtener una explicación de porqué él, había hecho explotar el caldero con la poción dentro, en un ataque de ira descontrolada y se había largado de la clase, antes de que su pérdida de nervios, le hubieran incitado a lanzarle una maldición a Snape.
Pero se sentía orgulloso de sí mismo por esa proeza, era cierto que se había ganado una semana de castigos con el profesor, en la que las insinuaciones acerca de Lupin, su padre o Sirius se habían incrementado, pero al menos había logrado dominar por completo a la oscuridad, o mejor dicho, a lo que su profesora llamaba el Ángel Negro.
Curioso nombre para denominar al mal, porque eso era el ángel negro, la oscuridad poseyendo el cuerpo de una persona, alimentándose del sentimiento de venganza o de dolor, esa fuerza que incitaba a hacer daño, incluso cuando la víctima no lo merecía.
Harry se había preguntado desde que lo oyó mencionar por primera vez, si en realidad Christine deseaba que él se dejara arrastrar por esa oscuridad, que se dejara absorber por ese poder que representaba la maldad, que quizás ella pensara que era eso lo que le iba a ayudar a derrotar a Voldemort y que luego, una vez muerto el mago tenebroso, podrían recuperar al verdadero Harry.
Cuán equivocados estaban, él estaba seguro de que, si se dejaba consumir por ese mal, nunca iba a poder volver a ser el mismo y había apartado esos fantasmas en torno a las absurdas teorías sobre su profesora al escucharla cada noche, sin poner atención en sus palabras, solo observar, ver el brillo de sus ojos haciéndola poderosa, fuerte, como ella era, y a la vez notar un deje de tristeza en sus profundos ojos azules, se había perdido en ellos, estaba escrito su destino y era, sin lugar a dudas, creer en sus palabras.
Jamás, Christine jamás había pretendido que Harry ganara la batalla de ese modo, y pese a que no observaba ningún signo de compasión, cariño o estima hacia él, podía comprobar en el día a día ese afán por protegerle. ¿Obligación? No, era una fuerza que la impulsaba a hacerlo y él la conocía lo suficientemente bien como para saber que, si Christine decía esto o hacía lo otro, era porque pensaba que así iba a salvar la vida de Harry. ¡Qué ironía! ¡Salvarla, no, ayudarle a cumplir su promesa, ayudarle a culminar esa venganza, que pudiera otorgarle un momento de paz!
Por eso le fastidiaba ahora estar subiendo por la gárgola hacia el despacho del director, después de haber pronunciado correctamente la contraseña. Tener que justificar sus medios, sus fines, sus pensamientos y su increíble cambio ante alguien que decía confesar ser el culpable de la muerte de su padrino. Aún no entendía como Dumbledore se atrevía mirarle a la cara, pero lo que realmente no entendía, era porque si deseaba apagar el fuego de su interior vengándose de todas las personas que habían llevado a la muerte a Sirius Black, porqué no empezaba con el que tenía más cerca, el director de Hogwarts.
Tal vez aún poseyera algo de conciencia, o tal vez, no sentía ningún rencor por el anciano, él que lo había admirado, él que lo había defendido en la Cámara de los Secretos, él que lo había puesto en un pedestal y le había empezado a abrir su alma, y ahora casi se obligaba a detestarlo, a buscar un motivo para odiarlo y cuando se repetía las palabras de confesión de Dumbledore acerca de la muerte de Sirius, su corazón se cerraba a escucharlas. Pese a todo, Dumbledore era y siempre lo sería el hombre al que admiraba, el mejor mago de todos los tiempos para él y no había ningún rencor en sus ojos, cuando ambos estaban frente a frente.
Pero había algo con lo que desviaba su frustración ante esos pensamientos, y era el ocultar al director el verdadero propósito de sus clases especiales, lo que hacía en ellas, y disfrutaba engañando al anciano con estúpidos pensamientos, siempre que él deseaba entrar en su mente.
Eso lo hacía sentirse fuerte y poderoso, y pensaba que, si había sido capaz de engañar al propio Dumbledore, también lo estaba logrando con Voldemort.
-Adelante.- dijo la pausado voz del director. El chico entró y sin esperar ofrecimiento tomó asiento. Esto divirtió mucho al anciano.- Bien, Harry, te he llamado porque la profesora McGonagall me ha comentado que le has pedido ir a visitar a Remus Lupin.- Harry se removió en la silla, no se esperaba un comienzo tan interesante para la conversación.
-Así es, señor.- los ojos de Dumbledore se clavaban como astillas en los suyos, así que, concentró su mente y obligó al anciano a leer en ella "Lo echo mucho de menos"
-Sé que lo echas mucho de menos.- dijo Dumbledore y Harry sonrió complacido.- Pero dadas las circunstancias no puedo dejarte ir, lo siento. Te seré franco, Harry, si aquel día, el día del ataque, dejé que fueras a San Mungo fue porque pensé que Remus iba a morir y que tú nunca me perdonarías el no dejarte verlo por última vez.- la sonrisa se borró del rostro de Harry, que fingió decepción, aunque la verdad es que estaba bastante fastidiado con el exceso de protección del director. Tenía que ver a Lupin y pedirle perdón, le reconcomía pensar que el ex profesor casi había muerto con la idea de que a Harry le resbalaba todo.
-Usted cree que podría ser peligroso..-. inquirió Harry. El director asintió.- Está bien...le escribiré para ver como se encuentra. ¿Puedo hacerlo, verdad?
-Sin ningún problema.- aseguró Dumbledore.- pero ten cuidado con no poner nada comprometedor. Recuerda que podrían estar detectando el correo.
-Claro, no se preocupe.- el director se mostró complacido. Entrelazó las manos y siguió mirando fijamente a Harry.
-Hay otro tema que quería comentarte...-Harry levantó la cabeza, esperando escuchar algo que valiese la pena.- Estoy sorprendido, Harry, has efectuado un cambio, tanto a nivel de estudios como a nivel personal excepcional y...me preguntaba si eso tenía algo que ver con Christine...- Dumbledore era muy listo, pensó Harry. Ya que sus pensamientos no le revelaban nada interesante estaba tratando de sacarle información por medio de las palabras. Christine le había advertido que al director no le gustaba la forma en la que Harry se estaba empezando a asemejar a ella.
-Usted le pidió que me diera clases...profesor.- explicó Harry, trataba de que su voz sonara suave y algo más cálida de lo que últimamente lo hacía.- Usted la conoce y me conoce a mí... a partir de ahí podrá juzgar.- Dumbledore sonrió. También pensaba que la actitud de rechazo hacia Harry se la merecía, el chico estaba jugando con él.
-Lo que yo le pedí a Christine, Harry, fue que te ayudara a superar la muerte de Sirius y que te enseñara Oclumancia y Legeremancia, para poder tener una defensa ante Voldemort...jamás le pedí que cambiara tu forma de ser...de hecho, no creo que a ti te agrade...
-Pues está equivocado, señor.- contestó Harry con una sonrisa de suficiencia.- A mí me gusta ser más fuerte, me gusta no pasarlo mal y me gusta Christine...
-No es eso lo que me dijiste a principio de curso- discutió Dumbledore.
-Tiene razón, me equivoqué. De hecho, tenía una cierta actitud de rechazo hacia ella...pero ella hizo justo lo que usted le pidió, ayudarme a superar la muerte de Sirius y hacerme avanzar mucho en cuanto a Oclumancia. De hecho, puede comprobar que estoy tratando por todos los medios de evitar mirarle directamente a los ojos, porque sé que usted intenta introducirse en mi mente...- Dumbledore sonrió, pero no era una sonrisa de orgullo y de confianza, era una sonrisa fría, amarga...
-Ha hecho un trabajo concienzudo contigo. Ha logrado que olvides todo lo que fuiste y lo que eres y que incluso desconfíes de Remus o de mí.
-Yo no desconfío.- aseguró Harry.- Pero estoy cansado de ser el centro de atención. Debería dejar de preguntarme si me encuentro bien, de intentar averiguar cómo me siento...y también el profesor Lupin. Me enferma llamar la atención.
-Lo sé- aseguró el director. Esta vez no se reía.- Pero no lo puedo evitar Harry, siento que algo falla. ¿Por qué esa frialdad, por qué esa indiferencia? Se puede superar el dolor sin que la oscuridad te ronde...
-Eso ya está superado.- interrumpió Harry bruscamente.- Christine me contó lo del Ángel Negro, como lo llaman, y le aseguro que no me convertirá en lo que es ahora Voldemort.
-¿Cómo estás tan seguro?- Harry reflexionó unos instantes.
-Porque tengo una promesa que cumplir.- contestó sinceramente.
La ventana del despacho de Dumbledore se abrió bruscamente y una ráfaga de aire frío entró bruscamente, derribando al suelo alguno de los papeles. El director se levantó rápidamente de su asiento y la cerró de un golpe seco, mientras Harry recogía lo que se había caído y lo depositaba de nuevo en el escritorio.
-Quiero creerte.- dijo Dumbledore como si nada los hubiera interrumpido.- Pero me cuesta. Creo que estás evadiendo el dolor, no superándolo. Y sino, explícame cómo, de repente, se te dan tan bien las pociones o los Encantamientos, cómo no hay ni una sola transformación que te salga mal o cómo has alcanzado el nivel de la señorita Granger.- Harry sonrió complacido. Ya esperaba esa pregunta, el director llegaba a ser muy predecible, o quizás, lo era ahora que él había estudiado cada uno de sus movimientos.
-Bueno, todos dicen que mi padre era el alumno más inteligente del colegio ¿no?, y que yo me parezco mucho a él, pues supongo que al final ha salido a luz la herencia que me dejó. Y también creo recordar que mi madre era muy buena en Encantamientos...quizás sea eso.
-¿Me estás tomando el pelo?- preguntó Dumbledore con ironía.
-En absoluto- contestó Harry con el rostro más serio que le fue posible. La venganza era muy dulce y engañar así al director le proporcionaba un terrible placer.- Pero le recuerdo, director, que fue usted quién me dijo el contenido de esa...- tomó aire, odiaba hablar de eso.- de esa estúpida profecía...y ahora le parece mal que me tome en serio seguir vivo antes de las Navidades.- la respuesta produjo el efecto que Harry esperaba. Dumbledore abrió la boca y la volvió a cerrar un poco confuso, pero serio.
-No me gustaría que te obsesionaras con eso.
-No me obsesiono, me lo tomo en serio.- se limitó a decir Harry.
El silencio calló abruptamente sobre la habitación. Harry se levantó y comenzó a pasear mirando el campo de quidditch, oscuro, a través de la ventana de el director, igual a como lo había mirado el día de la muerte de Sirius.
-¿Le puedo preguntar una cosa, señor?
-Por supuesto.- respondió Dumbledore, expectante.
-Me gustaría saber, porqué no mato a Voldemort en el Departamento de Misterios. Usted pudo hacerlo, es buen mago...¿fue por la profecía?- Obviamente el director no se esperaba aquella pregunta porque se quedó durante uno segundos callado, como si considerara o no responder. Harry estuvo muy tentado de leerle la mente a través de la Legeremancia, pero sabía que existía un gran riesgo en ello. Un mago experimentado como Dumbledore podría detectarlo.
-¿Crees que fue por la profecía, Harry?- preguntó al fin. El chico asintió.- Me temo, que te equivocas. Yo no creo que el destino de nadie esté escrito y tengo la seguridad de que se pueden cambiar las cosas. Día a día, tomamos miles de decisiones que si cambiáramos, variarían la forma de elegir nuestro futuro. La simple decisión de salir o no a la calle el día en que se va a producir un ataque, puede salvarnos la vida o arrebatárnosla. Yo no traté de matar a Voldemort porque sabía que corría un riesgo importante al atacarle.- Harry prestaba suma atención a cada palabra.- Si Voldemort ha sido capaz de engañar a la muerte, de acercarse a la inmortalidad más que nadie en el mundo mágico, yo, al intentar matarle, estaba corriendo el riesgo más que seguro de que la maldición rebotara contra mí y me matara yo mismo. Y sinceramente, no me puedo permitir el lujo de morir a manos de Voldemort mientras queden tantas cosas que organizar en el mundo mágico, por ejemplo, tu defensa. Christine jamás habría regresado de su...retiro si yo no le hubiese ofrecido unos argumentos y entonces tú estarías desprotegido. La unión que ha ofrecido la Confederación Internacional de Magos no habría sido posible, creo no ser prepotente al pensar, Harry, que si mis días hubiesen acabado en el Departamento de Misterios la poca resistencia que estamos mostrando se hubiera venido a pique. Hay muchas cosas que aún guardo en mi cabeza, cosas que te conciernen y cosas que conciernen a Voldemort, no hay nadie en el Mundo Mágico que lo conozca más que yo.- Harry lo miró directamente a los ojos muy pensativo.
-¿Cómo lo detendremos? ¿Cómo lograremos romper esa barrera que lo aparta de la muerte? Si es capaz de ocupar cuerpos, aunque volvamos a destruir el suyo miles de veces, regresará...
-No si se destruye el espíritu que se esconde tras ese cuerpo- argumentó Dumbledore.
-Pero la maldición Avada Kedavra no sirve...- susurró Harry. Hablaba en voz alta, pero expresaba sus propios pensamientos.- Si fuera así, hubiera muerto la noche en la que intentó matarme...pero él tomó grandes prevenciones para la muerte...¿cómo destruir algo que no es humano?
-Eso, se logrará con un poder que él no conoce...y que si aún no has perdido...reside en ti.
"Cuando llegue el momento, lo sabremos" las palabras de Christine cobraron sentido en aquel momento. Y si Harry no se equivocaba mucho, el espíritu que había que destruir para matar a Voldemort, era la parte del mal, que ocupaba el Ángel Negro.
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-¿A quién escribes esa carta?- escupió Ron, tenía la boca llena de tostadas que se había subido del desayuno.- ¿No será alguna nota secreta para Ginny, verdad?- Harry soltó una carcajada.
-Por supuesto que no, Ron. Cuando tu hermana y yo quedamos nos lo decimos personalmente.
-¿Entonces es cierto que quedáis a escondidas?- cuestionó Ron frunciendo el entrecejo. Hermione puso los ojos en blanco, pero a Harry le resultaba muy divertida la conversación.
-Si así fuera, no creo que sea prudente decírtelo. Podrías romper nuestro mágico momento de intimidad.- Ron exhaló un suspiró de resignación.
-Todavía no me hago a la idea de que Ginny y tú estéis saliendo. ¿Cómo fue que te enamoraste de ella?- Harry se encogió de hombros.
-No sé, creo que me di cuenta después de las muchas conversaciones que tuvimos. Siempre vi a Ginny como mi hermana pequeña, pero hablando con ella me percaté de que es toda una mujer y mucho más sensata que tú.
-¡Yo soy sensato!- protestó Ron.
-Si lo fueras.- interrumpió Hermione.- No estarías atosigando a Harry con tus tonterías. ¿Para quién es la carta?- añadió preguntando a su amigo.
-Para Lupin.- suspiró el chico. -Le pregunté a McGonagall si me dejaban ir a verlo al hospital, pero se negó rotundamente.
-Lo imaginé.- dijo Ron.- Esa vieja arpía...
-¡Ron!- le reprendió Hermione.- La profesora McGonagall hace bien en no permitir a Harry que salga de Hogwarts, podría ser peligroso.
-Sí, por una vez estoy de acuerdo.- apoyó Harry, aunque no lo creía del todo. Si los profesores supieran lo mucho que había mejorado, seguramente le dejarían ir a ver a Lupin a San Mungo.- Malfoy está espiándome dentro de Hogwarts y podría informar a Voldemort de mi pequeña excursión. Pero estoy preocupado por Lupin, podrían ir al hospital a atacarlo...ahora que está convaleciente.
-Dumbledore se habrá asegurado de que no los sorprendan. Habrá puesto vigilancia.- opinó Hermione astutamente.
-Sí, lo ha hecho. Aún así, me preocupa. Voldemort no suele dejar un trabajo a medias y en cuanto esté recuperado, conociendo a Lupin como le conozco no se quedará oculto como un cobarde. A veces pienso que el espíritu de Sirius lo ha poseído.
-El profesor Lupin es un gran mago y siempre lo ha demostrado.- dijo Ron.- No tienes de qué preocuparte. No le pasará nada.
-Eso espero.- suspiró Harry. Dobló la carta en cuatro pedazos y se dirigió a la lechucería seguido de sus amigos. Afortunadamente, muchos de los alumnos se encontraban en el Gran Comedor y también los profesores y no tuvieron ningún encuentro no grato. Odiaría que alguien le preguntara a dónde iba o qué iba a hacer. Ya no confiaba en nadie.
La Lechucería también estaba desierta. Harry buscó a Hedwig con la vista y la encontró medio durmiendo al lado de Argo, ambas muy juntitas. La llamó con un silbido y la fiel ave bajó hasta colocarse en el hombro de su amo. Argo ululó ofendida, de que los hubieran interrumpido.
-Hace mucho que no te doy trabajo, vieja amiga.- susurró Harry atando la carta a la pata de Hedwig.- Quiero que se la lleves a Lupin, ¿de acuerdo? Pero no levantes sospechas y no vuelvas sin una contestación. ¿Entendido?
Hedwig ululó para darle a entender a Harry que había comprendido todo muy bien y tras apretarle un poco con la pata en el brazo cariñosamente, salió volando.
Harry, Ron y Hermione la observaron hasta que se perdió en el horizonte.
-Creo que Argo y Hedwig no tardarán en formar familia.- opinó Ron. Harry no pudo más que sonreír. Estaba ansioso por obtener la respuesta de Lupin. Había escrito la carta muy minuciosamente, cuidando cada detalle al máximo. No le había dicho a Lupin que Sirius le seguía importando y tampoco le había dado a entender que lo quería mucho, pero sí le había pedido perdón y deseado que se recuperara pronto, porque había estado muy angustiado con lo que había ocurrido. Cualquiera que leyera la carta, pensaría que Harry Potter apreciaba a Remus Lupin, pero no lo suficiente como para llegar a quererlo y con ese magnifico pensamiento, se dirigió con sus amigos hacia las mazmorras, donde tendría lugar la terrible clase doble de pociones, con su profesor menos agraciado.
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Hacía un día envidiable. El sol estaba en su mayor apogeo, los pájaros canturreaban como si estuvieran en primavera, silbaba un tibio viento, nada parecido a los anteriores días fríos, en los que el otoño llamaba a gritos al invierno y en los que Hogwarts, se convertiría en un castillo nevado.
No, el día había amanecido espléndido, era sábado y los estudiantes estaban relajados, tirados bajo la sombra de las copas de los árboles, disfrutando de lo que sería el último día de calor.
Harry y Ginny se encontraban en su lugar secreto. No es que fuera muy secreto, pero sí íntimo y donde se habían juntado en todas las ocasiones que deseaban estar a solas y que eran muchas.
Su relación se había consolidado fuertemente, ambos parecían llevar saliendo una eternidad, como si siempre hubieran estado juntos y su destino fuera reunirse. Se conocían muchos años, pero ahora estaban explorando más a fondo las personalidades del otro, eran uno, porque siempre podían adivinarse los pensamientos. Harry pensaba que Ginny era un verdadero peligro para él, porque llegaba a conocerlo tan bien como Christine y era muy difícil engañarla. Pero ella no era una persona celosa y tampoco preguntaba mucho, solía confiar en Harry y dejaba que él decidiera lo que contarle o no en cada momento.
Lo quería como jamás había querido a nadie, era extraño porque todavía era muy joven, pero había nacido un lazo de afecto que los unía, un presentimiento dentro de su corazón que les dictaba, que habían nacido para quererse y no separarse jamás.
Harry había aprendido a querer, la palabra que siempre había notificado como tabú, se había convertido en su mejor defensa cuando los fantasmas del dolor y la culpabilidad acudían a él.
Nunca había sabido lo que significaba que le quisieran de verdad, quizás, la única persona que le había inspirado esa sensación era Sirius, pero él nunca le había dicho "te quiero" y ahora estaba muerto. Ginny se lo repetía a cada momento y él solo sonreía. Sentía que decirle "te quiero" iba a afectarle demasiado, no sabía realmente el significado de la palabra y temía que su plan con Chrisitine se fuera a pique si se ataba demasiado a las cadenas de las palabras.
Pero Ginny nunca le había reprochado nada, es más, incluso le entendía y no le importaba que Harry no fuera capaz de decirle que la quería, porque ya se lo demostraba con creces. Una imagen, vale más que mil palabras, se repetía y cada vez que Harry sonreía, le hacía una caricia, la besaba con esa ternura o la cogía de la mano, sentía que esas palabras no hacían falta porque tenía lo mejor de él, al verdadero Harry.
No al que estaban acostumbrados a ver últimamente, frío y distante, sin sentimientos...no, sino a su parte humana. Ginny estaba preocupada por él y sabía que ella era la única capaz de hacer reaccionar a su novio, capaz de devolverle su humanidad, sus sentimientos y eso la hacía importante.
Por eso, las dudas desaparecían cuando se encontraban a solas, como estaban ahora, en su rincón mágico, secreto, tumbados en la hierva, y apoyados el uno en el otro. Ginny tenía cerrados los ojos, disfrutando de la paz y la tranquilidad del momento y Harry le acariciaba sus cabellos color fuego, mientras pensaba en lo feliz que se sentía a su lado.
-¿Quieres que te cuente una tontería?- preguntó de repente. Tenía la mirada perdida en el lago.
-Ummm- Ginny asintió.
-Anoche soñé que estábamos en la Madriguera, todos juntos, disfrutando de una cena a nuestro honor, haciendo pública nuestra relación. Tu madre me abrazaba y tu padre no paraba de hacerte reír, estábamos muy felices.Sirius venía y me felicitaba, me abrazaba y me sonreía...estaba tan en paz. Todo era de color de rosa, no había guerra ni tampoco un Voldemort para empañar nuestra felicidad, no habían muertes, solo nuestra alegría...- Ginny se incorporó y se puso encima suyo, mientras le miraba a los ojos esmeralda, que reflejaban melancolía.
-No es una tontería...es la cosa más bonita que he oído en toda mi vida.- lo besó dulcemente.- Te quiero Harry.- apoyó la cabeza sobre el pecho de él y escuchó su respiración acompasada. Los latidos de sus corazones se habían sincronizado.
-Ginny...
-¿Si?
-Me gustaría que no fuera un sueño.
-Y a mí.
Harry acercó su rostro al de ella y comenzaron a besarse, primero suavemente y luego acelerando sus respiraciones, convirtiendo ese beso en algo apasionado.
Y continuaron así, unidos por ese juego que era el destino, olvidándose quiénes eran y dónde estaban, sin buscar un motivo que pudiera enturbiar su felicidad, sin notar la presencia de una sombra, que los había observado durante toda la mañana.
