80. COMBATIR LA LLUVIA

Tienes que convertirte en rey. De todo.

Del Diagrama, Principios de Instrucción, parte de atrás del pie de cama, párrafo 1

Lexa luchaba contra el viento, cerrándose el tabardo que le había robado a un soldado mientras se esforzaba por subir por la resbaladiza pendiente.

—¿Brillante? —preguntó Monty. Se agarró la gorra para impedir que saliera volando—. ¿Estás segura de querer hacer esto?

—Pues claro que sí —respondió Lexa—. Que lo que voy a hacer sea inteligente o no… bueno, eso ya es otra historia.

Estos vientos eran desacostumbrados para el Llanto, que se suponía que era un período de plácidas lluvias, un tiempo para pensar en el Todopoderoso, un respiro a las altas tormentas. Tal vez las cosas eran distintas en este territorio. Lexa continuó ascendiendo por las rocas. Las Llanuras Quebradas se volvían cada vez más accidentadas a medida que los ejércitos se internaban en ellas (estaban ya en el octavo día de expedición) siguiendo el mapa de Lexa, creado con la ayuda de Rlain, el antiguo hombre del puente. Llegó a lo alto de la formación rocosa y contempló el paisaje que habían descrito los exploradores. Vathah y Monty la alcanzaron, quejándose del frío entre murmullos. El corazón de las Llanuras Quebradas se extendía ante Lexa. Las mesetas interiores, no exploradas nunca por los hombres.

—Es aquí —dijo ella.

Monty se rascó junto al parche del ojo.

—¿Rocas?

—Sí, guardia Monty —dijo Lexa—. Rocas. Preciosas, maravillosas rocas.

En la distancia vio sombras envueltas en un velo de lluvia neblinosa. Visto en conjunto, resultaba inconfundible. Era una ciudad. Una ciudad cubierta de siglos de crem, como bloques infantiles cubiertos de muchas capas de cera fundida. Al ojo inexperto, indudablemente parecería igual que el resto de las Llanuras Quebradas. Pero era mucho, muchísimo más. Era una prueba. Incluso esta formación en la que Lexa se encontraba probablemente había sido un edificio. Erosionado por la parte asolada por las tormentas, cubierto de crem por la parte a sotavento para crear la bulbosa e irregular pendiente que habían escalado.

—¡Brillante!

Ella ignoró las voces de abajo y extendió la mano, impaciente, pidiendo el catalejo. Monty se lo tendió y ella inspeccionó las mesetas que tenía delante. Por desgracia, se había empañado por un lado. Trató de limpiarlo, mientras la lluvia la empapaba, pero el vaho estaba por dentro. Maldito aparato.

—¿Brillante? —preguntó Monty—. ¿No deberíamos, ah, escuchar lo que dicen allá abajo?

—Más parshendi alterados —dijo Lexa, alzando de nuevo el catalejo. ¿No debería la diseñadora del aparato haberlo construido para que se sellara por dentro, impidiendo entrar la humedad?

Monty y Vathah retrocedieron cuando varios miembros del Puente Cuatro llegaron a la cima de la pendiente.

—Brillante —dijo uno de los hombres—, el alto príncipe Bellamy ha retirado la vanguardia y ordenado un perímetro seguro en la meseta de atrás.

Era un hombre alto y guapo cuyos brazos parecían demasiado largos para su cuerpo. Lexa miró con insatisfacción las mesetas interiores.

—Brillante —continuó el hombre, reacio—, dijo que si no venías, enviaría a Clarke para que… hum… te llevara de vuelta sobre su hombro.

—Me gustaría verla haciéndolo —dijo Lexa. Parecía hasta romántico, el tipo de cosas que se leen en las novelas—. ¿Tanto le preocupan los parshendi?

—Shen… er, Rlain… dice que prácticamente estamos en la meseta donde viven, brillante. Se han divisado demasiadas patrullas. Por favor.

—Tenemos que ir allí —dijo Lexa, señalando—. Es donde están los secretos.

—Brillante…

—Muy bien —dijo ella, dándose media vuelta y empezando a bajar por la pendiente. Resbaló, cosa que no ayudó a su dignidad, pero Vathah la cogió por el brazo antes de que cayera de boca.

Una vez abajo, cruzaron rápidamente esta meseta más pequeña y se reunieron con los exploradores que corrían de vuelta con el grueso del ejército. Rlain decía no saber nada de la Puerta Jurada… y tampoco de la ciudad, a la que llamaba «Narak» en vez de Sedetormenta. Decía que su pueblo había empezado a residir allí de forma permanente después de la invasión alezi, no antes. Durante el avance, los soldados de Bellamy habían divisado un número cada vez mayor de parshendi y se habían enfrentado a ellos en escaramuzas menores. El general Khal pensaba que las incursiones tenían por intención desviar al ejército de su rumbo, aunque Lexa no sabía cómo lo calculaban, aunque sí sabía que empezaba a cansarse de estar mojada todo el tiempo. Llevaban ya casi dos semanas de viaje, y algunos soldados habían empezado a murmurar que el ejército tendría que regresar pronto a los campamentos de guerra, so pena de no volver antes de que continuaran las altas tormentas. Lexa cruzó el puente y pasó ante varias filas de lanceros apostados tras pequeñas protuberancias parecidas a olas que había en la piedra, como los cimientos de antiguas murallas. Encontró a Bellamy y los otros altos príncipes en una tienda emplazada en el centro del campamento. Era una de seis tiendas idénticas, y no le quedó inmediatamente claro cuál albergaba a los cuatro altos príncipes. Una medida de precaución de algún tipo, asumió. Cuando Lexa entró, dejando atrás la lluvia, estaban conversando.

—La meseta actual tiene posiciones defensivas muy favorables —decía Roan, señalando un mapa colocado ante ellos en la mesa de viaje—. Prefiero defenderme aquí contra un ataque que seguir avanzando.

—Y si seguimos avanzando —dijo Bellamy con un gruñido—, correremos el riesgo de dividirnos durante un ataque, una mitad en una meseta, otra mitad en otra.

—Pero ¿necesitan atacar siquiera? —intervino Jordan—. Si estuviera en su lugar, me situaría aquí como si fuera a prepararme para un ataque… y no lo haría. ¡Me apostaría, obligando a mi enemigo a quedar atascado esperando un ataque hasta que regresaran las altas tormentas!

—Es un buen argumento —admitió Roan.

—Fiaos de un cobarde que sabe cuál es la forma más inteligente de mantenerse apartado de una pelea —dijo Sebarial. Estaba sentado junto a la mesa con Palona, comiendo fruta y sonriendo agradablemente.

—No soy un cobarde —dijo Jordan, cerrando los puños.

—No lo decía como un insulto —respondió Sebarial—. Mis insultos son mucho más jugosos. Era un cumplido. Si por mí fuera, te contrataría para que dirigieras todas las guerras, Jordan. Sospecho que habría muchas menos bajas, y el precio de la ropa interior se duplicaría cuando los soldados supieran que tú estabas al mando. Ganaría una fortuna.

Lexa le tendió el tabardo empapado a un sirviente, luego se quitó la gorra y empezó a secarse el pelo con una toalla.

—Tenemos que avanzar hasta el centro de las Llanuras —dijo—. Jordan tiene razón. Me niego a acampar. Los parshendi esperarán a agotarnos.

Los demás la miraron.

—No era consciente de que tú decidías nuestras tácticas, brillante Lexa —dijo Bellamy.

—Es culpa nuestra, por darle tanto margen —dijo Sebarial—. Probablemente tendríamos que haberla arrojado desde lo alto del Pináculo hace semanas, en el momento en que llegó a aquella reunión.

Lexa se disponía a replicar cuando la tienda se abrió y entró Clarke, con la armadura esquirlada goteando. Alzó la visera. Tormentas… estaba tan guapa, aunque solo se le pudiera ver la mitad de la cara. Ella sonrió.

—Están decididamente agitados —dijo Clarke. La vio y le dirigió una rápida sonrisa antes de acercarse a la mesa—. Hay al menos diez mil de esos parshendi alterados ahí fuera, moviéndose en grupos por las mesetas.

—Diez mil —gruñó Roan—. Podemos enfrentarnos a diez mil. Aunque tengan la ventaja del terreno, aunque tengamos que atacar en vez de defender, deberíamos poder manejarlos con facilidad. Somos más de treinta mil.

—Es lo que hemos venido a hacer —dijo Bellamy. Miró a Lexa, que se ruborizó por su audacia anterior—. Tu portal, el que crees que está ahí fuera. ¿Dónde podría estar?

—Más cerca de la ciudad —respondió Lexa.

—¿Y esos ojos rojos? —preguntó Jordan. Parecía muy incómodo—. ¿Y los destellos de luz que causan cuando luchan? Tormentas, cuando hablé antes no quería decir que siguiéramos avanzando. Me preocupaba lo que pudieran hacer los parshendi. Yo… no hay ninguna salida fácil, ¿verdad?

—Por lo que Rlain ha dicho —intervino Echo desde su asiento a un lado de la tienda—, solo sus soldados pueden saltar las mesetas, pero podemos asumir que con esta nueva forma son también capaces. Pueden huir si avanzamos.

Bellamy sacudió la cabeza.

—Se establecieron en las Llanuras en vez de huir hace tantos años porque sabían que era su mejor opción de supervivencia. En el territorio despejado de las tierras de tormenta, se les podía cazar y destruir. Aquí tienen la ventaja. No la abandonarán ahora. No si piensan que pueden luchar contra nosotros.

—Si queremos que luchen, entonces —dijo Roan—, tenemos que amenazar sus hogares. Supongo que deberíamos avanzar hacia la ciudad.

Lexa se relajó. Cada paso que se acercaban al centro (según las explicaciones de Rlain estaban solo a medio día de distancia) se acercaban también a la Puerta Jurada.

Bellamy se inclinó hacia delante, extendiendo las manos hacia los lados, cubriendo con su sombra los mapas de batalla.

—Muy bien. No he venido hasta aquí a esperar tímidamente los caprichos de los parshendi. Avanzaremos mañana, amenazaremos su ciudad, y los obligaremos a presentar batalla.

—Cuanto más cerca estemos —advirtió Sebarial—, más probabilidades habrá de que nos quedemos aislados sin esperanza de poder retirarnos.

Bellamy no respondió, pero Lexa sabía lo que estaba pensando. «Renunciamos a la esperanza de retirada hace días».

Una huida de días y días a través de las mesetas sería un desastre si los parshendi decidían acosarlos. Los alezi tenían que luchar allí, y vencer, apoderándose del refugio de Narak.

Era su única opción.

Bellamy dio por terminada la reunión, y los altos príncipes se marcharon, rodeados de grupos de ayudantes con paraguas. Lexa esperó, ya que Bellamy la miró a los ojos. En unos instantes solo quedaron Bellamy, Clarke, Echo y ella. Echo se acercó a Bellamy y se enganchó a su brazo. Una postura íntima.

—Ese portal tuyo —dijo Bellamy.

—¿Sí? —preguntó Lexa.

Bellamy alzó la cabeza y la miró a los ojos.

—¿Hasta qué punto es real?

—Anya estaba convencida de que era completamente real. Y nunca se equivocaba.

—Este podría ser un momento espantoso para romper la tendencia —dijo él en voz baja—. Accedí a continuar avanzando, en parte, por tu exploración.

—Gracias.

—No lo hice por investigar. Por lo que me dice Echo, este portal ofrece una oportunidad única para retirarnos. Esperaba derrotar a los parshendi antes de que el peligro nos abrumara, fuera cual fuese. A juzgar por lo que hemos visto, el peligro ha llegado ya.

Lexa asintió.

—Mañana es el último día de la cuenta atrás —dijo Bellamy—. Garabateada en las paredes durante las altas tormentas. Sea lo que sea, fuera lo que fuese, lo veremos mañana… y tú eres mi plan de contingencia, Lexa Wood. Encontrarás este portal, y lo harás funcionar. Si el mal nos abruma, tu camino será nuestra escapatoria. Puede que seas la única esperanza que nuestros ejércitos, y la misma Alezkar, tengan para sobrevivir.

Los días pasaban y Raven se negaba a permitir que la lluvia la agobiara. Recorría cojeando el campamento, usando una muleta que Nyko le había traído a pesar de haber mostrado su oposición a que Raven estuviera levantada y caminando. El lugar seguía vacío, a excepción de los parshmenios ocasionales que traían madera de los bosques o cargaban con sacos de cereales. El campamento no recibía ninguna noticia de la expedición. El rey probablemente las recibía por vinculacañas, pero no las compartía con nadie más.

«Tormentas, este sitio es fantasmal», pensó Raven, mientras pasaba cojeando ante los barracones desiertos y la lluvia golpeteaba contra el paraguas que Nyko había atado a su muleta.

Funcionaba. Más o menos. Dejó atrás los lluviaspren que brotaban del suelo como velas azules, cada uno de ellos con un ojo único en el centro de la parte superior. Seres repulsivos. A Raven no le habían gustado nunca. Luchaba contra la lluvia. ¿Tenía sentido? Parecía que la lluvia quería que estuviera dentro de los barracones, así que salía. La lluvia quería que cediera a la desesperación, así que se obligaba a pensar. Cuando era más joven, tenía a Tien que le ayudaba a aliviar la melancolía. Con el tiempo, incluso pensar en Tien aumentaba esa melancolía, aunque no podía evitarla. El Llanto le recordaba a su hermano. Las risas cuando la oscuridad amenazaba, la alegre dicha y el optimismo sin problemas.

Esas imágenes se enfrentaban a las de la muerte de Tien.

Raven cerró los ojos, intentando desterrar aquel recuerdo. El frágil joven, apenas entrenado, abatido. La compañía de soldados de Tien lo había puesto al frente como distracción, un sacrificio para frenar al enemigo. Raven apretó los dientes y abrió los ojos. No más depresión. No lloraría ni gimotearía. Sí, había perdido a Syl. Había perdido a muchos seres queridos en su vida. Sobreviviría a esta agonía como había sobrevivido a las otras. Continuó su renqueante circuito por los barracones. Lo hacía cuatro veces al día. A veces Nyko lo acompañaba, pero hoy Raven estaba sola. Chapoteaba en los charcos de agua, y descubrió que sonreía porque llevaba puestas las botas que Lexa le había robado.

«Nunca creí que fuera una comecuernos —pensó—. Tengo que asegurarme de que lo sepa».

Se detuvo, apoyándose en la muleta, y contempló las Llanuras Quebradas a través de la lluvia. No podía ver muy lejos. La bruma del chaparrón lo impedía.

«Volved a salvo —pensó—. Todos vosotros. Esta vez, no puedo ayudaros si algo sale mal».

Roca, Marcus, Bellamy, Clarke, Lexa, todos los miembros del Puente Cuatro… estaban allí fuera. ¿Cuán distinto sería el mundo si Raven hubiera sido una mujer mejor? ¿Si hubiera utilizado sus poderes y hubiera regresado al campamento de guerra con Lexa llena de luz tormentosa? Había estado tan cerca de revelar lo que podía hacer…

«Llevabas semanas pensándolo —se dijo—. Nunca lo habrías hecho. Estabas demasiado asustada».

Odiaba admitirlo, pero era verdad.

Bueno, si sus sospechas respecto a Lexa eran ciertas, Bellamy tendría a su Radiante de todas formas. Tal vez ella sería mejor que Raven. Continuó su camino, cojeando, para regresar al barracón del Puente Cuatro. Se detuvo al ver allí esperando un hermoso carruaje, tirado por caballos que llevaban la enseña del rey. Raven maldijo y se acercó. Nyko salió corriendo a recibirla, sin llevar paraguas. Un montón de gente renunciaba a estar seca durante el Llanto.

—¡Nyko! —dijo Raven—. ¿Qué ocurre?

—Te está esperando, gancho —dijo Nyko, gesticulando con urgencia—. El rey en persona.

Raven cojeó más rápidamente hacia su habitación. La puerta estaba abierta y pudo ver al rey Finn dentro, de pie, contemplando el pequeño habitáculo. Miller guardaba la puerta, y Taka, un antiguo miembro de la guardia del rey, permanecía junto al monarca.

—¿Majestad? —preguntó Raven.

—Ah —dijo el rey—, mujer del puente.

Las mejillas de Finn estaban coloradas. Había estado bebiendo, aunque no parecía borracho. Raven comprendió. Sin Bellamy y aquella mirada de reproche presente, probablemente era agradable relajarse con una botella. La primera vez que Raven vio al rey, pensó que Finn carecía de autoridad regia. Ahora, extrañamente, sí le pareció un rey. No es que hubiera cambiado: seguía teniendo sus rasgos imperiosos, con aquella nariz demasiado grande y los modales condescendientes. El cambio estaba en Raven. Las cosas que antes había asociado con la monarquía (honor, fuerza, nobleza) habían sido sustituidas por los atributos menos inspiradores de Finn.

—¿Esto es todo lo que Bellamy asigna a uno de sus oficiales? —preguntó Finn, indicando la habitación—. Qué hombre. Espera que todo el mundo viva siguiendo su propia austeridad. Es como si se hubiera olvidado por completo de disfrutar.

Raven miró a Miller, que se encogió de hombros, haciendo tintinear la armadura esquirlada. El rey se aclaró la garganta.

—Me dijeron que estabas demasiado débil para venir a visitarme. Veo que tal vez no fuera así.

—Lo siento, majestad —respondió Raven—. No estoy bien, pero camino por el campamento todos los días para recuperar fuerzas. Temía que mi debilidad y mi aspecto pudieran resultar ofensivos a la Corona.

—Ya veo que has aprendido a hablar políticamente —dijo el rey, cruzándose de brazos—. La verdad es que mi poderío carece de significado, incluso para un ojos oscuros. Ya no tengo autoridad para mis hombres.

«Magnífico. Allá vamos de nuevo».

El rey hizo un gesto cortante.

—Fuera, vosotros dos. Quiero hablar con esta mujer a solas.

Miller miró a Raven, preocupado, pero Raven asintió. Reacios, Miller y Taka se marcharon, cerrando la puerta, dejándolos a los dos a la luz de las pocas esferas parpadeantes que el rey había colocado. Pronto no habría ninguna luz tormentosa para ninguno: había pasado demasiado tiempo sin una alta tormenta. Tendrían que recurrir a velas y lámparas de aceite.

—¿Cómo sabías —le preguntó el rey— cómo ser una héroe?

—¿Majestad? —preguntó Raven, apoyándose en la muleta.

—Una héroe —dijo el rey, agitando una mano con sarcasmo—. Todo el mundo te ama, mujer del puente. ¡Salvaste a Bellamy, combatiste contra portadores de esquirlada, regresaste después de caer a los abismos!

—En realidad fue solo suerte, majestad.

—No, no —dijo el rey. Empezó a caminar de un lado a otro—. Es un patrón, aunque no puedo desentrañarla. Cuando intento ser fuerte, me pongo en ridículo. Cuando intento ser piadoso, la gente se aprovecha de mí. Cuando intento hacerlo todo yo, Bellamy se hace cargo no vaya a ser que destruya al reino.

»¿Cómo sabe la gente lo que tiene que hacer? ¿Por qué no lo sé yo? ¡Nací para este cargo, recibí el trono por gracia del mismísimo Todopoderoso! ¿Por qué me dio el título, pero no la capacidad? Desafía la razón. Y, sin embargo, todo el mundo parece saber cosas que yo no sé. Mi padre podía gobernar incluso a gente como Sadeas: los hombres amaban a Gavilar, lo temían, y lo servían a la vez. ¡Yo ni siquiera puedo conseguir que un ojos oscuros obedezca una orden para venir a verme a palacio! ¿Por qué no funciona esto? ¿Qué es lo que tengo que hacer?

Raven dio un paso atrás, sorprendida ante la franqueza.

—¿Por qué me preguntas esto, majestad?

—Porque tú conoces el secreto —dijo el rey, todavía caminando de un lado a otro—. He visto cómo te miran tus hombres; he oído cómo hablan de ti. Eres una héroe, mujer del puente.

Se detuvo, entonces se acercó a Raven y la cogió por los brazos.

—¿Puedes enseñarme?

Raven lo miró, anonadada.

—Quiero ser un rey como lo era mi padre —dijo Finn—. Quiero dirigir hombres, y quiero que me respeten.

—Yo no… —Raven tragó saliva—. Yo no sé si eso es posible, majestad.

Finn lo miró entornando los ojos.

—De modo que sigues hablando francamente. Después de todos los problemas que te ha causado. Dime, ¿me consideras un mal rey, mujer del puente?

—Sí.

El rey inhaló aire bruscamente, todavía sujetando a Raven por los brazos.

«Podría hacerlo aquí mismo —advirtió Raven—. Eliminar al rey. Poner a Bellamy en el trono. Nada que ocultar, ningún secreto, ningún asesinato cobarde. Un combate, él y yo».

Parecía la forma más honrada de hacerlo. Cierto, Raven probablemente acabaría ejecutada, pero descubrió que eso no le molestaba. ¿Debería hacerlo, por bien del reino?

Pudo imaginar la ira de Bellamy. Su decepción. A Raven no le molestaba la muerte, pero fallarle a Bellamy… «Tormentas».

El rey la soltó y se dio media vuelta.

—Bueno, lo he preguntado —murmuró para sí—. Tendré que ganarte a ti también. Lo resolveré. Seré un rey que será recordado.

—O podrías hacer lo que es mejor para Alezkar —dijo Raven—, y hacerte a un lado.

El rey se detuvo. Se volvió hacia Raven con expresión amenazadora.

—No te extralimites, mujer del puente. Bah. No tendría que haber venido aquí.

—Estoy de acuerdo —dijo Raven. Toda esta situación le parecía irreal.

Finn se dispuso a marcharse. Se detuvo en la puerta, sin mirarla.

—Cuando llegaste, las sombras se fueron.

—¿Las… sombras?

—Las veía en los espejos, con el rabillo del ojo. Podría jurar que las oía susurrar, pero tú las asustaste. No las he visto desde entonces. Hay algo en ti. No intentes negarlo. —El rey la miró—. Lamento lo que te hice. Vi cómo combatiste para ayudar a Clarke, y luego te vi defender a Aden… y sentí envidia. Allí estabas, toda una campeona, tan querida. Y a mí todo el mundo me odia. Tendría que haber saltado a luchar.

«En cambio, tuve una reacción desmedida a tu desafío a Amaram. No fuiste tú quien estropeó nuestra oportunidad contra Sadeas. Fui yo. Bellamy tenía razón. Una vez más. Estoy tan cansado de que él siempre tenga razón y yo esté equivocado… A la luz de eso, no me extraña que me consideres un mal rey».

Finn abrió la puerta y se marchó.