Olasss gente! Ya estoy de vuelta. Esta vez no he tardado mucho¿verdad? Y es que en semana y media o así me marcho a Barcelona definitivamente a vivir y no tendré internet en un tiempo, así que por vuestro bien espero acabar el fict para entonces. Cada vez queda menos. Este capítulo es muy esperado para muchos, hace tiempooo que prometí una escena así y ahora la tendréis, espero que os haya recompensado por los múltiples reviews. Es cierto que no hay mucha acción, pero no la necesita. La acción comienza en el próximo y ya no cesa hasta el final. Os daré un pequeño adelanto...¡por fin se descubre el diario! Vale, Evix, cierra la boca ya o contarás el final del fict. A ver...más cosas, me han comentado varias personas que han vuelto a surgir fuertemente los rumores de q está prohibido responder reviews, me arriesgaré en esta ocasión y los contestaré y esperaré a tener más noticias por si acaso está prohibido de verdad. Espero que aunque no pueda responderlos me los sigáis diciendo, sobretodo ahora que estamos al final de la historia y necesito saber si todo va bien y os gusta. Nada más, agradeceros de nuevo vuestro apoyo y esperando que el capi sea de vuestro agrado. ¡Nos vemos muy pronto!
Reviews:
Miyuki: Olass! Muchas gracias por el review! Me alegro que me lo hayas dejado. Sips, la verdad es que me costó mucho coordinar todo el capi y que encajara, ajajajaj. Sí, a Christine le ha faltado poco...
Sara Lovegood: Olass! Gracias, me allegro mucho que te esté gustando. Jajaaj, sí, ya me vas conociendo, es cierto que nunca se sabe como acabará esta historia, ya veremos...espero sorprenderte. Besos!
Landoms 182: Olass! Pues sí, solo cinco capítulos...aishh, me da pena acabarlo, ajaj. Bueno, todo el mundo esperaba desde hace mucho tiempo un cara a cara con Voldemort y aquí se ha visto!
Amnydic1991: Olass! Gracias! Sí, por fin se ha vengado a Sirius, ajaj. Sips, ya he oído algo de eso que me cuentas y andaré con ojo. Gracias por informar!
Kaily-gw: Olass! Plou molt a Barna? Aqui a Valencia està fent sol quasi tots els dies. Jo també estic tractant d'aprofitar els ultims dies d'estiu. Ufff, d'açi res marxo cap a Barna a viure, ajaja i a començar la uni. Parlant del fict, si...està a la recta final, ho sento perom tot el que comença ha d'acabar algun dia I aquet fict ja es massa llarg, ajaja. Umm, sips, es veritat que tinc pensada una continuació pero no sé si la faré perq no tindre gaire temps. Estudiare i treballaré alhora i no em quedara temps per res. Ja veurem. Anant al capi...jajaaja, t'agradat la descripció? Bueno, es q encara em fa molt de mal la mort del sirius, ajajja i la he fet patir molt a la Bellatrix. Ara només falta el Voldemort...jajaj, si, he fet patir a tothom amb la Chris...bueno, sha salvat aquest cop...potser no tindrà mes oportunitats, ajajaj, q dolenta que soc. Umm, bueno, ja veus que no vaig separarla del Lupin gaire temps, era necesari ferho, ara quan llegeixes el capi aquet voràs com tinc raó. Jo separar al Harry de la Ginny? Jajajajaja, Nooooo, mai se mocurriria...jajaja, em creus no? Jaaja. Bueno, res mes, et deixo llegir. Un petó molt fort!
Lladruc: Olasss! Jajajaj, molt maco no? Molta sang, morts i el Voldie asustat...jajja, en fi, perfecte. Umm, aviat sabràs perqué el Harry vol la poció. En fi, si...ja no queda res de fict, jaaj, petons!
Verónica: Olass! Mil gracias, jajaa. Bueno, a ver si este capi que viene supera al del último momento juntos, ya me dirás. Tampoco tengo tanta creatividad, sólo intento hacerlo todo lo mejor posible. Pasemos al capi. No, Christine no sospecha porque está demasiado pendiente en la batalla contra Voldemort. Sí, Harry es muy cruel, pero tenía que ser así, ajajaj, además, sigue siendo el Salvador y quería vengar a Sirius. Y sí, Harry está esperando la poción, la necesita...así que tiempo al tiempo. Besos!
Veruka: Olass! Jajajaa, muchas gracias, me alegro que te haya gustado el capi. Intento hacerlo lo mejor posible, pero como muchos, la muerte de Bellatrix era algo de lo que no iba a prescindir en el fict pues la deseaba mucho. Sirius era un personaje muy querido y su muerte me impactó y no la olvidó tan fácilmente. Pensabas que Christine moriría? Ajaja, sí, lo entiendo, tiene muchas posibilidades de hacerlo. De momento no te digo más. Ya veremos si se cumplen tus demás deseos...Besos!
Arcángel-negro: Olasss! Wow, jaaajajaa, es lo único que puedo decir. La verdad me has dejado muy sorprendida. Muchas gracias, en primer lugar, me alegra que te guste mi fict hasta el extremo de soñar con él. Jaja, lo cierto es que yo también he soñado alguna vez con él pero claro es que es en la cama cuando pienso lo que debe pasar a continuación, así que no es de extrañar. Me alegra que te guste mi manera de redactar y enlazar las cosas, soy una persona muy ordenada y supongo que me gusta tenerlo todo sin cabos sueltos. La historia fue surgiendo poco a poco, ni yo misma sé como logré que naciera al completo, pero aquí está, jaajja. Besos!
Aidee: Olasss! Muchísimas gracias! Me alegro que te haya gustado todo. Este es un capi que tenía muy pensado y creo que por eso no me he dejado ningún cabo suelto. Reconozco que fue muy dulce la muerte de Bellatrix, jajaja, la venganza siempre lo es. Ya veremos ya quién alcanza la felicidad...Besos!
Derichbin: Olasss! Jajaja, una buena imagen mental a Harry con la catana esa japonesa, ajjaja. Me ha hecho mucha gracia. Bueno, un capi de estos que os gusta a los amantes de las batallas, que conste que me he esmerado mucho. Dew!
Usagi-chan: Olass! Gracias, me allegro que te haya gustado. Gracias por perdonarme el retraso, jaja, se agradece. Bueno, todavía no podía matar a Christine, ajajaja. Me hace falta. Besos!
Absintheaddict: Olasss! Vaya, q gran review, muchas gracias! Me alegro q te haya gustado este capi. Bueno, la final de quidditch estaba pendiente y era lógico que Harry la quisiese ganar para dedicarle la copa a Sirius. No le iba a dejar sin ese placer. Vamos a la batalla, ya era la hora de la venganza, no? Ajaja, Bellatrix ha tardado en llegar, pero al final ha caído como los demás. Pasibilidad de Dumbledore? Ajaa, yo no lo llamaría así. Tiempo al tiempo. Es increíble las sensaciones contradictorias que llegamos a tener no? Sí, he experimentado tu misma sensación con los libros de Rwling, pero como tú, no quiero que llegué el 7º porque sé que significa el final. Esto igual, ajajaaj, deberías desear que tardara un poco más en actualizar, queda ya poquísimo. En fin, nada más, a disfrutar del capi!
Alkas: Olasss! Muchas gracias, la verdad es que para mí también es el capi que más me ha gustado del fict, o tal vez es que me ha resultado sencillo de escribir, no lo sé. Sí, la 2º guerra llega a su fin y lo siento muchísimo de verdad, pero así son las cosas, no las podemos cambiar. Como ya he dicho, sí que tengo pensada un a continuación, pero no sé si voy a tener tiempo de escribirla(a partir de septiembre trabajare y estudiare a la vez) y no se yo...pero lo intentaré. Hablando de herencia, sí, Crisy y Pekenyita son grandes escritoras y le dan al fict un toque cómico muy bueno, ajaj. Besos!
Catalina: Ufff, guarda tu odio para el final, jajaja, tendrás tiempo de odiarme mucho más. No, Chris no podia morir…todavía.
Fallen angel: Olass! Muchas gracias, me alegro que te guste el capi. A mí me ha encantado escribirlo. Sí, todo tiene un final y para este fict desgraciadamente, le queda poco. Dew!
DeMalfoy: Olasss! Sí, Remus es muy mono, ajajja, me encanta. Harry debía vengarse de Bellatrix para sentirse realmente completo y saber que ha cumplido con la misión que tenía: vengar la muerte de Sirius. Cuando es el Salvador no existe la piedad como cabida. En cuanto a su encuentro con Voldemort es el anuncio de la gran batalla final. Besos!
Nyissa: Olasss! Muchas gracias, me alegro que te haya gustado el capi, es mi preferido, la verdad. Sí, la final de quidditch debía ser precisamente contra slytherin para que el triunfo de Harry fuera completo al dedicarle la copa a Sirius. Sí, jajaj, Lupin y Christine están demasiado unidos como para no preocuparse el uno del otro. Umm, no sé, ya veré si hago continuación. Besos!
"No importa lo que haga, cada persona en la Tierra está siempre representando el papel principal de la Historia del mundo. Y normalmente no lo sabe"
Paulo Coelho, El Alquimista.
CAPÍTULO 45: UN SUSPIRO EN LA TORMENTA.
Se aparecieron a las puertas del bosque prohibido, donde las barreras de Hogwarts se cerraban y permitían la entrada del exterior.
Lupin todavía cargaba con el peso del cuerpo de Christine entre sus brazos y aunque él también estaba cansado, no permitió que sus fuerzas flaquearan.
Miró el rostro apacible de la mujer y arrugó las cejas, algo preocupado. Christine estaba dormida, o a simple vista lo parecía, con los ojos cerrados y una mueca de dolor en el rostro. Sus dientes traqueteaban del frío y Lupin se apresuró a estrecharla más contra su pecho y pasarle la capa por encima.
Caminó hasta las puertas del colegio y entró, suplicando que los estudiantes estuviesen en clase y ninguno pudiese reconocerle ni reconocerla a ella.
La fortuna estuvo de su lado. El único ser vivo con el que se topó, antes de llegar a las habitaciones de la profesora, fue la señora Norris, la gata del conserje, que erizó los pelos y desapareció rápidamente, seguramente, en busca de su amo.
Lupin chascó la lengua, con el rostro ligeramente arrugado en una mueca de desagrado. No le gustaba aquel felino, pero obviamente, a ella tampoco le gustaba él. Probablemente, desde que le gastara una pequeña broma junto con sus amigos de la infancia.
La puerta del despacho de Christine estaba abierta. Seguramente, a la mujer se le había olvidado cerrarla mágicamente, a causa de las prisas. La abrió con el pie y la cerró con el talón, atravesando la penumbrosa habitación, hasta llegar al fondo del despacho, donde había una puerta de madera de roble y que daba lugar a los aposentos de la profesora.
En cuanto entró, una olor a flores frescas le inundó la nariz. Unas rosas blancas, metidas en un florero con unas runas, adornaban la mesita de noche, produciendo un dulzor agradable, tranquilizador.
El resto de la estancia estaba impecable, como de costumbre. Al igual que él, Christine era una maniática del orden y no soportaba que las cosas no estuviesen en su sitio. Recordaba a la perfección como solía reñir a Sirius y a James, porque sus amigos eran un completo desastre.
Sonriendo con nostalgia, depositó el cuerpo de la mujer sobre la cama con dosel y se arrodilló en un lado, contemplando, ensimismado, su hermosura.
En ese momento, Christine pareció despertar y adolorida abrió los ojos, extrañada de encontrar a Lupin apoyando la barbilla entre sus manos y observándola dulcemente.
Sin embargo, esa imagen se le hizo tan tremendamente familia, que sonrió. Su amigo siempre la esperaba de esa manera cuando tenían que madrugar y ella era la última en levantarse. Despertar viendo el rostro apacible de Lupin, siempre había sido uno de sus recuerdos más preciados.
Extrañaba tanto esa imagen que tuvo unas terribles ganas de llorar, pero se contuvo.
Mordiéndose la lengua, para que el dolor que sentía en su cuerpo no se dejase notar, se incorporó con dificultad, observando atentamente el lugar donde se hallaba.
-¿Qué ha pasado?- preguntó frotándose el costado, donde Voldemort le había propinado puntapiés sin cesar.
-Te desmayaste- explicó Lupin poniéndose en pie. Ya no reía. Estaba muy preocupado por el aspecto tan lamentable que presentaba la profesora.- Justo después de que los mortífagos fueran apresados...por eso te traje aquí...
-Umm...- Christine se llevó una mano a la cabeza, mientras cerraba los ojos.- Ya lo recuerdo...lo lamento, Remus...
-No tienes que disculparte.- susurró el hombre, con una media sonrisa, mientras se dirigía hacia las estanterías, para buscar alguna poción, siendo atentamente observado por ella.- Chris...¿y la poción para arcángeles?- por un momento, pareció que Christine se tensaba y se ponía algo nerviosa, pero, haciendo gala de su habitual entereza, cuando habló, lo hizo segura de sí misma.
-Se han terminado.- explicó.- Desde que Snape fue atacado...no hay nadie que pueda preparármelas...- Lupin dejó de rebuscar entre los armarios y se dio la vuelta bruscamente. La mujer bajó el rostro, sabiendo lo que se avecinaba.
-¡Necesitas esas pociones, Chris, y tú lo sabes¡Sin ellas podrías morir!- Lupin parecía muy irritado y preocupado y aunque eso debería haber enternecido el corazón frío de la profesora, no lo hizo.
-Estoy bien.- respondió secamente, poniéndose en pie sin quejarse, pese a lo mucho que le dolían las heridas y lo cansada que estaba.- Tengo que corregir unos trabajos...se acercan los exámenes y no puedo permitirme el lujo de atrasarme en mis obligaciones...- suspiró, cerró los ojos un instante para no marearse al estar de pie y caminó hasta su escritorio para extraer unos pergaminos del tercer cajón.
-Tratas de acaparar demasiado...- murmuró Lupin, observándola con el rostro serio y más preocupado que nunca.- Permíteme que te cure las heridas...
-No puedo, Remus.- Christine se dejó caer pesadamente en la silla, lanzando un suspiro y restregándose los ojos.- Tengo que asumir mis responsabilidades...te prometo que una vez acabe, dejaré que me cures...
-Está bien.-cedió el hombre sin estar conforme del todo y se acercó al escritorio, tomando unos cuantos pergaminos, bajo la mirada interrogante de la profesora.- Al menos, dejarás que te ayude con esto...- sonrió y Christine le devolvió la sonrisa, con un brillo especial en los ojos, entre admiración y agradecimiento. Sin esperar contestación, Lupin conjuró con su varita una mesa y una silla y se sentó en ella, quitándose la túnica vieja, rota y ensangrentada, quedándose en camisa blanca de manga larga y unos pantalones oscuros.
-Gracias, Remus...- el hombre inclinó la cabeza y centró su atención en los trabajos de los alumnos de sexto curso, que hablaban de las maldiciones imperdonables. El primero que calló entre sus manos, justamente, fue el de Hermione Granger. Arrugó el entrecejo en señal de concentración, la inteligencia de esa chica siempre lo había maravillado y sabía que, probablemente, su trabajo fuera el mejor que corregiría.
Se entretuvo en aquel pergamino al menos veinte minutos. Tan absorto estaba que no notó como, en varias ocasiones, la mirada de Christine se levantaba de sus propios pergaminos y se quedaba anclada en su tranquilo rostro, más joven y hermoso que nunca, más...apetecible.
El pelo entrecano de Lupin había vuelto a cobrar su color dorado. La felicidad que había aspirado durante los últimos meses le habían devuelto la juventud, una juventud que le fue arrebatada desde la misma noche de la muerte de sus amigos y que lo había estado consumiendo.
Pero la magia que recorría su cuerpo, había curado ese problema, al hallar de nuevo un sentido para su vida. Y ese sentido, era ella.
Ahora, Lupin parecía ser un muchacho de unos treinta años, cuyos ojos reflejaban alegría, paz y una preciosa armonía, a la vez, que la sabiduría de los golpes con los que la vida, lo había castigado.
Por eso ella, ahora lo observaba. Porque temía que ese momento fuese a evaporarse, porque temía que, en cualquier momento, Ian entrara por esa puerta, Harry se apareciese o sintiera un nuevo ataque y todo su mundo, toda esa calma que profesaba la habitación, se evaporara.
Había vuelto a estar muy cerca de la muerte, había vuelto a mirarla a los ojos con orgullo y había deseado con toda su alma, verlo por última vez. Y ahora estaba allí con él, lo tenía tan solo a unos metros, tan cerca...que podía tocarlo y a la vez, tan lejos...
Ni siquiera, había tenido el valor de preguntarle si aún estaba enfadado, si aún deseaba que estuviesen separados...darse tiempo...un tiempo, que por desgracia, no poseían. Pero se había sentido tan segura, tan tranquila y a la vez tan feliz entre sus brazos, que no deseaba que llegara el momento en el que él se levantara, le entregara los pergaminos, le diese un beso en la mejilla y le susurrara un "adiós", y un adiós, que sería para siempre.
Ella sabía que Voldemort había perdido la paciencia, pero todavía no comprendía el motivo. ¿Por qué se había lanzado a la desesperada con el único propósito de acabar con ellos¿Por qué había acelerado tanto sus planes corriendo el riesgo de precipitarse?
Ahora que el mago tenebroso había decidido salir tajantemente de su escondite, los días, eran minutos y los minutos...segundos. Pronto, muy pronto, llegaría el momento del...sacrificio.
Bajó la mirada, de nuevo, hacia los trabajos de sus alumnos. No deseaba pensar en ello, no quería, no podía volver a perder...pero era la única forma. Sería muy injusto por su parte dejar que Harry cargara con toda la responsabilidad solo. Se necesitaba mucho poder para acabar con Voldemort, el poder de dos arcángeles...una muestra tan heterogénea de energía, que costaría la vida al que traspasase el poder, en consecuencia, a ella. Si ella sacrificaba toda su fuerza otorgándosela a Harry, sería suficiente para derrotar al mago tenebroso, pero eso significaría, dejar de existir. Y ya no quería...
Sus labios se curvaron en una mueca de dolor y se sujetó el costado con una mano, cerrando un instante los ojos, esperando, que su padecimiento, remitiera. La vista se le nublaba, menguaban sus reservas de energía, pero no podía flaquear, no delante de Lupin, no podía confesar que, realmente, necesitaba esa poción, porque el dolor era inmenso.
Lupin presintió aquella muestra de debilidad y levantó el rostro. Su mirada y la de Christine quedaron conectadas y aquella vez, ninguno de los dos tuvo el valor suficiente para apartarla. El hombre dejó caer la pluma con la que acababa de colocar un siete al trabajo de Ron y se levantó en silencio, caminado hasta ella y frenando justo delante de la silla.
Le tendió una mano y Christine, incapaz de negar aquel gesto, pese a que confirmara su debilidad, la tomó. Sin ofrecer ninguna explicación, Lupin la condujo hasta la cama y la sentó en ella, dirigiéndose después hacia el armario, de donde cogió un frasco con una poción y un poco de algodón.
La profesora contempló la escena sin inmutarse, sin tener aliento para abrir la boca y replicar, para soltar algún comentario mordaz y lanzar a Lupin al olvido, alejarlo de aquella habitación, donde peligraba su integridad y su plan.
Y tenía la excusa perfecta para hacerlo. Únicamente, tenía que alegar que él había deseado que se separaran y que todavía estaba furiosa por el poco interés que el hombre había mostrado en mantener viva la llama que los unía.
Pero se sintió incapaz de hacerlo, pese a que temía caer en la tentación, caer en el pozo de convertirse de nuevo, en la antigua Christine, la que, por ser como era, sufrió un golpe tras otro en la vida.
Lupin llegó hasta ella y se arrodilló una vez más, mirándola fijamente, tan cálida y decididamente, que la mujer se sintió traspasada por rayos X.
Le colocó una mano en el costado, justo donde tenía la herida y ella no pudo más que quejarse levemente, apretando los dientes con violencia.
-¿Duele?- preguntó el hombre con seriedad e incapaz de mediar palabra, Christine asintió. Suspirando, se sacó por encima de la cabeza, la túnica negra que llevaba puesta y se quedó en vaqueros y camisa blanca, de tirantes.
Hubo un momento de silencio, un momento que pareció durar una eternidad y al final, la mujer optó por poner sus manos sobre los botones de su camisa, para desabrocharlos.
Pero los nervios, la traicionaron. Las manos le temblaban tanto que estuvo más de un minuto trabajando con el primer botón.
-Mierda...- murmuró apartándolas de sopetón de la camisa y restregándose los ojos, detestándose por esas convulsiones que la martirizaban, más aún, desde la noche en la que Voldemort trató de destruirla.
Pero no se encontraba ante Voldemort, no eran los ojos rojos del mago tenebroso los que la miraban, sino unos de un color miel, cubiertos de ternura, de calidez, de paciencia...una paciencia, que ella no esperaba.
Lupin le sonrió y colocó sus propias manos sobre los botones de la camisa de la mujer. Ni siquiera notó su piel, puesto que la prenda era ancha, pero Christine no pudo evitar temblar con más ahínco.
No obstante, la seguridad de Lupin y la poca malicia que había en sus gestos, era envidiable y de algún modo, lograron tranquilizarla. Uno, dos, tres, cuatro...la camisa quedó totalmente abierta, rebelando una preciosa figura, sólo tapada por un delicado sujetador blanco, que cubría sus senos.
Una vez más, igual que había sucedido en la bañera, Lupin ignoró lo que estaba viendo y se concentró en una fea marca, que sobresalía en el costado derecho de la mujer. Era una herida del tamaño de una manzana, desagradablemente coloreada de un tono amoratado, en una mezcla entre azabache y verdoso, que aunque no sangraba, parecía estar en malas condiciones.
Christine tragó saliva al recordar como Voldemort le había golpeado con el pie una y otra vez, mientras la castigaba anímicamente, mientras la lastimaba más de lo que había hecho en el pasado, restregándole aquellos hechos.
Sus pensamientos fueron interrumpidos, cuando las manos de Lupin se posaron sobre sus hombros, deslizando la camisa hacia abajo, terminando por quitársela del todo. Y un nuevo estremecimiento, esta vez más claro, cuando el hombre rozó la piel magullada, de la herida con sus dedos, pese a que éstos estaban calientes.
-Lo siento- se disculpó él, sin tener idea de que aquel temblor había sido más producido por el contacto físico que por el daño que de por sí, la herida producía. Nuevamente, Christine se vio incapaz más que para negar con la cabeza, sintiendo como un nudo se le formaba en la gola de la garganta, impidiéndole hablar con la fluidez que habría deseado, dada la situación.
Lupin mojó el algodón con la poción, que había cogido del armario y la colocó en la piel herida de la mujer.
La profesora apretó los labios y arrugó las sábanas de la cama, arañándolas, tratando de aferrarse a algo que matara el dolor el sentía. Pero no gritó, no salió de su boca más que algún pequeño gemido, mientras era consolada por la dulzura con la que Lupin se expresaba.
-Un poco más, Chris...resiste...ya casi terminamos... -una vez palpada la zona afectada, retiró el algodón de la piel, sonriendo al comprobar como el morado se había relajado, mutando a un color rojizo, mucho menos doloroso.- ¿Mejor?
-Sí...- por fin, Christine había logrado articular una palabra. La verdad es que estaba sorprendida con la mejoría en tan poco tiempo y de no haber sabido que aquello era imposible, habría jurado que las manos del hombre eran milagrosas.
Lupin se levantó, tiró el algodón usado en una papelera y guardó el frasco de poción en el armario. Al girarse, se tropezó con el cuerpo de la mujer.
Christine se había levantado de la cama y se había acercado hasta él, haciendo que sus cuerpos quedaran a escasos centímetros el uno del otro, el suyo en particular, en un comprometido simple sujetador.
El hombre se quedó casi enganchado por los ojos azulados y penetrantes de la profesora e impactado por la forma en la que ella temblaba, como si tuviese mucho frío o se encontrara frente al mismísimo Lord Voldemort. Sin embargo, Christine siempre estaba fría y nunca había tenido miedo del mago tenebroso.
La profesora le colocó una mano sobre la nuca y lo atrajo hacia sí misma, besando sus labios suavemente, con mucha lentitud, como si quisiese probarlos despacio, relamiendo y disfrutando de un bocado apetitoso, gozando con una infinita calma. Lupin no le devolvió el beso, se dejó probar, estático como estaba, guiado por el gesto de decisión que lo sorprendía y a la vez, le agradaba.
Entonces, se dio cuenta de que no había espacio entre los dos. Que tenía su corazón pegado al pecho del de ella, tanto, que sus latidos se acompasaron, permitiendo que el otro escuchase el de enfrente, en una música que fue al principio lenta y poco a poco, apresurada.
Cuando Christine separó los labios de los del hombre, todavía con la mano puesta en su nuca y con sus cuerpos unidos, ambos, respiraban agitadamente.
La mano de la mujer acarició con dulzura el pelo, antes ceniciento, de su mejor amigo. Notaba como éste había crecido considerablemente, llegando ahora hasta el final de la nuca, dándole un aspecto todavía más juvenil y apetitoso. Y le gustaba.
Y Lupin respondió a aquella llamada. Sintiendo como desde su cuello, hasta los límites más insospechados de su cuerpo la piel se le había puesto de gallina, colocó una de sus manos rodeando la cintura de la profesora, la cual, ante el contacto, dio un pequeño respingo, pese a que lo estaba deseando.
Lupin frenó. No quería hacer nada que pudiese incomodar a Christine y sabía que podía detenerse, todavía, no era demasiado tarde. Volvió a conectar sus ojos a los de ella y entonces notó como una mano fría se colocaba sobre la suya y la guiaba por la cintura de la mujer, masajeando la zona, haciendo que ambos, comenzaran los primeros pasos de aquel largo recorrido.
Aquello le dio alas. Y fue él, quién se lanzó esa vez, hacia sus labios. Los rozó, los acarició con los suyos propios, los mordisqueó suavemente y entonces, introdujo su lengua en la boca de ella y la exploró en profundidad.
Christine sintió ese cálido aliento y tuvo miedo, sin querer, su cuerpo se balanceó hacia atrás pero la mano del licántropo le sujetó bien fuerte la cintura, aprisionándola y ella, se dejó apresar. Notó como el beso comenzaba a subir de tono y lo correspondió, pero con desesperación, aferrándose bien fuerte a la mano que tenía colocada en la nuca, acariciando el cabello liso del hombre y bailando con la lengua la danza que él había propuesto, un juego, que duró al menos un par de minutos.
Cuando la respiración comenzó a faltar, ambos se separaron bruscamente, colocándose a medio metro de distancia, jadeando y con expresiones de igual pánico. ¿Debían o no debían continuar?
Pero la respuesta estaba más que escrita en las estrellas. Lupin sabía que debía ser él quien guiara aquella batalla e iba a hacerlo lo mejor posible. Dio un paso al frente y esperó a ver si ella se retiraba, pero no lo hizo. Christine quería dejarse ganar, quería perder y él lo sabía. La volvió a abrazar por la cintura y la profesora colocó ambas manos en su pecho, llegando hasta los botones de su camisa blanca. Se detuvo. Las manos le temblaban tanto que tenía que hacer muchos esfuerzos para controlarlas, pero eran suyas y deseaban continuar hacia delante.
En aquella ocasión, Lupin no la ayudó. Le puso esa prueba como comienzo y Christine la superó. Desabrochó el primer botón, desabrochó el segundo y para cuando llegó al tercero y al cuarto, sus manos habían dejado de convulsionarse de esa manera, porque ahora sus ojos eran los que mandaban, eran los que observaban la musculatura pronunciada del pecho de su amigo. Perdió la noción del tiempo, acariciando sus pectorales, incapaz de alzar la mirada y no poder mantenerla fija en aquellos ojos, que estaban pendientes de cualquiera de sus movimientos.
La camisa resbaló por los brazos y calló al suelo lentamente, como si hubiese efectuado una danza. Entonces, Christine tuvo libre acceso a toda la piel que se dejaba ver. Con mucha dulzura, arrimó sus labios hacia ella y la besó suavemente, sintiendo como los músculos del pecho de Lupin, se contraían ante el contacto. Eso la hizo sonreír. Sentía como si fuese dueña de aquel cuerpo, de aquella carne, como si siempre hubiese tenido derecho a ella.
Después de aquello, Lupin supo que el primer paso estaba dado. Sus manos recobraron la confianza y fueron subiendo, desde la cintura en donde estaban colocadas, a la espalda, llegando a los corchetes del sujetador, donde se detuvieron y tras un momento de vacilación, se decidieron a procesar.
La prenda se abrió y también resbaló en danza, cayendo encima de la otra y mostrando así, los senos perfectos y redondos de Christine.
Lupin fijó su mirada en ellos, una mirada impasible, pero la mujer no se sintió avergonzada, ni se sonrojó. No era la primera vez que descubrían sus cuerpos, pero sí, de aquella manera. El profesor, la atrajo más hacia sí mismo y entonces las pieles desnudas se encontraron, se probaron y se quedaron unidas. Ahora los corazones no se escuchaban, sino que se sentían.
Sus labios volvieron a buscarse y a explorarse de una forma mucho más adulta, mucho más madura de lo que ambos, habían conocido la sexualidad. Eran unos besos profundos, desesperados por ser buscados durante años; unas caricias atrevidas, unos roces que se parecían muy poco a los que ambos habían sentido.
Saltaban chispas cuando sus manos se revolvían nerviosas tratando de atrapar las otras, tratando, a la vez, de que sus corazones no se vieran desprovistos del otro, pues ahora que los latidos se habían sincronizado, se necesitaban mutuamente, para seguir existiendo, para seguir...viviendo.
Christine no sehabía sentido así desde que Dani muriera. Tenía veintidós años por entonces y estaba sorprendida realmente, de lo mucho que las caricias y los besos de Lupin, se asemejaban al que fuera su marido. Eran tan idénticos que asustaba...Sin embargo, era notable la diferencia de edad entre una vez y otra. Lupin era capaz de llevarla al cielo de una manera que entonces, ni ella ni Dani habrían probado. Apenas acababan de salir de la adolescencia cuando se encontraron casados, con un hijo y viviendo sus noches de amor.
Ahora, la pasión era acompasada por la dulzura, una dulzura, que Christine agradecía, puesto que, irremediablemente, su cuerpo continuaba temblando.
Y más lo hizo, aunque aquella vez de placer, cuando Lupin acercó los labios a su oídos y se susurró un "te quiero", haciendo que el aliento se colara por sus tímpanos y una convulsión asolara cada partícula de su ser.
Pero eso la animó a continuar. Era a la vez, una agonía, puesto que cada vez que daban un paso más, cada vez que se aproximaban a lo inevitable, ella iba sintiendo más y más temor. Aún así, acercó los dientes al cuerpo del hombre y lo mordisqueó, jugando también con su lengua y sus labios, alternando sus habilidades, notando como, cada vez más, Lupin iba perdiendo su tranquilidad, su calma e iba fallando en su intento estrepitoso, de controlar la situación. Pues no había control posible sobre su cuerpo.
Pero ella tampoco lo tenía. ¿Cómo era posible que esa locura llenara su ser de ese estremecimiento de placer? El licántropo, la cogió de la barbilla y la apartó de su cuello, instándole así a que volviesen a mirarse. Entonces, posó uno de los dedos sobre los labios de ella y los repasó, produciéndole un agradable cosquilleó que le extrajo una sonrisa que calmó un poco su nerviosismo.
Después, aunque unidos en cuerpo, se detuvieron. Los rostros habían adoptado una expresión de seriedad. Christine cerró los ojos y una lágrima resbaló por sus mejillas. Lupin la tomó de las manos y notó como éstas continuaban temblando inevitablemente.
-Tengo miedo...- confesó Christine abriendo de sopetón los ojos y tratando de buscar ayuda en aquella mirada que le hacía perderse en las nubes.- Guíame...
-No voy a hacerte daño...- le susurró el hombre al oído y le colocó las manos en el borde del pantalón. Haciendo acopio de todo el valor que poseía, la profesora desabrochó el botón y la cremallera, mientras Lupin le masajeaba las mejillas, aguardando.
La mujer bajó los vaqueros muy despacio, hasta que éstos se unieron al montón de ropa y luego volvió a su posición inicial, tan tensa que parecía estar construida de piedra. Pero la paciencia de Lupin no tenía límites y pese a que su respiración volvía a estar agitada, sus manos no dudaron al posarse sobre la cintura de la profesora, para retirar también el pantalón, de una forma sutil, pero mucho más rápida y desesperada.
Se inclinó para besarla nuevamente, dando unos pasos hacia atrás, atrayéndola hacia sí mismo, de las manos y dejándose caer sobre la cama. Cuando sus cuerpos, uno encima del otro, cayeron abruptamente, ambos jadearon.
Todavía unidos por aquel beso, rodaron en la cama, colocándose Lupin sobre ella, haciendo sombra en su asustado rostro y deshaciéndose de las últimas prendas, que estorbaban, encontrándose desnudos el uno sobre el otro.
Pero el hombre no iba a dejarla sola en aquella angustia y a la vez gloria, no iba a dejar que ni una duda cruzase por su mente, pues sus mentes ahora estaban unidas, estaban conectadas. Dejó de besar sus labios y fue llenando de caricias, fue pasando su lengua por cada una de las zonas desnudas que hallaba en su camino. Probó sus mejillas, probó su cuello, probó sus pechos y llegó hasta el ombligo, dibujando con su lengua un círculo a su alrededor, produciendo una convulsión máxima en el cuerpo de la mujer. Acarició sus caderas y cuando sus manos grandes, recorrieron esa piel prohibida que había frotado con la esponja para limpiar su alma, Christine no pudo evitar gemir de placer y continuar ella misma el ritual, tomando las manos de Lupin y guiándolas en sus puntos cardinales, en aquellos, que sabía que podían volverla loca y que él había logrado encontrar.
Tomando por fin la iniciativa, la mujer abandonó su resignación y subió su cuerpo, para alcanzar besar cada parte del de su amante, dejando a su paso un especial olor a rosas, bañando con sus labios cada parte de su ser. Lupin sintió como una mano se ponía en su cadera y su miembro llegó a un placer estrepitoso, ambos suspiraron al sentirlo y entonces, el hombre tiró de Christine hasta colocarla a la altura perfecta.
Se detuvo, todavía jadeando y sintiendo como iba a explotar de un momento a otro.
-Chris...-susurró titubeando, con una voz ronca, muy poco parecida a la que solía utilizar. Y sintió su miedo, hasta el momento, había estado tan concentrado en hacer bien su trabajo, en causarle el mayor placer del mundo y hacerla disfrutar, que no se había dado cuenta de cómo el labio inferior de la profesora temblaba y como toda ella se convulsionaba, cada vez más, sabiendo que era el momento final.
Christine dejó escapar un bramido de angustia y se lanzó a besarlo con una desesperación increíble, como si aquel fuera el primero y el último beso, apretando las sábanas con los puños, tratando de calmar un poco la agonía que se mezclaba con el deseo.
Aquel llamamiento, pidiendo como ayuda, pero dándole a la vez permiso, fue el detonante para Lupin. Unió su cuerpo al de ella, todavía mucho más y entonces, Christine lo sintió dentro. Dejó escapar un gemido de placer y a la vez de terror, pero el hombre lo acalló. La profesora apretó los dientes y cerró los ojos, como si esperara sentir dolor, como si aquella fuera una primera vez y en cierto modo, lo era. Lupin se detuvo y cuando Christine se vio reflejada en sus ojos, notó como el hombre trataba, por todos los medios, no dañarla y una nota de preocupación, asomaba sus ojos. Pero a la vez de temor, sintió un profundo bienestar de tenerlo dentro suyo, de haberse fusionado en uno, de haber roto todas las barreras y por fin, por fin, ser libre de aquello que la había atormentado eternamente.
Entonces, cuando ese pensamiento llegó hasta ella, el placer inundó su cuerpo y su alma, ahora, el miedo había desaparecido, como si al romper la máscara, nunca hubiese existido. Sonrió y dejó de temblar, acariciando la espalda y la nuca del hombre con sus manos, que ya no estaban frías y al notarlo, Lupin tocó fondo. Ambos comenzaron a convulsionarse en un vaivén, enroscados en un mismo ser, en una misma alma y en consecuencia, en un mismo cuerpo.
Y tocaron el cielo, por primera vez, lo acariciaron y arañaron, agarrándose fuertemente a él para que no se escapara, gemían, se besaban, apretaban las manos contra las del otro y dejaban que aquel placer, hecho para seres de otro mundo, les llenara cada partícula de sus cuerpos, haciendo estallar en mil pedazos el éxtasis de aquella sensación tan satisfactoria.
-Remus...- susurró Christine, sollozando de felicidad y entre suspiros, volviéndolo loco de atar, dándole, sin hablar, las gracias, gracias, por haberla salvado en todos los sentidos, por haberla hecho sentir mujer de nuevo y por amarla con esa pasión con la que lo hacía.
Terminaron entre jadeos, con un beso desesperado, ahogando así sus respiraciones, confirmando que aquello era real, que aunque unas horas atrás, hubiesen tenido el temor de perderse, ahora, estaban más unidos que nunca y que, obviamente, siempre lo estarían, en cuerpo y alma.
Allí, rodeada de los brazos fuertes de Lupin, en su cama de dosel y sintiéndose más feliz de lo que se había sentido en años, Christine cerró los ojos y se dejó vencer por agotamiento, el dolor de su cuerpo lastimado, cayendo en las profundidades de Morfeo, con una leve sonrisa, surcando sus finos labios.
Paseaba de un lado a otro, fijando la mirada, de vez en cuando, en los ojos abiertos, cubiertos del terror, del cuerpo sin vida de Bellatrix Lestrange.
El esposo de la mortífaga fallecida, estaba arrodillado a los pies de su señor, tratando de disimular el veneno que le recorría por dentro, tratando de que la angustia que sentía, al contemplar a la mujer, no se dejase notar más de normal.
Voldemort no podía estarse quieto. No podía creer que aquel hombre hubiese acabado con su mejor servidora, con la más poderosa, con la mortífaga que más conocimientos de artes oscuras poseía. Y además, que lo hubiera hecho, con absurda facilidad.
No le cabía en la cabeza qué era lo que tanto miedo había inspirado en la mujer, para que hubiese muerto con esa expresión de pánico, aunque, viendo los cortes y magulladuras que asolaban su cuerpo, no le extrañaba.
Pero le sorprendía, de alguna manera, gratamente.
Tenía que haber mucho odio y maldad dentro de ese hombre para que no mostrase ni un atisbo de piedad, para que no...titubease. Inconscientemente, se acordó de Ian.
Ese chico era bastante parecido. Cuando peleaba, no parecía que tuviera ningún problema en causar el mayor dolor posible, al contrario, lo disfrutaba.
Había hecho un papel excepcional. Había fingido a la perfección delante de Christine, justo como lo acordaron y ahora, su plan no tenía margen de error.
-Llévatela.- susurró el hombre al mortífago que seguía arrodillado a sus pies. Con una leve inclinación, Lestrange se levantó, tomó en brazos el cuerpo de su esposa y salió de la habitación lo más rápido que le fue posible, apretando los dientes y cerrando la puerta un poco más bruscamente de lo que habría deseado.
Segundos después, cuando la habitación quedó en completa penumbra, una nueva figura, ésta con capucha, tomó el lugar del mortífago que acababa de salir de las habitaciones de su amo.
Sin embargo, Voldemort no prestó inmediata atención a su vasallo. Continuó paseando, sin reparar tampoco en su serpiente, que dormía tranquilamente cercana a la chimenea; pasándose una mano por el cabello negro, sin hallar una respuesta posible, a las dudas que lo carcomían.
¿Era ese hombre el hijo de Christine Byrne? No, no era posible y sin embargo...
Eso tendría mucho sentido. La forma de pelear, los poderes que poseía, las expresiones de dureza en su rostro...pero si lo era...¿por qué no se había puesto en contacto con su madre? O tal vez, es que habían fingido muy bien.
Pero si así fuera, nada tenía una lógica adecuada. ¿Por qué entonces Christine había desaparecido durante años dejando desprotegido a Potter?
No, por mucho que quisieran fingir, Christine nunca habría arriesgado la vida del hijo de James y Lily Potter, ni siquiera, para salvar la de su hijo, porque para ella, no había diferencia.
Ella los había querido por igual, los había cuidado por igual y los había tenido en brazos sin distinciones.
Pero ese miedo...ese sentimiento que se le estaba colocando a la altura del pecho, no le agradaba en absoluto. Era un mal presagio, algo estaba a punto de suceder, algo terrible para sus planes, tal y como había predestinado la adivina y él sentía que eso podía llevarle a la destrucción.
Pero tenía la seguridad, al menos, que ese hombre, fuese o no Alan Rice, no era capaz de derrotarle, aunque sí de ayudar a Potter a hacerlo. Por eso, antes de que Harry Potter creciera, antes de que tuviera el poder suficiente para hacerle sombra, debía volver a destruir a Alan, si es que era él y sino lo era, igualmente, matar al extraño individuo, se había convertido en su primera prioridad, pero...para entonces...mataría dos pájaros de un tiro.
Soltó una carcajada y decidió que ya era hora de prestarle atención a su fiel vasallo, aquel que le daría la victoria.
-Un buen trabajo...- siseó deteniéndose frente a él y comprobando, que después de su última pequeña charla, la cabeza del muchacho se había levantado lo justo, rayando la soberbia.
-Gracias, señor.- respondió Ian, con el rostro impasible y una mirada de profunda determinación.
-¿Cómo van las cosas¿Ya está todo preparado?- el mortífago inclinó la cabeza en señal de asentimiento y se decidió a explicar lo que habían averiguado.
-Señor, el detonante ha sido encontrado...será una prueba lo bastante convincente para que ellos vayan al fin del mundo.- se detuvo, para saborear la expresión de triunfo del rostro de su señor y continuó.-Mi papel esta perfectamente expuesto...todo el mundo confía en mí...excepto Potter...
-¿Potter?- Voldemort soltó una carcajada, pero aquello no ridiculizó al mortífago, al contrario, su expresión se tornó menos afable y más dura.- Sí, siempre he creído que Potter tiene un sexto sentido para juzgar los hechos...¿será un problema?- el mago tenebroso se detuvo enfrente del muchacho, que se apresuró negar con la cabeza.
-No. Pero necesitamos tenerlo alejado mientras actuamos...
-¿Están preparados los chicos?
-Sí, señor.- confirmó Ian.- ¿Dispondremos de ellos?
-Sólo si es necesario...- respondió el mago tenebroso, tomando asiento por fin y dejando escapar un suspiro.- Pero no repares...no quiero fallos...todo, absolutamente todo, tiene que salir bien...- el mortífago asintió.- Potter...debe morir...¿y qué mejor forma de traerlo hasta mí?- el hombre soltó una carcajada fría y siniestra que se dejó escuchar por cada una de las esquinas del castillo.
-Me gustan sus amigos...- siseó Ian en voz baja, pero de una manera que Voldemort pudo escuchar.- o debería decir...sus amigas...
-Tendrás tu recompensa...- aseguró el mago tenebroso.- Serán tuyas si el plan funciona a la perfección...- Ian no pudo más que sonreír, ya sabía quién iba a ser el elegido para ello, alguien, que de algún modo, también estuvo relacionado con la Profecía con la que su señor estaba obsesionado. Voldemort hizo un gesto con la varita y las llamas de la chimenea crecieron considerablemente, bailando una danza rítmica, tranquilizadora.- Umm...pero necesitamos ganar tiempo...necesito que los aurores del ministerio y ese hombre...El Salvador...- realizó una mueca de desagrado.- ...estén agotados...y si es posible, no fallar en este ataque contra Christine Byrne...
-¿Quiere que la matemos?- preguntó Ian impasiblemente, como si aquello lo hiciera todos los días.
-Sí.- Voldemort asintió, rascándose la barbilla con la punta de los dedos.- Pero no quiero que intervengas esta vez...no quiero fallos. Avisa a Lestrange...estoy seguro de que tendrá muchas ganas de llevar a cabo este cometido...- el muchacho asintió, se levantó, realizó una inclinación y se dio la vuelta hacia la puerta. Antes de salir, giró el rostro y preguntó:
-¿Cuál es el objetivo?
-Gales...-siseó el mago tenebroso, mientras una pronunciada sonrisa asomaba su rostro.- El país del Reino Unido con más nacidos de muggles del mundo...¡Arrasadlo¡No quiero que quede ningún superviviente! Ya sabes...que cuentas con todos los hombres que desees...
-Sí, amo...se hará como usted ha ordenado...- Ian agachó la cabeza una vez más, antes de salir por la puerta y luego se marchó, dejando a su señor con la satisfacción de que todo, absolutamente todo, iba a salir bien.
Hermione corría por los pasillos como una posesa. Balanceaba en su mano derecha lo que parecía un periódico arrugado y con la otra se sujetaba el pecho, puesto que el aliento le faltaba. Llevaba más de veinte minutos tratando de encontrar a sus amigos, a uno en particular, puesto que tenía que darle una noticia muy importante.
Tan absorta iba que al girar la esquina del pasillo del tercer piso, no se dio cuenta de que alguien se acercaba también y...
¡PATAPLOF!
Se estampó contra él. La chica soltó el periódico con un aullido de dolor y calló hacia atrás de sopetón, mientras que el otro hombre, como si su cuerpo estuviese fabricado de acero, prácticamente ni se tambaleó.
-¡Señorita Granger!- exclamó con una voz increíblemente dulce y amable y la ayudó a ponerse en pie. Hermione, que había cerrado los ojos ante la caída, los abrió para ver con quién se había topado. Unas pupilas de un azul indefinido, la miraban con preocupación, sin dejar de soltar sus manos, que todavía temblaban del nerviosismo que llevaba.- ¿Se encuentra bien?
-Lo...lo lamento, profesor Lewis.- Hermione se había ruborizado y esperaba que el profesor le quitase puntos a Gryffindor por haberla encontrado corriendo por los pasillos cuando se suponía que estaba prohibido, pero para su sorpresa, el muchacho, porque no pasaba de los veintiocho, le sonrió tranquilizadoramente y no la regañó.
-Precisamente la estaba buscando, señorita Granger.- dijo el profesor de Pociones y se apoyó en la pared, en una pose que a Hermione se le antojó como seductora, tanto, que no notó como la punta del zapato de la chica, daba golpecitos en el suelo, en señal de nerviosismo.- Me gustaría comentarle algo acerca de su trabajo sobre las propiedades de los venenos comunes que les mandé el otro día...- poco se imaginaba Hermione, que ahora prestaba un poco más de atención, que aquel numerito únicamente tenía un doble juego y que en ese, Ian, sabía jugar como el que más.- me sorprendió muchísimo su capacidad para descubrir que cianuro, mezclado con las alas de hada cuando está bajó los efectos de la luna llena, tiene una función que difiere de la normal...siendo capaz de anular las propiedades de otros ingredientes tan potentes como los polvos de salamandra...- si Hermione no hubiese tenido tanta prisa, probablemente ese reconocimiento del profesor la habría puesto más contenta, pero dada la situación, sólo significaba un atraso. Se mordió el labio inferior, en señal de nerviosismo, mientras seguía taconeando con el pie.
-Disculpe profesor...yo...verá... -Ian pareció reaccionar. Y lanzó una mirada de incredulidad hacía donde estaban dirigidos los ojos de Hermione. En el suelo, estaba el ejemplar de un número del Profeta especial, que parecía haber salido aquella misma tarde. El hombre, se agachó a recogerlo y miró la primera plana, que titulaba:
"NUEVA APARICIÓN EN PÚBLICO DEL INNOMBRABLE"
Como subtítulo, rezaba:
"Volvió a escaparse en las narices del personal capacitado del ministerio, mientras que la mayoría de sus seguidores fueron apresados, o muertos, entre ellos, se encontraba la fugitiva más buscada desde Sirius Black, Bellatrix Lestrange"
Durante una fracción de segundo, Hermione tuvo la sensación de que una sonrisa surcaba el rostro joven y hermoso del profesor de Pociones, pero cuando el hombre bajó la vista del diario y la puso en la muchacha, parecía que estaba bastante afectado.
-Es bastante lamentable...- murmuró entregándole a Hermione el periódico-Ha habido muchas víctimas...
-Sí...- la chica no sabía como escaparse de la situación sin parecer maleducada. En realidad, no eran las víctimas lo que la habían puesto tan nerviosa, sino el fallecimiento de Bellatrix Lestrange. Se preguntaba si Harry ya estaría enterado, puesto que las habituales lechuzas negras, habían aparecido en el Gran Comedor cuando ella estaba terminando de comer y habían dejado caer multitud de ejemplares del Profeta. Para entonces, tanto Harry como Ron y Ginny se habían marchado a hacer cosas, antes del comienzo de las clases. Los había buscado por los terrenos, la biblioteca, las cocinas y hasta la enfermería. Únicamente le quedaba la esperanza de que estuviesen en la Sala Común.
-Me da la sensación, señorita Granger.- sonrió el profesor.- que tiene usted prisa. Así que ya no le robo más de su tiempo. Ya hablaremos del trabajo en clase.
-Muchas gracias, señor.- respondió Hermione de inmediato, contenta de que por fin pudiese marcharse. Después de despedirse, esquivó al hombre y siguió corriendo por los pasillos, en dirección a la gran escalinata, para llegar a la Sala común. Ian, la observó con una sonrisa maliciosa. Ella...era una de sus presas...
Hermione llegó hasta el retrato de la dama gorda, pronunció la contraseña ("Keep the Faith") y entró apresurada.
Para su suerte, Harry, Neville y Ginny, estaban sentados en los sillones junto al fuego, hablando despreocupadamente y riendo de alguna ocurrencia que el primero estaba contando.
Hermione se detuvo un segundo, ellos no se habían dado cuenta de su presencia, y respiró hondo. Ron estaba hablando en el otro extremo de la sala con Seamus y con Dean, al parecer, repitiendo una vez más las jugadas en las que ganaron la copa de quidditch.
Los rostros de Harry y Neville presentaban tanta felicidad que la chica tuvo remordimientos por lo que iba a decir. Pero igualmente, lo iban a saber. Por un momento, se fijó en el rostro de Harry y le pareció verlo más pálido de lo habitual y desencajado, como si, a pesar de estar bromeando y haber adoptado una extraña felicidad desde que abandonaron Grimmauld Place, hubiese algo que lo atormentara. Además, parecía mucho más cansado de lo que un par de clases podían producir. De hecho, Harry no había ido a clases esa mañana, aunque era habitual en él, de un tiempo atrás, perderse las de Binns y aprovechar ese tiempo que catalogaba como inútil, para terminar algún que otro trabajo.
Todavía dudando de lo que iba a hacer, se acercó a los sillones y se dejó caer, pesadamente, sobre uno de ellos.
-¡Hola!- saludaron los tres a la vez, con bastante efusividad.
-Hola, chicos.- respondió Hermione con una sonrisa nerviosa.- ¿Qué hacéis?
-Harry nos contaba el argumento de un libro que se está leyendo...- explicó Neville.- El códico Vinda Ci.
-El código Da Vinci.- rectificó Harry riéndose de Neville.- ¿Lo has leído, Hermione?
-Por supuesto- respondió la muchacha de inmediato.- Es un libro muggle. Trata sobre un secreto que guarda una organización secreta que implica al Opus Dei y que, a raíz de un crimen, está encerrado en la Mona Lisa o también denominada Gioconda y en una serie de obras que atañen a Leonardo Da Vinci.
-Yo no lo habría podido resumir mejor, Hermione.- sonrió Harry a su amiga y le tendió a sus amigos una papel de una revista, donde aparecía un cuadro de una mujer con una sonrisa misteriosa.
-¿Es esta?- preguntó Neville.- ¿Esta es la famosa Mona Lisa¿Pero qué es eso del Opus Dei?- Harry y Hermione se miraron y soltaron una carcajada.
-Este cuadro es uno de los más famosos del mundo, Neville. Está en el museo del Louvre, de París y te aseguro que es una auténtica obra de arte. Los muggles tienen mucha gracia para estas cosas. En cuanto al Opus Dei...- Harry se puso a explicarles a Neville y a Ginny lo que era, mientras que Hermione volvía a su preocupación inicial, reprochándose no haber tenido valor para decir lo que sabía al principio de todo. Lo malo, es que después de explicar lo del Opus Dei, Harry tuvo que explicarles cuáles eran las relaciones que tenían con la iglesia y porqué los muggles lo consideraban tan importante. La charla se alargó durante quince minutos, puesto que llegaron incluso al tema de la quema de las brujas en la antigüedad y la chica notaba como cada vez, se ponía más y más nerviosa. Cuando acabó con el último trozo de uña que le quedaba en las manos, decidió que había llegado el momento de confesar.
-Esto...chicos.- susurró para atraer su atención. Sus amigos, dejaron la conversación y centraron los ojos en ella. En seguida notaron que había pasado algo malo.- Ha llegado una edición especial del Profeta...- explicó colocando el diario sobre la pequeña mesita que tenían en frente y extendiéndolo bien con las manos, de manera que todos pudieran leer la primera plana.- Bellatrix Lestrange ha sido asesinada...
Ginny se llevó una mano a la boca y miró horrorizada la expresión del rostro de Harry, que ahora observaba atentamente la fotografía que cubría gran parte del diario, donde se veía el cuerpo magullado de la mujer, con una expresión de terror en su cadáver.
-Dios mío...- susurró Neville. Le había impactado ver a la persona que torturó a sus padres hasta causarles la locura en aquel estado, que tan poco se parecía a la expresión arrogante que la mujer solía adoptar.- ¿Quién...quién...?
-El salvador.- Ginny señaló el texto que estaba al pie de la página y que explicaba los hechos.- Él lo hizo...- Neville tragó saliva, pero se recompuso, sonriendo de forma satisfecha. Probablemente, aquello se podía considerar un crimen atroz, pero él no podía evitar alegrarse. Por fin, la mujer que había destruido su vida, había recibido un castigo del rango de sus delitos.
-Lo merecía.- sentenció con determinación.
-¿Crees que alguien merece una cosa así?- Hermione tenía los ojos aguados y no lograba apartar la vista de Harry, que parecía haberse quedado en shock, con la vista puesta en aquella fotografía en blanco y negro.- Estamos hablando de vidas humanas...
-¡No!- Neville se levantó bruscamente del sillón y con ello, sólo logró captar la atención del resto de la sala común.- ¡Estamos hablando de la hija de puta que torturó a mis padres!- el muchacho tomó la corbata que se había quitado del sillón y se marchó escaleras arriba, hacia las habitaciones de los chicos, dando un portazo que se escuchó en toda la sala común.
Hermione suspiró y centró la mirada en Harry de nuevo, que había dejado de observar la fotografía de Bellatrix, para mirar a Neville y ver cuál era su reacción. A la chica le pareció increíble la madurez con la que Harry demostraba que había crecido. Ya no era tan temperamental y se había tomado la situación mejor de lo que esperaba.
-Harry...- susurró su amiga.- ¿No crees que tengo razón¡Ese hombre se ha pasado tres pueblos¡Pese a lo que digan...!- pero la expresión de su amigo se había tornado fría y oscura, muy poco parecida a la que habituaba.
-No entendéis nada...- masculló entre dientes e imitando a Neville, también se marchó, pero por el retrato de la dama Gorda. Un nudo en el estómago impidió que Hermione tragara con normalidad. ¿Qué era lo que no entendían?
El sol, entrando a raudales por el inmaculado ventanal, la despertó. Era agradable sentir el calor de la piel sobre su rostro, pero más agradable era aún, tener al lado a la principal fuente térmica, en este caso, el cuerpo del hombre al que amaba.
Se acomodó discretamente, tratando de no despertarle, para poder observarle mejor el rostro. Era realmente bello y hermoso. Parecía joven y lleno de luz, como antaño. Disfrutando del brazo que él le pasaba sobre el suyo propio, acarició sus mechones de pelo castaño, que le caían desordenadamente por la frente. Le gustaba ese cabello algo más largo.
Lupin dormía plácidamente, con una expresión de paz en el rostro. Su respiración era lenta y acompasada y Christine notaba sobre el pecho, los latidos de su corazón. Se acurrucó más contra él, pero no cerró los ojos, quería quedarse en esa postura para siempre, no deseaba dormir y tener miedo de que al despertar, no lo encontraría allí con ella. Ese pensamiento la torturaba.
Con el paso de los minutos, los rayos solares también iluminaron el rostro de él.
Lupin abrió los ojos y sonrió ante la imagen, removiéndose perezosamente.
Christine le observaba dulcemente, con su preciosa mirada azulada y penetrante, dando vida a cada partícula de su ser.
-Lo siento...creo que me he quedado dormido.- confesó el hombre colocando el almohadón sobre el que había estado durmiendo, recostado en la cabecera de la cama, para sentarse y apoyarse en el.
-Yo fui la primera en caer...- confesó Christine aprovechando para apoyar la cabeza sobre el pecho desnudo del hombre y acariciando con las manos las pequeñas magulladuras que lo cubrían.- Estaba muy cansada...
-Lo entiendo.- la mujer levantó la cabeza y frunció el entrecejo. Ambos soltaron una carcajada.
-No me refería a eso...
-Lo sé.- Lupin le dio un beso en la frente y cerró un momento los ojos para disfrutar del aroma que ella desprendía, tratando de grabarlo eternamente en su memoria. No pudo evitar soltar un leve quejido cuando la profesora tocó una herida especialmente dolorosa.
-Lo siento...- se disculpó ella y entonces, rozó el corte con sus labios y para sorpresa del hombre, sanó. La magia que había en el interior de Christine era realmente poderosa y el amor que sentía hacia Lupin bastaba para que al mínimo contacto, ésta se activara. Repitió la acción, posando sus labios en las distintas zonas afectadas del pecho del hombre, curándolas una a una.
Una vez concluyó, tuvo que dejarse caer al bruscamente, pues aquello le había hecho derrochar mucha energía. Lupin se incorporó un poco y la abrazó contra su cuerpo, reconfortándola.
-Necesitas esa poción, Chris...- susurró, apretando los puños de rabia, por verla padecer de esa manera. "No, yo no, pero Harry sí"; pensó ella. Podía sentir el cansancio de su alumno y el hecho de que se le hubiesen acabado las pociones no le agradaba en absoluto.
Se quedaron un tiempo en silencio. Lupin frotaba los brazos de Christine. Ambos se negaban a comentar nada de lo que había pasado, por distintos miedos y motivos. La mujer sabía que no faltaba mucho para que llegara el momento de sacrificarse por Harry, de entregarle su poder para derrotar a Lord Voldemort y tenía miedo de ello. Sabía, que para derrotar al mago tenebroso y que Harry pudiese continuar con vida, tendría que soltar todo su poder, traspasárselo y menguando así, las pocas barreras de energía que le quedaban. Y también sabía, que su muerte sería lenta y dolorosa.
Pero no era el dolor físico lo que temía, sino el que iba a causar a los demás y a ella misma. Aún así, estaba completamente convencida, de que lo que había ocurrido entre ella y el hombre, no había sido un error.
¡Qué lista había sido Emy! Ella lo sabía, sabía que no se podía luchar contra amor verdadero y sabía, que cuando el cruel destino echaba las cartas, era muy difícil romperlo. El destino había querido que Lupin y ella estuviesen juntos, que se enamoraran, pero cruelmente, los volvía a distanciar y de una manera, en la que sería imposible reencontrar. Así que, mientras durase ese pequeño tiempo de dicha, lo único que podía hacer es disfrutarlo. Lo único que podía hacer era hacerle saber al hombre, cuanto lo quería. El momento del adiós ya se afrontaría cuando llegase, hasta entonces, mejor cesar sus remordimientos, mejor no confesar que ella ya había hallado la única solución posible...
Lupin la miraba y cada vez la encontraba más y más hermosa. La madurez, el haber crecido y convertirse en una mujer, habían dotado a Christine de una belleza inusual, la habían vuelto más atractiva. Su cabello negro azabache era liso y suave, agradable al tacto y sus ojos azulados lograban que cualquiera que pudiera ver más allá de la frialdad a la que estaban sometidos, los valorase y apreciara el valor que poseían.
Era...ella, la mujer de su vida, la única, con la que siempre tuvo claro que deseaba estar, que deseaba amar y que deseaba compartir el resto de su vida. La adivina, Dani y el destino...la habían colocado bajo su pecho. ¿pero podría retenerla? Él deseaba poder amanecer con ella a su lado cada uno de los días de su existencia, deseaba formar una familia y vivir en paz los años que restaban y que sabían a mucho. Pero le asustaba proponer algo como aquello. Sabía que nombrar hijos o la palabra "matrimonio" podían hundir a Christine en un cúmulo de culpabilidad y recuerdos. Podían recordarle a Alan, a Dani y podían romper todo lo bonito que se había creado entre ellos. Era un hombre paciente y aunque el estar a su lado significase permanecer en las sombras, esperando que ella siempre guiara el camino, lo haría. Pero eso no era lo que deseaba.
Notó como un brillo de tristeza surcaba la mirada de la profesora y sintió una punzada en el pecho de dolor. ¿Qué podía estar pensando Christine que la habían llevado a que sus ojos se humedecieran?
-Chris...- susurró para consolarla, acariciando su mejilla con el dorso de la mano. Para su sorpresa, aunque la mujer no le rechazó el gesto, se dio la vuelta bruscamente, dándole la espalda. Lupin suspiró, cerró un momento los ojos y se decidió a preguntar:- ¿Qué sucede?
-Te quiero.- esa fue la única respuesta que le dio ella, antes de sentarse también en la cama y tomar una bata blanca, que había sobre una silla para echársela por encima de su desnuda y perfecta figura. Pero había amargura en su voz y él la notó. Sintió como ella volvía a temblar, pero no de miedo ni de frío, sino de desesperación.
-Christine.- Lupin la había llamado seriamente, con el rostro sumido en las sombras y por su nombre completo, que nunca utilizaba, a menos que hablara de algo realmente serio.
-Te quiero.- repitió ella, esa vez, mirándole directamente a los ojos.- Y quiero que sepas que no me arrepiento de nada de lo que ha sucedido...- por un momento, la expresión de Lupin se iluminó y se llenó de gozo.
-¿Entonces...?
-Dani sabía que iba a morir.- aquella no era la respuesta que el hombre había esperado. Hubiese imaginado cualquiera, hasta "no quiero que vuelva a suceder" o "no puedo seguir traicionándome a mí misma", pero no aquella. Primero, ignoraba por completo la manera en la que ella se había enterado, a no ser que la adivina se lo hubiese confesado y lo dudaba, y segundo, no entendía a donde quería llegar.
-Lo sé.- respondió con el rostro alicaído. Llegar a conclusión y la verdad de aquello le había causado más de un dolor de cabeza. Christine abrió mucho los ojos, de los cuáles comenzaban a resbalar lágrimas y dijo:
-¿Lo...sabías¿Sabías que Dani iba...?
-Lo sé y basta.- respondió Lupin tajantemente, de una forma que decía claramente "no me hagas preguntas" y tan firmemente, que por primera vez, Christine no pudo contraatacar.- La pregunta es, cómo lo sabes tú.
-Voldemort me lo dijo.- la profesora cerró un instante los ojos y se restregó las lágrimas.- Por eso se despedía...por eso me decía que me quería...
-¿Por eso lo haces tú, Chris?- inquirió el hombre taladrándola con la mirada.- Dime¿te estás despidiendo?- la mujer se mordió el labio inferior, pero no pudo decir la verdad. Confesarlo en voz alta y a Lupin, que la había amado aquel día como antes nadie lo había hecho, sonaría demasiado cruel. Y se veía incapaz de ser cruel con él.
-No.- respondió y al hacerlo, procuró no titubear.- No podría aunque quisiera...porque no puedo vivir sin ti...- aquella confesión sí que no se la esperaba el hombre. La Christine que él había conocido aquellos meses se asemejaba muy poco a la antigua, dulce, amable y tranquila y era esa la que había pronunciado esas palabras. La mujer de hierro, que vivía refugiada en máscaras, hiriendo con sus comentarios mordaces a los demás y fabricada de hielo puro, había desaparecido, al menos con él. Y lo que no alcanzaba a comprender era porqué no con los demás. Pero recordaba claramente las palabras de la adivina, si había alguien que podía salvarla, que podía hacer que ella volviese a ser la de antes, era él. Estaba convencido, que igual que había logrado penetrar la barrera más infranqueable, podría con las demás.
-Dime una cosa, Chris.- susurró sin dejar de mostrarse serio y medianamente preocupado.- ¿Qué hubiera pasado si Dani siguiera con vida? Imagina, que él ahora estuviese vivo. Dime, si tuvieras que elegir entre él y yo...¿con cuál te quedarías?- era una pregunta muy normal y Christine lo sabía. Ella siempre comparaba a Lupin con Dani, siempre decía que eran idénticos, pero de esa manera que lo exponía, parecía que Lupin fuera la copia barata del original, del mejor, que indudablemente era Dani, pero ya no era así.
-A ti.- respondió con sinceridad. Y se acercó hasta él, poniendo las manos sobre los pectorales desarrollados del hombre y acariciándolos suavemente, haciendo que él se estremeciera.- Remus, me costó muchísimo llegar a esa conclusión, pero ahora sé que es verdad. Es cierto, Dani y tú os asemejáis mucho, tanto, que a veces siento miedo de esas similitudes y hasta podrías tener la impresión de que os confundo. Pero para mí Dani significó cosas que por entonces no comprendía, cosas que se me habían ocultado y que me estaban formado una idea equívoca de cómo eran en realidad. Dani era la libertad, era el distanciamiento con mi madre, la forma de hacerle daño, de destruir todo lo que ella y los suyos eran y yo quería hacerlo. Si eso era lo que me prohibían, entonces eso era lo que yo iba a hacer más aún. ¿Lo entiendes, Remus? Dani era el chico encantador, amigo de sus amigos, compañero de James y Sirius, guapo, simpático y que además me quería con locura. Yo me enamoré de lo que él significaba en sí y no de lo que era. Él era mi libertad, Remus y tú eras mi mejor amigo. Yo por entonces te veía como mi hermano mayor, no había tenido hermanos nunca, ni el cariño de una madre, así que me refugié en vosotros. No pude ver más allá de lo que tú eras, mi cabeza ni siquiera pudo concebir la idea de que me gustaban tanto tus abrazos porque eras tú quién me los daba y no porque fueras mi mejor amigo. Ahora sé, que para mí Dani fue lo que confundí contigo, fue mi hermano mayor, el que siempre volvía a por mí, el que siempre me protegía, me cuidaba y velaba por mis sueños. Me acostumbré a su cariño, a lo fuerte que me sentía junto a él y convertí esos sentimientos en algo que yo creí llamar amor...-Christine giró el rostro bruscamente hacia la ventana.- Mi error, le costó la vida...
-¿Pero le quieres?- insistió Lupin, sabiendo que ahora que había logrado sacarle las palabras a la mujer, lo mejor era que ella lograra desahogarse del todo. Christine volvió a girar la cara para mirarle y sonrió mientras le daba un leve beso en los labios.
-Era imposible no querer a Dani...imposible...- Lupin sonrió y asintió.
-Tienes razón.
Pasaron un buen rato abrazados, siendo conscientes de que no podían permanecer así por mucho tiempo. En una hora, Christine tenía clase con los alumnos de quinto y Lupin tendría que marcharse al cuartel de la Orden para ver en qué podía ayudar con los cadáveres y los heridos del ataque. Se habían desaparecido sin decir nada a nadie y sin pensar en las consecuencias, pero cuando se trataba de manifestar su amor, las consecuencias no importaban, puesto que todo lo que significa estar juntos, lo eran.
-Tengo que irme...- susurró Lupin levantándose y vistiéndose con el pantalón y la camisa.- me necesitan...- Christine cerró amargamente los ojos. Se hubiese quedado permanentemente junto a él, en la cálida cama, disfrutando de su aroma y el calor de su cuerpo, no pensando en que podría ser mañana o pasado, el último día que lo viese.
-¿Volverás?- logró articular, mientras se ponía en pie y lo ayudaba a vestirse, como si fuera un niño pequeño. Lupin le sonrió, mientras se abrochaba el botón de la manga de la camisa y le secó una lágrima que resbalaba por sus mejillas.
-En cuanto pueda.- y tras darle un beso, coger unas llaves y echarse por encima la túnica raída y rota, se dirigió a la puerta para marcharse.
-¡Remus!- lo llamó Christine, antes de que él se fuera.- Cuídate mucho...- Lupin se dio la vuelta, volvió a sonreírle y le dijo:
-Lo haré. No puedes imaginar lo que significa para mí que estés a mi lado...ojalá algún día aceptes esto...- se sacó un pequeño anillo de oro del bolsillo del pantalón y lo depositó encima de un mueble que había cercano a la puerta.- Yo también te quiero, Chris...- y tras decir aquellas palabras, cruzó el umbral y cerró al salir.
Christine notó como una nueva lágrimas resbalaba por sus mejillas, pero en aquella ocasión, no tenía a nadie para que se la secara. Caminó hasta el mueble, tomó el anillo y se locolocó en el dedo, donde hacía años, Dani le había colocado el de compromiso y que ella misma tenía guardado en una cajita con sus cosas personales.
Después, se acercó hasta la cama y se dejó caer en ella, donde el olor de Lupin la pudiera embargar y notase como si él nunca se hubiera marchado. Pero, desgraciadamente, lo había hecho.
