Amor, loco amor.

Parte IV:

Amor en secreto.

Kagome miraba como el sol se transformaba en una gran pelota anaranjada y caía con lentitud hacia el horizonte, creando unos infinitos colores en las nubes. Rosas, azules, rojos, anaranjados. Era tan hermoso ese atardecer y tranquilizador, que alejaba todos los malos pensamientos de su cabeza y sólo sonreía. Miró disimuladamente sobre su hombro, encontrándose con el rostro dormido de Hoyo, y volvió a suspirar de resignación.

Ayumi estaba sentada tres asientos más adelante, charlando con un muchacho de otra división alegremente. Frunció el ceño, molesta, sabiendo que eso lo había hecho a propósito. ¡Estaba cansada…¡No, estaba harta de que siempre quieran verla con Hoyo! No le gustaba, y si ahora no lo hacía, menos creía que lo haría en el futuro.

Volvió a mirar a su amiga, y entendió que en realidad estaba durmiendo. Volteó para todos lados, tratando de localizar a alguien despierto; pero sus pequeños ronquidos y respiraciones pausadas entendió que, tal vez, ella era la única despierta.

Escuchó un ruido, como si algo muy pesado hiciera fricción contra el asiento y sintió como el corazón se le salía del pecho. Qué suerte que Midoriko se encontraba en el otro autobús, pensó la muchacha sonrojada pero feliz.

InuYasha pegó sus ojos violetas en los suyos, y le mostró una leve sonrisa arrogante. Kagome supo que intentaba ser un poco… 'pasivo', pero no quería que cambiara. Le gustaba esa combinación, rudeza con cariño.

–Hola –susurró InuYasha, encontrándose nervioso¡de sólo recordar lo que pasó la noche anterior se le subían los humos por la cabeza! Trató de carraspear un poco, pero no pudo, simplemente se dedicó a mirarla, a contemplarla.

"¿Pero qué rayos me pasó por la cabeza¡Le hice el amor como…¡Abusé de ella, de una menor, yo era su profesor!", se reclamaba una y otra vez, luego de lo sucedido la noche lluviosa de un sábado. Fue una estupidez, sabía que por hacer eso podría ir a la cárcel y lo tacharían de "abusador de menores". ¿Lo peor de todo? No estaba arrepentido.

¡Oh, con un demonio¡Estaba entre la espada y la pared! Uno: su lado conciente, racional, que quería que le dijera a Kagome que terminó, que sólo fue… ¡atracción física! Dos: su lado… 'sentimental', que en muy pocas ocasiones lo había escuchado, que siempre decía lo mismo: 'Sí ella quiso, tú no eres culpable'.

'Te amo', las palabras de Kagome volvían hacia él, taladrándole la conciencia, consiente de sus propios sentimientos. Se veía muy confundido, demasiado, porque estaba castigado por la ley amar a una alumna. Estaba castigado de por vida, por siquiera haber puesto un ojo en ella y verla en algo más que una del montón.

–Hola –respondió Kagome, sonriéndole cariñosamente, despertándolo de sus pensamientos y recuerdos. Se quedó mirándola, viendo esa sonrisa cariñosa, tan tierna y amable.

"Ella de verdad me ama", pensó disgustado pero, igualmente, feliz. ¿Cómo podía ser eso¿Molesto pero feliz a la vez? Miró de soslayo los ojos de la muchacha, buscando algo, una excusa para terminar con esta locura y dejarla en paz.

Pero no. Sólo había amor, cariño, esperanza. Había creído en verdad sus palabras, las había tomado en serio, y no pudo evitar sentirse extraño. Alguien había creído en sus palabras, de verdad confiaron en él y no lo defraudaron.

–¿Quién es ese tipo? –preguntó, en medio de un gruñido de disgusto, señalando con su mirada asesina al durmiente e inocente Hoyo.

Kagome sonrió un poco risueña, entendiendo que aquello eran celos. Se levantó y pasó por su lado sin siquiera moverlo y fue hasta InuYasha, sentándose en el asiento de al lado y mirándolo con la misma sonrisa, esta vez volviendo a ser cariñosa.

–Fue Ayumi quien me obligó a sentarme con él –contestó Kagome, acomodando su cabeza en el hombro de él, InuYasha volvió a sonrojarse -. Es que se estaba haciendo amiga de un chico, y ella me lo pidió…

–¡Keh! –el muchacho se cruzó de brazos mirando para otro lado, más sonrojado -. ¿Y por eso te estuvo pidiendo todo el tiempo de qué si tenías el próximo sábado libre, eh?

Kagome se rió divertida. Nunca en su vida se había imaginado que InuYasha era un celoso, jamás pensó que él fuera así. Sintió como él la abrazaba posesivamente, con un brazo, por la cintura. Bueno, tampoco imaginó que fuera tan posesivo.

–Le dije que no podía, InuYasha –replicó Kagome con voz suave, entrelazando sus dedos sobre los de él, cerrando los ojos -. Que teníamos una importante costumbre familiar.

InuYasha tragó saliva, tratando de no notar nervioso y desilusionado. ¡Adiós a los planes de estar con ella todo un sábado! "¡InuYasha¡Ya pareces un estúpido adolescente de quince años, contrólate¡CON-TRÓ-LA-TE!", pensó desesperado.

–Ah¿y qué es esa 'importante costumbre familiar'? –preguntó InuYasha, con verdadera inocencia. Kagome abrió un ojo azul y lo miró, como si esperaba de que eso fuera una broma.

Sacó su cabeza de su hombro, le susurró unas cuantas palabras que lo hicieron sonrojarse con furia, y volvió a estar en la misma posición que antes.

–Vaya, que costumbre la tuya, Kagome –replicó InuYasha, incómodo, viendo para todos lados, como si tratara de buscar alguna ayuda. Escuchó como Kagome reía tontamente y eso lo molestó -. Pues yo también tengo varias costumbres… –se acercó un poquito -, que debería enseñarte –y le susurró palabras y palabras en su oído.

Kagome sonrió pícara, aguantando las ganas de besarlo. ¡Quería hacerlo, pero estaban todos allí! Alguno podría despertar para ir al baño y justo los viera besándose, se armaría un escándalo horrible. Su madre pondría el grito en el cielo, a InuYasha lo hacharían de su trabajo y, tal vez, lo encerrarían en la cárcel. No, no quería que aquello pasara¡no a él!

Si tan sólo no se hubieran mirado cariñosamente, si no hubieran mostrando un poquito de cariño por medio de sus ojos, tal vez él no se hubiera enterado y siguiera durmiendo. Pero los ojos de Hoyo se encontraban entreabiertos, mirando sorprendidos como la chiquilla de su vida se escapaba de sus manos por medio de ese sujeto.

Se dio la vuelta, jurando que se las pagaría con todas a InuYasha Igarashi. ¡Sería lo ultimo que haría, para salvar a su preciosa Kagome! Lo haría por ella, simplemente para salvarla a ella.

–.–

Sus labios se juntaron por décima vez en lo que va del día, entrelazando sus brazos alrededor de sus cuerpos, juntándose. Sentía como el corazón latía en sus oídos, como la sangre corría rápidamente sus venas, y la excitación se hacía visible con una pequeña caricia en su espalda. Gimió cuando se iban a separar, pero luego volvieron a juntarse, esta vez más salvaje y crudo.

Sólo pasión, simplemente más que pasión. InuYasha empezó acariciarle bajo la remera, tocando su piel con la yemas de sus dedos, suave; la piel era muy suave contra sus dedos ásperos, arrancándole gemidos ahogado a la chica.

Se separaron con rapidez, ante que aquél inocente beso se transformara en algo más. Kagome se acomodó la remera, y empezó a entrenzarse el cabello, nerviosa. InuYasha la miraba atentamente, viendo como los finos dedos de la muchacha se entrelazaban entre sus enrulados cabellos, casi tan suaves como su piel.

Cuando finalmente terminó, atándola con una cinta, suspiró decepcionado y miró hacia la televisión que se encontraba prendida en un canal cualquiera. Era temprano, un lunes a las cuatro de la tarde, una hora antes de su clase y Kagome había insistido en conocer su departamento.

–Kagome… –llamó InuYasha, sin siquiera mirarla, tratando de no delatarse a si mismo por lo que estaba a punto de decir.

–Hoyo me invitó a salir el sábado, yo tenía decir que no, pero… –empezó hablar rápidamente Kagome, sonrojándose apenada.

Un silencio llenó la habitación. InuYasha se puso de pie, sin decir nada, se acercó al espejo que estaba en la cómoda, agarró un peine cualquiera y empezó a cepillarse. Jamás lo hacia, sólo en ocasiones especiales: cuando debía arreglarse, o definitivamente cuando estaba lo bastante furioso para cortar cabezas.

–¿Tenías decir que no! –rugió InuYasha, minutos después de un tenso silencio, sobresaltando a Kagome. Se dio la vuelta, dando con sus ojos violetas brillantes, furiosos, como un volcán en erupción. Se acercó a Kagome, agarrándola por los hombros -. ¿Te gusta ese tipo¡Responde!

Para sorpresa suya, InuYasha no levantó tanto la voz, sólo se encontraba muy molesto. Kagome comprendió al instante que estaba celoso, no, de echo, se encontraba DEMASIADO celoso. Respiró profundamente aliviada y se soltó de su agarre suavemente, InuYasha le dio la espalda y se acercó otra vez hacia el espejo. La chica también se levantó, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, lo abrazó por la espalda, recostando su mejilla en el medio.

–No, no me gusta –dijo Kagome en un susurro, calmando completamente los nervios de InuYasha. Por un momento se contempló en el espejo, viéndose a sí mismo viviendo con Kagome bajo su techo, teniéndola siempre así, estar siempre abrazado -. Pero mis amigas aceptaron por mí. Antes que digas nada: le diré que estaré ocupada entrenando.

Sonrió levemente, escuchando y con su fantasía aún rondando por su mente. Quiso imaginarse cuando Kagome creciera, cuando fuera una mujer madura y hermosa, con su bella sonrisa y los siempre alegres ojos azules, sosteniendo a un bebé de ojos violetas y…

–¿Confías en mí, Kagome?

–¿Huh¿A qué viene eso, InuYasha?

Él pasó sus brazos, acariciando sus manos.

–Sólo responde¿Confías en mí, Kagome? –repitió pacientemente, cerrando los ojos y dejándose guiar.

Sintió como Kagome asentía detrás de su espalda y, de repente, se sintió seguro. Muy seguro, como si pudiera afrontar cualquier mal, cualquier cosa que se presentara ante el mundo. Su mundo.

–Siempre lo haré –cuando sus dedos se entrelazaron, soltó un suspiro enamorado -. Te amo, InuYasha, y lo sabes.

–Lo sé –e InuYasha sonrió levemente, entreabriendo sus ojos violetas.

Frente a ellos se encontraba una pareja, que no necesitaba de palabras cariñosas y cosas así para dirigirse entre ellos. Sólo se necesitaban unidos, juntos, estar ahí para el otro, simplemente importando el bienestar del otro.

Bueno, pues así es el amor¿no?

–.–

Contuvo el aire al verlo ahí, parado, mirando con atención el blanco y tensando el arco. Jamás imaginó ver tal espectáculo que, aunque estuviera vestido, se imaginaba lo que debía haber entre esas ropas. No sabía el por qué, pero su profesor decidió vestirse tal y como lo hacían los otros profesores y le quedaba… genial.

El atuendo era simple y sencillo, aunque un poco extraño al de los otros. Su hakama era rojo, no negro como el de los demás, su gi era blanco, tal como los profesores, y el cabello lo llevaba suelto. Su postura era arrogante y su sonrisa era realmente extraña, casi imposible de descifrar.

Cuando sus dedos soltaron la flecha, se formó una leve brisa, haciendo que sus negros cabellos se movieran un poco y que un mechón descansara sobre su hombro. Kagome vio, boquiabierta, como la flechada daba casi, casi en el mismo lugar que en la suya.

Todos los presentes e incluidos lo que estaban mirando aplaudieron, maravillados. Yuka y Eri tenían la quijada hasta por los suelos.

–¡Keh¿Y ahora, entendieron como es? –preguntó InuYasha, volviéndose a sus alumnas, que asintieron maravilladas.

Kagome pudo entender como, a tan poca edad, pudo llegar a ser profesor de arquería. Realmente tenía un talento, o tal vez sólo fue lo bastante bueno y afortunado para aquello. Por unos momentos dejó escapar su imaginación y la llevó hacia el Sengoku Judai, la era feudal, pero sin el arco. Bueno, tal vez una espada y protegiéndola de todo mal, o de aquellos monstruos que imaginaban la gente.

–Vamos, inténtalo tú, Kagome –pidió Ayumi, palmeándole la espalda y guiñándole el ojo, despertándola de su maravillosa imaginación -. Seguro lo harás mejor que nosotras.

Yuka y Eri asintieron, todavía atontadas por el 'maravilloso' espectáculo de su profesor. Al parecer, no era tan tonto como habían creído.

–Esta bien –asintió Kagome, agarrando el arco con decisión. Se puso en posición, pero sintiendo la mirada de InuYasha, más penetrante que otra veces. Eso la incomodó.

La flecha fue soltada y… falló. Todas soltaron, incluido InuYasha, un: 'Ohhh' lleno de sorpresa. Kagome sacudió la cabeza, tomó otra flecha, tensó el arco, miró al blanco con el ceño fruncido y la soltó. Falló. Tres de cuatro intentos, fallaron, uno no dio justamente en el blanco pero se acercó bastante.

Se frutó los brazos, una vez que terminaron, por el frío de la tarde. Como eran la seis y media, el cielo estaba oscuro y aún seguía amenazando con la tormenta. Esperó a que todas se marcharan y que InuYasha se cambiara y cuando lo vio, se acercó a él y lo abrazó por el brazo.

–¡Ka-Kagome! –exclamó nervioso el profesor de arquería, sonrojándose visiblemente ante esa muestra de cariño tan abierta en un lugar… tan público. Miró para todos lados, tratando de no encontrar a nadie que sospechara.

La gente iba a y venía, pero no le prestaba atención. Tal vez pensarían que sólo eran amigos, o quizás eran novios, pero no veían nada de malo que estuvieran dos jóvenes juntos. Sintió una punzada en el pecho, la conciencia volvía a reclamarle.

Fue tan idiota hacerle el amor de esa forma, pero la muchacha no parecía molesta y asustada. La sonrisa angelical, los ojos azules más brillantes que nunca; se encontraba perfecta.

–¡Aquello fue fantástico! Nunca imaginé que fueras tan bueno, InuYasha –decía Kagome, arrastrándolo por la ciudad de brillantes colores.

–¿Qué quisiste decir con eso? –preguntó InuYasha, con voz amenazadora y la miraba, como diciéndole: 'serás hombre muerto'. Bueno, en este casi sería: 'mujer muerta'.

–Tontito.

Por más que aquello no le gustara, InuYasha suspiró y miró al su alrededor, pero no a Kagome. La muchacha se encontraba perdida en sus pensamientos, pero con una sonrisa en su rostro. No quería recordar lo que había pasado el domingo a la mañana, pero… Lo miró de reojo, y por primera vez vio una leve preocupación en su rostro.

Cuando llegaron al templo, éste estaba atestado de gente (mayoría jóvenes), rodeando al abuelo de Kagome. La chica parpadeó confundida, a igual que su profesor.

–¡Ah, Kagome¡Te dije que los llaveros serían un éxito! –exclamó el abuelo, atestado de personas alrededor que exigían los llaveros de Shikon.

La muchacha soltó un bufido, sintiendo demasiada piedad hacia su familia. Se volvió hacia InuYasha, sintiéndose un poco culpable, se acercó a él y le besó en la mejilla. Nunca en su vida el muchacho había sentido tanto calor por aquella forma de despedirse.

–Kagome… –susurró, sintiendo culpabilidad y alegría al mismo tiempo. Se entretuvo un poco viendo como ella trataba de todas las formas humanamente posibles de ayudar a su abuelo entre tanta gente.

"No quiero hacerte daño, niña…", pensó cerrando los ojos y yendo hacia el edificio. No quería lastimarla por su estupidez, ya que pronto debería marcharse, para volver a huir de sus problemas familiares. La mataría si se llegara a enterar el por qué se fue.

–.–

Las palabras de Sesshômaru fueron demasiadas claras para Kagura. La mujer celestial de los vientos entrecerró los ojos escarlatas, viendo la oscuridad nacer, escuchando a viento soplar por aquél lugar tan frío y muerto.

–Debes encontrarlo, Kagura, si quieres tener tu libertad –pensó en voz alta, viendo los autos pasar y detenerse de vez en cuando.

Las puertas de roble chillaron, quejándose al ser movidas con lentitud. Kagura se dio vuelta, dando sus ojos contra los fríos y oscuros ojos de la muchacha. Observó con cierto asco el abultado vientre, tratando de pasar disimuladamente por un vestido hasta las rodillas.

Aquél era el bastardo, que liberaría su vida pero encerraría a otra.

–Buenas noches, señorita Kikyo –dijo con su voz fría.

Continuará…

¡Oh, recta final:P ¡Gracias por sus reviews!