Amor, loco amor.

Parte III:

Tan sólo…

Se supone que queremos lo mejor para el otro, aunque no lo reflejemos siempre con un beso. Basta una mirada o el roce de sus manos... para saber que están destinados.

Los ojos tristes de Kagome se posaron, sin querer, en la nuca de InuYasha.

Eran dos años y medio de alegrías y tristezas, de sonrisas y lágrimas, de peleas y risas… Bastaron solamente dos meses para enamorarla y dejarla a merced de su profesor de arquería.

Rápidamente la bajó, al notar que el muchacho la miraba distraídamente por sobre su hombro, frunciendo el ceño. Los dos siguieron caminando, en busca de algún refugio para cubrirse ante la inminente tormenta.

–¡Keh¿Quieres soltar eso¡Lo único que hace es atrasarnos! –exclamó InuYasha, ya harto de ver como Kagome se atrasaba por intentar pasar la mochila por lugares angostos.

–¡Ni de broma¡Esta me la regaló mi mamá! –reclamó Kagome, muy molesta, recordando el incidente con la última mochila -. Si mal no lo recuerdo, fue por tu culpa que…

–Lo que sea, deja esa cosa y sigamos –dijo el profesor, haciendo un deman con su mano, haciéndole entender que había llegado al punto final.

Kagome suspiró irritada, siguiendo con dificultad el paso de InuYasha.

Cuando las primeras gotas iban cayendo del cielo, InuYasha divisó a una pequeña cabaña abandonada y ambos corrieron a ella rápidamente. Era cuadrada, pequeña y fría, sin una madera para encender el fuego. InuYasha salió, diciendo que encontraría un tronco antes de que se mojaran y así podría encender el fuego.

La colegiala se sentó en una esquina de la casa, dejando a su lado su gran mochila amarilla y abriéndola, para sacar dos mantas abrigadas. Agradeció en silencio a su madre por el detalle, se cubrió hasta el mentón y esperó. InuYasha no regresaba y afuera llovía a cántaros, ya empezaba a preocuparle.

Pronto la oscuridad se fue aprovechando del lugar, y sus ojos apenas distinguían sus manos. Tiritó violentamente, imaginando que InuYasha se encontrara herido en algún lugar, y, con dificultad, pudo ver como salía de su pequeña boca un vago vapor. El invierno parecía querer adelantarse.

La puerta se abrió de un golpe, Kagome por poco grita si no fuera que, gracias a un rayo, que iluminó todo, notó al muchacho de cabellos azabaches. Olvidando de que hacía mucho frío y que ella sólo usaba una faldita, e InuYasha estaba completamente empapado, agarró unas de las mantas y corrió hacia él, cubriéndolo con ella.

–¡Debes tener mucho frío! –exclamó Kagome, muy preocupada, tratando de darle un poco de calor -. InuYasha…

–No digas nada –replicó el muchacho, serio, sacándose la manta y agachándose para agarrar los maderos y así prender la fogata -. Estoy bien, no necesito de tu ayuda.

–Pero…

–¡No necesito de tu ayuda, Kagome! –repitió InuYasha, exaltándose, mirándola con sus dos ojos violáceos, más fuertes que el mismo fuego.

La chica retrocedió un poco confundida y asintió tristemente, dándole la espalda. Apretó la manta mojada contra su pecho y trató con todas sus fuerzas por no llorar, pero sus rodillas le empezaron a temblar. Necesitaba calmarse, esto se estaba volviendo muy común y debía acostumbrarse, se dijo Kagome tragando aire y soltándolo.

Cuando el fuego una vez estuvo encendido, InuYasha se puso frente a él, se sentó y empezó a mirarlo pensativamente, perdiéndose en sabe dios qué. Kagome volvió a la esquina y se tapó con la misma manta, mirándolo enojada.

Ella sólo quería ayudarlo, nada más, se había preocupado muchisimo cuando había tardado y empezaba a llover. No entendía el por qué no aceptaba su ayuda, jamás podría entenderle a un sujeto como él.

Sin que se diera cuenta comenzó a verlo con detenimiento. Sus ojos se fijaron en el flequillo mojado que delineaba sus bien tupidas y negras cejas, y un poquito debajo de ellas se encontraban dos pares de perfectos ojos violetas, más fuertes que ningún otro metal o el mismo cristal. Siguió el contorno de su pequeña nariz, siguiendo de su perfecta y atractiva boca, hasta llegar a su mentón. Tragó saliva, viendo su mandíbula fuerte hasta llegar a su maravilloso cuello y aquella pequeña abertura que dejaba ver un poco de su pecho.

Se miró las manos, mordiéndose el labio, deseando tener que vendarlo. Se imaginaba lo que se sentía su piel áspera, totalmente lo contrario de la piel suave de una mujer, de su espalda...

Los ojos azules de Kagome se entristecieron a volver a verlo, para descubrir que sus dos llamas que tenía por ojos la miraban con atención.

–¿Qué haces allí? –preguntó su voz rasposa, perforando los oídos de Kagome. Sin quererlo, se imaginó llamándola por su nombre, pero con un tono completamente diferente, entre sensual y cansado y se estremeció -. ¿No tienes frío? –naturalmente InuYasha no podía comprender su estremecimiento.

La chica negó con la cabeza, agradecida por tener la manta sobre su pecho, así por lo menos podía ocultar sus pezones erectos. Se encontraba bastante nerviosa, últimamente esto le sucedía cada vez que lo miraba atentamente.

Tragó saliva, y desvió la mirada, sabiendo que no podía aguantar más.

–No, InuYasha, estoy bien aquí –contestó Kagome con voz temblorosa, queriendo que su respiración llegara a la normalidad -. Y no, no tengo frío.

–Kagome…

Algo en su pecho sufrió un espasmo, al escuchar como pronunciaba su nombre. Aunque él la llamara mil veces, esta vez fue diferente. Lentamente sus ojos fueron encontrándose y se quedaron allí, regalándose miradas intensas.

Kagome se mordió el labio inferior, queriendo escuchar una vez más su nombre; pronunciado de la misma forma ronca y sensual, alocándole los sentidos. El chico se levantó, sin despegar el contacto visual, y se acercó hacia la muchacha. Se sentía como una niña pequeña, indefensa y temerosa ante su mirada fuerte y extraña.

Él se arrodilló frente a ella y acercó su rostro peligrosamente, estaban tan cerca que hasta sus labios parecían rozarse. Kagome se sonrojó furiosamente, sintiendo como sus pezones se endurecían más, e InuYasha simplemente la estaba mirando.

–No mientas –una vez más, su voz fue ronca y sensual, haciendo que el corazón de la muchacha diera un vuelco y dejara de latir -. Puedo olerlo en ti.

El corazón volvió a latir, con más fuerza esta vez, golpeando furiosamente contra su pecho, cada vez más y más y más fuerte. Apretó con todas sus fuerzas la manta, pegándola contra su pecho, tratando de ocultar su excitación. Aún podía recordar aquél pequeño juego que hacían, cuando apenas ella había cumplido los dieciséis.

–¿Q… Qué puedes oler en m-mí, InuYasha? –balbuceó dificultosamente Kagome, bajando la mirada, rompiendo el contacto.

Error.

Por poco y casi creyó que se desvanecería, al sentir como el joven agarraba su mentón y subía su rostro hasta que una vez más los ojos volvieron a verse. Instintivamente, remojó los labios con la punta de su lengua, si no pasaba algo, se moriría allí mismo.

–S-Spungo que mi olor es m-muy desagradable pa-para t-ti¿ver-verdad? An-Antes l-lo d-decías todo el ti-tiempo –dijo Kagome, tratando de sonar segura, pero su voz la traicionó completamente.

Los labios de InuYasha se curvaron en una sonrisa extraña, entre melancolía y… ¿lujuria? Kagome trató de respirar tranquilamente, pero no podía. ¡Si InuYasha tan sólo se alejara de ella…!

–¿Pero yo no te dije que todo era mentira?

La muchacha abrió los ojos completamente, sintiendo como su corazón dejaba de latir, como su cerebro quedaba paralizado completamente e InuYasha se acercó a ella, golpeando sus labios en un desenfrenado beso. Tardó varios minutos en responderle.

Simplemente cerró los ojos y aflojó su cuerpo, rindiéndose ante todos aquellos confusos sentimientos que nacían de su corazón y mataban la pequeña chispa de cordura que habitaba en su cabeza. Dejó que la besara fieramente, que sus manos fuertes le arrebataran la manta y la estampara contra su pecho. Gruñó entre su beso ante su rendición, acariciando la piel debajo de su blusa.

Kagome soltó varios gemidos ahogados, rodeándolo por el cuello y apretándolo contra ella. De repente, todo el frío se había ido al estar tan cerca de InuYasha. Se separaron para tomar aire, jadeantes, como si hubieran corrido varios kilómetros.

InuYasha seguía aún con esa sonrisa extraña, dando su mirada justamente en sus senos que se encontraban visiblemente erectos. Ella se sonrojó furiosamente y bajó la mirada, derrotada. No podía evitarlo, lo admitía…

¡Sí, sí, quería hacer el amor con él y no le importaba lo que dijeran los demás¡Quería que tomara sin piedad su cuerpo, que la cubriera de caricias, que fuera él el primero! También deseaba explorar su cuerpo, conocerlo completamente.

Éste volvió a tomarla de la barbilla, sus ojos brillantes y fuertes, poderosos.

–¿Quieres que te haga el amor, verdad? –preguntó InuYasha, yendo al grano sin rodeos, no como siempre lo hacía. Kagome, avergonzada y fuera de sí, asintió lentamente, sin apartar la mirada -. Ya veo.

Sus labios volvieron a encontrarse, pero esta vez eran menos exigentes y más suaves, inclusive dulces. InuYasha la apresó por la cintura y, lentamente, los dos fueron poniéndose de pie, sin despegar sus labios del otro. Su espalda golpeó duramente contra la pared, Kagome gimió y, sin pensarlo, sus piernas rodearon la cadera del muchacho.

Se separaron, mirándose, Kagome se encontraba demasiado avergonzada. InuYasha le sacó la blusa que llevaba puesta, y ella bajó la mirada, cerrando los ojos con fuerza. El muchacho empezó a besarle el cuello, plantándole pequeños y juguetones mordiscos.

Kagome lo apretaba contra sí, y soltó un gemido ronco cuando el muchacho presionó su seno duro, su pulgar giraba en torno a su pezón, excitándola más. Un ruido sordo se escuchó cuando su espalda volvió a ser golpeada contra la pared con fuerza, haciendo que ella dejara escapar un fuerte quejido. Su mano viajó debajo de su tela, entre pulgar e índice presionaron su pezón y seno.

Kagome simplemente quería gritar por todo el placer que iba recibiendo. No le importó lo que sucedía ahora, no le importó su familia, ni sus amigos, tampoco el campamento o lo que pudieran decir de ella. Estaba segura¿qué más podía decir? Amaba a InuYasha, de verdad lo amaba y quererlo sentir más cerca es una de esas 'faces' del amor.

Sólo estaba él y sus ojos. Él, tomando posesión de su cuerpo sin piedad, sin preguntarle, acariciando sus curvas por entre sus ásperas manos, haciendo que Kagome soltara más y más gemidos, mezclados entre su nombre.

Él se sacó su jersey negro, y luego su camisa blanca, y la aprisionó contra su pecho. Kagome gimió, al sentir piel contra piel, y aunque sus senos aún tenían su sostén, no pudo evitar estremecerse. Tímidamente sus pequeñas manos acariciaron sus brazos, flacos pero musculosos, fuertes. Luego subieron hasta su pecho, siguiendo el contorno de sus clavículas hasta el rostro, acariciándole las mejillas y apartando los mechones oscuros de su flequillo.

Se miraron sin decirse nada, ambos estremeciéndose por la alocada pasión naciente de sus pechos y Kagome lo abrazó con fuerza, queriéndole decir que era suya, que lo amaba y que estaba feliz de que él fuera el primer hombre que la tocaba de aquella manera. Sus ojos azules brillaron, contagiándose de aquella fuerza que tenían los ojos violeta de su profesor.

InuYasha soltó un gemido ronco, arrancando el sostén, rompiendo aquél broche y viendo como los senos se liberaban de su prisión. Sus manos presionaban y soltaban, acariciando con ternura la suave piel de sus pechos, escuchando los gemidos de placer de Kagome contra su oído.

La estaba haciendo suya, descubriéndola por su cuerpo, viendo a que lentamente la llevaba hacia los picos de placer más alto, temiendo que tal vez llegara al clímax. Luego sus manos siguieron bajando lentamente, acariciando con ternura su cintura y caderas, en el proceso mordía juguetonamente el lóbulo de su oreja.

Kagome empezó a morderle por el cuello, causándole quejidos roncos, naciente de su garganta y pegando su excitación contra su sexo.

–¿Te… gusta…? –preguntó InuYasha, con apenas casi voz..

Kagome se mordió el labio inferior, asintiendo lentamente, dejando que sus débiles pies, cubiertos aún por las zapatillas, tocaran el suelo. Con la ayuda de sus pies, fue sacándose las zapatillas y la medias, dejando que los pies desnudos sintieran la fría madera. Soltó un sonido casi inhumano al sentir sus manos rasposas contra la suavidad de su muslos, hasta llegar a la prenda y deslizarla con suavidad.

Escuchó un sonido extraño, pero al estar tan embriagada por las caricias y el perfume de InuYasha, no pudo entender que fue. El muchacho la tomó por detrás de las rodillas, la alzó y ella se encargó de apresarlo por entre sus piernas.

Kagome comenzó a morderle el hombro, sus manos acariciaban con timidez parte de su pecho y espalda, arrancándole gemidos, casi rugidos. La empujó con todas sus fuerzas contra la pared, pero a la chica no le importó. Escuchó otro sonido y, esta vez, si pudo entender lo que era; puso a marcha sus otros sentidos y se dio cuenta que InuYasha se había alejado un poco (ya que con su prisión, mucho no podía huir), y se estaba sacando las ultimas ropas que él poseía.

Los entreabiertos ennegrecidos ojos azules, a causa por el deseo, miraron directamente los oscuros y llenos de lujuria de InuYasha. Sus labios se abrieron débilmente, reclamando que la volviera a besar y no se hizo esperar. La boca chochó contra la suya, recorriéndola, besándola una y otra vez, mil veces más, un millón de veces más.

Y, en un segundo, comenzó. Entró en ella de golpe, desgarrándola por dentro, arrebatando toda su virginidad de una sola embestida. Gimió, aún entre el beso, separándose para tomar aire. Su espalda golpeaba contra la madera, hasta que InuYasha paró.

–¿…Te… duele…? –balbuceó el muchacho, ocultando su rostro entre el hombro de Kagome, mientras que la muchacha se aferraba con sus brazos a su cuello.

–Sí… –jadeó Kagome, apretándolo contra él.

InuYasha cerró los ojos y volvió a entrar, embestirla con fuerza. Entraba y salía, moviendo sus caderas en un acto tan viejo como el mundo mismo, fundiendo sus corazones en uno sólo, a igual que todo su cuerpo, uniendo las mentes.

Tenía que decirlo, en cualquier momento explotaría si no lo decía. Sus labios se movían, pero el único sonido que salían de ellos eran sus gemidos máximos de placer, de dolor, de lujuria. ¿Cómo podía dejarla así? Seguía adentrándose en ella, desgarrando su pequeña caverna virginal, abriéndose paso rápidamente.

Soltó un gritito al sentir como algo se derramaba dentro de ella. InuYasha, también con un gemido, sin contenerse más, soltó toda su semilla dentro de la muchacha, llenándola con su calor. La fricción entre sus cuerpos sudorosos y temblorosos lentamente fue desapareciendo, y finalmente el muchacho se detuvo.

Kagome se soltó, pero por poco y casi caía al suelo, suerte que estaba él y la sujetó entre sus fuertes brazos, apresándola en un abrazo.

Cuando sintió que sus sentidos volvían a la normalidad y pudo controlar su habla, la muchacha miró la profundidad de los ojos violetas de su amante. Sus labios se curvaron en una sonrisa, besándole suavemente en sus labios y deslizándose por entre sus brazos, tocando su cuerpo con la fría madera. InuYasha se arrodilló, preocupado y temeroso, sus manos agarraron las mejillas sonrojadas de la muchacha y susurró un suave:

–¿Kagome?

Porque eres tú mi sol, la fé con que vivo.

La potencia de mi voz, los pies con que camino.

Eres tú, amor, mis ganas de reírme.

Adiós que no sabré decirte

porque nunca podré vivir sin ti.

La chica le mostró una sonrisa tan clara y pura, tan inocente y hermosa, aún así muy cansada, que el corazón de InuYasha se contrajo. Kagome acarició sus manos, y tomó una manta que estaba cerca, cubriendo sus cuerpos desnudos y acercándolo hacia ella, para así recostar su cabeza en el hombro.

–Lo amo mucho, profesor –susurró Kagome muy bajito, pero lo suficiente para que su querido profesor, su adorado InuYasha, pudiera escucharla -. Te amo demasiado, InuYasha.

InuYasha correspondió a su abrazo, cerrando sus ojos y sonriendo levemente. Necesitaban descansar, tal vez los chicos los encontrarían a la mañana siguiente, cuando la lluvia cesara un poco. Volvió abrirlos, cuando la respiración de su Kagome le dio a tender que se quedó dormida, se colocó contra la pared y la acomodó entre sus brazos, apretándola fuertemente.

–Lo sé...

Si tan sólo esto no terminara nunca...

…Sin ti…

Continuará…

Ooohh, creo que se me fue la mano un poco, aunque no fue tan pervertido como uno de mis futuros lemons (sorpresa, sorpresa :P). Espero que les haya gustado, ya que en el próximo capítulo será una sorpresita no muy agradable (agradable, no grande je, je, je).

¡Gracias por sus reviews!