Los días siguientes se sucedieron de forma extraña, como si las horas se intercalasen entre ellas aleatoriamente; podían dormir al mediodía y permanecer despiertos toda la noche deambulando por la casa, o no levantarse de la alfombra del salón durante horas. Llegó un momento en que Harriet perdió casi completamente la idea del mundo de las puertas de la casa hacia fuera y se dedicó a vivir del mismo modo que Sirius, descansando cuando lo necesitaba, comiendo sólo cuando su organismo se lo exigía, sin prestar demasiada atención al momento del día en que se encontrara.
Pasaban cada minuto juntos y esto bastaba para hacer feliz a Harriet, aunque su relación no era tal y como ella siempre había imaginado que le gustaría. No había risas, ni complicidad, ni gestos espontáneos de cariño, ni charlas profundas sobre los sueños de cada uno. Lo único que había era mutua compañía en casi permanente silencio; al principio Harriet trataba de llenar estos momentos hablando sin cesar pero pronto se dio cuenta de que Sirius apenas la escuchaba. Poco a poco se fue acostumbrando a esta situación hasta que terminó por encontrarla también de su agrado. A menudo pasaban horas sentados juntos sólo observándose y a Harriet le gustaba cómo, al cabo de un cierto tiempo de mirarle fijamente a los ojos, tenía la sensación de haber cambiado las posiciones y estar mirándose a ella misma a través de los ojos de él.
En ocasiones, cuando Harriet se dejaba envolver por la atmósfera decadente de la casa y se perdía en recuerdos de la infancia, o cuando se quedaba mirando las evoluciones de las nubes a través de la ventana cerrada, Sirius se acercaba a ella para acariciarla, tratando así de recuperar su atención. Eso era algo que Harriet pronto había comprendido: Sirius necesitaba sentir su presencia y se inquietaba cuando le parecía que se alejaba, física o mentalmente. Por eso ella procuraba sentarse siempre cerca, besarle de vez en cuando aunque él no la correspondiera, porque sabía que en realidad era eso lo que él deseaba. Se lo demostraba cada vez que, antes de quedarse dormido, comprobaba que Harriet dormía a su lado, o que al menos le abrazaba o le sujetaba la mano.
La única actividad que Harriet repetía invariablemente día tras día era llenar la vieja bañera de agua caliente y conducir a Sirius hasta ella. Procuraba que fuese siempre por la noche porque la penumbra plateada que la luz de la luna creaba en la estancia parecía tranquilizar lo suficiente el ánimo de Sirius como para hacerle sonreír. Dejaba que Harriet le desnudase y después observaba cómo ella se deshacía de su ropa. Mientras la miraba desvestirse, alargaba las manos para acariciar la piel tibia y teñida de luna que se ofrecía ante él. En ocasiones este contacto avivaba su deseo de tal forma que, casi sin pensar, se encontraban haciendo el amor sobre las baldosas heladas sin sentir apenas el frío.
Harriet siempre dejaba que fuera él quien tomase la iniciativa en estos momentos, de modo que si él no se acercaba, ella simplemente le tomaba de la mano para conducirle a la bañera humeante. Una vez dentro ya sí se permitía recorrer con los dedos su cuerpo, con la excusa de enjabonarle, acariciar sus cabellos mojados y besar las gotas de agua que resbalaban por su piel. Era en estos momentos cuando Harriet se sentía verdaderamente deseada, notando el vello de Sirius erizarse al contacto con sus manos, su erección cuando se apretaba contra él para lavarle el cabello, su lengua buscando los labios de ella.
Se trataba además de los únicos instantes del día en los que Harriet podía escuchar a Sirius pronunciar más de un par de frases: la oscuridad, el vapor que les rodeaba o quizá el profundo contacto de ambos a través del agua parecían proporcionarle la suficiente sensación de intimidad para dar rienda suelta a sus pensamientos. Así Harriet conoció de su boca gran parte de los acontecimientos de su infancia y su adolescencia, sus sentimientos hacia personas que Harriet apenas recordaba, la angustia que le producía su encierro en soledad.
Permanecían en la bañera hasta que el agua se enfriaba tanto como para resultar desagradable; entonces salían y en esta ocasión era él quien la secaba con suavidad y quien la vestía de nuevo. Antes de abandonar el baño se besaban largamente, como aprovechando los restos de vapor de agua y aroma a jabón que aún flotaban en el ambiente. Después salían de la estancia y, al cerrar la puerta, todo volvía a ser igual que siempre, como si la suave calma que ambos habían sentido segundos antes quedase encerrada junto con la bañera.
Harriet no había contado con que las vacaciones pudieran traer a Grimmauld Place a otras personas: miembros de la Orden, y más tarde Harry y dos de sus amigos, aparecieron de pronto para alterar el equilibrio de su existencia en la casa.
Todos eran amables pero Harriet no podía evitar encontrarse extraña en su presencia, de un modo similar al que sentiría ante un desconocido que hubiera leído su diario. Los rincones de Grimmauld Place estaban, a los ojos de Harriet, pintados con las horas que Sirius y ella habían pasado juntos, de tal modo que hasta las capas de polvo que los visitantes insistieron en limpiar le resultaban extrañamente íntimas.
Sirius, muy al contrario, parecía encantado con toda esta compañía: cantaba villancicos, ayudaba con la decoración navideña de la casa y reía por tonterías. Harriet, aunque se sentía tan envuelta como los demás en esa nueva atmósfera de alegría, no podía evitar dolorosas punzadas de celos cuando comprobaba que aquellas sonrisas por las que ella había luchado tanto, eran fácilmente despilfarradas con extraños.
Trataba de captar su atención aprovechando los momentos que pasaban a solas por las noches pero hasta la forma de hacer el amor de Sirius había cambiado, haciéndose más dulce y más lenta, sin la ansiedad que había mostrado hasta entonces.
Por ello, cuando Dumbledore le pidió que acortase sus vacaciones para comenzar una investigación en el Ministerio de Londres no se sintió tan decepcionada como hubiera podido pensar sólo unos días antes. Al fin y al cabo, de este modo evitaba los celos y, cuando llegaba a Grimmauld Place al cabo del día, Sirius parecía feliz de volver a verla.
Tiempo después llegó a sentirse culpable por ello: aunque trataba de convencerse de que no había sido decisión suya, no podía dejar de pensar que si ella hubiese estado en la casa cuando Harry trató de encontrar a Sirius desde la chimenea, él no hubiese ido al Ministerio.
Melisa-C¡mil gracias por tu review! Espero que te siga gustando la historia:)
KaryMalfoyBlack: aquí tienes el siguiente capi, aunque no tan rápido como yo hubiera deseado :-/ Gracias por tu review y besitos para ti!.
Carla Gray: vaya¡muchas gracias por agregarme a tus favoritos:) Espero que los siguientes capítulos también te hayan gustado.
Skamus: ¿cómo te voy a echar si eres de mis lectores más fieles? ;) Pues sí, la historia ya se está acabando, de hecho creo que el siguiente será el último capi a menos que me entre un ataque de morriña XD Y no eres ninguna molestia, si quieres leer sobre algún tema en particular coméntamelo y haré lo que pueda ;) Besos cielo, a ver si nos encontramos otro día en el msm.
Duna: ¡qué rica, muchas gracias! Me alegro de que te guste la pareja a pesar de que estoy describiendo a un Sirius un poco extraño:) Espero que te haya gustado este capi, un besito.
