Queridas VaLe, Nury, Rebirth y Silence-messiah:

Ya sé que había dicho que esta historia era sólo un one-shot, y la verdad es que no tenía pensado seguirla pero me habéis dejado unos reviews tan estupendos que me habéis inspirado para continuarla un poquito más ;) ¡Espero que no os decepcione!

Harriet no sale en este capítulo pero sí lo hará pronto, probablemente en el siguiente.

Muchas gracias por vuestro apoyo y por favor, hacedme saber qué opináis de esta continuación. 

Sirius no se despertó totalmente hasta que los rayos del sol de mediodía atravesaron con fuerza los cristales del salón para golpearle los párpados. Sí recordaba haberse visto forzado a abrir ligeramente los ojos horas antes, cuando aún sólo había oscuridad fuera, debido al frío repentino en su costado; recordó también haber extendido el brazo buscando el calor del cuerpo que yacía a su lado pero sin encontrarlo, y haber sentido unas manos arropándole y unos labios besarle tiernamente. Sonrió al pensar en esos labios suaves que habían recorrido su cuerpo la noche anterior.

Se levantó del sofá apartando la manta que alguien (Harriet, sin duda) había llevado al salón para taparle. La necesidad de sentir de nuevo la piel de ella contra la suya le hizo encaminarse hacia la cocina, donde suponía que la encontraría tomando un té o cualquier otra cosa. Pero la cocina estaba sucia y vacía. Buscó a Harriet por toda la casa antes de convencerse de que se había ido; se había marchado sin decirle nada y sin despedirse de él. Le había dejado solo de nuevo.

Sirius no estaba más solo que antes de la llegada de ella pero en apenas una noche de compañía se había despertado en él la necesidad de tener a alguien cerca, y esto hacía que la misma soledad que había sentido durante meses como un simple trasfondo amargo se convirtiese en un auténtico agujero en el interior de sus costillas.

Regresó al sofá en el que ambos habían dormido y, enrollándose en la manta que Harriet le había llevado, apoyó la cabeza en el cojín sobre el que ella había estado acostada, buscando los restos de su olor. Con las pupilas fijas en la lámpara de araña que, rota y cubierta de polvo, colgaba del techo, Sirius dejó que su mente evolucionara libremente, saltando de un pensamiento a otro tal y como hacía siempre para acelerar el paso de las horas. Trató de evocar la imagen de Harriet en Hogwarts pero le fue imposible; era extraño que en siete largos años en el mismo colegio nunca hubiesen coincidido pero así debía ser ya que no guardaba ni el más mínimo recuerdo de ella.

Estaba sorprendido por el hecho de estar echando de menos una compañía femenina. Durante muchos años, ya desde antes de entrar en Azkaban, había prescindido del contacto con las mujeres y nunca hasta ese momento había sentido que le faltase nada.

Claro que no siempre había sido así. Desde niño a Sirius siempre le había resultado reconfortante la presencia de mujeres a su alrededor; quizá la causante de ello fuese su prima Bellatrix, con la que había compartido gran parte de su infancia y que había llegado a convertirse en lo que él creyó que era su gran amor. Con una sonrisa amarga Sirius recordó todas las noches que había pasado en vela imaginando angustiado la reacción de sus padres, de sus tíos y de la propia Bellatrix cuando él les dijera que estaba enamorado de su prima. Sin embargo, toda esta situación terminó el mismo día que ingresaron en Howgats: Bellatrix había sido seleccionada para Slytherin y él, para sorpresa de todos incluido el propio Sirius, para Gryffindor. Cuando sus tíos se enteraron de esto prohibieron terminantemente a Bellatrix el trato con su primo, pero aunque no lo hubieran hecho las cosas entre ellos nunca hubieran vuelto a ser iguales: Bellatrix había cambiado tanto en unas pocas semanas que Sirius apenas podía reconocerla. Insultaba y atacaba con crueldad a cualquiera que no proviniera de familia de magos y se paseaba por los terrenos de Hogwarts perdonando la vida a todo aquel que se cruzase con ella. Hasta su mirada de niña, azul y cálida, había cambiado y ni el propio Sirius era capaz de aguantar mucho tiempo esos ojos, ahora incisivos y amenazantes.

Por todo ello poco a poco la fascinación de Sirius por su prima se transformó en decepción y, con el paso del tiempo, en una indiferencia un tanto amarga. En cualquier caso nunca más volvió a sentirse a gusto en su presencia y desde luego nunca más volvió a pasa las noches pensando en ella.

A cambio empezó a fijarse en otra alumna de Slytherin. Gabrielle iba un curso por encima de él y nunca jamás le había dirigido la palabra; aún así Sirius a menudo procuraba situarse cerca de ella para poder contemplarla. Podía pasar horas sentado en la biblioteca observando el contraste de su cabello chocolate contra la nívea piel de su cuello y los movimientos de sus dedos finos sobre las páginas de los libros. Le gustaba muy especialmente el modo que tenía de morderse el labio inferior cuando estaba concentrada en algo. Gabrielle tenía una voz muy suave y siempre hablaba casi en susurros; Sirius recordaba perfectamente cómo siempre anhelaba que alguien se acercara a preguntarle algo para poder así escucharla hablar.

Debido a esta insistente vigilancia pronto todo el mundo se dio cuenta de sus sentimientos hacia Gabrielle. Remus y James le gastaban bromas al respecto y los compañeros de la chica se sonreían maliciosamente cada vez que le veían aparecer. Por supuesto también Gabrielle se enteró y desde ese momento su actitud cambió. Ya no se inclinaba concentrada sobre sus libros ni hablaba relajadamente con sus amigas, al menos no cuando Sirius podía verla. En lugar de eso se pasaba la mano por su melena, dejando que los mechones de cabello corrieran como hilos de seda entre sus dedos, o se apoyaba contra la pared para permitir que Sirius admirase la belleza de sus rasgos. A veces se giraba un poco hacia él para comprobar que la seguía observando, y cuando constataba que así era, no podía evitar que se le escapase una sonrisa satisfecha.

Sirius estaba encantado al comprobar que ella le prestaba más atención y pasaba el día imaginando el momento en que hablarían por primera vez o pensando cómo sería besarla.

Un día, durante una soporífera clase de Historia de la Magia , Sirius decidió entretenerse lanzando hechizos al chico que se sentaba delante de él, que no era otro que Peter Pettigrew, el tonto de la clase y del que todo el mundo se burlaba. Él y James se dedicaron a enviarle pequeños aguijones que se clavaban en la piel de chico haciéndole dar saltitos y girarse para buscar la fuente de los pinchazos. Cuando la clase terminó James y Sirius salieron del aula muertos de risa pero éste se quedó congelado en el sitio cuando vio a Gabrielle en el pasillo hablando con Peter. Disimuló mirando el tablón de anuncios y, en cuanto la chica hubo seguido su camino a clase, se acercó a Peter y le pasó amistosamente un brazo sobre los hombros.

Qué hay Peter – el chico se sobresaltó ante el contacto y pareció tratar de encogerse sobre sí mismo para hacerse más pequeño. Sirius prosiguió:

Oye, no te habrás enfadado por lo de antes. Sólo era una broma- Peter negó rápidamente con la cabeza, dando a entender que no le había molestado- Me alegro. Oye, por cierto¿de qué conoces a esa chica?- preguntó tratando de sonar indiferente.

¿A Gabrielle?- respondió Peter, más tranquilo al ver que Sirius no pretendía hacerle daño- Nuestros padres son amigos, la conozco desde que éramos pequeños-

¿Ah sí?- Peter asintió muy orgulloso – Qué bien… Oye¿por qué no vienes a comer con nosotros?- Peter apenas daba crédito a lo que escuchaba pero se apresuró a seguir a Sirius antes de que cambiase de idea.

A partir de aquel día se convirtió en un miembro más del grupo de amigos. Aunque nunca estuvo en igualdad de condiciones con los otros tres chicos, que de vez en cuando la tomaban con él, se sentía feliz de ser aceptado por ellos y pasaba largas horas contándole a Sirius todos los detalles que podía recordar sobre Gabrielle. Poco a poco, con la ayuda de todas las historias que Peter le contaba, Sirius se creó una imagen mental de una Gabrielle perfecta. Llegó un momento en que no era capaz de distinguir esa visión idealizada de la realidad, ni siquiera cuando era objeto de los desplantes de ella, que se hacían cada vez más frecuentes a medida que Sirius aumentaba sus demostraciones de amor.

Sus amigos trataban sin éxito de hacerle entrar en razón sacando constantemente a relucir todos los defectos de la chica pero Sirius era incapaz de prestar atención a ninguna mala palabra dirigida hacia ella.

Un día de esos en los que el verano empieza a despuntar y las horas de luz son largas y cálidas, Sirius decidido dar un paseo solitario por la orilla del lago antes de cenar. Para su sorpresa encontró a Gabrielle sentada en la hierba, contemplando las ondulaciones que el viento creaba en la superficie del agua. Sirius se quedó inmóvil observándola acariciar distraídamente la tela de su falda mientras el viento jugaba con los mechones de su melena castaña. Con el pulso acelerado latiéndole en las sienes Sirius se acercó a ella y, silenciosamente, se sentó a su lado.

Ella giró sorprendida la cabeza hacia él y al verle allí sentado alzó una ceja con expresión de incredulidad.

No recuerdo haber dicho que quisiera compañía- dijo en un susurro gélido.

Sirius estaba ya acostumbrado a ese tipo de comentarios y sonrió sin responder. Gabrielle se quedó con la mirada fija en sus ojos tratando de incomodarle para que se marchara pero, al ver que el chico permanecía tranquilamente sentado, entrecerró los ojos y se mordió el labio irritada. Ese gesto hizo que todos los impulsos reprimidos de Sirius pugnaran por salir a la superficie y, sin poder evitarlo, se encontró sosteniendo la cabeza de la chica para acercarla a él. Gabrielle se quedó quieta y, sin dejar de mirarle a los ojos, permitió que Sirius posara sus labios sobre los de ella, primero muy levemente y después, al no encontrar resistencia, de forma más intensa. Sirius permanecía alerta a la reacción de Gabrielle, esperando algún cambio en el gesto de ella o al menos que se decidiera entre devolverle el beso y apartarse, pero la chica seguía quieta, mirándole a los ojos. Esto le desconcertó y, aunque sin apartarse demasiado, dejó de besarla. Al ver que Sirius se detenía, Gabrielle abrió ligeramente la boca, incitándole a continuar besándola; entonces el chico se inclinó de nuevo sobre ella y, con urgencia por sentir sus labios, cerró los ojos abandonándose a la sensación del tacto de su boca. En ese momento Gabrielle le empujó con fuerza y se levantó de un salto.

No vuelvas a intentar tocarme, imbécil- susurró, y Sirirus sintió el desprecio de cada una de estas palabras como punzones perforándole el cuerpo. Gabrielle se giró para regresar al castillo pero antes de que se diera totalmente la vuelta Sirius vio una sonrisa de satisfacción y burla sobre esos labios que él tanto había amado. Y en ese momento, mientras la observaba marcharse, decidió que se obligaría a no pensar en ella nunca más.