Marina se levantó aquella mañana como si nada hubiera pasado, se duchó rápidamente y se vistió cómoda y abrigada, tenía pensado pasar el día trabajando en su despacho. Había demorado la corrección de algunos trabajos y quería entregarlos la semana que estaba a punto de empezar. Salió de su habitación tras ensayar la mejor de sus sonrisas. Nada más abrir la puerta sintió la magnitud del día, por todos lados colgaban corazoncitos de diferentes tamaños, algunos latían apresuradamente cuando pasabas junto a ellos, otros eran atravesados por flechas lanzadas por cupidos invisibles. Los alumnos, visiblemente nerviosos, se desplazaban por el castillo recibiendo flores, corazones, bombones, tarjetas y cualquier cosa que a una mente juvenil se le pudiera ocurrir.
Marina se abrió paso hasta el gran comedor, donde la mayoría de los elfos domésticos disfrazados de cupidos muggles, arrastraban unas enormes sacas llenas de regalos mientras buscaban al receptor de sus románticos mensajes. Marina rió abiertamente ante esta exaltación del amor, y se dirigió a ocupar su sitio en la gran mesa del comedor. Saludó con una ligera inclinación de cabeza a Albus y a la jefa de los leones y tomó asiento al lado de un Hagrid que se afanaba por abrir un paquete inmenso que tenía delante de él.
-Buenos días Grandullón- lo saludó Marina-Veo que has recibido un obsequio.
- Si, estoy deseando verlo- le contestó un ruborizado semigigante.
Marina observó como Hagrid retiraba el papel casi de manera reverencial, grabando en su memoria cada detalle del regalo que tenía delante. Abrió lentamente la tapa, y suspiró quedamente al observar lo que había en el interior. Marina se levantaba para observar el regalo cuando percibió un olor intenso y desagradable. Buscó el origen y se encontró a sí misma observando la caja con detenimiento y a una distancia considerable.
- Hagrid ¿qué es eso?-preguntó tímidamente Marina.
- Es un Clabbert- exclamó emocionado Hagrid.
- ¿Un qué?
- Es una criatura que vive en los árboles y semeja un cruce entre un mono y una rana
- Muy interesante- intentó parecer sincera Marina- ¿y huele siempre así?
- No son animales muy limpios pero su viaje desde Francia ha sido largo y no ha podido evitar hacerse sus necesidades. Además- continuó Hagrid mientras introducía su enorme cabeza en la caja- creo que se debe haber mareado y ha vomitado.
Marina hacía verdaderos esfuerzos para no reír o huir. Su estómago hasta hace un rato en pie de guerra por la falta de alimento se negaba ahora a mirar la comida sin marearse.
- Creo que lo voy a limpiar y buscarle un árbol próximo a mi cabaña para que viva allí- continuó el semigigante ausente a las miradas de asco que recibía su caja.- Hasta pronto, pásate después y te lo enseño más limpio.
- Veré si tengo tiempo- susurró Marina.
Marina lanzó un hechizo limpiador para que el olor desapareciera del gran comedor, y dirigió su mirada a la comida. Llenó su cuenco de cereales y leche, mientras un vaso de zumo se materializaba delante de ella. Comenzó a comer como una autómata, aislándose de lo que estaba pasando en el gran comedor, donde la mayoría de los alumnos buscaban con la mirada al emisor o emisora de sus regalos. Un murmullo se extendió entonces en el gran comedor, Marina levantó la vista para encontrar con varias lechuzas que se dirigían hacia ella. Dejaron caer lentamente dos ramos de rosas con sendas tarjeta. Marina fue consciente entonces de la cantidad de miradas que se centraban en ella.
Intentó parecer normal, como si aquello le pasara a ella todos los días. Sabía que una debía ser de Karl, pero ¿y la otra?. Abrió lentamente la tarjeta de felicitación y allí estaba la letra de Bill Weasly.
"Pensé que quizás darle celos podía ser interesante, espero que tengas suerte y un buen día. Sigo en ello.
Saludos, Bill Weasly"
Marina sonrió ante la ocurrencia del pelirrojo, darle celos a Severus. Pero si era lo que quería lo había conseguido, porque el estoico profesor de DCAO miraba ahora hacía ella con el ceño más fruncido de lo habitual. Guardó la carta en el interior de su túnica y se dispuso a abrir la otra postal. La letra de Karl volvió a hacerse un lugar en su mente, como tantos otros San Valentín, como tantas otras veces…
"Para no perder la costumbre, después de tantos años, todavía te sigo amando, todavía te sigo intentando olvidar, aunque con ello lo único que hago es recordarte…
Te amo"
Marina volvió a leer la carta, Karl siempre tan directo, pero Marina ahora no prestaba atención a eso, ponía te amo. Esa era la clave, Karl y ella habían pasado años escribiéndose pero siempre ponían te quiero, sólo cuando había algo más uno de los dos ponía te amo. Marina supo entonces que aquella carta traía más información de la que trasmitía en un principio, por ahora sus trabajos iban a tener que esperar. Mientras la leía una leve señal de estremecimiento la recorrió, casi con una imperceptible señal le indicó a Albus que era necesario una reunión y este le respondió también de manera disimulada. Marina se retiró entonces a sus aposentos, tenía 30 minutos para descifrar esa carta, después el despacho de su abuelo la esperaba.
Media hora más tarde una nerviosa Marina entraba en el despacho del director, donde la mayor parte del profesorado de Hogwarts y parte de la Orden esperaban sentados murmurando quedamente por lo bajo. Todos los rostros se giraron hacia ella, mientras Marina buscaba con la mirada una silla libre y saludaba a los magos y brujas allí presentes con ligeras inclinaciones de cabeza. Encontró su asiento al lado del de su abuelo, casi presidiendo la reunión. Sus pasos lentos pero decididos la acercaron a donde se encontraba este. Su abuelo mantenía el contacto visual con ella.
- Buenos días- comenzó Albus una vez Marina se hubo sentado- siento haberos reunido con tan poco tiempo, pero hay noticias que todos deberíamos saber. ¿Marina?
- Buenos días a todos- empezó Marina semejando más fuerte de lo que realmente se sentía- Bien, ayer tuvimos constancia de que el poder del Señor Oscuro estaba creciendo y que quizás contara con más seguidores en sus filas de los que nosotros creíamos. Albus, me sugirió que me pusiera en contacto con mis colegas en España e intentara averiguar todo lo que supiera.
Marina miraba alternativamente a todos los presentes, observando todas y cada una de las emociones en su rostros. Algunos estaban ya demasiado cansados para continuar luchando, otros habían perdido el brillo de la esperanza, pero todos estaban allí y eso podía ser un buen síntoma.
- Siento ser portadora de malas noticias- continuó Marina serenamente- pero nuestras peores pesadillas se han cumplido. Cuando la primera guerra terminó, muchas de las familias caídas en desgracia, decidieron huir de Inglaterra y se refugiaron en los países vecinos, entre ellos España. Allí algunos cambiaron de nombre otros simplemente rehicieron sus vidas. Muchos de ellos decidieron formar una especie de club social donde rememoraban épocas pasadas. Sus fiestas elitistas, sus grandes celebraciones atrajeron a otros magos de la zona, que estaban encantados de formar parte de un club tan selecto. Algunos eran simples magos y brujas españoles con mucho dinero que gastar y pocas ideas de en que hacerlo. Otros magos y brujas que en su momento habían adoptado niños ingleses huérfanos y pensaban que un regreso a sus raíces sería más que conveniente.
- ¿Y ellos también creen en la pureza de sangre?- preguntó un nervioso Remus.
- Sí, fue algo sutil, y la verdad que laborioso, pero poco a poco todos ellos fueron convencidos de la necesidad de luchar por una pureza de sangre. Les vendieron la idea de que ellos eran mejores por ser sangres limpias y todo eso.
- ¿Son muchos?- le preguntó Madame Hoch.
- No sé el número a ciencia cierta, pero debemos contar con un número elevado de ellos- les explicaba sinceramente Marina- A lo demás puede que esto no sea un hecho aislado puede que haya más en otros países. Karl, me ha informado que tiene constancia de en hay actividades de hermandad y competiciones entre clubes de distintos países.
- ¿Cómo sabe Karl todo esto? Estas asociaciones suelen ser bastante secretas con sus actividades.- le dijo la profesora McGonagall.
- Lo son pero Karl es uno de sus miembros. - comentó Marina como si fuese lo más normal del mundo.
- Espera, Karl el hombre que estuvo aquí durante un mes- replicó el señor Weasly mientras meneaba tristemente la cabeza- Pero ¿podemos fiarnos de él?
- Sí, es de fiar. Os lo digo en serio, él no cree en la pureza de sangre, él cree en la magia, simplemente en la magia. Pero necesitábamos a alguien dentro, y hay que reconocer que Karl es un gran jugador.- explicaba tranquilamente Marina.
- No creo que debamos fiarnos de Karl, es más Albus nadie sabe su apellido, llegó aquí como Karl el prometido de su nieta pero eso no le da derecho a tomar posiciones de privilegio- le espetó Ojoloco Moody al director.
- Moody ¿crees que sería tan tonto de meter en el castillo a alguien que pudiera perjudicar a Harry o a la Orden de una manera directa?- le preguntó Albus sonriendo débilmente, pero un poco sorprendido por las declaraciones de su nieta.
- De todos modos… - empezó Moody.
- Se llama Karl Benson – dijo Marina levantando la vista de la mesa y clavándola en los presentes- y es un buen hombre. Lo conocí en Italia en uno de mis viajes alrededor de la nada. Me ayudó a levantarme cuando ya creía que no sabía hacerlo, y me regaló su amistad y cariño cuando creía que el mundo luchaba contra mí. Quizás os cueste creer en él, y seguramente os costará más la guerra se desate en toda su magnitud, pero Karl no nos hará daño, aunque lo veáis luchar en el bando rival.
- ¿En el bando contrario?-preguntó ahora Albus sin ocultar su sorpresa.
- Voldemort los ha convocado, Karl como miembro del club también asistirá, no saben que es pero creen que se trae algo gordo entre manos. Tan pronto como sepa algo me avisará.
- Se la está jugando- le dijo Albus- ¿lo sabe no?
- Abuelo todos nos la estamos jugando.
El silencio se extendió entonces en el despacho, por una vez estaban todos de acuerdo, todos estaban jugándose sus vidas, ya no en la guerra si no también en la victoria final. Marina se aisló de las conversaciones que siguieron, Karl le informaba que iría a Inglaterra próximamente pero que esta vez estaría en el bando rival.
" quizás la próxima vez que nos veamos será en el campo de batalla, no voy luchar contra vosotros, confía en mi, una vez más como tantas veces has hecho antes.. Marina no creas ni por un momento que te estoy traicionando, sabías lo que era desde el principio, un espía encubierto... Tienes una especial habilidad para atraer a los hombres problemáticos a tu vida. Recuerda que pase lo que pase te sigo amando"
Marina recordaba las palabras de esa carta, sabía que en mucho tiempo no iba a tener a Karl con ella, sabía que aunque se sintiera triste y desvalida, no podría verter polvos flu en la chimenea y decir Karl, España. Notó como su abuelo le oprimía ligeramente el brazo, y la instaba a despedirse de los allí reunidos. Albus esperó a que todos estuvieran fuera del despacho.
- ¿Dónde estabas?- le preguntó su abuelo.
- En España. En la carta que Karl me mandó esta tarde, y en su despedida.
- Estará bien sabe cuidarse- le sonrió Albus- Como resumen a lo que te perdiste, la Orden sigue buscando la casa misteriosa, y hoy es San Valentín.
- Lo sé, creo que todos se han dado de cuenta de que lo sé- sonrió Marina en clara alusión a sus dos ramos de flores.
- Quiero normalidad en ese baile, quiero que todos y cada uno de los alumnos de este colegio se diviertan y olviden por un momento que puede que mañana el sol resplandezca de un color distinto.
- Entendido, ahora si me disculpas.
Albus meneó levemente la cabeza en señal de reconocimiento, Marina abandonó el despacho todavía enfrascada en sus pensamientos. Se encerró en su despacho, dispuesta a corregir los ensayos atrasados y sobre todo a olvidar, a mantener su mente lo suficientemente alejada de esta maldita guerra. Dobby la sorprendió con un frugal tentempié a media tarde. Cuando la noche la obligó a encender las velas que rodeaban su escritorio, abandonó sus cosas y se dirigió a sus aposentos donde se preparó para la noche más romántica del año.
Marina entró en el Gran comedor lentamente, llegaba cinco minutos antes del inicio del baile, pero la vida de los profesores era así. Albus les indicó a cada uno las normas básicas, nada de acercamientos indebidos entre parejas, nada de alcohol y cuidado con las posibles bromas de la tienda de los Weasly. El profesorado asintió a cada una de las palabras de Albus, y se repartieron por todo el comedor. Marina echó una ojeada alrededor, donde algunos miembros de la orden buscaban un sitio disimulado donde no llamar la atención. Poco después las puertas se abrían dejando paso a una horda de estudiantes deseosos de disfrutar de una noche como aquella.
Marina se perdió entre las parejas, observó los intentos de Ron y Hermione por bailar algo acompasados, mientras el pelirrojo con un rostro del mismo color que su pelo intentaba susurrarle algo al oído de la chica. Harry charlaba amistosamente con Luna Logedwood en una esquina del salón, este le sonrió pícaramente mientras le señalaba levemente por la cabeza la zona donde patrullaba incansablemente el profesor Snape. Draco y Ginny con sus respectivas parejas hacían verdaderos esfuerzos para controlar los celos que los embargaban a ambos.
Estaba claro que Marina no iba a ser el inquisidor de aquellas parejas, le daba igual que se pegaran mucho o poco, eran jóvenes y sus hormonas estaban enloquecidas. Marina se perdió varias veces en la pista bailando, hasta el mismísimo Albus fue merecedor de una lenta canción por parte de su nieta. Su noche terminó en la barra, donde con un vaso de ponche en la mano, reía ante las ocurrencias de varios miembros de la Orden que creían que aquel trabajo era poco menos que denigrante para ellos. Marina esperó, como el resto del profesorado, que los alumnos se retiraran a sus respectivas salas comunes, y tras desear buenas noches a su compañeros se dirigió a sus aposentos.
Arrebujada en su capa, observó un pequeño objeto que se encontraba a las puertas de su habitación. Una pequeña y preciosa rosa blanca, Marina sonrió sabía quien se la había mandado, sólo él era capaz de resumirlo todo en esa flor. Sólo él recordaba lo que significaba para ella, no le gustaba la ostentación de un nutrido ramo de rosas rojas, amaba la sencillez y pureza de esa rosa y su color. Marina apretó tiernamente la rosa en su mano y deslizó los pétalos por su rostro sintiendo la suavidad y ternura que de ella emanaba, tan parecida a la del propio Severus. Percibió el tenue olor, y sus oídos percibieron el cercano deslizar de una capa.
Una mano fuerte pero sensible la volteó. Marina levantó los ojos para descubrir unos ojos negros que la miraban con fervor. Sus sentimientos recorrían su rostro, sus ojos mostraban una calidez normalmente escondida. Severus bajó lentamente su rostro hacia el de Marina y besó sus labios de manera tierna, reverencial. Pero el tiempo había hecho estragos en esas dos personas, se deseaban, se amaban con una pasión fuera de lo normal, y cuando se quisieron dar cuenta el beso se había convertido en el deseo de poseer un pedacito más del otro, de tener acceso a todos y cada uno de los rincones de su pareja.
Severus empujó a Marina contra la puerta que tras murmurar un pequeño hechizo abrió la misma. Ambos entraron abrazados, jadeando intensamente, y cerrando la puerta a sus espaldas.
Ninguno quería hablar tenían miedo a romper el silencio tácito que habían alcanzado. Ambos sabían que habían luchado mucho para llegar allí, no sólo contra el mundo y en la distancia sino también con ellos mismos. Ambos querían disfrutar de aquel momento. Severus delineaba dulcemente el cuello de Marina, recorriendo con sus labios y su lengua todos y cada uno de sus rincones. Marina se afanaba en desabrochar la capa de Severus, necesitaba sentirlo en toda su extensión, necesitaba su calor, su olor.
La ropa fue abandonando lentamente el cuerpo de cada uno de ellos, el jersey de Marina sus pantalones vaqueros. No se había puesto nada especial para aquella noche pero a los ojos de Severus era la mujer más bella del mundo. La capa del oscuro profesor de DCAO calló lentamente al suelo, mientras Marina desabrochaba los interminables botones de la camisa.
Sus cuerpos ahora en ropa interior buscaban el calor del otro, el contacto. Sus ojos se encontraron una vez más, esta noche ese era su lenguaje, miradas ardientes, apasionadas pero sobre todo miradas de amor, ternura. Severus la alzó en brazos y la depositó en la cama, la miró una vez más a los ojos para después disfrutar del espectáculo de su cuerpo. Su boca empezó a delinear todos y cada uno de los contornos de su cuello, el lóbulo de su oreja…. Las manos deslizaban el sujetador fuera de su sitio, mientras la lengua se Severus disfrutaba torturando cada uno de los pezones de Marina. El calor de su saliva, sus pequeños mordiscos estaban llevando a Marina a un mar de sensaciones, olvidadas, conocidas pero olvidadas. Nadie la amaba como lo hacía Severus. Los jadeos de Marina instaban a Severus a continuar, quería redimir a esa mujer de todo el daño que le había hecho, y esa noche la subiría al cielo.
Marina buscaba a Severus, sus caderas se elevaban deseando desahogarse de la presión que sentía, sus suaves golpes en la entrepierna de Severus le dieron a entender que este estaba luchando su propia guerra personal para no poseerla allí misma. La tortura de Severus sobre su cuerpo continuaba, era implacable. Abandonó lentamente sus pechos mientras descendía hacía su ombligo, cada recorrido de su lengua producía pequeñas descargas en el cuerpo de Marina, que clamaba por más, necesitaba más.
Severus sonrió pícaramente mientras la miraba fijamente a los ojos, y susurrando un pequeño hechizo la ataba a la cama, la quería solo para él. Quería que cuando ella despertase lo recordara de nuevo, supiera que hiciera lo que hiciera o fuera donde fuera él siempre sería el único. Sus corazones latían fuertemente, ambos al unísono. Marina jadeaba fervientemente, su entrepierna pedía ser calmada, necesitaba a Severus, y él lo sabía.
Severus seguía su implacable descenso mientras torturaba a una entregada Marina, llegó a su entrepierna, y tras amagar un acercamiento torció su rostro para comenzar a besar quedamente las piernas de Marina. Un suspiro de frustración se escapó en ese momento de la boca de Marina, la sonrisa de Severus se extendió mientras le besaba cada trozo de su pierna, desde el muslo hasta el pie, pie que masajeó dulcemente. Su tortura se trasladó entonces a la otra pierna. No solo Marina luchaba contra la frustración de tener a Severus tan cerca y tan lejos a la vez, el propio Severus luchaba contra la tentación de poseer a Marina en aquel mismo momento, de volver a sentirse en el interior de aquella mujer. Habían sido demasiadas noches soñándola, recordándola y odiándose a sí mismo por prescindir de ella. Había odiado mentalmente a cada hombre que la había amado, a cada hombre que la había tocado. Soñaba con que ella lo recordaba, porque ella recordaba como ellos hacían el amor.
Severus levantó entonces el rostro, su mano estaba jugando en la entrepierna de Marina, su boca se dirigió allí rápidamente. Marina jadeó, oprimió su cabeza entre sus piernas, Marina lo necesitaba, lo recordaba. Cuando vió que Marina ya no podía más, se levantó observando el ligero enojo que cruzó el rostro de Marina en ese momento, Severus supo que era suya, que ambos le pertenecían al otro. Fueron solo uno desde el mismo momento en que decidieron cruzar esa línea, en que decidieron entregarse el uno al otro. Severus la miró una vez más a los ojos, y lentamente saboreando el momento la penetró. Marina se arqueó bajo su peso, había esperado tanto tiempo ese momento que ahora se le hacía extraño. Había tenido miedo de volver a estar con Severus, de volver a amarlo, tenía miedo de haber olvidado a Severus. Su cuerpo le demostró que no se puede olvidar lo que se ama, que siempre recordará cada caricia cada roce, le demostró que pasara lo que pasara nunca olvidaría a Severus. Ahora fue el turno de Marina, y tras susurrar unas pocas palabras se soltó de las ataduras que Severus le había impuesto.
- Veo Srta. Müller que su paso por este colegio le ha servido de algo- le susurró roncamente en el oído a Marina.
Marina no le respondió simplemente lo besó con fervor, mientras sus manos empezaban a recorrer el cuerpo de Severus. Acariciaba su espalda y disfrutaba de la sensación de sentirlo dentro, de sentir de nuevo su calor, de sentirse amada de nuevo. Severus incrementó su ritmo y Marina notó que tocaba el cielo con las manos, necesitaba más. Sus manos descendieron hasta el jugoso trasero de Severus, como le gustaba a ella ese trasero y como odiaba que Severus lo cubriera con su gran capa negra. Marina clavó allí sus manos y lo instó a empujar más fuertemente a llevarlos a ambos a un paraíso de sensaciones y de placer. Severus rompió el silencio de la habitación susurrando el nombre de Marina, y poco después Marina se unió a él gritando Te amo.
Severus sonrió al oírla, era siempre tan imprevisible, menos mal que la habitación tenía un hechizo insonorizador. Severus la miró entonces a los ojos con un amor tan intenso como el que le devolvían las dos pupilas de Marina. La abrazó fuertemente, y tras lanzar un hechizo limpiador sobre ambos se colocaron exhaustos para dormir. Antes de que Morfeo lo hipnotizara por completo Severus oyó a Marina susurrar.
Por favor no vuelvas a abandonarme. Feliz Día de los Enamorados
Feliz día de los enamorados- se oyó responder a sí mismo.
Este capítulo va dedicado con todo el cariño del mundo a esas personas que me han pedido que surgiera algo entre estos dos tozudos... espero que leyéndolo lo hayais disfrutado tanto como yo escribiéndolo.
Saludos
