Capítulo 3.
You touch my face
And I break down
Tres días.
Tres maravillosos días.
¿Qué decía maravillosos¡¡Exquisitos¡¡Placenteros¡¡Y con noches de perfecto descanso!
Ikki estaba más que contento. En esos momentos se daba verdadera cuenta de lo importante que era un buen descanso. Tanto que encabezada la lista de sus prioridades y Shun ya no sabía si era mejor que su hermano no durmiera o que se pasara el día haciéndolo.
Pero al menos parecía estar recuperando todo el sueño perdido.
Al moreno todo le parecía un tanto extraño. La sensación de que era observado que le crispaba los nervios había cambiado completamente.
Siempre que cerraba los ojos y dormía, estaba allí, a su lado. Se acercaba a él y le sonreía. Entonces todo era paz. No había tenido ningún sueño, a parte de esas visitas.
Se había acostumbrado a su presencia y empezaba a disfrutarla.
Justo en la media mañana del cuarto día, Ikki dormía plácida y ligeramente en el sofá del salón, con el libro que había estado leyendo abierto en el suelo.
– Y entonces ¡paff! – ante el ruido fuerte el chico mayor se sobresaltó, cayendo del sofá – ¿Te lo puedes creer¡¡¡Me tiró por las escaleras!
–Sí, Seiya – se oyó una segunda voz, seriamente contestando a la primera –. Me lo creo.
–¡Pero Shiryu!
El castaño frunció los labios y cruzó los brazos, mirando ceñudo a su amigo de procedencia china.
Una risita surgió de los labios de Shun, que fue el primero en asomarse al salón.
–¿Hermano?
–¿Sí? – preguntó con una mueca de fastidio en su cara – ¿Dime?
–¿Qué haces en el suelo, Ikki? – interrogó Seiya, asomándose a duras penas por encima de Shun.
–Seguro que no te interesa averiguarlo – se adelantó Shiryu, antes de que Ikki respondiera algo parecido pero seguramente más amenazador.
Uno a uno fueron sentándose en las sillas que estaban alrededor de la mesa del comedor. Seguramente se quedarían a comer.
Ikki se levantó poco a poco y se unió a los chicos.
Seiya era un compañero de clase de su hermano. Siempre habían ido juntos, desde preescolar y en contra de todo pronóstico se llevaban más que bien. El revoltoso y el niño mono de la clase eran muy buenos amigos.
Shiryu era hijo de unos amigos de los padres de Seiya, un año mayor que los pequeños y uno menor que Ikki. Era calmado y atento. Se podía decir que su presencia era una de las pocas que al mayor no le molestaban.
–¿Entonces que harás? – siguió la conversación Shun, dando un giro inesperado -. ¿Irás o no?
–Pues, realmente no lo sé.
–¿De que habláis? – interrumpió Ikki, sentándose en otra silla.
Seiya apoyó los codos en la mesa y la barbilla en las manos, mirando de reojo a los otros tres y balanceando las piernas.
– Pues verás – procedió Shun a explicar -. Un compañero de clase de Shiryu está en el hospital y no saben si ir a visitarlo o no.
Ikki los miró intrigado. Para él la decisión era obvia y conociendo a Shiryu, no tendría ni que haber pensado en ir o no. Simplemente lo visitaría.
– No es tan simple como parece, Ikki – aclaró el chino –. Este chico... no tenía ningún amigo en clase, no dejaba que nadie se acercara demasiado a él.
Shiryu frunció el ceño, pensando.
– Bueno... pero eres el delegado de la clase¿no? No entiendo, normalmente irías y ya.
–Sí, ya sé. El tema es que era un buen compañero después de todo. Honrado, cortés, trabajador...
–Yo no iría – irrumpió Seiya, con una seriedad en su voz y facciones que pocas veces se podía apreciar –. No creo que fuera lo mejor.
Tres pares de ojos se fijaron en el pequeño greñudo.
Shiryu asentía con la cabeza, Shun sólo miró a Shiryu de vuelta e Ikki empezaba a pensar que no se lo habían contado todo.
– De todas formas no es como si se hubiera roto una pierna – rompió Shun el silencio –. Está en coma.
–Sí, eso lo complica todo un poco más.
–Si al menos conociera a sus padres... Si supiera donde vivía, haría una visita para expresar los sentimientos de la clase. Todos pensamos que es un buen muchacho y tenemos ganas de que se recupere y vuelva con nosotros el año que viene.
Ikki estudió las expresiones de los recién llegados y alzó sus dos cejas al comprender el calibre del problema.
– Bueno, entonces creo que por una vez Seiya ha dicho algo sensato...
– ¡Oye! – recriminó el chico alzando un puño – ¡Yo siempre digo cosas sensatas!
Los otros dos muchachos rieron, sintiendo disiparse la tensión que se había creado en el ambiente.
Decidieron que lo mejor sería preparar algo de comer.
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Abrió los ojos y como venía siendo costumbre, de nuevo estaba allí.
El chiquillo se mostraba tímido y curioso. Lo miraba desde la puerta de la habitación y jugaba con la tela de las mangas, tirando del amplio puño y volviendo a dejarlo libre.
Ikki se estiró en la cama, rodando y dejando un hueco libre a su lado, quedándose boca arriba con las manos bajo la cabeza.
El muchacho se acercó, con los puños en su pecho y bastante sonrojado. Su comportamiento tenía intrigado a la vez que divertido al moreno, que lo miraba fijamente, observando como se acercaba con pasos pequeños e inseguros.
Se sentó en la cama, echándose un poco hacia dentro, cosa que nunca antes había hecho. Su vista estaba clavada en el suelo, pero pronto viró el rostro para ver al propietario de la habitación.
Ikki sonreía de medio lado, preguntando con la expresión si se iba a tumbar con él y al mismo tiempo haciendo notorio que no era contrario a la idea.
El rubio se giró rápidamente encogiendo un poco los hombros. Ikki no lo podía ver, pero se estaba mordiendo suavemente el labio inferior, aún indeciso sobre sus acciones.
Finalmente, con movimientos ligeros y elegantes, subió las piernas a la cama y se tumbó de lado, acurrucándose en la esquina, de frente al moreno.
Ikki suspiró quedamente, sintiendo la presencia del chico junto a él. Pasó un tiempo en el que creyó quedarse del todo dormido de nuevo, pero cuando abrió los ojos, el muchachito seguía a su lado, respirando acompasadamente.
Ikki se dio la vuelta despacio, sin querer que su angelito personal despertara de su aparente sueño.
Se removió un poco hasta encontrar una posición cómoda en la que mantenerse. Terminó apoyado en un codo, con la mejilla izquierda sobre la mano del mismo costado.
Parpadeó un par de veces y empezó a estudiarlo concienzudamente.
El cabello era de apariencia suave, un tanto ondulado y muy rubio. Los ojos cerrados tenían tupidas pestañas bastante más oscuras que su pelo, sus pómulos eran altos, pero sin llegar a ser marcados. En general se podía apreciar una redondez infantil. Miró hacia abajo, comprobando que no era mucho más bajo que él mismo. Tal vez unos tres o cinco centímetros.
Entonces volvió a pasear su mirada por el rostro acanelado del joven. La nariz recta era pequeña y un tanto respingona en la punta, pero sólo un poco. Bajó más, siguiendo la línea del hueso y hallando los labios pequeños y sonrosados del chico. No eran demasiado gruesos, pero tampoco finos, en total conformaba una visión armoniosa y exquisita.
Era lindo. No, era más bien bello. Una belleza etérea durmiendo en su cama.
Levantó la mano libre, dispuesto a acariciar aquella sedosa mejilla coloreada por la sangre. Justo cuando tenía su mano sobre ella, a pocos centímetros, un aleteo lo sobresaltó.
Sólo había sido un movimiento reflejo. Los músculos de las alas, que las tenía plegadas en al espalda, debían estar agarrotados y se movieron un poco para volverse a acomodar en la misma posición al tiempo que el rubio se removía un tanto.
Ikki se quedó quieto, recordando de repente la otra ocasión en que intentó tocarlo. Recordó las facciones de su rostro crispadas de un dolor profundo.
Volvió a mirar al muchacho durmiente, distinguiendo una sonrisa angelical y no pudo evitar el contacto que tanto deseaba.
Los ojos que hasta el momento se habían mantenido cerrados, se abrieron. Unas pupilas azul cristalino miraron fijamente a Ikki y este reaccionó abriendo la boca y notando que su mano no podía avanzar más.
Estaba suspendida en el aire, justo donde la mejilla del chico debería estar.
El rubio se asustó y empezó a moverse sin ningún tipo de coordinación, pataleando y moviendo las alas con viveza. En su sorpresa se resbaló y estuvo a punto de caer de la cama, dando la vuelta sobre si mismo.
Ikki lo atrapó, haciendo gala de unos buenos reflejos. Notó el tope que no dejaba a su mano subir más y lo atrajo hacia su pecho, pero en cambio no hubo ningún impacto cuando vio como la espalda y las alas del chico chocaban contra su cuerpo.
Cerró los ojos cuando un pequeño viento le molestó. El muchacho aleteaba justo en su cara y dio gracias a que no podía notar el impacto de sus plumas.
Lo soltó al ver que seguía moviéndose, intentando liberarse del abrazo en que lo había atrapado.
El jovencito cayó de la cama y gateó hasta la pared. Se acurrucó en ella, con sus ojos bien abiertos y mirando al moreno agitado.
Ikki estaba sentado en la cama revuelta, sin saber que hacer, tan confundido como el chiquillo que lo observaba.
Dejó caer su cuerpo, chocando la espalda con la pared e imitando la mirada sobre él.
No volvió a dormir en toda esa noche.
