Hoooli. Reaparezco con otra Novelette de Kakegurui. ¡Espero que les guste!

Sinopsis: Kirari le pide ayuda a Sayaka para estudiar. ¿La asignatura? Deportes. Lo que empieza como un entrenamiento tranquilo poco a poco se va convirtiendo en una competencia. Kirari vs. Sayaka, la batalla ha sido declarada.


Entrenando con la presidenta

—¡Sayaka, aquí! ¡Estoy libre!

Sayaka levantó una comisura y le pasó el balón de Básquet a Kirari.

—Claro que está libre, presidenta, somos las únicas en la cancha.

Kirari recibió el balón con algo de torpeza. Tenía una sonrisa entusiasmada en los labios.

—¿Y ahora qué debo hacer?

—Arrójelo al aro. —Sayaka señaló el aro y luego el piso—. Recuerde que no puede pisar esa línea.

Kirari giró el cuerpo, quedando frente al aro. Puso un pie detrás de la línea de tiro libre, bajó las manos con el balón y lo arrojó hacia arriba de esa forma que en absoluto era correcta. Sayaka lo seguía con los ojos. El balón subía y subía queriendo llegar al aro, pero comenzó a caer antes de tocarlo. Ni rozó la red. Sayaka suspiró.

—Intentémoslo de nuevo, presidenta.

¿Cómo llegaron al gimnasio de la academia? Simple, por un pedido de Kirari.

—Sayaka, preciso de tu ayuda.

Sayaka dejó en el escritorio la taza de té que le había servido. Levantó la vista, tropezándose con la presidenta. Sonriente, descansaba el mentón en sus manos cruzadas.

—Dígame, presidenta.

—Como bien sé, eres experta en todas las materias. Verás, hay una en especial que me está dando problemas.

Sayaka puso las manos delante del cuerpo con un porte serio.

—Presidenta, cursamos años distintos, por no decir que elegimos distintas especializaciones. No comprendo cómo podría ayudarla si no compartimos las mismas materias.

—Esta es una que comparten todos los años.

—¿Todos…? ¿Música?

Kirari negó.

—Deportes.

Así es, la presidenta no era muy buena en deportes. Podríamos decir que cursando esa materia en ella se descubrió una naturaleza torpe. Era lenta corriendo, se tropezaba seguido y solía, valga la redundancia, entorpecer a los demás con sus fallas. Todo con una sonrisa que ya rozaba la irritación. Aceptaba su, según ella, primer defecto, pero no se quería conformar con la idea de ser una incompetente toda la vida.

—¿Qué dices, Sayaka?, ¿puedes hacer un milagro conmigo? Intuyo que debido a mi solicitud ya has descubierto que soy del tipo torpe. —continuó, levantándose del asiento. Rodeó el escritorio agarrando la taza en el camino. Sayaka la veía beber té frente a ella. Sus manos comenzaban a sudar.

—Deportes… Presidenta, yo tampoco soy muy buena en eso. Me temo que no podré ayudarla mucho.

—¿Pero qué dices, Sayaka? Si tienes las mejores calificaciones. —refutaba Kirari con una mano en la cadera.

—Porque me las arreglo en los exámenes escritos, pero en la práctica siempre tengo que esforzarme de más.

—De cualquier forma, apruebas. Yo no.

—¿Huh?, ¿reprobó?

—Siempre repruebo, mira. —Kirari agarró una hoja del escritorio. Se la mostró. Los ojos de Sayaka saltaron.

—¡¿Cero sobre cien?! Esa es la peor calificación que existe, presidenta.

—… Aunque esperaba una reacción así de tu parte, el rechazo me supo un poco amargo, debo decir. —Kirari lucía una sonrisa forzada—. Me pregunto si es porque viene de alguien tan competente como tú o si es porque simplemente eres tú, Sayaka.

Sayaka se tapó la boca.

—¡D-Discúlpeme! Es que no lo esperaba.

—Yo tampoco, si te soy sincera. Soborné al profesor para que me apruebe, no obstante, me engañó vilmente. Fui desaprobada igual y perdí cincuenta millones de yenes.

—¡¿Qué?!, ¡¿la estafó?! —Sayaka relinchaba los dientes con un puño cerrado—. Ese maldito… Nunca se lo perdonaré, ¡iré a hablar con él! ¡Dígame quién es!

—Oh, eso no será necesario. Ya me encargué de él. —Kirari dejó la taza en el escritorio con tranquilidad—. Pero ahora tenemos un nuevo problema en la mira: el suplente. Él ni siquiera se vio tentado en mi soborno, es un hombre honesto. Una rareza en estos días, ¿no crees?

Sayaka se había quedado trabada en la oración anterior.

—Um… ¿Cómo se encargó del otro profesor?

Kirari sonrió con los ojitos.

—Eso no debe preocuparte, aquí lo único preocupante es que yo debo aprobar para no hacer clases extras en el verano. Y como tú eres mi secretaria, es tu deber ayudarme.

La palabra "deber" erguía la espalda de Sayaka automáticamente cual soldado. La presidenta era como su sargento, daría la vida por ella, ¿y no podía ayudarla en una mísera materia? Arrugó la frente insultándose por dentro.

«Cómo pude mostrarme tan indecisa… ¡Reacciona, Igarashi!»

—Por supuesto, presidenta. Le ayudaré en todo lo que pueda. ¿Qué deporte desaprobó?

—Baloncesto.

Se le cayó la mandíbula.

—¿Por qué eligió un deporte tan difícil? Hay otros mucho más sencillos.

—Me gusta el Baloncesto.

—Eso… no lo sabía. —De verdad que no. No se la imaginaba viendo todos los partidos de la NBA sentada en un sillón y comiendo palomitas.

—De hecho, me fascina, —Kirari levantó el dedo, reafirmando su amor por el Baloncesto—, pero lamentablemente mis torpezas naturales me impiden ser buena en ello. Tengo confianza en que Sayaka me enseñará bien.

—Hm… Baloncesto. —Sayaka se refregaba el mentón pensando en cómo ayudarla. Kirari se aproximaba con una sonrisita—. Hay algo que no comprendo, presidenta. Si tanto le fascina, ¿cómo pudo reprobar el examen escrito? Por lo que veo, la mayoría de las preguntas tratan sobre las reglas del Baloncesto. Era cuestión de memorizarlas. —le dijo, ojeando su examen. Las respuestas que Kirari había escrito con una letra refinada eran asquerosamente incorrectas, no le hacían justicia a su caligrafía. Te hacía pensar que había contestado mal apropósito de lo malas que eran, hasta había confundido las reglas del Hockey con el Baloncesto.

—No soy buena con la memoria.

Sayaka asomó los ojos por encima del examen. ¿No era buena, dijo? Pero si estaba segura de que su coeficiente intelectual superaba al promedio. Sospechoso, todo era muy sospechoso.

«Seguir negándome sería una falta de respeto hacia ella»

—De acuerdo, presidenta, si me espera diez minutos haré un cronograma de estudio que no fallará. ¿Cuándo tiene el examen de recuperación? —le preguntó, agarrando su cuaderno de notas y un bolígrafo de la mesita baja.

—Mañana.

—¡¿Mañana?! —Se enderezó de golpe— ¿Y ahora me lo dice?

—Recién lo recordé. Te lo dije, soy mala con la memoria.

Sayaka dejó su examen en el escritorio, suspirando. Bien, tenían un solo día. Habría que exprimirlo. Apretó la punta del bolígrafo poniéndose en manos a la obra.

—Espero que esté lista para tener un entrenamiento duro, presidenta, no pararemos en todo el día.

Kirari levantó una mano para llevarse su coleta con ella. En sus labios, una sonrisa traviesa.

—Esa respuesta esperaba, Seeensei.

Y así terminaron en el gimnasio de la academia. Éste no era muy diferente de los gimnasios de otras escuelas, excepto por las gradas de madera a los costados, la maravillosa iluminación cálida y sus impresionantes metros cuadrados que abarcaban desde canchas de Básquet, Ping-Pong, Bádminton, entre otras. En el exterior de la academia se practicaban los deportes que requerían más espacio: Tenis, Fútbol, Natación, etc. Pero hoy el protagonista de todos era el favorito de la presidenta: el Baloncesto.

Sayaka, por primera vez en su vida, se saltó las clases para practicar junto a ella. Decidió que podían aprovechar el día para practicar pases y tiros, y la noche para repasar el examen escrito. No había nadie en el gimnasio, todos se encontraban en clases. Se pusieron el uniforme de gimnasia; una playera blanca con bordes rojos y un pantalón negro que les llegaba hasta arriba de las rodillas. Kirari parecía estar más interesada en el uniforme de Sayaka que en el balón que sostenía. La escaneaba de arriba abajo con una mano cerrada en el mentón.

—Nunca te vi con el uniforme de gimnasia… Te queda muy bien, Sayaka. Resalta tus curvas.

Sayaka se pasó la mano por el cuello, sonrojada. Y preguntándose de qué curvas hablaba exactamente.

—A usted también le queda bien, presidenta. No hay nada que le quede mal.

—¿Es así? Hm… ¿Quieres que me pruebe algo para ti? Quizá disfrutes de la vista. —Kirari dio un paso al frente con las manos detrás de la espalda. Sayaka se vio retrocediendo por la jugada coqueta. No la soportó. Le contaminó el cerebro en un segundo, disparando una fantasía de la presidenta desfilando para ella en ropa ligera. Puso el balón entre las dos. Kirari pestañeó al sentirlo en el pecho.

—C-Comencemos, presidenta. No tenemos mucho tiempo, hay que aprovechar cada segundo. —Le mostró una hoja—. Haremos paso a paso el cronograma que preparé para usted.

Kirari examinó la hoja. Eran muchos pasos, había diez puntitos marcados. Rió para sus adentros.

—Vaya… Eres tan estricta como imaginé. De acuerdo, Sensei. Trataré de portarme bien.

—No hace falta que me diga así…

—Pero ahora eres mi Sensei, ¿verdad?

Basándose en lo reiterada que estaba siendo con su nuevo sobrenombre, Sayaka comprendió que ese entrenamiento nada fácil sería. Esquivar sus burlas era más difícil que esquivar un balón. Suspiró. Quería abandonar antes de empezar. Una pena, ya era tarde para retractarse. No podría soportar la culpa si la presidenta desaprobaba. Porque ahora sería, definitivamente, su culpa.

—Bien, primero comenzaremos con el dribleo. —Sayaka comenzó a picar el balón naranja. Lo hacía sin mirar—. En el examen le tomarán cada aspecto básico del Baloncesto. Uno es este, el otro los pases, la ofensiva, defensiva y luego los tiros cerca y lejos del tablero. Si mete tres tiros de cinco estoy segura de que aprobará. —Le ofreció el balón. Kirari lo agarró—. Trate de picarlo treinta veces sin perderlo, de esa forma obtendrá equilibrio y luego no se le dificultará tanto correr con él.

—¿Treinta?, ¿no deberíamos empezar por un número más pequeño, Sensei? Recuerde que soy principiante…

El beboteo no funcionaba con alguien tan estricta como su secretaria.

—Usted inténtelo. La forma correcta para picar el balón es esta. —Sayaka se agachó y le sujetó las rodillas. Hizo un poco de fuerza para que las flexione—. Siempre debe tener las piernas un poco flexionadas, de otra forma podría desgarrarse al hacer un mal esfuerzo.

—Oh… —Kirari la observaba muy atenta desde lo alto. Sayaka lucía concentrada, lo suficiente como para no entrar en crisis por estar estableciendo un contacto estrecho sin darse cuenta. En general, cada vez que Kirari la acariciaba o se acercaba de más, ella se ponía incómoda—. Tus manos son muy suaves, Sayaka. Me hacen cosquillas…

—¿Eh? —Sayaka miró hacia arriba, luego hacia abajo. Se sonrojó al ver sus manos en las piernas de Kirari. De pronto era consciente del calor de su piel y la textura de esta. Era muy suave… Piel de jabón. La soltó como si le quemara— ¡D-Discúlpeme! Solo quería mostrarle correctamente cómo picar el balón, no volverá a suceder.

—Oh no, no es una molestia para nada. Tú tócame todo lo que quieras, Sayaka. —Kirari le sonrió a una Sayaka que se levantaba con las orejas rojas—. Es necesario que me enseñes bien. No queremos que me desgarre, ¿cierto?

—… Cierto.

La presidenta comenzó su práctica de rebote. Sayaka la estudiaba con los brazos cruzados. Y conteniendo la risa. Hacía dos rebotes y el balón se le patinaba de la mano. Kirari lo perseguía de una manera que veía chistosa, era como una niña intentando atrapar un globo. Lo bueno es que no se daba por vencida. Admiraba su tenacidad.

—Veintidós, veintitrés, veinticuatro… —Contaba ella, picando el balón con una sonrisa que iba ensanchándose. Ansiaba llegar a treinta—. Veintici-Ah.

—¡Presidenta!

El balón rebotó en su pie y le saltó a la cara. Kirari se la refregó.

—Vaya…, pero qué torpe soy.

—¿Se encuentra bien?, ¿quiere que paremos un momento? —Sayaka se apresuró a ella. Kirari sacudió la mano.

—Un tropezón no es caída. Sigamos.

Tras una corta meditación, la entrenadora Sayaka decidió seguir. Apenas habían arrancado, si paraban ahora nunca terminarían a tiempo.

Kirari, luego de varios intentos fallidos, por fin logró hacer treinta rebotes. Sayaka aplaudía su desempeño.

—¡Perfecto, presidenta! Ya puede mantener el equilibrio, aprende muy rápido. —Kirari recibía los elogios riendo por lo bajo. Sayaka siempre se empecinaba en ponerla en la cima a niveles exagerados—. Ahora probemos hacer unos pases ligeros. Picará el balón tres veces y luego me lo pasará, yo haré lo mismo.

—¡Oh! ¿Un juego de a dos? —inquirió, emocionándose—. Por fin podré jugar algo con Sayaka.

—Pero si siempre jugamos cuando está aburrida…

—Son juegos absurdos que suelen gustarme solo a mí, este es uno que le gusta a Sayaka también. Eso lo hace especial. —Kirari estiró la mano hacia ella con una sonrisa brillante—. Daré mi mejor esfuerzo para que lo disfrutes.

Le resultaba un encanto que su presidenta se preocupara por ella, era demasiado bueno para ser verdad. Sayaka se preguntaba la razón de su comportamiento. Desde la mañana que parecía decidida a pasar tiempo con ella.

—El solo estar con usted ya es un disfrute para mí, presidenta —contestó. Kirari suavizó la sonrisa—. De acuerdo, empecemos. Mire bien cómo lo hago. —Sayaka picó el balón tres veces y se lo arrojó desde abajo hacia arriba con una mano. Kirari lo recibió con las dos manos—. Ahora es su turno.

La presidenta picó el balón tres veces. Cuando quedó en el aire en el último pique, lo impulsó hacia Sayaka por el costado. Se vio a sí misma sorprendida por haberlo arrojado con debilidad. El peso del balón se hacía más notorio al lanzarlo. Sayaka se adelantó para agarrarlo y se fue hacia atrás picándolo.

—Si le cuesta con una mano, puede usar las dos. Ambas formas son correctas.

—Aceptaré el desafío de una sola mano.

Sayaka sonrió. Esa era su presidenta, siempre aspirando a más. Su entusiasmo era contagioso, le hacía sentir en medio de un partido aunque solo era una práctica.

—¡Muy bien, presidenta! ¡Ahí va! —Le lanzó el balón. Kirari abrió más los ojos. El balón se dirigía rápido hacia ella. Flexionó las piernas para agarrarlo con las manos, pero en vez de eso terminó agarrándolo con la cara— ¡Ah, presidenta!

El balón se resbaló por su cara, descubriendo una sonrisa dura.

—Creo que el balón tiene una fascinación con mi rostro.

—¡¿Se encuentra bien?! —Sayaka se acercaba corriendo. Llevó las manos a su cara—. Es mi culpa, se lo arrojé muy fuerte. Lo siento mucho.

—Relájate, Sayaka, fue culpa de mi torpeza.

—Tiene la frente roja… —Sayaka levantaba su flequillo con cuidado. Tenía un pequeño raspón, nada grave, pero para ella era una desgracia.

Kirari se perdía en sus ojos preocupados. Sayaka deslizaba el pulgar por su frente, el otro por la mejilla. La acariciaba sin darse cuenta, Kirari era consciente de eso, pues nunca había tenido tales atenciones con ella. Su secretaria era muy tímida. Ese momento, sin dudas, era uno que debía atesorar.

—¿Le duele?

—Un poco. —No le dolía, pero mintió para seguir recibiendo su amor. Se sentía tan bien ser cuidada por ella… Sayaka, desde el principio, demostró ser la primera y quizás única persona que se preocupó por su bienestar. Esa niña no tenía idea de lo mucho que Kirari valoraba aquello.

Sayaka quitó las manos de su cara, haciéndole extrañarlas, y agarró la suya.

—La llevaré a la enfermería, vamos. —Se dio vuelta para dirigirla a la salida del gimnasio. Kirari hizo fuerza en el lugar, resistiéndose.

—Quizá Sayaka pueda curarme.

—¿Huh? Pero no tengo alcohol aquí, presidenta. —explicaba mientras seguía con los ojos el dedo índice de Kirari. Hizo un ruidito cuando fue a parar a su frente.

—Cúrame como yo te curé en aquel precioso campo de lirios que preparé para ti.

—¿Campo de lirios…? —Sayaka hacía memoria intentando descifrar de qué hablaba. Tuvo un escalofrío al comprender la indirecta. Ahora en lo único que podía pensar era en la lengua de la presidenta paseando por su frente—. E-Eso no la va a curar, necesita un desinfectante.

—La saliva de Sayaka me será mucho más efectiva, confío en ello. —Kirari la acercó por la cintura—. Vamos, está comenzando a arder.

Sayaka refregaba las manos en el pantalón juntando valor para hacer lo que le pedía. ¿Por qué la presidenta querría eso? No lo sabía. No sabía porqué quería muchas cosas, en realidad.

—Estoy esperando… —decía Kirari con los ojos cerrados.

Sayaka tomó aire, dispuesta a cumplirle el capricho. Era su deber cumplírselos todos. Se puso en puntitas de pie y con la mano le subió el flequillo. Por un momento se quedó mirando esa frente pálida como si fuera lo más interesante del mundo. Kirari se inclinó un poco para facilitarle la tarea y entonces sus ojos se abrieron cuando Sayaka plantó un pequeño beso en su frente. No se esperaba aquello sino una lengua deslizándose por su piel. Tampoco tenía quejas. Al igual que sus caricias, ese era un beso tierno…, suave como una pluma. Sus ojos no dejaban de ver los avergonzados de Sayaka, quien se apartaba con los cachetes colorados. La impulsó hacia sí por la cadera antes de que escapara.

—¿Sabes? También me duele un poco la boca… —susurró con la vista fija en sus labios. Sayaka tragó saliva con las palpitaciones tomando velocidad.

—¿Q-Quiere que…?

—Sí…

«¿Qué demonios? No entiendo nada, pero es una oportunidad única para besar a la presidenta, ¡no puedo desperdiciarla!»

Pensaba con las revoluciones al máximo. Se aclaró la garganta y sujetó su mejilla. Kirari sonreía dócil en el agarre. Cerró los ojos con la misma energía. No ponía defensa alguna, era como si le gustase estar ese lugar. Sayaka iba relajando el rostro a medida que se perdía en sus facciones calmas. Poco a poco empezaba a inclinarse hacia esos labios celestes. El acercamiento le traía un aroma a durazno, el aliento de Kirari le calentaba la boca.

—Presidenta…

Bajó los párpados doblando el rostro para besarla y entonces éstos volvieron a levantarse al escuchar unas voces animadas a lo lejos. La puerta del gimnasio se abrió. Los estudiantes que entraron a los gritos con el almuerzo en la mano, se callaron.

«Mierda»

Sayaka les sostenía la mirada con los labios fruncidos. Kirari continuaba con los ojos cerrados. Los abrió despacio al no sentir contacto alguno y pasó la vista a los estudiantes. Eran observabas como si se trataran de un espectáculo. Algunos sonreían de forma lasciva, otros estaban boquiabiertos. Kirari cero interés puso en ellos. En cambio, Sayaka no sabía dónde meterse.

—P-Parece que es el descanso. Qué raro, no escuché la campana. —Se apartó acomodándose un mechón detrás de la oreja. La campana había sonado, pero estaban tan inmiscuidas en el momento que ninguna la escuchó—. Um… ¿Qué tal si seguimos la práctica cuando termine el descanso? Aprovechemos para almorzar, presidenta.

Kirari la miraba con aburrimiento. Sayaka no hacía contacto visual, tenía la vista plantada en el balón. Lo agarró del suelo.

—Mientras tanto podemos repasar para el examen escrito, ¿qué dice? —agregó, moviendo el balón de una mano a la otra. Kirari se mantenía callada ignorando a los estudiantes que mascullaban entre ellos. Asintió.

—Como usted diga, Sensei.

Primer intento fallido. Del entrenamiento, claro…

Un árbol de cerezo les servía de apoyo mientras repasaban las preguntas que habría en el examen. Estaban almorzando en las afueras de la academia, sentadas en el césped y rodeadas de unas preciosas flores nacidas de la primavera. Primera vez que comían de ese modo tan… ¿informal? Para Sayaka lo era, para Kirari más, pero a ésta última no le importaba, de hecho, disfrutaba del acontecimiento. Lo creía una fotografía perfecta. Lamentó no tener la cámara encima, la imagen tendría que ser inmortalizada solo en su memoria.

Los estudiantes que caminaban por los alrededores se quedaban estáticos al ver a la presidenta con el uniforme de gimnasia. Sayaka los asesinaba con la mirada cuando esos ojos bajaban de más, fijándose en la delantera predominante de Kirari que nunca habían tenido el agrado de ver con tanto detalle. La playera le tironeaba un poco en las axilas.

—Presidenta, ¿no cree que es hora de cambiar de talle?

Kirari levantó la cara con los palillos dentro de la boca.

—¿Disculpa?

—S-S-Sus pechos —murmuró Sayaka con los ojos en el césped—. Ya no parecen caber bien ahí.

—Oh. —Kirari se miró la delantera. Estiró la playera. Ni estirarla podía, le apretaba—. Tienes razón. ¿Habré engordado?

—Creo que simplemente creció, está más alta que el año pasado.

—¿Es así? Hm… —Kirari arrastró los ojos disimuladamente a los pechos de su secretaria. Contrario a los suyos, parecían muy a gusto en la playera—. Tú no has crecido mucho este año, Sayaka. ¿Será que te quedarás así?

Sayaka infló los cachetes. Le dio un mordisco brusco al Onigiri que tenía en la mano.

—Claro que voy a crecer, estoy en pleno desarrollo.

—Ojalá no crecieras más, creo que eres una lindura así de menudita. —Kirari le quitaba un arroz de la mejilla. Sayaka se achicó en el lugar cuando se lo llevó a la boca—. Pero si creces tampoco me quejaré. Me gustas de cualquier modo, Sayaka.

—¿E-En serio? Supongo que… es bueno saberlo.

«Hoy está extrañamente cariñosa… ¿Qué trama?»

Se preguntaba, dándole otro mordisco al Onigiri. Kirari lo miraba curiosa.

—¿Me darías un poco?

—¿Huh? —Sayaka no llegó a reaccionar que ya la tenía comiendo de su mano. Se sonrojó fuerte cuando Kirari deslizó la punta de la lengua por sus dedos, llevándose el arroz restante. Su lengua era suave, le dejaba un rastro húmedo y caliente en la piel, tal como la recordaba.

—Mh… Salado. Tu piel es muy saladita, Sayaka —le decía, dándole lamiditas al índice como si fuera un gato—. Abre aún más mi apetito.

Sayaka fruncía la mano contra el césped al punto de arrancarlo.

«¡No pienses nada sucio, no pienses nada sucio!»

—T-Tome lo que quiera, presidenta. —Le acercó el bentō.

—¿Lo que quiera…? ¿Esto también? —le preguntó Kirari en voz baja, pasando el pulgar por sus labios. Sayaka entornó los párpados cuando acortó la distancia con una sonrisa coqueta. Siempre que la tenía cerca entraba en un estado hipnótico. Quizá era culpa de su delicioso perfume a durazno que generaba un efecto embriagador, pensaba. No…, sus ojos tenían la culpa. Eran demasiado magnéticos—. Si no dices nada… voy a tomarlos.

Ella cerraba los ojos, se inclinaba a su boca. Sayaka quiso cerrar los suyos, pero la campana sonando provocó que hiciera lo contrario.

Déjà vu.

Sus labios continuaban a escasos centímetros mientras el tintineo iba cesando, sentían la respiración de la otra. Kirari subió a sus ojos. Sayaka, al chocar con su mirada, sintió una presión en el pecho que no pudo sostener.

—¡E-El descanso terminó! —exclamó, poniéndose de pie. Kirari la observaba desde el césped con una sonrisa rígida. Sayaka estaba más rígida que ella. Con los hombros tensos, miraba al frente— ¡Vamos a entrenar, presidenta! —Guardó todo rápido y se apresuró, adelantándose.

Quien dejó atrás la veía partir, inexpresiva.

—De verdad… creo que debo destruir esa campana.

Segundo intento fallido. Del almuerzo, claro…

—Parece que ya domina bastante bien el dribleo.

Sayaka asentía orgullosa ante una Kirari que ya podía picar el balón sin dárselo en la cara. Habían vuelto al gimnasio. Kirari trotaba alrededor de ella picándolo, parecía un perro rodeando a su dueño. Sayaka la aplaudía.

—¡Eso es, presidenta! Ya le agarró la mano.

—Todo gracias a mi estricta Sensei.

—Solo trato de hacerle mejorar en poco tiempo, para eso debe esforzarse. No hay otra forma de hacerlo. —Sayaka estiró la mano, pidiéndole el balón. Kirari se lo dio—. Creo que ya podemos intentar los pases de nuevo. Practicaremos unos pases continuos quietas en el lugar, después haremos lo mismo pero corriendo desde la mitad de la cancha hasta el aro. ¿Está lista?

Kirari asintió.

—Bien, aléjese un poco. —Esperó hasta que Kirari retrocediera y entonces se puso en posición—. Ahí voy, presidenta. —Desde el pecho lanzó el balón con las dos manos. Kirari lo atajó de puro milagro. La embestida le resultó fuerte, le dolieron los dedos al recibirlo— ¿Se lo arrojé con mucha fuerza?

Sacudió la cabeza.

—Pruebe arrojarlo como yo lo hice, desde el pecho. Es uno de los pases más básicos.

—Eso… es un poco incómodo. —Kirari puso el balón entre sus pechos, o eso trató. Ahora tenía tres globos en vez de dos—. Supongo que para ti no es un problema, Sayaka.

La indirecta se estrelló violenta contra el orgullo de su secretaria. La tomó como un desprecio total a su cuerpo.

—Si le incomoda trate de arrojármelo con una sola mano.

El balón terminó en el suelo cuando Kirari lo intentó. No podía agarrarlo con una sola mano, se le caía. Sayaka alzó una comisura, burlona.

—¿Ve? Es más fácil desde el pecho y con las dos manos. Lo siento, pero deberá superar el problemita que tiene con su talle, presidenta.

—¿Problemita…? —Kirari sonrió con los ojos. Daban miedo—. No es un problema para nada. Al contrario, los pechos me sirven de amortiguamiento. En cambio, a ti… —Le lanzó el balón. Sayaka se fue hacia atrás al recibirlo. Fue un lanzamiento intencionalmente fuerte—… nada te amortigua, lindura.

«¿Está provocándome?»

Una mueca competitiva se iba formando en el rostro de su secretaria. Provocarla no era una buena idea. No en medio de un juego, no cuando Sayaka odiaba perder.

—Al menos a mí no me quedará una más baja que la otra. —Le devolvió el balón. Kirari puso un pie atrás. Se lo había arrojado más rápido que la vez anterior.

—¿Una más baja? —Se echó a reír—. Vaya, Sayaka… Nunca te vi así. —Le arrojó el balón. Sayaka lo atajó. Se dispuso a picarlo.

—¿Así cómo?

—Competitiva, al menos no conmigo. Es un fascinante hallazgo. Me pregunto, si te provoco más… ¿qué conseguiré?

Sayaka frenó el lanzamiento. Una sensación de impacto le entumecía los músculos. No se había dado cuenta, juraba al cielo que no se dio cuenta del fuego competitivo que empezaba a quemar en sus venas. Reconocía que era una obsesiva de la victoria, que disfrutaba de ganarlo todo y que chillaba como un animal salvaje cuando perdía, pero no con la presidenta. Estaba segura de que tenía un sello tratándose de ella, sin embargo, el sello se estaba rompiendo.

«No, no, no, no, no, ¡no debo ponerme así con ella! Contrólate, ¡contrólate mierda!»

Aunque no quisiera admitirlo, estaba tomando a la presidenta como un oponente. La culpó. Su sentido competitivo no se estaría despertando si no se hubiera burlado descaradamente de sus pechos. Jugar al Baloncesto no ayudaba. El cerebro de Sayaka estaba programado para ganar siempre, y con los deportes ni hablar. Allí el modo competitivo se iba de eje. Tenía que interrumpir la programación con urgencia. Soltó el aire lentamente buscando recuperar la calma. Le arrojó el balón.

Kirari recibió el pase, extrañada. Fue un lanzamiento suave, sin intenciones de guerra. No le gustó que bajara la intensidad, era como si Sayaka le estuviera mintiendo en la cara. Picó el balón tres veces, luego cuatro, cinco… Comenzó a caminar hacia ella sin dejar de rebotarlo. La miraba seria, generando que las rodillas de Sayaka se flexionaran solas en modo de defensa.

—¿Qué está haciendo? Debe arrojármelo.

Kirari le contestaba solo con el andar. De pronto sus ojos subieron. Picaba el balón mirando hacia arriba. Sayaka los analizó y echó un vistazo por encima del hombro, tropezándose con el aro.

«¿Quiere pasarme?»

Volvió el rostro adelante. Sus ojos se ampliaron cuando la halló corriendo hacia ella. Kirari corría con el balón de una forma casi profesional. En efecto, quería pasarla.

—¿Qué hace? ¡Y por qué ahora driblea tan bien! —exclamó, estirando los brazos para detenerla. Se movieron solos. No quería dejarla encestar, por dios que no quería perder— ¡Volvamos a los pases, presidenta! —rogó más para sí. Si continuaba de ese modo su necesidad de ganar se dispararía.

Kirari le sonreía confiada. Amagó a pasarla por la izquierda pero Sayaka se interpuso, entonces se movió a la derecha. Al ver que Sayaka se movía hacia el mismo lado, se fue rápido hacia la izquierda y la pasó. Sayaka se quedó dura en el lugar.

«¿Hizo una finta? ¡No me jodas, eso no es de un principiante!

Apretó los ojos aguantándose las ganas de detenerla. Escuchaba los pasos de Kirari alejarse, rebotaba el balón rápidamente. Se estaba acercando al aro. Y era una tramposa.

«Déjala anotar, es lo que quiere. ¡Cumple los deseos de tu presidenta!»

—¿Qué sucede, Sensei? ¿Será que no puedes alcanzarme?

El tonito burlón le llegó en un eco. Y le abrió los ojos con rudeza. Su corazón palpitaba desquiciado, los dedos le temblaban.

«No caigas en su provocación, no cai… ¡MIERDA!»

Se dio vuelta y prendida fuego comenzó a perseguirla. Kirari esbozó una sonrisa al verla correr tras ella.

«Es como si fuera a matarme»

Reía por dentro, apresurándose al aro. Las zapatillas de Sayaka chirriaban en el suelo, la estaba persiguiendo con todo lo que tenía.

—¡Presidenta!

«Vaya, eso sonó como un grito de gloria… Qué linda»

Pensó, dando un último pique. Se detuvo en la zona de tiro y levantó los brazos con el balón. Despegó los pies del suelo para tirar. Sayaka derrapó los suyos delante de ella y saltó con los brazos estirados. Los ojos de Kirari saltaron por igual cuando sus manos detuvieron el tiro, estampándose contra el balón. En medio de la caída era atrapada por una sensación vertiginosa que venía de su contrincante. Sayaka le sonreía competitiva. Brillaba, esa chica estaba en su mayor esplendor.

—¡No se pase de lista! —Le pegó una cachetada al balón, lanzándolo lejos.

Kirari se fue hacia atrás por el impacto, estrellándose en el suelo. Sayaka, cayendo sobre ella, volvió en sí al verla con una mueca adolorida. Estiró las manos rápido para no aplastarla.

Un sonido seco retumbó en el gimnasio. Desde afuera, cualquiera hubiera dicho: auch.

—¡Presidenta! —la llamó, tomándola de los hombros. Quería llorar, ¿qué demonios había hecho?— ¡¿Se encuentra bien?! Oh dios, ¡lo siento tanto! No quise tirarla, solo quería pegarle al ba-

—¡Ja, ja, ja!

Se mordió la lengua cuando Kirari estalló en una carcajada. Se reía con los brazos estirados en el suelo.

—Ah… ¡Eso fue tan divertido! Ansiaba verte así, Sayaka. —decía, limpiándose el borde de un ojo con el dedo.

—¿Me provocó apropósito…? ¡Por qué! ¡No ve que no puedo…! controlarlo… —Sayaka inclinaba la cabeza, apenada por su debilidad. Un tacto amable la levantó por el mentón.

—Justamente eso, Sayaka, no quiero que te controles conmigo. Siempre lo haces y en más de un sentido. ¿Por qué será? Me he preguntado muchas veces…

—Porque no me gusta ser así con usted, solo por eso. —Sayaka amagó a incorporarse, sin embargo, Kirari enredó los brazos en su cuello y la impulsó hacia abajo, dejándola suspendida sobre ella.

—Pero a mí sí me gusta que seas honesta conmigo. Creo que es un trato justo, puesto que yo lo soy contigo. —Sayaka la oía con la mejilla pegada a su hombro. Tenía una expresión angustiosa—. Sayaka…, amo tu necesidad de ser la número uno, amo que hayas tratado de aplastarme para conseguirlo. Esa es tu forma de ser y está perfecto.

Kirari deslizaba las manos por su espalda, la apretaba contra su cuerpo. Sayaka comenzaba a perder fuerza. Su aroma envolviéndola, las palabras exactas… Poco a poco los músculos se iban relajando, se dejaba llevar por ese abrazo que, al recibirlo, se dio cuenta de que lo necesitaba.

—Me gusta que seas tan desaforada conmigo… Creo que es excitante. —Kirari le hablaba al oído en un ronroneo que le calentaba la piel. Sayaka cerró los ojos y se abrazó a ella buscando un refugio para la mezcla de sentimientos que la atacaban. Amaba estar entre sus brazos y ser aceptada, por no decir seducida, pero odiaba haber sido manipulada por un mero capricho.

—Hizo trampa. Dijo que no sabía nada y corrió perfectamente con el balón, ¡e hizo una finta! ¿Qué pasa con eso?

—Oh, eso. Me dejé llevar. De pronto mis habilidades ocultas despertaron, una rareza.

Sayaka se incorporó de su hombro. Tenía una ceja en alto que le causaba gracia a Kirari.

—No le creo.

—Si no me crees, nada puedo hacer. Parte de la vida es entender que hay fuerzas que no podemos controlar, Sayaka. Una es lo que opinan los demás de nosotros.

—No me dé una lección de vida ahora. —Sayaka se fue hacia atrás, jalándola por la mano. Kirari se sentó junto a ella—. Si tiene habilidades dígamelas antes de hacerme perder el tiempo. Ahora nos saltaremos los pases e iremos directamente a la ofensiva y defensiva.

—¿Te enojaste? No hagas eso, Sayaka, activas mi punto débil. Eres una ternura cuando te enojas, así no puedo tomarte en serio.

—Nunca me toma en serio… —mascullaba Sayaka, mirando para otro lado de mala gana. Kirari resbalaba el dorso de la mano por su mejilla, reía bajito sintiendo esa piel blandita.

—Vamos… Quite esa cara de amargura, Sensei. La sonrisa le queda mucho mejor.

Sayaka volvió la vista a ella. Sonrió. Imposible no hacerlo si la presidenta la miraba con tanta dulzura. A ella no le importaba que fuera competitiva, de hecho, quería verla así. Era una sensación cálida que la aceptara con los brazos abiertos.

—Supongo que la ofensiva no será un problema para usted —comentó, ayudándola a levantarse—. Aunque sí tiene problemas en la defensa. Fue muy fácil detenerla, presidenta.

—¿Es así? Juré notar un pequeño esfuerzo de tu parte, Sayaka.

Sayaka torció una comisura con toda su arrogancia. Kirari torció otra.

—Si así serán las cosas, no voy a contenerme con usted.

—Eso suena… muy bien. —Kirari la escaneó de arriba abajo—. Espero que cumplas con ello, Sayaka.

Tercer intento, esta vez no salió tan mal. El entrenamiento, claro…

La práctica siguió su trayecto. De repente Kirari había vuelto a su "torpeza natural". No recibía bien los pases y tendía a caerse cada vez que practicaban la defensa. Sayaka, en cambio, ya no era tan amable como antes.

—¡Así no es!

Kirari agachó la cabeza como un perro ante la llamada de atención. Su secretaria estaba delante de ella con el balón, hacía una pared con la espalda. Kirari se lo trataba de quitar por detrás.

—Debe apoyarme más con el cuerpo. Empújeme, pero no se le ocurra tirarme al suelo. Eso sería una falta.

—¿Apoyarte? —Una lamparita se encendió en su cerebro—. Si tú lo dices…

Sayaka se estremeció cuando Kirari la abrazó por la cintura. Podía sentir sus pechos moviéndose en la espalda, los dedos entrelazándose en el vientre.

—¿Así está bien, Seeensei? —le preguntó al oído, arrimando el cuerpo hacia el suyo. Sayaka tragó pesado.

—N-No puede abrazarme, eso no es válido. —espetó, picando el balón como podía. Kirari descansó el mentón en su hombro.

—Pero quiero abrazarte.

—¡Ahora no es momento!

—¿Después sí?

—¡Sí! ¡Es decir, no! Quiero decir… ¡Solo quíteme el balón! —Sayaka se estaba desesperando. Kirari la impulsaba hacia atrás por la cintura provocando que sintiera su pelvis en el trasero. Y algo más. Obediente, ahí estaba, apoyándola. Pero con unas intenciones un poco distintas a las ordenadas— ¡M-Mejor haré yo la ofensiva!

Se dio vuelta con la cara roja. Kirari la recibía con una sonrisa confidente.

—Voy a tratar de pasarla, usted debe defender. Extienda bien los brazos y no quite la vista del balón.

—Entendido.

Sayaka picaba el balón mirándola a los ojos. Mala idea. Kirari no necesitaba mirar el balón, con ver esos ojos oscuros era suficiente. Su secretaria se había olvidado de un importante detalle: su excelente capacidad de leer a los demás. Los ojos de Sayaka, de modo inconsciente, apuntaron un microsegundo a la izquierda. Antes de que sus pies se fueran hacia allá, Kirari extendió la mano y golpeó el balón. Sayaka se quedó picando la nada.

—Eso fue muy obvio, ¿no crees, Sayaka?

La nombrada apretó las mandíbulas. Agarró el balón y lo intentó de nuevo.

«No la mires a los ojos, te leerá completamente»

Decidió mirar el aro, pero los ojos bajaban sin permiso a los de Kirari para tratar de anticipar sus movimientos. De nada servía, esos zafiros no expresaban nada. Eran piedras. La sonrisa que portaba, algo retorcida, tampoco servía de indicador. Se fue hacia la derecha y de pronto ya no tenía el balón. Kirari lo picaba en su lugar.

—Veo que no eres muy buena en la ofensiva, Sayaka.

—Presidenta… —masculló entre dientes. Le quitó el balón de la mano y se puso en posición otra vez. Respiró hondo. No debía volver a su yo competitivo. Aunque a Kirari le gustaba, no le era una sensación grata ser así con ella—. Aprovechando la oportunidad, hay algo que he querido preguntarle hace tiempo. —Comenzó a decir, picando el balón detrás del cuerpo para que no se lo robe. Kirari no dejaba de verla a los ojos.

—Dime, querida.

—¿Queri…? —Sacudió la cabeza, proponiéndose no distraerse— ¿Dónde aprendió a leer a los demás? No…, esa no es la pregunta correcta. ¿Cómo lo hizo?

Los ojos de Kirari mostraron un segundo de sorpresa. Enseguida volvieron a la normalidad, como si no se permitiera adentrarse en las emociones.

—Ah… Eso. Experiencia, nada más.

—Suena simple.

—Pero no lo fue. ¿No sabes lo que es la experiencia, Sayaka? Toda una vida de sucesos. Una vida corta… pero que sentí muy larga. —Kirari se inclinó rápido para robarle el balón. Sayaka dio un paso atrás, esquivándola. Se sonrieron—. Como eres tú quien está preguntando, no me veo con otra opción más que revelarte mi secreto.

—¿Es un secreto? ¿Entonces por qué me lo revelaría?

Kirari cerró los ojos y se llevó una mano al pecho.

—Porque tú eres muy importante para mí —respondió, causando un desarme completo en Sayaka—. Verás, desde mi más tierna infancia me han hecho encontrarme con muchos ojos. Demasiados… Todos los días eran puestos frente a mí. Ojos realmente oscuros, Sayaka. Día tras día me enfrentaba a ellos. No mires su mano, mira sus ojos, ve detrás de ellos… Eran los usuales consejos que me daba miquerídisima abuela.

El desprecio se olía en el aire.

—Esos ojos, muchas veces, me asustaron. No comprendía cómo los adultos eran capaces de mirar con tanto veneno a una niña. ¿No es extraño? En general, a los adultos les agradan los niños. Pero no yo. Yo no era del agrado de ninguno, por eso me asustaban.

El balón rebotaba cada vez más lento en el suelo. Sayaka se sumergía en el relato que Kirari contaba con un aire nostálgico. Era una canción triste lo que oía, sin embargo, ella la cantaba con una sonrisa.

—Pero no podía asustarme, no lo tenía permitido, así como tampoco tenía permitido mostrar mis emociones. Leerán tu mano si las demuestras, me decían. Entrena tu sonrisa, entrena tus ojos, destrúyelos con ellos y resultarás siempre vencedora. Pero más que nada… entrena la indiferencia.

—¿Indiferencia?

Una mano rápida golpeó el balón. Sayaka miró hacia atrás. El balón se alejaba rodando por el suelo. Kirari lo veía partir con el mentón en alto.

—Esta sociedad, lamentablemente, está construida para que solo nos sintamos valiosos a través de la mirada del otro, por ende, si hay algo que el ser humano detesta es la indiferencia y el rechazo. Esa combinación saca su peor lado, en especial… el emocional. —Kirari levantó las manos—. Cuando el contrincante revela las emociones puede darse por derrotado, me es muy fácil leerlas mientras me mantenga sumida en mi mundo. Las emociones revelan cómo vas a actuar, en qué estado te encuentras, entorpecen a la razón, mueven tu cuerpo por sí solo. Y los ojos… son la entrada y la salida de las emociones. Aunque quieras disimularlas, ellos reflejan todo, por eso…

—Usted siempre gana… Hasta ahora no se ha encontrado con alguien que carezca de emociones o que pueda controlarlas como usted lo hace. —acotó Sayaka, volviendo con el balón. Tenía la mirada fija en él.

—En efecto, con mi falta de emociones puedo arrastrar a los demás a la desesperación absoluta, pues nunca podrán leerme. Como un plus, a mí no me afecta la mirada del otro, diría que hasta la creo patética, porque es patético vivir aterrorizado por lo que opinen unos simples seres humanos. ¿Quiénes son ellos para juzgarnos?, ¿dioses? Por favor, son la especie más imperfecta que existe. —Ella lo decía como si no perteneciera a tal especie—. En otras palabras, no sirve provocarme para ganar. Cualquier cosa que me digan me entra por un oído y me sale por el otro. Bueno, al menos por ahora es así. Digamos que todavía no encontraron el discurso correcto para destruirme.

«Es como si estuviera describiendo a una máquina»

Pensaba Sayaka sintiéndose un poco tocada con el discurso. A ella sí le afectaba la mirada del otro, específicamente la de quien le hablaba.

—Como ves, en una apuesta las emociones son claramente una desventaja. Aún así, no las critico. Es insalubre no demostrarlas, lo ideal es dejarlas salir. Mantenerlas encerradas… —La voz de Kirari se tornó grave—… puede tener consecuencias muy severas a futuro.

—Pero usted ya no puede…

—Sí… —Ella inclinó el rostro con la sonrisa difuminándose—. Yo perdí la capacidad de sentirlas. Incluso aunque quiera, incluso aunque deseé verme en llamas, no puedo. Pero contigo… —Levantó los ojos, tropezándose con los honestos de Sayaka—. Contigo esa capacidad parece aflorar. Mi sello se revuelve. Contigo me siento un ser humano, Sayaka. Imperfecto pero completo. A veces me pregunto… cómo reaccionaré cuando mi sello termine de romperse.

Kirari se acercaba a paso lento. Llevó una mano a su mejilla y juntó sus frentes.

—Tú eres extremadamente emocional. Y me encanta. Eres todo lo que yo no puedo ser, sin embargo… —Sus ojos se deslizaron hacia abajo. Le robó el balón.

—¡Ah! —Sayaka levantó un brazo, pero ya era tarde. La presidenta le daba la espalda, lanzaba el balón al aro.

—Alguien tan emocional como tú jamás podría vencerme.

La frase quedó flotando en el aire digna de un final triunfante. La presidenta aterrizaba en el suelo con una sonrisa confiada. Sayaka miró el aro con los puños cerrados y entonces estos se aflojaron. El balón rebotó en el borde y cayó fuera. Kirari pestañeó. La canción de triunfo se desafinó al final.

—Ah, fallé.

—¡JA! —Sayaka la señaló. Enseguida se tapó la boca. Tosió en un intento de disimular su mal comportamiento—. Veo que no es muy buena en los tiros, presidenta. Parece que hemos encontrado una falla en su lectura perfecta.

—Porque no hay nada qué leer, claro está. El aro no tiene vida, así que no puedo vencerlo. Por eso estás aquí, Sayaka, para ayudarme con este contratiempo. —Kirari explicaba con una mano en alto. No perdía la compostura ni caía en un sentimiento infantil como Sayaka. Era como si no conociera el orgullo—. Te lo dije, no soy buena en esto.

—Deje de mentir. Al menos a mí… no me mienta. —Sayaka agarró el balón. Tenía un semblante afligido—. Reconozco que no puedo dominar mis emociones, siempre fui así, pero no se aproveche de eso, por favor.

Kirari agrandó los ojos. Un remordimiento extraño la sacudió por dentro al escucharla. Era pesado y agridulce, no llegaba a ver bien detrás de él.

—Yo no… ¿lo hago?

—Lo hace. —Sayaka le corrió la cara—. Y no me refiero solo a este entrenamiento, suele jugar seguido con mis sentimientos.

—¿Eso te molesta?

—Siendo sincera, sí.

—…

—…

—No lo haré más.

Sayaka se volteó hacia ella. Kirari tenía la cabeza gacha, sus ojos lucían lejanos al mirar el suelo. Parecía estar inmersa en sus pensamientos. Y Sayaka parecía necesitar un bozal. ¿Por qué tener el balón en las manos le daba la confianza para confesar lo que hacía tiempo venía molestándole? Juró nunca decir nada, resignarse a la idea de ser el títere de la presidenta. Un juramento sin valor. Nunca quiso ser un títere. Quería ser una persona que caminara a su lado, solo eso, pero si la consecuencia de hacerlo era entristecerla…

—Discúlpeme, hablé de más. No me de importancia. —Se aproximó a ella con sigilo— ¿Presidenta?

Kirari tardó el levantar el rostro. Cuando lo hizo, Sayaka retrocedió. Sus ojos brillaban de un modo extraño que le aceleraba las palpitaciones.

—Sayaka…, desestima lo que dije. Si vuelvo a comportarme así solo dímelo. Verás, es muy probable que siga molestándote, podría decirse que esta mi falencia que no puedo controlar. —Kirari se llevó una trenza hacia atrás. Sonreía lastimosa—. Lo siento, pero tengo una razón para ser así contigo. Creo que me hice adicta a tus reacciones cuando te provoco. Es que… eres tan linda.

Los cachetes de Sayaka se llenaron de rubor por el tono placentero que utilizó. Kirari la observaba con unos ojos risueños, de a poco acortaba la distancia. Puso una mano en su cadera y se inclinó a su oído apoyando el cuerpo sobre ella.

—Sayaka…, me gustas.

Sayaka sufrió una impresión. La misma la recorría por dentro en un cosquilleo intenso que se acentuaba en el pecho. Ese "me gustas" había sonado diferente de todos los que escuchó alguna vez en ella, y no habían sido pocos. Desde que sus ojos se cruzaron por primera vez, allá tres años atrás, Kirari le había dicho "me gustas" muchas veces. Hoy se sentía distinto. Hasta aquel momento se había mantenido firme a pesar de las idas y vueltas que se habían presentado, pero escucharla de esa manera… Se le caían las defensas una por una.

—Presidenta…

La abrazó de golpe viéndose tentada por un sentimiento indomable de sentirla más. Kirari no se resistía, se entregaba a ese abrazo que le calentaba el cuerpo. Subió las manos por la curva de su espalda, cerrando los ojos. Sentía el corazón de Sayaka, palpitaba fuerte contra el suyo. Respirar se estaba convirtiendo en una tarea dificultosa. No era fácil hacerlo con el aroma suave de Sayaka nublándole los sentidos, con esas manos que se fruncían en su espalda con una fuerza que la llenaba de adrenalina y le hacía desear de más. Pasó un brazo por detrás de su cintura y la arrimó más a su cuerpo hundiendo lo más que podía la nariz en su cuello.

«Huele tan bien…»

Comenzaba a sentirse ansiosa, era como si una fuerza de índole extraña la estuviera poseyendo. No sabía de dónde provenía pero sí conocía a la culpable de su despertar.

—Sayaka, creo que… —Tuvo que detenerse. Al hablar encontró la voz baja. Le dolía el pecho, se le hundía a pinchazos mientras más inquieta se sentía. Era una sensación excitante pero también angustiosa. Se preguntaba qué le ocurría. Lo que fuere, estaba agrietando al sello. ¿Acaso finalmente iba a romperse? Y con Sayaka… ¿Cómo se rompería con ella? De repente temía por sus futuras reacciones, todo indicaba que no podría ser la dirigente de ellas. Se alejó de golpe, dejando Sayaka con los brazos abiertos—. Creo que deberíamos continuar, nos queda poco tiempo.

—Ah… Sí.

Siempre estuvo segura de que, cualquiera sea el sentimiento que guardara por Sayaka, podría controlarlo, éste nunca lo controlaría a ella. Se equivocó, estaba pasando. No comprendía la razón de tal milagro/desgracia; si había subestimado a sus sentimientos o si, meramente, éstos habían crecido. Por lo que fuere, debía admitir que lo que sentía por Sayaka era desbordante, lo suficiente como para no saber qué esperar de sí misma si volvía a tenerla cerca.

Pensó que estaba lista para enfrentarla. Quizás no.

Mientras corría con el balón, mientras hacía pases con Sayaka, su mente no dejaba de trabajar en un intento de comprender qué le sucedía al corazón. Quizás solo estaba procesando el impacto, es decir, Sayaka nunca la había abrazado. Las primeras veces siempre son impactantes, ¿verdad? No es lo mismo abrazar y ser abrazada, trataba de convencerse. El sentimiento que la atacó al ser abrazada por ella fue tan fuerte que por primera vez le hizo actuar antes de pensar, y su reacción fue una defensiva: el miedo a exponerse, a sentir de más. Porque sentir… dolía. Tenía una leve sospecha de porqué algo que no debería doler, al menos no sin una razón viable, le resultaba doloroso.

«Ocultar las emociones puede tener graves consecuencias... eh»

Las consecuencias eran estas: carecía de inteligencia emocional. Por haberlas ocultado durante tantos años, por no haberlas ni siquiera utilizado, le costaba reconocer sus propias emociones y empatizar con la de los demás. En esa asignatura, reconocía, le faltaba experiencia. A causa de tal defecto, un lado de ella le temía a lo que se saliera de su control. Pisar un territorio desconocido sin herramientas para defenderse no le parecía una idea agradable. Sayaka era su única conexión con los sentimientos, no obstante, aún le faltaba práctica para conectar con ellos. Esa era su consecuencia, con suerte. Había una consecuencia mucho más grave por haber reprimido las emociones que esperaba que no ocurriera por nada del mundo.

«Que exploten»

Miró a Sayaka con disimulo. Corría a su lado dribleando. Sayaka pasó la vista a ella y entonces Kirari sintió una presión en el pecho. Sayaka la miraba preocupada y en absoluto quería generarle ese malestar. Respiró, encerrando a los sentimientos. Una costumbre peligrosa pero que creía necesaria. Debía olvidarse de lo sucedido por un rato.

Ahora lo único que tenía que hacer era entrenar.

—Muy bien, presidenta. Ya puede apuntar mejor al aro. —Sayaka le sonreía tenue. La competencia entre ellas parecía haber terminado. Y es que el espíritu competitivo se había apagado luego de escuchar su historia—. Ahora trate de tirar de nuevo.

Kirari, que ya no sonreía tanto, levantó el balón con ambas manos. Tal como Sayaka le había indicado, con la izquierda lo sostenía por el costado para darle dirección al lanzamiento, con la palma derecha sostenía la parte trasera. Lo arrojó y falló como otras tantas veces. No dejaba de pegarle al borde del aro. Sayaka afinó la vista en sus brazos.

—Creo que ya encontré el problema, tiene que cerrar más el codo. —Le movió el brazo derecho hacia adentro. Kirari la espió de reojo. Tener a Sayaka cerca nunca fue un problema, ahora le generaba un revoltijo nervioso en el estómago—. La mano que sostiene el balón debe estar relajada, la que va a arrojarlo más cerrada, ¿ve? Siempre mantenga ambos brazos flexionados.

—El baloncesto está lleno de poses incómodas, ¿no es así?

—Se acostumbrará si hace unos tiros más.

Kirari miró el aro, luego a Sayaka. Le ofreció el balón.

—Sayaka, haz una demostración. Sé que aprenderé más si te observo.

—Ah…, de acuerdo.

Sayaka puso los pies detrás de la línea de tiro libre. Levantó los brazos. Sus ojos, concentrados, enfocaban el cuadrado dibujado en el tablero. Al haber hechos los cálculos precisos, desprendió los pies del suelo y dobló la muñeca para arrojar el balón. Kirari la veía saltar con unos ojos abstraídos.

—Pero qué bella forma de tirar…

Era prolija, estilizada… Nunca pensó que un simple tiro podría resultarle atrayente. Debía reconocer que Sayaka tenía unas jugadas muy atractivas. Desde su cuerpo al moverse, que seguía un ritmo armonioso como el de una bailarina, el semblante serio al tirar, los ojos brillantes, las manos finas… Kirari se refregó el pecho. Sentía una molestia allí mientras el balón entraba de lleno en el aro. Fue un tiro preciso, dichosamente lógico. La aplaudió.

—Increíble, Sensei. Tiene grandes habilidades.

Sayaka se acomodó la coleta en un hombro con una sonrisa vergonzosa.

—Es gracias a la práctica, en la secundaria jugué bastante. Usted también podrá hacerlo si practica más. —contestó, dándole el balón. Kirari levantó la cabeza hacia el aro.

—Hm… Me pregunto cómo podré leer algo que no tiene vida.

—Ese es el punto, no debe leerlo. Es cuestión de calcular. A veces hay que recurrir a la lógica, presidenta. Eso hacemos los mortales, ¿sabe?

Kirari se dejaba llevar por las manos de Sayaka. Ella le colocaba bien los brazos, le indicaba cómo tirar de nuevo. Y le daba escalofríos cuando le tocaba la piel.

—Quizás, solo por hoy, podría tratar de ser una humana común y corriente. —Le sonrió, pasando el pulgar por su brazo derecho. Kirari la contemplaba sintiéndose algo ida. Sus defensas cada vez más se iban a pique. La presencia de Sayaka le estaba resultando difícil de manejar—. Arrójela, presidenta. Le aseguro que esta vez entrará.

—¿Por qué estás tan segura?

—Porque conmigo como maestra no puede fallar. —Sayaka levantó el pulgar. Kirari le sostuvo la mirada un momento y volvió la atención al aro.

—Si tú lo dices, lo intentaré.

Separó un poco las piernas y levantó los brazos. Sayaka se mantenía a su lado con las manos en las caderas.

—Fije la vista en el cuadrado, afloje las rodillas, estírese y doble la muñeca al tirar. Debe seguir ese ritmo a rajatabla.

Kirari afinó los ojos en el cuadrado. Al sentir que el enfoque era el correcto, flexionó las piernas y se estiró arrojando el balón. Unos segundos de tensión se vivieron mientras el balón se dirigía al aro con una lentitud tortuosa. Se encontró expectante, realmente ansiosa por ver si lo conseguía. Sayaka iba cerrando un puño, su sonrisa se alargaba.

—¡Lo hizo! —exclamó antes de que entrase. Kirari intercaló los ojos entre ella y el aro. Encestó. El ruido de la red siendo traspasada fue conciso y perfecto. Sin ninguna falla. Su labio inferior colgaba mientras contemplaba la hazaña— ¡Bien hecho, presidenta!

Sayaka tomó sus manos entre las suyas. Kirari continuaba suspendida mientras ella daba saltitos de felicidad.

—Por qué… ¿Por qué sabías que iba a entrar?

—¿No es obvio? Porque siguió la lógica. Se lo dije, conmigo como maestra no puede fallar. —Sayaka le guiñó un ojo, haciéndole sentir un calor molesto en el cuerpo.

«¿Vergüenza?»

Se preguntó, impactada por el hallazgo. ¿Desde cuándo esa chica la intimidaba? Desde hoy, definitivamente. Sayaka ganaba un atractivo mayor cuando se mostraba segura. No es que no le gustara tímida, pero esta faceta no siempre mostrada era, aceptaba, su debilidad. Le sonrió sintiendo un rubor en las mejillas que rogaba que no se notase. Pero su secretaria lo notó. ¿Cómo no hacerlo? Su piel era demasiado blanca, cualquier cambio en la tez resaltaba con facilidad.

—De verdad…, eres un misterio. Mi corazón late tan fuerte en este momento… Qué extraño. —Kirari se refregaba el pecho con los ojos plantados en el suelo. Subió una comisura—. Creo que estoy lista para la revancha, Sayaka. Hagámoslo.

—¿Eh?

—Quiero competir contra ti, ahora —espetó, clavando el dedo en su pecho—. Esta vez lograré encestar, no me detendrás.

A Sayaka no le sorprendió la propuesta. De hecho, la esperaba. Sabía de antemano que Kirari le pediría la revancha. Raro era que la propuesta la estuviera entusiasmado.

—Como usted desee, presidenta.

Sus pies estaban impresos en el medio de la cancha. Sayaka tenía el balón en la mano lista para arrojarlo. Decidieron competir adecuadamente, con todas las reglas. Kirari debía encestar en el aro derecho, Sayaka en el izquierdo. La primera que encestara tres veces, ganaba.

—¿Lista?

—Más que nunca, Sayaka.

Sayaka se puso seria. No quería perder y no perdería. Tenía la excusa perfecta para dejarse llevar por la competencia: si no lo daba todo en la cancha, Kirari se enojaría. Por respeto a ella jugaría en serio.

Dobló las rodillas y lanzó el balón hacia arriba. El juego empezó. Ambas saltaron. Sayaka estiraba el brazo todo lo posible para alcanzarlo primero. Una sombra tapó su rostro: la mano de la presidenta. Le pegó al balón.

«Mierda, su altura ayudó»

Kirari se alejaba dribleando, corría mucho más rápido que antes. Había una armonía en el dribleo y el ritmo de sus piernas. El estar practicando hasta tarde había surtido efecto, o tal vez solo era su determinación. Cualquiera sea el caso, a Sayaka le fascinaba. Se estaba esforzando al máximo para ganarle. Una competencia, después de todo, no es divertida si el rival es aburrido.

—No lo hace nada mal, presidenta.

Kirari respingó con una sonrisa antes de frenar los pies cerca del aro. Se estiró para tirar, no obstante, ya la tenía a Sayaka enfrente para detenerla. Bajó el balón rápido. Sayaka estrechó los ojos.

«¡Una finta!»

Alargó la mano para robárselo. Kirari subió el balón de nuevo. Se fue hacia atrás en pose de tiro.

«¿Va a tirar o es otra finta?»

Pensaba con las manos en las rodillas. La muñeca de Kirari se doblaba, sus ojos no se despegaban del aro. Sayaka perdía la paciencia. No quedaba tiempo, tenía que reaccionar de un modo u otro.

«¡Va a tirar!»

Se adelantó saltando y entonces Kirari se agachó y la pasó corriendo. Por supuesto que era una finta. Se detuvo en la línea de tiro libre y, recordando cada paso que le enseñó su maestra, arrojó el balón con tranquilidad. Encestó. Era increíble lo rápido que aprendía, casi que daba miedo.

Sayaka chasqueó la lengua. Sin duda, las fintas era la especialidad de la presidenta, pues le resultaba lo más cercano a su naturaleza apostadora: las mentiras, los engaños. Kirari volvía picando el balón, triunfante. Se detuvo en el centro de la cancha con un dedo en alto.

—Uno a cero, querida.

Sayaka soltaba el aire en posición de defensa. Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano.

«Aunque ahora sepa su secreto no me sirve de nada. Su rostro carece de señales, no tengo idea de lo que va a hacer»

Pensaba, moviéndose de un lado a otro para evitar que la pasara. Las zapatillas de ambas chirriaban en el suelo mientras su mente trabajaba a toda máquina. Tenía que existir un método para derrotar a la presidenta. Si lo conseguía, podía considerarse realizada. Sabía muy bien que ese no era solo un inocente juego de Baloncesto. Estaba, de algún modo, apostando por primera vez con la presidenta: un ser invicto. Una forma de vencerla podría ser imitarla, razonaba, encerrar a las emociones para no ser leída, pero eso no era algo que pudiera aprender de la noche a la mañana. Ella lo dijo: experiencia. Y no la tenía. Una falencia, algún punto débil debía tener. Todos lo tienen.

—Te veo muy contemplativa, Sayaka. —Kirari se fue hacia la izquierda con el balón. Sayaka se movió rápido con los brazos abiertos. Con un toque seco de la mano empujó el balón. No llegó a sonreír cuando se lo quitó que Kirari sonrió primero. Se lo había regalado, entendió gruñendo. Ya la parecía extraño que lo soltara con tanta facilidad—. Admiro tu capacidad de planificación, pero no creo que tu talento radique exactamente en eso.

—¿Qué quiere decir?

—Que si te sumes en tu propio mundo tendrás más chances de vencerme. —Kirari le hablaba de una forma sombría—. Después de todo, tú tienes un talento muy especial, Sayaka. Te recomendaría dejarte llevar más por tu instinto.

Sayaka picaba el balón detrás del cuerpo para evitar que se lo robe. No entendía a qué se refería, tampoco le interesaba mucho. Estaba inmersa en la frustración. Hiciera lo que hiciera, no podía pasarla. Kirari era como un muro, y construido con la piedra más dura.

«Se me dificulta leerla por su falta de emociones», pensaba, intercalando los ojos de izquierda a derecha, buscando un lugar para pasarla. Las manos de Kirari se anticipaban e iban a esos lugares antes de que siquiera atacara, todo con una sonrisa neutra. Sayaka la miraba concentrada.

«Su técnica se basa en la lectura de las emociones, así ve las intenciones del contrincante. Si puedo conservar la calma y no pensar en nada, quizás…»

—Error, Sayaka. Pensar en no pensar en nada es lo mismo que pensar. —Kirari sacudió el índice con una sonrisita. Sayaka frunció el ceño.

«¿Qué es esto? ¿Ahora puede leer mis pensamientos?»

—Mientras sean predecibles, sí. Y tú eres muy predecible, Sayaka.

—¡Deje de meterse en mi cabeza! —exclamó, yéndose hacia adelante en un ataque directo. Una mano rápida rozó el balón. Sayaka agrandó los ojos en ese segundo fulminante y lo llevó hacia atrás. Se quedó picándolo detrás de la pierna derecha. Pudo esquivarla. Fue por un instante, pero pudo. ¿Por qué pudo?

Sus ojos examinaban la sonrisa estirada de Kirari buscando una respuesta, estaba segura de que se encontraba allí. Por un momento se dejó llevar, su mente se puso en blanco cuando temió que le robara el balón, y entonces…

«Mi cuerpo se movió por sí solo… ¡Eso es! ¡Un impulso! La presidenta no puede leer los impulsos porque no son programados»

—Error de nuevo, sí puedo leerlos.

Sayaka sintió un escalofrío. De acuerdo, ya le estaba dando miedo ese jueguito de "leer la mente".

Kirari puso una mano en su cadera.

—¿Sabes, Sayaka? Hay dos instintos básicos que se despiertan en los seres humanos cuando sienten que corren peligro: atacar o huir —explicaba, mostrándole la V de la victoria con los dedos—. Venimos arrastrando esos impulsos desde la prehistoria. ¿No es fascinante? Hemos evolucionado tanto…, sin embargo, no podemos deshacernos de esos instintos. Al final del día, solo somos animales. —Sayaka la escuchaba con los ojos duros—. Pero volviendo a nuestro intento de humanidad… Basándome en esas dos reacciones yo puedo prever que en una situación crítica huirás o atacarás. Cualquier otra reacción queda descartada, incluso la parálisis, pues en mi opinión es lo mismo que huir. Huyes de tu mente para refugiarte de lo que no puedes controlar. Lo que acabas de hacer, por ejemplo, fue eso mismo. Te alejaste, huiste. Ese fue tu instinto.

—Pero… ¡¿Pero cómo puede hacer para descubrir cuál de esas dos reacciones surgirán?! ¡Eso no tiene sentido! —La racionalidad de Sayaka luchaba contra el instinto primitivo que le planteaba la presidenta. Le costaba creer en él. A ella, una persona tan lógica.

—Si paso unos determinados segundos leyendo al contrincante puedo descubrir si es un depredador o una presa, sus emociones tarde o temprano lo revelarán. Aún así, en tu caso… no lo sé. —Kirari se refregaba el mentón sin quitarle la vista de encima. Sus ojos serios resplandecían intrigados—. No pude prever que huirías. Tus impulsos son una rareza, Sayaka, porque están basados en la lógica. La lógica no es instintiva, sin embargo, en tu caso da la impresión que sí. Te mueves a través de ella incluso inconscientemente. Eso… no tiene ningún sentido para mí —decía, sacudiendo la cabeza con una sonrisa placentera—. Es decir, piénsalo, lo contrario del instinto es la lógica y tú fusionas ambos factores. Eres tan fascinante… Me rompes el cerebro, Sayaka.

—¿Está diciendo que si me dejo llevar por mis instintos le ganaré? —preguntó ella con un rayo de esperanza. Era lo único que le importaba, ganar. No estaba viendo detrás del mensaje de Kirari, no entendía lo que ella realmente quería decirle.

—Bueno… Si no te hubiera condicionado al contarte esto quizá me ganarías, pero te condicioné. Ahora empezarás a obsesionarte con la idea de despertar ese instinto, no podrás dejar ese pensamiento de lado, por ende, no podrás despertarlo, porque un instinto no es algo pensado.

—¡Y entonces para qué demonios me lo dijo!

—La pregunta es: ¿por qué me creíste con tanta facilidad? —Kirari la señaló—. Podría estar mintiéndote ahora mismo, Sayaka. Todo lo que dije podría resultar ser solo una distracción para ganarte. ¿Acaso no pensaste en eso también?

«Esto es… tan desagradable. Es como si estuviera apostando»

Los puños de Sayaka se cerraban, un sentimiento agridulce la atacaba. Esa mujer había puesto a su cerebro en una licuadora. Lo revolvía con las vueltas de discurso que le daba, hasta le pesaba la cabeza de lo confundida que se sentía. Ya no sabía qué creer. Muchas de las víctimas de Kirari podrían decirle en un consejo: estás atravesando un quiebre psicológico, consecuencia de sus juegos mentales. Lo siento, pero no hay manera de salir de ahí. Perdiste. Retírate antes de enloquecer.

«Retirarme…»

Qué problema, ella no era de las que se rendían.

Kirari disfrutaba de su parálisis con una comisura torcida. Lanzó el balón hacia ella. Sayaka se sobresaltó cuando picó entre sus piernas y siguió de largo. Kirari pasó rápido a su lado y lo agarró.

—¿Lo ves? La lectura no es algo tan difícil, Sayaka. Es cuestión de indagar en las falencias más básicas del ser humano.

Sayaka giró el rostro hacia ella con amargura.

«Esto no es solo una lectura, está manipulando mis emociones. Las analiza, las dobla y elije un discurso acorde a mi personalidad para destruirme. Eso mismo hace con todos. Entonces… esto se siente ser destruida por la presidenta»

Doloroso, temible y muy cansino. Le quitaba las ganas de jugar, la energía en sí. Jugar con la mente de otro, llevarlo por varios caminos sin final y, peor aún, en el medio revelar intimidades sobre él mismo de una forma burlesca, resultaba en la víctima una experiencia asfixiante. De pronto la figura que tenía de la presidenta en su mente se había convertido en un demonio. Ese poder no era broma, podía conducir al otro a la locura si lo llevaba a su máximo nivel. Corrección, muchas veces lo condujo. Sabía que Kirari se estaba controlando con ella, que apenas le había dado vuelta el cerebro un treinta por ciento como para que entendiera a quién se enfrentaba. Tenía las herramientas para destruirlo, pero no lo hacía.

«¿Me está subestimando?»

A pesar de encontrarse agotada mentalmente, el orgullo de Sayaka se resistía a sus ataques psicológicos. Un año atrás ni le hubiera afectado ser aplastada por ella, incluso hasta lo hubiera disfrutado, pero Kirari se encargó de cambiar esa realidad haciéndole valorarse en la apuesta de la Torre. Al menos un poco, se valoraba. Hoy prefería enloquecer a seguir siendo burlada por ella. No soportaba más la sonrisa guasona que esa mujer le regalaba por encima del hombro. Corría hacia el aro entre risitas.

«¡No pienso perder de esta forma tan patética!»

Decidió apostar su salud mental y seguir luchando. Se dio vuelta para perseguirla. Su aliento se entrecortaba con cada paso. Kirari ya estaba en la zona de tiro. Piso el suelo una última vez y saltó con el balón en una mano para encestarlo. Sayaka frenó los pies detrás de ella y saltó con toda su fuerza. Impulsó la mano hacia abajo y le pegó una tremenda cachetada al balón. Kirari pestañeó cuando éste desapareció de su mano. Sayaka tomó el balón rápido.

—¡No se burle de mí! —exclamaba, corriendo hacia el aro contrario para encestar. Kirari permanecía quieta en el lugar con una sonrisa.

Sayaka pegó un salto cerca del aro y con un movimiento leve de la mano encestó un tiro de dos puntos. No hubo grito de victoria cuando aterrizó en el suelo. Se volteó hacia su competencia con el ceño fruncido.

—¿Por qué me dejó pasar?

Kirari levantó las manos.

—Creo que estar empatadas hace al juego más interesante. No había manera de que me empataras en tu situación actual, así que tuve que tomar las riendas del asunto.

Dijo con mucha tranquilidad y entonces un rayito de furia atravesó el cerebro de Sayaka. Las manos se cerraban incentivadas por una bronca que no dejaba de recorrerla. Los nudillos querían traspasar la piel de la fuerza que hacía. Su orgullo había sido pisoteado. Nunca pensó que llegaría el día en el que se enojara con la presidenta. El respeto hacia ella se perdía mientras enfocaba su sonrisa fanfarrona con los ojos tan abiertos que hasta le dolían.

«Quiero destruir esa sonrisa… ¡Quiero que sienta el mismo dolor que yo!»

La secretaria devota se retiró sin dar aviso de un pronto regreso.

Cegada por la impotencia, señaló a quien le sonreía.

—¡Juega en serio, Kirari!

El grito retumbó en el gimnasio con la fuerza suficiente como para traspasar la puerta. Los ojos de la nombrada se llenaban de impresión a medida que iba asimilando lo escuchado. La voz de Sayaka diciendo su nombre se repetía en su cabeza como un disco rayado, provocándole un temblor en las manos, despertando una euforia electrizante que le erizaba los cabellos de la nuca. La mirada de Kirari era la de una persona que nunca había sido llamada por su nombre a pesar de que se lo dijeron desde el nacimiento. Pero lo sentía de esa manera, como si recién estuvieran reconociéndola después de dieciocho años de vida, porque quien la reconocía era alguien sumamente especial. El impacto y la emoción invadían a sus ojos y estancaban al cerebro en un estado de letargo del cual no podía —ni quería— salir.

—Mi nombre… Dijiste mi nombre.

—¡Y qué!

Sayaka corría hacia ella ignorando al maremoto de emociones que asaltaban a su competencia. Tenía las muelas apretadas, dribleaba el balón con furia, no veía a quien tenía adelante. No realmente.

—¡Si tan buena eres, demuéstralo jugando en serio! —Le gritaba en la maratón— ¡Si no vienes con intenciones de destruirme, yo te destruiré a ti, Kirari!

Kirari la veía llegar con una sonrisa que, desde afuera, podía apreciarse como la más sincera jamás mostrada. Ella quería destruirla… y qué feliz le hacía aquello. Sayaka estaba siendo completamente honesta con ella. Los rezos nocturnos dieron frutos, más aquel entrenamiento. No podía esperar más su llegada, cortó lazos con la paciencia. Sus dientes se asomaron antes de despegar las suelas del piso y correr hacia ella con todo lo que tenía. Sayaka, desorientándose, resbaló los pies cuando Kirari se arrojó a sus brazos como si de un reencuentro de película se tratase.

Otra caída retumbó en el gimnasio. Luego, solo el balón rebotando en una retirada.

Sayaka mantenía los ojos abiertos mientras sus labios eran tomados por los de la presidenta. Pasó del enojo a la suspensión en un segundo. Kirari arrastraba suavemente los labios por los suyos, los presionaba como si quisiera llevarse su sabor.

—¿Presi…denta?

Ella se despegó de su boca, revelando una sonrisa abierta.

—Por fin dijiste mi nombre… He estado esperando este momento como no tienes idea, Sayaka.

—¿H-Huh?

—Y me deseaste la muerte, ¡soy tan feliz!

Kirari la abrazaba con fuerza. Refregaba la nariz contra su cuello, haciéndole cosquillas.

—Qué hermosa confesión de amor me has regalado... La acepto.

—¿Confesión? —El rubor llenaba las mejillas de su secretaria. No recordaba haberse confesado. Tampoco es como si hubiera necesidad, sus sentimientos eran más que obvios, pero igual…—. P-Presidenta, ¿qué está pasando? —le preguntó, incorporándola por los hombros. Kirari se iba hacia atrás con una expresión dócil.

—Nada concreto, simplemente es el día más feliz de mi vida. —decía entre risas.

La culpa iba azotando a Sayaka mientras escuchaba su carcajada infantil. Se sentía la peor persona del mundo. El beso la bajó de la nube de ego donde se encontraba.

—Um, presidenta, lo que dije antes… ¡Discúlpeme! —exclamó, inclinando la cabeza— ¡No sé qué me pasó!, ¡perdí la cabeza! De verdad no creo nada de lo que dije, estaba furiosa, ¡pero eso no justifica mi falta de respeto! Nada lo justifica… —mascullaba, cerrando fuertemente las manos en el piso. Estaba a punto de golpearse— ¡Por favor, castígueme! Si no lo hace, jamás podré mirarla a los ojos de nuevo.

—¿Castigarte? —Kirari levantaba su mentón con lentitud—. Sayaka, de todas las personas que me han insultado, y créeme, fueron muchas, solo tú has calado tan profundo como para lastimarme.

—¿Q-Qué? ¡¿La lastimé?! —Sayaka solo quería morir. Kirari le hablaba con un gesto agradecido que no encajaba con el discurso.

—Lo hiciste, ¿y sabes por qué? Porque me importas, por eso puedes lastimarme. Es un poder que solo tienes tú, Sayaka —dijo lo último en su oreja, concibiéndole escalofríos— ¿Lo entiendes ahora? Tu valor, lo que vales para mí… No hay nada qué disculpar.

Kirari le acariciaba la cabeza, tenía los ojos cerrados en su mejilla con una paz que a Sayaka le hacía falta.

—Yo valgo lo mismo para ti, ¿verdad? Si ese no fuera el caso, yo no sería capaz de lastimarte, y sé que lo hago. No apropósito, jamás te lastimaría apropósito, pero parece que mis sentimientos infantiles te han generado sufrimiento en varias ocasiones. Me disculpo por eso.

Sayaka no se movía mientras era abrazada por ella. El archivo titulado "disculpa" estaba tardando lo suyo en descargarse.

—Qué extraño… Ahora que nos dijimos todo me siento más llena de energía que nunca. ¡Sigamos jugando, Sayaka!

De un tirón la puso de pie. Sayaka la miraba intentando ordenar las secuencias recientes para que cobraran un sentido. No lo hacían. La presidenta tenía una sonrisa infantil en los labios, desprendía una energía contagiosa. Se vio esbozando una sonrisa también. Como siempre, todo era una montaña rusa con ella.

—Si le soy sincera, no entiendo nada, pero si esto la hace feliz, ¡juguemos, presidenta! ¡Y ni se le ocurra dejarme ganar!

—¡Sí!

El ambiente había cambiado, todo había cambiado; los sentimientos de Kirari, los de Sayaka. Ya no estaban compitiendo, se estaban divirtiendo. Las reglas habían sido olvidadas, el juego ya no tenía sentido. Aunque continuaba la tarea de encestar, jugaban en equipo. Eran rivales y compañeras a la vez, quizás siempre lo fueron.

—¡Páselo, presidenta!

Kirari le arrojó el balón corriendo a su lado con la cara brillante por el sudor. Sayaka lo atajó en el aire y saltó cerca del tablero para encestarlo.

—¡Bien! —exclamó cuando entró en el aro. Kirari se apresuró y agarró el balón. Comenzó a correr hacia el lado contrario con una sonrisa enérgica. Sayaka la seguía a su lado con las manos abiertas para recibir el pase. Kirari le arrojó el balón, Sayaka se lo devolvió, y así estuvieron hasta que Kirari derrapó los pies en la zona de tiro y saltó lanzando el balón. Encestó.

—¡Ese fue un gran tiro, presidenta!

«Pisó la línea, pero no se lo diré porque amo verla feliz»

Pensaba Sayaka riendo por dentro.

No se equivocaba, ella estaba feliz. Kirari aseguraba que nunca se había sentido tan feliz en su vida. Solo estaban jugando como unas niñas, divirtiéndose a lo grande, pero aquello le hacía sentir más viva y libre que nunca. Su pecho subía y bajaba rápido por el cansancio e igual volvía a arrojarle el balón a Sayaka. Quería que ese juego durara para siempre, como si aquello pudiera compensar la falta de juegos en su infancia.

Sayaka recibió el balón. Se preparó para correr al aro, pero tuvo que frenar en seco. Kirari se interpuso con los brazos abiertos.

—Veremos si ahora puede pasarme, Sensei.

Para ese momento, Sayaka ya estaba resignada a la idea de no poder lograrlo. Sus habilidades eran lógicas, lo contrario de la presidenta, y por eso mismo nunca podría vencerla. Pero al menos le daría pelea.

Se puso a rebotar el balón con una sonrisa. Kirari se mantenía a la defensiva con otra. Sayaka amagó a pasarla por la izquierda. Fue bloqueada. Se impulsó a la derecha, lo mismo. Probó subir de nivel y empujarla con el cuerpo para hacerle perder el equilibrio. Kirari se iba hacia atrás ante la estampida que venía de su hombro. Los ojos, interesados por la cercanía, bajaron por el cuerpo de su secretaria. Aunque era un agradable acontecimiento tenerla sobre ella con una expresión vigorosa, no estaba pudiendo con su fuerza. De nada le servía leerla si igual sería arrojada al piso. Alerta roja, podía llegar a perder.

Sayaka vio la luz al final del túnel cuando Kirari puso un pie atrás para mantener el equilibrio.

«¡Ahora!»

Rápidamente aceleró el dribleo y se lanzó a la derecha. La pasó. Kirari deslizó las pupilas a ella con el pecho cerrándose con frenesí.

«¿Voy a perder?, ¿yo?»

Y entonces, en ese momento de euforia, se descubrió cómo reaccionaba su instinto ante una situación crítica: atacar.

O algo así.

—¡Ah!

Sayaka dejó caer el balón cuando algo le agarró el trasero descaradamente. Se dio la vuelta, refregándoselo.

—¡Pero qué hace!

Kirari seguía con la mano en alto asimilando lo que hizo. Se miró la mano, luego a Sayaka. Le sonrió.

—Se me resbaló la ma-

—¡No me venga con eso!, ¡me tocó el trasero apropósito para distraerme!

—Jamás haría algo así, Sayaka. Me insultas.

—Una vez que estaba por pasarla… ¡Agggh! —Sayaka se arrancaba los pelos mientras Kirari se acercaba a ella con su mejor cara de inocente— ¡No puedo creer que haya recurrido a ese método para ganar!

—Lo dices como si te hubiera violado… ¿Tan desagradable se sintió? —le preguntó al oído, bordeándole la cintura con la mano. Sayaka desvió la vista, sonrojándose—. Para mí fue muy agradable descubrir tus fascinantes dimensiones…

El tacto incitante le hacía perder de vista el objetivo, que básicamente era quejarse. Esa mano arrastrándose por la cadera le robaba la fuerza, los dedos cerrándose en el trasero le…

«Espera, ¡¿qué?!»

Echó un vistazo por encima del hombro. En efecto, unas uñas celestes estaban clavadas en su pantalón corto. Volvió al rostro de Kirari y la encontró mirando hacia abajo con una sonrisa extraña. O ella tenía una fascinación por su nariz o tal vez quería volver a probar su boca, una de dos. Y su nariz no era interesante.

—Um, presidenta… —Las cejas se doblaron con un placer incómodo antes de que pudiera terminar de hablar. Kirari subía la mano por su espalda debajo de la playera, luego bajaba y hacía movimientos circulares en el trasero. Tenía la cara oculta en su cuello y escuchar su respiración volviéndose pesada era una perdición.

—Realmente… agradable. —musitó en su oreja ya roja.

Sayaka se agarró de su playera.

—Presidenta, no me toque así…

Era difícil no perderse en los ojos frágiles de su secretaria, despertaban una hambruna que nada tenía que ver con la comida pero que era igual de desesperante. Difiriendo de su deseo, Kirari hizo un gancho en su espalda y la atrajo hacia sí. No dejaba de mirarle la boca.

—¿Por qué?

—Porque…

«Voy a estallar»

Pensaba Sayaka cerrando fuertemente los ojos. Antes de que la explosión fuese inminente, se apartó.

—¡Porque aún tenemos que saldar cuentas!

El rechazó dejó en Kirari una sensación de vacío. Trataba de llenarlo con teorías que justificaran el comportamiento evasivo de Sayaka, todo sin caer en la peor de las teorías: que ella no sintiera lo mismo. Como se negaba a creer tal mentira, apoyó la idea de que ella no soportaba un acercamiento de esa clase debido a su naturaleza tímida, la cual era enternecedora, aunque hoy le resultaba un poco irritante. Suspiró, haciéndole un ademán con la mano.

—Ven, Sayaka. Terminemos esto de una buena vez.

Sayaka se puso seria aunque todavía conservaba los cachetes rojos. Picaba el balón pensando un plan. Empujarla no fue una buena idea, eso salió… raro. Aún sentía el recuerdo de esas caricias juguetonas en el trasero. Mejor mantener la distancia. Comenzó a caminar despacio con el balón, era como un felino preparándose para atacar. Kirari sonreía sin perderla de vista. A la derecha, a la izquierda, entre las piernas; no había manera, todo lo leería. Trepó con los ojos por su hombro.

«Si no puedo pasarla, entonces…»

Llevó el balón hacia atrás como si fuera a hacer un lanzamiento de Béisbol. Kirari puso más atención cuando empezó a impulsarlo hacia adelante. Sayaka iba a arrojarlo desde allí al aro.

«Imposible, no va a encestar. Es un tiro impreciso, por no decir desesperado»

Pensaba sin moverse.

«Pero ella no hace cosas imprecisas…»

Ensanchó los ojos, entendiendo el plan. Tarde. Sayaka lanzó el balón con todas sus fuerzas, mandando a volar también las trenzas de Kirari. Enseguida disparó los pies hacia el aro. Kirari giró el cuerpo con delay. Empezó a perseguirla. El balón rebotó en el tablero y entonces Sayaka saltó con las manos abiertas.

—No me digas…

Kirari veía, boquiabierta, cómo el cuerpo de su secretaria se elevaba más allá de su habilidad física. Jamás hubiera podido hacer ese salto solo con la consciencia al mando, quien estaba actuando también era el instinto de supervivencia. Sayaka atajó el balón en el aire. Esa era una estratégica completamente ilógica para cualquier ojo ajeno, pues fallar era lo más probable, pero para Kirari era lógicamente instintiva. Sonrió. Su tarea había terminado.

Último intento, un éxito.

Sayaka impulsó las manos hacia abajo e hizo una tremenda clavada que dejó retumbando al tablero por unos buenos instantes. Quedó colgada del aro, fatigada. Kirari se acercaba aplaudiendo.

—Sayaka…, eso fue increíble. —Extendió los brazos hacia ella desde lo bajo. Sayaka la miró con sudor resbalándose por la frente. En un acto de fe, se soltó. Kirari la recibió en sus brazos con una sonrisa afectuosa. Agarrarla era más fácil que agarrar el balón, no pesaba nada—. Lo sentiste, ¿no es así? Tu instinto maravillosamente lógico… Eres mucho más valiosa de lo que crees, Sayaka.

Sayaka sonrió en su hombro. Ya no entendía qué estaban haciendo allí. Se tomó el día para entrenar a la presidenta y al final había terminado compitiendo con ella. Con Kirari las cosas nunca salían como estaban planeadas. Y por eso mismo la amaba, incluso aunque le destruyera el cerebro.

—Gracias a usted, presidenta, ahora me entiendo un poco mejor.

Se apartaron en silencio. En sus labios yacían sonrisas cansadas mientras disfrutaban de la mutua compañía. Kirari levantó la vista hacia el aro. Sus ojos brillaban risueños.

—Sayaka…, yo también quiero hacer una clavada.

Sayaka parpadeó.

—Eso es una jugada de alto nivel. La verdad, ni sé cómo la hice, pero sí sé que no podré hacerla de nuevo —explicaba, sonriendo de lado. Aún estaba recuperando el aire—. Sin embargo, usted resultó ser una excelente jugadora, presidenta. Seguramente lo logre.

Kirari negó con la cabeza.

—Oh no, yo no puedo saltar tan alto. Sayaka tendrá que ayudarme.

—¿Eh? ¿Y cómo haré eso?

El plan resultó ser uno simple. Lo creyó ridículo cuando Kirari se lo contó. Y ridiculez era lo que estaban haciendo ahora, pero a Sayaka no le importaba con tal de verla feliz.

—¡Quedan cinco segundos para que termine el partido! ¡Momobami Kirari se acerca rápido al aro!

Sayaka relataba con Kirari riendo bajito encima de sus hombros. La llevaba a caballito por toda la cancha para que pudiera hacer la famosa clavada. La presidenta pesaba lo suyo, así que andaba con cuidado. No era la idea arrojarla al suelo otra vez, aunque con los nervios que manejaba aquello era muy probable.

«L-La cosita de la presidenta está en mi nuca»

Pensaba con los cachetes como dos tomates. Sentía la nuca caliente. Sacudió la cabeza, borrando los pensamientos indebidos, y aceleró los pasos al aro.

—¡Momobami pega un salto y…!

Kirari levantó las manos con el balón cuando tuvo al aro a la altura de los hombros. Sonreía como una niña. Sayaka reforzaba el agarre en sus muslos para que no se tambaleara.

—¡Ahora, presidenta!

Ella llevó el balón hacia abajo e hizo una "clavada".

—¡Y Momobami encesta salvando el partido! ¡Hyakkaou gana el campeonato!

La presidenta reía en sus hombros con una mano cerrada en la boca. Sayaka reía con ella. Todo indicaba que habían hecho una estupidez, no obstante, para ellas era un momento especial. Tonto, pero especial.

Las trenzas de Kirari se desplomaron por las mejillas de Sayaka cuando se inclinó hacia ella. Sayaka le sostenía las manos devolviéndole la sonrisa dulce que le estaba dedicando de cabeza.

—Excelente clavada, presidenta. La felicito.

—No lo hubiera logrado sin mi talentosa secretaria.

—Estoy segura que sí, pero solo por esta vez me llevaré parte del mérito. Después de todo, era un juego de a dos.

Sayaka la bajaba con cuidado de los hombros. Al enderezarse, la encontró cerca. Kirari la miraba suave. Su presencia se sentía diferente, como si no tuviera sostén.

—De verdad…, muchas gracias por todo. Es la primera vez que me divierto tanto jugando y todo es gracias a ti.

Kirari deslizaba la mano por su mejilla de un modo que le hacía tanto derretirse como inquietarse. Esos dedos finos bajaban por su cuello, luego volvían para acariciarle el borde de la oreja, acomodaban un mechón oscuro detrás de ella.

«¿Qué pasa con este ambiente…?»

Costaba sostenerle la mirada. La presidenta la observaba con cierta expectación, como si estuviera esperando que ocurriera algo sumamente importante. Esos ojos le hacían pensar que si la asaltaba con un abrazo o lo que fuere, ella no se iba a negar. El pensamiento trajo a la memoria el beso que le dio. Su pecho ardió inmediatamente.

—Presidenta…

Sayaka tomó la mano que descansaba en su mejilla. Buscaba ayuda para luchar contra esos ojos marinos que lucían tan profundos como sus sentimientos por ella. Quería protegerlos, quería verlos brillar todos los días. Un deseo reprimido le decía que perdiera el control, que la besara como si no hubiera un mañana, pero su lógica se interponía gritándole que no era adecuado atacar a su presidenta de ese modo, que ella solo era una plebeya en comparación.

Kirari veía la duda en sus ojos y se impacientaba por ella. En un movimiento delicado, pasó la mano por su nuca.

—Si tú no lo haces…, lo haré yo —le dijo cerca de los labios.

Sayaka abrió la boca para responder, pero terminó cerrándola de nuevo. Las luces se apagaron de golpe, dejándolas casi en penumbras. Las luces de emergencia apenas hacían su trabajo, iluminándolas tenuemente.

Kirari levantó la vista, Sayaka la imitó.

—Apagaron todo… Ya es de noche, presidenta, pronto cerrarán las puertas de la academia.

Habían estado "entrenando" todo el día. Entre juegos, descansos y competencia, el tiempo pasó volando.

Kirari despegó los ojos del techo.

—Supongo que es momento de retirarnos, entonces. Pero antes quiero darme una ducha, estoy toda transpirada.

Sayaka tragaba saliva viendo cómo se refregaba el abdomen debajo de la playera. Moría por ser ella quien lo limpiara.

—S-Sí, yo también.

Kirari tomó su mano con esa sonrisa extraña que no podía decodificar.

—Vamos al vestuario.

Solo el ruido de las duchas se oía en el vestuario. Las paredes blancas se humedecían, el agua caliente se resbalaba por el cuerpo de las dos aliviando a los músculos tensos.

—Sayaka, ¿tienes jabón? Acá no hay.

Sayaka oyó su voz en la ducha continua. Se oía opacada por el agua.

—Sí, tome. —Levantó la mano para pasárselo por arriba del cubículo. Otra mano lo recibió. Sus dedos se rozaron antes de separarse. Sayaka se quedó mirando cómo sus uñas celestes desaparecían. La presidenta estaba desnuda a su lado. Una pared las separaba, pero los nervios que sentía era como si la tuviera literalmente al lado. Volvió la vista al frente, refregándose la cabeza—. Mejor apurémonos, mire si nos quedamos encerradas en la academia.

—Pasaremos la noche en mi despacho, no veo el problema.

—¿En su despacho? —¿Solas, en medio de la noche, mojadas y desnudas...? Sacudió la cabeza.

«¡Deja de tener ideas indebidas!»

No era la única que pecaba. Kirari, pasando el jabón por su cuerpo, se sentía ansiosa. Esa misma ansiedad que la había atacado cuando Sayaka la abrazó estaba volviendo con mucha fuerza. Su hermosa secretaria estaba solo a un paso de ella… y desnuda. Sus ojos se relajaban con un tinte abstraído mientras la imaginaba, las manos se desplazaban solas de los brazos a los pechos. Se vio a sí misma acariciándose allí y entonces estampó una mano en la pared. Con la otra se tapaba la cara. El corazón palpitaba rápido, le dolía.

«Ah… otra vez esta sensación»

Era un aviso de pérdida de control, entendió por fin. El sello quebrándose. Su cuerpo empezaba a desear cosas que, quizás, no debía. No con alguien tan reservada como su secretaria. La escuchaba moverse del otro lado y el solo sonido le hacía imaginársela desnuda, enjabonándose el cuerpo, arrastrando las manos por sus piernas esbeltas. Se humedeció los labios aunque ya estaban húmedos por el agua.

«Quiero tocarla…»

Se refregó la cara. Hacía fuerza para mantener al sello en su lugar. En otro momento lo hubiera dejado romperse, a fin de cuentas así lo deseaba, pero ahora temía quién aparecería detrás de este. ¿Y si esa persona le hacía algo imperdonable a Sayaka?

—Presidenta.

—Dime.

Sayaka se extrañó por la contestación abrupta. No había terminado de llamarla que Kirari habló encima de ella, era como si tuviera prisa por terminar la conversación antes de que siquiera arrancara.

—Um, quería decirle que… muchas gracias.

Kirari pasó la vista a la pared, a ella. Sayaka se refregaba el cabello acomodado en un hombro, tenía una mirada contemplativa.

—Aunque sus métodos son cuestionables, debo admitir que me hizo bien encontrarme a mí misma en la cancha. Soy así, soy competitiva, amo ser la número uno en todo y nada puedo hacer para cambiarlo. Tampoco quiero hacerlo.

Sus palabras eran oídas con seriedad del otro lado de la pared. Sayaka puso una mano en ella con una sonrisa.

—Me gustó poder sentirme libre con usted. Me… Me gusta mucho, presidenta.

Kirari permanecía rígida bajo la ducha. Sus ojos, duros como dos huevos. ¿Una confesión? Fue demasiado ambigua. ¿A qué se había referido exactamente con lo último dicho? ¿Solo resaltó que le gustaba ser libre con ella o ese "me gusta" era dedicado a ella? Apoyó la frente en la pared sintiendo el pecho pesado. Sayaka estaba del otro lado confesándose, solo eso podía pensar. Las palabras escuchadas le hacían imaginar a su boca diciéndolas. Esa boca suave y rosada que pudo probar, su sonrisa tierna y ese ser orgulloso que tanto amaba.

Que dijo su nombre.

Abrió los ojos de par en par. El sello se removió entre las cadenas, queriendo romperlas. Se agarró el pecho, dolía demasiado. Mientras más luchaba contra sí misma, más por dentro una sensación vertiginosa le endurecía toda la zona del pecho, cortándole la respiración. Ella no sabía que estaba sufriendo una suerte de ataque de ansiedad, solo podía enfocarse en lo anhelado. Cuánto tiempo deseó que Sayaka dijera su nombre, de verdad, cuánto… Siempre había querido que tuvieran ese tipo de confianza. Esperar se había convertido en un hábito, pues eso hacía, esperaba un milagro año tras año. Debido a tal añoranza, no pudo evitar besarla cuando finalmente lo dijo. Se le escaparon los sentimientos de las manos. Sayaka no reaccionó al beso, Kirari no sabía qué pensaba al respecto. Si tuviera que arriesgarse, diría que Sayaka lo dejó pasar porque no se sentía lista para responder. ¿Eso era un rechazo? ¿Al final no compartían la misma importancia?

«Pero dijo mi nombre…»

Sus cejas se arquearon incapaces de aceptar la derrota. La voz en sus pensamientos empezaba a tornarse lúgubre, la que salía de los labios también.

—Mi nombre… Ella dijo mi nombre.

El sello se removió con más fuerza; una cadena se soltó. Kirari dobló los dedos en su pecho, los ojos se afinaban volviéndose oscuros. Era la primera vez que se sentía feliz por ser llamada con ese nombre que le dieron los que la encadenaron desde el principio. Sayaka no tenía idea de lo que había hecho al nombrarla, había cambiado por completo el significado de su nombre. La bautizó de nuevo.

«Sayaka...»

Refregó la frente en la pared sintiéndose cada vez más lejos de quien fue por muchos años. Y como ella se alejaba, otra Kirari se acercaba sigilosa. Tu nombre es sinónimo de intimidad, del máximo acercamiento, le decía al oído esa otra Kirari. Su voz era maliciosamente convincente, venía del sello. Eso fue una confesión de amor, insistía, no puede tener otro significado.

«No puede…»

«¡No lo tiene!»

Las pupilas de Kirari se dilataron ante el desgarrador grito que retumbó en su cerebro entorpeciendo a cualquier neurona cuerda que pasaba por ahí.

Las cadenas se soltaron de golpe.

Y el sello se rompió.

Sayaka terminó de enjuagarse el Shampoo del cabello. Se inclinó para agarrar el acondicionador, pero la cortina del baño abriéndose abruptamente le hizo incorporarse. Ahogó un grito. Kirari estaba parada frente a ella. La observaba fijo. Su cabello suelto cubría uno de sus pechos, el otro era tentadoramente visible. Sus ojos parecían no estar allí sino en una hipnosis peligrosa. Sayaka se apegó a la pared tapándose la delantera y la parte baja cuando entró a la ducha a un paso extraño.

—¿Q-Qué sucede, presidenta?

—Todo.

Kirari atrapó sus mejillas y la impulsó a sus labios. Sayaka, atacada por el pánico de la sorpresa, luchaba contra ellos.

—¡E-Espere! —exclamó, corriendo la cara. Kirari la regresó al frente. Separó los labios, llevándose los suyos, y sumió la lengua en su boca como si la necesitara para respirar. Sayaka sofocaba jadeos mientras Kirari deslizaba la lengua por la suya, giraba y giraba haciéndole sentir su saliva. Puso las manos en su pecho para apartarla, pero estas fueron estampadas en la pared— ¿P-Presidenta?

La misma la observaba agitada, parecía fuera de sí. Sayaka no comprendía qué le sucedía, ella no era una persona ruda. Era como si su sistema estuviera fallando.

—Lo siento, pero… no puedo más.

Kirari se lanzó a su cuello. Con el cuerpo la aplastaba a la pared de una forma predadora que le aseguraba que no la dejaría ir. Sayaka se estremeció cuando sus pechos se aplastaron entre sí. Los pezones húmedos de Kirari se frotaban con los suyos ante los movimientos, endureciéndolos.

—¿No estás harta tú también, Sayaka? De este juego de niños, de seguir viviendo esta mentira… ¿No es eso agotador?

La voz de Kirari le daba miedo. Se colaba en sus sentidos, grave y pesada. Asustada de sí misma, asustada de no poder controlar la situación, Sayaka le dio la espalda quedando de frente contra la pared.

—¡E-Espere un minuto, por favor! No es momento para hacer esto, la academia va a cerrar y ¡ah!

Unos dientes se clavaron en su cuello, una mano se aferró a su vientre. Kirari deslizaba la lengua por su piel, luego la besaba.

—Sayaka…

Estaba perdida. Esa mujer había perdido la cabeza y a Sayaka no le cabía en la suya que alguien como Kirari se encontrara sumida en la locura. ¿Era su culpa?, ¿había roto su sello? El sello de una persona que toda la vida ocultó sus emociones; la felicidad, la tristeza, el dolor, el miedo, el odio, el amor… Todas ocultas y acumuladas. Temió. No podría pararla, no con tantos sentimientos encima rebalsando. Kirari era un tornado ahora mismo. No es como si quisiera detenerla, la deseaba de la misma forma, pero estaba sometida por la timidez. No sabía cómo corresponderle, cómo darle lo que quería ni cómo recibir ese cariño torrencial. Si la presidenta fuese la misma de siempre quizás podría reaccionar mejor, pero no conocía a esa persona. Le intimidaba.

—Presidenta, por favor… No sé si-

—Te lo dije… Que si tú no lo hacías, lo haría yo.

Kirari bajaba los besos por su nuca. Agarró esa piel con los dientes como si fuera un animal marcándola. Sayaka cerró las manos en la pared, dolía. Kirari abrió unos ojos oscuros. Estos se arrastraban por la espalda arqueada de Sayaka, frenaban en el trasero pegado a su intimidad; redondo y exquisitamente parado. Quería poseerla con urgencia, era en lo único que podía pensar. Su mano pasaba por la cintura delgada de ella, la apretaba con más fuerza de la necesaria. La impulsó hacia atrás por la cadera, apegándola más a su entrepierna. De pronto sintió un tirón de excitación al rozarse con el cuerpo ajeno. La jalaba por dentro, desesperante.

—Sayaka…

Atajó sus mejillas con los dedos y la giró para besarla con hambruna. Sayaka tenía los pechos pegados en la pared fría, el trasero erguido contra la intimidad de la presidenta, quien se movía ansiosa contra sus labios entrelazando las lenguas. Su cuerpo seguía el mismo ritmo, frotándose contra el de ella. Podía sentir sus importantes pechos refregándose en la espalda, los pezones duros clavados en la piel. Con una mano subía por su abdomen, con la otra bajaba. Todo estaba pasando demasiado rápido, no podía procesarlo.

—Si realmente quieres que pare, dímelo claro, Sayaka. —El pedido resonó en una súplica en su oreja—. Me estoy perdiendo aquí… Dímelo de una forma que pueda aplacar esto que siento… sino no podré parar. Golpéame si es necesario.

Kirari cerró la mano en uno de sus pechos y Sayaka tuvo que taparse la boca para no gemir. Lo amasaba sin piedad, frotaba sus pezones con los dedos. Los suspiros excitados que huían de Kirari cuando la besaba le hacían sentir una puntada en la entrepierna. Le quemaba por dentro. Sin darse cuenta, comenzaba a dejarse llevar por ella. Aunque quería luchar sentía los músculos débiles, la resistencia psicológica también iba en picada. Su cuerpo se estaba llenando de una emoción punzante, la mente de anhelos salvajes. Las dos desnudas en la ducha, explorándose como siempre quisieron… ¿Por qué se estaba resistiendo a tal maravilloso manjar?

—Presidenta…

Cerró los ojos moviendo el rostro contra ella, queriendo por fin ser partícipe. Kirari sonrió en su boca al ser correspondida y se resbaló por la mandíbula con los labios. La besaba justo debajo, en esa piel tan sensible que le generaba un cosquilleo.

—Eres tan hermosa… No puedo soportarlo.

Su voz excitada elevaba la temperatura de Sayaka. Era ronca y quebrada, gustosamente incitante. Como su mano. Kirari la desplazaba hacia abajo por el vientre. Sayaka cerró las piernas cuando la escondió en su intimidad y comenzó a frotarla.

—Espere…

—No voy a lastimarte.

Kirari movía la mano en su entrepierna cerrada que no desistía, besaba su hombro en el medio como si así consiguiese calmar a esa criatura tímida. Arrastró los labios por la curva del cuello y regresó a su boca. El agua caía sobre ellas opacando los jadeos que comenzaban a llenar el cubículo. Kirari cerró la canilla sin dejar de besarla. Sayaka vio la acción de reojo y entonces supo que ahora se vendría la parte más intensa. Un lado de ella aún no se entregaba del todo.

—Si nos encuentran aquí…

—Ya no hay nadie. —Kirari trazaba el borde de su oreja con la lengua. Sayaka la sentía arder.

—Pero…

—¿Por qué luchas contra lo inevitable? Tú y yo juntas… Así es como debe ser, Sayaka. Así es como siempre debió ser.

Kirari la volteó por las caderas. Sayaka estampó la espalda en la pared sin fuerzas, quien la tocaba se las robaba. Kirari se amoldaba a su cuerpo con una sonrisa, pasaba las manos por sus brazos, luego le tomaba las mejillas. La impulsó a sus labios. Sayaka le seguía el juego como podía. Se enredaba con su lengua dentro de la boca, la cual a veces emigraba para deslizarse por uno de sus labios.

Kirari doblaba el rostro para besarla mejor mientras sus manos le acariciaban la cintura con unas intenciones ya explícitas. La besaba con fuerza, impaciente, como si mañana se acabara el mundo.

—Sabes tan bien… —decía contra su boca, masajeándole los pechos. Cerraba los dedos allí con una rudeza controlada que hacía gemir a su contraparte.

—Hm… Presidenta.

Sayaka era admirada por unos ojos que lucían suplicantes. Que, como bien le dijo, no podían más. La dueña de ellos arrastró los labios por su garganta. Sayaka levantaba el cuello con los párpados estrechándose por el placer. Kirari descubría su piel con la lengua, frenaba en uno de sus pechos. Atajó el pezón con los dientes.

—¡Ah! —Sayaka se agarró de su cabeza en un impulso. Sensibilidad, impresión, eso la asaltaba cuando Kirari deslizaba la lengua por su pezón de una forma tan lenta que solo rogaba que terminase esa tortura. Jugaba con él dentro de la boca como si fuera un delicioso bocado. Lo succionaba dejándolo brillante de saliva, después lo rodeaba con la punta de la lengua y volvía a succionarlo lentamente, arrancándole gemidos rasposos.

—Tu voz… —Kirari levantó unos ojos apagados—. Siempre creí que tu voz era muy sensual, pero hoy no tiene comparación —susurraba, mordisqueando el otro pezón. Sacudió rápido la lengua debajo, haciéndolo bailar. Sayaka tiritó—. Eres tan sensible… Justo como pensaba.

Esa lengua gruesa bajaba por su abdomen, se dirigía a un lugar mucho más privado. Las manos de Kirari se resbalaban por sus caderas en el camino, luego volvían a subir para apretarle los pechos. Sayaka la veía llegar a su intimidad con el corazón doliendo de tan rápido que palpitaba. Las piernas buscaron refugiarla de la vergüenza cerrándose de nuevo.

—E-Eso no, presidenta.

—¿Por qué no? —Kirari rodeaba el muslo hacia adentro, luego hacía fuerza hacia afuera para que las abriera. Con una sonrisa acomodó una de sus piernas encima del hombro. Sayaka quiso desaparecer. Su intimidad había quedado expuesta frente a esos ojos marinos que bajaban para apreciarla cómo debía ser—. Ah… Un tono rosado, como una flor de cerezo en plena primavera. Y huele tan bien como una... ¿Te pasaste jaboncito aquí, Sayaka?

Kirari refregaba la nariz en el escaso vello que le cubría la pelvis. Sayaka arrugaba los labios ya sin saber qué hacer con la vergüenza. Sus ojos iban y venían entre Kirari y la pared del cubículo. No podía verla por mucho tiempo sin sentir la necesidad de salir corriendo.

—No..., este es tu olor. No puede ser que huelas tan bien, podría morir aquí. —Los ojos de Kirari estaban cerrados, las cejas levemente arqueadas por el placer que le brindaba ese perfumito suave de cerezos—. Quiero descubrirte mucho más, Sayaka.

Con los dedos separó esos labios que la esperaban ya húmedos, y no por el agua de la ducha. Era una humedad diferente, una más espesa y de consistencia suave. Se resbalaba como miel por esos pliegues brillantes. Kirari se drenó la garganta de saliva al hallar un tono aún más rosado dentro de ellos. Un puntito en el medio le dio ternura. Asomó la lengua y la deslizó despacio dentro de sus labios, probando su placer, llevándose esa piel tan sensible.

—¡Ah!

El agarre en su cabello se reforzó, incitándola a seguir. Abrió más la boca y succionó sus labios lento y tendido. Sayaka se sacudió como si le hubieran dado un electroshock con el taser. Su espalda se resbalaba por la pared mientras era degustada; las rodillas se aflojaban, el estómago se revolvía, los dedos del pie se contraían. Era una sensación tan placentera pero desesperante a la vez… No sabía bien cómo denominarla, lo único que tenía claro era que no quería dejar de sentirse así. Podía escuchar a la presidenta probándola. Los ruidos que hacía le recordaba a los besos pero multiplicado por mil. Jadeaba en ocasiones como si fuera una verdadera delicia para ella. Se preguntaba cómo se vería eso desde afuera. La presidenta arrodillada ante ella, su cabello largo tapándole la espalda, Sayaka agarrándose de él como nunca pensó hacer.

—Eres tan linda… —Kirari rodeaba con los dedos aquella cueva que protegía su lugar más sensible. Solo lo bordeaba, no quería atacarlo de golpe. Era consciente de que un solo paso separaba esa sensibilidad de un ardor molesto. Lo sabía por haberse explorado en más de una ocasión… pensando en ella—. Se está hinchando, Sayaka.

Sayaka se tapó la cara. No quería ver, no podía ver más a la presidenta probándola allí.

—Mírame.

—No puedo…

—Por favor…

Se destapó, revelando unos ojos tímidos. Kirari le sonreía suave desde lo bajo.

—No dejes de mirarme, Sayaka. Nunca lo hagas. Porque si lo haces, yo… yo no podré soportarlo. —Con mucho cuidado deslizó la lengua por su clítoris, sobresaltándola. Lo cubrió con la boca y empezó a succionarlo.

Sayaka soltaba suspiros entrecortados. Lo bien que se sentía esa caricia húmeda no tenía nombre, era hambrienta y dulce a la vez. La presidenta le acariciaba el trasero mientras la devoraba. Lo abría y pasaba los dedos por dentro, disparando una sensación excitante que estallaba justo donde la estaba lamiendo. Sayaka levantó unos ojos anestesiados hacia el techo. Se le daban vuelta, no podía controlar el placer en ellos. Seguir de pie se estaba convirtiendo en un desafío.

—Mh… —Su voz también comenzaba a traicionarla gracias a las caricias, el rostro se doblaba buscando la frialdad de la pared como una cura para el calor intenso que la recorría.

Kirari continuaba el trabajo moviéndose lentamente contra su intimidad. Rodeaba el clítoris con la lengua, luego bordeaba el lado interno de los labios, con los dedos presionaba la entrada. La misma se estiraba cuando amagaba a sumir las yemas, dándole a entender que era bienvenida. No quiso ser maleducada, así que decidió pasar. Su dedo fue succionado al instante por ella, luego otro. Sayaka levantó el rostro con la mandíbula tensa. Le ardía.

«La presidenta… está dentro de mí. Está yendo tan profundo»

Kirari arrastraba los dedos hacia arriba por esas paredes estrechas, hacía presión hacia afuera generándole un tirón excitante en toda la zona. Sayaka la sentía moverse dentro de sí, hasta podía sentir cómo su intimidad se contraía contra sus largos dedos, cómo Kirari jugaba con ella yendo y viniendo por esas paredes que gradualmente se iban expandiendo para acomodarse a quien la poseía. Dolía un poco cuando ella volvía por donde ingresó, pero se sentía de maravilla cuando se embestía de nuevo. Mientras más repetía la acción, más su cuerpo se acostumbraba a ser penetrado. Y al placer. La sensibilidad aumentaba, el cuerpo se aflojaba, la lógica se iba y todo perdía sentido. Excepto lo que tenía a sus pies.

—Presi… Kirari. —la llamó, refregándole el cabello en una muestra de placer. Se sentía sedoso aunque estuviera mojado, un deleite al tacto. Verla ahí, entregada a ella, era su definición perfecta de "ganadora". Al final, sí le había ganado a la presidenta.

Kirari, al escucharla decir su nombre otra vez, se robó el triunfo para sí misma. Ella era la única ganadora aquí.

—Estás muy mojada aquí abajo, Sayaka.

Mechones blancos se le pegaban en la cara al lamerla. Kirari se los acomodaba seguido detrás de la oreja. Sayaka, ya con la mirada perdida, arrastró la mano desde su oreja hacia atrás, sujetándole el cabello. Kirari levantó los ojos con una sonrisita. A pesar de tal candente momento, sintió el gesto como el más tierno jamás sentido.

—De verdad… eres una lindura.

Sayaka veía desde lo alto cómo esos labios, ya no tan celestes, se movían contra los suyos en ademanes incitantes. Ya nada quedaba de su yo lógico. Se dejaba llevar por el momento, meneaba las caderas con el labio inferior desprendido para sentirla más. De la garganta huían gemidos rasposos que excitaban a quien la atendía, pero que también le hacían comprimirse. Kirari, lamiéndola y besándola, se encontraba sufriendo. Su intimidad pesaba, recibía disparos constantes de aguda atención. Necesitaba ser tocada, al menos una mísera caricia, con la cual estaba segura de que acabaría. Explorar a Sayaka resultó ser una actividad de alto riesgo, su corazón no lo soportaba. Verla excitarse, revolverse, sentir su sabor dulce, llenarse la boca de sus fluidos… No podía más.

—Sayaka…

Una mano trepó por la cadera de ella. Hizo fuerza hacia abajo y la espalda de su secretaria se resbaló sin objeciones por la pared. Cayó sentada en el suelo. No podía pensar en nada, estaba en blanco. Kirari se inclinaba a ella con una sonrisa tenue, ocultaba la misma en su cuello, le agarraba una pierna para acomodarla encima de la suya. Impulsó las caderas hacia adelante, uniendo sus intimidades. Sayaka jadeó en su oído cuando empezó a mecerse despacio sobre ella. Sus labios bajos se rozaban, los clítoris también, despertando una sensación extrema. Por lo húmedas que se encontraban, todo se sentía tan suave y sensible… Los ojos de Sayaka rodaron. No pensó que la excitación podía crecer más, pero ahí estaba, creciendo ya a un grado que costaba tolerar. Se le cerraba el pecho con las embestidas, no podía respirar bien. Se abrazó a la espalda húmeda de Kirari, quien se mordía el labio en su cuello haciendo todo lo posible para mantener ese ritmo lento que las enloquecía. Su cuerpo quería desaforarse, ir rápido y explotar, pero la mente se oponía a tal bestialidad. Temía que a su compañera no le agradara.

Sayaka resbalaba las manos por su piel sintiendo todo el peso de su cuerpo. Un peso muerto. Kirari carecía de sostén.

—¿Te gusta? —le preguntó Kirari al oído. Sayaka asintió en su hombro soltando pequeños gemidos— ¿Puedo moverme más rápido?

Asintió de nuevo. Era lo único que podía hacer, no tenía fuerza para hablar.

Kirari la arrimaba hacia sí por la cintura mientras la besaba. Comenzó a aumentar el ritmo, golpeando más fuerte sus intimidades. Sayaka se sonrojó con intensidad. Ruidos viscosos se oían ahí abajo debido a la excitación mutua y al encuentro de estas. Mientras más rápido la embestía, más notorios eran. Poco duró la vergüenza en ella al sentir un bienestar expandiéndose por todo el cuerpo. Era una energía pesada, puntiaguda, pero le encantaba.

«Ah… Se siente tan bien. Quiero quedarme aquí para siempre»

La respiración entrecortada de Kirari le calentaba la oreja, excitándola a un nivel sensitivo. No salía del asombro por verla comportase así, al límite.

Kirari se acomodó mejor entre sus piernas con cierta impaciencia. Aceleró el ritmo en las caderas. Sayaka veía a su trasero danzando deprisa, a su intimidad presionándola profundo.

—Ah…

Y entonces la escuchó gemir. Un gemido bajito y ronco. Kirari lo selló en sus labios como si así pudiera ocultarlo, pero no servía. Los gemidos chocaban una y otra vez contra la boca de Sayaka. Sus movimientos empezaban a volverse torpes mientras más cerca se encontraba de culminar. Ponía una mano en la pared para sostenerse pero se resbalaba por ella, luego iba a la espalda de Sayaka y la apretaba fuerte contra su cuerpo. La miraba embelesada.

—Sayaka, creo que…

Sayaka levantó una mano temblorosa y la puso en su mejilla. Le sonrió a Kirari por primera vez en esa sesión. Era una sonrisa comprensiva que fue a parar a su boca. Los labios iban y venían, enredaban las lenguas con falta de aire. Kirari, en ocasiones, aspiraba el suyo entre dientes como si hubiera tocado la cima de la sensibilidad, pero entonces bajaba el ritmo en las caderas como si aún no quisiera llegar. Sin embargo, ya no podía retrasarlo más. Aunque se embistiera lento, en círculos o derecho, nada la apaciguaba de lo que estaba por suceder. Sayaka la veía poner una expresión sufrida que ocultaba un placer penetrante. Y un amor más profundo del que pensaba. Se encontró imitando sus facciones debido a un hormigueo que ya no era capaz de sostener. Estaban las dos al límite y amaban que fuera a causa de la otra.

—Kirari… —La impulsó a su cuello por la cabeza. Kirari lloriqueaba allí aumentando la velocidad de tal forma que ya ninguna se vio pudiendo aguantar. Sayaka cerró los ojos con fuerza y se dejó caer primero al abismo de un placer extremo que le sacudió cada parte del cuerpo. Kirari se impulsó una última vez y se arrojó con ella en un gemido largo que hizo eco en el vestidor. Su cuerpo temblaba sobre el de Sayaka, que clavaba los dedos en su espalda caliente. Las sensaciones fueron tan agudas que, luego de sostenerlas unos segundos, se desvanecieron una encima de la otra cuando éstas llegaron a su fin.

El goteo de una canilla era lo único que se oía además de sus respiraciones buscando volver a la normalidad. Sayaka le acariciaba el cabello a Kirari con la vista plantada al frente. Sus ojos no expresaban más que un vacío. Kirari se recuperaba sobre su cuerpo, le acariciaba la espalda con los ojos apenas abiertos. Tenía la mente en blanco. Espasmos aún la recorrían, se preguntaba cuándo pararían. En general, se detenían rápido cuando tenía una sesión consigo misma, pero estar con Sayaka había superado esa sesión por mucho. No tenía comparación.

—Espero que apruebe.

La escuchó hablar luego de un rato; una voz finita y débil. Tardó un momento en contestar, recién se estaba reiniciando.

—¿Aprobar?

—El examen.

—Ah… Eso. —Kirari reía bajito en su pecho. Con mucha fuerza de voluntad comenzó a incorporarse. Grata era la vista que tenía frente a ella: una sonrisa cansada pero perfecta—. Gracias a Sayaka aprobaré.

Un minuto de silencio se hizo entre las dos. Sus ojos no dejaban de admirarse con un cariño que ya no tenía sentido ocultar y menos cuestionar.

Kirari volvió a su pecho y se abrazó a ella como una niña.

—Sayaka huele muy bien…

—Es el jabón. —Sayaka cruzó los brazos en su espalda. Deslizaba los dedos por ese cabello largo y despeinado.

—No…, es Sayaka. Conozco perfectamente tu olor personal. Si pudiera, lo guardaría en un frasco para olerlo cuando quisiese. El de tu florcita también… Ah, se te aceleró el corazón.

Sayaka miró para otro lado, sonrojada.

—¿Se siente mejor? Antes… parecía un poco fuera de sí.

Kirari iba deshaciendo la sonrisa sobre sus pechos. En aquella piel yacían pequeñas marcas rojas. Marcas que le dejó ella. Cerró los dedos en su brazo sintiéndose irritada consigo misma.

—¿Te asusté?

—¡No! No me refería a eso.

—Discúlpame… Perdí el control antes. ¿Una extrañeza, no? Yo… perdiendo el control.

—Presidenta… —Sayaka le acariciaba la cabeza de forma comprensiva—. Admito que me sorprendió su comportamiento, pero ahora estoy agradecida con usted.

Kirari levantó los ojos. Sayaka le sonreía amable.

—Me mostró su verdadero ser… a mí y solo a mí. No podría pedir más.

Y Kirari no necesitaba más que escucharla para sentirse bien de nuevo. Giró el rostro sobre su pecho, perdiéndola de vista. Hoy le costaba defenderse de esos ojos cautivadoramente oscuros.

—Mi sello… creo que se ha roto. La verdad, me siento extraña sin él. Es como si un gran peso hubiera desaparecido de mis hombros —comenzó a decir, acomodando mejor la mejilla entre sus pechos. Tenía una mirada pensativa—. Como estoy acostumbrada a llevar grandes cargas, la liviandad se me hace extraña. Siento que al no tener peso no tengo equilibrio.

—Como si una leve ventisca pudiera tirarla.

—Sí, exactamente así. —Kirari subió a su rostro complacida de que la entendiera— ¿Te sientes igual?

—Ahora mismo…, sí. No estoy acostumbrada a la felicidad, así que sentirla tanto se me hace raro. Diría que hasta le tengo miedo.

—¿Por qué? —Kirari le acariciaba la mejilla con ternura. Sayaka se dejaba mimar con los ojos cerrados.

—Porque al haberla probado ahora no quiero soltarla. No quiero que termine.

—Sayaka… —Los ojos de Kirari se perdieron en ella antes de volver a abrazarla. Adoraba el piel contra piel, sentir su cuerpo desnudo y frágil—. Debe ser la primera vez que nos entendemos.

—No se acostumbre, no volverá a pasar.

—Lo sé y así está bien. No necesito que me entiendas sino que te quedes a mi lado.

—Así será, presidenta. —Sayaka subía las manos por su espalda. Tropezó con los omóplatos, sobresalían por la posición. El cuerpo de Kirari era más predominante que el suyo, todo parecía de un tamaño mayor. Ahora, estando en modo reposo, podía permitirse apreciarlo con calma.

—Sayaka…, quizá la felicidad te suelte la mano algún día, es parte de la vida, pero te aseguro una cosa… yo nunca voy a soltarte. Soy demasiado egoísta como para hacerlo.

Sayaka la escuchaba con el mentón apoyado en su cabeza. Se le estaban aguando los ojos. Hacía todo lo posible para que las lágrimas no cayeran, pero estaban a nada de hacerlo. Bajó la vista y una sonrisa se dibujó en sus labios. Kirari refregaba la nariz entre sus pechos como si así pudiera extraer su olor.

—Tiene la nariz fría… Nos vamos a resfriar si seguimos acá, presidenta.

—Si ese es el precio por estar contigo, lo pagaré encantada.

Sayaka pestañeó.

—¿Fue eso un cortejo, presidenta?

—En efecto, estoy coqueteando contigo. Hace tres años que coqueteo contigo, querida. Muchas gracias por finalmente notarlo. —Kirari le sonrió de una manera deslumbrante.

Sayaka se echó a reír al verla, la presidenta le siguió. Eran risas agotadas. Y no tenían mucho sentido, pues no había dicho algo tan gracioso. Esa risa era una secuela natural del sexo. La risa íntima y confidente de una grata sesión donde sus cuerpos y mentes disfrutaron por igual.

—Sayaka, pasemos la noche en mi despacho. Aún tenemos que repasar para el examen escrito.

La nombrada cerró los ojos con una media sonrisa. A esa altura solo podía pensar: sí, claro.

—Como usted diga, presidenta.

-/-

Sayaka se mordía la uña del pulgar mientras el profesor de deportes, barbudo y de unos treinta y tantos, volteaba las hojas de una carpeta roja. Se encontraba en su despacho. No le sonaba su cara, ese debía ser el suplente del que le habló la presidenta.

—¡Ah!, ¡acá está! Momobami Kirari… Sí, aprobó.

—¡Sí! —Sayaka levantó los brazos. El profesor la miraba extrañado.

—Iba a darle la nota en la clase de esta tarde, ¿por qué la prisa?

Porque Sayaka sufría de ansiedad, pero no pensaba confesárselo.

—Soy su secretaria, debo estar al tanto de todas las noticias que la conciernen, en especial si pueden llegar a ser preocupantes.

—Te preocupas por nada, niña. Por lo que estoy viendo, ella siempre aprueba.

Las comisuras de Sayaka cayeron en picada.

—¿Disculpe?

El profesor le acercó la carpeta y le mostró su boletín. Sayaka lo miraba con una vena naciendo en la frente.

—Como ves, puros sobresalientes. Ah, excepto el último examen. Ese sí lo reprobó. Me pareció extraño, parecía que lo había hecho una niña de cinco años.

Y la vena palpitaba y palpitaba.

—Por casualidad…, ¿ella trató de sobornarlo para pasar el examen?

El profesor soltó una carcajada ruidosa que llenó todo el despacho.

—¿Sobornar?, ¿tan corruptible parezco? Nunca pasó eso, niña.

—Comprendo… —Sayaka respiraba profundo para calmarse.

—Bien, esa es toda la historia. Aprobó. —El profesor cerró la carpeta—. Ya puedes darle la buena noticia.

Y se la dio. A los gritos.

—¡Me hizo saltarme las clases! ¡A mí!, ¿entiende? ¡A MÍ!

Kirari se tapaba los oídos con una sonrisa dura.

—Veo que te levantaste con mucha energía hoy, Sayaka.

Sayaka le lanzó una mirada fulminante. Kirari levantó las manos en son de paz.

—Oh vamos, lo importante es que aprobé.

—¡A costa de mi reputación! ¡Sabe muy bien que si hay algo que odio es saltarme las clases!

—Lo siento… Solo quería pasar más tiempo con Sayaka. ¿Está mal?

A su secretaria se le bajaron los humos de golpe. Kirari la miraba desde el escritorio con una carita apenada que, aunque sabía que era falsa, le destruía el corazón. Suspiró.

—Si quería pasar tiempo conmigo, ¿por qué simplemente no me lo dijo?

—Soy tímida.

—¡¿Desde cuándo?! —exclamó, poniendo las manos en el escritorio.

—Desde siempre, Sayaka. La buena noticia es que ahora no hay necesidad de que lo sea, ¿verdad? Dado que ya nos conocemos muuuy bien —le dijo, levantándose de la silla de una forma incitante. Sus dedos la acercaron por el mentón—. Ahora puedo ser como quiera contigo.

Sayaka se fue hacia atrás con la cara caliente.

—E-Espere un minuto, ¿cuándo yo accedí a eso?

—Cuando dejaste que degustara a tu florcita en la ducha, allí.

—¡E-Eso fue…! Algo del momento —masculló, apartando la vista. Kirari trepaba por el escritorio en su búsqueda— ¡Bájese de ahí!

—Mejor ven tú aquí… —ronroneaba, arrastrando los labios por su mejilla con una sonrisa. Parecía un gato refregándose para dejarle su olor. Sayaka movía la cara para evitar ser besada aunque lo deseaba con todo su ser—. Sayaka, no mentí… Bueno, no en todo. Es cierto que siempre me fue bien en los exámenes escritos, pero de verdad era muy torpe en la práctica. Ahora gracias a ti soy toda una profesional.

Sayaka se cruzó de brazos.

—¿Y qué hay del supuesto soborno al profesor?

—Verdad y mentira. Es verdad que soborné al anterior profesor, pero no llegué a sobornar al suplente. Digamos que la oportunidad no se presentó.

—¿Y el jueguito psicológico que me hizo cuando entrenábamos? ¡Me rompió el cerebro, presidenta! ¡Aún tengo secuelas! Y pesadillas… —agregó por lo bajo. Kirari levantó su mentón con un dedo.

—Solo quería que notaras tu propio talento. Siempre vives subestimándote, es molesto de ver. Sayaka, debes abrazar tu propia importancia tanto como yo lo hago.

—¿Por qué…? ¿Por qué está tan obsesionada con que me ame a mí misma?

Kirari cerró los ojos. Su mano se deslizaba lenta por la mejilla de Sayaka.

—Si aprecias a alguien, ¿no es normal que duela ver cómo se hace daño?

Sayaka agrandó los ojos.

—¿No es normal querer verlo crecer? Yo disfruto mucho de ver tu evolución, Sayaka, sin embargo, más disfruto de poder acompañarte en ella. Y si en el medio puedo cuidarte…, lo haré. Incluso aunque mis métodos no te gusten.

Golpe bajo. Kirari no hacía más que endulzarle el oído, y el corazón. Sayaka se sentía aplastada por el cariño que recitaba. No había toxicidad en el discurso, tampoco egoísmo en su deseo. Sus sentimientos eran extrañamente puros. Quería ser su compañera de viaje, quería ayudarla a crecer, protegerla, ¿había algo más sano que eso? Se preguntaba si estaba frente a la gemela correcta, quizás estaba siendo presa de una broma. Pero los ojos de Kirari al hablarle… eran los mismos con los que la miró la noche anterior cuando, no con palabras sino con acciones, le demostró lo mucho que la apreciaba. Era difícil seguir enojada con tan perfectos argumentos a su favor. Tuvo que sonreírle. Si su meta era que se amara a sí misma, ya lo había logrado en la cancha.

—Hizo un escándalo solo para cumplir un capricho personal… Por qué no me sorprende.

Ese capricho era muy importante, Sayaka, pero te mentiría si te dijera que despertar tu amor propio era mi única finalidad, también me interesaba que dejaras de contenerte conmigo. Como bien sabes, lo conseguí. Luchaste contra mí para ganar, ¿acaso hubiera conseguido eso sin provocarte?, ¿sin llevarte al límite hasta hacerte aborrecerme? Claro que no. —Kirari sacudía la cabeza con una expresión fanfarrona que a Sayaka le devolvía el enojo. Y es que no le había gustado mucho la parte de que manipulara sus sentimientos—. También conseguí pasar más tiempo contigo, el plan fue todo un éxito. Oh, y lo último que conseguí… Bueno, eso sí no estaba planeado. Aunque, si te soy sincera, nunca perdí la esperanza de que algún día pasase.

—¿A qué se refiere?

Kirari deslizó las piernas por el escritorio y cayó parada a su lado. Le ofreció una mano.

—A que jugar contigo fue muy divertido, Sayaka. Hagámoslo de nuevo. De ser posible, me gustaría hacerlo ahora mismo.

Sayaka apegaba los hombros al cuello intimidada por quien tenía enfrente. La presidenta se relamía el labio superior en un signo de ¿hambre? Ahora dudaba de agarrar esa mano que, además de resultar talentosa para el Baloncesto, también había resultado muy aventurada con su cuerpo.

—¿Q-Qué quiere decir exactamente con "jugar"?

Kirari estiró la sonrisa. En un movimiento rápido la acercó por la cintura.

—Unirnos. —murmuró con la vista clavaba en su boca, entrelazando sus dedos.

Sayaka miró para otro lado, incómoda. La noche de ayer había perdido la timidez, cómo no hacerlo con la presidenta desnuda sobre ella tocándola en lugares tan precisos que tapaban la vergüenza de lo bien que se sentía. Ahora, lúcida de las sensaciones pasadas, toda timidez posible aprovechaba para volver. No soportaba la imponente presencia de Kirari, sus ojos depredadores. Esa mujer ya no poseía sello alguno que la frenara y Sayaka ya no tenía el balón encima para sentirse segura. Necesitaba un inmediato trago de confianza para quedar a su mismo nivel, lástima que se había olvidado la botella en casa.

«No puedo… ¡No estoy lista para esto!»

—Unirnos para jugar al baloncesto, Sayaka, a eso me refería. Como un equipo.

Kirari perseguía con una sonrisa nerviosa a una Sayaka que se apresuraba a la puerta para escapar.

—¡Usted quiere hacer otra cosa!

—En efecto. Es decir, por supuesto que no. —Ya ni mentir le salía. Agarró su mano antes de que abriera la puerta—. Solo quiero pasar más tiempo contigo.

Sayaka se dio vuelta con las mejillas rojas. Kirari llevó la mano a una.

—No voy a forzarte, de verdad.

—¡Y lo dice tocándome el trasero!

—Oh… Pero qué descuido de mi parte, se me resbaló la mano otra vez. —Kirari quitó la mano de ese trasero blandito—. Disculpa mi mal comportamiento, no volverá a suceder.

—Entonces deje de acorralarme. —Sayaka se iba hacia atrás como un gato agazapado ante sus pasos que se acercaban. Kirari la aplastó contra la puerta. Corrección, sus pechos la aplastaron.

—¿Por qué me temes? —le preguntó, pasando el pulgar por sus labios. Sayaka miraba al costado por la cercanía. La otra mano de Kirari estaba en la pared, acorralándola.

—N-No le temo.

—Tartamudeas como si fuera a violarte.

—¡No lo hago! Solo… no sé bien cómo reaccionar. No estoy acostumbrada a ser tratada así y menos por usted… Discúlpeme, presidenta. Sé que espera mucho más de mí, pero justamente tendrá que esperar. No puedo cambiar de un día para el otro y aunque pudiera, yo-

Antes de que se siguiera lamentando, Kirari tomó suavemente su rostro y la besó. Sayaka se sorprendió por la ternura de esos labios que se movían lentos contra los suyos.

—Está bien, Sayaka, los grandes cambios a veces requieren largos tiempos —murmuraba ella, presionando el labio superior—. No te presiones. Estoy segura de que mi paciencia será recompensada cuando el tiempo correcto llegue, y si hay algo que sé hacer… es esperar.

Sus manos bajaron por la espalda delgada de Sayaka para cruzarse allí. Apoyó la mejilla en su hombro con una sonrisa tenue. Sayaka la miraba de reojo. Kirari no dejaba de mostrarse melosa desde el día de ayer. Le derretía el corazón, por no decir que se lo estrujaba hasta no dejar nada de él.

«No es justo… Todo en ella me puede»

—Presidenta… —Le devolvió el abrazo nutriéndose del aroma a durazno que desprendía. Como siempre, la atontaba—… amo su perfume, me vuelve loca. —En un acto de valentía, besó su cuello.

Kirari entornó los párpados al sentir esos labios carnosos cerrarse lentamente sobre la piel. Solo ese simple tacto bastaba para que su pecho empezara a cosquillear de la emoción.

—Hm… No se compara con tu dulce aroma, Sayaka.

—No es así… Présteme su perfume.

—No…, por favor no tapes tu aroma. Me da vida todos los días.

Sayaka soltó una risita en su cuello.

—Presidenta, ¿le puedo pedir un favor?

—Lo que quieras. —Kirari ya no parecía estar prestando mucha atención, más bien su atención estaba centrada en la sensación excitante de tener a su secretaria hablándole al oído, de sus manos yendo y viniendo lentas por la espalda, imprimiéndole calor en cada arrastre. Era increíble cómo esa chica le doblegaba la voluntad a su antojo, pero más le sorprendía lo rápido que la, ejem, calentaba. Tenerla cerca era igual a beber un afrodisíaco.

«Ah… Si seguimos así voy a perderme de nuevo»

Y mientras ella se lamentaba, Sayaka realizaba su petición acariciándole la nuca descubierta, una debilidad en Kirari. Era extremadamente sensible allí, pero su secretaria no lo sabía.

—No me mienta más, por favor. Ni aunque sea una mentira pequeña. Prométalo.

—Lo prometo.

Sayaka salió de su cuello para verla con los ojos achinados. La respuesta fue sospechosamente rápida, la cara de enamoradiza de Kirari no le daba mucha confianza tampoco.

—¿En serio?

—En serio... —Kirari se inclinaba a su rostro, la acercaba por la cadera. No pudiendo más con la necesidad que tenía de besarla, empujó su boca, sellando así la promesa.

Sayaka se terminó de aflojar al sentir su exquisito sabor invadiéndola. No pudo resistirse al contacto. Cruzó los brazos detrás de su cuello mientras ambas bocas se movían armoniosas, explorándose entre juegos de lenguas. La respiración de Kirari chocaba caliente contra su piel. Con una mano la impulsaba más a sus labios, con la otra subía y bajaba por la cadera, luego le rodeaba la espalda baja. Sayaka apretaba los ojos haciendo todo lo posible para reprimir la voz. Esas solas caricias la revolvían por dentro. Le inquietaba un poquito que las mismas estuviesen aumentando de nivel, dado que la presidenta no se estaba conteniendo de subir una mano por su muslo debajo de la falda. Lo acariciaba de una forma incitante que le hacía estremecerse. ¿Había dicho que su especialidad era esperar? Debió haber aclarado cuántos minutos era capaz de esperar, porque no habían pasado ni cinco.

—Um, presidenta…

Antes de que tuviera la oportunidad de quejarse, Kirari se despegó de sus labios y levantó el índice con una sonrisa diplomática.

—Ah, olvidé mencionarlo. También desaprobé Química, tendremos que estudiar juntas de nuevo. ¿Mi casa o la tuya?

—¡Presidenta!

Y al final fue la suya.

Sayaka, ese día, se recibió de docente con honores a pesar de no haber elegido tal carrera. Una huella más al currículum no le hace daño, fue lo último que pensó antes de caer rendida ante la presidenta.

Fin


Si llegaron hasta acá, ¡muchas gracias por tomarse el tiempo de leer! Paso a responder los comentarios :)

Anonymus Enigmatico: Holaaa! ¿Todo bien? Aparezco para responder super tarde jajaja ¡Mil gracias por leer esta bizarreada que se me ocurrió! Respecto al fic de Almas, voy actualizando moooy despacito. Este año se me complicaron los tiempos. Como es una historia larga, a veces me cuesta encontrar tiempo para escribir, y prefiero no hacerlo a las apuradas porque eso decantaría en cagarla, más ahora que estamos cerca del final. Pero no te preocupes que jamás voy a abandonar la historia! Voy a tratar de actualizar más seguido. ¡Espero que estés bien y nos leémos por ahí! Besos!

Elizabeth Miranda1: Bueenas! ¿Todo bien? Espero que sí. Qué bueno que las historias te estén gustando, ¡muchas gracias por leer y comentar! Hago todo lo posible para que tanto Kirari como Sayaka no se salgan de papel, así que es toda una alegría que lo hayas notado. El esfuerzo dio frutos :') ¡Espero que andes bien y nos leémos en la próxima! Besos!

Juds93: Holii, ¿todo bien? ¡Muchas gracias por pasarte! Estuve viendo que comentaste varias de mis historias. Solo puedo decirte que ¡GRACIAS! Siempre es lindo saber que hay gente ahí afuera que te apoya y además se toma el tiempo de comentar. El tiempo es oro, es todo lo que tenemos, así que saber que te lo dedican me llena de gratitud. De verdad, muchas gracias por el apoyo en todas las historias que hice hasta ahora :'D Veo que también te pasaste por las viejitas, disculpá por los errores de narración que te habrás tenido que comer leyendo esos fics jajaja Era más chica cuando los escribí, pero igual son mi tesoro. Todos fueron hechas con amor :) ¡Espero seguir leyéndote por acá y que andes bien! Besos!

Dicho todo, los espero en la próxima locura que se me ocurra. ¡Se me cuidan!