Hola de nuevo. Espero que os gustara la primera parte y querrais leer la 2na. Esto de momento sólo es el prólogo, para que entendais la situación.

Al próximo capítulo ya empieza la historia. así que espero que sigais fieles.

Besos. Ciao!

Nyssa Black


Harry Potter y el espejo negro

Prólogo 2a parte

El condenado

El cielo estaba cubierto de grises nubarrones que amenazaban tormenta. Todo era desolador. Las calles estaban llenas de muggles que paseaban tranquilamente o iban a trabajar, lo que muchos no sabían era que sólo unas horas antes dos familias habían sido maldecidas por la mano del destino, de las cuales sólo se sabía de un bebé: Harry Potter, el niño que vivió.

Por la calle más transitada había un mago bajo y asustado, su ropa estaba hecha a trizas y no paraba de mirar a lado y lado para ver si venía alguien. Sin darse ni cuenta, alguien lo cogió con fuerza por el cuello de la capa y lo empujó a la pared. El hombre, con miedo, echó un agudo grito en ver quién era su agresor.

>Sirius... amigo... mio- dijo con voz temblorosa. - Ha sido un accidente muy... triste, verdad?

>Calla rata traidora! Has sido tú! Tú les has matado a todos! Les vendiste a Voldemort!- Lo dijo tan fuerte que la gente se los miraba asustada.

>Pero... yo... me iba a matar si no se lo decía! No tenía alternativa... - dijo intentando dar pena.

>Antes hubieses que haber muerto que entregar a tus amigos! Él... él confiaba en tí... y yo, yo también!Confiábamos en ti- Callo de golpe y se puso muy serio, se lo miró con una sonrisa burlona. - Pero ahora sólo vas a morir como la rata traidora que eres!

El hombre bajito hizo el maleficio antes que el otro pudiera decir nada. Se cortó sin gracia un dedo y se fue por un callejón con su forma de roedor. Hubo una gran explosión.

Al hombre que llamó Sirius se quedó sin palabras, sentado en el bordillo de la acera, con la vista perdida en la nada. Sonreía como si estuviese loco. Enseguida llegaron los aurores y los del Ministerio de Magia e intentaron hacer alguna cosa, pero la calle era desoladora. Cogieron a Sirius y se lo llevaron tranquilamente, pues este no oponía ninguna resistencia. Otro mago hizo un golpe con su varita en el aire hacia la gente muggle que aún quedaba viva y enseguida lo olvidaron todo.

>En total han sido algo más de nueve muggles y un mago – dijo un hombre estresado. - Creo que Peter Pettigrew merece un buen enterramiento y que manden nuestro apoyo en todo lo que necesite a su madre. Es una tragedia todo lo que está pasando estos días... Dos familias en una noche y ahora esto ¿qué le pasa al mundo?

Unos días más tarde, en el tribunal de los magos, en la Consejería, se hacía un juicio más a un mago más, como otras veces. El condenado a la ejecución solía ser un mago de la parte del Señor de las Fuerzas del Mal, la gente los odiaba para arrebatarles familiares, amigos o sueños. Pero el condenado de ese día era algo diferente. Pocos sabían con exactitud qué era lo que había hecho, traición decían unos, asesinato otros; "ellos" ya se hicieron cargo de que no se supiese toda la verdad, al fin y al cabo tenían el poder. Se aseguraron que nadie se metiese por en medio.

En la gradería del tribunal se levantó un hombre que se puso a hablar. Tenía al acusado atado a una silla de madera con cadenas que cobraban vida.

>Señor Sirius Black, se le acusa del asesinato de muchos inocentes, un mago entre ellos, y de hacerlo en plena calle con testigos oculares muggles. Aún y sin poner resistencia en la detención de su persona, será declarado culpable y encerrado en Azkaban hasta su último día de vida. Así sea hasta el final, como bien dice la ley de del Ministerio de Magia.

La gente murmuraba entre ellos, hablando de lo que le iba a pasar al sujeto en ese lugar y de todo lo que se había dicho. En medio de la sala alguien lanzó un fuerte grito histérico el cual hizo que todos miraran al iniciador de este: una mujer. Pero de quién gritó fue de quien tenía a su lado. Otra mujer. Su larga cabellera era oscura y abundante, muy espesa y luciente, que le nacía en la frente en forma de pico. Sus facciones eran proporcionadas y tenía una boca sensual de labios gruesos. Su cintura era algo ancha y los pechos hinchados, y las mujeres entendidas en el tema daron por echo que no hacía demasiado que tenía a una criatura que amamantar. Los ojos, impresionantes, de un color dorado intenso; unos ojos tan luminosos y penetrantes que, cuando se proyectaban en alguien, éste sentía que se le ponían dentro, hasta el fondo de su corazón y, temiendo que descubrieran algún secreto íntimo, apartaba la mirada. Iba cubierta por una capa negra y unas ligeras lágrimas descendían por su cara blanca.

La mujer había caído de rodillas, con los brazos hacia delante, la posición habitual para lanzar una maldición. La gente, asustada, se retiraba de allí, formando un pasillo entre la mujer y donde sus ojos se clavaron, hipnóticos, hacia los tres hombres del tribunal. Profirió a su canto, subiendo la voz a medida que iba hablando.

>Yo os maldigo! - Su voz era muy dulce y melodiosa aún y esas palabras llenas de veneno. - Patiréis desgracias y enfermedades, hambre y dolor. Vuestras casas se consumirán por el mal y vuestros hijos morirán en Azkaban o en sitios peores. Vuestros enemigos prosperarán. Envejeceréis entre tristezas y remordimientos, y moriréis atormentados en la infamia y la agonía.

Mientras pronunciaba las últimas palabras, cogió un saco de detrás suyo y sacó de él a un gallo joven vivo. En la mano ya tenía un cuchillo que nadie sabía cuando se lo había sacado ni de dónde, y con un sólo corte, degolló al animal (perdón por la escena, estoy en contra de estos actos a animales, pero tenía que ponerlo, pues así es una maldición...).

Aún brollando sangre del cuello del pobre animal, la mujer lo lanzó con furia a uno de los hombres, el que había dictaminado la sentencia. No lo llegó a tocar del todo, pero la sangre lo salpicó, también a los otros dos de su lado. Se apartaron por el asco, pero la sangre ya les había tocado, manchándoles ropa y cara.

La mujer giró y se fue corriendo. La gente se apartaba a su paso, sin volver a juntarse. La confusión era enorme. Nadie reaccionó a tiempo de retenerla, pero muchos sabían que aquella mujer conocía al preso y no estaba de acuerdo con la sentencia.

Entonces, la confusión fue aún mayor. El condenado empezó a cantar una dulce melodía en latín, nadie entendía la letra, excepto un hombre de larga barba gris y ojos pequeños cubiertos por unas pequeñas gafas de media luna, que sonreía con tristeza, como si entendiese todo lo sucedido.

Una alondra, en la red de un cazador captiva,
Cantó con una dulzura nunca sentida,
Como si aquella melodía enternecedora
De volar fuese capaz y la red sacar a fuera...

Continuará...


Escena y canción sacada del libro: Los Pilares de la Tierra. Todo lo demás, J.K.R. y algo mio.

Eso es todo por ahora.