skamus: XDD ¡me ha hecho mucha gracia tu review¿Así que te desesperó el capítulo anterior? Bueno, pues me temo que este tampoco te va a solucionar mucho porque casi no sale Harriet, pero espero que te guste de todas formas :) Un besito para ti
Miaka-Black: me alegro mucho de que te animaras a dejarme un review, me ha hecho mucha ilusión saber que te gusta la historia:) Sirius es también mi personaje favorito, me da un poco de penita estar haciéndole sufrir tanto en este fic¡voy a tener que mandarte para que le hagas compañía! ;)
KaryMalfoyBlack: ¡muchas gracias por tu review! espero que te guste también este capi.
Este capítulo vuelve a ser casi entero de la época de Hogwarts de Sirius, espero que no se os haga muy pesado pero es que quería atar los cabos sueltos que habían quedado. Tengo la sensación de que algunas partes me han quedado un poco espesas pero ahora mismo estoy bloqueada y no consigo arreglarlas así que si hay algo que no entendáis por favor decídmelo para que intente aclararlo en el siguiente capítulo.
Harriet se mantuvo tan ocupada como pudo en los días siguientes, tratando de evitar así el recuerdo de Sirius; sabía que si dejaba que sus pensamientos vagasen libremente llegarían siempre al mismo lugar y que entonces no tendría la fuerza de voluntad suficiente para esperar el paso natural del tiempo: volvería a repetir el hechizo de los sueños o alguno peor; conociéndose podría incluso abandonar su tarea en el Ministerio para regresar a Londres. Eso sería una auténtica traición para la Orden y utilizar hechizos sería una auténtica traición para su propia moral, de modo que la única opción valorable era esperar: no quedaba tanto para las Navidades y Harriet suponía que entonces podría tomarse un descanso y regresar a Londres
La parte sensata de sí misma trataba de imponerse a sus deseos pellizcándose cuando no se concentraba en su trabajo y así, y con la ayuda de pociones para dormir sin soñar, los días fueron pasando.
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Sirius ni si quiera se molestaba en desear que los días pasasen rápido. No se sentía con fuerzas ni con ganas apenas para levantarse de la cama y había perdido casi por completo la esperanza de que apareciese por Grimmauld Place alguien que le distrajese de su soledad.
La densa neblina de Londres no se había levantado desde hacía días y, a pesar de que nunca abría las ventanas, Sirius tenía la sensación de que de algún modo conseguía deslizarse dentro de la casa, cubriendo cada rincón de una atmósfera turbia.
Sólo el recordar repentinamente que se acercaba la Navidad, y con ella las vacaciones en Hogwarts, consiguió iluminar en cierto modo su ánimo: quizá, aprovechando las fiestas, alguien fuera a visitarle. Harry, tal vez. Sin que Sirius fuese consciente de ello el simple hecho de imaginar a su ahijado dulcificó su gesto contraído. Harry era la persona que más quería en el mundo, y no podría ser de otro modo ya que en él se habían mezclado las sangres de las dos personas más importantes de su vida: su gran amigo James y su gran amor Lily. Con un renovado escozor royéndole la garganta apartó estos pensamientos. A pesar de los años transcurridos era incapaz de pensar en ellos sin sentir la profundidad de su herida. La muerte de ambos había hecho que la culpabilidad, que había conseguido mantener atada y recluida, saliera a la superficie, a flor de piel, mezclándose a partes iguales con la pena. James nunca había llegado a saber lo que ocurrió aquel día, de eso estaba seguro, pero no por ello se sentía menos miserable: de no haber sido por la negativa de Lily él hubiera traicionado a su mejor amigo; de no haber sido por la tranquila firmeza de ella, él la habría retenido consigo para siempre y, por mucho que ahora se avergonzase y tratase de negárselo a sí mismo, lo hubiera hecho sintiéndose el hombre más feliz del mundo y sin que el sufrimiento de James le resultase más molesto que un pequeño inconveniente. Por ello, durante todos estos años había bloqueado el recuerdo de esos momentos después del baile del último curso; lo había anulado, centrándose en los instantes anteriores y posteriores para tratar de convencerse de que en realidad nunca había ocurrido. Incluso en esos momentos era incapaz de dejar que ese pensamiento evolucionase libremente y en realidad no estaba seguro de si se debía al desprecio por sí mismo que le hacía sentir o a que devolvía al presente el dolor por el rechazo de Lily.
Sí era capaz de recordar cómo había salido del baile tras ella, asegurándose de que James no se percataba de su ausencia, cómo había seguido sus pasos por los vacíos corredores del colegio y cómo, antes de que llegase a la sala común, la había alcanzado y la había sujetado por los hombros para obligarla a mirarle mientras hablaba. Sirius sacudió la cabeza para romper el hilo de su memoria.
Después, cuando había dejado marchar a Lily, había caminado sin rumbo por los pasillos de piedra y, casi sin darse cuenta, se había detenido ante uno de los ventanales y había sollozado como un niño, dejando que las lágrimas corrieran y le empaparan, como si realmente con ellas se pudiera ahogar la pena. Y él, que jamás había permitido que nadie le viese llorar, se sintió indiferente ante la aparición de Gabrielle. Ni siquiera hizo el intento de detener su llanto mientras ella le observaba, entre curiosa y divertida, apoyada en el borde de la ventana. Ni siquiera escuchó sus palabras, que simplemente revolotearon burlonas en sus oídos. Ni siquiera se movió cuando Gabrielle, tal vez tratando de captar su atención, se acercó a él para restañar con sus labios las lágrimas que le empapaban la cara. Tampoco respondió cuando ella comenzó a besarle; era irónico cómo algo que había deseado durante tanto tiempo podía, al cumplirse, resultarle tan indiferente: la boca de Gabrielle sobre la suya, sus manos acariciándole la cara mojada y el cuello, su aroma a hierbas golpeando su olfato, nada de todo esto le provocó la más mínima sensación. Le hubiera gustado apartarla de un empujón, insultarla, pegarla, descargar su frustración con ella, que con su sola presencia parecía mofarse de él, pero no sentía fuerzas para moverse siquiera. Hasta su piel parecía estar durmiéndose, de modo que las caricias de ella por debajo de la túnica eran como de corcho. Gabrielle parecía molesta, o quizá sorprendida, o ambas, por su falta de reacción: tomaba las manos de Sirius para guiarlas sobre su cuerpo y éstas, inertes, se posaban donde ella las colocaba pero inmediatamente caían si las soltaba. Sirius ni siquiera la miraba; sus ojos, aún empañados, se dirigían hacia la ventana.
- ¿Qué pasa Sirius, ya no te gusto?- le susurró al oído sin dejar de acariciarle.
Sirius no contestó; le parecía una pregunta estúpida, era evidente que no le gustaba.
Molesta, Gabrielle continuó:
-¿No me digas que prefieres a la novia de tu amigo? Vaya, Sirius, te creía más listo que todo eso. ¿Siempre tienes que desear sólo lo que no puedes tener?-
Esta vez las palabras de Gabrielle sí consiguieron colarse en su cabeza. ¿"Desear lo que no puedes tener"¿No iba a poder tener nunca a Lily? Con una garra helada oprimiéndole la boca del estómago él mismo dio con la respuesta: en ese momento supo con certeza que todo lo que iba a obtener de Lily era esa misma mirada compasiva y algo temerosa que le había dedicado minutos antes, mientras le pedía que la dejase ir a dormir. Eso era todo lo cerca que iba a estar nunca de ella. Lo sabía, pero no lo pudo admitir, al menos en ese momento. Por eso cerró los ojos y, en su imaginación, cambió a Gabrielle por Lily; simuló ante sí mismo que Lily había aceptado sus súplicas y le había besado y entonces sí fue capaz de responder a los labios de Gabrielle. Su poderosa imaginación trasformó las manos de Gabrielle en los finos dedos de Lily y, al sentir su contacto contra la piel, un escalofrío le erizó el vello. Apretándola contra él tanto que temió hacerla daño continuó besándola, con los ojos fuertemente cerrados; dejó que ella le desabrochase la ropa, estremeciéndose ligeramente bajo sus caricias, y que le empujase con suavidad para hacerle sentarse sobre el suelo de piedra. Escuchó el roce de su túnica al apartarla y, cuando los dedos de Gabrielle (Lily, Lily, no Gabrielle) sujetaron su erección para introducirla en ella, su garganta dejó escapar un jadeo que rápidamente ahogó contra el cabello de la chica. Mientras se movía sobre él, Sirius trataba de abarcar con las manos cada milímetro de la piel de ella, sintiendo una tranquilizadora calidez que se extendía por su cuerpo. Se obligó a mantener los ojos cerrados a pesar de que su mente había conseguido convencerle de que cuando los abriera sería Lily quien estaría sentada sobre él, con la cobriza melena sobre los hombros pálidos y esa sonrisa serena y blanca. Tuvo que morderse los labios para impedirse a sí mismo gemirle en el oído lo mucho que la amaba; afortunadamente había conservado un resquicio de cordura.
Sólo cuando, tras terminar, hubo exhalado el aire concentrado en los pulmones, se decidió a abrir los ojos, como un estúpido, esperando encontrar a Lily. La mirada burlona de Gabrielle le devolvió a la realidad como una bofetada en la cara; de pronto, toda la tibieza que su alma había recuperado en los instantes anteriores, se condensó en lágrimas de frustración que esta vez sí fue capaz de contener.
- Que te quede claro que ésta es la última vez que me tocas- le comunicó Gabrielle- Por tu propio bien, no vuelvas a pensar en mí- añadió mientras se levantaba del suelo, recolocándose la túnica. Cuando miró a Sirius, buscando el efecto de sus palabras, se encontró con sus ojos azules tan indiferentes como si fueran de esmalte; hasta los restos de lágrimas formaban sobre ellos un barniz de frialdad que, por un segundo, dejó a Gabrielle sin recursos.
- Hace mucho tiempo que no pienso en ti- respondió Sirius. Sin más palabras se levantó y se fue, sin esperar a que Gabrielle acabase siquiera de recomponer su aspecto; toda una falta de galantería, por otra parte, pero ella tampoco era ninguna dama así que no sintió remordimiento alguno.
Esa había sido la primera vez que Sirius había hecho el amor y, aunque aquella noche no fue capaz de pensar en nada más que en Lily, tiempo después si le había dado una cierta lástima el que la situación hubiese sido tan sórdida.
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Harriet había obtenido el permiso del propio Dumbledore para abandonar su puesto durante las Navidades y, con todo el equipaje listo desde ya días antes, faltó a la que hubiera debido ser su última jornada de trabajo alegando encontrarse mal. No era ninguna mentira: los nervios le habían formado tal nudo en el estómago que apenas podía comer y le causaban la desagradable sensación de caminar sobre terreno blando.
A pesar de todo se sentía lista para emprender el pesado viaje: debería hacerlo en escoba ya que, por motivos de seguridad, tanto la red flu como los trasladores estaban descartados. Aprovechando el día extra de permiso en el trabajo, salió inmediatamente rumbo a Londres sin esperar siquiera a que la persistente lluvia se apaciguase un poco.
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Tras aquella primera experiencia con Gabrielle, Sirius había descubierto una vez más lo eficaz que la compañía femenina resultaba para mitigar el dolor de espíritu y buscaba de forma casi compulsiva las caricias de cualquier compañera que se prestase a ello. En esa época fue cuando adquirió una merecida fama de seductor en Hogwarts, recordó con una sonrisa agria.
James, aún sin conocer el origen de su cambio, sentía que algo no le iba bien a Sirius: a pesar de sus intentos por comportarse normalmente y sus bromas continuas, había perdido la espontaneidad y el brillo divertido de su mirada. James intuía que se trataba de un amor no correspondido y presionaba inútilmente a Sirius para que le hiciera partícipe de su secreto. Al no conseguir nada más que evasivas James decidió hacer como si nada ocurriese, dejando que su amigo olvidase poco a poco su tristeza, cualquiera que fuese la causa de ésta.
Una tarde Sirius, que volvía al castillo después de su clase de Herbología, distinguió la figura de Amelie bajo un árbol cerca del lago. No había vuelto a pensar demasiado en ella desde su enfado pero en ese momento, quizás por lo desolado que se sentía, recordó cómo ella siempre le hacía sonreír. Siguiendo su impulso se dirigió hacia la chica y, sin saludarla siquiera, la tomó de la mano. Amelie le observó con mal disimulado asombro. Cuando Sirius se inclinó sobre ella para besarla, se apartó y le soltó la mano.
- ¿Qué haces Sirius¿Crees que puedes hacer siempre lo que te dé la gana?- hizo amago de marcharse, pero Sirius notó cómo se detenía unas décimas de segundo, como dándole tiempo para que la detuviera. Él la sujetó por la cintura; Amelie intentó zafarse con bastante poca convicción y Sirius la apretó más contra él, hundiendo la nariz en su cabello.
- Perdóname- murmuró a su oído.
- ¿De verdad lo sientes?- le preguntó Amelie, separándose un poco de él para mirarle a la cara.
- Claro que lo siento- era absolutamente mentira ya que ni siquiera recordaba con exactitud qué era lo que había hecho enfadar a Amelie, pero pensó que no era el mejor momento para desplegar su sinceridad. Ella le sonrió y, acercándose de nuevo a él, esta vez sí le permitió besarla. Rápidamente los besos de Sirius se hicieron más intensos y las caricias más profundas; sin dejar de besarla la dirigió hacia la zona del lago más apartada para evitar que alguien pudiera verles desde el castillo y una vez allí comenzó a deshacerse de su túnica. Aunque parecía un poco preocupada por el hecho de que les pudieran sorprender allí, Amelie le dejó hacer. Sin embargo, cuando se tumbó sobre ella, se incorporó empujándole un poco en el pecho.
- Sirius, es que no sé si…-
Sin dejarla continuar Sirius la volvió a recostar en el suelo con suavidad y descendió por su cuerpo hasta llegar con la lengua al sexo de ella. Había aprendido por experiencia que esa era la mejor forma de vencer las últimas reticencias de una mujer y la respiración entrecortada de Amelie le confirmó que había acertado. Cuando volvió a tenderse sobre ella, esta vez sin que le pusiera impedimento ninguno, Amelie le besó en los labios, toda dulzura, y le susurró:
- Sirius, te quiero-
Estas tres simples palabras se abrieron paso como balas en su cerebro. Era la primera vez que alguien le decía que le quería y, en contra de lo que siempre había pensado, no se sintió reconfortado al escucharlo sino que fue como una ducha de hielo. Él no quería a Amelie; la deseaba y le gustaba el modo en el que le trataba y le hacía sentir bien, pero no la quería y sabía que nunca iba a poder hacerlo. Sabía que sólo podría amar a Lily, al menos de la forma que él creía que se debía amar, de forma absoluta. Como a Lily. Y por ello le parecía injusto estar allí con Amelie, permitiéndola que le declarase su amor mientras él imaginaba que eran los labios de Lily los que pronunciaban esas palabras.
Poniendo a trabajar toda su fuerza de voluntad se separó de la calidez del cuerpo de la chica y se vistió tan rápido como pudo, procurando no mirarla; aún así sintió clavándose en él los ojos dolidos de Amelie, que ni siquiera había sido capaz de preguntarle qué era lo que había hecho mal, por miedo a ponerse a llorar como una cría delante de él.
Cuando estuvo vestido la ayudó a levantarse y se giró mientras ella se ponía la ropa con manos temblorosas.
- Vamos, te acompaño- dijo tocándole levemente las puntas de los dedos, sin saber muy bien si debía tomarla de la mano o no.
- No importa, ya voy yo sola- respondió ella en un susurro. Caminaron juntos hasta el castillo y una vez traspasadas las puertas cada uno fue por su lado. En el último momento Sirius se volvió para mirarla, deseando decirle alguna palabra amable pero sin conseguir que ésta brotara de su garganta. Amelie subía las escaleras, sin mirar atrás, pero aún así Sirius supo que estaba llorando y entendió lo mucho que se parecía a él, siempre sufriendo por una persona a la que nunca llegaría a importarle. Toda la tristeza contenida de las semanas anteriores le inundó como si hubiera roto algún dique interno y en ese instante Sirius decidió que el modo más sencillo de evitar dañar y ser dañado sería evitar el contacto, tanto con Lily como con cualquier otra mujer; no besar para no ser insultado, no tocar para no ser herido, no pensar para no revivir el dolor. Y así lo había hecho, al menos hasta el día en que llegó Harriet, con la lluvia, para despertarle de su letargo y enjuagar su espíritu. Como la lluvia.
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Harriet había hecho descender su escoba en un estrecho callejón. A pesar del hechizo de invisibilidad sentía que toda precaución era poca y por eso había esperado hasta que la noche agotara la luz de un día oscuro ya de por sí debido a las densas nubes. Redujo rápidamente su escoba para guardarla junto con el resto del equipaje y salió del callejón.
Con la ropa pegada al cuerpo por el agua y el viento avanzó por las calles de Londres, sorteando muggles y coches, sin que nadie reparase en la muchacha de cabellos empapados que tiraba sin esfuerzo aparente de un baúl.
Cuando comenzó a reconocer las zonas cercanas a Grimmauld Place su corazón se aceleró, obligándola a caminar más deprisa, como si el golpeteo de sus zapatos sobre el suelo pudiera actuar de válvula de escape para los nervios acumulados. Al llegar al lugar donde un encantamiento mantenía escondida la casa de Sirius, suspiró aliviada al comprobar que ella aún podía verla. No tenía ningún motivo para pensar que no fuera a ser así pero le parecía imposible que todo fuera tan fácil: volar, caminar y encontrar a Sirius. Algo que había anhelado tanto no podía ser tan sencillo. Sonrió, burlándose ella misma de su estúpida manía de darle mil vueltas a todo, y se acercó a la entrada. Temblando, no sabía muy bien si de frío o de nervios o de ambas, llamó a la puerta.
