Disclaimer: todos los personajes pertenecen a J.K.Rowling. Harriet es invención mía pero está basada en un personaje de la Orden del Fénix (es la chica que Harry ve en el pensadero de Snape mirando a Sirius durante el examen)
Pensaba haber subido esta historia como one-shot pero creo que me ha quedado demasiado larga así que la partiré en 2 capítulos. La clasificación R no es por este primero sino por los siguientes.
Espero que os guste y, si no es así, por favor dejadme un review para decirme por qué (me encantan las críticas, constructivas a ser posible)
Sirius estaba sentado en el suelo entre huesecillos secos de rata y restos de plumas y pelos. Con los ojos cerrados y la espalda apoyada en la pared escuchaba el intenso repiquetear de la lluvia. Sentía la humedad de la pared atravesar su ropa y el aire de la habitación olía a piel de animal viejo, pero se sentía cómodo. A pesar de sus intentos por evitarlo, los años pasados en Azkaban habían dejado en él más mella de lo que quería reconocer y así se había encontrado con que, de cuando en cuando, el único lugar en el que se sentía tranquilo era el cuarto que habitaba Buckbeak: húmedo y sucio y con el ambiente tan viciado como creía recordar que tenía su propia celda en la prisión. Además con Buckbeak a su lado sentía menos la soledad de la que fue la casa de sus padres y que ahora se había convertido en el cuartel general de la Orden del Fénix.
Allí a menudo meditaba sobre lo ocurrido en el último año e imaginaba todo lo que haría cuando por fin se demostrase su inocencia y volviese a ser un hombre libre. Desde luego estaba infinitamente mejor en Grimmauld Place que en Azkaban pero seguía sintiéndose prisionero, ya que llevaba meses sin ver del exterior nada más que los débiles rayos de sol que conseguían filtrarse entre las capas de polvo de las ventanas. Cada visita le suponía la mayor de las alegrías; su amigo Remus, sabiéndolo, procuraba pasar todo el tiempo posible en la casa y llevarle todas las noticias posibles de la Orden pero sus obligaciones hacia ésta le mantenían durante semanas ocupado lejos de Londres. También Tonks, la prima de Sirius, pasaba algunos días con él siempre que podía pero en los últimos tiempos los aurores estaban demasiado ocupados como para tomarse vacaciones. De modo que Sirius había aprendido a no esperar compañía, a mantenerse entretenido simplemente viajando entre sus recuerdos y viendo el tiempo deslizarse lentamente por las grietas de las paredes.
Por eso se sobresaltó al oír el sonido de la puerta principal; se levantó del suelo y bajó rápidamente las escaleras. En la entrada encontró dos figuras cubiertas con sendas túnicas empapadas, hablando entre ellas en susurros. Reconoció sin esfuerzo a Dumbledore pero el otro recién llegado le resultaba desconocido. Al sentir el sonido de sus pasos aproximándose, sus visitantes se habían vuelto hacia él y le observaban.
¡Sirius!- saludó Dumbledore sonriente – Me alegro mucho de verte.
Sirius respondió con una leve inclinación de cabeza, y Dumbledore prosiguió:
Vengo a presentarte al nuevo miembro de la Orden en Inglaterra- anunció señalando con la mano a la chica que tenía al lado- Estoy seguro de que recuerdas a Harriet Bun, de tu promoción en Hogwarts. Ravenclaw – añadió al percatarse de que el nombre no le decía nada a Sirius.
Ah, sí- respondió sin mucha convicción, mientras escrutaba el rostro de la chica. Ni el nombre ni los rasgos le resultaban en ningún modo familiares, pero pensó que sería descortés hacérselo saber. Ella le dedicó una sonrisa un poco forzada mientras sacaba su varita para intentar un hechizo que la secase.
Y también querría pedirte que le des cobijo hasta mañana, cuando partirá con los demás hacia Irlanda…- continuó Dumbledore mientras se escurría la larga barba sobre la alfombra de la entrada.
Por supuesto, será un placer- respondió Sirius- Pasad al salón, encenderé la chimenea para que os sequéis.-
Harriet se había dado perfecta cuenta de que Sirius no sabía quién era, pero no estaba sorprendida por ello: en los siete años que pasaron en Hogwarts él la había mirado una sola vez así que difícilmente podría recordarla ahora. Ella, sin embargo, a pesar de los años transcurridos, podía ver la imagen de Sirius en su mente con tanta nitidez como si mirase una fotografía y podía recordar el timbre de su voz y sus gestos como si no hubiesen pasado ni veinticuatro horas desde la última vez que le había visto. No en vano había pasado siete largos años estudiándole en cada movimiento, escuchando con atención cada palabra suya, caminando tras sus pasos siempre que le era posible. A pesar de que Harriet se afanaba en cruzarse con él por los pasillos y sentarse a su lado en la biblioteca, Sirius nunca se había dado cuenta de que ella le seguía y le observaba porque, simplemente, Harriet no era guapa y Sirius estaba demasiado acostumbrado a encontrarse rodeado de gente que trataba de llamar su atención. Esto había conseguido llenar de desesperación a Harriet pero no por ello había cejado en su empeño ya que siempre había algo que él hacía o decía que conseguía inyectarle una gota de esperanza. Lo que la había hecho renunciar a conseguir su amor, ya en el último curso, no era la indiferencia de él hacia su persona, ni siquiera los continuos escarceos con sus compañeras de clase, sino precisamente la situación que llevó a que él la mirara por primera y única vez:
Harriet no se había sorprendido cuando descubrió las miradas que Sirius dedicaba intermitentemente a esa chica, ya que resultaba bastante atractiva y Sirius padecía una clara debilidad por el sexo femenino. Empezó a molestarse un poco más cuando las esporádicas miradas durante las horas muertas de clase se transformaron en auténticas declaraciones de pasión: Sirius no podía apartar los ojos de ella y su expresión mientras la contemplaba viraba del deseo a la devoción.
En poco tiempo Harriet observó también que el objeto de los anhelos de Sirius comenzaba a corresponder a sus miradas, al principio tímidamente, pero enseguida con la misma intensidad que él, hasta que llegó un momento en que cada vez que las pupilas dilatadas de ambos se encontraban parecía que el tiempo se paraba. Estos instantes perforaban el corazón de Harriet empujándola a desistir de su obsesión por Sirius, y lo hubieran conseguido de no haber sido porque de pronto los sentimientos de esa chica parecieron cambiar. Harriet lo notó observando cómo la calidez de los ojos de ésta dejó de posarse en Sirius para hacerlo en su mejor amigo, James.
Harriet, conociendo como conocía a Sirius, pudo también percatarse del dolor que esta situación estaba causándole pero aún así nunca le vio mostrarlo ante James.
A las pocas semanas habían celebrado el baile de Navidad en Howgarts. Harriet, como siempre, permanecía en un segundo plano al lado de la mesa de bebidas, semioculta tras una columna de piedra. Sirius llegó al Gran Comedor y pasó por su lado para servirse un vaso de ponche sin apartar los ojos de Lily, que buscaba a alguien con la mirada. Sirius pareció tomar una decisión: dejó su vaso en la mesa y dio un par de pasos en la dirección de la muchacha pelirroja. En ese momento James llegó al lado de Lily y ésta, con una dulce sonrisa, le rodeó el cuello con los brazos, apretándose contra él. La determinación de Sirius se esfumó; se paró bruscamente, dejando caer los brazos a los lados del cuerpo y sin poder dejar de mirar cómo su amigo estrechaba entre sus brazos a la chica de la que él estaba enamorado. Permaneció así unos segundos y después se volvió hacia la mesa para recoger su bebida. Entonces se encontró de frente con Harriet, que se había movido un poco para verle mejor.
¿Quieres bailar? – preguntó él, con un deje de indiferencia en la voz. Harriet apenas fue capaz de hacer un leve gesto de asentimiento.
Él la tomó de la mano para conducirla a la pista; años después Harriet aún recordaba el tacto de sus dedos entrelazándose con los suyos.
Sirius se detuvo unos pasos por detrás de Lily y James, que bailaban abrazados, y posó una mano en la cintura de Harriet. Ella notó como la sangre le subía a la cara, impulsada por la fuerza creciente de los latidos de su corazón. Si Sirius la hubiese mirado de nuevo probablemente le hubiera divertido ver la reacción que su contacto provocaba en la chica. Sin embargo nunca pudo saberlo porque él no volvió a desviar la mirada del bello perfil de Lily; la profunda tristeza que Harriet vio reflejada en sus ojos fue lo que consiguió romper los últimos fragmentos de su corazón. Porque ese día comprendió definitivamente que Sirius amaba a Lily exactamente del modo que hubiera deseado que la amase a ella, y que nunca querría a nadie más de la misma forma.
Harriet se había quedado absorta en sus recuerdos, de pie frente al fuego que ahora iluminaba la sala. Los mechones de cabello oscuro se adherían a la espalda mojada de su túnica, enroscándose como serpientes.
Dumbledore charlaba animadamente poniendo a Sirius al corriente de las últimas noticias del exterior.
La noche iba cayendo, permitiendo que el fuego alargara las sombras de la habitación. La lluvia pareció cesar unos instantes y ese fue el momento que Dumbledore eligió para despedirse.
Te enseñaré tu cuarto – dijo Sirius levantándose de su asiento. La guió hasta una habitación amplia pero tan oscura y fría como el resto de la casa. El escalofrío de su invitada le recordó que no todo el mundo estaba acostumbrado a vivir en la penumbra y, con un movimiento de varita, encendió un fuego en la vieja chimenea.
¿Quieres cenar algo?- preguntó, deseando que respondiera que no ya que no tenía gran cosa para comer.
No gracias. Creo que me voy a acostar, llevamos casi todo el día viajando en escoba-
Sí, eso es agotador- asintió Sirius – Si necesitas algo ya sabes dónde encontrarme. Buenas noches- añadió mientras salía de la habitación.
Harriet se quitó la ropa aún mojada y la extendió ante la chimenea. Ella misma se sentó en el suelo, desnuda, dejando que al aire caliente que desprendía el fuego terminase de secarle el pelo. Después se acostó, sabiendo lo mucho que le iba a costar conciliar el sueño.
