Llue¡Mil gracias por tu review:) Este es ya el último capítulo, espero que te guste.
Harriet fue avisada para acudir al Ministerio de Magia, junto con un nutrido grupo de compañeros, cuando los primeros miembros de la Orden descubrieron que Voldemort había conseguido reunir allí a muchos más mortífagos de los que habían supuesto.
En cuanto atravesaron las puertas, con las varitas en la mano y los sentidos alerta, el aspecto desolado de los corredores del Departamento de Misterios les hizo imaginar con un escalofrío la lucha que estaba teniendo lugar probablemente a tan sólo unos pocos pasos de distancia. Enseguida escucharon gritos y golpes, que se fueron haciendo más nítidos a medida que avanzaron hacia ellos pero, antes de que hubiesen podido alcanzar el lugar de origen, todas las voces se acallaron. El súbito silencio zumbó en los oídos de Harriet como un mal presagio; apartó rápidamente de su cabeza esta sobrecogedora sensación procurando concentrarse en la pelea que se avecinaba, pero aún así continuó sintiendo el vello de su nuca erizado como por un aliento helado.
La lucha se inició sin preámbulo alguno ya que en ese mismo instante varios mortífagos, con los rostros cubiertos por máscaras, avanzaban corriendo hacia ellos. Era evidente que no esperaban encontrarles allí y su sorpresa proporcionó una importante ventaja a los aurores. Tan pronto como los mortífagos estuvieron bajo control, el instinto de Harriet la llevó a atravesar la puerta de la que salían nuevamente voces. Desde lo alto de las escaleras divisó una serie de cuerpos tendidos en el suelo; antes de poder decidir si eran muertos o sólo heridos e incluso antes de ser capaz de identificar sus caras, reconoció a Tonks y a Remus, abrazados con ojos llorosos. Sirius no estaba. Bloqueó su mente, impidiendo que extrajera conclusiones precipitadas, y dio media vuelta para regresar con sus compañeros.
Cuando los mortífagos restantes fueron capturados y todos los miembros de la Orden consiguieron reunirse, aún dentro del Ministerio, para contabilizar las bajas y decidir quiénes actuarían de escoltas hasta Azkaban, Sirius seguía sin aparecer. Pronto supo por qué. Remus, incapaz de hablar con claridad, consiguió resumir lo ocurrido: cómo habían corrido al Ministerio en cuanto supieron que Harry y los demás chicos estaban allí, la lucha con los mortífagos, la llegada de Voldemort. Cómo Sirius había sido alcanzado y había atravesado el velo. Habló de otros muchos compañeros heridos y muertos pero Harriet hubiera sido incapaz de repetir sus nombres. Sabía, igual que los demás, qué ocurría cuando un cuerpo atravesaba el velo del Departamento de Misterios, y por ello supo también que la noche anterior había sido la última que había compartido con Sirius. Con una sensación de leve sorpresa pensó en lo extraña que es la vida, cómo puede ser que pierdas para siempre a alguien sin tener tiempo para despedirte, para grabar su imagen en la mente, para escuchar alguna última indicación sobre qué hacer a partir de ese momento.
No esperó a que sus compañeros dejaran de hablar, ni tampoco escuchó cuál era su siguiente tarea. Salió del Ministerio envuelta en una cubierta de pensamientos sombríos que le impedía percibir con claridad el mundo externo. Sin saber muy bien en qué momento había dado a sus piernas la orden de caminar, ni por dónde había llegado, se encontró en Grimmauld Place. En un primer instante, la visión de la gruesa puerta en el lugar de siempre, con los mismos grabados en la madera del día anterior, disipó su entumecimiento. Si todo estaba igual que siempre, también encontraría a Sirius sentado en su sofá cuando entrase en la casa. Se convenció de ello de tal modo que atravesó la puerta casi sonriente.
El ambiente en la casa era el mismo, el polvo cubría con su capa inalterable los muebles, las roídas alfombras mostraban sus hilos con su habitual indiferencia. Pero Sirius no estaba en su sofá. No obstante se acercó y, sin atreverse a sentarse, lo rozó con la punta de los dedos. De su cubierta de cuero gastado se desprendió un olor a almendras amargas que inundó el pensamiento de Harriet con la idea de la muerte. Sin saber qué hacer con su propio cuerpo, se arrodilló delante del sofá, con las yemas de los dedos aún posadas sobre el asiento.
A pesar de que sabía que Sirius estaba seguro encerrado dentro de Grimmauld Place, no había podido evitar que su hiperactiva imaginación la hiciese pensar en qué ocurriría si él moría. Cuando había pensado en perderle había imaginado una pena hondísima, de las que hacen gritar y llorar hasta desgarrarse los pulmones; sin embargo, ahora que tenía la certeza de no volver a verle, era incapaz de llorar. Sólo sentía una tristeza sorda y profunda, una tristeza de las que empañan el mundo y tiñen de cenizas la vida que continúa, una tristeza que gime bajito como un niño que se muere de hambre.
Con las pupilas fijas y los oídos embotados, recordó frases sueltas de Sirius, como cuando le explicó que había odiado las tormentas porque sentía que el ulular machacón del viento se burlaba de su soledad y porque a veces le parecía que las gotas de lluvia se le filtraban dentro para mojarle el alma. Recordó también cuando Sirius le había contado a su cuerpo semidormido que antes de que ella llegara sentía moho royéndole las entrañas, que esa soledad densa y pesada le impedía respirar, que la atmósfera cerrada de su propia casa le golpeaba como una bofetada.
En esos momentos Harriet había tomado estas palabras casi como un halago hacia todo el bien que su presencia le hacía a Sirius, de modo que no había ido más allá: le había besado y le había abrazado con dulzura, le había prometido que siempre estaría con él y nada más. Nunca había ahondado en el significado de sus palabras ni había tratado de imaginar los sentimientos que Sirius describía con tantos detalles. Probablemente aunque lo hubiera hecho no hubiera servido de nada, porque uno no entiende la verdadera tristeza hasta que no la siente horadándole la carne, pero ahora sí, ahora podía comprender realmente sus palabras porque las notaba en cada punto de su piel: esa era la soledad destilada, la angustia en estado puro, tan intensas que son capaces de descomponer un cuerpo en vida.
Sintió que, como Sirius le había explicado, la soledad profunda hace el aire espeso hasta casi impedir la respiración. Necesitó salir de la casa y lo hizo casi corriendo y sin mirar atrás.
Aspiró con fuerza el aire helado del exterior y sintió las primeras piedras de granizo que cayeron sobre ella transformándole la sangre en gotas de hielo puntiagudo, punzantes y dolorosas como recuerdos.
Cerró detrás de ella la puerta de Grimmauld Place con un fuerte golpe, sellando así para siempre dentro de la casa todos los sentimientos que se habían acumulado en ella. Sabía que no iba a volver jamás porque simplemente no podría soportar el desempolvar todos esos recuerdos, ni siquiera con el paso del tiempo; era imposible que los años consiguieran restarle intensidad a todos los sentimientos que allí dejaba y también era imposible que los recuerdos hermosos no se mezclaran ahora con los desgarradoramente tristes.
Con pasos lentos fue dejando atrás esa gran caja de recuerdos de su único amor y comprendió que, en el fondo, daba igual a dónde fuese y lo mucho que se alejase porque todos esos sentimientos la seguirían durante toda la vida, al igual que lo harían las sombras de las sonrisas que había logrado arrancarle a Sirius.
Este era el último capítulo (creo que esta vez de verdad), espero que os haya gustado. Quiero daros las gracias a todos los que os habéis leído esta historia, y muy especialmente a todos los que me habéis ido dejando reviews para animarme a continuarla:)
También quería pediros que si tenéis un ratito me dejéis algún comentario sobre lo que os ha parecido la historia, ahora que está completa, y sobre las cosas que creéis que se pueden mejorar, para futuras ocasiones ;)
Gracias otra vez y un beso muy fuerte para todos.
parixs
