Capítulo IV.
Aviso de cambio de la clasificación del fanfic: A partir de aquí se tocarán temas de violencia que pueden herir susceptibilidades.
#LaVidaEnElMar
Lucerys se agacha para tomar la daga; es corta, triangular, no iría más profundo que su globo ocular. No es como el arma con la que lastimó a Aemond, con la que pudo haber excavado hasta su cerebro. Mirando hacia el frente, detecta a su tío dos pasos más cerca y a la chica Baratheon que lo acompaña sin poder detenerlo.
No, el único que podría detener a Aemond es Lucerys.
Aprieta el agarre en la daga y toma aire. El aguacero fuera, deja caer un rayo que retumba por toda la fortaleza; es como un gran tambor que amplifica los sonidos. Vhagar, y luego Arrax, lanzan chillidos. A los dragones no les gusta la lluvia, ni tampoco el fango. Ha visto los nidos en Rocadragón, son grandes zanjas de piedras entre paredes de vidriagón, no hay nada cómodo allí, solo púas, puntas, desgarros. Los dragones no tienen miedo de las heridas, sus cuerpos están hechos para durar.
Si para esto ahora, la cantidad de desacuerdos en su familia puede ser controlada.
Ve el acero antes de sentir el dolor, solo un vistazo. Muerde el interior de su mejilla mientras escarba, hay un sonido de escape, como una ostra al ser sorbida; hay dolor, la sangre se riega entre sus dedos y hace difícil maniobrar el instrumento. El ojo salta, cae al piso. Lucerys puede ver a su tío agachándose para tomarlo.
No solo hay sangre en su mano, sus oídos están llenos por el rugido del tambor, su corazón, ahoga lo que sabe, son los gritos de Arrax y también de Lord Borros. Lucerys no puede prestar atención a nadie, solo al zafiro en el ojo de Aemond, al ojo claro que parpadea con asombro. La mirada pétrea de su tío está traicionada por algo parecido a la misericordia, no es el Aemond que robó a Vhagar, es el Aemond que se acercó para consolar a sus primas en el funeral.
Aemond, el niño al que le jugaban bromas, le está diciendo algo que no entiende.
Siente la cabeza pesada. Recuerda con imprecisión las lecciones de su maestre sobre la pérdida de sangre, el dolor, los miembros cercenados. Algo de eso debe estarle pasando. No se siente mal por ello, está haciendo lo que le pidieron: entrega un mensaje. Él y su madre no quieren guerras, pero saben pagar sus deudas.
Está observando con impasibilidad la daga en el suelo. Su tío, igual que en cada encuentro, no despega su ojo de él. Si no estuviese aquí como mensajero, se estaría enfrentando, una vez más, a una ira desenfrenada y desmedida, ¿cuánto tiempo ha pasado Aemond pensando en él? ¿Cuántas veces ha fantaseado con llevarse el premio que cree que merece? Lucerys sabe que no va a parar, así como él nunca pidió perdón, cada uno ganó su propia carga aquella noche.
Son ellos el motivo de que la reina aislará a sus tíos y, su madre, aceptase con resignación los cuchicheos cada vez más altos de la corte. Desea gritar, o llorar, pero no puede.
Despierta agitado, el balanceo del barco no es misericorde. Le llevó meses adecuarse a la cubierta, no sentir el mareo por la infinitud del agua y el ritmo constante. Escapa hacia la cubierta, para vomitar la bilis que trepa su garganta, la sensación es inadecuada, como si debiera saber la respuesta a una lección varias veces estudiada. El ojo, el ojo que no está, late, pica, necesita atención. Quiere poner un dedo dentro de la herida, hurgar hasta el fondo
Vuelve a su cama, saca el frasco en el que ha dejado los ojos recolectados y lo mueve. El agua amarilla que los conserva permite que se muevan con libertad. Todos son claros, bonitos, uno de ellos, particularmente azul, le recuerda a la hija de Borros Baratheon. Azul mar, azul libertad.
Luke es nombrado caballero de la manera en que cualquier Velaryon soñaría: En la proa de un barco, en medio del mar, por la Serpiente Marina y luego de una batalla. Ha estado ya muchos meses en el océano, viviendo de la sal, el viento y los pájaros, peleando con su dragón frente a huestes de mercenarios de todos los tonos de piel y todas las lenguas por hablar. Los peldaños de piedra y el Mar Angosto son un territorio difícil y hostil.
Su abuelo le ha dicho que el mar hace enemigos a los hermanos, y amigos a los más insospechados. Luke no puede refutar nada, no cuando ha estado ebrio de libertad por tantos días, asombrado al descubrir que anhela la crudeza de la batalla y la adrenalina de poder reducir todo a cenizas desde su dragón. Se ha hecho adicto al poder, a la fiereza.
También ha descubierto que tiene algunas pasiones no convencionales, a las que debe acceder de maneras no lícitas.
El asunto de los ojos comienza cuando se da cuenta de que le molesta la mirada vidriosa de los hombres a los que mata. Aunque casi siempre va sobre Arrax, hay momentos en los que debe ver de frente a quienes lo atacan. Es ahí cuando se frustra. No le gusta, sobre todo si son ojos claros, que fácilmente pierden el color ante la muerte. Esa mirada lo persigue, como una copia de su propio ojo convirtiéndose en arcilla entre los dedos de Aemond, el ojo de Aemond que nunca vio salir de su cuenca, pero al que dañó de manera irreparable. Un zafiro, lleno de color, en una grieta carne.
Un maestre errante, amigo de su abuelo, es quien le enseña a conservarlos. Tiene curiosidad viva por saber cómo guardar esa expresión vidriosa para examinar luego de haberle quitado la vida a un hombre, uno que deseaba verlo muerto también. La extracción la aprende con la práctica, a medias como un breve repaso de lo que sería su propia experiencia.
Eso es más fácil de enfrentar que la otra parte de su vida. Laenor y él habían tenido una discusión importante meses atrás. Una discusión "de hombre a hombre", que se traducía en que Laenor lo encaró por su evidente descaro a la hora de enrollarse con uno de los reclutas; no es su hijo biológico, pero sí tiene sus gustos. Estuvo bien, Laenor le dijo las cosas que podría necesitar, tanto en la cama como en la vida: "Nunca te confíes. Pueden usar tu buen corazón para herirte". Su padre estaba realmente preocupado por el hecho de que alguien pudiera lastimarlo. "Sí un día necesitas ayuda, de cualquier tipo, ni tu madre ni yo vamos a darte la espalda". Imagina que no. Su madre estaba triste cuando partieron, un año atrás, y sus cartas han sido anhelantes y nostálgicas tanto hacia él como hacia Laenor.
—Es el mejor esposo que he tenido —le confió en una de ellas, después de decirle que había enviado a Daemon a vivir a Rocadragon, con Jace. No fue explícita, pero parecía evidente en el tono que Daemon resultó demasiado bélico para tratar con la diplomacia y demasiado arisco para someterse únicamente a la cama de su madre. Los chismes en la corte habían aumentado.
Constatar esto lo abruma. Siempre ha pensado en su madre y Daemon como dos lados de una moneda; en conflicto, sí, pero no separados. Daemon ha sido un tutor presente buena parte de su vida, ocupándose de suplir la educación que había sido interrumpida por la muerte de Ser Harwin y la posterior fuga de su padre. No es alguien fácil de tratar, pero trato de bajar su altanería para hablar con él y con Jace; además Baela y Rhaena estaban felices de ser sus hermanas, además de sus primas.
No hay una guerra, pero la familia se desintegra cada día más.
Después de la victoria, Lucerys se divierte en Volantis durante algunos días. Están allí por comercio, aunque eso no evita que se enrolle con un muchacho de Lys: cabello blanco y ojos tan claros que parece estar muerto si se queda mucho tiempo mirándote fijamente. Lo conoce porque Arrax lo lleva hasta una playa donde ha encontrado un gran pez encallado al que comienza a devorar. El chico se acerca fascinado, contándole cómo una vez vio un cráneo de dragón en el desierto rojo. Después todo es abrupto: risas, besos, la alcoba y el calor. Disfruta de él como lo que es, un pasatiempo, para no pensar en su casa, en su familia y en los problemas que ha dejado en pausa.
Su frasco con ojos lo sigue todo el tiempo, escondido en la parte de abajo de su camarote, junto a las cartas de su madre y las baratijas que su abuelo le ha regalado en el camino. Va coleccionando nuevas adquisiciones cuanto más estrés le genera la distancia. Entre los desdichados a los que logra dejar con vida, pero ciegos, está un Braavosi que lo reta a un juego de cartas en una taberna y del que no acepta el pago en dinero, sino que le entregue sus ojos.
—Soy rico —le dice—. Puedo tener dinero solo volviendo a casa. Y tú puedes hacer dinero uniéndote a otra guerra. Un ojo es un buen pago, no se puede volver a dar.
A pesar de la refriega en el bar, termina extrayendo el ojo. Piensa en Aemond cada que pasa algo semejante, recuerda su grito cuando le cortó la cara y sus gritos la mañana después del encuentro en Bastión de Tormentas. Piensa en sus manos, las largas manos blancas que lo sostuvieron todo el vuelo, las mismas que lo han señalado con saña, brindando en su honor y llamándolo "mi señor Strong". Piensa tanto en él que olvida muchas veces que se odian.
Esto ha llevado a que intente escribirle una carta, pero no sabe de qué hablarle, así que le escribe a Helaena y a Jace. A Rhaena le envía misivas más cortas, con las que sabe que ella podrá desentrañar sus sentimientos mejor que él mismo.
Una noche, después de una reunión con algunos comerciantes, se encuentra con Aegon y Fuegosol, viviendo opulentamente en la casa que Saera Targaryen, hija de Jaehaerys y Alyssane. Ya es una vieja, sin rastro de la belleza de la que se habla en las calles, pero dispuesta a abrir camino a sus familiares; Laenor también había ido a verla cuando huyó con su amante. Muy alejada de lo que fue la vida de una princesa, aunque tuvo un burdel algunos años, ahora se dedica al comercio de artículos de lujo y esoterismo.
—Una vez alguien pagó mi peso en oro por una gota de mi sangre —le dice su tía-bisabuela, mientras comparten el desayuno—. Luego, escuché que con ese pequeño fragmento de mí, habían convertido a un rey en un espectro más allá de Asshai.
Lucerys la mira sin entender muy bien a donde va con su hilo de ideas. Laenor, Corlys y Aegon continúan comiendo sin prestar atención, es muy parecido a los momentos en los que Helaena alza la voz en las reuniones familiares.
—¿Has vendido más de tu sangre, tía? —pregunta.
—No. Vi al espectro una vez, en mis sueños. Nunca, jamás, hay que dejar que la sangre de los Targaryen se riegue tan insanamente.
Ese día, Lucerys descubre a los hijos de su tía: Aerion y Elyar, dos gemelos que podrían tener la edad de madre. Aerion se mantiene soltero, es parte de una compañía de mercenarios; Elyar, en cambio, tiene tres hijas, las dos mayores están casadas, viven en Lys y Tyrosh, solo la menor permanece en Volantis. Se llama Jaery, tiene un año menos que Lucerys, habla mucho, es inteligente de la manera en que los Maestres lo serían, tiene dos cajones llenos de textos antiguos de historias sobre valyria y fue la más inquisitiva sobre los dragones.
Aegon le ha prometido a su tía-abuela que si Fuegosol tiene una nidada, le dará un huevo a Jaery. Esa es, quizá, la parte más incómoda de todo el viaje. Aegon y Lucerys se miran de lejos por varios días antes de poder tener una charla normal, al menos una en la que no se están reclamando por cosas tales como el encierro de Allicent Hightower en el Torreón de Maegor o el hecho de que Aemond lo traicionó.
Lucerys no tiene el suficiente tacto tampoco, para informarle que tiene ahora otro hijo.
—¿Helaena estaba embarazada? —están de pie en medio de un exhuberante jardín de magnolias, por donde discurren caminos de piedras blancas.
—Sí, le ha puesto Maelor.
Hay una sonrisa agria en la boca de su tío, algo que se parece mucho al arrepentimiento. Hasta donde había entendido las cosas, el matrimonio entre él y Helaena no había sido más que capricho de su abuelo, pero, más allá del deber, siguen siendo hermanos, por lo que sin amor pasional, puede seguir existiendo entendimiento.
Como pasa con su madre y su padre.
Al día siguiente, Aegon le da una carta para su esposa. No sabe muy bien si hubo o hay algún tipo de amor entre sus tíos, pero la persona menos afectada por el abandono del Usurpador a su posición, fue la misma Helaena. Promete entregarla, así como decirle a su madre dónde Aegon dejó escondida la espada del conquistador y la daga del rey Viserys.
Evitando pensar en su familia, en lo complicado que es relacionarse con ellos y lo atados que están entre todos, Lucerys mata a un ladrón esa noche. Bueno, él cree que es un ladrón. Y le saca los ojos para agregarlos a la colección: son púrpuras, como los de Aegon.
Se quedan allí un par de semanas, hasta que Rhaena llega en un barco. Viene como enviada de Rhaenys, con regalos y más cartas. Corlys paga una exuberante cena en la que Saera da un discurso pomposo antes de traer una compañía de teatro de Tyrosh en honor de su familia reunida.
Lucerys no nota nada extraño hasta que Rhanea lo acorrala en su habitación, dentro del barco: —Baela planea huir de la Fortaleza Roja en medio de las Festividades por el fin de verano, fue a las Tierras de los Ríos y supongo que se va a casar con un Tully. O eso le dijo a una de sus damas.
Baela, hermosa, recta, prestigiosa y destinada a ser la futura reina de los Siete Reinos. Cuando Laenor se entera, deciden volver a Poniente, en vista de la crisis que podría padecer su madre y lo inoportuno que es todo esto ante los anuncios que se habían hecho de una boda real.
—Llevémonos a Jaery —sugiere Rhaena —. Si nuestro hermano ha perdido una reina, más le vale que le entreguemos otra.
...
#LaSituaciónEnDesembarco
El año posterior a la coronación de Rhaenyra como reina de Poniente, ha sido una escalera hacia el poder y la gloria en la vida de Aemond Targaryen. Después de haber ejecutado a todos los partidarios de su madre, Daemon Targaryen lo tomó bajo su ala, reconociéndole, no solo como sobrino, sino como compañero de armas. Una situación que le favoreció aún más cuando la reina envió a su esposo de vuelta a Rocadragón y se convirtió en el único otro miembro de la familia real con poder en la ciudad.
—Soy la reina, no debería cuestionarse por qué hago lo que hago —sentenció Rhaenyra en una de las sesiones del Consejo Privado. Los rumores sobre las aventuras fuera del matrimonio del príncipe consorte fueron en aumento luego de que Laenor Velaryon viniera por su hijo para hacerse a la mar.
No hubiese sido un verdadero problema, si dichas relaciones no hicieran peligrar el ya delicado trato con la Fe. Los Targaryen no han sido nunca devotos de los Siete, Aemond les ha tenido Fe algunas veces, sobre todo en los tiempos donde su madre controlaba cada aspecto de su vida; la idea de los dioses hace que se sienta menos perdido, más amado, y que su posición en su familia tome tintes más heroicos. Aún puede verse de rodillas, entonando salmos con las campanas sobre su cabeza, rogando al Padre y al Guerrero protección. Pero la sangre valyria tiene otras inclinaciones, las historias sobre el Feudo Franco de su padre, sumadas a sus lecciones cada vez más extensas sobre historia, hace que comience a ver la Fe como un mal necesario más que como una verdadera muestra de un poder superior. Por encima de los hombres solo están los Targaryen, leyó en una crónica de la Ciudadela a los diez años. Él, sin un ojo, pero con un dragón, no tiene manera de negar aquello.
Sus antepasados habían mantenido la libertad de culto del Reino, pero el Reino sigue intentando que ellos asuman una religión oficial.
¿Y los dioses sirven para algo? Sí, para incitar la guerra. Aemond ha tenido que detener, por la espada, a dos fanáticos religiosos que se acercaron a la reina bajo la excusa de pedir su auxilio, para luego clavar una daga en su estómago, bajo el juramento de que no podía gobernarlos una puta. La capa de Aemond, así como el piso de la caravana en la que se movilizaban por la capital, habían terminado escarlatas, como enormes banderas Targaryen.
El Maestre Munkun, usando toda su sabiduría, ha salvado a la reina, pero su cuerpo quedó imposibilitado para tener hijos. Su último embarazo, con un feto muerto, también debió ser una advertencia. Esto hace temblar la línea de sucesión, por lo que Baela Targaryen es llamada a la corte para preparar la boda real del heredero al trono.
Aemond se mantiene al lado de su media hermana como una extensión de su poder, ha sentido la pérdida de su sobrino más de lo que esperó. Así que no puede evitar volver sus pensamientos sobre la única otra persona que lo desespera tanto.
Ahora que Lucerys no está al alcance, sus pensamientos sobre él son más agobiantes, un fuego intenso que devora la racionalidad de sus momentos a solas. Desea verlo, solo para convertirlo en una masa llorosa que suplique piedad; piensa en él cada que tiene que salir del castillo con un edicto real para aplacar algún intento de rebelión. Lucerys temblando y llorando sobre Vhagar, Lucerys sacándose un ojo sin dudarlo. Durante años había fantaseado con ese momento, ahora lo revive como una letanía a los dioses, como su combustible para cumplirle al reino. En las viejas costumbres valyrias, la sangre siempre ha significado un vínculo: el inicio o el final de uno. No sabe si el pago de Lucerys fue una rectificación de votos o una renuncia a ellos. Lo que sí sabe es que es feliz convirtiendo en cenizas a legiones de fanáticos o atravesando con su espada los más desesperados.
Tiene que dejar su debate en paz cuando sus deberes lo ocupan de nuevo. Rhaenyra lo usa para finiquitar los asuntos más cuestionables del gobierno, al tiempo que acompaña a Helaena para hacer caridad por la ciudad. Ahora la llaman la Pequeña Reina, amada por todos gracias a la imagen de madre que da, rodeada de tantos niños. Jaehaera y Aegon ya son tema de conversación constante por su futuro matrimonio y Viserys, Jaehaerys y Maelor reciben múltiples propuestas para ser pupilos de señores interesados en agraciarse con la corona. Joffrey, destinado a ser el segundo de cualquiera de sus hermanos, disfruta de ser también el preferido de Daemon.
Helaena le ha dicho que no es necesario apresurarse tanto, pues sus hijos y sobrinos tardarán en crecer.
—Cuando tengan edad, Viserys y Jaehaerys irán a Bastión de Tormentas —Rhaenyra siempre parece ver las cosas con tiempo—. Uno de ellos deberá casarse con la hija menor de Borros Baratheon para salvaguardar la deuda que adquirimos.
Aemond adquirió y tiró la deuda por culpa de Rhaenyra, sería justo que sus hijos pagarán por ella.
—En cuanto a Maelor. Mi prima, en el Valle de Arryn, sería una buena opción.
La sensación de opresión en las cámaras de la reina es increíble. A pesar del día que reverbera fuera de la ventana, aquí dentro no hay más que oscuridad, silencio y pesadez. Aemond se pasea por allí recordando los últimos años de su padre, en la misma cama, agonizando con lentitud.
Rhaenyra ha estado enclaustrada casi un mes, dirigiendo el reino a través de comandos, de garabatos en hojas y de gritos a los sirvientes.
—Aemond, ¿puedo hacerte una pregunta? —está en su cama, con las piernas cubiertas por una manta y un gran tomo sobre finanzas en su mesa auxiliar. Empieza a parecer más vieja de lo que es.
—Eres la reina, se supone que tengo que responder —le dice, caminando hacia una de las ventanas. Corre una cortina para ganar luz y conseguir algo de aire fresco.
—¿Te sientes frustrado por no ser tú el rey?
La pregunta le saca de órbita. Tiene que regresar la vista a su pasado: a Aegon y su siempre angustiante manera de buscar diversión; Alicent, con sus largos días en el septo, rezando a dioses que desprecian a su familia; Otto, con sus ambiciones de poder y gloria. ¿Aemond ha tenido sueños y anhelos? Alguna vez soñó con tener un dragón, alguna vez quiso ser simpático con sus sobrinos, hubo días en que deseó nunca haber tenido cabellos de plata u ojos claros. Sigue soñando con volar sobre Vhagar, volar y no pensar en lo que pasa en tierra. No quiere ser el rey, solo quiere demostrar que es mejor que el papel al que lo asignaron: El repuesto del repuesto. Los miedos de la niñez, del desamparo y el olvido, todavía hacen eco en las rutinas de su día a día.
Ya no toma licor, por temor a terminar como Aegon. No va al septo, porque sin su madre, esos siete dioses le miran con desprecio. Ya no intercede en la política, porque teme ambicionarlo todo y no detenerse.
Rhaenyra parece entender algo de eso, sentada en la penumbra, ahogada por su corona y sus deberes.
—Daemon siempre quiso mi corona. Fuese pasando sobre mí, o a través de nuestro matrimonio. Daemon siempre ha querido un poder que no dimensiona bien, para él todo es fuego y sangre —por primera vez en su vida, le habla como una hermana mayor a un hermano menor—. Padre no fue el mejor rey, pero lo padeceríamos peor en manos de mi tío. Rhaenys debió ser la reina.
Es una confesión enorme para alguien que lleva un título heredado.
—Aemond, tienes que ser más que el título de príncipe y los errores que no cometiste tú.
Años. Meses. Una vida. Aemond ha esperado algo así de su madre, de su padre, incluso de su abuelo materno. Pero es su hermana, la reina, a la que ha escuchado ser vilipendiada de todas las maneras posibles, quien lo mira de frente y lo reconoce por algo más que por ser el hijo de una casa que doma bestias.
Ella le dio una capa blanca y, de manera poco sutil, lo ha utilizado para desplazar a todos los que hacen peligrar su puesto, otorgándole más de lo que hubiese ganado en cualquier otra posición.
—Rhaenyra —dice confiado, sabiendo que su consejo será bien recibido—. Si solo alimentas a los aliados, conseguiremos más enemigos. Envía a Jaehaerys a las Tierras del Oeste y deja que la casa Lannister lo tome. Aunque se ha criado con Viserys, no es necesario que los mantengas juntos.
Su hermana lo mira, no como reina, sino como humana.
—Van a estar muy solos.
—Tienen dragones —le recuerda.
Así como Daeron, que vuela hasta Desembarco en Tessarion para ver a su madre y saludar a sus hermanas. Es el único miembro de la casa que no ha rendido pleitesía a Su Majestad. La reina viuda se niega a recibirlo.
—Imaginé que no querría hacerlo cuando tampoco respondió las cartas —el tono suave de este hermano casi desconocido perturba a Aemond. Daeron tiene casi su estatura, pero con unos rasgos más suaves. Si Aegon no se hubiese dado a la bebida, se parecería más a él.
—Las guardé todas, sin leer —le confiesa—. Pensé que no respondía porque te extrañaba.
Daeron sonríe de medio lado, antes de mirar a Aemond con seriedad.
—Ella me escribió antes de la toma. Me dijo que hablara con mi tío abuelo para solicitar que Antigua y el Dominio se alzarán. Pero entonces me enteré de lo que pasó contigo y Lucerys, y supuse que estabas siendo más inteligente que todos nosotros. Le respondí que no podía arriesgar a toda mi familia.
Solo esa frase, excusa a Aemond de crímenes, traiciones y pensamientos extraños. Encuentra consuelo en este hermano que vive apartado, como caballero, y que parece no resentirse por las peleas del pasado. Cuando Daeron está con Rhaenyra es un hermano menor, presto y agradecido; cuando se encuentra a Helaena no es más que un servicial compañero; y con él, no pierde la oportunidad de ser un camarada de armas. Demasiado perfecto, demasiado abierto a discutir de la política y de la fe, conquista a las damas con sonrisas, regalos y poemas.
Por eso, cuando descubre que Baela Targaryen ha ido hacia las "Tierras de los ríos" en Danzarina Lunar, solo medio día después de que Tessarion ha partido a Antigua, en medio de unos carnavales en los que la mitad de la corte ha vivido de copa en copa celebrando la recuperación total de la reina, maldice la sangre Valyria.
Sin consultar a Rhaenyra, toma a Vhagar y persigue a su hermano. Por años, ha estudiado los comportamientos de los dragones y los rastros en el cielo. Es fácil darse cuenta de qué dirección han tomado. Los odia. Vio el fuego de Daeron extenderse, desde sus palabras suaves hasta su actitud caballerosa, conquistando a todos para que nadie notase las diferencias sutiles que enaltecían a su prima. Baela respondió a ese fuego siendo presta, aguerrida, burlándose de él y pareciendo más confiada de lo que es. Sus intervenciones en la corte nunca pasaron desapercibidas, así como había obviado el motivo real de su estancia en Desembarco: el matrimonio.
El viaje le toma solo medio día, pero al llegar, las cosas han escalado. Daeron y Baela tomaron sus votos en el Gran Septo de Antigua, bajo la Fe de los Siete y ante la mirada de los Hightower. Aemond podría dar la vuelta e irse, pero Daemon Targaryen también los ha seguido.
Notas de autor:
Como pueden observar, este capítulo está muy influenciado por lo que sucede en el final real de la Danza de Dragones. No creo que el reinado de Rhaenyra o Aegon, de haber continuado en paz dentro de la familia, se hubiese mantenido como tal. Para ese momento de la historia, las tensiones con la Fe y el resto del continente eran demasiadas, cosas estaban por pasar. No ahondaré demasiado en ellas, pero sí quería dejarlo como un precedente importante en cómo es que todos los involucrados asumen sus relaciones.
En cuanto a Saera. De los hijos de Jaehaerys y Alyssane, es la más rebelde y la que menos se ajustó a la corte, sobre todo porque fue muy caprichosa, de haber sido un chico se parecería mucho a Aegon II. Pero sé sabe que no perdió contacto con su familia por gusto, sino por decisión de Jaehaerys que le impidió a Alyssane volver a escribirle (No se ustedes, pero a mi el viejito me cae bien gordo como persona).
Ya superé el bache de lo que quería plasmar en el último capítulo, así que no teman. El fanfic está prácticamente concluído, solo denme tiempo para editar.
Los amo, apreciaré mucho los comentarios y demás.
