Nury: gracias por tu review! Es verdad que Sirius es un poco inocente en el capítulo anterior pero como se supone que ocurre en los primeros cursos de Hogwarts (tiene unos 13 o 14años) parece que todavía no está muy experimentado. ¿Que si vuelve Gabrielle a por más? Puede, puede que sí, pero no te digo nada más que pierde la gracia . Y sí, por ahora Sirius está solito en Grimmauld Place, así que puedes aprovechar para hacerle un poco de compañía ;) Me alegro de que sigas leyendo, espero que te guste este capi!
Rebirth: ¡Qué vergüenza, discúlpame! No sé por qué di por sentado que eras una chica ¬¬u Menos mal que lo has tomado con humor, no te preocupes que seguro que ya no se me olvida más! Disculpas aparte, me alegré mucho de ver tu review, como habías dicho que no solías pasarte por aquí y no pude mandarte un mail(ya vi que cambiaste de dirección) no contaba con él y fue una agradable sorpresa:) Gracias por seguir leyendo, un besito
A pesar de la promesa que se había hecho a sí mismo no le resultaba fácil dejar de pensar en Gabrielle. Cuando estaba entretenido en algo la imagen de ella se difuminaba un poco y a veces llegaba hasta a olvidarse de su existencia, pero en cuanto se quedaba solo le era casi imposible dejar de imaginarla y cada vez que la encontraba por el colegio, aunque procuraba mantener la vista baja para no encontrarse con los ojos de ella, sus sentidos se empeñaban en buscar el extraño aroma del perfume de hierbas que siempre llevaba.
Casi por casualidad descubrió el modo de no pensar en Gabrielle. A mediados de ese año Sirius comenzó a recibir unas curiosas notas: estaban escritas en trozos de pergamino, a veces cuidadosamente doblados hasta convertirlos en minúsculos rectángulos, otras veces arrugados para formar bolitas que aparecían casi diariamente entre sus apuntes de clase o sobre la mesa de la biblioteca o incluso entre pliegues de su túnica. Estos pergaminos contenían siempre algún mensaje de amor; al principio Sirius pensó que estaba interceptando sin querer el correo de alguna pareja pero cuando su propio nombre comenzó a aparecer en estas notas se convenció de que iban dirigidas a él. Y, aunque al principio lo tomó como un asunto de broma, pronto la curiosidad y su creciente ego le hicieron comenzar a esperar con cierta impaciencia la llegada de estos mensajes. A veces eran largas cartas, otras solamente un par de frases, pero cada una de las palabras destilaba siempre sentimientos profundos.
Poco a poco la curiosidad de Sirius por conocer la identidad de la autora de los mensajes fue creciendo. Permanecía alerta, vigilando siempre a todas las chicas que se encontrasen a su alrededor, esperando algún movimiento que le llevase a descubrirla. Sus esfuerzos no daban fruto en el sentido que él hubiese esperado pero sin embargo todo este asunto consiguió ir apartando a Gabrielle de los pilares de su pensamiento. Aún así procuraba no mirarla cuando coincidían, a sabiendas de que un solo gesto de ella sería capaz de derrumbar todas las defensas mentales que tan costosamente había ido construyendo.
Un día, mientras estudiaba con sus amigos en la biblioteca, tuvo que levantarse a consultar un libro. Cuando regresó a su asiento encontró una de las ya familiares bolitas de pergamino posada inocentemente sobre su mesa. Rápidamente miró alrededor pero todo el mundo en la biblioteca parecía concentrado en sus tareas. Sirius se sentó.
Eh – susurró a sus amigos- Me han dejado otro¿no habéis visto quién ha sido?- James y Remus levantaron la cabeza y negaron.
No. Yo creo que no se ha acercado nadie – añadió James con una mueca de fastidio. Todo el asunto de la admiradora secreta le resultaba de lo más divertido y también tenía ganas de descubrir quién era.
Espera – dijo Remus - ¿y esa chica de ahí? Antes no estaba- Sirius y James giraron inmediatamente la cabeza hacia la dirección que Remus señalaba y se encontraron con la espalda menuda de una chica rubia inclinada sobre una montaña de libros.
¿Estás seguro de que antes no estaba allí?- inquirió Sirius con el ceño fruncido, tratando de concentrarse para recordar. Remus asintió.
Segurísimo, cuando te levantaste a buscar el libro esa mesa estaba vacía- Sirius y James se miraron; aunque no lo hubiera reconocido jamás, se había puesto tan nervioso que le temblaban las manos y, sin saber qué hacer, volvió a inclinarse sobre sus apuntes. James le dio un codazo en las costillas.
¿Qué haces? Acércate y dile algo-
Venga ya¿y qué le voy a decir?-
Cualquier cosa que se te ocurra, por lo menos para verle la cara- respondió James. Remus le dio un empujoncito en la espalda, alentándole para que se acercara.
A pesar de que sentía cómo la boca se le secaba por momentos, Sirius consiguió levantarse y avanzar hasta el sitio de la chica rubia. Al sentir la presencia de alguien de pie a su lado ella levantó la vista y, al encontrarse con Sirius, se sonrojó tanto que el chico tuvo que contener la risa.
Hola – saludó en voz baja. La chica tartamudeó una respuesta que Sirius no fue capaz de escuchar y, debido a su evidente apuro, dejó caer la pluma sobre su túnica. Una mancha de tinta comenzó a avanzar inexorablemente entre los hilos del tejido mientras ella miraba con horror sin saber cómo detenerla. Sirius carraspeó para disimular la risa y, al verla incapaz de solucionar la situación sola, sacó su varita y realizó un sencillo hechizo quitamanchas sobre la túnica de ella.
La chica alzó la vista y le dedicó una débil sonrisa de agradecimiento. Sirius le devolvió divertido la sonrisa. No podía evitar sentirse satisfecho: vista su reacción, estaba convencido de que ella era la autora de las cartas y además, por algún motivo había dejado de estar nervioso. De hecho ni siquiera titubeó para invitarla a dar un paseo con él por los jardines del colegio.
La chica, que con el aire fresco había recuperado su color normal, se llamaba Amelie Prune y era de Hufflepuff. Al principio tartamudeaba cada vez que Sirius se dirigía a ella pero poco a poco fue consiguiendo seguir la conversación normalmente y, cuando se sintió lo bastante segura como para mirar a Sirius, éste constató lo bonita que era a pesar de su reducido tamaño. Amelie apenas le llegaba a la altura del hombro y su cuerpo era fino como una brizna de hierba, pero tenía unos enormes ojos azules y una bonita boca que se empeñaba en sonreír y su melena, rubia como espigas de trigo, brillaba cuando los rayos de sol caían sobre ella.
Cuando estaban a punto de llegar a la altura de los sauces que rodeaban el lago, Sirius le preguntó con una sonrisa maliciosa:
¿Por qué no querías que supiera que eres tú quien me deja las notas?- ella se detuvo junto a uno de los árboles, mirándole con expresión confundida.
¿Qué notas?-
Sirius se rió.
Las notas como la que me dejaste hoy en la biblioteca. Sé que fuiste tú- Amelie mantenía su expresión de extrañeza pero Sirius, que se había acercado más a ella mientras decía esta última frase, comprobó que sus mejillas volvían a ruborizarse ligeramente.
Yo no te he dejado nada- murmuró ella sin dejar de mirarle con los ojos muy abiertos.
¿Y entonces por qué estás tan nerviosa?- preguntó Sirius acercándose aún más y alzando la mano para enrollar un mechón del cabello de ella entre sus dedos. Amelie parecía haber pedido la capacidad de movimiento y la de habla porque se quedó donde estaba, en la misma posición y con la misma expresión. Su azoramiento motivaba a Sirius para continuar el lento avance hacia ella; la apretó entre su propio cuerpo y el tronco del árbol y, con la mano libre, comenzó a recorrer suavemente el cuello de la chica. Ella seguía sin moverse pero ahora Sirius podía sentir bajo su pecho cómo su respiración se había acelerado. Con las puntas de los dedos pasó a dibujar el contorno de la fina mandíbula mientras, lentamente, seguía acercándose a ella hasta que se encontró observándola a apenas unos centímetros de distancia. Amelie ya no le miraba a los ojos; ahora tenía la vista fija en la boca de él y Sirius notó perfectamente que estaba deseando que se aproximase aún más y la besase, pero no lo hizo. La expresión casi suplicante de la chica, con la boca entreabierta, su respiración acelerada, todo ello lo estaba ocasionando él, al igual que había ocurrido con el rubor y el tartamudeo de los minutos anteriores, y eso le gustaba. Le encantaba la sensación de ser él quien llevase las riendas, de ser él quien decidiera cómo se sentiría Amelie. Por eso mantuvo la situación unos minutos más, sin separarse ni un milímetro pero sin tampoco acercarse, dejando que la tensión de la chica aumentara. Después se inclinó sobre ella y la besó; ella le correspondió con una intensidad que contrastaba sobremanera con su aspecto inocente y esto hizo que Sirius se sintiera aún más satisfecho consigo mismo.
Fue en ese momento cuando Sirius descubrió lo mucho que le llenaba la sensación de tener a una chica a su merced, dispuesta a seguir los pasos que él marcase, y por ello a partir de entonces siempre procuró ser quien manejase la situación cada vez que estaba con alguna. De hecho, las chicas que habían tratado de invertir las tornas nunca habían conseguido agradarle del todo, exceptuando una sola ocasión, en la sala común de Gryffindor: aprovechando el momento en que todo el mundo se había ido ya a la cama y sólo Sirius se encontraba aún sentado frente al fuego, dando tiempo al sueño para llegar, Martha Owens (una rolliza chica de último curso con una reconocida debilidad por los chicos menores que ella) se sentó sobre él y comenzó a besarle. No era la situación a la que Sirius estaba acostumbrado y trató de apartarla, pero Martha le sujetó con fuerza las manos contra el sofá e insistió en proporcionarle todo tipo de placer con la boca. Esa fue la única vez que Sirius se sintió excitado al encontrarse él mismo a merced de los deseos de una mujer. En el resto de sus encuentros, que procuró que fueran muchos después del beso con Amelie, siempre fue él el que apretó a las chicas contra la pared o el que las sujetó con fuerza para besarlas, y nunca obtuvo ninguna resistencia.
En esa misma época James comenzó a fijar su atención en Lily Evans, una Gryffindor pelirroja en la que para su desgracia no parecía caber más que desprecio hacia él. Sirius coincidía con su amigo en que se trataba de una chica muy guapa y, poco a poco, quizás a causa de las innumerables conversaciones en las que James sacaba a colación todas las virtudes de Lily, Sirius empezó a verla de un modo especial. Por algún motivo nunca comentó esto con James, simplemente se limitaba a asentir cuando su amigo hablaba de ella.
Aunque sus sentimientos hacia Lily no parecían ser tan intensos como los que había desarrollado hacia Gabrielle, ese molesto pensamiento permanecía deambulando por su mente, golpeándose de vez en cuando contra sus paredes para hacerse notar y obligando a Sirius a concentrarse en otra cosa para empujarlo de nuevo al subconsciente más profundo. Le distraía especialmente de este inadecuado sentimiento la presencia de Amelie que, desde el día en que se habían besado junto al lago, saltaba a sus brazos cada vez que le encontraba por el colegio. En realidad la sonrisa de Amelie cuando le veía era tan sincera y tan radiante que Sirius estaba seguro de que podría disolver con ella cualquier problema con la misma facilidad con la que el agua deshace al hielo. Le gustaba especialmente cuando ella le sorprendía por la espalda para, poniéndose de puntillas, darle un beso en el cuello, o cuando ella le faltaba a sus clases para esperar a que él saliera y llevarle a pasear al lago, que se había convertido en uno de sus lugares favoritos.
Sin embargo esta dulce situación cambió radicalmente el día que Sirius se quedó a solas con Dawn Sequard, una de las inseparables amigas de Amelie. Dawn era una muchacha guapa aunque de un modo muy diferente a su amiga: no tenía esa sonrisa luminosa ni esa mirada cálida pero era objetivamente bonita, con piernas largas y rasgos suaves como dibujados con un pincel fino. Sirius intuía que no le resultaba del todo indiferente a Dawn por el modo que ésta tenía de dirigirse a él pero tampoco era un asunto que le preocupase sobremanera, ya que Dawn no le parecía demasiado interesante. En cualquier caso, el día que se quedaron a solas mientras Amelie regresaba a su sala común a buscar unos libros que había olvidado, Dawn no perdió ni un segundo en contemplaciones y se lanzó sobre Sirius, que con la sorpresa no tuvo capacidad para reaccionar. Este acoso no le resultó agradable y trató de zafarse del abrazo de la chica pero Dawn sólo respondió apretando sus labios aún más contra los de él; al cabo de unos segundos, Sirius acabó dejándose llevar y, en poco tiempo, era él quien dirigía el beso, rodeando a Dawn con sus brazos. Amelie dejó caer todos sus libros cuando alcanzó el lugar en el que quien ella creía su novio y quien ella creía su amiga se besaban apasionadamente. Y, cuando debido al estruendo se separaron y Sirius se giró hacia ella, ni siquiera fue capaz de darle la bofetada que cada fibra de su cuerpo le pedía. Simplemente dio media vuelta y se marchó.
Sirius pasó algunos días tratando de reconciliarse con ella pero Amelie se comportaba como si él fuese invisible y esta actitud tardó poco en herir el desarrollado orgullo de Sirius, que decidió dejar de preocuparse por la chica y dedicarse asuntos más productivos, aunque sintiéndose aún en el fondo un poco molesto por el hecho de que Amelie estuviese enfadada con él sin motivo.
Sirius sonrió con un deje de amargura al recordar lo inocente que era realmente en aquella época, cuando aún no conocía el verdadero significado de la monogamia ni mucho menos la importancia que las mujeres le daban al absoluto cumplimiento de ésta. Con el tiempo se había hecho mucho más listo, para bien o para mal.
Sé que había dicho que en este capítulo aparecería otra vez Harriet pero es que se me han ocurrido algunas cosas sobre la época de Howgarts y el caso es que ahora no sé si me estaré extendiendo demasiado con los recuerdos de Sirius¿qué os parece a vosotros: los continúo (porque en realidad todavía me queda bastante de lo que había pensado) o corto aquí y sigo con la historia inicial? (soy así de indecisa, lo siento ¬¬) Espero vuestra respuesta como agua de mayo ;)
