Harry Potter y todos sus personajes pertenecen a J.K. Rowling, Warner Bros. Y quien sabe a cuantas compañías más...
Harry Potter y el Enigma de Elspeth
Capítulo 3
Perdido en la noche
Harry se sentó al borde de su cama. Sus pies descalzos tocaron el suelo frío de su habitación. Las luces de la calle proyectan sombras atemorizantes en la pared.
Pero no sentía miedo. Lo que sentía era total y completo aburrimiento.
Ya había perdido la cuenta de los días que habían pasado desde que había tomado el té en casa de la Sra. Figg.
Jamás se había sentido tan aburrido en toda su vida.
Había escrito cartas a Ron y Hermione pero no había recibido ninguna respuesta.
Seguramente Hermione estaría de vacaciones en alguna parte del mundo y las lechuzas de Ron entrarían ocupadas en alguna misión de la Orden.
Suspiró larga y pesadamente mientras encendía la lámpara. Era tarde en la noche. Tomó el Profeta del día anterior, que por cierto no contenía nada de interés, y pasó las páginas rápidamente antes de hacer lo mismo con el Criticón (Quibbler), en cuya primera plana podían verse las fotografías exclusivas de las arañas multicolores que habían aparecido al Norte de Essex.
Harry estiró el cuello como una tortuga para mirar por la ventana.
En la calle, dos de los gatos de la Sra. Figg maullaban felices. Algo alejado de los gatos, un arbusto parecía hacer flexiones.
Se preguntó cómo no había notado a Mundungus el verano anterior. La verdad era que, al igual que la Sra. Figg, Mundungus tampoco parecía ser un gran espía. En realidad, habiendo sido atacado por Dementores aquel verano, eso era obvio.
Tap, tap.
Giró la cabeza desesperadamente en busca de lo que había originado el ruido.
Tap, tap.
El corazón le latía con fuerza. Volteó la cabeza una vez más.
- - Estoy volviéndome loco – dijo en voz alta al ver que el ruido era ocasionado por sus propios pies golpeando el suelo.
El silencio se le tornaba insoportable.
Se puso las zapatillas y abrió la puerta de su cuarto.
Salió al pasillo en puntas de pies. Los ronquidos sincronizados de Dudley y tío Vernon retumbaban en las pareces como si se tratase de una conversación entre dos osos en una caverna.
Bajó las escaleras tan silenciosamente como le fue posible y se dirigió a la sala.
Se sentó en uno de los sillones.
Estando la casa en silencio, sin los Dursley alrededor y pasando por alto el millón de fotografías de Dudley que colgaban de las paredes, la sala parecía la de una familia normal.
Harry resopló. No conocía ninguna casa que perteneciera a una familia muggle normal. Sólo las había visto por televisión, y hasta llegar a Hogwarts, nunca había tenido amigos cuyas casas podría llegar a conocer.
La familia Weasley era normal para le mundo mágico, y Harry tampoco estaba demasiado seguro de esto. El Sr. Weasley parecía ser un poco raro, incluso para el mundo de los magos.
Se puso de pie y caminó hasta la biblioteca. A lo mejor encontraba algún libro interesante.
Recorrió los tomos con la punta del dedo índice. Casi todos eran álbumes de fotos.
Dudley, 1 mes. Dudley, 2 meses. Dudley, 3 meses... Dudley, 5 años y 7 meses...
Más y más álbumes... Un solo libro reposaba algo aislado del resto. Taladros del mundo, la mayor guía documentada del mundo con fotografías únicas e irrepetibles... Nada...
Encendió la televisión y recorrió rápidamente todos los canales. Ahora que podía verla, no estaba interesado.
Sentía ganas de gritar.
Apagó el aparato con un golpe y se tendió sobre la alfombra. De reojo vio la puerta de calle.
De un salto, alcanzó la mesita en el umbral donde reposaba la llave de la casa.
La emoción parecía salírsele por los dedos.
Nunca había salido de la casa de los Dursley en medio de la noche. A no ser, claro está, que estuviera huyendo... Eso ocurría casi todos los años...
Puso la llave en la cerradura y en silencio, rogó que el oído ultrasónico de tía Petunia no estuviese alerta.
Clic... Tío Vernon roncó... Clic... Dudley silbó... Clic... El armario de la porcelana crujió... ¡Clic!... Ya estaba abierta.
Con el mismo sigilo, volvió a cerrar la puerta desde afuera. Luego se detuvo a respirar el aire fresco de la noche.
Miró de reojo hacia donde había visto al arbusto y vio que aún estaba allí, inmóvil.
Harry caminó en dirección opuesta a la calle Wisteria, aunque parecía no avanzar... Todas las casas eran iguales. A veces las verjas cambiaban de color, o los arbustos de forma, pero el resto permanecía igual.
Dos, tres, cuatro cuadras exactamente iguales. Igual de silenciosas. Igual de vacías.
Cinco, la Profecía caía de las manos de Neville. Seis, Sirius caía tras la cortina. Siete, los horribles caballos que tiraban de los carruajes de Hogwarts, relinchaban molestos. Ocho, Cho se le acercaba despacio, su respiración haciéndole cosquillas en la nariz. Nueve, Cho estaba con otro chico. Diez, Oclumencia. Once, doce, trece, catorce... Perdió la cuenta de cuantas cuadras llevaba caminadas. Giró a la derecha. Había sido un año horrible. Giró a la izquierda. Pero había tenido sus cosas buenas. El grupo de Defensa contra las Artes Oscuras había sido fantástico. Estaba seguro que el escape de Fred y George pasaría a ser leyenda en la historia de Hogwarts.
Por otro lado, las cosas malas también habían sido muchas.
De repente recordó a Hagrid y a Grawp.
Sacudió la cabeza. Sabía que tendría que lidiar con eso una vez en el colegio.
Derecha. Este año podría jugar al Quidditch y podría ver el nuevo equipo. Y a Ron jugar junto a él.
Izquierda. Pero también tendría que comenzar a prepararse para sus EXTASIS... Y tendría que soportar durísimas clases de Snape.
Derecha. Harry se detuvo de repente. Sintió un frió que lo caló desde los pies y subió rápidamente por sus piernas. El corazón casi se le sale por la boca. Palpó la varita que llevaba en el bolsillo trasero de su pantalón y miró como un desquiciado a su alrededor. Luego miró hacia abajo. Había metido los pies en un enorme charco.
Comenzó a reírse nerviosamente. Y luego cayó en la cuenta.
No tenía ni la más remota idea de dónde estaba.
Lo que sí podía asegurar era que se encontraba en el medio de una arboleda.
Aguzó la vista mientras intentaba tranquilizarse. No reconocía nada.
Caminó hasta un claro no muy lejos y vio que estaba en un parque.
Las manos comenzaron a sudarle.
No conocía ese lugar. Jamás lo había visto.
Cruzó la calle que delimitaba el parque y comenzó a caminar lo más rápido posible en la dirección por la que creía haber llegado.
Sus pies parecían moverse por sí solos.
Caminó en línea recta. Sus piernas parecían saber el camino.
Al cabo de un rato, después de doblar a la izquierda y a la derecha varias veces, las casas se volvieron todas iguales.
Harry reconocía las verjas y las flores.
Poco después divisó el número 4.
Aliviado, sacó la llave de su bolsillo y la metió en la cerradura.
Clik, clik...Crak...
- - Shhhhh... – le dijo Harry a la cerradura, como si ésta fuese a obedecerle.
¡Clic! La puerta se abrió.
Dejó la llave en la mesita del pasillo y comenzó a subir las escaleras.
¡Creeeeeeeeekkkk! El escalón siguiente al descanso crujió sonoramente bajo sus pies.
No recordaba que crujiera, pero si recordaba haberle dicho a Fred y a George aquella vez en segundo año que prestaran atención con cierto escalón que crujía. ¿Habría sido ese?
El pasillo estaba en silencio. ¿Estarían despiertos los Dursley? ¿Se habrían dado cuenta que había salido?
No había cerrado la puerta, recordó Harry. Debería cerrarla antes que Tía Petunia saliera a regar sus hortensias.
Pero antes quería quitarse las zapatillas mojadas.
Llegó a su cuarto y abrió la puerta.
Criiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
¿Había crujido la puerta cuando salió más temprano?
Tan enfrascado estaba en los ruidos extraños que hacía la casa que para cuando se dio cuenta que su habitación no tenía una litera, ni afiches en las paredes, ni osos de peluche, ya era tarde.
Dos gritos a todo pulmón lo aturdieron.
Dos niñas lo miraban atemorizadas desde las camas.
Harry se quedó de pie en la puerta, paralizado. Por un momento no entendió absolutamente nada.
Algo lo golpeó en la cabeza.
- - ¡¡¡¡LADRON!!!!, ¡¡¡¡ES UN LADRON!!!! – Gritaba una mujer de camisón rosa cubierto de puntillas y la cabeza plagada de ruleros, que muy evidentemente, no era Tía Petunia, y que le asestaba golpes en la cabeza con una escoba.
- - ¡¡AY!! ¡¡SEÑORA!! ¡¡AY, NO!! – Decía Harry intentado esquivar los escobazos- NO... ¡¡ME EQUIVOQUE!!
Dos muchachas mayores que las que estaban en la litera salieron al pasillo desde la habitación que hubiese sido de Dudley.
- - Mama... ¿Quién es ese? – Dijo una con voz somnolienta.
- - LADRON... ¡¡LADRÓN!!
- - ¡No, señora!... Pare...- Gemía Harry agarrándose la cabeza. – ¡Me he equivocado de casa!
Un hombre salió al pasillo.
- - ¿Y quién es ese? – rugió.
Harry se le quedó mirando como pudo, a pesar de los escobazos que seguía impartiéndole la mujer. El hombre era muy alto y musculoso.
- - No... Señora... Pare... No entiende... Me he equivocado...
- - ¿Se ha equivocado?- Rugió el hombre una vez más. Y miró a una de las muchachas que recién habían salido de su cuarto.
- - ¡¡¡ANNA!!! ¡¡¡¿¿¿OTRA VEZ LO MISMO???!!!- gritó mientras sus ojos se le salían de las órbitas.
La mujer había dejado de golpear a Harry.
- - ¡No, papá!, ¡Esta vez no es culpa mía! No conozco a ese chico- Gimió la chica señalando con un dedo.
Harry vio su oportunidad y corrió escaleras abajo.
De un manotazo alcanzó las llaves en la mesita y agradeció mentalmente a su distracción por haber dejado la puerta abierta.
Corrió tan rápido como podían sus piernas y finalmente se detuvo cuando sus pulmones comenzaron a arderle.
Miró las llaves en su mano, respirando con dificultad.
Su mirada se posó luego en sus pies. Luego en la acera. Después en el asfalto. Y de allí, sus ojos se dirigieron al cartel en la esquina.
"Thistle Drive"
- - ¿¿Thistle Drive??...
No podía ver su propio rostro, pero podía asegurar que estaba rojo como un rabanito.
- - Me he metido en la casa equivocada... – Se dijo en voz alta.
Bueno. Al menos ahora podía decir que había estado en la casa de una familia muggle normal. Y efectivamente, se veía exactamente igual a la de los Dursley.
Aunque no por la ausencia de sus parientes, aquella casa era más pacífica.
- - ¿Dónde estoy?- Casi gritó esta vez.
- - ¡Pst!
Harry dio media vuelta.
- - ¡Pst!
Alguien le chistaba.
- - Eeeehhh... ¿Si?- El sonido parecía provenir de un malvón demasiado grande.
- - ¡Pst!... ¡Muchacho!
Sí. El malvón le estaba hablando.
- - Dime... ¿Malvón?
- - Deberías regresar a tu casa.
- - Mundo, ¿eres tú?
- - El turno del arbusto terminó hace un rato... Soy Leudigann, gusto en conocerte.
- - Ah... Mucho gusto... Pero estoy perdido...
- - ¿Por eso te metiste en esa casa?
- - Pensé que era la mía... – Dijo Harry sintiendo como le ardía la cara.
El malvón se sacudió. Se estaba riendo.
- - ¿Cómo llego a mi casa? – Le dijo al malvón, esta vez algo molesto.
- - Tres cuadras por esta calle, dos a la izquierda, cinco a la derecha y estarás en Privet Drive.
- - Gracias... – Le dijo Harry comenzando a caminar en la dirección indicada.
Era bastante comprensible que Harry se hubiera equivocado. Todas las casas eran exactamente iguales. Las mismas verjas, las mismas flores, las mismas baldosas, los mismos ladrillos.
Sintió un leve mareo.
Se sentía estúpido. ¿Cómo se había metido en el número 4 de la primer calle que había encontrado?
Estaba a punto de declararse oficialmente perdido una vez más, cuando vio a dos de los gatos de la Sra. Figg sobre un bote de basura.
Harry aceleró el paso. No tenía idea de la hora que sería, pero seguramente, era tarde. Un par de pájaros despistados anunciaban ya que la noche terminaría pronto.
Llegó a la puerta del número 4. Esta vez estaba seguro que era su casa.
La puerta se abrió sin problemas y la cerró de la misma manera.
Alcanzó la escalera, y en cuanto pisó el primer escalón, éste crujió. Sonrió en silencio. Ese era el escalón. Esa era la escalera. Esa era la casa de los Dursley.
Sin embargo, abrió la puerta de su habitación con algo de temor, conteniendo la respiración.
Su saeta de fuego, su baúl, su escritorio, y Hedwig.
Cerró la puerta y pateó sus zapatillas, quitándoselas lo más rápido posible.
Hedwig picoteaba los barrotes de su jaula, que Harry abrió para que volara tranquila.
Luego se acostó en su cama boca arriba.
El corazón todavía le latía con fuerza. Tenía las medias mojadas. Comenzó a reír como un histérico.
Al cabo de un rato, escuchó la puerta del frente abriéndose. Seguramente Tía Petunia salía a regar el jardín. Harry rió más fuerte todavía.
Algo le cayó en la cara aplastándole la nariz.
Luego escuchó un golpe en la puerta del armario.
Harry alcanzó con una mano el paquete que tenía sobre el rostro y levantó la cabeza sólo para ver a Errol en el suelo, todavía algo mareada después de haberse estrellado contra el placard.
Una vez más, Harry la depositó con cuidado en la jaula de Hedwig. Había llegado a la conclusión que Errol era torpe. Pero durísima.
Miró el paquete en sus manos. Tenía el tamaño que suelen tener los regalos de cumpleaños de parte de la Familia Weasley.
- - ¿Feliz Cumpleaños, Harry? – Se dijo en voz alta. Con los dedos contó los días.
Era su cumpleaños. Y lo había olvidado.
Abrió el paquete para encontrar una carta de Ron y un paquete de galletas caseras.
Harry
¡Feliz Cumpleaños! Espero que la estés pasando bien encerrado en casa de tus tíos (jo-jo). Estoy intentando que te dejen quedarte en casa unos días antes de ir a Hogwarts. Hasta ahora, he fallado miserablemente. Mi madre te pide disculpas, pero no ha tenido tiempo de prepararte una torta, así que te envía unas galletas.
Sólo he recibido los resultados de mis MHB hace un par de días, porque Errol se ha perdido en el camino. He sacado 7 matrículas. Me han matado en Adivinación y en Astronomía.
Te escribiré si tengo novedades acerca de que te quedes en casa.
Saludos,
Ron
Otra lechuza entró rápidamente, dejando un sobre en el escritorio. Era del Profesor Lupin.
Harry,
Muchas felicidades por tu cumpleaños. No he tenido tiempo de comprarte un regalo apropiado. Lo siento mucho.
Pásala lo mejor que puedas. Ya nos veremos.
Muchos Saludos de
Remus
Harry sabía que el profesor Lupin se sentía responsable por él.
Se le hizo un nudo en la garganta.
Se sentía responsable por él desde la muerte de Sirius. Tenía que aceptarlo. Sirius estaba muerto.
Arrugó la nariz para evitar que se le salgan las lágrimas.
Respiró hondo y dejó la carta a un lado y se quedó como paralizado durante un rato, sin pensar en nada.
Algo le golpeó la cara lo bastante fuerte como para que la nariz le duela de nuevo.
- - ¿Qué no pueden tener mejor puntería? – murmuró por lo bajo a la lechuza que acababa de entrar.
Esta traía un paquete.
Querido Harry,
¡Feliz Cumpleaños! He oído que tus tíos ya no te tratan tan mal, así que supongo que este verano la estarás pasando mejor que otros años.
Estoy con mi familia de vacaciones en los lagos, nos veremos más adelante.
Espero que puedas ir a casa de Ron. Escríbeme en todo caso.
Acerca de los MHB, he obtenido 10 matrículas, pero no tan altas como lo esperaba. Creo que han sido muy injustos con la calificación.
En fin, hablaremos más cuando nos veamos.
¡Pásala bien!
Un abrazo de
Hermione
Abrió el regalo de Hermione. Era un libro muy voluminoso con cubierta de cuero negro y letras doradas que anunciaban: Leyendas y Tradiciones mágicas de Gran Bretaña.
Harry frunció la nariz una vez más, no porque el regalo le desagradara, sino porque creía que el último paquete se la había roto.
Decidió ponerse en guarda en caso que Hagrid le envíe un regalo. Generalmente enviaba tortas que bien podían compararse con rocas.
Efectivamente, no mucho después, una lechuza entró zumbando en su cuarto dejando un paquete bastante grande que cayó al piso y casi le hace un hueco.
- - DESAYUNO- vociferó Tía Petunia detrás de la puerta.
Se puso de pie de un salto, se puso otro par de zapatillas y salió de su cuarto.
Como era costumbre, los Dursley habían decidido ignorar que era su cumpleaños. Harry no esperaba otra cosa, no importaba cuán diferente había sido ese verano a los anteriores.
Tío Vernon se puso de pie y se dirigió a la puerta llevando su portafolios. Como era costumbre, Tía Petunia salió a despedirlo.
Después de aspirar su cuarto de pomelo, Dudley dejó la cocina.
Harry se quedó solo ante la mesa, mirando su cuarto de pomelo que su estómago se negaba a digerir.
Tía Petunia volvió a la cocina y le miró de reojo.
Harry se distrajo un momento mientras miraba un par de personas que trotaban por la calle sin preocupaciones.
Cuando volvió la mirada a la mesa, casi se cae de su silla.
Su tía había dejado frente a él, un plato con tostadas untadas con mermelada, un vaso de jugo de naranja y una taza de café con leche.
Tan concentrado estaba en no caerse para el costado, que no se dio cuenta que tía Petunia dejaba la cocina sin decir palabra.
Estiró la mano hasta las tostadas. Seguramente estaba tan muerto de hambre que alucinaba.
Sus dedos se engrudaron en la mermelada.
Era dulce... Y no era de bajas calorías... Y muy obviamente, no era un espejismo.
Con la voracidad de alguien que no ha probado bocado en días, comió todo lo que tenía enfrente.
Sí... Se dijo mientras masticaba una tostada, algo extraño estaba ocurriendo.
Claramente, Tía Petunia no quería mostrar a Tío Vernon o a Dudley que estaba alimentando a su sobrino.
Ella volvió a entrar como si nada.
Harry quería decir algo. Pero no pudo pensar en nada.
Sería un momento incómodo para los dos.
- - Gracias...- dijo simplemente mientras su tía recogía los platos de la mesa.
Ella le ignoró lisa y llanamente.
Decidió no decir nada más. Sabía que nada habría que Tía Petunia hablara del desayuno no de lo ocurrido el verano anterior.
Con pies cansados, Harry volvió a su habitación. Se tiró en la cama como si pensara hundirse en ella. De repente estaba muy cansado.
Con mucho esfuerzo, volvió a ponerse de pie y cerró las cortinas. Con un bostezo con el que podría haberse tragado la casa entera, volvió a acostarse.
Miró la mancha en el techo, pensando en los días que habían pasado. Inmediatamente después se durmió.
Las semanas siguientes parecieron pasar en cámara lenta. Harry podría haber jurado que cada día duraba al menos cincuenta horas.
No recibió noticias ni del profesor Lupin ni de la Sra. Figg, lo cual lo ponía bastante furioso. Las cartas de Ron y Hermione eran igual de inconsecuentes como lo habían sido hasta entonces. El Profeta y el Criticón (Quibbler) no mencionaban absolutamente nada de nada, a excepción de los códigos de emergencia o qué hacer en caso de encontrarse con un mago oscuro o un mortífago, lo que probaba que el fantasma de Voldemort todavía seguía sobre el mundo mágico.
Y si bien el sol salía y se ponía a la misma hora que lo había hecho en veranos anteriores, Harry pensaba que se tardaba demasiado.
Sin embargo, habiendo perdido la cuenta de los días que pasaban, el 30 de agosto llegó casi sin que lo notase.
Con la paciencia y prolijidad de quien está desesperado por partir, aprontó sus cosas lo mejor que pudo.
Miró hacia la jaula de Hedwig con un suspiro. Había salido hacía dos días y todavía no regresaba.
Le había comunicado a Tío Vernon que al día siguiente debía estar en King's Cross, a lo que su tío había contestado con un gruñido.
Ron no había logrado que sus padres le permitiesen que Harry se quedase en la Madriguera. No creían que fuera seguro.
Harry se sentó sobre su baúl pensado que haberse metido en una casa extraña había sido una de las experiencias más vergonzosas de su vida.
Su verano había sido aburrido. Eso no podía negarlo. Pero tampoco había sido tan malo.
Sintió nauseas. No lo había pasado tan mal en casa de los Dursley.
La noche caía sobre el N° 4 de la calle Privet. En la habitación más pequeña del piso superior, Harry Potter yacía boca arriba sobre su cama, pensando en Hogwarts, en sus amigos, en lo mucho que extrañaba su mundo.
Casi sin notarlo, la mancha en el techo desaparecía de vista.
- - La estaba pasando como nunca- dijo en voz alta antes de quedarse dormido.
En sus sueños, su padrino Sirius volaba sobre el lomo del hipogrifo Buckbeak, hacia una playa de arena blanca.
Con los ojos cerrados, Harry sonrió de lado.
Notas de la Autora: Bueno... Aquí está el cap. 3, subiré el Cap 4 apenas tenga tiempo.
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Proximo capítulo: Llegaremos oficialmente al comienzo de mi historia. Algo más de acción al fin!
Capítulo 4: La extraña en la puerta
