Capítulo 2: La Bendición de Elbereth
La mañana era hermosa, y Haldir, antiguo capitán de Lorien, contempló la ciudad de hombres desde los balcones de piedra del palacio real.
Él había llegado a Minas Tirith para visitar a su amigo, el más querido de todos, Legolas Thranduilion, ahora príncipe consorte en un reino de mortales. Había leído del insólito hecho acaecido al rey de esta ciudad en una misiva enviada por el príncipe elfo, y dejando los asuntos de Ithilien, donde él ahora era señor de la pequeña colonia de elfos que su amigo había traído de Lasgalen, y a quienes se habían unido unos cuantos elfos de Lothlorien que no habían navegado con la Dama Galadriel, así, dejando los asuntos de la colonia élfica en las manos de uno de sus hermanos, había cabalgado para estar al lado del hermoso hijo de Thranduil.
Temía por su amigo. Siempre había temido, desde ese malhadado día en Lothlorien donde Legolas le había confesado sus sentimientos por el humano y Haldir había sentido su corazón contraerse de dolor, por su amigo y por él mismo. Ya que el destino de amar a un mortal solo traía dolor a la raza élfica, porque al final sus espíritus iban a un lugar donde los feas de los elfos no podían seguir, dejándolos en aflicción ante tal pérdida.
Haldir no quería bien al rey de Gondor, y si le mostraba respeto era porque se lo había ganado. Se lo había ganado al hacer que los ojos de Legolas brillarán como nunca los había visto brillar en todas las centurias en las cuales conocía al príncipe elfo, y la sonrisa más hermosa aún; y esto era porque los ojos y la sonrisa de HojaVerde estaban llenados con amor. Pero más que todo, Aragorn se había ganado su admiración por un hecho nunca antes escuchado, al menos no entre los elfos, y es el de negarse a unir su espíritu al de su amado, había renunciado a una dicha más allá de palabras, a la máxima expresión del amor entre los Eldar.
¿Acaso no amaba a su bello amigo lo suficiente como para unir sus espíritus? No, Haldir no creía que fuera eso, el humano estaba probando hasta que punto llegaba su amor por el príncipe con lo que estaba soportando estos últimos meses, nutriendo los, sin duda, bellos frutos de su amado amigo en su interior. Sin embargo, unidos por el matrimonio élfico no estaban y con esto Elessar Telcontar había ganado la admiración difícilmente dada del antiguo capitán del Bosque de Oro, ya que al no estar unidos, su querido amigo tenía una ligera esperanza de sobrevivir a su esposo, lo que hubiera sido casi inevitable si el vínculo élfico estuviera presente.
En verdad, el rey de Gondor se había ganado su agradecimiento también. Si Legolas partía a los Salones de Mandos, con seguridad él lo seguiría. Un mundo sin su Dorada Estrella no era uno que valiera la pena vivir, y aunque sólo sus hermanos sabían de su amor por el Príncipe Consorte de Gondor, y lo apoyaban en su decisión de permanecer en la Tierra Media a pesar del estado en el que su corazón se hallaba al ser su amor uno no requerido, el plateado elfo, de la ahora abandonada Lorien, siempre estaría al lado de su querido amigo, y estaría presente en la hora final donde Legolas más lo necesitaría.
Sacudiendo su plateada cabeza de morosas meditaciones y mirando sobre su hombro, vio al dorado elfo sentado en un gran escritorio de madera, concentrado en documentos que requerían su atención. Desde la posición de Haldir, se veía a Legolas de perfil, rubia cabeza levemente inclinada hacía el documento que sostenía en sus elegantes manos de arquero, doradas hebras caían hacia delante, colgando como delicadas sogas tejidas en oro puro, profundos ojos azules totalmente concentrados en su lectura, hablando de conocimiento ya adquirido sobre asuntos Gondor, y bella frente levemente fruncida, contando sobre su determinación
"¡LEGOLAS!"
El vigoroso grito voló por los aires, saliendo del dormitorio real y navegando por la amplia antecámara hasta llegar al estudio privado del rey de Gondor. Sensibles oídos élficos atraparon el potente sonido y cejaron al mismo tiempo. Los ojos de Haldir abiertos de par en par, asombrado por tanta indiscreción.
"Creo que tu esposo te llama, Lass bain. Aunque su grito bien pudo haber llegado a Valinor y Laiqualasse, ese elfo de Gondolin de quien tanto hablaba Glorfindel, puede estar navegando hacia aquí en este mismo momento, para saber quien lo requiere con tanta urgencia."
Resoplando ante el comentario de su querido amigo, Legolas con una mano frotó levemente su frente en signo de frustración. Haldir solo lo observó entre divertido y molestado por la situación en la que se hallaba su bello amigo. Tener que soportar tal trato de un mortal era demasiado.
El príncipe consorte había empezado su mañana en el estudio, donde él se encontraba deseando estar con más frecuencia estos últimos días que en algún lugar cerca de su esposo. Su exasperación llegando a tal punto que empezaba a rehuir la presencia de su amado.
Con la condición en la cual se encontraba Elessar Telcontar, los asuntos del reino descansaban ahora en las hábiles manos de Legolas. El dorado elfo eficientemente celebraba juntas con los consejeros del reino, pronunciaba edictos, deliberaba sobre tratados, daba órdenes y administraba justicia. Después de todo él era el hijo de Thranduil.
Los súbditos de Gondor, en un principio incrédulos y mudos del shock al escuchar las noticias sobre su regidor, pronto dieron paso al júbilo, celebrando la pronta venida de, no uno, sino dos herederos a la blanca ciudad, a pesar de la poco convencional manera en la que iba a pasar. El príncipe elfo quien fuera amado en un principio por su gracia y belleza, ahora era confiado y admirado por todos los que lo observaban manejar los asuntos de Estado con mano firme y segura, y el pueblo en su totalidad respetándolo y mirándolo como lo harían a su mismo rey. Haldir no lo había dudado ni por un minuto. ¿Quién no podía amar a la HojaVerde del Bosque?
El galadhel confiadamente se acercó a su amigo, y apoyó una grácil mano en su hombro por confort. "Debes de estar cansado, HojaVerde. Deja que otro lo atienda."
Levantando su mano para cubrir la de su amigo en su hombro, Legolas le dio un cariñoso apretón antes de levantarse con gracia, girando para encarar al plateado elfo. "Me alegra que estés aquí, Haldir. Eres mi fortaleza en este tiempo difícil, pero así como tú eres mi apoyo, yo lo debo de ser para mi esposo."
Mirando a su amigo a los ojos, continuó. "Su situación es enervante y, yo pienso, también peligrosa. Cada día temo por su salud, y temo más el día en que nuestros hijos tengan que ver la luz de Anor. Mi corazón tiembla en inquietud y miedo ante el día del nacimiento de nuestros gemelos."
Al ver al Señor de Ithilien hacer un gesto de incredulidad, Legolas cogió una fuerte mano del antiguo galadhel entre las suyas. "Sí, Haldir." Dijo con ansiedad. "Mi corazón está lleno de temor por la vida de mi esposo. Ni siquiera cuando vi a ese Balrog en Moria he sentido tanto miedo, ni cuando estuve ante las Puertas Negras de Mordor esperando nuestra condena por si el portador del anillo fracasaba. Él lleva una carga que no es suya para llevar, es de ningún varón de cualquier raza, y sin embargo él lo soporta bien, y si en algunos momentos tiende a ponerse irritable, es su derecho."
Mirando cansadamente a su amigo y soltando su mano, continuó. "Los Valar saben porque él fue destinado a tomar la carga. Yo no hubiera sido capaz, amigo, tú sabes bien que los elfos no tomamos bien algún cambio drástico a nuestro cuerpo." Deteniéndose levemente como para recoger recuerdos, al fin habló. "Recuerdo hace mucho tiempo a un elfo, soldado de mi padre, que fue herido gravemente en una lucha contra las arañas del bosque, y que para que sobreviviera el curador tuvo que cortarle una pierna. Ravan era su nombre, y alcanzó a vivir solo por siete lunas, la pena en la mutilación de su cuerpo lo hizo huir a los Salones de Mandos y buscar curación allí." Girando para mirar hacia la ventana, ojos azules mirando a lo lejos, el príncipe continuó. "Yo pienso que es porque cualquier cambio en nuestro cuerpo nos recuerda lo que sufrieron nuestros antepasados ante el primer Señor Oscuro. Desafortunados elfos transformados por la maldad en su forma más pura, y que ahora son nuestros más encarnizados enemigos. Al contrario, aquí he visto a humanos ciegos y sordos, algunos mudos y otros sin varios miembros de su cuerpo que fueron perdidos en la última guerra. Ellos continúan con su vida, y tratan de vivirla en la plenitud de sus capacidades." Volviendo a girar su rubia cabeza, está vez clavó sus ojos en los del galadhel. "Los admiro, Haldir. Admiró el espíritu de los hombres, quienes aunque sus corazones estén llenados de desesperación, se sobreponen y luchan. Nuestros espíritus son realmente débiles en comparación de los suyos, y pensar que nos llaman los Primeros Nacidos..."
"Tú opinión está influenciada por tu corazón, mi principito." Aunque el antiguo capitán quería agregar mucho más, refrenó su lengua por no ofender a los mortales a quienes tanto apreciaba su amigo. Su estima por la raza de los hombres era realmente baja.
Suspirando tristemente sin querer agregar más, Legolas empezó a retirarse, pero fuertes brazos se lo impidieron jalando vigorosamente contra un fuerte pecho, y un profundo olor a sándalo inundó su nariz. Sonriendo en el abrazo, el príncipe consorte tiró sus brazos alrededor de la cintura de su amigo y descansó su rubia cabeza en un fuerte hombro. Se siente tan bien estar aquí. pensó Legolas con cariño, Siempre me he sentido apreciado y protegido cerca de él. Momentos pasaron sin que ninguno dijera una palabra, el silencio entre ellos era cómodo y llenado con comprensión.
"¡¡LEGOLAS!"
El príncipe consorte saltó en los brazos del galadhel, como si despertado bruscamente de un sueño. "Debo ir, Haldir. Te veo más tarde en los jardines, y si no llego, entonces será en la comida del mediodía." Y sin esperar respuesta, se apresuró a contestar el llamado de su amor, dejando al Señor de Ithilien con los brazos extrañamente fríos, tanto como su corazón.
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"Elladan. Elrohir. ¿Cómo se encuentra?"
"Él se encuentra bien, Legolas." Contestó uno de los gemelos terminando de cerrar la puerta del dormitorio real por donde había salido su hermano. "Tan bien como puede esperarse de cualquier embarazo."
El día había amanecido templado para ser un día de principios de invierno, y los gemelos hijos de Elrond Peredhel, curadores como su padre, cumplían su revisión matutina sobre el rey de Gondor. Hacía tres meses que habían llegado a Minas Tirith y habían hecho de la ciudad su residencia permanente a pedido del príncipe consorte, quien siempre se preocupaba por la salud de su esposo.
A pesar de lo que en un principio había pensado Legolas, los hermanos Peredhil no guardaban rencor sobre lo que había pasado entre el príncipe, el rey y la bella Undomiel.
Habiendo conocido a Legolas desde que el elfo del bosque tenía dos centurias de vida, Elladan y Elrohir lo consideraban como uno de sus mejores amigos y eran considerados así también por el hijo de Thranduil. Altos y hermosos, como solo los Peredhil pueden ser, los gemelos apreciaban belleza cuando la veían, y su rubio amigo no era la excepción.
Habiendo sido cortejado por uno y otro de los hermanos en diferente tiempo, y habiendo rechazado gentilmente tan íntimo ofrecimiento, los gemelos siempre habían pensado que Legolas estaba destinado para la más bella, la Estrella de la Tarde de su gente, pero cuando Arwen había elegido un mortal como amado; uno y otro gemelo había pensado de nuevo en tentar su suerte, hasta que pasó lo impensable y el corazón de su dorado amigo había sido entregado al mismo mortal quien había obtenido el de su hermana. Un mortal que había rechazado a la más bella princesa por el más hermoso príncipe.
Elladan había estado muy sorprendido en un principio, pero no enfadado; y Elrohir había estado indignado por su hermana, pero al final aliviado. Luthien retornada no sería de nuevo perdida al destino de los mortales, Arwen, hija de Elrond, la más hermosa doncella élfica que había agraciado Arda después de Tinuviel, permanecería con los Primeros Nacidos. Aunque ni uno u otro alguna vez dejaba de pensar que hubiera sido de Gondor si Arwen y Legolas se hubieran conocido antes de conocer a Estel. Sólo Eru lo sabía...
"Pero su tiempo ya ha pasado." La urgente voz de Legolas se filtró a través de las brumas de recuerdos, los ojos del príncipe viendo como uno de los hijos de Elrond se sentaba cómodamente en una silla de la amplia antecámara, mientras el otro cogía al azar un libro de una pequeña mesa y empezaba a hojearlo. "Los humanos nutren a sus hijos en sus vientres por solo nueve meses, y sin embargo dentro de la siguiente semana mi hervenn entra en su décimo ciclo de luna con nuestros pequeños en su interior." Su voz se había ido incrementando en volumen mientras hablaba, y con poca sorpresa sintió una gentil mano apoyarse en su hombro, brindándole ánimo. Haldir fielmente seguía a su lado, y el dorado elfo se inclinó hacia el apoyo que brindaba la cálida mano de su amigo.
Arqueando una oscura ceja ante la demostración de afecto, el gemelo sentado en la silla cruzó miradas con su hermano, prometiéndose con sus ojos más tarde compartir opiniones. "Elladan tiene razón, Legolas. Estel se encuentra bien. No hay signo de que algo esté equivocado en él. Los niños están en perfecta salud, y todo va como debe. Además el embarazo élfico dura todo un ciclo de anor."
"¡Pero él es humano!" Exclamó Legolas un poco frustrado, avanzando hacia Elrohir quien lo observaba desde su silla."
"Y tú un elfo." Replicó Elrohir, dejando sus ojos vagar por el espigado cuerpo ante él. "Y uno muy bello en verdad, como siempre lo he dicho."
"Elrohir tiene razón." Declaró Elladan levantando su mirada del libro, sus chispeantes ojos hablando sobre cual afirmación de su gemelo él apoyaba con más convicción.
Deteniéndose a medio camino de su avance hacia los gemelos, un confundido Legolas miró primero a uno y luego al otro Peredhel, en pérdida por palabras. Antes de que pudiera organizar sus pensamientos, Haldir tronó. "Cuiden su lengua, hijos de Elrond. Este no es el momento ni el lugar para tal tipo de habla, ni para sus acostumbradas bromas."
No dándose por aludido, Elrohir miró desafiantemente al galadhel. "Al contrario, lo es." Girando para mirar al desconcertado príncipe, alegremente continuó. "Su estado bien puede durar un año. Recuerda que él tiene sangre élfica en sus venas también, aunque hayan pasado varias generaciones. No tienes de que preocuparte, mi príncipe." Levantando sonrientes ojos, giró para posarlos sobre su gemelo. "Aunque no sé cuanto más continuará a crecer. Bien lo viste Elladan, un verdadero Mumakil, en verdad."
Alegres carcajadas tintinearon en el aire, dejando el libro Elladan fue a sentarse en el brazo de la silla de su hermano. "Te equivocas, hermano. Estel es el completo ejército de Gondor reunido, tan grande está."
Aunque no lo decía en voz alta, Haldir no pudo menos que estar de acuerdo, mostrando lo que pensaba en una casi imperceptible sonrisa desdeñosa en sus labios.
El alborozado sonido de burlonas risas fue lo que sacó a Legolas de su estupor, las palabras apuntadas hacia su amado consiguiendo una reacción de él. "No voy a permitir que se ofenda a mi esposo en mi presencia." Su melodiosa voz tornándose dura, Legolas miró furiosamente a cada gemelo en turno. "Y menos en mi propio hogar, y donde el rey es el señor."
Levantando ambas manos con palmas abiertas en signo de paz. Elrohir miró juguetonamente al indignado elfo frente a él. "No salieron de mi boca, Legolas. Simplemente repito lo que nuestro hermano adoptivo nos dijo." Viendo la incredulidad brillar en los ojos del príncipe elfo, continuó. "Él lo mencionó, mi príncipe. Habló a nosotros comparando su volumen con el de un Mumakil, antes de dudar y corregirse hablando de su similitud al congregado ejército de Gondor, justo antes de que su voz se quebrara, y sus lágrimas le impidieran continuar." Mirando profundamente dentro de los ojos del aturdido príncipe, mientras este último retrocedía como si golpeado dentro de los brazos de Haldir, quien pasó un brazo alrededor del delgado talle apoyando a su amigo, el gemelo prosiguió. "Tu rechazo lo lastima más de lo que él demuestra. Tu declinación en compartir el lecho conyugal está afectándolo. Pero entiendo que desees compartir el lecho de Haldir en vez que el de tu esposo. Después de todo, el rey está tan grande como su propio ejército." Concluyó con reproche en su voz y reprobación en sus ojos. Si uno hubiera mirado al otro gemelo, hubiera visto los mismos sentimientos reflejados en las grises órbitas.
Legolas saltó fuera de los brazos de Haldir como si hubiera sido quemado por ellos, sus ojos azul cielo buscando desesperadamente dentro de los ojos de los hijos de Elrond. "¡Por Elbereth Siempre Blanca!" Exclamó, "Verdaderamente no pueden pensar tan bajo de mí. ¡Estoy casado a Aragorn, por Eru! ¡Soy su esposo, como él lo es mío! ¡Estamos unidos bajo la bendición de los Valar! Con seguridad no piensan que yo podría estar con otro que no fuera mi hervenn" Casi rogó.
Elladan se paró de su asiento en la silla de su hermano, y caminó hasta pararse delante del agitado elfo, colocando una fina mano en un sacudido hombro. "Cálmate, amigo mío. Nadie te culparía si lo hicieras, después de todo no estás unido a Estel por el vinculo élfico, y por tanto puedes compartir tu cuerpo con quien desees."
El hijo de Thranduil no podía creer lo que sus oídos escuchaban, "Pero, ¿Qué de mi corazón? Mi corazón está unido a él. Le pertenece solo a él. Desea estar solo con su elegido. Yo no podría compartir mi cuerpo con el de ningún otro. No deseo compartir mi cuerpo con el de ningún otro." Dijo con firmeza, y viendo la renovada chispa en los ojos de Elladan, continuó. "Él fue el que rechazó el vínculo élfico, pero fue un acto de desinterés de su parte," con una sonrisa teñida levemente de acritud en sus delicados labios, Legolas miró fijamente a los ojos del gemelo frente a él. "aunque innecesario ha sido, como mi corazón ya conoce su curso. Sólo nos ha condenado a no sentir jamás la unidad que es el más alto premio al verdadero amor entre dos espíritus." Antes de que alguno pudiera comentar ante la revelación de su profundamente oculta amargura, insistió. "Haldir es solo un amigo. Aunque es el más querido de todos a mi corazón. Yo no he pensado de él en esa manera, y él tampoco de mí." Dando la espalda a los gemelos y girando sus ojos hacia el galadhel, Legolas buscó apoyo en esos nobles ojos como siempre lo hacía desde centurias pasadas. Pero lo que vio en ellos por un escaso momento antes de que el plateado elfo guardara sus emociones, lo hizo palidecer y sentirse débil de pronto, haciéndolo tambalear y a duras penas alcanzando a permanecer en pie. "Por el amor de Eru." Fue lo único que alcanzó a salir de sus súbitamente secos y temblorosos labios.
Haldir volteó su rostro lejos del Príncipe, pero demasiado tarde porque su amigo ya había leído en sus ojos lo que había ocultado tanto tiempo, y que había aflorado a la superficie de su mirada ante el cambio en la conversación que tocaba cerca de sus verdaderos deseos. Viendo que el daño ya estaba hecho, decidió al menos aminorarlo. "Nunca he buscado nada de ti, solo amistad, mellon nin. Y no lo buscaré ahora. Puedes estar en paz. Sé que tu corazón solo ansía por tu amado, y el mío es feliz en el júbilo que el tuyo disfruta."
Sin darse cuenta que había bajado su vista hacia el frío suelo de trabajada piedra, Legolas levantó su aturdida mirada azul para mirar a su amigo a los ojos. "Haldir, " sus palabras saliendo a tropezones, Legolas trató de expresar verbalmente su confusión y emociones. "Tú... nunca ... nunca dijiste..."
El noble galadhel no podía soportar ser la causa de la angustia de su amigo. Acercándose lentamente hacia el príncipe elfo lo interrumpió, y levantó un solo dedo para correrlo cariñosamente por una amada mejilla. "No digas más. Ya no importa." Viendo como su dorada estrella cerraba sus ojos ante la ligera caricia, el corazón del antiguo capitán empezó a latir aceleradamente. Ahora o nunca, se dijo, esta es mi única oportunidad de beber la dulzura de sus labios. Los gemelos no me detendrán, y mi príncipe está demasiado confundido como para reaccionar si mis labios alcanzan por los suyos. Ahora o nunca. Pero su noble corazón no lo dejaría, y su mismo espíritu se estremecía de temor ante la posibilidad de robar un beso en tal manera de su único amor. Forzándose a dar pasos hacía atrás, valientemente Haldir peleó las lágrimas que acudían a sus ojos. "Ve a tu esposo, Legolas. Convéncelo de que tú puedes domar hasta un Mumakil." Se forzó a hacer humor de la situación, aunque el dolor en su corazón había superado el grado al que él estaba acostumbrado.
Abriendo sus ojos ante las palabras de su querido amigo, el joven príncipe lo vio retrocediendo, y cediendo ante su primer impulso, avanzó unos pasos para seguirlo, pero al ver a Haldir sacudir su cabeza en negación, recordó la presencia de los gemelos.
Girando completamente para encararlos, vio reflejados en los dos pares de ojos grises las lágrimas que él no se había dado cuenta rodaban desvergonzadamente por sus mejillas; levantando una mano para enjugarlas de pronto todo lo hirió como un rayo. Los gemelos sabían. Ellos sabían de los sentimientos de Haldir por él, Haldir no les había dicho, Legolas estaba totalmente seguro, entonces ellos lo habían deducido, ¿O visto? ¿Visto lo que él había sido tan ciego para ver? Entonces, las palabras de Aragorn... Inhalando profundamente en súbita comprensión, Legolas susurró a los gemelos dirigiéndose a ambos y a ninguno a la vez. "Es él ¿Verdad? Él quien piensa que lo he reemplazado en mi cama."
No era una pregunta, y aún así obtuvo una respuesta, y mientras la apenas susurrada afirmación aún colgaba en el aire, Legolas sin siquiera pensar en averiguar quien la había proferido, se apresuró a cruzar las puertas del dormitorio real, atento en alcanzar a su amado y corregir tantas mal concepciones que estaban causando indeseado dolor a muchos corazones y espíritus en los salones de piedra de la blanca ciudad.
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Profundos ojos azules parpadearon peleando remanentes de sueño. Ojos que centellaron brillantemente al observar un par de color azul cielo mirando fijamente mientras despertaba. El rostro de Aragorn mostró una enorme sonrisa al ser saludado por las bellas facciones de su amado al despertar. "Meleth nin," susurrando amorosamente, el rey estiró sus brazos para atraer la rubia cabeza y bajar los delicados labios élficos hacia los suyos. Suspirando con dicha ante el delicioso contacto, Aragorn degustó los amados labios como sí sintiéndolos después de una larga ausencia. Labios acariciando labios, una lengua tímidamente trazando suaves pétalos de carne, el rey de Gondor entreabrió sus labios invitando ansiosamente a su hervenn a explorar su boca, pero los dulces labios élficos se alejaron, y temeroso de perder total contacto, Elessar Telcontar estrechó sus brazos alrededor del cuello del Príncipe Consorte. "Aún no te vayas, cuil nin. Recién despierto, y sé que él... ellos pueden esperarte. Solo unos momentos más, seron vell. Solo un poco más." Murmuró urgentemente Aragorn, jalando la dorada cabeza hasta que pudo enterrar su nariz en las sedosa hebras e inundarse totalmente en el olor de su amado.
El pequeño desliz de su esposo no había pasado desapercibido a sus agudos oídos. Legolas débilmente peleó para desenredar los brazos de su amado de su cuello. Lográndolo a pesar del leve lloriqueo de protesta de su hervenn, levantó su límpida mirada para fijarla en los ojos del rey, notando una extraña brillantez en ellos mientras súbita humedad se reunía en sus órbitas. "Necesitamos hablar, Aragorn." Ya regañándose por haber sonado tan serio, Legolas observó culpablemente mientras esos amados ojos se llenaban de puro temor.
"Puedes ir, amado mío." Hablando apresuradamente, Estel giró su rostro hacia un lado para ocultar su temor y tristeza. "Sé que los asuntos del reino no se solucionan solos. Sé que te necesitan. Yo solo dormiré un poco más, y luego los gemelos me mantendrán compañía." Tratando de disfrazar su angustia, el agobiado rey volteó hacia su amado. "No hay necesidad de hablar. Toma todo el tiempo que quieras." Dudando un poco, porque no sabía si su pedido sería bien recibido, continuó. "Solo... solo quiero saber si vendrás esta noche a mí." Mirando esperanzadamente a su dorado esposo, el rey de los hombres casi contuvo su aliento esperando una anhelada afirmativa respuesta.
Viendo el inconsciente daño que había causado con su retraída conducta reflejado en esos profundos ojos azules, Legolas enmarcó el rostro de Aragorn con ambas manos, evitando así que gire a otro lado mientras hablaba lo que estaba en su corazón. "Vendré a ti esta noche, y todas las noches por venir, melmenya." Viendo la chispa de júbilo en los amados ojos, el príncipe elfo acarició delicadamente una hirsuta mejilla con sus dedos. "Te amo, deseo de mi corazón. Sólo a ti." Observando como renovada humedad volvía a nublar la mirada del postrado rey, se apresuró a agregar. "No sabía que mis acciones te afectarían tanto, meleth nin. Nunca intenté que llegara a esto."
Su corazón latiendo más rápido con cada hablada palabra, Aragorn sonrió brillantemente a su esposo, mientras con esfuerzo lograba levantar levemente su cabeza y así rozar los delicados labios, suspirando en placer en el contacto. Volviendo a descansar su cabeza en las almohadas, enredó una mano entre las doradas trenzas, regocijándose en el simple gesto. "No importa ya, mellind. Estás ahora conmigo, y todo está ya olvidado." Intentando bajar la rubia cabeza de nuevo, Aragorn se propuso a saborear los esquivos labios.
"Pero, ¿Sabes lo que olvidas, amado? ¿Entiendes de lo que estamos hablando?" Resistiendo gentilmente la presión en su nuca, Legolas miró fijamente a su esposo a los ojos.
"Lo sé, mi HojaVerde. Y.. como dije, ya está olvidado." Respondió Aragorn con un pesaroso suspiro.
"Dímelo, amado. Dime que tanto ansías olvidar. Dime que es lo que sabes."
"No puedo decirlo. Lastima pensar en eso, y mucho menos podría decirlo." Mirando implorantemente a su hervenn, Aragorn dejó caer ambas manos a sus lados, sobre la cama.
"Dímelo." Fue un susurro, pero una orden habría sido menos demandante.
Girando su rostro lejos de la implacable mirada de su dorado esposo, Aragorn musitó. "Evitas mi cama, esposo mío." Con sus manos formando puños con las cubiertas del lecho, continuó en voz apenas audible. "Evitas mi cama en favor de otro... de Haldir..."
Solo silencio recibió la queda declaración.
Varios minutos pasaron hasta que Legolas fue arrancado de su aturdimiento por el ligero sacudir de los hombros de su esposo, y apenas asfixiados sonidos de llanto. Reaccionando apresuradamente, Legolas volteó el rostro de su esposo hacia él y fue saludado con profundos ojos derramando su carga sobre ya empapadas mejillas.
No sintió ira, ni insulto que su esposo pensara así de él. Solo tristeza por el dolor de su hervenn, que él había traído sin querer en su afán de asegurar el bienestar de su esposo.
"No duermo con él, Aragorn. Ni he dormido antes. Paso mis noches en el estudio o en la antecámara." Viendo la súbita alegría en esos amado ojos, siguió. "Si paso las noches lejos de nuestro lecho es por temor de mí mismo. El miedo de dañarte con mi deseo, amado." Al ver a su esposo a punto de protestar, insistió. "No, meleth nin. Déjame decir todo. Ai, mi rey, tu piensas que he perdido mi deseo por ti debido a tu condición, sin embargo tú no sabes lo que haces a mí. La necesidad de mi cuerpo por el tuyo sigue igual sino más al verte maduro con mi simiente, y mis noches son plagadas por sueños de nuestros miembros enredados y respiración entrecortada." Bajando sus labios hasta rozarlos contra los del otro, Legolas susurró quedamente. "Si he dormido lejos de ti es por miedo de perder el control de mí mismo, de someterte a mis necesidades sin cuidado de tu condición, en especial cuando de un momento a otro esperamos a nuestros hijos."
El alivio reflejado en el rostro de Aragorn era evidente, tanto que trajo una amplia sonrisa a los labios de su dorado esposo. Atrayendo hacía sí esos dulces labios, el rey de la noble ciudad blanca se puso a degustarlos con placer, a la vez que expresaba alegría. "Te amo más... que a mi vida, mi HojaVerde..., y tu placer viene antes que el mío..." Hablando entre besos, trató de atraer más a su esposo contra su cuerpo. "Mi necesidad por ti... he estado tan desolado... perdóname por desconfiarte... no sé que pasó por mi cabeza... tu ausencia me hizo pensar locuras... perdóname..."
Agarrando la cabeza de Aragorn entre sus manos para parar el ataque de besos, el príncipe Consorte miró fijamente a su jadeante amado. "Te perdono, meleth nin. Aunque debería ser yo quien pidiera tu perdón por mi negligencia de ti."
"No importa, seron vell. Solo que estés aquí." Tratando exigir una vez más esos tentadores labios, Aragorn miró suplicantemente al dueño de su corazón. "Te necesito, melmenya. Tenme, hazme el amor ahora... aquí. Te necesito tanto..."
Inhalando agudamente ante la cruda necesidad que reflejaban las palabras y los ojos de su esposo, su deseo de no lastimar a su hervenn luchó con su deseo por poseerlo. "No... meleth nin." Dijo vacilantemente, sintiendo sus reservas debilitarse. "Estás muy cerca de tu fecha, sino la has pasado ya... es peligroso."
"No me niegues, mellind. Quemo por ti."
Sintiendo su sangre hervir en sus venas ante las palabras de su esposo y lanzando precaución al viento, con un brusco movimiento Legolas arrancó las mantas que cubrían el desnudo cuerpo de su amado de sus ojos. Mirando ávidamente el tembloroso y desprotegido cuerpo ante él, procedió a devorarlo con los ojos. Acariciando con su mirada cada curva, cada matiz, cada pequeña marca que adornaba ese amado cuerpo. Los fuertes brazos y musculosas piernas, la bronceada piel que ahora se estremecí y erizaba ante su apreciativa mirada, las oscuras tetillas hinchadas tentadoramente con el futuro alimento para sus niños y que ahora, en este momento, despertaban en él hambre de otro tipo; la redondeada loma del bajo vientre, exuberante con su fecundidad, atrayendo su deseo como una deliciosa manzana caída del árbol haría con su apetito. Pero lo que mantuvo su atención fue la levemente escondida columna de carne entre oscuros e íntimos rizos, firme y erecta en su deseo, caliente y sugestiva en su necesidad. La lengua de Legolas salió inconscientemente para lamer sus de súbito secos labios.
"Legolas..." La susurrada plegaria lo sacó de su contemplación, y desperdiciando no más tiempo, se puso a recorrer con sus labios lo que su mirada había devorado, reintroduciéndose con cada curva, recodo, sabor y textura del amado cuerpo; mordiendo, saboreando, adorando hasta que su maduro esposo era una temblorosa masa de nervios y pedía por alivio a gritos. Y él lo otorgó. En un solo movimiento tragando hambrientamente la dura y abrasadora carne que pedía atención. Succionando con fuerza, y ahuecando las mejillas para traer el máximo placer a su hervenn, sintiendo que lo pasaría por entero tan al fondo de su garganta a su amado estaba; y mientras con una mano mantenía las inquietamente pivoteantes caderas, otra ejercía presión con dos dedos contra la entrada al cuerpo del otro, abriéndolo firmemente para encontrar su centro de placer. El estrangulado grito de su nombre le contó que había tenido éxito, dedicándose más fervientemente a acariciar a su rey desde dentro y desde afuera, sintiendo al otro gemir y aferrarse a las sábanas en exquisito placer. Una fuerte sacudida anunció el esperado alivio, y con satisfacción sintió al otro pulsar en su garganta, mientras le otorgaba la recompensa de su líquida apreciación por sus esfuerzos, derramando su esencia en su boca, mientras él bebía sedientamente, ni una gota escapando de sus avaros labios.
Dejando la saciada carne deslizarse suavemente de su boca, Legolas derramó un rastro de besos por el vientre, el pecho llegando así hasta el sonrojado rostro de su esposo, quien tenía una feliz, si cansada sonrisa adornando sus labios. Jalando la manta sobre sus cuerpos, el príncipe elfo acomodó a su pletórico esposo como mejor podía en sus brazos. Riendo bajito susurró para sí, "Un Mumakil, en verdad."
No entendiendo a que se refería su dorado compañero, Aragorn descansó su mareada cabeza en el fuerte hombro de su hervenn. "No has tenido tu placer aún, melmenya." Aragorn dijo ansiosamente.
"No te preocupes por mí, mi rey. Tu placer ha sido mi prioridad. Yo encontraré mi alivio en otro momento" Otorgando un tierno beso en la cima de la oscura cabeza, Legolas acurrucó su mejilla sobre la cúspide.
"¿En otro momento?" Casi chilló, Elessar. "Tú no..." murmuró, antes de morderse los labios para no continuar.
Sintiendo las sospechas aún en el corazón de su hervenn, Legolas alzó su dorada cabeza y levantó una ceja inquisidoramente a su compañero.
Viendo la ominosa mirada en el rostro de su amado, Aragorn cerró su boca con un audible sonido, sabiendo sus dudas y celos infundados; pero su corazón le instaba a informar a su amado de lo que sabía. "Legolas, meleth nin. Yo te confío, pero debes saber algo que he llegado a ver con mis propios ojos. Es sobre Haldir. Él te..."
"Lo sé, seron vell. Lo sé." Interrumpiendo al otro, con un triste suspiro Legolas volvió a descender su mejilla sobre la cabeza de su amado, atrayéndolo más estrechamente contra sí.
"¿Lo sabes? Sabes que Haldir..."
"Sí. Y no hablaremos más sobre ello. Es lo mejor."
"Pero, esposo mío. Él..."
"Es lo mejor, Aragorn. Para él, para ti y para mí. Duerme, aran nin, que bien has ganado tu descanso."
Confiando en que su esposo sabía lo que era mejor para todos ellos, Elessar Telcontar se entregó a su bien merecido sueño.
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El día había amanecido con grandes nubes viajando por el azulado cielo y oscureciendo el sol. El otoño haciéndose sentir en el aire, tanto como en las hojas que caían de los árboles y alfombraban la blanca ciudad.
El salón del trono, antes tan callado y solemne, ahora desbordaba bullicio por las distintas voces que querían hacerse oír. Los grandes ventanales a uno y otro lado de la gran estancia, los grande pilares de blanca piedra y las filas de severas estatuas de reyes de antaño, hacían agudo contraste con las ruidosas conversaciones y exageradas gesticulaciones de consejeros y nobles que atendían a la reunión convocada en estos grandes salones.
Legolas Thranduilion, sentado en el alto trono de Gondor bajo el dosel en forma de corona alada, miraba indolentemente a la asamblea de mortales reunidos a sus pies. Desde su sitio, en el primer peldaño de la escalinata que llevaba hacia el Príncipe Consorte, Faramir, príncipe de Ithilien y senescal de Gondor, acomodado en su sitial de piedra negra, observaba los procedimientos con menos interés que el debido; y de vez en cuando ojeando hacia arriba, detectando la débil, pero segura nota de aburrimiento en la, de otra forma, impasiva cara del bello elfo. El hijo de Denethor suspiró. Era tan simple el asunto, y sin embargo llevaban más de tres horas encerrados.
Un delegado de la ahora aliada Harad había llegado tarde en la noche solicitando una entrevista con el rey de Gondor. La audiencia le había sido concedida en un pequeño salón en el ala norte, porque a los embajadores no hay que rehusarles, más cuando es de una nación largo tiempo tenida por enemiga y recientemente atraída hacia la paz. Pero cual sería la sorpresa del embajador, que esperando al valiente y vigoroso Elessar Telcontar, en vez, vio gracilmente caminando hacia él, a una criatura de leyenda, hermoso y elegante, con una enigmática sonrisa de bienvenida en sus labios. Nadie podía culparlo por haberse quedado mirando fijamente, casi sin parpadear. Y muchos minutos después, a pesar de una admonitoria aclaración de garganta por parte de uno de los guardias en la puerta, y la pequeña conmoción hecha a propósito por otro, seguía mirando fijamente, aún frente al ominoso ceño que empezaba a arrugar la bella frente élfica de su anfitrión.
El haradrim no entendía como habiendo venido a ver al regidor de la Blanca Ciudad, de pronto, ahora se encontraba en la subyugante presencia de uno de sus más adorados dioses. Al que rendían culto todo el año, pero más aún en los primeros días de mayo, donde ellos bailaban alrededor de fogatas hechas en altas colinas rodeadas de frondosos bosques, cuando la tierra rebosaba de vida, cuando el suelo es fertilizado, y las doncellas casaderas encuentran a su futuro compañero. El dorado dios más reverenciado en su tierra se paraba frente a él, ¿Qué había hecho para obtener tal bendición? No lo sabía. Ni desperdició tiempo en preguntas, y al fin dándose cuenta que había estado mirando fijamente por largo tiempo, y estaba empezando a importunar a su dios, hizo lo cualquier Haradrim hubiera hecho en su lugar. Cayó de rodillas y lo adoró.
Los azules ojos del príncipe consorte se abrieron inmensamente ante las acciones del recién llegado, y lanzando una suplicante mirada a los guardias cerca de las puertas, Legolas se puso a convencer al hombre del sur que él no era ningún dios de los hombres, sino el Príncipe Consorte de Gondor. Difícil hazaña, considerando la persistencia del embajador a pesar de las afirmaciones de los guardias y las exigencias del dorado elfo. Por Elbereth, ¿Acaso este hombre nunca ha visto un elfo? Pensó levemente incomodado el elfo silvano. Y la mirada de adoración en los ojos de ese hombre le contó que efectivamente la respuesta era no. Al final tuvo que sonreír. Era una anécdota con que distraer a su amado, más cuando se la contó una vez retornado a sus cuartos, cual sería su sorpresa al ver que a su esposo, el hecho no le había causado ninguna gracia.
Al final, habían alcanzado a sacar al abierto el motivo de la venida del emisario. La reaparición de un solitario pirata en los puertos de Umbar, y la necesidad de atraparlo. La decisión había sido simple. Formar una pequeña coalición de los mejores guerreros de Gondor, experimentados en travesías marítimas, y mandarlos a cazar el errante corsario. Más el príncipe consorte no queriendo dejar de lado al alto consejo de Gondor, los había reunido la mañana siguiente para enterarlos de los hechos, y arreglar los detalles. Ya iban más tres horas de demasiado minuciosos detalles...
Decidiendo que un alto estaba en orden para detener toda la absurda habla sonando en el aire, Legolas abruptamente se levantó del trono de reyes, y empezó a descender las gradas lentamente, mirando a todos y a ninguno a la vez. Todo sonido inmediatamente llegó a un alto, mientras todos observaban al hermoso Príncipe Consorte haciendo su grácil camino hacia ellos. Faramir se levantó también, y trazó su camino para interceptar el de su príncipe y así unirse a él, para hablar algún sentido en los otros; cuando de pronto, con un fuerte ruido, las puertas estallaron abiertas.
"Su alteza." El joven paje hizo su apurado camino dentro del gran salón, no importándole que estaba siendo observado por los más altos nobles del reino. Su única meta, alcanzar al príncipe Consorte. "Su alteza. Debe apresurarse." Llegando a un abrupto alto frente a su señor, el niño empujó las palabras fuera de su jadeante boca. "El rey está en labor..."
Antes de que el mensaje fuera llevado en su totalidad, una dorada nube atravesó el espacio hacia las amplias puertas, seguido por un apresurado senescal. Los nobles y el pequeño paje fueron dejados detrás mirando tras los ausentes en total estupor.
Todo en su mundo se reducía a total y casi insoportable dolor. Personas corriendo de un lado a otro, las voces inquiriendo preguntas, las manos tocándolo, todo era una nube difusa de otro tiempo y lugar, porque él solo podía sentir el tremendo dolor que retorcía su cuerpo, y lo dejaba sin fuerzas, débil, sin ganas de luchar a través de la terrible agonía que estaba padeciendo.
Todo había empezado bien esa mañana. Su hervenn teniendo que levantarse temprano para asistir a una reunión de consejo, y él se había quedado extrañando el calor del amado cuerpo de su príncipe a su lado. No recordaba cuanto tiempo había pasado hasta que todo empezó. Los dolores llegando poco a poco, intermitentes, y no tan fuertes; pero rápidamente fueron incrementándose en frecuencia y fuerza, al final teniendo que llamar a alguien para que lo socorriera.
Él siempre supo que sería doloroso, que el momento en que sus hijos vieran la luz sería uno de los días más tormentosos de su vida. Eowyn, la doncella guerrera de Rohan y esposa de su senescal, le había dicho que esperar, del dolor, del completo proceso del embarazo. Pero nunca pensó que llegara a tanto. Que un acto como era traer los frutos del amor por su HojaVerde al mundo, fuera tan doloroso... tan insoportable...
Donde estaba su esposo, su amado. Él sabía que no podía continuar un momento más sin su príncipe a su lado, prestándole su fuerza y determinación. Sentía como poco a poco sus fuerzas lo abandonaban, como la inconciencia empezaba a jalarlo hacia la oscuridad. Como curador, él mismo, sabía que no se debía rendir, que debería permanecer despierto. Pero era tan tentador solo dejarse llevar, y con esto el dolor desaparecería... Si solo Legolas estuviera a su lado, él lucharía...
Había una fuerte voz gritando casi en su oído. Tratando de enfocar sus ojos pareció distinguir a uno de los gemelos, pero no podía estar seguro y menos saber cual de ellos era. La voz sonaba apremiante y una mano estaba sacudiéndolo ligeramente del hombro. No entendía lo que decía. El dolor era demasiado y le costaba mucho esfuerzo concentrarse. Aparte del tormento sacudiendo su cuerpo, solo un pensamiento estaba en su mente, y sus secos labios trataron de expresarlo forzando una palabra "Legolas." Pidió. Un ruego. Y esperó que su hermano adoptivo entendiera. ¿Dónde estaba su amado?
Extrañamente sentía que el insoportable dolor iba recediendo, y su cuerpo se sentí extrañamente adormecido, y el ansía de rendirse al olvido crecía más fuerte con cada momento. No, se dijo con sus últimas reservas de energía, Por Legolas, por mis hijos, ellos deben de ver la luz de anor, y mi hervenn debe conocer la dicha de la paternidad aún si yo no permanezco a su lado. Debe resistir un poco más...
De pronto lo vio. Una dorada luz acercándose a él, y a pesar de sintiéndose absorbido por la negrura de la inconciencia, su corazón saltó en júbilo al reconocer a su bello príncipe que por fin llegaba a su lado. Sintió las delicadas manos acariciando su rostro, las reconfortante palabras susurradas urgentemente en sus oídos. Sí entendía las palabras de su amado, él le contaba que lo amaba, que resistiera un poco más, que pronto todo acabaría y ellos tendrían dos hermosos niños en sus brazos.
Sintió una corriente de fuerza inundarlo súbitamente, y las nubes cubriendo sus ojos se levantaron, sus oídos se aclararon; y con esto llegó la perfecta cara de su hervenn a su completa visión. Sus preocupados ojos azules, las líneas de tensión cubriendo ese bello rostro mientras acunaba su cansada cabeza en sus manos y desparramaba ligeros besos en su frente y su rostro. Y con la claridad, el dolor volvió con completa fuerza. Su cuerpo sacudiéndose en los brazos de su príncipe. Pero ahora el dolor no era insoportable, no mientras su amado esposo estuviera a su lado y él supo entonces que pase lo que pase todo iba a estar bien.
"¿Porque ha entrado en labor? Solo tiene once meses. ¿No dijeron que su tiempo sería doce meses como el de las doncellas élficas?" Legolas inquirió urgentemente a los gemelos, no soportando la visión de su rey retorciéndose de dolor. Sentándose en la cama al lado de su amado, con sus bellos ojos azules amplios y asustados, mientras con sus manos y caricias buscaba una manera de mitigar el doloroso tormento.
"No estábamos seguros, Legolas. Pero su tiempo ha llegado. Los pequeños quieren conocer a sus padres, y tenemos que ayudarlos a salir." Elladan giró su inquieta mirada hacia su gemelo, un profundo ceño de preocupación arrugando su bella frente.
Con un paño húmedo, Legolas empezó a limpiar el sudor que se formaba en la frente de su doliente esposo, a la vez que dulces palabras de amor y animo fluían de sus delicados labios y su espíritu. Con cada grito de Aragorn que alcanzaba sus oídos, el príncipe elfo sentía su corazón apretarse, y aunque una de sus finas manos estaba siendo estrujada fuertemente por una sólida mano de su esposo, el único dolor del que estaba conciente era el sufrimiento de su espíritu al tener que observar la agonía de su hervenn.
Las palabras del hijo de Elrond atrajeron su atención, su mente lentamente empezando a entender su significado. "¿Ayudarlos a salir?" Volteando su bello rostro afligido, Legolas miró fijamente a un gemelo y luego al otro. "¿Eso quiere decir que mi hervenn no ha desarrollado un pasaje para el nacimiento de mis hijos?"
"No, Legolas. No hay un canal de nacimiento." Elrohir miró nerviosamente al dorado edhel, y luego a su hermano buscando apoyo allí. "Nosotros tenemos que abrir un camino para los niños. Tenemos que forzar una abertura en su vientre así que tus hijos puedan salir."
El príncipe Consorte palideció al escuchar a Elrohir. Las palabras resonando fuertemente en su cabeza como si hubieran sido gritadas en su mismo oído. Sin darse cuenta empezó a temblar y la habitación comenzó a girar, el príncipe elfo perdiendo la coordinación de su cuerpo, cayendo de lado al sentir el pánico abrazando su corazón.
Fuertes brazos evitaron su segura colisión con el piso. Un sólido cuerpo lo sostuvo hasta que pudo encontrar su balance y levantar su húmeda mirada hacia el preocupado rostro de su amigo.
Haldir permanecía fiel a su lado.
"Ten fe, Lass bain. Todo va a salir bien." Mirando fijamente dentro de los ojos de su amado príncipe elfo, Haldir vertió toda la fortaleza que podía conllevar en su mirada, brindándosela libremente a su desesperado amigo. Sonriendo débilmente, el galadhel depositó un dulce beso en la bella frente de Legolas y se retiró detrás de los gemelos, esperando permanece en segundo plano y solo intervenir cuando su dorada estrella lo necesitara.
Sintiéndose extrañamente fortalecido por las palabras y acciones de su plateado amigo, Legolas giró su determinada mirada a los gemelos, aún mientras tenía ambas manos entrelazadas con los de su esposo. "Hagan lo que deben para salvar la vida de mi esposo y mis pequeños. Pero antes déjenme levantar mi voz en ruego a la Alta Señora, para que los guíe a través de esta temerosa senda."
Una voz clara y melodiosa inundó el aire, y los que la escucharon contuvieron su aliento, hipnotizados, por miedo a que cualquier leve sonido la interrumpiera y cesara.
"A
Elbereth Gilthoniel,
silivren penna míriel
o menel
aglar elenath!
Na-chaered palan-díriel
o galadhremmin
ennorath,
Fanuilos, le linnathon
nef aear, si nef aearon!"
Mientras el miedo empezaba a inundar su corazón de nuevo, la voz del dorado elfo, pura y cristalina, fue teñida con angustia y desesperación. Implorante, suplicando protección de la Iluminadora de Estrellas.
A Elbereth Gilthoniel o menel palan-diriel, le nallon
sí di-nguruthos! A tiro nin, Fanuilos!
Mientras las últimas notas de la súplica del príncipe aún tintineaban en el aire, una brillante luz inundó la habitación, cegando a los cuatro elfos momentáneamente. Cuando al fin pudieron utilizar sus ojos, una increíble visión los esperaba.
Vestida en ropas que chispeaban como las estrellas mismas, en el centro de la habitación se paraba la más hermosa doncella que jamás habían visto. Cabello largo como el firmamento de noche, chispeando con cada movimiento que tomaba, mientras empezaba a caminar dirigiéndose al lecho de dolor. Elladan, Elrohir y Haldir cayeron de rodillas cuando la doncella paso a sus lados, más Legolas, levantándose de la cama y olvidando todo a su alrededor, se paró alto y orgulloso ante la hermosa visitante quien se detuvo cuando llegó frente a él.
Plantando maravillados y suplicantes ojos en el rostro de la Dama, Legolas soportó la brillantez del iluminado rostro, y el fuego en las pupilas que refulgían como anor mismo. "Mi Señora. Ayúdanos." Susurró con voz lastimera, inclinando la cabeza al fin, su mentón descansando en su pecho.
Sintiendo suaves y gentiles dedos levantando su rostro, los acongojados ojos del príncipe elfo se volvieron a posar sobre la resplandeciente faz, y con un corazón llenado de esperanza, vio una subyugante sonrisa. "Mi bello niño," la voz era exquisita, como el tintineo de pequeñas campanitas en el viento. "Siempre he estado velando por ti y los tuyos. ¿Pensaste que te iba a abandonar ahora?" El bello rostro haciendo un gracioso mohín, la dulce voz juguetonamente reprensiva. "Que poca fe, niño del bosque. Deberías escuchar más seguido a las palabras de tu sabio amigo, querido a Alatariel," Girando su rostro hacia el galadhel, quien enrojeció bajo la chispeante mirada, la Iluminadora de Estrellas le dedicó una gentil sonrisa. "No me he olvidado de ti tampoco, hijo del bosque de oro. Tu fe en mi será ampliamente recompensada."
Volviendo su atención hacia el Príncipe Consorte, Varda, esposa de Manwe, continuó. "Yo te he dado este regalo, HojaVerde, y ahora he venido para entregártelo en tus propias manos. Si he tardado, mi niño, fue porque quería escuchar tu dulce voz llamándome, ya que desde que mi regalo ha sido otorgado, atesoras tus canciones sólo para tu amado. ¡Me has tenido olvidada!"
Ante la expresión de genuino horror y consternación en el bello rostro del elfo del bosque, dulce risa erupcionó de perfectos labios, y los corazones de todos fueron alegrados y reconfortados de inmediato, tanto era el poder de Elbereth Siempre Blanca. "No te preocupes, pequeño. Yo también atesoro mis canciones solo para mi Señor; y Eru, el Único, a veces tiene causa de queja." Riendo aún ante las distintas expresiones de confusión en los rostros élficos a su alrededor, Varda se inclinó sobre el lecho del doliente. "Aunque te prometo, mi dorado niño, que una vez que mores en Eldamar, entonaré un lay en honor a tu gran fortaleza."
Enfocando su compasiva mirada sobre la retorciente figura en la cama, la Dama observó la sufriente expresión desfigurando el antes solemne rostro de Elessar. Ojos apretadamente cerrados, labios puestos en una apretada línea de los cuales de vez en cuando escapaban agudos gritos, y una estirada mano alcanzando por algo o alguno. Con seguridad su hervenn, la valier meditó. Aparentemente Aragorn no se había dado cuenta de lo que ocurría a su alrededor, y con certeza la presencia de la Dama no había sido registrada en sus nublados sentidos. Tanto era su dolor.
Elbereth se inclinó sobre el lecho aún más, y con una delicada mano tocó una de las mejillas, mientras su cálido y fragante aliento soplaba sobre el acongojado rostro y le daba paz. "Duerme tranquilo, Rey de los Hombres. Cuando despiertes todo habrá terminado."
Todos observaron como el doliente rostro se relajaba y adquiría una expresión de profundo descanso en sueño. El corazón de Legolas empezó a latir más rápido, mientras sus temores empezaban a cobrar vida de nuevo. "Mi Señora..." empezó, más fue silenciado por una benevolente sonrisa.
"Tranquilízate, pequeño. Tu hervenn duerme, pero pronto despertará como ansía tu corazón."
Girando una vez más hacia el hombre en el lecho, las manos de Varda se posaron sobre el abultado vientre, y un brillo empezó a esparcirse por todo el cuerpo del rey dormido. Brillo que creció en intensidad y cubrió enteramente el cuerpo en la cama, bloqueando la vista de los demás. "Acércate, dorado niño."
Legolas obedeció la voz, y escudando sus ojos del intenso brillo se paró junto a su protectora. Confiaba enteramente en ella, a pesar de que su amado estaba oculto a sus ojos.
"Sostén a tu primogénito, HojaVerde."
Viendo por el rabillo del ojo a la Dama enderezarse y extenderle algo, con un corazón abrumado de júbilo y amor, Legolas distinguió una pequeña forma, y apresuradamente extendió sus brazos donde su primer hijo fue depositado seguramente. Inmediatamente los pequeños pulmones explotaron a la vida, llenando la habitación con un sonoro llanto que solo trajo dicha a todos los corazones reunidos.
Recuperando su juicio, Haldir apresuradamente se levantó alejándose, y regresó yendo inmediatamente al lado de Legolas con una suave manta para el precioso retoño. El príncipe elfo le agradeció con una deslumbrante sonrisa, mientras envolvía al niño quien poco a poco se iba calmando.
"Y aquí está tu segundo hijo, mi niño." Con esto Elbereth giró hacía el hijo de Thranduil, acunando otra pequeña forma en sus magníficos brazos. La cegadora luz empezó a difuminarse, dejando solo la durmiente figura en la cama, quien parecía relajada y en completo reposo. Los ojos de Legolas examinaron concienzudamente la figura de su amado, y viendo que todo estaba en orden su mirada retornó a la Dama.
"Mi señora."
La valier sonrió dulcemente al niño del bosque, y bajó su augusta mirada sobre la contoneante pequeña forma en sus brazos. "Y una especial bendición recae sobre tu segundo hijo, Legolas. Mi regalo a ti." Y con esto la Dama bajó su cabeza y otorgó un delicado beso sobre la pequeñísima frente del bebe. "Puedas tu ser la alegría de tus padres," y más bajito agregó, así que ninguno escuchara solo el pequeñito. "Y ser la salvación de uno de ellos."
Con esto Elbereth Gilthoniel extendió sus blancos brazos hacia el príncipe Consorte, quien con delicadeza pasó su primogénito a Haldir, para acoger a su segundo, pero no-menos querido, niño dentro de sus amorosos brazos.
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Fuerte llanto fue lo que lentamente lo trajo a la conciencia. Sus sentidos placenteramente ocupados en profundo sueño, no resistiendo el jalón hacia el mundo real. Sus ojos lentamente abriéndose encontraron un par de ojos azul cielo que lo miraban intensamente. Aragorn sintió los suaves labios de su esposo besar castamente los suyos.
"Buenos días."
Su cuerpo se sentía extrañamente adolorido y ligero, y con sorpresa se dio cuenta que el peso que había cargado por once meses estaba ausente, dejándolo desacostumbradamente vacío. "Legolas," urgentemente habló Aragorn, temiendo lo peor. "Nuestros hijos..."
"Están bien, meleth nin." Interrumpió el príncipe inmediatamente, apaciguando a su amado. "Nuestros gemelos están sanos, y por lo que puedes escuchar muy animados." Gesticulando a Elladan y Elrohir, quienes corrientemente tenían a los pequeños en brazos y estaban haciendo desesperados intentos para calmarlos, les pidió que se acercaran.
Viendo a sus hijos por la primera vez, Aragorn intentó incorporarse del lecho. Más fue detenido por una firme mano de su esposo. Legolas tomó el niño que le alcanzaba Elladan y lo presentó a su esposo. "Este es nuestro primogénito, hervenn nin." Y con esto delicadamente bajó al pequeñito dentro de los aguardantes brazos de su esposo, quien saludó a su hijo con una sonrisa y lo bendijo con un beso en una menuda frente.
"Eldarion." Dijo Aragorn firmemente. Ante la confundida expresión en el rostro del elfo del bosque, repitió. "Eldarion. Debe de llamarse Eldarion. Hijo de los Eldar. Tu hijo, meleth nin."
Legolas le obsequió una deleitada sonrisa, mientras bajaba su rostro y posaba un suave beso en la frente de su ahora silencioso pequeño, y uno más cálido en los labios de su amado. "Eldarion debe ser, entonces." Mientras tanto Elrohir había depositado a su segundo niño en sus brazos, y el príncipe elfo hizo la introducción debida. "Y este es nuestro segundo hijo." Mirando a su amado con chispeantes ojos, traviesamente inquirió. "¿Ya tienes un nombre para nuestro pequeñito, seron vell?"
Elessar lo miró confundidamente antes de sacudir su cabeza. "No, meleth nin. Además como tomé el privilegio de nombrar a nuestro primogénito, pienso que tú debes de elegir." Concluyó tímidamente.
Legolas miró pensativamente a su niño en sus brazos, meditando sobre un nombre que hiciera justicia al júbilo que la llegada de sus hijos traía a su corazón y lo que sus presencias representaban en sus vidas. "Dúnedhel." Al fin dijo. "Porque a nacido de un hijo de los Dúnedain y un elfo de la Tierra Media."
Los ojos del rey de Gondor brillaron ante la elección de su esposo, posándose en la diminuta figura acunada en los brazos del príncipe, mientras el dorado edhel bendecía su segundo nacido con un delicado beso en la diminuta frente. "Es un nombre perfecto, cuil nin."
Sin previo aviso ambos, Eldarion y Dúnedhel al unísono, explotaron en llanto, haciendo sobresaltar levemente a ambos padres. "Creo que ya es hora de su primera comida." La divertida voz de Elrohir razonó, al ver como los padres primerizos trataban de calmar a sus hijos por todos los medios posibles, sin éxito alguno.
Todos los ojos giraron para posarse en Aragorn, quien tragó audiblemente al comprender lo que las palabras significaban. Mirando suplicantemente a su esposo, Elessar transmitió su incomodidad.
Entendiendo a la perfección a su amado, Legolas yació su firme mirada sobre los otros elfos. "Elladan, Elrohir, Haldir. Les estoy muy agradecido por todo lo que han hecho por mi esposo y por mí. Los veré en la cena."
Entendiendo perfectamente el mensaje del príncipe como una despedida. Los tres elfos expresaron sus buenos deseos a la pareja real y empezaron a salir silenciosamente, pero no rápidamente suficiente que una risita ahogada pudo ser escuchada, lo cual causó un sonrojo en el ex montaraz. Por lo que se oía, Elrohir estaba disfrutando con la situación en grande.
"No lo tomes en serio, meleth nin." Consoló Legolas, "Sabes que los gemelos siempre han tratado de hallar el lado divertido a todo." Mirando expectantemente a su esposo, el Príncipe Consorte esperó el comienzo de la comida de Eldarion, quien estaba en los brazos del rey. Mientras los minutos pasaban y nada parecía suceder a pesar del continuada llanto, el elfo arqueó una dorada ceja inquisidoramente a su esposo. "¿Qué sucede, seron vell? ¿Por qué la espera?"
Moviéndose incómodamente en su lecho, Aragorn se ruborizó aún más si era posible. "Yo... ehm... tú... ¿Podrías... darte la vuelta?
Mirando fijamente con ampliados ojos a su esposo, Legolas iba a empezar a protestar. Pero viendo la genuina humillación en el amado rostro, lo pensó mejor. "Claro, hervenn."
Dándole la espalda a Aragorn, Legolas se puso a mirar y tratar de distraer al pequeñito en sus brazos. Sus agudos oídos élficos inmediatamente atrapando el cese del llanto de Eldarion, el sobresaltado jadeo de su rey, sin duda al contacto de su hijo con su sensitiva piel, y los ávidos sonidos de succión de su diminuta boca. No pudo menos que sonreír con satisfacción para sí mismo.
Unos cuantos minutos pasaron antes de que una sumisa voz lo llamara. "Legolas. Pásame a Dúnedhel."
Girando prestamente, Legolas contempló a Eldarion ahora dormido en los brazos de su esposo, y el levemente hinchado pezón en el pecho de su amado. Los ojos del príncipe elfo se oscurecieron con pasión, y una rosada lengua salió a lamer sus de súbito secos labios.
Aragorn, al ver la predatoria mirada en los ojos de su esposo, volvió a sentir como la sangre subía de nuevo a sus mejillas. Pasando apresuradamente, pero cuidadosamente a Eldarion dentro de los brazos de Legolas, acogió en los suyos a su segundo hijo. Esta vez Legolas no le dio la espalda, ni Aragorn lo pidió.
Observando atentamente el rostro de su esposo mientras su hijo se alimentaba, Legolas vio las leves muecas de incomodidad, e inquietos movimientos mientras su amado trataba de acostumbrarse a este inusual acto.
Al fin Dúnedhel cayó dormido también, y Legolas gentilmente llevó primero a Eldarion y luego su segundo niño a sus previamente preparadas cunas. Volviendo al lado de su esposo, vio como este comenzaba a cubrirse, más Legolas lo detuvo. "Aún te falta alimentar a uno más."
Aragorn lo miró con confundidos ojos, antes de observar como la mirada de su esposo estaba pegada a sus sensitivos pezones. Estremeciéndose con anticipación, pero sintiéndose muy cansado, Aragorn empezó a protestar. "Legolas, Yo..."
Sabiendo exactamente lo que pasaba por la mente de su esposo, el príncipe elfo se apresuró a reasegurarlo. "No te preocupes, meleth. Seré rápido. Solo lo suficiente para apaciguar mi hambre, si no saciarla."
Y con eso, Legolas zambulló su dorada cabeza hacía el pecho de su amado, quien gimió inconscientemente ante las deliciosas sensaciones que despertaba la ávida lengua de su esposo. Es tan diferente de alimentar a mis hijos, pensó; antes de que todo pensamiento huyera de su cabeza.
Legolas embromó la punta de cada uno de los pezones hasta que estuvieran duros y firmes. Alejándose levemente para admirar su trabajo, sopló levemente sobre uno, antes de atacar al otro con súbita voracidad, succionando vigorosamente como sí su vida dependiera de ello, jalando el líquido sustento, cálido y exquisito, dentro de sí mismo, llenando con dicha su corazón tanto como su estómago.
Aragorn gritó fuertemente ante la levemente dolorosa, pero definitivamente placentera sensación. Su cuerpo débilmente arqueándose para ofrecer más de sí a su ansioso hervenn y enredando sus frenéticos dedos entre sedosas hebras del dorado cabello.
Con un audible sonido su dorado esposo dejo el abusado pezón para pasar al otro, y Aragorn pensó que su esposo lo succionaría seco, tanto era el empeño que ponía. Su cuerpo temblando levemente de la miríada de inesperadas sensaciones recorriéndolo, el rey se entregó placenteramente y en abandono al acto de ser bebido y disfrutado.
Dejando al fin el hinchado pezón, Legolas le dio una última lamida, y subió su rostro a la altura de su esposo, para darle un cálido beso. "Uhmm, gracias mi rey. La comida estuvo exquisita."
Sintiéndose inmensamente cansado, Aragorn solo alcanzó a sonreír débilmente, antes de rendirse a un muy merecido sueño, acunado en los brazos de su amoroso, y ahora saciado príncipe.
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Notas
Valaroma – el cuerno de Oromë
Hathol-edhellen – Hacha élfica.
Firiel – Doncella mortal
Vain Maethor – Hermoso guerrero.
Himno a Elbereth: "Oh! Elbereth quien enciende las estrellas, de brillante cristal inclinado cae con luz como joyas desde el cielo en lo alto la gloria de la hueste estelar. A tierras remotas he mirado a lo lejos, y ahora a ti, Fanuilos, brillante espíritu vestido siembre en blanco, aquí te cantaré desde más allá del Mar, desde más allá del ancho y hendido Mar."
La segunda parte es lo que grita Sam cuando se enfrenta a Ella la Araña: "Oh Elbereth Iluminadora de Estrellas desde el cielo observando a lo lejos, a ti te imploro ahora en la sombra de (el terror a) la muerte. Oh mira hacia mí, Siempre Blanca."
Pueden consultar está página para más info: http/tolkien. Galadriel en quenya
Aran nin – Rey mío.
Melmenya – Amor mío (Quenya)
Cuil nin – Mi vida
Mumakil – Olifante.
Lass bain – Bella hoja
Laiqualasse - HojaVerde
Anor - sol
Aran i Gondor – Rey de Gondor
Oromë – Vala
Valaróma – Cuerno de Oromë
Hervenn – esposo (élfico)
Mellind – Querido corazón.
Seron vell – amado.
Elleth – doncella, mujer elfa
Maer aur – Buenos días.
Bereth – Esposo (a)
Ada – Papá
Adar – Padre
Fea – Espíritu
Elbereth – Varda
hervenn nin – Esposo mío
Meleth nin – Mi amor.
