Amor, loco amor.
Los truenos rompieron con la calma y las gotas empezaron a caer contra el asfalto. Miraba con tristeza desde su ventana, incapaz de llorar. No entendía lo que estaba pasando. ¿Qué sucedió con todo el amor que se tenían¿a dónde fue¿Acaso fue todo una farsa, una mentira?
"Pero… él jamás dijo que me amaba", pensó apretando sus puños, hasta que sintió clavarse las uñas y la sangre tocar las yemas de sus dedos. Recordó su mirada, recordó todas aquellas leves muestras de amor y cariño. "Aún así…"
Recostó su cabeza en el escritorio y se tapó con sus brazos, sin dejar de ver la lluvia caer sin piedad contra la ciudad, escuchando los truenos por toda la habitación. Tragó con dificultad, pero ese nudo en la garganta, ese vacío, aquella tristeza no se iba.
"Lo perdí, lo perdí…", de tan sólo recordarlo las lágrimas llenaban sus ojos, recorriendo el mismo camino una y otra vez, aumentando su dolor. Quería estar entre sus brazos, sentirse excluida del mundo pero con él a su lado, escaparse, vivir una vida… Vivir un amor puro, verdadero.
"Te perdí… profesor"
O, simplemente mirar sus ojos y sentirse querida. Simplemente volver a verlo, con sus sonrisas arrogantes y ojos duros, pero que derramaban tanta ternura, amenazando con derretirla en cualquier momento.
"InuYasha…"
Parte V:
Hasta que la muerte nos separe…
Todas miraron a la muchacha con cierta pena. Ayumi, Eri y Yuka intentaban animarla, pero aunque sonreía, el gris de sus ojos no desaparecía. ¿Era tanta su tristeza¿Tanto su dolor para… parecer muerta en vida?
Kagome nunca acertó en los blancos¿dónde estaba la estrella en arquería¿la muchacha que, ante cualquier cosa, siempre sonreía? Tal era su dolor, que parecía contagiar a las demás, incluso a InuYasha.
Eri y Yuka miraban con cierto odio y rencor a su profesor, notándolo extraño también. Se quedaba mirándola, y los ojos parecían más claros que lo habitual. Las alumnas entendieron que estaba en otro mundo, pues cuando le hablaban miraba hacia otra parte.
Cuando la clase había terminado, Kagome corrió lo más rápido que pudo, queriendo que él no la alcanzase. No podía verlo, no quería pensar en él, sin embargo lo recordaba. Recordaba a su voz llamándola; a sus manos acariciándola, a sus labios besándola.
Lo sentía en todo el cuerpo.
Se estremeció, deteniéndose frente a una librería. Jadeaba, intentando recuperar el aire que se escapaba de su pequeña boca. El viento sopló, sacando algunas gotas de las nubes grises.
–Kagome…
Sólo quiso que fuera una ilusión, un recuerdo de su mundo partido. Pero sintió su mano agarrando su antebrazo llevándola hacia un callejón oscuro.
Unos ojos lilas brillaron afligidos, sintiendo tanta angustia. Kagome quiso hacer algo, pero no se movió, sólo escuchaba los latidos acelerados de su corazón roto y miraba sus ojos… Por un momento, creyó que ambos estaban tristes.
Que de verdad sentía el mismo dolor que ella.
–¿Por qué no me dejas en paz! –gritó ella, ya cansada de sentir ese dolor, esa angustia, de llorar por las noches sin dar crédito a todo lo ocurrido -. Me haces daño…
Inmediatamente, InuYasha la soltó, pero no la dejó escapar. La acorraló contra la pared, poniendo ambos brazos a los costados de la muchacha, tragando con dificultad.
–Escúchame… ¡Por favor, escúchame!
No quería escuchar, no quería que sus sentimientos fueran rechazados por la única persona que amó de verdad. Con la única persona que le regaló lo más apreciado para ella, con la que compartió sus primeros besos, con la que se sintió feliz.
Recostó su cabeza en el hombro de él, y volvió a llorar. Él no hizo nada, sólo la miró con culpabilidad. Kagome lo rodeó con sus brazos y tiritó, ocultando sus lágrimas entre sus ropas.
Era por su culpa que ella estuviera así. Por él y su medio hermano. Nunca lo dejaría en paz hasta que… frunció el ceño tristemente, al tiempo que sus ojos se volvieron más claros todavía. Finalmente, la abrazó con fuerza, aferrándose a su pequeño cuerpo, temiendo que en cualquier momento desapareciera.
Necesitaba calmarla, su corazón se partía en mil fragmentos al ser él culpable de sus lágrimas… de todo. ¿Por qué diablos tuvo que pasar esto? Fue feliz con Kagome…
¿Podría seguir ocultándolo¿Acaso no era ya tonto negar lo que sentía? Pretender que simplemente era algo de paso, simplemente una chica que le atraía físicamente. No, Kagome era todo menos eso. Ella era quien había logrado algo que jamás creyó tener, le hizo descubrir cosas. Lo hizo volver loco y lo menos que se merecía era su cariño, su amor..
Pasara lo que pasara, quien quiera que los viera separados… InuYasha se había enamorado de Kagome, de la alumna sonriente y torpe, de la chica de cabellos negros ondulados y ojos azules, de la participante que hizo su mejor esfuerzo; pero no bastó para ganar.
–.–
–Kagome…
Su voz desgarró el silencio que se había creado entre ambos, sumergidos entre la oscuridad y aferrándose, como a un salvavidas, a su estrecho abrazo. La chica gimió, sintiendo sus caricias entre sus curvas, deslizando con suavidad la falda por entre sus piernas. Por más pasión que hubiera, por más lujuria que existiera en ese momento, había dolor y tristeza.
Sus labios se encontraron en una pequeña danza, moviéndose, tratando de encajar más de los que ya encajaban. Parecían una pieza de rompecabezas, como si sus bocas estuvieran hechas simplemente para ser besadas por ellos. Como si sus manos simplemente tuvieran el sentido del tacto para sentir su piel. Como si sus cuerpos fueron ideados por el capricho del destino para estar juntos, encajar, ser uno solo.
Tocó su piel, acariciando su espalda y pecho, mordiendo juguetonamente su hombro mientras que él acariciaba su cadera y muslos. Fue hacer el amor lentamente, con dolor y amor, sintiendo cada unas de sus caricias, memorizando hasta la más mínima marca de su piel para siempre.
Sellando todo en sus recuerdos.
Soltó un quejido cuando se presionó contra ella, entrando con lentitud, abriéndose paso, siendo bien recibido por su cuerpo. Eran simplemente uno solo, en esos pequeños instantes dejaban de ser InuYasha y Kagome. Eran dos amigos, dos conocidos... Dos amantes, disfrutando profundamente de su última vez, sabiendo que tal vez jamás pudieran volver estar así.
Entraba y salía. "InuYasha…". Entra, sale, entra, sale. "Kagome…". Eran uno solo, juntos, unidos, por unos segundos que parecían horas. "InuYasha…" Más rápido, más profundo, mucho más, estar más cerca. "Kagome…"
La fricción creía entre sus cuerpos, haciendo más intensa la penetración, dejándose llevar por única vez, por su corazón y no su lógica, el cerebro. Querían compartir con ese instante, toda una vida, unos años, o tal vez unos simples meses pero igual se notaria su ausencia.
Para Kagome, InuYasha era su primer amor y la única persona que amaría con esa misma intensidad. Para InuYasha, Kagome era quien le enseñó amar y la única con que en verdad, tal vez, la verdadera, a quien había amado.
Con un gemido, el muchacho dejó escapar toda su semilla, entrando en ella sin control, llenándola con su esencia. Kagome se aferró a él, aun moviéndose, clavando sus uñas y apretando sus ojos, tratando de no gritar. Su cuerpo desnudo y pequeño tembló violentamente contra el corpulento y varonil cuerpo de él, oculta tras sus brazos.
–Te amo –susurró Kagome, muy débilmente, sin mirarle. Tal vez, muy en el fondo, temía que sólo fuera un sueño.
InuYasha la agarró por el rostro, viendo con un poco de alivio, como los ojos de la chica volvieron hacer azules por unos instantes.
–Kagome… –se detuvo, si lo decía, le causaría un gran sufrimiento; incluso más de lo que ahora sentía –. Kagome, yo…
–Debo irme, InuYasha, mi madre se preocupará por mí –rezongó Kagome, ya casi sin voz, sintiéndose acorralada contra sus ojos lilas -. Lo siento pero…
–Quédate –atajó el muchacho, agarrándola por la cintura y apretándola hacia él. Kagome forcejeó un poco, pero se resignó, o eso pensaba.
–Pero mi madre…
–Dile que estuviste por ahí con tus amigas, y que se te fue la hora…
Lentamente, sus ojos iban perdiendo aquel triste lila, volviendo hacer los violáceos fuertes como una hoguera y duros como un témpano de hielo.
–InuYasha, sabes que no puedo…
–Por favor, Kagome, quédate… un poco más.
La chica soltó un suspiro, abrazando su cuello y besó sus labios fugazmente, apenas un roce. InuYasha la rodeó por su pequeña espalda y, juntos se durmieron.
–.–
Sesshômaru siguió con su mirada ambarina a la hermosa y esbelta mujer que tenía frente a él, casi como una fiera. Sus labios se curvaron en una sonrisa un tanto cruel, viendo como sus planes marchaban a la perfección. Volvió a mirar a Kagura, y soltó una palabrota. Era malditamente bella, sensualmente atractiva y quería llevarla a la cama; pero sabía que si lo hacía, no podría parar…
–¡Sesshômaru-sama, Sesshômaru-sama! –gritaba con reproche una voz infantil, rompiendo con el ambiente tenso que había entre la tennyo de los vientos, como le decían, y el hombre de hielo.
Las puertas de roble se movieron perezosamente, ante la fuerza de una niña de siete años, de cabellos oscuros y ojos castaños. Lo más sorprendente de aquella muchachita, eran sus ojos decidos y molestos. El hombre albino volvió a su expresión fría.
–¿Qué rayos quieres, Rin?
La niña, ante la sorprendida mirada de Kagura, se sentó en la silla que había frente al escritorio y apoyó sus brazos en él, acercándose a su amo lo más que su pequeño cuerpo se lo permitía. "Rin puede ser muy extraña", pensó Kagura alegremente, batiendo su abanico con elegancia.
–¡No puede, no puede¡Rin no puede creer lo que Sesshômaru-sama está haciendo! –exclamaba la pequeña, pegando manotazos al escritorio -. ¡Rin quiso mucho a sus hermanos mayores, y ellos la trataban muy bien, e incluso miraban a Rin con ternura¡Pero usted…!
–¿Sólo vienes a decir que ese pequeño se quede sin su padre? –cuestionó seriamente el hombre de negocios, recostando su espalda en la costosa silla de oficina.
Los ojos de Rin se llenaron de lágrimas, la mujer de ojos escarlatas sintió que nada iba bien aquí. ¿Por qué trataba de esa forma, tan despectiva, a quien iba a ser el heredero de todo esto?
–¡Rin sabe que ese pequeño ya tiene papá¡Rin lo sabe, y usted está equivocado, Sesshômaru-sama! –gritó Rin, llorozando -. Usted… usted es un hombre muy malo, Sesshômaru-sama¡Ojalá Kagura-san nunca se hubiera enamorado de usted!
Kagura quiso gritar, patalear, desmentir todo lo que la niña había dicho pero… La mirada ambarina la detuvo, dejó que cada músculo de su cuerpo dejara de moverse. Que cada centímetro de su ser se estremeciera ante aquella sonrisa extraña, completamente ajena al Sesshômaru que ella quería.
–¡Rin, vete! –rugió el hombre de hielo, haciendo casi caer a Rin. Ésta se levantó de la silla, muy ofendida, le sacó la lengua y salió del estudio con mucho orgullo.
–Espero que InuYasha-sama me adopte, así Rin se va lejos de aquí –dijo Rin muy molesta, con sus ojos negros llenos de lágrimas y cerrando la puerta.
Kagura miraba por donde se había ido la pequeña, completamente preocupada por la niña que, por muy pocos días que la llevara conociendo, ya le robó el corazón. Escuchó unos pasos acercándose a ella, sintió unos brazos rodearla por la cintura y un aliento cálido rozar por su cuello blanco. Tragó saliva, cada músculo tensándose.
–¿Y tú dices que los besos más dulces son en el cuello? –preguntó Sesshômaru con sarcasmo, rozando apenas la piel blanca de la mujer, haciéndola tiritar -. Has arruinado mis planes.
La mujer tragó en seco.
–No creo que pueda cumplir mi promesa de hacerte libre –con suavidad, inédita en él, la giró hasta que sus ojos se encontraron -. No creo querer dejarte libre, por lo menos de mí –una sonrisa… ¿tierna! apareció en el rostro de Sesshômaru.
En vez de asustarse, o morirse del pánico, Kagura se animó y acarició la mejilla del hombre y entrecerró los ojos, imaginándose lo que pasaría después. Entreabrió los labios y esperó, lo que parecía ser por una eternidad, aquella esperada caricia.
Miles de hombres la habían besado, la habían usado para sus beneficios y placeres, pero esta vez fue diferente. Cuando Sesshômaru la besó, cuando tomó su boca con casi desesperación, comprendió lo que quiso decir Rin. Entendió que no sentía atracción sexual, sino algo mucho más fuerte y profundo que aquello.
Realmente, no quería librarse jamás de Sesshômaru y sus brazos, tampoco de sus besos. Deseaba acariciar su cabello, su espalda fuerte y sentirse protegida, sentir que ya nada malo podría pasarle. Pero cuando estuvo consiente, comprendió algo.
El plan de Sesshômaru era arruinar la vida de InuYasha, atándolo con la ultima novia que tuvo, y que dejó plantada en el altar porque, según él, el hijo que ella esperaba no era suyo. Había falsificados unos documentos, mostrándoselos al muchacho y éste, como era de esperarse, aceptó su paternidad.
Había atado la vida de alguien, lo había condenado cuando podría estar amando a una mujer y creando una nueva vida. Kikyo se quedaría con InuYasha, y éste cuidaría de un hijo que era suyo, y se olvidaría de todo. Diría adiós a la arquería y desaparecía.
Se soltó de sus brazos, retrocediendo unos pasos completamente presa del pánico. Sus ojos escarlatas estaban abiertos de par en par, y se abrazó a sí misma. Había cooperado para arruinar una vida, de un joven quien ni siquiera conocía, para luego no querer irse…
–Yo… ¡Detén esto, Sesshômaru! –pidió Kagura con desesperación, acercándose al joven, quien la miraba fríamente -. ¡No puedes tratar así a tu hermano! No creo que se merezca…
Sesshômaru la agarró por el mentón, elevando unos centímetros hasta que sus ojos estuvieran a su altura.
–InuYasha es un tonto por hacerse el noble –respondió con voz fría, rozando sus labios la mejillas sonrojadas de la mujer -. Es un imbécil porque mi padre le entregó algo que yo siempre quise. "Su cariño" –agregó para sus adentros, entreabriendo sus ojos.
Cuando la lluvia estalló, sus labios se encontraron nuevamente.
–.–
La mamá de Kagome soltó un suspiro de alivio a verla entrar, toda mojada, salva y sana. Aunque su expresión era triste, intentó no prestarle anteción pero le rompía el corazón ver el gris de sus ojos. Cuando la chica salió del baño con su piyama, y secándose el cabello, se atrevió a preguntar.
–Oíme, Kagome¿dónde estuviste todo este tiempo? –preguntó la señora Higurashi, con voz dulce, mirando como el reloj marcaba las nueve y media.
La chica miró la televisión ausente, escuchando las noticias sobre la alumna y el profesor. La chica había justificado en el juicio, diciendo todo lo que sentía ante miles de personas y que pronto cumpliría la edad suficiente y cuando aquello ocurriera, ella y él habían planeado casarse. Finalmente el jurado había declarado inocente, liberándolo de todos los cargos.
La madre estaba completamente enfurecida e indignada.
–Paseando, con las chicas, discúlpame si se me hizo tarde –mintió Kagome, mirando la comida que habían frente a ella -. Lo siento, mamá, pero no tengo hambre.
La señora la miró con ternura, guardándose para sí que había llamado a todas las chicas que asistían en el club, y que todas dijeron haberla visto salir corriendo.
–¡Ah! Hoyo-san nos contó que el señor Igarashi se casará –comentó la señora, con voz risueña, viendo como la tristeza de Kagome caía sobre sus hombros. Eso la extrañó -. Y nos ha dicho… que estamos invitados¿quieres venir?
Sí con eso lo pudiera ver una vez más, aunque uniendo su vida con otra. Si con eso podía ver los ojos de su amado, profundos y fuertes...
–Sí, mamá, iré con ustedes… al casamiento del profesor.
Su voz había sonado bastante extraña para su gusto, pensó la mujer muy extrañada. Vio como su primogénita subía lentamente la escaleras, soltando algunos llorozos y cuando pareció que estallarían en cualquier momento, corrió y se encerró en el cuarto.
"Mi niña… ¿Por qué te has enamorado de él?", se preguntó la señora Higurashi, sentándose en la mesa y contemplando la nada. Su dolor era contagioso, ya que ella era la encargada de atraer lo vital y alegre a su casa, luego de la muerte de su padre. No quiso llorar, no quería que su padre y Sota se preocuparan por ella, y tampoco por Kagome.
Con una sonrisa suave volteó hacia la fotografía de su familia. Al menos, sabía que ellos dos tendrían un amor feliz…
–.–
La iglesia estaba atestada de gente, llena. Kagome miró con tristeza a cada una de ellas, mientras Hoyo se las iba presentando de una a una, lastimándola sin querer. Supo por la bocas de todos, que la novia quiso una boda estilo occidental y no oriental, como habían pensado desde un principio.
Necesitaba contención, pero ver a InuYasha, parado ahí, al lado de un tipo que no conocía y mirándola simplemente a ella sólo aumentaba su dolor.
"InuYasha…", se mordió el labio inferior, sintiendo náuseas por todo esto. InuYasha se casaría, se alejaría para siempre y jamás volvería a verlo. Entrelazó su mano con la de su madre, y la apretó con fuerza, sintiéndose cada vez peor.
Ignoró completamente lo guapo que se veía el chico de cabellos negros con traje de pingüino. Ignoró todo lo que había al su alrededor. Ignoró a Hoyo, que le hablaba sin parar de lo que, seguramente, serían felices los novios. Sólo le mostró todo el dolor que habían en sus ojos claros, volviéndose casi blancos y falta de vida.
InuYasha parpadeó, preocupado, queriendo ir hacia ella y abrazarla con fuerza. Desvió la mirada, frustrado, viendo como las campanillas decoraban la iglesia. "Kagome". No era justo, él simplemente… no quería casarse, pero estaba obligado ya que no quería que el bebé se quedara sin su padre, como él.
Ocultó su mirada lila tras su flequillo, apretando fuertemente los puños, haciendo que sus nudillos estuvieran blancos. Tenía que calmarse, debía calmarse. Respiró hondo, tratando de pensar en el niño pero no podía.
¿Cómo podía pensar en él, si lo más que le importaba en ese momento era su Kagome? Sintió como alguien le daba una patada al hígado. "¿Mi Kagome…?" Estuvo tentado de reírse, por su incompetencia y estupidez. ¿Cómo podía llamarla suya, si dentro de unos minutos se casaría con otra¿Cómo era capaz de mirarla a los ojos y seguir pensando que era de él?
El murmullo llenó la iglesia, todos impacientes para que saliera la bella novia. InuYasha ya se sentía sofocado con el traje estúpido, quería que fuera rápido y así, después, tragarse el dolor. Cuando se escuchó la marcha nupcial, fijó nuevamente su mirada en la grisácea de Kagome.
Pudo ver como las lágrimas salían de sus ojos y hacían surcos en sus pálidas mejillas, pero no apartó la mirada de la suya. Estos eran los últimos momentos en que podrían mirarse con esa libertad, los últimos segundos en que se verían así… sintió mucha, pero mucha angustia.
–¿Te emocionan mucho las bodas, Kagome? –preguntó Hoyo en un susurro, sonriéndole levemente y apretándole el hombro desnudo.
La chica rompió el contacto visual, sin poder retenerse más y ocultó su dolor tras sus manos. Sabía que su amor era imposible, pero siempre tuvo una esperanza. Sólo faltaba una semana para su cumpleaños, al fin podría ser libre para estar con él, porque abandonaría arquería… Pero, el cruel destino los tomó por sorpresa y los separó.
Tal vez, esto nunca tuvo que pasar. Tal vez, era un castigo, un recordatorio que los amores imposibles son eso; imposibles. Dejó todo en él, su alma, sus sentimientos, su amor, su cuerpo... Ya no podrán tener un encuentro furtivo, no quería meterse en los problemas de ser amantes, no quería nada.
Levantó la mirada, dejando al descubierto su pequeña y carnosa boca. Sus labios se movieron en cuatro palabras, que InuYasha comprendió perfectamente. El mundo se destruía, todo daba vueltas para la cabeza de Kagome, sentía que en cualquier momento iba a desfallecer.
"Por un bebé…", pensó la muchacha, tocándose el vientre. ¿Qué hubiera pasado si ella se quedara embarazada desde el primer momento¿Qué habrá hecho InuYasha, se casaría con ella y se marcharían hacia ninguna parte? "Cuentos de hadas, sólo los cuentos de hadas tienen finales felices, Kagome", pensó InuYasha, partiéndose el corazón.
Finalmente la novia entró por la puerta y todos soltaron un: 'Ohh'. La muchacha tenía un velo que le tapaba el rostro, excepto los labios, el vestido era muy ajustado, mostrando sus curvas sensuales aún con su pequeño vientre de siete meses. Un pronunciado escote dejaba volar la imaginación y Kagome frunció el ceño. Cuando la novia caminó unos cuantos pasos, dejó ver una larga cola de fina seda y las cuales llevaban a rastras una pequeña niña a la cual no conocía y a un muchacho que reconoció como Kohaku, el hermano menor de Sango.
Sus ojos se abrieron al verlo, y buscó por entre toda la multitud una melena castaña y ojos chocolates amables, pero no la encontró. Es cierto, recordó Kagome, ella aún estaba en el interior. Se sintió sola, aunque estuviera rodeada por su familia y Hoyo, apretándole el hombro y sonriendo levemente.
–Qué buen mozo te vez, InuYasha –susurró Kikyo, mostrando una sonrisa coqueta, cubierta por un rojo carmesí.
InuYasha la fulminó con sus débiles ojos lilas.
–Feh.. Yo no puedo decir lo mismo que tú, Kikyo –murmuró InuYasha, mirando fijamente hacia ninguna parte.
La mujer soltó un gruñido. La ceremonia había comenzando y esta tortura parecía que nunca iba a terminar. InuYasha miró hacia abajo, tratando de no dar con los ojos del cura, quien estaba sorprendido por el trato que le daba a la que iba a ser su 'futura mujer'. Miró hacia el costado, donde estaba Sesshômaru sonriendo cruelmente. "Maldito… ¡Maldito Sesshômaru!", gritó para sí mismo, apretando sus manos tanto que parecían tiritar de la furia.
–Ahora, hijos míos, pónganse uno frente al otro y repitan conmigo –anunció dulcemente el cura, y vio pacientemente como los novios se ponían de frente. Recitó las palabras que debían decir, el novio parecía tirar veneno por la boca en el momento en que puso el anillo en el dedo.
Pero cuando su mirada lila se fijó en la grisácea de Kagome, pudo entender que algo no iba bien en ella. Tomó aire, al escuchar el "sí, quiero" de Kikyo pero no podía apartar la vista de la muchacha. El estúpido chico que estaba a su lado había agarrado su rostro por el mentón y lo guiaba, sin que la chica pudiera comprender y reaccionar, hacia sus labios.
En ese momento no le importó nada.
Escuchó las palabras de Kikyo, pero no le hizo caso.
Cuando el padre empezaba a decir: "¿Acepta…?" y estaba a punto de terminar, miró los ojos negros de Kikyo. Luego volvió a mirar hacia la pareja.
El tiempo no corría.
En ese instante… sintió ira y reconoció que, en realidad, estaba celoso.
Celos…
Se soltó del agarre de Kikyo, y corrió hacia la última fila, escuchando los murmullos de todos. Cuando Hoyo estaba a punto de cumplir su sueño, el de besar a Kagome, un puño se encontró con su mandíbula y nariz.
–InuYasha… –gimoteó Kagome, desfalleciendo entre los brazos del muchacho. '¡Kagome, Kagome!' escuchó al su alrededor, pero no le importó.
"Quiero estar a su lado… hasta que la muerte nos separe"
Continuará…
¿Capítulo largo? Je, je, je… ¡Listo, el próximo es el final! No se vallan de su tele… ¡'telemonitor'! (¿dónde saco yo esto?) Qué, dentro de una semana, volveré por más.
¡Gracias por sus reviews!
