Capítulo 3: Los Designios de Eru
Dos hermosos niños con ojos azules eran la alegría del reino de Gondor.
Eldarion tenía los ojos azul cielo de su dorado adar, y los cabellos negros, que recordaban a los del rey, aunque lacios y sedosos como los del príncipe consorte. Más Dúnedhel tenía los ojos azul profundo de Elessar, con los cabellos negros y ondeados como él, pero más suaves y finos como los del hijo de Thranduil.
Niños más amados por sus padres no había, y aunque el rey de Gondor, una vez recuperado, volvió a sus funciones reales; siempre estaba al pendiente de sus hijos junto con su esposo élfico. Las niñeras de los pequeños príncipes a veces tenían menos trabajo, ya que la frecuencia en que la pareja real veía y atendía a sus niños era grande.
Cuando los pequeños cumplieron un año de edad, las sospechas de Legolas fueron confirmadas. Los pequeños crecían en buena forma y salud, pero mientras más tiempo pasaba se notaba más la diferencia entre ellos. Gemelos idénticos eran, más la diferencia entre ellos era que uno era mortal y el otro un elfo.
Legolas lo había vislumbrado desde el primer momento en que posó sus bellos ojos sobre su segundo hijo. La luz de los edhil brillaba en las tenuemente coloreadas pupilas de su niño, más lo había descartado como un anhelado deseo en la felicidad de la paternidad. Pero, mientras los meses pasaban, ante sus mismos ojos vio como físicamente Eldarion se desarrollaba más rápidamente que su hermano, aunque en intelecto los dos iban a la par.
Lo primero que percibió el Príncipe Consorte fue el sutil cambio en las pequeñas orejas. Cuando nacieron Eldarion y Dúnedhel tenían las orejas redondeadas y levemente arrugadas que los recién nacidos poseen, pero el tiempo se encargó de hacer las pequeñas orejitas del primogénito firmemente redondeadas, mientras que las de su hermano adquirieron la inherente afilada punta característica de la raza élfica. El corazón de Legolas tembló.
Cuando los pequeños cumplieron cinco años, las diferencias aumentaron. La estatura de Eldarion superó la de su gemelo, pero las facciones de Dúnedhel se tornaron más finas y bellas, el hijo de Legolas sin duda, y su visión más aguda. La bendición de Elbereth se había manifestado. Las puertas de Valinor estarían abiertas para Dúnedhel.
Aunque Aragorn hace años lo había aceptado, Legolas se había rehusado a aceptarlo hasta estar del todo seguro. Conforme pasaban los años, él observaba cercanamente el crecimiento y desarrollo de sus hijos, supervisaba su educación y estaba al tanto de sus juegos y pasatiempos. Aunque Elessar era de nuevo el rey de Gondor en funciones, el Príncipe todavía tenía muchas ocupaciones en el reino como para ocupar mucho de su tiempo, más ante todo estaban sus hijos, siempre haciendo tiempo para ellos, donde para el rey era a veces totalmente imposible.
Cuando los pequeños cumplieron diez años, ya habían mostrado sus preferencias y gustos a sus amorosos padres. Eldarion estaba inclinado al conocimiento. Siempre escuchando anécdotas e historias contadas por sus mayores, y su favorita siendo "La Guerra del Anillo", y aunque ya le había sido contada muchas veces por sus padres; siempre que venían a Gondor sus tíos Meriadoc Brandigamo y Peregrin Tuk, más conocidos como Merry y Pippin por la pareja real, Eldarion los convencía de que contaran la historia de nuevo, jalando a su gemelo con él, pues siempre que escuchaba a los hobbits narrar el cuento escuchaba algo nuevo y maravilloso. Aunque Dúnedhel siempre le decía que sus tíos de la Comarca aumentaban y exageraban la historia, Eldarion nunca dejaba de sorprenderse como Merry y Pippin habían vencido solos a una horda de Uruk hai y al mago malvado llamado Saruman, que dicen que era muy poderoso, bueno con la ayuda de una docena de árboles, pero¿Qué mucha ayuda podrían haber sido los árboles sino para dar frutos? A Eldarion no le importaba, solo que tenía por tíos a dos héroes de la Tierra Media y él estaba muy orgulloso de ellos.
Otra historia era cuando venía de visita su tío Gimli, hijo de Gloin, señor de las Cavernas Centellantes. Ahí era Dúnedhel él que quería oír la historia de "La Guerra del Anillo", porque aunque a regañadientes, el enano una vez que empezaba el cuento lo trabajaba como hacía con las piedras preciosas, delicadamente y con esmero, y siempre su ada élfico era mencionado con respeto y cariño. Y Dúnedhel seguía a su tío Gimli también porque le interesaba mucho esa hacha que portaba a todos lados. Una vez había entrado de madrugada a la habitación del señor enano y vio como el hacha dormía a su lado en la cama, y hasta abrigada con las mantas. Desde ahí se había sentido intrigado, y no paró hasta que su tío gruñón, como lo llamaban en secreto su hermano y él porque su dorado adar sin duda se enfadaría, había empezado a enseñarle a empuñar el arma que más amaban los enanos. Mucho para la consternación de Legolas, quien decía que nunca escucharía el fin de esto si Thranduil se enteraba.
Así el príncipe heredero, como ya se lo conocía a Eldarion, tenía preferencia por los estudios, aunque no dejaba de lado el entrenamiento físico que le proveía personalmente su rey padre; y Dúnedhel tenía preferencia por.. uhmm... el hacha, aunque no dejaba de lado sus estudios, donde a veces Legolas los instruía porque no había quien más les enseñara a los niños la historia de sus parientes élficos. Y entretanto el Príncipe Consorte seguía intentando convencer a Eldarion que el Señor de los Gamos y el Señor de Alforzada, o sea Merry y Pippin no habían derrotado a Sauron, ni destruido el Anillo único, sino que fue un Mediano llamado Frodo; y a Dúnedhel tratando de fomentarle el amor al arco, inherente a los elfos del bosque, mientras tratando de evitar que durmiera con su pequeña hacha, cortesía de su querido tío Gimli. Aragorn solo sonreía ante las ocurrencias de sus pequeños, más Legolas ya había perdido varios dorados mechones a causa de su frustración. ¡Quién entiende a los enanos!
Cuando su tío Samsagaz Gamyi venía de visita a Gondor, los principitos eran los mejores comportados niños de la Tierra Media, ya que al alcalde de la Comarca le gustaba todas las cosas muy ordenadas y en su sitio, si ustedes me entienden.
Más cuando su tío de Ithilien, Haldir hijo de Halathil venía de visita, los gemelos estaban en la gloria, porque decían que ser más hermoso que el elfo silvano no había, claro que su dorado ada no contaba porque después de todo era su ada... Rumil y Orophin, hermanos de Haldir, decían que los pequeños opinaban así porque el galadhel confabulaba con los niños jugando bromas a los demás, y que a veces hablaba a Legolas en no castigando a los gemelos cuando estos eran hallados culpables; claro que ellos no mencionaban que también corrían con los gemelos cuando tenían oportunidad, y jugaban bromas como niños pequeños. Aunque era divertido ver al orgulloso ex capitán de Lothlorien corriendo con los niños, ágil y elegante, y reuniéndose con ellos mientras observaban al siguiente blanco de su siguiente gran broma.
Pobre Faramir, quien una vez fue la victima del trío élfico, y que nunca más volvió a ver su favorita capa, al menos no en el color que era originalmente cuando la adquirió.
Una vez que los niños estuvieron grandes suficiente para viajar, el príncipe consorte empezó a ausentarse de la Blanca Ciudad en compañía de sus pequeños, mucho para el descontento de Aragorn quien quería a su compañero élfico siempre a su lado. Legolas argumentaba que los niños necesitaban ver y conocer las tierras a su alrededor, y su esposo accedía porque no había nada que podía negarle a su encantador príncipe.
Y así cuando los gemelos cumplieron catorce años humanos empezaron a viajar. Una de sus primeras vistas fue la ciudad costera de Dol Amroth donde Imrahil, noble príncipe era señor. Hermoso y alegre era este señor príncipe, y aunque la bella ciudad estaba muy cerca al mar para el gusto de Legolas, porque despertaba enterradas ansías en su corazón, siempre era un gusto hablar con Imrahil. Dicho príncipe exigía ser descendiente de Mithrellas a través de veintiún generaciones, y Legolas le creía porque podía percibir la sangre élfica que corría por sus venas, aunque diluida con cada generación. Y además había conocido a Mithrellas y era un gusto para el dorado elfo hablar de una querida y extrañada amiga.
Rohan y las cavernas centelleantes presenciaron el arribo del Príncipe Consorte y sus vástagos siguiente, mucho para el júbilo de Eomer rey, ya que conocía el amor de los principitos por los caballos, y que mejor lugar que La Marca, la tierra de los Señores de los Caballos. Y cuando fueron a Aglarond, las cavernas del señor enano, por supuesto Dúnedhel estaba feliz de ver a su tío Gimli... y su hacha.
Pero donde más viajaba Legolas mientras sus hijos crecían y aún sin ellos, era la Tierra de Ithilien, donde una colonia de elfos estaba asentada y floreciendo, y donde Haldir era señor. Último bastión de los elfos en la Cuarta Edad, la colonia en Ithilien era un puerto élfico para todos aquellos Primeros Nacidos que aún querían permanecer en la Tierra Media, ya que el Valle Oculto de Rivendell y el Bosque de oro de Lothlorien estaban desiertos; y se decía que la gente de Thranduil en Eryn Lasgalen había abandonado al fin el refugio de los árboles para ir más allá del mar.
Siempre ansioso por estar entre sus parientes, Legolas hacía un viaje anual que podía durar desde una semana hasta un mes, algunas veces en compañía de Aragorn, en otras con los gemelos, aunque más frecuentemente con Dúnedhel; y otras solo.
Mientras crecía el segundo príncipe de Gondor había empezado a darse cuenta de sus diferencias con la gente que lo rodeaba, y aunque al principio confundido y angustiado, gracias a los elfos de Ithilien, había aprendido a aceptar la bendición de la Siempre Blanca Señora de las Estrellas, y a aceptar su lugar entre los Primeros Nacidos Hijos de Eru. De ahí la insistencia de Legolas a que su niño frecuente más a sus parientes de Ithilien, mucho para la mortificación de Elessar, quien siempre trataba de acompañar a su esposo en sus viajes a esa provincia. El Rey de Gondor no olvidaba la tierna estima del galadhel por su dorado compañero.
Y Así fueron creciendo los gemelos de Gondor, alegría y a veces desesperación de sus padres. Y cuando llegaron a la edad de dieciocho años, Eldarion no cabía en sí de gozo. ¡Ya estaba en su mayoría! Y Dúnedhel, aunque ahora entendía porque no podía celebrar su mayoría con su hermano, no por eso estaba menos moroso con respecto al asunto, porque ahora se había vuelto "el pequeño hermano", y Eldarion se regocijaba en eso. Mientras Eldarion empezaba a cortejar doncellas y a tomar amantes, Dúnedhel permanecía enfocado en su... hacha.
Su dorado adar lo había hecho muy claro que su mayoría, según la costumbre élfica, la alcanzaba a los cincuenta los mortales. Y así fue que Dúnedhel se convirtió en el elfo más experto en el manejo del hacha de toda la Primera, Segunda, Tercera y Cuarta Edad de la Tierra Media, admirado aún por la gente de Gimli el enano, y orgullo de este último.
Fue entonces que el segundo hijo nacido de Elessar empezó a mostrar más inclinación y pasar más tiempo con su adorado ada élfico y a acompañar al Príncipe Consorte en su viaje anual a la provincia de Ithilien, y más aún, a permanecer en ese refugio élfico mientras su ada regresaba a Gondor, Legolas no podía mantenerse mucho tiempo alejado del deseo de su corazón, y siendo la máxima permanencia del elfito un año entero en compañía de los elfos silvanos, aprendiendo su conocimiento y escuchando historias de edades largo tiempo olvidadas. Si bien estos elfos miraban con algo de desconfianza el hacha que siempre portaba, Haldir el primero, y el principito trataba de que su arma favorita pase desapercibida, por miedo de ofender a sus amigos élficos, en especial a su plateado mentor, Haldir de los elfos silvanos, a quien admiraba por encima de todos, claro excepto sus queridos padres.
Más Dúnedhel se ganó el derecho de portar orgullosamente su hacha ante los de su raza. Orcos descarriados aún asolaban algunas partes de Ithilien, y mientras la gente del puerto élfico hacía patrullas para prevenir incursiones fortuitas, el hijo de Legolas tuvo oportunidad de demostrar su habilidad con el arma de su elección. Aunque no en su mayoría, Dúnedhel portaba hachas tan grandes y pesadas como la de los señores enanos de Aglarond, llevando una colgada detrás de su espalda y otra en el cinto, al estilo de los hijos de Aule.
En una de las patrullas de la que había formado parte el principito, guiada por el señor de los elfos de Ithilien mismo, había tropezado con una banda de orcos merodeadores. La batalla fue encarnizada. Haldir peleando con su espada larga, siempre manteniendo sus almendrados ojos en su joven pupilo mientras su gente llovía flechas sobre el enemigo. Más Dúnedhel estaba en su elemento, tejiendo una danza mortal con sus dos hachas guerreras. Una en cada mano. Lanzándose hacia los orcos con determinación y gracia, ondeando un hacha sobre su cabeza mientras la otra cortaba un enemigo y girando a la vez que bajaba el hacha en alto para alcanzar el siguiente, nunca perdiendo de vista a los atacantes o a sus amigos. Era una visión para contemplar en su agresiva gloria.
Los elfos de Ithilien asombrados empezaron a cantar las alabanzas del principito de Gondor, y en sus canciones lo llamaban "Hathol-edhellen", y por ese nombre fue conocido entre los elfos aún permanecientes en la Tierra Media. Y así su adar élfico se resignó a que el arco no sería el arma favorita de su ninguno de sus niños. "¡Malditos enanos y malditos elfos¡Que testarudos son!" Dijo Legolas en voz alta, sonriendo mientras recordaba las palabras que había compartido con Gimli, cuando el enano se había rehusado a ser vendado en los ojos a los bordes de Lothlorien en la Guerra del Anillo.
En uno de los viajes a Ithilien cuando Legolas viajó con los gemelos de Gondor, Eldarion conoció a Firiel. Él tenía veintidós años y ella dieciséis. Y así el príncipe heredero de Gondor halló su destino.
Bella doncella, segunda hija a Faramir y Eowyn, Firiel era tímida y de fácil encanto, con una voz que recordaba el canto de los ruiseñores al atardecer. El príncipe de Ithilien y su Dama cuando viajaban a Minas Tirith siempre lo hacían en compañía de su hijo mayor, Elboron, más aunque los regidores de Gondor sabían que el fiel senescal tenía una hija también, ellos nunca la habían visto. Refugiada y solitaria, Firiel prefería pasar su tiempo con un arpa en la mano rodeada por la naturaleza, en vez de la afamada corte de la Blanca Ciudad.
La intención de Legolas había sido ir a la colonia como siempre lo hacía, pero su corazón le dijo ir a Emyn Arnen, donde regía Faramir como príncipe, y pagarle una visita en su hogar, aunque siempre lo veía en Minas Tirith. Después de todo la Compañía Blanca de Faramir, capitaneada por Beregond, siempre había apoyado a la colonia élfica en tiempos de necesidad. Y así habían llegado los príncipes de Gondor al hogar del Senescal y la Blanca Dama de Ithilien, y el primer día de su estancia había encontrado a Eldarion profundamente embelesado con la hija de su huésped, y la tímida doncella no menos así.
Pronto Eldarion había pedido permiso para cortejar a la encantadora doncella, y no más de un año había pasado cuando un matrimonio había sido concertado. Y fue así que el retraimiento de Firiel llegó a su fin. El destino quiso que quien no había querido ser parte de la corte de la Ciudad Blanca, se convirtiera en la princesa en vez, teniendo su propia corte de bellas y jóvenes damas a su alrededor, soportando el bullicio y la algarabía por amor a su joven y apuesto esposo.
La distancia entre los hermanos gemelos empezó a crecer, porque aunque se amaban con incondicional estima, las diferencias entre ellos los separaron. El amor de Dúnedhel lo tenía Legolas, y el de Eldarion ahora Firiel, aunque los dos amaban a ambos padres por igual las diferencias que los separaban hacían que busquen a sus similares. El rey de Gondor a veces se quejaba a su esposo élfico de que este pasaba más tiempo con su segundo hijo que con él, y el hijo de Thranduil respondía compensándolo por cualquier falta inconsciente que había cometido con muchas noches ardorosas en las habitaciones reales. Después de semejantes sesiones, el rey enfrentaba el día siguiente con un humor excelente, y todos sabían que hicieran lo que hiciesen no podían a arruinar el buen humor de Aragorn II, hecho que mayormente sus hijos aprovechaban.
"¿Adar puedo ir a Moria a enfrentar al Balrog?"
"Por supuesto, hijo. Por supuesto."
En uno de sus viajes a Ithilien, cuando tenía casi cuarenta y cinco, Dúnedhel aprendió la verdadera historia detrás de la bendición de Elbereth. Haldir una noche lo sentó en caído tronco frente a un arroyo mientras contemplaban las estrellas, y le contó sobre su nacimiento, y el hecho que sea un elfo implicaba. Mientras Legolas no lo veía, y Aragorn lo sospechaba, Haldir entendía la verdadera intención detrás de la Bendición de la Señora. "Hazte amar por él. Haz que su amor sea profundo y sin límites, Dúnedhel. Sé la luz de sus ojos como tu padre mortal lo es, porque así, y solo así, cuando el momento llegue, él no se rendirá al jalón de Mandos, sino que vivirá, y vivirá por ti, solo por ti, mi oscuro principito."
Así Dúnedhel entendió su verdadero destino, y porqué la Iluminadora de Estrellas le había dado su bendición. Y esa noche, bajo las estrellas de la Señora juró cumplir su destino, ante un ahora esperanzado galadhel. Y también fue así que Dúnedhel conoció del profundo amor que Haldir tenía por su dorado adar, también así conoció su primera desilusión de juventud, porque a sus ojos el plateado elfo era hermoso como ningún otro. Más su admiración no había tenido tiempo de trocarse en amor, y el corazón del principito fue economizado del dolor del no requerido amor.
Otra noche, frente al mismo arroyo, el nieto de Thranduil había interrogado directamente al galadhel. "¿Cómo es que resistes el jalón de Mandos, Haldir?"
Aunque había sido sorprendido ante la perspicacia del jovencito, no lo había dejado reflejar en su exterior, más había respondido sinceramente y sin rodeos, porque de nada servía soslayar un asunto del que el otro tenía total cuenta. "Por él y para él." Levantando tristes ojos hacia las estrellas, había suspirado débilmente. "El miedo de que lo que le sucederá el día que Elessar decida partir para las Estancia de Mandos es lo que me mantiene aquí. Yo estaré ese día a su lado, no lo abandonaré, a pesar de que mi espíritu escucha el llamado de los fríos Salones, como otros elfos oyen el llamado del mar." Girando inundados ojos hacia Dúnedhel, había sonreído tristemente aún mientras dos pequeños ríos de lágrimas corrían a través de sus mejillas. Así Haldir había dejado escapar su dolor en forma líquida frente al hijo de su amado, aún cuando no se había rendido a su dolor ese fatal día en que Legolas se había enterado de sus sentimientos.
Dúnedhel no lo juzgó, sólo abrió sus brazos y envolvió al plateado elfo en ellos, ofreciendo necesitado confort. "Él sabe¿Verdad? Él sabe que tú lo amas." Susurrando la pregunta entre los cabellos del galadhel, el principito había apretado su abrazo.
"Sí. Con todo, él me trata como si nada hubiera cambiado. Y yo le estoy tan agradecido por eso. No hubiera podido pelear mi pena si hubiera perdido su amistad. Su cariño es todo lo que me mantiene en la Tierra Media también, junto con mi deseo de protegerlo. Él vivirá y yo navegaré con ustedes dos hasta las Tierras Imperecederas, y una vez los deje a ambos seguros en las manos de tu abuelo, al fin mi espíritu hallará paz en lo Salones."
"No hables así, vain maethor. Tú vivirás en Valinor y curarás allí. ¡Todos curan allí!" Había casi gritado el principito, a lo cual Haldir solo había sonreído, levantando su plateada cabeza del joven hombro. Fue en ese momento que su mente, más no su corazón, le había instado a ofrecer físico confort al sufriente elfo, y en un acto de impulsividad había unido sus labios con los del otro.
Haldir se había tensado en un principio, más su vista fija en el rostro ante él y la oscuridad de la noche sin Ithil, habían hecho que su vista se desenfoque y sus sentidos se rindan al beso. Había suspirado ansiosamente ante el suave roce de labios, mientras su voz susurraba con ilusión un amado nombre. Legolas era a quien Haldir veía, y era el dorado elfo quien lo estrechaba en sus abrazos y lo besaba, y su espíritu se remontó por los aires mientras de sus ojos fluían abundante lágrimas de dicha. Más su corazón no se dejó engañar, y solo un par de segundos después de la delicada caricia, el plateado elfo saltó de los brazos que lo confortaban, en su prisa cayendo sin gracia al piso de suave hierba a sus pies. Sus ojos entonces recobraron su enfoque, viendo a Dúnedhel en vez de su amado, y su espíritu que se hallaba en lo alto, se precipitó a tierra estrepitosamente, haciéndolo jadear en dolor y apresuradamente llevarse la mano al pecho como si para defender a su corazón del terrible tormento.
Dúnedhel, asustado se había apurado a su lado, más Haldir, desconfiado, ahora había rehuido su toque. "No sé lo que me paso, Haldir. Por favor perdóname." Suplicando tanto con sus ojos como con sus palabras, el principito había derramado lágrimas de arrepentimiento al haber causado a su querido amigo y mentor innecesario dolor.
Haldir tomando piedad de la sinceridad y juventud de su pupilo, había secado con sus dedos las lágrimas del elfito. Y con un profundo suspiro había tratado de calmar su doliente corazón. "Tu rostro es tan parecido al suyo, pen neth. No me vuelvas a hacer esto, te lo suplico."
"¡Nunca, Haldir¡Nunca de nuevo¡Te lo juro!" Había prometido fervorosamente Dúnedhel.
Y Haldir sonrió al fin, ante la honestidad e inocencia de su pequeño amigo. "¿Pero que dirían mis hermanos? He sido superado por un elfito que ni siquiera llega aún a su mayoría. E inocente aún." Y plateada risa había sonado acompañando los tintineantes sonidos del arroyo, y Dúnedhel se había sonrojado ante la inesperada, sin embargo juguetona burla.
"Tus.. tus hermanos no tienen porque saber esto, Haldir."
"Es cierto, pen neth. Este será nuestro secreto. Un secreto mejor enterrado y olvidado." Y viendo que el principito aún tenía lamento en su corazón. Haldir tragó su dolor completo y se dispuso a borrar cualquier efecto que su mal afortunado encuentro pudiera dejar en su joven y bien intencionado pupilo. "Ven aquí, y da un abrazo a tu tío Haldir."Había dicho riendo el galadhel, y viendo que los ojos del jovencito volvían a brillar ante los recuerdos de su niñez que esa familiaridad evocaba, Haldir se acercó al elfito y lo envolvió en un cariñoso abrazo. "No te preocupes, Hathol-edhellen. Nada ha pasado. Estoy bien y así seguiré." Había susurrado en un delicado oído, y mientras más fuerte y alegre agregaba. "Y si tú cuentas a alguien, aún a ese curioso hermano tuyo. Me encargaré de que no vuelvas a encontrar un hacha en toda tu inmortal vida."
Y nadie jamás se enteró de lo que había sucedido esa noche sin luna al borde de un arroyo cerca de unas hermosas colinas en Ithilien. Más Dúnedhel se volvió muy protector de su querido amigo y mentor, y si alguien hacía tan poco como hacer fruncir su ceño en molestia al galadhel, tenía que enfrentarse con un muy enojado principito después.
Sin embargo Legolas no entendía porque su hijo insistía que ellos viajaran más seguido a Ithilien, más aún así rehusó, porque aunque sentía la necesidad de estar con su gente, para él era suficiente verlos una vez al año, más el estar sin su amado entristecía su corazón aún estando entre sus parientes. Legolas tampoco entendía la insistencia de su segundo hijo de hacerlo pasar más tiempo en la compañía de Haldir cuando estaban en Ithilien, el joven elfo a veces regañando a su dorado padre sobre la falta de física expresión de cariño, que el jovencito sabía que su adar sentía por el galadhel, llegando al extremo de ordenar un beso en la mejilla por lo menos una vez al día. El príncipe consorte entonces llevaba una fina mano hacia su dorada cabeza para rascarla en señal de confusión porque no podía sondear que iba a través de la cabecita de su amado niño, entretanto Haldir dirigía ocultas miradas llenas de agradecimiento hacía su querido principito, sin quien esas añoradas muestras de afecto no se hubieran dado. Su corazón totalmente apreciaba las delicadas caricias a su mejilla, que lo calentaban como una gruesa manta en una helada noche de invierno; sus mejillas cosquilleando aún mucho después de que Legolas partiera hacia Minas Tirith, Haldir había aprendido a ansiar la visita anual de su dorada estrella, y los besos que Dúnedhel se hacía cargo de que recibiera.
Otra historia era cuando Aragorn los acompañaba a Ithilien. Ahí Dúnedhel no exigía nada de su adar élfico, conociendo bien el temperamento celoso de ada mortal. Pero una noche, mientras todos estaban reunidos en los salones del señor de los elfos de Ithilien contando aventuras, Legolas había demostrado su agradecimiento a Haldir mediante su acostumbrado beso en la mejilla, mientras sonreía en alivio ante el relato sobre como el plateado elfo había ayudado a su segundo hijo durante un combate contra los orcos. El dorado elfo había girado sus brillante ojos llenados de alivio hacía su esposo para compartir una mirada, más lo que había hallado le quitó la sonrisa de los labios. Los ojos de Aragorn estaban llenos de dolor y furia.
Esa noche la pareja real había reñido, y Legolas en la mitad de la noche había buscado refugio en la habitación otorgada a Dúnedhel. Lo que había visto entonces el elfito había sido una pequeña muestra de lo que sucedería después. Mientras su padre dormía en su cama de espaldas a él, el principito no podía conciliar el sueño sintiéndose de algún modo culpable de lo que había pasado, y cuando, un rato después, percibió el débil movimiento de hombros de su aparentemente dormido ada, lo había hecho girar solo para hallar el bello rostro de su querido padre inundado en abundantes lágrimas. Esa noche el jovencito había resentido profundamente a su padre mortal ¡Él nunca había visto a su dorado ada llorar!
Dúnedhel había consolado a su padre élfico como mejor podía, y le había cuestionado sobre que había pasado exactamente en las habitaciones de los esposos, más Legolas se había negado, y solo había llorado incansablemente sobre el pecho de su hijo a quien se adhería como si su vida dependiera de ellos. Con todo, cansado, después se había rendido a las persistentes preguntas, y había contado a Dúnedhel lo que el rey había dicho.
Infidelidad, había sido la primera acusación que había lanzado Aragorn a su esposo cuando ambos se hallaron solos en su habitación. Perfidia. Traición. Mentiras. Desamor. Elessar había acusado a su esposo de conocer sus verdaderas intenciones detrás de sus seguidos viajes a Ithilien. "Es para ver a tu amante." Había dicho. "Para reírte con él de mi ingenuidad al confiarte." Casi había gritado. "Te revuelcas con él, mientras yo extraño tu ausencia a mi lado. ¿Él se entrega a ti como yo lo hago¿O eres tu quien abre las piernas rogando ser tomado por él¿Te hace gritar en éxtasis como yo¿O tal vez más? Tal vez solo finges cuando estas conmigo pensando que es él a quien tocas. ¿Cómo alcanzas a evitar gritar su nombre y gritar el mío cuando alcanzas tu éxtasis? Lo amas a él¿verdad? Claro, siempre lo has amado. Yo solo soy una distracción pasajera. Después de todo¿Qué es la vida de los mortales en comparación con la de los elfos? El guiño de un ojo eso dicen. Pronto yo moriré, y tu te quedarás feliz junto con tu amante y un reino que seguro codiciabas. ¿Es eso por lo que aceptaste ser mi esposo¿Cuándo yo haya muerto gobernarás Gondor y harás un príncipe de tu preciado galadhel? Como pude ser tan ingenuo. Lo amas, lo amas... siempre lo has amado. Pobre de mi...
Y mientras el rey gritaba y desvariaba, Legolas se había cansado de tratar de negar las acusaciones de su esposo, ya que parecía haber cerrado sus oídos a sus palabras. Cada acusación era una daga apuñalando su corazón, y mientras quería rogar a su hervenn que lo escuche, que todo sus acusaciones eran infundadas, su orgullo de guerrero y su conciencia limpia lo había hecho pararse allí como una estatua esculpida en mármol. Al final él se había retirado de la habitación. Con su dignidad intacta, ya que ni una sola lágrima había rodado por sus mejillas, y sus pasos eran firmes y su mentón elevado. Y aunque había escuchado los gritos de su esposo detrás de él que lo llamaba cobarde, y lo acusaba de correr a su amante, Legolas había hecho su paso tranquilo hacia las habitaciones de su hijo. Ahí se había derrumbado.
A la mañana siguiente, Haldir había visto entrar a un pálido y cansado Legolas en la compañía de Dúnedhel. El príncipe Consorte había tratado de actuar normal, pero el brillo se había ido de sus hermosos ojos y su característica sonrisa estaba ominosamente ausente. El galadhel de inmediato había intuido que había sucedido, y en un arranque de protectividad había casi corrido a la habitación de la pareja de Gondor a confrontarse con el rey. Y confrontación hubo. Aparentemente Elessar no se había calmado totalmente y había lanzado las mismas acusaciones a Haldir, pero con más vehemencia, ira y brutalidad.
Más Haldir no tenía ningún amor por Aragorn, y había respondido sus acusaciones contando simplemente la verdad. Tratando de introducir un poco de sanidad al excesivamente enardecido rey de los hombres. No había funcionado, y más tarde Rumil había hallado a su hermano mayor en uno de los jardines, su bello rostro ahora desfigurado con una nariz rota. Pero en ningún momento el galadhel levantó una mano contra Aragorn, sabía que Legolas, aunque enojado con su esposo en el momento, nunca lo perdonaría si lo hacía, y el plateado elfo no podía vivir con eso.
Y Legolas se había enterado de la trasgresión de su esposo contra el señor del refugio de Ithilien, lo cuál empezó otra pelea entre los esposos, terminando con Legolas volviendo a buscar santuario en el cuarto de Dúnedhel. Por segunda noche consecutiva, el elfito vio las plateadas lágrimas de su dorado adar.
Después Haldir había buscado a Legolas para disculparse por todos los problemas que le había causado, más Legolas no quiso escuchar sus disculpas, porque después de todo el galadhel no tenía culpa. Así ambos pasaron la tarde en los jardines, sentados bajo un árbol, el Príncipe consorte nutriendo la maltratada nariz del elfo devuelta a la salud, y Haldir regocijándose en la compañía de su dorada estrella. En un punto Legolas jaló a su querido amigo dentro de sus brazos, e hizo que este descansara su cabeza en su hombro, acariciando los plateados cabellos y depositando ligeros besos en la cima de su altiva cabeza le había pedido perdón por todo el dolor que había inconscientemente había causado, y antes de que el aturdido galadhel pudiera formular una respuesta, Legolas había levantado su voz en canción. Una triste melodía sobre las penurias del amor, que extrañamente sosegó un poco el corazón del plateado elfo, quien se acurrucó más en el abrazo de su amado.
Y así fue como los encontró Aragorn, quien había entrado a los jardines buscando por su esposo y lo hallaba ahora con otro en sus brazos. Y no cualquier otro sino Haldir del Bosque de Oro. Su primer impulso fue correr y sacar a la fuerza a Haldir de los brazos de su hervenn, más una delicada mano en su brazo lo previno, y el rey arrancó sus ojos de la visión de su amado para posarlos en su segundo hijo. Dúnedhel había pasado la mañana y parte de la tarde encerrado en el cuarto con su ada mortal, y padre e hijo habían alcanzado una comprensión. La ligera mano en su brazo simplemente le recordaba su acuerdo.
Cuando Legolas concluyó su canto, lo primero que vio fue a Aragorn parado al borde del jardín mirándolo fijamente. Consciente de la situación comprometedora en la que se hallaba con el otro elfo en sus brazos, el príncipe no dejo ir de Haldir, al contrario, con su orgullosa mirada desafió a su esposo mientras en su interior su corazón desesperadamente gritaba correr a su amado y rogarle perdón¿aunque porque? Él no sabía ya que nada equivocado había hecho. Con ojos fijos, vio como el rey se acercaba hacia donde él estaba con su amigo en sus brazos, observó mientras Aragorn se detenía frente a él, y con una leve amplificación de sus ojos presenció como su esposo se arrodillaba frente a él, inclinando su cabeza así sus labios pudieran susurrar una sola palabra. "Perdón."
Fue entonces que Haldir se dio cuenta de la presencia del mortal, y saliendo del abrazo de su dorada estrella, partió sin que ninguno lo notara, excepto Dúnedhel.
Fue así que la primera y única seria pelea entre Aragorn y Legolas llegó a su fin, y ¿Qué fue lo que Dúnedhel contó a Aragorn para hacerlo entrar en razón? Ninguno jamás supo, ni siquiera Legolas de los elfos. Un secreto de padre e hijo fue labrado y nunca quebrado, pero hizo maravillas, porque hasta Aragorn fue más indulgente con Haldir y en ocasiones, amable, y no reprochó a Legolas su amistad con el plateado elfo nunca más, ni tampoco los celos hicieron su repugnante aparición de nuevo ante los gestos de afección compartidos entre los amigos. Más una consecuencia había traído todo, y fue que Legolas dejó de hacer visitas anuales a Ithilien, a veces dejando hasta dos o tres años de espacio entre cada viaje. El corazón de Legolas había reconocido al fin algo que sin darse cuenta había negado por varios años ahora, y había temblado en su conocimiento. Se había dado cuenta por la primera vez desde que llegara a amar a Aragorn que un día iba a perderlo para siempre.
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Año 50 de la Cuarta EdadLa reunión prometía ser espléndida.
Gentes de todas partes habían llegado, más todos habían sido personalmente invitados por su parentesco o amistad a la pareja real de Gondor. Una comitiva de enanos de las Cavernas Centelleantes estaba presente con Gimli, hijo de Gloin a la cabeza. Una partida de elegantes caballeros de la ciudad de Dol Amroth con su señor el príncipe Elphir, hijo de Imrahil, quien había pasado pocos años antes. Los soberanos de Rohan, Eomer rey y la reina Lothíriel, dejaron la marca a favor de participar del convivio junto con los príncipes de Ithilien, Faramir y Eowyn, quienes junto con sus hijos hicieron acto de presencia.
Y el gran evento era que Dúnedhel, segundo príncipe de Gondor, según las leyes élficas, por fin alcanzaba su mayoría de edad. Para este gran acontecimiento, el celebrado decidió que no había mejor lugar que los bellos bosque de Ithilien donde se asentaba la colonia élfica, para su gran celebración. Y fue así que los árboles en los jardines de Haldir lucían su mejor, adornados con guirnaldas y brillantes lámparas, Ithil alto en el cielo, y los elfos silvanos vestidos en sus más deslumbrantes galas.
La fiesta estaba en su punto. Danzas y cantos competían entre sí y en el medio de todo, un hermoso elfo de sublime belleza, de cabellos negros ondeados y ojos azul profundo, era el centro de atención. Todos, elllyn y ellith, hombre y mujeres, se disputaban su favor, por un baile o por unas simples palabras. Dúnedhel, danzando como Este misma en los prados de Lorien, otorgando su favor efímero donde le antojaba el humor.
Todos, al menos los elfos, estaban concientes de que el principito esta noche tomaría un amante. Y todos estaban esperando el momento oportuno para hacer un pase y probar su suerte. Y el príncipe Consorte, hermoso con una túnica dorada y blanca con su brillante diadema adornándole la altiva frente, trataba por todos los medios de disuadir a los pretendientes de su adorado hijo, a veces persuadiéndolos con palabras y en otras amenazando a ir a buscar su mortal arco; y en todo era secundado por un nervioso Haldir, que no podía menos que temblar ante la inminente perspectiva de que su adorado pupilo pase la noche con un extraño. Esa noche su corazón tembló con una diferente emoción, el temor de un padre por lo que le puede ocurrir a su niño.
Aragorn solo sonreía ante las cabriolas que hacía su hervenn, yendo y viniendo entre los invitados, y cuando el asunto pareció escalar a mayor grado, gentilmente guió a su dorado esposo lejos del bullicio calmándolo con sosegantes caricias y dulces palabras, más antes el rey había pedido a los gemelos hijos de Elrond que calmaran igualmente a un enervado Haldir, que ante la ausencia de Legolas parecía luchar solo contra la entera Tierra Media.
Cuando Ithil navegó lejos por el cielo tratando de alcanzar a Anor, los invitados, tíos y padres de Dúnedhel se dieron cuenta que éste estaba precisamente muy ausente desde hace varias horas. Aragorn tuvo que secuestrar a Legolas en su habitación para que el dorado elfo no salga a buscar rastro de donde pudiera estar su hijo, ya que en su cuarto no estaba.
Y a la mañana siguiente se conoció con quien el oscuro principito había pasado la noche de su mayoría, ya que testigos confiables y de aguda visión vieron salir al joven elfo de una habitación al fondo del pasillo, con una sonrisa enorme, que recordaba a las del rey cuando salía de las habitaciones reales de Gondor, y el paso ligero, saludando a diestra y siniestra a todo aquel a quien se encontraba. Sin duda un hijo de Aragorn II, hubieran dicho Elladan y Elrohir si lo hubieran visto.
Y con respecto a la habitación, y al misterioso amante del principito, pues era nada más y nada menos que Orophin de los Galadhrim, quien esa misma tarde, cuando Haldir escuchó lo ocurrido, fue perseguido implacablemente por un muy enojado Haldir, quien decía estaba vengando el honor de su querido sobrino. Mala suerte la de Orophin, que al haber recorrido varios kilómetros escapando de su hermano mayor, vio con consternación a Legolas de Gondor unirse a la persecución. Elessar no había podido contener la a su exacerbado esposo.
A pesar de las probabilidades Orophin había logrado escapar, y por tres días y tres noches no fue visto por ningún ser vivo, y en ese tiempo Dúnedhel habló y sosegó a su padre y tío. En la mañana del cuarto día, varios elfos vieron aparecer a un Orophin desgreñado y pálido, quien rogaba que cualquier castigo que se le diera era bien valioso por la falta que había cometido. ¿Qué falta? Sin duda el pobre elfo sufría las consecuencias de la soledad.
Y fue recibido sin reproches por Haldir y Legolas, y atendido y mimado por el mismo Dúnedhel, quien continuó siendo su amante por un corto tiempo más, para luego, loca juventud, pasar de doncellas y a elfos y viceversa, disfrutando los placeres de la vida y la carne. Sin duda era pariente de los gemelos de Elrond, algunos murmuraban por lo bajo.
Pobre Orophin. Pobre Legolas. Pobre Haldir...
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En el año 61 de la Cuarta Edad una triste noticia llega a Gondor, y es que la bella Rosa Coto, amada esposa de Samsagaz Gamyi había muerto, y que nadie había vuelto a ver al dolido hobbit en un tiempo. Más la carta que había enviado Elanor, la hija de Samsagaz, a Legolas y Aragorn hablaba de que ella había acompañado a su padre más allá de las Torres Blancas y que de ahí lo había visto dirigirse a los Puertos Grises.
Legolas fue visto meditabundo y melancólico por varios días, y cuando su esposo le preguntó sobre que lo afectaba, simplemente había respondido que el hobbit estaba tranquilo y la paz había alcanzado su espíritu. Aragorn no preguntó más, y Legolas tampoco mencionó que el corazón le decía que un barco gris había partido de las costas de la Tierra Media y había llevado a Sam hacia Valinor y a la presencia de su entrañado amigo y amo Frodo.
Pero el año 63 había visto la desaparición de un noble espíritu. Fue Eomer Rey quien tomó su despedida de sus amigos y parientes, y pocos años más tarde fue seguido por Meriadoc y Peregrin, los alegres hobbits de la compañía del anillo, quienes se habían establecido en Gondor para pasar sus últimos días.
Legolas estuvo inconsolable por varias semanas. Encerrado en las habitaciones reales solo había aceptado la compañía de su esposo y sus hijos. Y cuando Haldir llegó más adelante, habiendo alcanzado la triste nueva a Ithilien, fue con pesado corazón que observó a su dorada estrella, pálido, siguiendo el pequeño cortejo fúnebre mientras llevaban los pequeños pero nobles cuerpos de los medianos a Rath Dínen, Casa de los Reyes, en las Calles Silenciosas donde iban a descansar para siempre.
Pasaron un par de años antes de que la hermosa sonrisa del Príncipe Consorte fuera vista de nuevo en Gondor, y más tiempo aún para que su risa fuera escuchada otra vez.
El año 80 de la Cuarta Edad vio la boda de Rumil, hermano de Haldir, y una doncella élfica natural de Lasgalen, que ahora moraba en Ithilien. Agotador cortejo había hecho Rumil, ya que la doncella se había mostrado esquiva a sus avances, al final cediendo ante el amor y la insistencia del plateado guerrero, quien la amaba con devoción. Y así el corazón de la evasiva criatura había sido ganado e Ithilien entera había celebrado.
Los regidores de Gondor habían sido invitados, y fue después de casi diez años que Legolas volvía a poner sus ligeros pies en los bosques de esa bella provincia. Y los elfos celebraron su llegada y Haldir fue feliz de una vez más hospedar a su dorada estrella en sus salones. Aunque constantemente había visitado Minas Tirith, tener a Legolas en su hogar calentaba su corazón.
Faramir también había estado presente, aunque ya viejo y cansado de la vida parecía desde que perdiera a su noble esposa Eowyn. Elboron, ahora casado con una noble doncella de la Blanca Ciudad, acompañaba a su padre, aunque se le veía más preocupado por éste que por las festividades alrededor de ellos.
Fue ahí que Legolas y Aragorn vieron por última vez al noble Faramir, ya que vencido por la pena y la soledad, dos años después, dejó a su espíritu libre rienda para volar a las Estancias de Mandos para reunirse con su amada a quien tanto añoraba. Y Legolas lo lloró, porque había sido un buen amigo suyo, y de nuevo la sonrisa desapareció de su rostro, junto con su melódica risa. Aragorn fue visto hacer hasta lo imposible para devolver la alegría a su amado, junto con Eldarion y Dúnedhel. Y hasta había rogado a su hervenn que vuelva a reanudar sus viajes anuales a Ithilien, más el Príncipe Consorte se había negado, y solo una vez más volvió a pisar la colonia de elfos... en un tiempo de suma necesidad.
En el año 100 de la Cuarta Edad, Elladan y Elrohir por fin dejaron Rivendell para siempre. Aunque deshabitada la tierra de su padre, ellos persistían en morar allí de tiempo en tiempo, aún si su residencia principal se encontraba en Gondor. Un día, sin previo aviso, aparecieron ante las puertas de Minas Tirith con todas sus pertenencias, declarando que nunca pondrían un pie en Imladris de nuevo, y que la tierra estaba perdida para todos aquellos que quisieran hallarla algún día, tan poderosa era la magia élfica en ese lugar todavía.
También traían noticias de su abuelo Celeborn, quien por fin había decidido abandonar la Tierra Media y cruzar los Mares Divisorios. Había contado a sus nietos que ya no podía resistir más, y que su corazón añoraba a su amada más de lo que ansiaba las tierras de su gente. La tierra y los mellyrn nutrían su espíritu, pero éste se sentía incompleto sin su otra mitad a su lado. Así el Señor de la antigua Lothlorien partió en el último navío gris y Cirdan partió con él. El Carpintero de Barcos no estaba más, y con él también las esperanzas de los elfos rezagados de navegar hacia el oeste.
Hubo concilio de elfos en Ithilien una vez que las noticias alcanzaron a la bella provincia. Los elfos restante tenían que discutir su destino ante la falta de navíos con que emprender el último viaje, aunque eran pocos los que permanecían detrás. Legolas, como príncipe sindarin de los elfos, fue invitado a participar. Más este se negó amablemente a asistir, aún mientras su hervenn le rogaba ir, y aún a acompañarle.
Elladan y Elrohir fueron, porque aunque Peredhil ellos habían hecho su elección de pertenecer a los Primeros Nacidos, y como estos fueron contados por los permanecientes edhil de Arda. Dúnedhel fue con ellos porque era un elfo en derecho propio. El padre de Legolas, quien estaba espetando en Valinor, hubiera estado orgulloso.
El único elfo en la Tierra Media que no estuvo presente en el concilio de Ithilien fue el hijo de Thranduil.
El príncipe Consorte de Gondor ya no dejaba la Blanca Ciudad, siempre acompañando a su esposo a cualquier parte de Minas Tirith donde decidiera ir. El tiempo pasaba y ante los mismos ojos de Legolas, Elessar Telcontar sucumbía al paso de los años. Aunque Númenoreano de pura sangre era, y su vida larga como la de ningún otro, todavía el regalo de Eru a los hombres le pertenecía.
Raramente dejaba a su esposo fuera de su vista ahora, y en las noches aún exigía su amor. Aragorn ahora respondía a las caricias de su esposo con menos entusiasmo, aunque su corazón seguía lleno de amor como siempre, más su cuerpo ya no reaccionaba fácilmente. Mientras Legolas aún se veía como el primer día en que lo vio, hermoso y deslumbrante, en los salones de Rivendell, Aragorn ahora portaba cabellos blancos más que los oscuros, su mirada ya no era aguda y su piel empezaba a marchitarse, con todo, su porte seguía noble y erguido como los reyes de antaño. Y además el amor aún rebalsaba de sus ojos, y dondequiera que viera a su esposo élfico todos veían como sus ojos adquirían súbito fulgor y su rostro brillaba con júbilo. Pero la espada desgasta la vaina, y el alma desgasta el cuerpo, y así Elessar Telcontar, aunque renuentemente, se acercaba al fin de sus días.
En Ithilien fue decidida la construcción de barcos al borde del Anduin, y la gente de Haldir trabajaba arduamente día y noche. El corazón les decía que el tiempo de los elfos estaba llegando a su fin totalmente y la hora en que deberían de abandonar la Tierra Media estaba muy cerca. Y así fue que con temor y júbilo mezclados los edhil de Ithilien empezaron la fabricación de pequeños navíos en los cuales dejar para siempre y así dejar su lugar a los Segundos Nacidos de Eru.
Cuando Elladan, Elrohir y Dúnedhel regresaron, y quisieron contar a Legolas de los resultados del encuentro, el dorado elfo se negó rotundamente a escuchar, aludiendo tener ningún interés en los asuntos de los elfos. Solo a través de mucho ruego, escuchó algunas palabras de su segundo hijo sobre la construcción de barcos, y su noble corazón se alegró por los edhil que no quedarían varados en una tierra que pronto olvidaría a los elfos, convirtiéndolos en solo mitos y leyendas.
Más lo inevitable llegó un día primero de marzo del año 120 de la Cuarta Edad, y fue que ya cansado del mundo, Aragorn II, conocido como Elessar Telcontar por su gente, decidió ir a dormir el sueño de la muerte. Como le era concedido a los reyes de antaño, así fue que por gracia de los Valar, el último gran rey de los hombres podía elegir el momento de su partida hacia los oscuros salones. Noble y de gran fortaleza todavía, él mismo guió el camino hacia Rath Dínen con un cortejo de parientes detrás de él, entre los que estaban sus hijos Eldarion y Dúnedhel, y también Gimli el enano, y Elladan y Elrohir, y Haldir con sus hermanos; y con dolido continente y más pálido que las brumas otoñales, Legolas, Príncipe Consorte de Gondor.
Yaciendo en una gran cama que había sido preparada para él, Aragorn se despidió uno a uno de sus seres queridos en privado.
A Eldarion le encargó Gondor, le recomendó prudencia a la hora de regir y sabiduría al administrar justicia. Con un beso en la frente dio la bendición a su primogénito y le deseó que su reinado sea largo y fructífero como el de él había sido; en especial llenado de gran amor. Y así le había entregado la corona alada de Gondor y el cetro de Annúminas.
A Dúnedhel, el rey le encargó algo más importante que Gondor en su corazón, y fue cuidar de su dorado adar. Le rogó no dejarlo sucumbir a la pena que su partida traería, y le recordó la conversación tenida entre padre e hijo hace muchos años, después de la primera y única riña que había tenido con su hervenn, le recordó la bendición de Elbereth y su destino. Y Dúnedhel aceptó su cargo, temeroso de que era falla lo que le esperaba al final del camino.
A Elladan y a Elrohir les encargó un mensaje para la Estrella de la Tarde que ahora moraba en Valinor, y fue de que no hubiera desunión entre las casas élficas. Su hervenn navegaría... tenía que navegar... y no haría bien en que dos bellos elfos no fueran amigos como siempre debió haber sido. Los gemelos le aseguraron que el corazón de Arwen era puro, y que en el no había lugar para bajas emociones y mezquinos sentimientos, y aunque Aragorn sabía que era cierto, aún en su lecho de muerte, no podía dejar de preocuparse por el destino de su más amado. También él les pidió llevar su amor a Undomiel, porque el gran rey la había amado, más no como una amante sino como una hermana. "Díganle que perdone a este tonto mortal" había dicho, "Si hubiera reconocido mis verdaderos sentimientos desde el comienzo, gran dolor hubiera sido evitado. Díganle que mi intención fue nunca hacerle ningún mal."
Para gran sorpresa de Haldir, Elessar había pedido hablar en privado también con él. Y a él el rey le había encargado lo que le había encargado a Dúnedhel. "Sé que lo amas Haldir de Lothlorien. Y ahora, aquí, en mi último momento me lo puedes decir libremente" Y decírselo hizo, cuanto había amado y amaba a Legolas, y cuanto había soportado y seguiría soportándolo por él.
"Entonces no lo dejes languidecer, Haldir. Ámalo, devuélvele el júbilo a su vida." Los ojos de Haldir se habían abierto como discos ante las palabras del rey, y su corazón, ya cansado y casi adormecido había revoloteado en su pecho, y aún así no creía lo que habían escuchado sus oídos. "Sí, me has oído bien, elfo. Ámalo he dicho. Sé que nunca lo voy a volver a ver, y sin embargo tengo que partir ahora. Solo si Eru quiere, los espíritus de los hombres y los espíritus de los elfos se encontraran un día cuando Ea llegue a su fin, y si ese día llega yo lo haré totalmente mío, y nadie nunca más nos separará." Los ojos del rey por primera vez, desde su decisión, se habían llenado de lágrimas ante los asombrados ojos del plateado elfo, y su mirada suplicaba con profundo sentimiento. "Yo ya no estaré presente, así que gana su amor. No lo dejes caer. Promételo, Haldir. Promete que no dejarás su hermosa llama extinguirse en los fríos salones."
"Te prometo hacer todo lo que esté a mi alcance, hijo de Arathorn. Le ofreceré mi amor, siempre ha sido suyo, y si él lo querrá entonces yo le pertenezco. Más me temo que él no amará de nuevo, oh rey, porque el amor que compartieron a sido grande aunque fugaz en la cuenta de los elfos. Más yo estaré a su lado y apoyaré a mi dorada estrella hasta el fin, y lo seguiré hasta los salones oscuros si es necesario."
Ahora el rey sonreía, aunque tristemente. "¿Dorada estrella¿Es así como lo llamas?"
Y serio y altivo, Haldir había respondido. "Siempre he pensado de él así en mi corazón. Él es la dorada estrella que he seguido siempre, aún antes de que fueras nacido, Piedra de elfo. Es la estrella que me ha guiado a través de la Tierra Media, y la seguiré a donde me guíe desde este momento en adelante y para siempre."
"Te envidio, elfo, porque tu puedes seguirlo y yo no."
Los sorprendidos ojos de Haldir habían encontrado los de Aragorn, y una amarga sonrisa había brotado de los finos labios élficos. "Tú has tenido su amor, humano. Yo daría mi inmortalidad y mi nombre por solo una noche en sus brazos con el amor que él tiene por ti."
Entonces Elessar lo había mirado fijamente por un largo rato, y al fin había conocido un poco de tranquilidad por su hervenn. "Él está en buenas manos entonces."
Después todos habían partido y solo se quedo Legolas quien se paró solo al lado de su cama. Ahí había recordado felices tiempo, cuando se habían conocido, la Guerra del Anillo, y los felices años de su reinado juntos, más al final la pena había abrumado al dorado elfo, y en lágrimas había rogado a su rey permanecer por un tiempo más, que todavía les quedaban muchos años juntos. "Te lo imploro, Seron vell. No es tu tiempo aún. No me dejes"
Aragorn había sido profundamente tentado, porque unos años más con su amado a su lado sería total y profunda dicha, y Legolas lo había visto dudar y su corazón élfico había cobrado esperanzas. Más Elessar quería que su bello esposo lo recordará como era ahora, alto y fuerte, y no como un viejo decrépito que sin duda llegaría a ser si dejaba que los años siguieran pasando. "Es hora, Melmenya. Porque si no voy ahora seré forzado a partir. Ve a los puertos, Mellind. Cruza los mares y ve a la tierra de los tuyos, llevando el recuerdo de nuestro amor. Ve a los jardines de Lorien, y aunque un recuerdo, nuestro amor permanecerá allí siempre verde."
Y así la Piedra de Elfo dijo adiós a la HojaVerde del Bosque, y Legolas viendo que sus lágrimas y ruegos eran en vano, había reunido que poco orgullo aún le quedaba y secando sus lágrimas había besado a su hervenn por última vez.
"Sonríe una última vez para mí, meleth nin. Deja que sea tu sonrisa lo que lleve conmigo a donde sea que mi espíritu vaya."
Y Legolas lo había hecho, había sonreído para su rey y amor, y vio como Aragorn suspiraba al ver su sonrisa y lentamente cerraba los ojos... y no vio más.
Fría noche cayó sobre Minas Tirith. El pueblo de Gondor en duelo por su rey.
Y cuando Haldir y Dúnedhel habían ido a buscar a Legolas, lo habían hallado inconsciente sobre el piso de piedra labrada al pie del lecho mortuorio, y Haldir había temido lo peor. Más cuando se abalanzó hacia delante, el corazón en su garganta, había cogido en sus brazos el inanimado cuerpo del Príncipe Consorte, y con un suspiro de alivio y palabras de gracias a Elbereth Fanuilos, sintió calor en el cuerpo y latidos en el pecho.
Su dorada estrella aún vivía... más la agonía recién había empezado.
Alimentos, agua, confort, todo lo negaba el dorado elfo en favor de solo yacer en la cama que una vez fuera del rey y suya. Lágrimas incontables afluían siempre a sus ojos, aún mientras él pensaba que ya había derramado todas. Sus ojos perdieron su brillo, sus cabellos su hermoso lustre, y su cuerpo perdió su esbelta contextura y flexibilidad. Todo en cuestión de días.
El bello príncipe elfo estaba sucumbiendo a su pena ante los ojos de todos, y nadie parecía poder hacer nada para prevenirlo. Todos sus seres queridos estaban desesperados, más así Dúnedhel y Haldir.
No pudiendo soportar más, y pensando que talvez ayudara en algo, fue una sombría noche que Haldir declaró su amor abiertamente al príncipe elfo al fin.
Ambos acurrucados juntos en el lecho real, como Haldir lo hacía desde el fúnebre día, porque el cuerpo de Legolas ya no parecía resistir los elementos y tiritaba de frío, fue así que Haldir decidió dejar hablar a su corazón. Y Legolas había escuchado, y había entendido, más solo había suspirado desdichadamente otorgando al galadhel la sombra de una dolorida sonrisa.
El príncipe había aceptado el amor de Haldir, más éste no era correspondido. Y con esto vino una agridulce consecuencia, y es que desde entonces el plateado elfo fue libre de dirigirse a su amado como su corazón lo llamaba, y Legolas no se quejó ni una sola vez, solo suspiraba y trataba de continuar, tan dignamente como podía, sus días.
Lo peor para Haldir era escuchar a su dorada estrella gritar de dolor. En determinados momentos la agonía abrumaba a Legolas, y éste no podía dejar de reaccionar a ella por medio de agudos gritos y manos frenéticamente arañando su pecho, mientras su delgado cuerpo se retorcía en sufrimiento, y en todo momento Haldir estaba a su lado. "Respira profundo, meleth nin, va a pasar. El dolor aminorará, solo respira profundo." Animaba, mientras estrechaba apretadamente el doliente cuerpo, como para impartirle fortaleza, y derramaba sosegantes besos sobre la dorada cabeza.
Y no aminoraba. Cuando empezaron esta especie de ataques sobrevenían sobre el dorado elfo una vez al día, más había pasado tan solo una semana desde el deceso del rey, y estos se habían triplicado. Legolas era ahora tan solo la sombra del elfo hermoso y elegante que una vez fue.
Eldarion veía con malos ojos la cercanía del plateado elfo a su ada, y en una ocasión había amonestado a Haldir. "Sé que lo amas, galadhel. Pero mi ada está débil y afectado por la muerte de mi rey adar, no voy a permitir que te aproveches de él en su frágil condición." Y Haldir solo lo había mirado fijamente al primer príncipe, incrédulo de tales acusaciones. No quería discutir con el futuro rey de Gondor, porque aunque faltaba poco para la coronación y ser legítimamente coronado rey, el príncipe heredero tenía el poder de alejarlo de su amado.
Más Dúnedhel había escuchado, y los dos hermanos habían reñido. Diciéndose palabras duras, y llegando casi a la agresión física. Más al final, y aunque reacio, Eldarion había cedido a su hermano solo por el bien de su dorado adar. Pero la consecuencia, los gemelos de Gondor se habían distanciado. Y ahí fue donde Firiel había entrado como pacificadora, temperando a su esposo y hablando razón a su cuñado. Y ambos se habían dado cuenta que su dolor había hablado más no sus corazones.
Faltaban unos días para que la coronación tomara lugar, y parecía como si el Príncipe Consorte estuviera solo resistiendo hasta ese momento. Había empezado a tener largas reuniones con Eldarion, y aunque se cansaba demasiado rápido y su hijo tenía que dejarlo descansar antes de continuar, Legolas empezó a impartir consejos sobre el reino y sabiduría en su corazón. "Confía siempre en tu corazón, mi niño. Nunca te llevará descarriado, y cuando enfrentes una difícil situación donde haya dos caminos, tan solo cierra los ojos y escucha lo que tu corazón te cuenta."
Un día, mientras Legolas y Eldarion estaban reunidos, Haldir y Dúnedhel se reunieron a su vez. "Languidece frente a mis ojos. Veo como su espíritu se extingue con cada día. Tienes que hacer algo, Dúnedhel. Elbereth vela sobre ti y te bendice, no debes dejarlo ir. No dejes que vaya a los salones, te lo imploro. Yo no sé que más hacer." Desesperado, el galadhel había suplicado, habiendo olvidado su propio dolor en favor de salvar a su amado. "Si él parte a Mandos, yo lo seguiré."
Y Dúnedhel había abrazado a Haldir, y juntos habían llorado. "No sé que hacer tampoco. Apenas si me escucha."
"Te equivocas. Tú eres a quien él más escucha y ama. Tú eres nuestra única esperanza."
Y así Dúnedhel había empezado su propia batalla de salvar a su ada de la frío atracción de Mandos. Cantaba canciones sobre Valinor, que había escuchado de Elladan y Elrohir, quienes a su vez las habían escuchado de Galadriel misma. Pedía a su dorada adar que le hablara de su abuelo, el imponente Thranduil, y ponía todo su entusiasmo en hacer entender a su ada que ansiaba ser presentado como su nieto por él. El segundo príncipe hablaba también de su adar mortal, de los felices días que habían vivido, y de cómo Aragorn quería que su esposo élfico continuara.
Gimli el enano hizo a Minas Tirith su permanencia fija desde la muerte del rey, y era conmovedor ver a tan digno y gruñón señor enano hacer mil ocurrencias para distraer a su querido elfo. Testigos afirmaban que habían visto un par de veces sonreír tristemente al Príncipe Consorte, sin duda como premio por tantas molestias que se tomaba Gimli en sus esfuerzos. Más todo parecía en vano y el estado de Legolas continuaba igual.
El día de la coronación amaneció con anor radiante en el cielo. Un buen propicio sin duda, y la gente de Gondor se reunió en la plaza del Árbol Blanco para presenciar la ascensión de su nuevo rey. Era Legolas quien iba a colocar la corona alada de Gondor sobre la bella cabeza de su hijo, y era Dúnedhel quien iba a entregar el cetro de Annuminas en las incorruptas manos de su hermano.
Eldarion, alto y hermoso, llegó vestido en plata. La sangre de Númenor era fuerte en él, y los años habían hecho poca mella en su cuerpo, y se conservaba en la madurez del hombre adulto. Apareció ante todos como lo que sería, un gran rey, y todos conocerían cien años de paz en sus sabias manos. Firiel, a su lado, estaba hermosa y elegante. Era por muchos años más joven que su amado esposo, pero la fuerte sangre de Númenor también corría por sus venas, ya que era hija del noble Faramir, y este por alguna extraña razón en el cruce de las generaciones, había recibido de su padre la sangre de los reyes antiguos casi totalmente pura y fuerte.
Y Dúnedhel también se vistió en sus mejores galas, apareciendo ante todos como un señor elfo de antaño, bello y terrible; atrayendo la mirada de todos. Más su dorado adar se había dejado vestir por su plateado amigo, su deslustrado cabello trenzado por hábiles manos en diseños reminiscentes a la ahora abandonada Eryn Lasgalen, con una elegante dorada túnica, ahora suelta por la pérdida de peso del antes bello cuerpo élfico, y un gran manto azul, abrigador y espeso, que lo cubría enteramente, con una gran capucha tirada sobre su dorada cabeza, ocultando su aún noble rostro de los demás.
Así apareció, ante la gente, la familia real de Gondor. Y se escuchó un leve pero colectivo suspiro de alivio de la multitud. El Príncipe Consorte estaba entre ellos, y al parecer bien. La noble gente de la Blanca Ciudad había temido por su amado príncipe elfo, y ahora con el corazón ligero presenciaban la tradicional ceremonia.
Y llegó el momento de coronar la oscura cabeza del siguiente rey, y Legolas, los ojos habiendo recuperado un poco de su usual brillo por el orgullo que sentía por su hijo, tiró la pesada capucha atrás, y cogió la corona que le alcanzaban y la posó con una genuina sonrisa sobre su sonriente progenie. Más algo pasó, y fue que cuando la capucha dejó ver al fin el rostro del dorado elfo, la gente pudo ver claramente el estado de su amado príncipe. Un fuerte y colectivo jadeo de sorpresa y consternación había explotado de los labios de todos los reunidos.
Legolas apresuradamente había vuelto a jalar la gruesa capucha sobre su cabeza, pero no sin antes de que los agudos ojos de Haldir y Dúnedhel detectarán un fuerte rubor crepitando por el cuello y subiendo a las mejillas del hijo de Thranduil. Y el galadhel y el segundo príncipe casi habían reído en felicidad, dirigiéndose secretas y cómplices miradas, ambos pares de ojos comunicándose la alegría que sentían en sus corazones.
El Príncipe Legolas había sentido vergüenza de su estado. Lo que no habían logrado el amor de sus seres queridos, lo había logrado el amor y la preocupación de la gente de Gondor.
Y Legolas había empezado a recuperarse desde ese día, aunque lenta y tortuosa fue la recuperación, el príncipe elfo progresaba día a día. La llama de su espíritu había cobrado nueva fuerza. Lo que en el tiempo de una semana había arrasado con la salud del dorado edhel, ahora requería meses y paciencia de todos. Dúnedhel y Haldir habían llorado de la abrumante felicidad que sentían, y hasta fue visto a Gimli llorar en un rincón cuando el señor enano pensó que nadie miraba. ¡Orgullosa gente de Durin!
Y en el año 121 de la Cuarta Edad, aunque ni siquiera parcialmente recuperado, Legolas decidió que era tiempo de partir. Eldarion había rehusado, diciendo que aún necesitaba su adar a su lado, su consejo, su sabiduría. Más Legolas le había dicho que no podía permanecer más tiempo en Minas Tirith ya que muy era doloroso para él, cada rincón soportaba un recuerdo de su amado, y su habitación era por demás fría y vacía. Había vuelto a dormir con Dúnedhel.
Y así fue que una pequeña caravana de elfos partió hacía Ithilien, dejando a un pesaroso rey detrás. Una caravana de elfos y un enano, porque Gimli no se alejaba de Legolas desde la partida de Aragorn. Y la gente de Ithilien recibió al hijo de Thranduil con jubilo, porque el príncipe elfo era muy amado, y la colonia entera habían estado pendiente de las noticias de Gondor, preocupados por la condición del Príncipe Consorte, siempre temiendo lo peor; y fue con exultación que vieron llegar a Legolas, aunque no totalmente recuperado ahora estaba entre su gente.
Y una oscura noche cuando Ithil estaba oculta en el cielo, dos navíos grises se habían lanzado río abajo por el Anduin, y en ellos iban los últimos de la bella gente permaneciente en la Tierra Media, y un enano, porque Legolas no había soportado la idea de separarse de su querido amigo. "Los he perdido a todos, Gimli. Toda la Comunidad incluyendo a mi amado, no me puedes abandonar ahora... no tú también..." Legolas había suplicado, y Gimli había seguido, amaba demasiado a su amigo como para negarle algo, y así él sería el primer enano... disculpen, señor enano en pisar las tierras de Aman.
El viaje fue sin contratiempos. Legolas no habló mucho durante la travesía, y solo cuando la Tierra Media fue vista perderse en el horizonte, lo habían visto aferrarse a la popa del barco, sus pálidas manos apretando la baranda del barco, nudillos tensados y blancos, y algunos temieron por su sanidad, y otros un intento de tirarse del barco, recordando al príncipe Amroth quien se arrojó al mar en busca de su amada Nimrodel, más con un suspiro de alivio vieron como el dorado elfo dejaba ese lugar y buscaba refugio en los brazos de su hijo, para más tarde ir a Haldir, y aún más tarde al enano. Y aún los hijos de Elrond fueron vistos confortando al acongojado elfo, ellos quienes no eran dados a despliegues de afección en público, su naturaleza juguetona no lo permitía, más el amor por su amigo estaba sobre todo.
Ninguno de los elfos... y enano, en el barco habían pisado antes la tierra de Aman, ya que todos los Altos Elfos habían partido antes dejando la Tierra Media, así que ninguno sabía exactamente como llegar allá, y ambos barcos fueron dejados sin guía y a la voluntad de los Poderes. Y los navegantes sintieron como las aguas caían por debajo de ellos, y como si los barcos se elevaban por los aires, temerosos, algunos temieron por sus destinos, más el dorado elfo no dijo nada, y algunos temieron que volviera a recaer en la enfermedad élfica. "Debes comer, mi dorada estrella." Insistía Haldir. "No sabemos cuanto más nos queda por delante, y aún si llegaremos al Antiguo Oeste, pero no debes entregarte a la apatía. Ten esperanzas, meleth nin."
Y Legolas había sonreído, y había comido, y más aún, fue a la proa del barco, y con sus ojos élficos que habían recuperado su agudeza, fue a vigilar el progreso de los barcos.
Y así él fue el primero que vio unas pequeñas luces en el horizonte, y dando voz a su descubrimiento, todos habían observado como un blanco barco élfico se acercaba a ellos. "Bienvenidos hermanos del este." Una alegre voz había gritado desde el barco blanco. "Somos navegantes de Tol Eressëa, y hemos sido avisados del arribo de nuestros últimos hermanos de la Tierra Media. Y estamos alegres de darles la bienvenida a todos, y en especial a Legolas y Gimli el enano de los Nueve Caminantes, que salvaron a las Tierras de más allá del mar, y de quienes cantamos sus alabanzas."
Y todos vieron al dorado elfo sonrojarse de nuevo, y escucharon a Gimli toser fuertemente para ocultar su embarazo, y fresca risa había explotado, y todos fueron conducidos a la Isla Solitaria por una breve parada y luego a las Blancas Costas de Aman, donde sus seres queridos los esperaban... entre ellos Thranduil.
Fue así que el rey elfo volvió a ver a su hijo a quien había creído perdido a Mandos. Thranduil había estado opuesto a la unión de su hijo a un mortal, no por Aragorn mismo, sino lo que perder a su compañero haría a su niño. Más al final había cedido, aceptando el amor entre ellos, más siempre temiendo el fin de esto. Y fue con total júbilo en su corazón que el rey elfo vio descender a Legolas del barco gris, y aunque su hijo se veía pálido y delgado, sin duda por la pena, él pensó, lo importante es que estuviera en Valinor. El imponente rey elfo fue visto correr como un elfito en la dirección del príncipe elfo, y cuando lo alcanzó, lo estrechó en un abrazo largo y profundo, susurrándole palabras de cuento lo amaba, y asegurándose con sus ojos y manos de que su HojaVerde realmente estaba en sus brazos y seguro. Aunque había arrugado su noble nariz al ver a cierto enano rondando al lado de ellos. Pero había sido feliz de conocer por fin a su nieto.
Elrond y Celebrian, Celeborn y Galadriel, y Erestor, y Glorfindel, y Gildor, y Ölwe, y Finarfin, y muchos elfos más dieron la bienvenida a los últimos recién llegados a Aman. Y hubo grandes celebraciones, y allí Gimli volvió a ver a Frodo, a Sam y a Bilbo, y cantaron, y danzaron, y celebraron en Tirion al pie del hogar de Manwë y Varda, y los Valar se regocijaron de la alegría en Valinor y en los corazones.
Más solo un elfo no celebró. Legolas había pedido a su padre donde él se quedaría, y suplicó ser llevado ahí exigiendo cansancio. Thranduil había accedido, por supuesto. Y mientras todos bailaban y cantaban, padre e hijo estaban cerrados en un profundo abrazo en otro lugar, jalando fuerzas de cada otro. Y Thranduil lo había consolado, y Legolas había llorado descargando su dolorido corazón a su padre.
Una nueva vida en Valinor había empezado para Legolas y el príncipe siempre prefería la soledad de los bosques rodeando su nuevo hogar. Solo una vez había mostrado interés en algo, y era hablar con la bella Undomiel, más le había sido dicho que ella vivía en soledad, en bosques desconocidos, y solo muy raramente iba al hogar de sus padres, y solo ellos y nadie más la habían visto desde que llegó.
Y el corazón de Legolas se había apretado dolorosamente en su pecho. ¿Si ella no ha curado, como puedo curar yo? Se había preguntado, y así el decaimiento del príncipe había comenzado de nuevo. Thranduil había contactado con Elrond, pidiendo la localización de Arwen, más ni el mismo peredhel lo sabía, y Elladan y Elrohir aún tenían que ver a su hermana de nuevo.
Haldir había vuelto al lado de Legolas, y Thranduil lo había dejado permanecer en su hogar. Siempre había sabido que el orgulloso galadhel amaba a su hijo, y cuando Legolas
había contado a su padre de su amor por el mortal, Thranduil casi había culpado al plateado elfo y su condenado orgullo, por no haber contado a su hijo de su amor, y así ahorrar tanto dolor a todos.
El príncipe parecía no encontrar alegría en la Tierra Bendecida y sus ojos habían vuelto a perder su brillo. Haldir, y Thranduil, y Dúnedhel volvieron a temer por la vida del elfo, quien pasaba sus días entre los árboles y no entre personas. "Hay celebración esta noche, amado. El señor Elrond abre sus puertas a las festividades. ¿No deberíamos ir?
"Ve tu, querido amigo. Déjame solo con mis árboles, son suficiente compañía para mí"
Y los meses pasaban y la condición del príncipe, poco a poco pero firmemente empeoraba. Cada vez llegaba más cansado y agitado de su paseo diario entre los árboles, y gradualmente volvió a comer menos, hasta que un día decidió ya no probar alimento.
Pero ese mismo día una ágil y bella doncella, vestida en gris, llegó a la puerta de Thranduil, y ante los asombrados ojos de todos los elfos reunidos allí, apareció como Estë la Gentil, la valier esposo de Irmo. Y estaba allí porque el concejo de los Valar había decidido otorgar refugio al príncipe elfo en los Jardines de Lorien, y la misma Estë, curadora de las heridas y las fatigas, había llegado a recoger al dorado elfo.
A Lorien había llegado el antiguo Príncipe Consorte de Gondor, en la compañía de Haldir y Dúnedhel, y cuando vio los bellos jardines por primera vez, su corazón se había regocijado. Desnudando sus finos pies de sus suaves botas había caminado por el fresco césped, y había apreciado los bellos árboles, y las hermosas aves, y las flores y el cielo. Sin duda Los Jardines de Lorien eran el lugar más hermoso en todo Ea, y Legolas se sentía privilegiado de estar ahí, y había recordado las palabras de su amado, de mantener su amor siempre fresco en los bellos jardines.
Así Legolas había explorado a fondo el lugar, yendo y viniendo hasta que al fin alcanzó un diáfano lago, y en el centro del lago había una isla, y aunque su corazón ansiaba ir a explorarla, su cuerpo se sentía agotado por toda su actividad. Al borde del lago había hallado un hermoso sauce de plata, grande y de largas ramas que parecían inclinarse hacia el suelo, y al pie entre dos raíces del árbol crecía suave musgo y hierba, se veía tan invitante que Legolas había yacido en el blando suelo, acunado por las raíces y protectoras ramas, y el sueño había llegado, y el príncipe se había rendido, dejando su espíritu vagar por los intrincados sueños élficos.
Haldir y Dúnedhel habían estado todo el tiempo con él, alegres de que al fin algo había agarrado la curiosidad del apático elfo, y cuando lo habían visto cansado y se recostó bajo el árbol lo habían visto como algo natural. Más cuando un día entero había pasado y Legolas aún no despertaba, Dúnedhel había empezado a sacudir a su ada, y cuando parecía que ni gritos ni sacudidas lograban sacarlo de su profundo sueño, el miedo había crepitado dentro de sus corazones.
Y Estë había vuelto a parecer, y les dijo no perturbar el sueño del Príncipe elfo. Les explicó que Legolas solo dormía, y que su espíritu había salido de su cuerpo para vagar por todos los rincones de los jardines. Y Haldir había recordado la historia de Míriel Serindë, primera esposa de Finwë, quien había llegado hacía mucho tiempo a los jardines de Lorien a reposar, y dormida todos la creyeron pero ella no despertó más, su espíritu habiendo huido a los Salones de Mandos. El corazón de Haldir se tambaleó en su pecho.
"Tu temor no está del todo descaminado, Haldir de la Lorien de más allá del mar." Habló Estë, leyendo el corazón del plateado elfo. "Su espíritu puede elegir su camino hacia los salones de Mandos, más esto te digo, aunque Míriel tenía menos pesares que Legolas hijo de Thranduil, el espíritu de tu amado es más fuerte ya que ha vívido a través de las penas del mundo. Conoce que, en estos momentos, ese mismo espíritu se regocija recorriendo la tranquila isla donde tomo mi descanso." Señalando a la isla ante ellos, la valier sonrió a los desconcertados elfos. "No te preocupes, hijo de Legolas," Mirando al joven elfo, volvió a sonreír, esta vez enigmáticamente. "Aunque no hay modo de saber cuanto tiempo el espíritu de tu padre permanecerá disfrutando de mis jardines, alégrate de que es feliz y está curando, y seguirá así hasta que decida despertar totalmente curado o ir a las Estancia de Mandos."
Así Legolas permaneció dormido en los jardines, y Haldir se quedó atendiendo el cuerpo de su amado, y Haldir vio que así dormido, su dorada estrella había recuperado su belleza, y su cuerpo su complexión. Y aunque Estë, e Irmo y los otros espíritus que moraban esa tierra trataban de entretener al plateado elfo de su tediosa tarea, él se negaba, y permanecía siempre fiel al lado de su amor.
Dúnedhel había regresado a la casa de su abuelo, y había llevado las noticias de lo ocurrido. Y Valinor se enteró del destino del príncipe elfo de los Nueve Caminantes, y varios levantaron su voz en plegaria por la pronta recuperación del doliente espíritu, y varios fueron en peregrinación hasta donde dormía Legolas, para ver por sí mismos al bello príncipe y ofrecer palabras de confort al aguardante elfo a su lado. Aún Ingwë, Alto Rey de todos los Eldar de Valinor, fue visto pasar por los jardines, arrodillarse al lado del elfo dormido, y depositar un suave beso en una perfecta frente, susurrando encantaciones a Eru.
Varios amigos del príncipe elfo lo visitaban a menudo, más Dúnedhel, quien no permaneció en las tierras de Irmo, iba todos los días. Salía temprano con anor, y cabalgaba las tierras como rayo para llegar al lado de su dorado adar, más al caer el crepúsculo regresaba, porque era el único consuelo de su abuelo, quien decía siempre que Dúnedhel le recordaba mucho de su preciado hijo.
Habían pasado ya sesenta años, y Dúnedhel seguía yendo todos los días a la Tierra del Descanso, más las visitas de otros eran escasas en frecuencia ahora. Pero Haldir, el bello elfo querido a Alatáriel, seguía fiel al lado de su príncipe.
Fue una mañana, que en su prisa por llegar al santuario de su adar, Dúnedhel había presionado a su fiel corcel, y éste se había negado a seguir sin un corto descanso. Viendo que su caballo no iba a ceder optó por desmontar a medio camino en medio de un bello bosque. Sus agudos oídos élficos cogieron el sonido de un riachuelo cerca, y el joven elfo se adentró entre los árboles para así poder abrevar a su caballo.
Y fue allí que su destino lo alcanzó al fin. En medio de árboles desconocidos, y a las orillas de un melodioso arroyo. Allí, por primera vez, Dúnedhel hijo de Legolas contempló por primera vez la belleza de la Estrella de la Tarde, y su corazón fue perdido para siempre.
Arwen Undomiel, recorría uno de sus favoritos lugares al lado del amigable riachuelo que había llegado a conocer tan bien, cuando de súbito su soledad fue interrumpida. Al girar vio una cautivante visión frente a ella, y cuando ojos de un azul profundo atraparon sus ojos grises en su poder, la hija de Elrond supo que por segunda vez en su vida había perdido su corazón, pero diferente a la primera, fue un amor a primera vista e intenso, donde el otro había sido tranquilo y se había desarrollado con el tiempo, y supo con certeza también ahora, como sabía que las estrellas de Elbereth brillaban en el cielo cada noche, que su espíritu había elegido para siempre. Y así el intranquilo espíritu de la bella doncella nieta de Earendil fue curado al fin.
Ambos elfos se pararon por varias horas mirándose fijamente a los ojos. Ambos renuentes a quebrar la conexión que los unía, y los ataba tan seguramente como una soga. Más la hora conseguía tarde, y con consternación Dúnedhel se dio cuenta al fin que el crepúsculo se acercaba, y saliendo con total fuerza de su voluntad del exquisito trance, se había acercado a la dueña de su corazón, cogiendo una delicada mano. "Bella doncella, aparición de los bosques. Con tus oscuros ojos que reflejan las estrellas de Varda me has hechizado. ¿Acaso esperabas por mí en este alejado lugar para así obtener mi corazón sin dificultad? Pues lo has conseguido, vanimalda. Y mi corazón es tuyo tan seguramente como que los enanos tienen barba, dueña mía. Ven conmigo."
Y la melodiosa risa de Arwen fue escuchada en el claro boscoso después de muchos años, y aunque le había parecido extraña la mención de los enanos en la declaración de amor, no por eso le había parecido menos sincera y hermosa. "Desde hace mucho tiempo me hallaba extraviada, señor mío, Y digo señor porque aunque veo que eres joven en años, no por eso es menos cierto que de ahora en adelante eres el señor de mi corazón. Y no te esperaba, aunque mi espíritu se regocija en nuestro encuentro. Y sí, mi dueño, te seguiré a donde vayas."
Y así habían partido juntos, y aunque el sol ya se había ocultado, se dirigieron a los Jardines de Lorien. Y en el camino habían hablado mucho, y Dúnedhel se enteró que su amada era Arwen Undomiel nada menos, la antigua amada de su padre mortal, y en su sorpresa casi había caído de su caballo, quien relinchó en molestia. Y la Estrella de la Tarde conoció que su amado era Dúnedhel, hijo de Legolas y Aragorn, y por un momento la conmoción la había sacudido, más rápidamente se había recuperado y sonreído; y agradeció a Eru el único, porque como era sabia, ahora entendía sus designios.
Fue con gran asombro que Haldir vio llegar a Dúnedhel de la mano de Arwen peredhel. Y más impactado aún quedo cuando ambos confesaron amarse el uno al otro, y después de que el shock se había desgastado, Haldir había sonreído ampliamente como no lo hacía desde que Legolas yaciera a dormir hace veinte años, y deseándoles felicidad a la feliz pareja, los tres se habían acomodado alrededor del durmiente elfo.
Haldir observó con asombro renovado como Arwen acariciaba la mejilla de su dorada estrella, y depositaba un delicado beso en su blanca frente. "Conoce que nunca te culpé, Legolas. Al contrario supe de tus nobles intenciones queriendo renunciar a él por mi felicidad. Pero el camino del amor no es derecho y ahora me doy cuenta." Agarrando una mano de su joven amor en la suya, Arwen le había sonreído antes de continuar hablando al dorado elfo. "Con todo mi corazón deseo que pronto despiertes, y que halles dicha aquí en Valinor, como yo al fin la he hallado."
Desde entonces hubo dos asiduos visitantes al refugio del príncipe elfo, pero en todo Valinor se conoció la buena fortuna de Dúnedhel y la Estrella de la Tarde, y todos se regocijaron en su amor por cada otro. Y por fin hubo completa paz en la casa de Elrond, porque una vez más la despreocupada risa de la bella Arwen fue escuchada en sus salones.
Más la Estrella de la Tarde y Dúnedhel acordaron en no unir sus espíritus aún, porque aunque deseaban con todo su ser, ser esposos ante todos, y más aún en sus corazones, optaron por esperar el despertar del príncipe elfo, no importaba cuantos años pudiera tomar. Arwen sabía que era importante para su amado, y así la espera había tomado un nuevo cariz ante los ojos de todos.
Mientras otros sesenta años pasaron y el dormido elfo daba ningún signo de despertar, los hermanos de Haldir, Rumil y Orophin, empezaron a coaccionar al plateado elfo lejos de su permanente vigilia, aún los gemelos de Elrond se unieron a la petición, como lo hizo la misma Galadriel quien también había pasado por los jardines. "No sabemos cuanto le tomará despertar, querido niño. Ni aún los poderes lo saben. Tampoco sabemos que es seguro que despierte, bien puede elegir morar en los Salones Oscuros al final."
"Yo esperaré, mi señora, no importa cuanto tome. ¿Cómo podría continuar con mi vida dejando mi corazón en este lugar? Y si él elige ir al las Estancias de Mandos, entonces yo lo acompañaré."
Pero Haldir no estaba solo en su espera, porque aún cuando Dúnedhel y Arwen partían, el plateado elfo tenía la compañía de las doncellas de Estë, y la misma Melian venía a cantarle al dorado elfo con su melodiosa voz. Ellas llegaban en todo momento para saber como su favorito residente estaba, y no se cansaban de alabar a Haldir la belleza del dormido príncipe, a lo que el galadhel respondía con gran entusiasmo.
"Duerme tan tranquilo, como si no hubiera ni una pena en su corazón Su belleza es tan resplandeciente bajo la luz de Anor tanto como la de Ithil. ¡Podría quedarme observándolo por edades!" Exclamó un día Ilmarë, doncella de Varda, que había venido a visitar a sus amigas, y que al pasar por el lugar donde descansaba se había quedado por un buen rato. Sus amigas habían voceado su aprobación al comentario, cada una inconscientemente peleando por el mejor lugar de donde observar al dormido elfo. Más Ilmarë había nivelado su mirada con Haldir, y sus labios se habían partido en una bella sonrisa al ver el orgullo y la satisfacción en los ojos del plateado elfo. "Mi señor Manwë y mi señora Varda mandan sus saludos a ti, oh honorable Haldir. Ellos ruegan al Único para que el dorado elfo sea curado y despierte pronto." Volviendo su amable mirada al elfo dormido, había sonreído tristemente. "Más yo pienso que deberías tomar el ofrecimiento de Estë la Gentil, y yacer al lado de tu amado y dormir por cuanto tiempo tome."
"No podría, bella doncella de Elbereth. Temo que él pueda despertar de un momento a otro"
En total cien y veinte años habían pasado en total cuando los Valar decidieron intervenir al fin, porque Elbereth la Iluminadora deseaba cumplir su promesa al plateado elfo. Y fue así que ella, un dos de marzo en las cuentas de la Tierra Media, había convocado un concilio en Mahánaxar, el Anillo de Juicio, y así con todos los Ainur presentes discutieran un posible curso de acción para ayudar a los dolientes elfos.
Tulkas, el Gran Guerrero de los Valar, había sugerido que si el elfo de los Nueve Caminantes decidía al final entrar a Mandos, que Namo le niegue la entrada. A eso Nienna había respondido indignada. "Todos los Primeros Nacidos tienen el derecho de buscar la tranquilidad de los Salones de mi hermano, a ninguno se le ha negado la entrada antes, y no se empezará ahora." Y Tulkas se había hundido en su asiento, avergonzado, el solo había querido ayudar a un colega guerrero como lo era Haldir.
"Si él busca mis Salones, yo no debo negarle" Había replicado una firme y solemne voz. Namo había hablado.
Oromë, el Gran Cazador, se habían levantado de su asiento levantando a Valaroma en lo alto. "Yo digo que Irmo debe penetrar en sus sueños, en instarlo a despertar desde allí." A esto fue el turno de Estë de levantarse indignada. "En los Jardines de Lorien ofrecemos descanso a los espíritus que llegan fatigados. Nunca hemos atisbado dentro de sus privados pensamientos, ni lo haremos porque es una falta de consideración." Oromë dirigió una mirada de molestia a la esposa de Irmo, quien se la devolvió con la misma emoción hasta que fueron interrumpidos.
"Si recuerdo bien, él no llegó allí, sino que lo llevaron allí. Talvez si no hubiera sido conducido a Lorien, Legolas de los Nueve Caminantes aún estaría despierto" Aulë dirigió su tranquila mirada hacia Estë, pero antes de que ella pudiera responder, alguien se le adelantó.
"Si no hubiera sido conducido allí, el dorado elfo moraría en los Salones de mi esposo en estos momentos." Vairë la Tejedora elucidó con firmeza, mirando a todos los Valar presentes animándolos a rebatir su declaración.
"Yo pienso que deberíamos llevar a este elfo perezoso a mis dominios para darle un buen remojón." La profunda voz de Ulmo rompió el tenso silencio, más cuando se la mirada furiosa de todos los Ainur presentes cayó sobre él, el Señor de las Aguas solo se encogió de hombros con su usual buen humor. "Bueno, Es una opción¿no?" Dijo no pudiendo evitarse él mismo. Los demás solo agudizaron su mirada furiosa sobre él.
"Mi canto despierta la naturaleza dormida en invierno, y mi voz comanda las cosas inertes en movimiento. Yo debo ir a él." Yavanna se paró, como si estuviera dispuesta a partir en el acto.
"Tu poder reside en las plantas y los animales, Kementári. No en los Primeros Nacidos." Manwë corrigió, y Yavanna volvió a su asiento.
Irmo habló al fin. "En mis jardines su espíritu conoce reposo, talvez solo deberíamos dejarlo en paz."
"No." Varda estuvo de pie en un momento. "Ha dormido más tiempo del que todos esperábamos. Aún Miriel durmió solo media década antes de que su espíritu huyera para la Tierra de Namo. Esposo mío," girando hacía Manwë, ella continuó. "Tú tienes poder sobre los Niños de Eru, Debes ir a él en las Tierras Irmo."
Y el rey de los Valar y esposo de Varda asintió con la cabeza, y mientras se levantaba de su asiento y habría su boca para pronunciar su edicto, un fuerte ruido, parecido al de un relámpago, se escuchó en los cielos. Y Manwë permaneció inmóvil en su sitio, sus ojos desenfocados, y cuando tiempo pasó, todos los presentes empezaron a temer porque sabían lo que esto implicaba.
Al fin los determinados ojos del rey de los Ainur vieron de nuevo, y barrió con su determinada mirada el anillo de piedra donde se encontraban sentados los reunidos. "Eru Iluvatar acaba de hablar. Me ha recordado una vez más que no debemos entrometernos con el destino de los elfos, porque aunque siempre tenemos en nuestras mejores intenciones en el corazón, siempre las consecuencias no son las deseadas, y terribles en el peor de los casos." El esposo de Varda, el más querido al corazón de Eru, habló con voz profunda, y cada Vala y Valier escuchó con reverencia. "Más también esto me dijo, y es que cien y veinte años han pasado desde que el hijo de Thranduil primero se tendió a dormir, y hoy es un dos de marzo en la tierra de más allá del mar, esto es un día después del aniversario de la muerte de Elessar Telcontar, su esposo mortal." Un colectivo jadeo de sorpresa pudo ser escuchado, más todos de inmediato guardaron silencio cuando vieron que su rey iba a hablar. Los Ojos de Varda brillaban llenos de esperanza. "Cien y veinte años Legolas vivió en felicidad con su esposo en la Tierra Media, y cien y veinte años ha dormido en curación. Y digo dormido, porque él ha despertado ahora. Completo y bien, porque ha curado ha puesto al fin ha descansar todo su tiempo con el rey mortal." Lágrimas alegría pudieron ser vistas en los ojos de Elbereth, como ella mucho quería al hijo de Thranduil. "Y también todo le ha sido revelado. Eru habló a su corazón, como lo hace al mío, por esta única vez y dio la verdad a su renovado espíritu."
Y así fue que mientras Haldir cantaba un melodioso arrullo a su amado, mirando distraídamente por sobre el lago y los árboles, una delicada mano se posó en la suya, y con un sobresalto se dio cuenta de que su dorada estrella había despertado. Legolas había sonreído alegremente al galadhel, y había tirado sus blancos brazos alrededor de su cuello, y Haldir lo abrazó también porque era un momento feliz, y lamentaba que los demás no estuvieran presentes, a la vez que estaba agradecido de ser el primero de ver de nuevo los bellos ojos de su amado.
"Ya no hay dolor en mi corazón, Haldir, solo recuerdos que debo atesorar siempre." Y con esto Legolas había tomado el rostro del plateado en sus brazos y había depositado un suave beso en sus labios. Impactado, el galadhel había empujado levemente al dorado elfo, y había retrocedido un poco, mirando asustado y confundido. Más Legolas había reído en voz alta, y todos quienes escucharon su melodiosa risa se habían regocijado en sus corazones, y jalando al plateado elfo cerca de nuevo, lo había abrazado contra su pecho.
Y Legolas habló sobre todo lo que estaba en su corazón, de lo que había sido enterrado profundo dentro de él, y de cómo ahora estaba libre una vez más. "Siempre te he amado, Haldir. Siempre desde que nos conocimos." Cuando el otro elfo trató de nuevo de alejarse del abrazo, el príncipe habló apresuradamente. "Déjame hasta el fin. Debes escuchar todo." Y así acomodándose hacía atrás, para buscar el apoyo del sauce de plata, Legolas jaló más estrechamente a Haldir contra él y continuó. "¿Recuerdas cuando nos conocimos por primera vez y exigiste que los Galadhrim eran mejor en arquería que mi gente del Bosque¿Y como perdiste después ante mi arco? Yo lamenté haber ganado esa pequeña competencia, porque aunque buen perdedor me resentías en los profundo, y yo no quería tu disgusto, porque ya entonces me pareciste hermoso y quería tu favor. Más no pudo ser y tu regresaste a tu tierra y la siguiente vez que me viste no demostraste interés hacía mí. Y conocí congoja, más nuestra creciente amistad me alegró y regocijó. Y tu me llegaste a estimar como tu mejor amigo, y yo a ti. Tu consejo siempre era el que buscaba, y tu compañía la que deseaba siempre, y con mi amistad hacia ti creció también mi deseo por ti, y se convirtió en amor en mi corazón. Amor que permaneció escondido en mi interior porque temía perder tu aprecio. Pero todo cambió, y fue por los designios de Eru. Lo que debió haber sido cuando nos conocimos, no iba a ser hasta muchos centurias después, y era que yo tenía que cumplir el destino para el que fui nacido. Iluvatar ha hablado a mi, mi plateado guardián, y me ha revelado todo. Aragorn tenía que cumplir su destino y yo tenía que estar a su lado. Tenía que ayudar al heredero de Isildur en la Guerra del Anillo, y respaldarlo en su señorío sobre los hombres, y traer adelante los dos milagros que eran y son nuestros hijos. Y Dúnedhel también ha cumplido su destino y soy feliz por ello. Más esto me alejó de ti, el primer deseo de mi corazón. Más Eru sabe que somos Primeros Nacidos y por tanto inmortales, y decidió que unos años robados a nuestra felicidad eran un justo precio por la supervivencia de Arda. No me equivoques, querido. Yo he amado a Aragorn, y ese amor ni el mismo Iluvatar lo puede borrar, pero ahora ese amor lo he puesto a descansar y yace dormido en mi interior como un precioso recuerdo. Y el que tengo por ti ha despertado más vivo que nunca, ruge en mi interior y demanda a mi corazón por su compañero eterno. Y ese eres tu, mi hermoso guardián. Tú fuiste mi elegido compañero desde un principio, y si me tendrás serás ahora mi esposo y amado. Y ahora te digo lo que nuestros destinos no permitieron que diga centurias atrás: Yo te amo, Haldir de Lothlorien."
Y Haldir lloró, porque había escuchado y entendido. Y aunque una pequeña parte de él se había revelado ante el juego del destino con sus vidas, su corazón ahora estaba lleno de júbilo y felicidad. El plateado elfo abrazó al príncipe con todas sus fuerzas, queriendo nunca dejarlo ir. Temiendo que en cualquier momento uno de los Valar vendrían y llevarse a su amado lejos de él.
"Estoy aquí, meleth nin. No iré a ninguna parte. No llores más, te lo imploró." Pero Legolas también tenía lágrimas en sus ojos, y lloraba por su amor élfico y lo que había sufrido, olvidando que el también había conocido el sufrimiento de un perdido amor. "¿Serás mi esposo, amado¿Me harás feliz por toda la eternidad?"
"Claro que sí, mi dorada estrella." Y jadeando con emoción, había estrechado a Legolas contra su corazón más aún si era posible. "Por Elbereth, no sabes cuanto te amo, seron vell.. no sabes..."
"Sí lo sé, amor mío. Porque mi corazón te ama igual, y me abruma de dicha el prospecto de toda una vida contigo a mi lado." Y no resistiendo más, Legolas había levantado el rostro de Haldir de su hombro, y selló sus labios en su real primer beso.
Y les pareció a ambos como si el tiempo se hubiera detenido, y todos los años de pesar fueron borrados de sus corazones. Pareció también que no habían pasado centurias alejados el uno del otro, y conocieron también que su destino era vivir en unidad hasta el fin de Ea.
Legolas yació a su plateado amado en el suave musgo, e inclinándose sobre él, admiró el bello rostro trazando delicadamente la punta de sus dedos por una artística mejilla, limpiando la humedad que dejaban las lágrimas, más Haldir atrajo esos amados dedos hacia sus labios, y bendijo cada uno con amorosos besos.
"¿Me dejarás amarte, amado mío¿Me dejarás hacerte mío al fin?" Legolas implorantemente había susurrado, su necesidad por unirse con su amor quemando insistentemente en su bajo vientre.
"Siempre, meleth nin. Siempre he sido tuyo en mi corazón y mi cuerpo no ansía otra cosa sino tú." Levantando finos dedos para acariciar la húmeda mejilla del dorado elfo, Haldir sonrió enormemente. "Pero así como tú eres mi primer amor, así serás el primero que yo deje dentro de mi cuerpo, seron vell."
Escuchando el gentil reproche y más aún la dulce recompensa, el rostro de Legolas brilló con exultación. "Voy a tomar cuidado de ti, melmenya. Y después tu podrás tomar cuidado de mí."
Desnudo como el día en que nació, Legolas bajó su ansioso cuerpo sobre el de su amado, sintiendo por primera vez el contacto de piel a piel y amando la sensación infinitamente. Sus labios recorrieron todos los rincones de su amado, hasta los más profundos y escondidos, dejando al plateado elfo retorciéndose en placer y dicha. Más fiel a su palabra, Legolas fue cuidadoso, y cuando llegó el momento de unir sus cuerpos, el dorado elfo se introdujo lentamente en el cuerpo de su amado, tratando de ser lo más gentil posible mientras su larga espada se introducía en su nueva vaina al fin, llenándola hasta el tope.
"¿Estás bien, mi corazón?" Controlando sus deseo de comenzar sus empujes, Legolas había mirado atentamente el rostro de su amor buscando algún signo de dolor o incomodidad.
"Estoy muy bien, mi amado príncipe. Exígeme como tuyo ahora"
Y así hizo Legolas, moviéndose cadenciosamente, retirándose hasta el borde del cuerpo debajo del suyo solo para volverse a introducir de nuevo repetidamente, haciendo el amor dulcemente a su amado galadhel, y encontrando placer en los deliciosos sonidos que escuchaba salir de los suaves labios de Haldir. Y Haldir lo había estrechado apretadamente con brazos y piernas, deseando que su amado príncipe nunca saliera de su cuerpo, tan exquisito era tenerlo dentro. Y cuando su climax los alcanzó, los dos juntos estallaron en dicha, vertiendo su semilla en placer, Haldir entre sus vientres y Legolas enterrado profundo en el cuerpo de su amado.
Profundo sueño los había exigido después, porque habían sus espíritus estaban agotados por tantas confesiones y pero alegres en su unión. Y así también fue que los que escucharon las noticias de Mahánaxar y se apresuraron a los jardines de Lorien, los hallaron. Desnudos y dormidos en los brazos de cada otro, y con contentas sonrisas sobre sus bellos rostros. Y sus corazones de regocijaron porque conocieron que ya nunca más habría de nuevo tristeza en Valinor. Ahora todo era como debería ser.
"Así que esto fue lo que Estel vio en Legolas ¿eh?" Había comentado pícaramente Arwen.
Apresuradamente Dúnedhel había tapado los ojos de su amada. "¡Ai, meleth nin. No mires así a mi ada!"
En esto los demás habían reído suavemente para no despertar a los dormidos... y saciados elfos, mientras tres hobbits y un enano se retiraban sigilosamente con las caras completamente rojas. Pero varios se habían quedado porque la visión que presentaban ambos elfos era magnífica, y alguno más atrevidos que otros se habían acercado para mirar más de cerca, antes que los Poderes mismos aparecieran, con Elbereth a la cabeza, ahuyentado a los mirones. Los Valar vieron el feliz resultado, y viendo que no había necesidad de permanecer pidieron que a todos que dejaron a la feliz pareja en paz, y los amantes se volvieron ha hallar solos, nunca sabiendo que una gran multitud los había observado cerrados en un abrazo de amor.
Y dos días después se realizaron dos matrimonios élficos. Dúnedhel y Arwen, y Legolas y Haldir por fin unirían sus espíritus con sus elegidos. La misma Elbereth ofició las uniones, y todo Valinor asistió a presenciarlo, aunque muchos solo vieron desde lejos, pero¿Para qué sino sirven los agudos ojos élficos?
Y sobre la conversación que tuvieron Legolas y Arwen ninguno se enteró después. Hablaron todo un día y una noche, y cuando por fin fueron vistos por los demás, ambos estaban sonriendo deleitadamente, y Arwen se sostenía del brazo del príncipe elfo, y una mano de Legolas estaba sobre la mano de la Estrella de la Tarde.
Haldir y Legolas decidieron hacer su hogar en los jardines de Lorien, ya que el dorado elfo decía conocer el lugar a la perfección y le traía júbilo, y con la bendición y permiso de Irmo y Estë construyeron un pequeño y acogedor lugar sobre el sauce de plata bajo el que Legolas durmió tanto tiempo.
Y los Valar sonrieron sobre ellos, y todos vivieron feliz por siempre... hasta el fin de Ea.
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NotasValaroma – el cuerno de Oromë
Hathol-edhellen – Hacha élfica.
Firiel – Doncella mortal
Vain Maethor – Hermoso guerrero.
Himno a Elbereth: "Oh! Elbereth quien enciende las estrellas, de brillante cristal inclinado cae con luz como joyas desde el cielo en lo alto la gloria de la hueste estelar. A tierras remotas he mirado a lo lejos, y ahora a ti, Fanuilos, brillante espíritu vestido siembre en blanco, aquí te cantaré desde más allá del Mar, desde más allá del ancho y hendido Mar."
La segunda parte es lo que grita Sam cuando se enfrenta a Ella la Araña: "Oh Elbereth Iluminadora de Estrellas desde el cielo observando a lo lejos, a ti te imploro ahora en la sombra de (el terror a) la muerte. Oh mira hacia mí, Siempre Blanca."
Pueden consultar está página para más info: http/tolkien. Galadriel en quenya
Aran nin – Rey mío.
Melmenya – Amor mío (Quenya)
Cuil nin – Mi vida
Mumakil – Olifante.
Lass bain – Bella hoja
Laiqualasse - HojaVerde
Anor - sol
Aran i Gondor – Rey de Gondor
Oromë – Vala
Valaróma – Cuerno de Oromë
Hervenn – esposo (élfico)
Mellind – Querido corazón.
Seron vell – amado.
Elleth – doncella, mujer elfa
Maer aur – Buenos días.
Bereth – Esposo (a)
Ada – Papá
Adar – Padre
Fea – Espíritu
Elbereth – Varda
hervenn nin – Esposo mío
Meleth nin – Mi amor.
