Capítulo 48

Sofonisba se encapuchó al salir de aquella taberna de mala muerte en un pueblo a pocos kilómetros de Roma, donde había tenido una breve reunión con Zorro, el líder de los ladrones de la ciudad eterna.

La mujer caminó en la oscuridad de aquella noche ventosa, poniendo rumbo al pequeño establo donde descansaba su caballo, dispuesta a volver a la ciudad donde sus hombres y los venecianos se escondían desde la noche anterior, esperando la llegada del resto de asesinos desde Florencia.

Mientras desataba las riendas del poste de madera, la genovesa se giró veloz ante la presencia de alguien tras ella. Miró al extraño a los ojos con seriedad, llevando la mano diestra a la empuñadura de su espada. El hombre habló, alzando las manos en son de paz.

-Mi nombre es Lucca, asesino de Florencia. Trabajo en la villa de Ezio en Monteriggioni -Agregó, mostrándole la marca de la quemadura de entrada en la orden en su dedo-. Envía esto para vosotros. He de irme.

La castaña asintió con solemnidad mientras tomaba la nota plegada, vislumbrando como el joven salía por la parte trasera del lugar, cerciorándose de que nadie los había visto. Sin más dilación, leyó el brevísimo contenido de puño y letra del maestro florentino, pidiéndole cautela y vigilancia de los chinos ante sus sospechas de que algo tramaban.

Una inhalación profunda resonó, mezclándose con el sonido de los pocos animales allí presentes. Sofonisba guardó el papel en su zurrón tras doblarlo, poniéndose en marcha rápido para volver con el resto, meditando aquellas palabras leídas. Aquellas sospechas habían rondado su mente en algún que otro momento también, y que Ezio pensara así no auguraba nada bueno.

Tras algo más de una hora, la líder genovesa llegó al burgo donde se hospedaban antes de la batalla. Aquel pequeño núcleo de población pertenecía a un marqués aliado de la hermandad, por lo que no habían tenido problemas de alojarse entre las casas y propiedades de los campesinos, premiados con un buen porcentaje añadida a su jornal.

Sofonisba entró en el silencioso palacete del pueblo donde muchos de ellos dormían, poniendo rumbo hacia la segunda planta, con sigilo para no despertar a nadie.

Con suavidad entró en el dormitorio que compartía con Rosa, encontrando a la débil luz de las brasas de la chimenea a la mujer dormida en la gran cama de la sala.

Sin pensarlo mucho, la genovesa se sentó a su lado, comenzando a nombrarla en susurros para hacerla despertar. Aquello no tardó en suceder, y la morena se incorporó entre una palpable incertidumbre.

-¿Qué está pasando? ¿Algo va mal?

-Lo cierto es que sí. Uno de los hombres de Ezio me ha dado esto en la aldea donde me reuní con Zorro. No somos las únicas que han visto cosas raras.

Sofonisba le pasó el papel, dejando que leyera a ceño fruncido las breves palabras, las cuales hicieron que Rosa se espabilara pronto, tomando la palabra.

-Desde que llegó ese último hombre ha empezado todo lo raro. ¿Qué será ahora el traductor para que la estrategia de la batalla esté clara? Pero si ya está esa chica, Gao… Sabe lo suficiente. No sé qué habrá pasado en la reunión entre maestros, pero conociendo a Ezio, si manda esto con tal premura, teme que haya sorpresas por parte de los chinos en la batalla o algo así.

La genovesa se levantó mientras escuchaba a la veneciana, volviendo al tomar la nota para acercarse a la chimenea y arrojarla dentro. Contempló como las brasas quemaban el papel, y entonces habló seriamente, mirando a Rosa.

-Esto debe permanecer bajo estricto secreto, para adelantarnos si realmente planean algo contra nosotros. Encargaré a Mario que vigile a los chinos. Es un aprendiz realmente, pero muy bueno; no creo que sospechen de él teniendo en cuenta lo clasistas que son. Seguiremos el plan tal y como lo establecimos ayer, saliendo para Roma pasado mañana al alba, y así llegar a tiempo a encontrarnos con el resto de asesinos en el campo de Marte.

-¿Sugieres entonces que no hagamos nada? ¿Aviso a alguien de los míos? -Añadió Rosa, confusa, observando como su compañera tomaba aire, soltándolo con resignación.

-No podemos hacer nada más, no sin pruebas. Alerta a tu gente de mayor confianza. Si al menos pretenden tendernos una trampa, que podamos reaccionar y mandarlos al infierno. Tú y yo nos ocuparemos de actuar sobre el terreno si las cosas no salen bien. Debemos como sea acabar con Mendoza; esa es la prioridad.

Rosa asintió lentamente, dándole la razón con una mirada solemne, que no obstante dejaba entrever el miedo que toda aquella incertidumbre y problemas de última hora traían.


Mario había salido al pueblo después de la comida y la última reunión antes de la marcha hacia Roma al día siguiente.

Algo raro estaba pasando con los extranjeros, puesto que la única asesina asiática no había bajado de su cuarto en todo el día. El líder del grupo había mencionado ante la pregunta de Sofonisba por su paradero, que no se encontraba bien y necesitaba descansar. A la mujer genovesa sólo le hizo falta un cruce de miradas con el joven para que este entendiera qué debía hacer.

Gao no estaba en el cuarto. De hecho, no había dado con la chica en ninguno de los lugares donde se hospedaban los asesinos dentro de aquella aldea. Desde luego, las cosas no pintaban nada bien.

Mario tampoco había tenido suerte hablando con los campesinos, puesto que nadie había visto a la muchacha, o algo raro de parte de los chinos; se encontraba sin pistas de las que tirar para saber dónde encontrarla, así pues, tras explorar el interior del burgo, se encaminó fuera de las murallas.

Caminó ágil por el camino de tierra mientras de vez en cuando se cercioraba de no ser vigilado, hasta que unas marcas en la arena del lugar llamaron su atención. Eran signos de arrastre, y no marcas de ruedas o animales. Poniéndose alerta, caminó siguiendo el rastro hasta perderlo por los arbustos y maleza.

Pronto divisó el pequeño río que transcurría por la comarca, y sus ojos se abrieron de golpe ante la sorpresa de ver en la ribera a la asiática allí tirada. Sin dilación corrió hasta la mujer, arrodillándose mientras buscaba pulso en su frágil cuello tras comprobar que había sido apuñalada en el estómago.

-¡Gao, Gao! -Alzó la voz al comprobar que aún su corazón latía, aunque débilmente.

Ante la nula reacción de la asiática, el joven maldijo por lo bajo y trató de presionar sobre su herida sangrante directamente con las manos. Consiguió gracias al dolor de aquello que la morena reaccionara, tosiendo sangre con debilidad.

-¡Gao! ¿Quién te hizo esto? ¿Qué ha pasado? Deng dijo que no te encontrabas bien y encubrió tu ausencia. -Habló rápido, contemplando con horror como ella luchaba por poder hablar, lográndolo tras un enorme esfuerzo.

-Os traicionarán. Deng vino para liderar la traición. Han salido a avisar a Mendoza; su posibilidad de huida a cambio de negociar con repartirse los fragmentos.

Mario cambió radicalmente su semblante cuando la adrenalina lo invadió, y pensó unos instantes qué hacer, acto seguido. No obstante, mientras trataba de vendar la zona herida de la compañera, esta comenzó a toser con violencia, vaticinando la llegada de la muerte.

El hombre, nervioso, intentó ayudarla mientras elevaba su cabeza para evitar que se ahogara, sin ser consciente de que alguien se aproximaba sigilosa y rápidamente. El extraño rajó su garganta por su espalda, en un movimiento seco y sin remordimientos, haciendo que cayera sobre el cuerpo de la mujer china muy poco después.

El asesino asiático guardó su cuchillo, mirando a su alrededor antes de agacharse para cerciorarse de la muerte de ambos jóvenes, pasando después a preparar sus cuerpos para que el río se los llevara y se hundieran.


-Adelante. -Alzó la voz Sofonisba, cediendo el paso a una de las asesinas de su grupo. La mujer cerró la puerta, avanzando hacia la mesa dónde Rosa y su líder observaban unos mapas.

-Mario no aparece; he buscado por todas partes.

-Gracias, Zanetta. Yo me ocupo.

La subordinada asintió levemente, saliendo poco después. Un breve silencio recorrió la estancia, hasta que Rosa habló con energía.

-Le han hecho algo, como a esa chica. Estoy segura. ¿Qué narices está pasando aquí?

-Pienso averiguarlo ahora mismo. Este pueblo es muy pequeño, y esa gente no pasa desapercibida. Alguien debe haber visto algo. Volveré cuando tenga respuestas, Rosa.

La morena contempló como la castaña tomaba su capa de la silla, saliendo rauda de la sala, con una visible rabia invadiéndola.

Sofonisba anduvo por las calles, ya sumidas en la oscuridad y el silencio, dirigiéndose a una de las casas humildes de la población. Llamó con los nudillos de forma ansiosa, siendo abierta por una mujer casi anciana a la cual conocía por ser la más cercana al marqués del lugar.

-¿En qué puedo ayudarla, señora? -Preguntó con humildad, y un deje de miedo.

-Necesito saber qué ha pasado con dos asesinos. Han desaparecido hoy. Una de las extranjeras, y uno de mis hombres, un chico llamado Mario. ¿Alguno de los campesinos ha visto algo raro? ¿algún desconocido? ¿alguno de los orientales por ahí haciendo algo raro?

-Con los que he coincidido hoy no han dicho nada, señora. Puedo preguntar, reunir a todos si lo desea.

-Yo sí he visto algo hoy. -Intervino un adolescente, el cual entró en el salón desde una de las habitaciones desde las que espiaba.

-¿Qué? No te dejes ningún detalle, chico. -Agregó rápidamente Sofonisba, mirando al joven de ojos oscuros.

-Esta mañana, al amanecer, cuando iba al establo a empezar la jornada vi a uno de esos extranjeros hablar con uno de los hijos de la costurera del marqués. Le dio una nota, y justo hace como una hora el chico salió del pueblo en un carro.

Sofonisba cambió el gesto, mostrándose con gran velocidad enfadada. Sin perder un segundo giró sobre sus talones, despidiéndose con premura para abandonar la casa casi con un portazo.

Nos vamos acercando al final ¡Gracias a todo el que lea!