Desaparecí meses, pero he regresado. Espero les guste y espero con ansias sus comentarios.

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Cerca de 36 horas antes –hora italiana– de que Noriaki y Hol estuvieran en casa de los Giovanna, Caesar se despertó sobresaltado sobre su escritorio cuando escuchó el teléfono sonar cerca de su oído. Apenas estirando el brazo y secándose la baba con la que había manchado los mapas que tenía sobre la mesa de su estudio, respondió.

–¿Sí?

Signore Zeppeli–dijo una voz demasiado familiar que le espantó el sueño enseguida.

–¿Noriaki?–preguntó, irguiéndose y consultando la hora de su reloj. Eran las 3.35 am.

Las cosas de la vida, llevaba días ayudando a su nieto a buscar al muchacho pelirrojo por todo el mundo con la poca información que disponían y de pronto el mismísimo lo llama por teléfono.

–Necesito un favor. Dos en realidad.

–Jotaro…

–Necesito que me ayude a contactar a alguien. Y que no le diga a nadie de esta conversación. ¿Puede hacerlo?

–Muchacho, entiendo que estés enojado, créeme que nadie te entiende más que yo, pero creo que necesitas hablar con Jotaro, aclarar las cosas…

–¿Puede hacerme esos dos favores, señor Zeppeli?

Caesar se pasó las manos por el cabello entrecano y la barba. No tenía cómo rastrear la llamada que le estaba haciendo Kakyoin en ese momento porque nunca había cambiado el viejo teléfono de su estudio por uno con identificador de llamadas. Maldiciendo a su yo del pasado, decidió que apenas terminara la llamada, correría a mirar el identificador del teléfono que estaba en la sala, ese aparato infernal que ni él ni Joseph sabían utilizar. Y desde podría partir la búsqueda.

–Puedo. No le diré a nadie que hablé contigo, ni siquiera a Jot…

–Esto no se trata de él–lo interrumpió el joven–. Esto tiene que ver con la Fundación, señor. Peligra la misión si le dice a alguien.

–¿En qué andas metido, Noriaki?

–Necesito que me ponga en contacto con el jefe de la familia Zeppeli en Milán. Estoy en una misión de encubierto y si la familia Zeppeli me respalda, mi fachada será más creíble.

Caesar sintió un vacío en el estómago, como cuando se subía a un ascensor particularmente antiguo.

–¿Para qué rayos necesitas que la parte mafiosa de mi familia te respalde, carajo? ¿Estás metido con la mafia ahora?

–No, con carteles de drogas en Tailandia– dijo Kakyoin, en un tono que no le permitió interpretar si era sarcasmo o no

–¿Noriaki?

–Larga historia. ¿Tiene papel y lápiz? Le enviaré un número al que podrá enviarme el teléfono o el contacto del jefe.

–Jefa–corrigió Caesar–. Es mi hermana menor.

Hubo unos segundos de silencio. Luego escuchó la voz de Kakyoin dictando varios números que alcanzó a escribir. Los repitió a petición del muchacho y luego de darle algunas indicaciones, la llamada había acabado.

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–Venimos por parte de la signora Chiara Zeppeli–dijo Kakyoin en inglés a Enzo y a Kikyo, sentados frente a él en la sala y separados por una pequeña mesa en donde descansaban cuatro tazas de café–. A ella le interesa expandirse a esta ciudad y cree que usted es un buen candidato.

–Sabemos que actualmente tiene a un grupo de esbirros a su cargo de un sector de esta città– dijo Hol–. Lo que nosotros le ofrecemos es la l'ntera città.

–¿La ciudad completa?–repitió Giovanna, con un atisbo de codicia en sus ojos pequeños y crueles.

–Estaría bajo el mando de los Zeppeli de Milán, claramente– dijo Hol–. Usted se quedaría con el 80% de las ganancias y el 20% restante vendría a retirarlo y a supervisarlo uno de los nuestros.

–El trabajo trae ciertas condiciones extra, además–dijo Noriaki taladrando con la mirada a los esposos–: nada de vender drogas a menores de edad ni cerca de escuelas. Nada de reclutar a menores de edad para que vendan drogas. Nada de tráfico de personas. Solo adultos legales. Comprenda que tenemos una reputación que mantener y no nos gusta involucrar asuntos sucios en nuestros negocios.

–Y por eso han perdido dinero y ya no son los que eran– dijo Kikyo en un japonés veloz que evidentemente era solo para su marido, quien pegó un respingo y la miró de reojo.

–Espero que eso no haya sido un insulto–comentó Kakyoin, haciéndose el desentendido–. No hablo chino.

Kikyo lo miró con desdén.

–A mi esposa le preocupa el apoyo real que tenga la familia Zeppeli en la actualidad debido a que, bueno, no son de "asuntos sucios"– dijo Enzo–. Con tutto il dovuto rispetto signore Zeppeli, los asuntos sucios dejan mucho dinero. Mucho.

Noriaki vio lo que el hombre quiso decir entre líneas: que los Zeppeli habían perdido poder. Los últimos cinco años para ser exactos, de acuerdo a lo que le había dicho la misma Chiara Zeppeli por teléfono cuando la contactó.

–El poder que hemos perdido es principalmente por problemas de dinero, muchacho, no voy a mentirte con eso. Muchos otros grupos y familias están haciendo negocios realmente sucios y ganando millones explotando personas, especialmente niños y mujeres. Los Zeppeli NO somos así. Podremos ser criminales, pero tenemos principios. Y valores. Algo que en este maledetto paese corrotto se ha perdido, muchacho. Me habré desecho de unas cuantas personas, habré extorsionado a otras tantas y habré hecho un montón de cosas de dudosa legalidad, pero me duermo todos los días con la conciencia tranquila. Algo que no cualquier capo puede decir, te lo assicuro– le había dicho ella en un inglés con un marcado acento italiano.

–Es de la vieja escuela–le había dicho Kakyoin, pensativamente. Ya le caía bien esa mujer de voz rasposa.

–Y siempre lo seré. Y quien herede mi posición hará lo mismo o vendré del mismo infierno a meterle una bala en la testa.

Noriaki no pudo evitar sonreír al recordar esa conversación, provocando que los esposos Giovanna lo miraran con interés.

–Sé lo que le preocupa, signore Giovanna, pero los Zeppeli siempre hemos hecho las cosas así y llevamos años en el negocio sin ningún percance mediático. ¿O acaso ha visto a alguien del grupo en las primeras planas de diarios y canales de noticias por algo negativo?

–No creo que puedan decir lo mismo de otros grupos– sondeó Hol con cuidado luego de una pausa en la que los esposos parecían convencidos –. O son grupos con bastante prensa o son novatos.

–Existe solo un problema– dijo Kikyo con voz suave–. Esta ciudad no es de ustedes como para regalarla. Pertenece a…

Kiki– gruñó su esposo en advertencia. Ella se calló.

–Esta ciudad es de quien la domine primero– dijo simplemente Hol Horse–. Ni Passione ni ningún grupo nos puede hacer competencia en eso.

Noriaki supo que habían metido la pata cuando vio a los esposos hacer un gesto de alarma; pero trató de mantenerse en su papel.

–¿Cómo saben de Passione?– preguntó Enzo, con la mandíbula apretada.

–Todos sabemos de ellos– dijo Hol, titubeando un poco.

–No, no es así–gruñó Enzo.

Mierda. Noriaki vio las manos de la mujer cerrarse sobre el asiento del sillón y taladrarlos con la mirada. Pero antes de que alguien dijera algo más, unos pasos suaves y cortos se acercaron a la sala. Los adultos vieron al menudo niño castaño aparecer, cubierto de barro y con la mochila colgando de su hombro. Se quedó parado, mirándolos casi con indiferencia, mientras gotas de barro y agua sucia caían de su ropa haciendo "plop" en el suelo.

Kikyo se levantó de un salto y cuando el niño abrió la boca para decir algo, lo arrojó al suelo de la bofetada que le dio. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloró ni se quejó.

–¡Se puede saber qué haces aquí a esta hora y por qué vienes así de sucio, mocoso! – gritó en japonés, levantándolo de la oreja.

Noriaki tuvo que hacer un esfuerzo considerable para no abalanzarse sobre la mujer y apartarla del niño, pero se conformó con quedarse de pie.

–Señora Giovanna, por favor–dijo en tono de advertencia, con la voz temblando de rabia. Sintió la mano de Hol sujetarlo del antebrazo.

–No se meta, Zeppeli– gruñó Enzo, levantándose también y yendo hacia su mujer–. Mocoso, ¿por qué vienes tan temprano de la escuela? ¡Sabes que no puedes estar a esta hora aquí!

Giorno Giovanna no respondió, ni siquiera cuando Enzo lo tomó de los cabellos y le alzó la cara para mirarlo.

–Te estoy hablando, pequeña mierda.

–Me caí– dijo simplemente –. No quería estar mojado toda la tarde hasta que me dejaran entrar a casa.

–¿Escuchaste algo de lo que hablábamos?

–No.

–¡No me mientras, maldito bastardo!–gruñó Enzo, apretando el agarre en los cabellos castaños del niño, que emitió un quejido.

–¡Señor Giovanna!– tronó Kakyoin, haciendo que todos lo miraran–. Es suficiente, es sólo un niño. Suéltelo por favor y volvamos a lo nuestro.

–¿Sólo un niño?– repitió Enzo esta vez en inglés con una risa amarga–. Si supiera lo que hizo este simple niño, Zeppeli, me estaría agradeciendo por lo que estoy haciendo. Kiki, llévatelo.

La mujer tomó a su hijo del cuello de la camisa que llevaba y lo empujó por el pasillo. Los tres hombres se quedaron midiéndose con la mirada, con una tensión palpable en la habitación. Noriaki miró de reojo a Hol, que hizo un imperceptible asentimiento con la cabeza.

Se iba a poner feo, lo sabían.

–No debería tratar a su hijo así, Giovanna– dijo Hol Horse con suavidad, provocando que Noriaki lo mirara con sorpresa–. No me malinterprete, me importan un comino los niños, pero no se ve bien. No va con nuestras reglas y si quiere que le demos el control de la ciudad, debe tratar mejor al niño.

–No es mi hijo, es de mi esposa– dijo Enzo, con las manos apoyadas en una mesa arrimada a la pared que estaba a su lado.

–La misma cosa– dijo Hol. Cortó con el rollo formal y añadió–. Giovanna, seré directo contigo. Como te diste cuenta, sabemos para quién trabajas. Y aún así, queremos que trabajes con nosotros, con mayores beneficios. Si quieres otra razón para tomar la decisión correcta, puedo asegurarte que no le diré a tu jefe actual que te estás quedando con un porcentaje importante de la ganancias

Tanto Kakyoin como el acusado miraron a Hol, casi provocando que el primero se saliera de personaje. ¿Cómo mierda había averiguado eso o solo era una trampa? Hol Horse, ¿era un excelente vigilante o el mejor embustero?

El sonido lejano de una ducha lo volvió a la realidad.

–Eso es todo, nos vamos. Gracias por el café. Vendremos en unos días para saber de su decisión. Vámonos, Cavalieri– dijo Noriaki, tomando a su compañero del brazo para arrastrarlo sutilmente a la salida.

Tenía la mano casi en la manilla cuando sintió Sabiendo que no debían hacerlo, le dieron la espalda en el último minuto al dueño de casa para abrir la puerta. Se detuvieron al oír un sonido metálico y unos pasos. Se voltearon lentamente y miraron que tanto Enzo como Kikyo portaban armas con silenciadores y los estaban apuntando.

Mierda.

–Creo que es más sencillo que los matemos aquí mismo– dijo Enzo con un brillo de locura en los ojos.

Por la mierda, pensó Kakyoin, ¿no les importa que esté el niño? No, la ducha está corriendo y tienen silenciadores. Pueden hacer una bonita decoración con nosotros en un instante.

–¿Con el niño en casa? ¡Qué molesto!–exclamó Kakyoin, reprimiendo un escalofrío al verse frente a un arma de nuevo en tan poco tiempo–. No les recomiendo que hagan esto, seamos civili…

¡Bang!

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Holy Kujo pagó al taxista, quien la ayudó a bajar su maleta y subió los escalones del bonito edificio antiguo para encontrarse con un hombre en recepción.

–Buenas tardes– saludó–. Vengo a ver a Jotaro Kujo.

–Buenas tardes– dijo el señor Cuevas–. ¿Su nombre, por favor?

–Holy Kujo. Soy su madre.

El señor Cuevas tenía instrucciones precisas de no dejar subir a nadie al departamento de la señorita Susanna y del señor Jotaro, pero últimamente veía tan estresado y desanimado al joven que quizás le haría bien ver a su madre. Después de todo, el señor Cuevas era salvadoreño y como buen latino, la mamá de uno era importante. ¡Además el joven Jotaro se iba a casar! ¿Por qué no querría que su madre estuviese ahí? No tenía sentido.

–¿Jotaro le dijo que no me dejara pasar, verdad?– preguntó ella como si le hubiese leído la mente.

–Sí–respondió el conserje, levantando el teléfono para marcar al departamento del joven Kujo–. Pero usted es su madre. Puedo ver el parecido, tiene sus ojos. ¿Hola, señor Kujo? Sí, su madre… ¿Qué? ¿Cómo que no? ¡Me colgó!

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El disparo de Emperor fue más rápido que el de Giovanna y alcanzó a desviar la bala que se fue a estrellar contra una ventana. Sin pensar demasiado en que estuvo a punto de ser baleado nuevamente en menos de dos semanas, Kakyoin se movió lo más rápido que pudo para desarmar de un codazo a Giovanna, Hol Horse hizo lo mismo con Kikyo.

Mientras ambos forcejeaban con el matrimonio en el espacio reducido del recibidor, Kakyoin sintió un codazo en el costado que lo dejó sin aire, soltando al italiano; momento de debilidad que aprovechó éste para zafarse y apretar el cuello de Kakyoin sin piedad.

Kakyoin sabía que no podía usar su stand con tanta libertad como Hol Horse, debido a que Hierophant era mucho más llamativo que Emperor y delataría quién era realmente. Sabía que los tipos del bar de mala muerte los seguía buscando y para bien o para mal, Hierophant era un humanoide parecido a un melón y no una arma como Emperor. De modo que, a falta de ayuda de su compañero, que se veía realmente ocupado esquivando golpes de Kikyo, Noriaki enterró con fuerza el taco de su zapato en el empeine de Giovanna, que rugió de dolor y aflojó el agarre. Rápidamente, Kakyoin le clavó el codo en la cara, oyendo un ruido desagradable: seguramente le había roto la nariz. Giovanna retrocedió con un aullido y Kakyoin apenas tuvo tiempo de cubrirse cuando el otro ya se había lanzado a golpearlo como si fuera un saco de boxeo.

Sintió las gafas romperse y enterrarse dolorosamente en el puente de su nariz al recibir un puñetazo de Enzo que no fue lo suficientemente rápido para esquivar. Retrocediendo, su pie chocó con algo duro y metálico. Usando a Hierophant lo suficiente para levantar el arma hacia su mano, la tomó y pateó a su rival en la rodilla. Enzo chilló de dolor y cayó al suelo, con su propia arma en las manos de Noriaki apuntándole en la cabeza.

–Ya es suficiente– jadeó el más joven, con dificultad para respirar y quitándose las gafas inservibles–. Detengan esta locura. No vale la pena morir…

–Como si te atrevieras a dispararme, cazzo cinese.

–Primero, no soy chino–replicó Kakyoin en japonés–. Segundo…– quitó el seguro del arma sin dejar de apuntar.

A su lado, Hol arrojó con nada de delicadeza a Kikyo junto a su esposo. Se veía furiosa, pero ilesa. Se secó la sangre que le corría por la mejilla.

–Dispárale en un pie y ya vámonos.

–Primero deben hablar.

–Deben tener contactos en la policía y armamos bastante escándalo, seguramente llegarán pronto.

–No tenemos nada de qué hablar–dijo Enzo.

–Oh, claro que sí, Giovanna– musitó Kakyoin–. ¿Quién es su jefe? ¿Dónde lo encontramos?

– Creo que es más efectivo si le metes una bala en la rodilla– dijo Hol–. No se va a morir por eso, no bota tanta sangre.

–Creí que querías irte rápido.

–El dolor lo hará hablar rápido– respondió Hol, encogiéndose de hombros.

Kakyoin colocó la punta del arma en la rodilla de Kikyo, que se encogió ligeramente, pero sin emitir sonido. Sus ojos lo miraban con furia, de modo que Kakyoin esquivó su mirada y notó el borde de un tatuaje cerca de la clavícula, que se asomaba por el cuello de la blusa. Intrigado, tomó la tela para descubrir un poco más de piel y notó que era un intrincada flor de cerezo en blanco y negro con unos diminutos kanji al borde de un pétalos. Su mirada se ensombreció.

–¡No la toques!– chilló Enzo, cubriendo a su esposa.

–Sabía que eras yakuza, pero no sabía que eras de los Shiobana–dijo Kakyoin, apartándose para mirar a su compañero–. ¿Sabías esto?

Hol abrió la boca para decir algo, cuando alguien sintió un golpe duro en la espalda baja, sacándole un quejido. Volteándose, él y Kakyoin vieron a Giorno, apenas vestido, con un bate en la mano y mirándolos seriamente mientras del pelo oscuro caían gotas de agua.

–Déjenlos en paz– murmuró con su voz temblando, aferrándose al arma–. Váyanse.

–Giorno, no les haremos daño– comenzó a decir Kakyoin.

–No te voy a mentir, sí les haremos daño…

–¡Cavalieri!

–... pero no los mataremos, si eso te preocupa, niño– agregó Hol Horse, sobándose la espalda mientras se acercaba a Giorno–. Dame eso.

Pero Giorno retrocedió y apretó con más firmeza el bate, negando con la cabeza. Hol perdió la paciencia y se lo quitó de un tirón. El niño, sin emitir sonido, cayó sentado al suelo con los ojos llenos de miedo, pero sin expresión en el resto de la cara.

–De todas maneras, no sé qué tanto te preocupas por ellos, te tratan horrible y abusan de ti–murmuró Hol, apoyando el bate en su hombro. Al ver la mirada confundida del niño, sonrió–. ¿Crees que no lo sé? Los he observado y vigilado el tiempo suficiente… Deberías matarlos tú mismo y escap… ¡AAAAAAARRG!

Kakyoin apartó la mirada de Giorno para ver a Hol, que chillaba de dolor mientras una serpiente estaba mordiéndole el cuello mientras éste intentaba arrancarla.

¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué pasó?

Pero no tuvo tiempo para pensar ni actuar porque Kikyo le golpeó la rodilla, haciéndolo caer al mismo tiempo que Enzo le quitaba su arma y lo apuntaba a la frente. No otra vez, pensó Kakyoin.

A la mierda, situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas.

Emerald Splash!

El ataque salió al mismo tiempo que los disparos, pues de alguna manera Kikyo había sacado otra arma quién sabe de dónde. Kakyoin arrojó a Hol y a Giorno al suelo para evitar más daños. En teoría era casi imposible evadir a Emerald Splash, pero no podía fiarse. Ya no era tan rápido como antes.

Arriba de sus cabezas, escucharon cosas romperse y brillos esmeralda saltar por todas partes, además de gritos ahogados y más disparos. Luego todo quedó en silencio, roto solamente por los quejidos de Hol. Al cabo de segundos que se hicieron eternos, Kakyoin alzó la cabeza para asegurarse que su compañero y el niño estuviesen bien.

La serpiente estaba destrozada por el ataque, pero en el cuello de Hol habían unas manchas de sangre y éste se veía bastante pálido. ¡¿De dónde mierda había salido una serpiente?!

Eso no es lo importante, Noriaki, enfócate. Si es venenosa, este idiota morirá.

–¿Estás bien, Hol?

–Era una Tiger Snake– murmuró Hol, mostrándole un trozo del reptil rayado que sostenía en la mano–. Notechis scutatus. Estoy casi seguro.

–¿Cómo diablos sabes eso?

–Soy australiano. Ocho de cada diez serpientes venenosas eligen Australia para vivir.

–No seas idiota… Giorno, ¿estás bien?

El niño se había sentado abrazando sus rodillas y tenía la mirada perdida, pero no se veía herido. Sólo temblaba ligeramente. Kakyoin envió a Hierophant a revisarlo y luego se acercó a los Giovanna que yacían inconscientes en el suelo, con varias heridas, pero nada particularmente grave.

La tos de Hol Horse lo obligó a volver por su amigo mientras su stand revisaba al matrimonio.

–¿Qué te pasa?

–Me cuesta… un poco respirar…– dijo Hol, con la mano en el pecho.

–¿Es mortal?

–Sí, generalmente es mortal no poder respirar, Kakyoin.

–No, imbécil, ¡el veneno de la serpiente!

–¿La Tiger Snake? Entre un 40% y un 60%, si mal no recuerdo.

–¡Y hasta ahora me dices! Por la mierda– Kakyoin miró a su alrededor como si buscara una mágica solución–. Aparte de llamar a una ambulancia, ¿qué hago, te chupo el veneno?

–No seas idiota, eso no sirve. Terminarías envenenándote tú, ¿de… dónde sacaste eso?

–De las películas.

–No eres Cocodrilo Dundee, tarado. Sólo tienes que evitar que el veneno se esparza tan rápido por mi sangre.

–Si te hago un torniquete, te puedes asfixiar.

–Kakyoin, no frente al niño, ten un poco de filtro, hombre.

–¡HOL HORSE!

El tipo se rió y luego se quejó.

–Mira, si en treinta minutos no me muero, me puedo salvar en un hospital, pero necesito que apliques presión en la herida. No tanta porque, ya sabes, mi cerebro está cerca y necesita seguir funcionando.

–Siempre te ha funcionado a medias, no creo que un poco menos de oxígeno haga alguna diferencia– sonrió Kakyoin, levantándose–. Giorno, ven aquí, por favor.

El niño levantó la vista y se acercó lentamente, como si tuviera miedo que le pegaran. Kakyoin se agachó a su altura y lo miró directo a los ojos:

–No te voy a hacer daño, tus padres están bien, sólo que inconscientes. Traeré ayuda, pero necesito que presiones la herida un momento mientras traigo vendas y hago unas llamadas. Después de eso, nos iremos, ¿entiendes?

Giorno asintió y obedeció, mientras Kakyoin llamaba a la SWF. Luego se puso a buscar lo que necesitaba. En uno de los cajones del dormitorio encontró una libreta con nombres y fechas de pago que se guardó en el bolsillo, podría ser importante más adelante. Tomó apósitos y demases del baño y luego volvió a la sala. Giorno seguía presionando la herida y Hol se veía bien, aunque se veía sudado y pálido.

–Gracias, Giorno– dijo Kakyoin–. Dame espacio para limpiar la herida.

Cuando el niño se apartó, Noriaki lavó la herida con agua y la cubrió con un apósito para luego rodear el cuello de Hol con una venda elástica de forma firme, pero no apretada. Cuando la sujetó con un gancho metálico, Hol abrió la boca:

–Mírale el cuello, cerca del hombro izquierdo.

Kakyoin no entendió.

–Tu cuello está bien, considerando que fue mordido. Ya no hables, que te cansas.

–No mi cuello, el del niño– dijo Hol con voz débil.

Giorno estaba de pie y a espaldas a ellos, porque estaba mirando los cuerpos inconscientes de sus padres. Kakyoin dirigió su mirada hacia donde le había dicho su compañero. Ahí entre manchas de tierra y humedad, una cicatriz en forma de estrella contrastaba con su pálida piel.

–Ay, mierda.