77. CONFIANZA
Un peligro al desplegar un arma tan potente será el estímulo potencial de aquellos que exploran el vínculo Nahel. Hay que tener cuidado para evitar colocar a estos sujetos en situaciones de mucha tensión a menos que aceptes las consecuencias de su potencial Investidura.
Del Diagrama, tabla del suelo 27, párrafo 6
Como un río desembalsado de repente, los cuatro ejércitos se desparramaron por las mesetas. Lexa observaba desde su caballo, impresionada, ansiosa. Su pequeña aportación al convoy consistía en Vathah y sus soldados junto con Marri, su doncella. Monty, para variar, no había llegado todavía, y Vathah decía que no sabía dónde estaba. Tal vez tendría que haber indagado más en la naturaleza de sus deudas. Había estado demasiado ocupada con otras cosas… tormentas, si el hombre desaparecía, ¿cómo se sentiría al respecto?
Tendría que tratar con eso más tarde. Hoy era parte de algo enormemente importante: una historia que había comenzado con la primera expedición de casa de Gavilar y Bellamy a las Montañas Irreclamadas hacía años. Solo faltaba el capítulo final, la misión descubriría la verdad y decidiría el futuro de las Llanuras Quebradas, los parshendi y quizá de la misma Alezkar. Espoleó a su montura, ansiosa. La jaca empezó a andar, tranquila a pesar de la impaciencia de Lexa.
Animal de las tormentas.
Clarke trotaba a su lado, montado en Sangre Segura. El hermoso animal era blanco puro, no gris polvoriento, como algunos caballos que ella había visto, sino blanco de verdad. Que Clarke tuviera el caballo más grande era claramente injusto. Ella era más bajita, así que debería ir en el caballo más alto.
—Me has dado a propósito un caballo lento —se quejó—, ¿verdad?
—Pues claro.
—Te abofetearía. Si pudiera llegar ahí arriba.
Clarke se echó a reír.
—Dijiste que no tenías mucha experiencia cabalgando, así que escogí un caballo que tuviera experiencia de sobra siendo cabalgado. Confía en mí, me lo agradecerás.
—¡Quiero cabalgar un caballo majestuoso cuando comencemos nuestra expedición!
—Y puedes hacerlo.
—Despacio.
—Técnicamente, ir despacio puede ser muy majestuoso.
—Técnicamente —dijo ella—, una mujer no necesita todos los dedos del pie. ¿Te quitamos unos cuantos y lo demostramos?
Clarke se rio.
—Mientras no me estropees la cara, no me importa.
—No seas ridícula. Me gusta tu cara.
Clarke sonrió, el yelmo de la armadura esquirlada colgaba de su silla para no estropearse el pelo. Ella esperó que añadiera un comentario al suyo, pero no lo hizo. No importaba. Le gustaba Clarke tal como era. Amable, noble y auténtica. No importaba que no fuera especialmente inteligente ni… lo que quiera que fuese Raven. Ni siquiera podía definirlo. Así que bastaba.
«Apasionada, con una determinación intensa y ardiente. Una furia contenida que utilizó porque la había dominado. Y cierta arrogancia tentadora. No el orgullo altivo de los altos señores. Sino la segura y estable sensación de determinación que susurraba que no importaba quién fueras, o lo que hicieras, que no podrías hacerle daño. No podrías cambiarla.
»Era. Como eran el viento y las rocas».
Lexa no llegó a oír lo que dijo Clarke a continuación. Se ruborizó.
—¿Qué has dicho?
—He dicho que Sebarial tiene un carruaje. Puede que quieras viajar con él.
—¿Porque soy demasiado delicada para cabalgar? —dijo Lexa—. ¿No te has enterado que volví caminando a través de los abismos en mitad de una alta tormenta?
—Hum, ya. Pero caminar y cabalgar son diferentes. Quiero decir, el dolor…
—¿Dolor? —preguntó Lexa—. ¿Por qué iba a estar dolorida? ¿No hace el caballo todo el trabajo?
Clarke la miró, abriendo mucho los ojos.
—Hum —dijo ella—. ¿Pregunta tonta?
—Dijiste que habías cabalgado antes.
—Ponis de los establos de mi padre. En círculo… Muy bien, por esa expresión tuya, me inclino a pensar que estoy siendo idiota. Cuando me sienta dolorida, me iré al carruaje con Sebarial.
—Antes de que te sientas dolorida —dijo Clarke—. Pongamos dentro de una hora.
Por molesta que estuviera con Clarke por esta situación inesperada, no podía negarle su experiencia. Anya había definido una vez al necio como la persona que ignora la información porque no está de acuerdo con los resultados que desea. Decidió no molestarse y disfrutar en cambio de la experiencia del viaje. El ejército en conjunto se movía muy despacio, considerando que cada pieza parecía ser muy eficaz. Los lanceros en bloque, las escribas a caballo, los exploradores por delante. Bellamy tenía seis enormes puentes mecánicos, pero también había traído a todos los antiguos hombres de los puentes y sus estructuras más sencillas, que transportaban a hombros, diseñadas como copias de las que habían dejado en el campamento de Sadeas. Eso estaba bien, ya que Sebarial solo tenía un par de cuadrillas. Se permitió un momento de satisfacción personal por el hecho de que Sebarial hubiera participado en la expedición. Mientras pensaba en eso, advirtió que alguien corría por la fila de soldados que tenía detrás. Un hombre bajo, con un parche en el ojo, que atrajo miradas de los guardias de Clarke.
—¿Monty? —dijo Lexa con alivio mientras se acercaba corriendo, con un paquete bajo el brazo. Sus temores de que lo hubieran apuñalado en un callejón en alguna parte eran infundados.
—Lo siento, lo siento —dijo—. Ha llegado. Le debes al mercader dos broams de zafiro, brillante.
—¿Ha llegado? —preguntó Lexa, aceptando el paquete.
—Sí. Me pediste que te encontrara uno. Lo hice, tormentas. —Parecía orgulloso de sí mismo.
Ella desenvolvió la tela que rodeaba el objeto rectangular y encontró un libro dentro. Palabras radiantes, decía la cubierta. Los lados estaban gastados, y las páginas ajadas: en la parte superior incluso había una mancha de tinta derramada en algún momento del pasado. Rara vez se había sentido tan contenta por recibir algo tan dañado.
—¡Monty! —exclamó—. ¡Eres maravilloso!
Él sonrió, dirigiendo a Vathah una expresión triunfal. El otro hombre puso los ojos en blanco y murmuró algo que Lexa no alcanzó a oír.
—Gracias —dijo Lexa—. Gracias de verdad, Monty.
A medida que pasaba el tiempo y un día llevaba a otro, Lexa encontró cada vez más agradable la distracción que le proporcionaba el libro. Los ejércitos avanzaban con la rapidez de chulls dormidos, y el paisaje era bastante aburrido, aunque nunca lo admitiría ante Raven o Clarke, considerando lo que les había dicho la última vez que estuvo aquí. Sin embargo, el libro… El libro era maravilloso. Y frustrante.
«Pero ¿qué era la "maldad eminente" que llevó a la Traición?»., pensó, escribiendo la acotación en su cuaderno. Era el segundo día de incursión en las Llanuras, y había accedido a viajar en el carruaje que Clarke le había proporcionado; sola, aunque a Clarke le extrañó que no quisiera la compañía de su doncella. Lexa no quería tener que explicarle lo que era Patrón a la muchacha.
El libro dedicaba un capítulo a cada orden de los Caballeros Radiantes, hablando de sus tradiciones, sus habilidades y sus actitudes. La autora admitía que gran parte eran habladurías: el libro había sido escrito doscientos años después de la Traición, y para entonces los hechos, las leyendas y las supersticiones se habían mezclado a placer. Además, estaba en un antiguo dialecto del alezi, usando protoescritura, una precursora de la escritura de las mujeres de hoy en día. Se pasó gran parte del tiempo averiguando significados, recurriendo en ocasiones a alguna de las eruditas de Echo para que le proporcionara definiciones o interpretaciones. Con todo, había aprendido mucho. Por ejemplo, cada orden tenía distintos Ideales, o normas, para determinar su mejora. Algunos eran concretos, otros quedaban a la interpretación de los spren. Además, algunas órdenes eran individualistas, mientras que otras (como los Corredores del Viento) funcionaban en equipo, con una jerarquía específica. Se echó hacia atrás en su asiento, pensando en los poderes descritos. ¿Aparecerían entonces los otros? ¿Cómo habían hecho Anya y ella? Hombres que podían revolotear elegantemente sobre el suelo como si no pesaran nada, mujeres que podían fundir la piedra al contacto. Patrón había ofrecido algunos comentarios útiles, pero la mayoría eran para decirle lo que probablemente era real, y qué era un error del libro, escrito de oídas. Su memoria era irregular, pero mejoraba, y oír lo que decía el libro a menudo le hacía recordar más.
En ese instante, zumbaba en el asiento junto a ella, satisfecho. El carruaje se sacudió (el camino era áspero), pero al menos allí dentro podía leer y consultar otros libros al mismo tiempo. A caballo, habría sido prácticamente imposible. Sin embargo, se sentía encerrada. «No todo el mundo que pretende cuidar de ti está intentando hacer lo que hizo tu padre», se dijo con firmeza.
El dolor del que Clarke le había avisado no había llegado a manifestarse, claro. Al principio, sintió un poco de malestar en los muslos de sujetarse en la silla, pero la luz tormentosa lo hizo desaparecer.
—Mmm —dijo Patrón, subiéndose a la puerta del carruaje—. Ahí viene.
Lexa se asomó a la ventanilla y sintió una gota de agua chispear contra su cara. La roca se oscureció a medida que la lluvia la cubría. Pronto el aire se llenó de una llovizna firme, ligera y agradable. Aunque más fría le recordó a algunos de los aguaceros de Jah Keved. Allí, en las tierras de tormenta, parecía que la lluvia rara vez era tan suave. Corrió las persianas y se sentó en el centro del asiento para que la lluvia no la alcanzara. Pronto descubrió que el agradable sonido del agua apagaba las voces de los soldados y el monótono sonido de los pies en marcha, convirtiéndose en un grato acompañamiento a la lectura. Un párrafo llamó su atención, y por eso sacó su boceto de las Llanuras Quebradas y sus mapas antiguos de Sedetormenta.
«Tengo que descubrir cómo se relacionan estos mapas —pensó—. Múltiples puntos de referencia, preferiblemente». Si pudiera identificar dos lugares de las Llanuras Quebradas que encajaran con puntos del mapa que tenía de Sedetormenta, podría juzgar el tamaño que esta había tenido (el viejo mapa no tenía escala) y luego superponerlo sobre el mapa de las Llanuras Quebradas. Eso le daría algo de contexto.
Lo que realmente le llamaba la atención era la Puerta Jurada. En el mapa de Sedetormenta, Anya creía que estaba representado por un disco redondo, como un estrado, en la zona suroccidental de la ciudad. ¿Había una puerta en aquel estrado? ¿Un portal mágico a Urithiru? ¿Cómo lo manejaba uno de los caballeros?
—Mmm —dijo Patrón.
El carruaje empezó a frenar. Lexa frunció el ceño y se inclinó hacia la puerta, con intención de asomarse a la ventanilla. Sin embargo, la puerta se abrió, para descubrir a la alta dama Echo en el exterior. El mismísimo Bellamy le sostenía un paraguas.
—¿Te importa que te haga compañía? —preguntó Echo.
—En absoluto, brillante —dijo Lexa, disponiéndose a recoger sus papeles y libros, que había esparcido por todos los asientos.
Echo le dio una afectuosa palmadita a Bellamy en el brazo, subió luego al carruaje y usó una toalla para secarse los pies y las piernas. Se sentó en cuanto Bellamy cerró la puerta. Se pusieron de nuevo en marcha, y Lexa revolvió nerviosa sus papeles. ¿Cuál era su relación con Echo? Era tía de Clarke, pero mantenía una relación romántica con su padre. Así que era una especie de futura suegra suya, aunque según la tradición vorin Bellamy nunca podría casarse con ella.
Durante semanas, Lexa había intentado que esta mujer la escuchara, sin éxito. Pero ya parecía que le había perdonado haber traído la noticia de la muerte de Anya. ¿Significaba eso que Echo… la apreciaba?
—Bueno —dijo, sintiéndose incómoda—, ¿te ha exiliado Bellamy al carruaje para que no acabes dolorida, como Clarke hizo conmigo?
—¿Dolorida? Cielos, no. Si alguien debiera ir en el carruaje es Bellamy. Cuando haya que combatir, lo necesitaremos descansado y preparado. He venido porque resulta muy difícil leer a caballo mientras llueve.
—Oh. —Lexa se agitó en su asiento.
Echo la estudió. Finalmente, dejó escapar un suspiro.
—He estado ignorando cosas que no debería —dijo—. Porque me causan dolor.
—Lo siento.
—No tienes nada de lo que disculparte. —Echo extendió la mano hacia Lexa—. ¿Puedo?
Lexa miró las notas, diagramas y mapas. Vaciló.
—Estás dedicada a un trabajo que obviamente consideras muy importante —dijo Echo amablemente—. ¿La ciudad que estaba buscando Anya, según las notas que me enviaste? Tal vez pueda ayudarte a interpretar las intenciones de mi hija.
¿Había algo en estas páginas que incriminara a Lexa y descubriera sus poderes? ¿Sus actividades como Velo?
Le pareció que no. Había estado estudiando a los Caballeros Radiantes como parte de ello, pero buscaba su centro de poder, así que eso tenía sentido. Vacilante, le entregó los papeles. Echo los hojeó, leyendo a la luz de las esferas.
—La organización de estas notas es… interesante.
Lexa se ruborizó. La organización tenía sentido para ella. Mientras Echo continuaba revisando las notas, Lexa descubrió que se sentía extrañamente ansiosa. Quería la ayuda de Echo, casi la había suplicado. En cambio en ese momento no podía dejar de pensar que esa mujer era una intrusa. Esto era su proyecto, su deber y su misión. Ya que al parecer Echo había superado su pena, ¿insistiría en hacerse cargo por completo?
—Piensas como una artista —dijo Echo—. Lo veo por la manera en que colocas tus notas. Bueno, supongo que no puedo esperar que todo lo que haces se anote exactamente como yo querría. ¿Un portal mágico a otra ciudad? ¿Anya creía de verdad en esto?
—Sí.
—Hum —dijo Echo—. Entonces probablemente será cierto. Esa chica nunca tuvo la decencia de equivocarse una cantidad apropiada de veces.
Lexa asintió, mirando las notas ansiosa.
—Oh, no seas tan quisquillosa. No voy a robarte el proyecto.
—¿Tan transparente soy? —preguntó Lexa.
—Obviamente, esta investigación es muy importante para ti. Deduzco que Anya te convenció de que el destino del mundo depende de las respuestas que encuentres, ¿no es así?
—Así es.
—Condenación —dijo Echo, pasando a la página siguiente—. No tendría que haberte ignorado. Fui mezquina.
—Fue la acción de una madre dolida.
—Las eruditas no tienen tiempo para esas tonterías. —Echo parpadeó, y Lexa vio una lágrima en los ojos de la mujer.
—Sigues siendo humana —dijo, extendiendo la mano y colocándola sobre la rodilla de la mujer—. No todos podemos ser trozos de roca sin emoción como Anya.
Echo sonrió.
—A veces tenía la empatía de un cadáver, ¿verdad?
—Pasa por ser demasiado inteligente —dijo Lexa—. Ves a todos los demás como idiotas que intentan ponerse a tu altura.
—Chana sabe la de veces que me he preguntado cómo eduqué a esa niña sin estrangularla. A los seis años, señalaba mis falacias lógicas cuando intentaba que se fuera a la cama a su hora.
Lexa sonrió.
—Yo siempre di por hecho que nació con treinta años.
—Oh, nació. Solo que su cuerpo tardó treinta y tantos en alcanzarla. —Echo sonrió—. No te quitaré el proyecto, pero tampoco debería permitir que hagas algo tan importante tú sola. Quiero colaborar. Resolver los acertijos que la cautivaron… será como tenerla de nuevo. Mi pequeña Anya, insoportable y maravillosa.
Qué extraño era imaginar a Anya como niña abrazada por su madre.
—Sería un honor contar con tu ayuda, brillante Echo.
Echo alzó la página.
—Estás intentando solapar Sedetormenta con las Llanuras Quebradas. No funcionará a menos que tengas un punto de referencia.
—A ser posible, dos —dijo Lexa.
—Han pasado siglos desde la caída de la ciudad. Fue destruida durante la misma Aharietiam, creo. Vamos a tener difícil encontrar pistas aquí, aunque tu lista de descripciones ayudará. —Marcó los papeles con un dedo—. Esta no es mi especialidad, pero tengo varias arqueólogas entre las escribas de Bellamy. Debería enseñarles estas páginas.
Lexa asintió.
—Habría que hacer copias —dijo Echo—. No quiero perder los originales con toda esta lluvia. Podría poner a las escribas a trabajar en ello esta misma noche, después de que acampemos.
—Como desees.
Echo la miró, luego frunció el ceño.
—Es decisión tuya.
—¿Lo dices en serio?
—Completamente. Considérame un recurso adicional.
«Muy bien, pues».
—Sí, que hagan copias —dijo Lexa, rebuscando en su zurrón—. Y copias de esto también… es mi intento de recrear uno de los murales del muro exterior del templo a Chanaranach en Sedetormenta. Daba a sotavento, y supuestamente estaba a la sombra, así que puede que encontremos pistas.
»Necesito también una topógrafa que mida cada meseta que crucemos, cuando ya nos hayamos internado en ella. Puedo dibujarlas, pero mi razonamiento espacial puede no ser exacto. Quiero los tamaños exactos para que el mapa sea más preciso. Necesitaré guardias y escribas que cabalguen conmigo por delante del ejército para visitar las mesetas paralelas a nuestro rumbo. Nos ayudaría mucho que pudieras convencer a Bellamy para que lo permita.
»Me gustaría un equipo para estudiar las acotaciones que hay en esa página debajo del mapa. Hablan de métodos para abrir la Puerta Jurada, que se supone que era el deber de los Caballeros Radiantes. Ojalá podamos descubrir otro método. También, avisa a Bellamy de que intentaremos abrir el portal si lo encontramos. No espero que haya nada peligroso al otro lado, pero sin duda él querrá enviar soldados primero.
Echo alzó una ceja.
—Veo que has pensado bastante en el tema.
Lexa asintió, ruborizándose.
—Me encargaré de que se haga —dijo Echo—. Yo misma encabezaré el equipo de investigación que estudie esas notas que mencionas. —Vaciló—. ¿Sabes por qué Anya consideraba que esta ciudad, Urithiru, era tan importante?
—Porque era la sede de los Caballeros Radiantes, y esperaba encontrar allí información sobre ellos… y sobre los Portadores del Vacío.
—Así que era como Bellamy —dijo Echo—. Intentaba traer de vuelta poderes que, quizá, deberíamos dejar en paz.
Lexa sintió una súbita punzada de ansiedad. «Tengo que decirlo. Tengo que decir algo».
—No intentaba. Lo consiguió.
—¿Lo consiguió?
Lexa inspiró profundamente.
—No sé qué dijo respecto al origen de su moldeador de almas, pero la verdad es que era falsa. Anya podía moldear almas por su cuenta, sin ningún fabrial. La vi hacerlo. Conocía secretos del pasado, secretos que no creo que conozca nadie más. Brillante Echo… tu hija era uno de los Caballeros Radiantes. O estaba más cerca de serlo de lo que el mundo iba a volver a tener.
Echo alzó una ceja, claramente escéptica.
—Juro que es verdad —dijo Lexa—, por el décimo nombre del Todopoderoso.
—Eso es preocupante. Se supone que Radiantes, Heraldos y Portadores del Vacío desaparecieron por igual. Ganamos esa guerra.
—Lo sé.
—Tendré que trabajar en esto —dijo Echo, mientras llamaba con los nudillos al conductor del carruaje para que detuviera el vehículo.
El Llanto comenzó.
Una continua muralla de lluvia. Raven podía oírla desde dentro de su habitación, como un susurro de fondo. Lluvia débil y miserable, sin la furia y la pasión de una alta tormenta auténtica. Yacía en la oscuridad, escuchando el golpeteo de la lluvia, sintiendo latirle la pierna. El aire húmedo y frío se colaba en la habitación, y Raven echó mano a las mantas que el intendente le había traído. Se enroscó y trató de dormir, pero después de haberlo hecho casi todo el día de ayer (el día en que partió el ejército de Bellamy) no pudo pegar ojo. Odiaba estar herida. Descansar en cama se suponía que no era para ella. Ya no.
«Syl…».
El Llanto era un mal momento para Raven. Días encerrado. Una penumbra perpetua en el cielo que parecía afectarle más que a los demás, dejándola letárgica y pasiva. Llamaron a la puerta. Raven levantó la cabeza en la oscuridad, luego se sentó y se acomodó en el banco que le hacía las veces de cama.
—Pasa —dijo.
La puerta se abrió y dejó entrar el sonido de la lluvia, como un millar de pisadas diminutas en desbandada. Muy poca luz acompañaba a los sonidos. El cielo nublado del Llanto sumía a la tierra en un crepúsculo perpetuo. Miller entró. Llevaba puesta su armadura esquirlada, como siempre.
—Tormentas, Rav. ¿Estabas dormida? ¡Lo siento!
—No, estaba despierta.
—¿A oscuras?
Raven se encogió de hombros. Miller cerró la puerta con pestillo tras él, pero se quitó el guantelete y se lo colgó de un gancho en la cintura de su armadura esquirlada. Rebuscó bajo un pliegue en el metal y sacó unas cuantas esferas para iluminarse. A estas alturas, riquezas que antes habrían parecido increíbles a los hombres del puente no eran más que calderilla para Miller.
—¿No se supone que tenías que estar protegiendo al rey? —preguntó Raven.
—Voy y vengo —dijo Miller, ansioso—. Nos han destinado a los cinco guardias a sus aposentos. ¡En el mismísimo palacio! Raven, es perfecto.
—¿Cuándo? —preguntó Raven en voz baja.
—No queremos estropear la expedición de Bellamy, así que vamos a esperar a que esté lejos y no pueda volver cuando le llegue la noticia. Es mejor para Alezkar que tenga éxito y derrote a los parshendi. Regresará siendo un héroe… y rey.
Raven asintió, sintiéndose asqueada.
—Lo tenemos todo planeado —dijo Miller—. Daremos la voz de alarma de que han visto a la Asesina de Blanco en el palacio. Entonces haremos lo que se hizo la última vez: enviar a todos los sirvientes a sus habitaciones, para que se oculten allí. No habrá nadie que vea lo que hagamos, nadie resultará herido, y todos creerán que la asesina shin estaba detrás de esto. ¡No podríamos haber pedido que saliera mejor! Y tú no tendrás que hacer nada, Rav. Graves dice que no necesitaremos tu ayuda después de todo.
—Entonces ¿por qué has venido? —preguntó Raven.
—Solo quería ver cómo estabas —dijo Miller. Dio un paso para acercarse—. ¿Es verdad lo que dice Nyko? ¿Sobre tus… habilidades?
Herdaziano de las tormentas. Nyko se había quedado atrás, junto con Macallan y Pike, para encargarse del barracón y cuidar de Raven. Al parecer, habían estado hablando con Miller.
—Sí —dijo Raven.
—¿Qué ha pasado?
—No estoy segura —mintió—. Ofendí a Syl. No la veo desde hace días. Sin ella, no puedo absorber luz tormentosa.
—Tendremos que arreglar eso de algún modo —dijo Miller—. Eso, o conseguirte una espada y una armadura esquirladas.
Raven miró a su amigo.
—Creo que se marchó por el complot para matar al rey, Miller. Creo que un Radiante no debería estar implicado en una cosa así.
—¿No debería un Radiante preocuparse de hacer lo que es correcto? ¿Aunque signifique tomar una decisión difícil?
—A veces hay que sacrificar vidas por el bien común —dijo Raven.
—¡Sí, exactamente!
—Eso es lo que dijo Amaram. Referido a mis amigos, a quienes asesinó para encubrir sus secretos.
—Bueno, eso es diferente, obviamente. Es un ojos claros.
Raven miró a Miller, cuyos ojos se habían vuelto de un marrón tan claro como los de cualquier brillante señor. El mismo color que los de Amaram, de hecho.
—Tú también.
—Rav —dijo Miller—. Me preocupas. No digas esas cosas.
Raven desvió la mirada.
—El rey quería que te diera un mensaje —dijo Miller—. Es mi excusa para estar aquí. Quiere que vayas a hablar con él.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—No lo sé. Le ha estado dando al vino, ahora que Bellamy no se encuentra aquí. Y no al naranja, precisamente. Le diré que estás demasiado herida para ir.
Raven asintió.
—Rav —dijo Miller—. Podemos confiar en ti, ¿verdad? ¿No te lo estarás pensando?
—Tú mismo lo has dicho —respondió Raven—. No tengo que hacer nada. Solo he de mantenerme al margen.
¿Qué podría hacer, de todas formas? ¿Herida, sin spren?
Todo estaba decidido. Ya era demasiado tarde para detenerse.
—Magnífico —dijo Miller—. Cúrate, ¿vale?
Miller se marchó, dejando a Raven de nuevo a oscuras.
