LA VIDA EN NEGRO

Capítulo 1: Promesas rotas, medias verdades


De repente siente frío. Un frío intenso, haciéndole difícil el aparentemente simple hecho de respirar. Inspirar, expirar. Introducir aire en sus pulmones, mantenerlo ahí el tiempo suficiente para que su sangre se oxigene y le dé vida a su cuerpo.

Pero no puede.

Sus ojos se han quedado abiertos como platos, fijos en algún punto indeterminado del espacio. Mirando sin ver. Las manos quietas sobre el regazo, temblando tan levemente que ni ella misma es consciente. La columna rígida, los nudillos apretados, el aliento congelado en la garganta. Su cerebro parece dejar de funcionar de golpe, rehusándose a procesar la terrible información.

Porque en un momento de dolorosa lucidez, Ginny sabe que es cierta. Al igual que enseguida pensó en él aquella terrible noche de hace ya tantos años. De hace tantas vidas. Y en su enturbiada mente aparece de repente el pensamiento de lo irónico que puede llegar a ser el mundo. Lo que pueden cambiar dos simples palabras.

Colin Creevey. Su boca las pronuncia de manera casi inconsciente. Colin Creevey. Oye algo de fondo; cree recordar que Draco estaba hablando con Milos, el portador de la noticia. Y por un momento les odia a los dos, les odia con tanta intensidad que siente que su cuerpo no será suficiente para contener la rabia. Se levanta de golpe, musitando una débil excusa que no es capaz de recordar al momento siguiente. Sale del salón a toda velocidad. Tal vez haya corrido, porque cuando llega a su habitación respira de manera errática y le dan pinchazos de dolor en el costado izquierdo.

No le importa, porque el dolor significa que, después de todo, aún es capaz de sentir. Aunque a veces desearía justamente lo contrario.

Cierra la puerta tras ella. Se deja caer en la cama y se tumba, clavando la vista en el techo. Aprieta los ojos con fuerza, susurrando su nombre una y otra vez. Como un mantra. Quizá, si lo dice muchas veces, él aparecerá y le cogerá la mano como en tantos otros momentos; le acariciará la mejilla y le dirá con una sonrisa brillante y una mirada divertida que todo está bien. Que no debe preocuparse.

Por eso, cuando abre los ojos y no ve a nadie a su lado, la sensación de vacío y de soledad es tan grande que se siente aplastada por ella. Gira sobre sí misma y se tumba de lado, apretando las piernas contra su pecho. Sin moverse. Como una de esas muñecas de porcelana que de pequeña contemplaba con infantil asombro en los escaparates del callejón Diagon.

Y las lágrimas llegan sin previo aviso, y corren libres por sus mejillas sin que haga el menor esfuerzo por detenerlas. Llora en silencio, entre sollozos entrecortados y gritos desgarradores que pugnan por salir de su garganta pero que contiene. Como tantas otras veces.

Se muerde el labio inferior y esconde la cara entre los pliegues de la manta. Y desea desaparecer, que el mundo se olvide de ella. Y que ella pueda olvidarse del mundo, aunque sólo sea por unos instantes.

Se queda así, en silencio, acompañada únicamente por algún escalofrío ocasional y por el sonido de un fuerte viento al otro lado de las ventanas.


La despierta un ruido especialmente fuerte en el exterior. Abre los ojos rápidamente, soñolienta y desubicada, y se pregunta cuánto tiempo debe llevar en esa posición. A juzgar por el punzante dolor de su espalda y la total oscuridad del cielo, varias horas que se le han pasado en apenas segundos.

Se levanta trabajosamente y se apoya en el borde de la mesa que hay junto a su cama cuando un repentino mareo amenaza con hacerla caer al suelo. Aprieta los ojos un instante y respira suave y pausadamente, hasta que la sensación parece pasarse. Luego, con movimientos torpes y vacilantes, camina hasta la puerta y la abre. El pasillo está muy oscuro; la única luz es el tibio resplandor de la luna que logra colarse entre los jirones de nube que esa noche cubren el cielo.

Avanza lentamente, con los brazos cruzados sobre el pecho para protegerse del ligero frío. Baja unas escaleras, atraviesa una puerta, luego otro pasillo. Finalmente su errático caminar la lleva hasta el salón. Se detiene a la puerta, vacilante, como si estuviera a punto de pisar en un lugar maldito. Finalmente, después de unos instantes de duda irracional, entra en la estancia. Se acerca hasta la chimenea, donde únicamente quedan los rescoldos de un fuego que ardió hace tiempo, y apoya la mano en la repisa.

El frío de la piedra la despierta bruscamente y de repente sabe con absoluta certeza, sin necesidad de volverse, que él está ahí. Casi puede verle vestido totalmente de negro y destacando apenas del oscuro tapizado del sofá; con los brazos cruzados, las largas piernas estiradas y la mirada clavada en su espalda.

Se vuelve con lentitud y le mira fijamente, alzando la barbilla con expresión orgullosa. Sabe que su aspecto no es bueno; debe tener los rojos enrojecidos e hinchados después de varias horas de llanto y está segura de que su pelo está enredado y enmarañado. Pero se niega rotundamente a que él la vea hundida.

- ¿No tienes nada que contarme?

Su propia voz la sorprende al salir de su garganta. Draco la mira en silencio unos instantes, sin cambiar ni un ápice su expresión. Finalmente, coge la varita que había depositado en el sofá, a su lado, y apunta hacia la chimenea, diciendo en voz baja:

- Incendio.

Las llamas se reavivan enseguida. Ginny vuelve la cabeza ligeramente para observarlas, y cuando mira otra vez hacia Draco se encuentra con que él se ha levantado y está de pie, a poco más de un metro de ella. Le observa, expectante y sin decir nada, hasta que se decide a hablar.

- Esto no debería haber ocurrido así – es lo primero que dice, y por un momento Ginny siente tanta rabia que podría explotar.

- ¿Ah, no? – replica ácidamente, sin pensar ni siquiera en contenerse - ¿Qué habría sido mejor? ¿Que no me hubiera enterado nunca de la verdad?

Draco la mira con fijeza, sin parpadear siquiera ante su súbito estallido.

- Sí – camina hasta la chimenea y extiende las manos para calentarlas – Creevey me pidió que no te lo contara. Y yo cumplo mis promesas.

- ¿De qué estás hablando? – le pregunta Ginny, incrédula, y sintiendo que su fortaleza de minutos antes se empieza a derrumbar a la misma velocidad que un castillo de naipes.

Él la mira y se dirige nuevamente hacia el sofá, donde se deja caer.

- Me llegó el rumor de que los mortífagos habían capturado a uno de los nuestros – comienza a decir con una voz monótona, totalmente desprovista de emoción – Fui hasta Londres a reunirme con Blaise, que me confirmó que tenían a Creevey en un sótano secreto de algún lugar del callejón Diagon. Pero cuando llegué allí era tarde, ya no estaba. Nott me dijo que ya habían acabado con él… y que le habían dejado en Kensal Green.

- ¿En el cementerio? – pregunta Ginny con voz débil, apretando con más fuerza los brazos contra su cuerpo.

Draco asiente levemente con la cabeza y alza la vista.

- Para cuando le encontré ya no se podía hacer nada por él – se echa hacia delante apoyando las manos en las piernas, luego continúa -: Tienes que entender que lo que dijo Milos antes es totalmente cierto. Si hay algo que deteste, son los traidores. Así que le sacó a Creevey todo lo que pudo y le dejó en el cementerio para que muriera. Le debieron echar alguna maldición, no sé cuál – se frota los ojos, con aspecto cansado – El caso es que estaba sufriendo mucho. Cuando le encontré, empezó a decirme que debía avisaros, que los mortífagos se estaban preparando para atacarnos en Grimmauld Place. En un principio creí que estaba delirando, pero después me confesó que se había unido a ellos. Y me hizo prometer que no te lo contaría. Luego me pidió que le matara - Ella le mira, horrorizada – Lo estaba pasando muy mal; habría tenido una muerte horrible. Lo único que yo hice fue… aliviarle.

Un dolor punzante le atraviesa el pecho. Se siente enferma. Le parece que su corazón late a trompicones y que sus pulmones no deben estar recibiendo oxígeno, porque respirar se le hace indeciblemente complicado. Toma una bocanada de aire y se deja caer al suelo, intentando controlar el frenético ritmo de sus pensamientos y emociones, y aprieta los ojos con fuerza.

- Tenía derecho a saberlo – murmura, en voz tan baja que apenas se escucha en el enorme salón - ¡Me lo teníais que haber contado!

Draco se levanta y se agacha junto a ella, apoyando una rodilla en el suelo.

- Hay algo que debes comprender desde ya, Ginny. Ahora mismo, lo único que tengo de valor es mi palabra. Si la incumplo, me quedo sin nada, y eso es algo a lo que no estoy dispuesto – su voz carece de amabilidad; le habla en un tono duro y brusco que, sin embargo, Ginny agradece.

- ¿Y qué hay de Harry y Hermione? ¿Y de mi hermano? ¿Por qué me han dejado vivir todos estos años creyendo…? – su voz se apaga paulatinamente y traga saliva con fuerza.

- Les pedí que no te lo contaran, ya que no les correspondía a ellos el hablar. Era únicamente mi decisión.

- ¡Aun así, no teníais derecho! – no se da cuenta de que ha alzado la voz hasta que ve la expresión ligeramente sorprendida de Draco - ¡Maldita sea, me iba a casar con él! ¿Cómo habéis podido…?

Draco la silencia con un gesto de enfado.

- No te creas que eres la única que ha sufrido esta situación, Weasley – inexplicablemente, le resulta extraño volver a oír su apellido viniendo de sus labios - ¿Recuerdas ese día, verdad? Claro que sí; nunca podrás olvidarlo. Después de que Potter te apartara de mí para evitar que me estrangularas, estuvo horas interrogándome. ¿Y sabes qué ocurrió? – su mirada se endurece repentinamente y aprieta los labios con fiereza – Que no me creyó. Claro, ¿cómo iba a hacerlo? Draco Malfoy, la oveja negra, paria entre los de uno y otro bando, no tenía credibilidad ninguna. Me tuvieron dos semanas encerrado hasta que pudieron darme Veritaserum y aceptaron que les había estado diciendo la verdad todo el tiempo. Así que no te sientas la única víctima… porque no lo eres. Después de todo, yo me he pasado seis años soportando tu odio hacia mí por algo que, en realidad, no había hecho.

- Como tú bien has dicho – replica Ginny, lamentando profundamente la debilidad de su voz – fue una decisión tuya; no tenía por qué haber sido así. ¿No sabes que estas cosas siempre acaban saliendo a la luz? Preferiría haberme enterado por Harry o Hermione… o por mi hermano… antes que por un maldito mortífago checo.

Agacha la cabeza y se masajea las sienes con las yemas de los dedos, sintiéndose absolutamente agotada y con más ganas de llorar de las que ha tenido nunca. Respira profundamente, intentando calmar sus agitados nervios, y finalmente baja la mano y se queda en silencio.

- Escucha… - la voz de Draco tiene un tono amable que Ginny no ha escuchado nunca en él y que le hace levantar la cabeza y mirarle con ojos húmedos – Por si te sirve de algo, él te quería. Quizá eso fue lo que le hizo redimirse al final.

- Al parecer, no fue suficiente – susurra ella con voz monótona.

La habitación se queda en silencio unos instantes eternos. Draco se vuelve a poner en pie y se sacude el pantalón, luego la mira con expresión dubitativa y dice:

- Escucha… si no te crees capaz de seguir con esto, lo entenderé. Ahora estás a tiempo de dejarlo, más adelante no habrá vuelta atrás.

- No – le corta ella, agradeciendo internamente el cambio de tema – Prefiero seguir. Sino, me volveré loca.

- Como quieras. Pero necesito saber que de verdad podrás hacerlo.

- Podré – replica ella, esbozando una triste sonrisa y poniéndose en pie – Tengo que poder.

Draco da un paso hacia atrás y vuelve a meter las manos en los bolsillos.

- Bien – su voz ha recuperado su sempiterno tono neutral – Deberías ir a dormir, mañana tenemos un día muy largo. Estaré aquí por si necesitas algo.

Ginny niega con la cabeza, alisando una imaginaria arruga de su túnica.

- Ahora no podría dormir. Iré a darme una ducha, me sentará bien. Luego bajaré aquí contigo... si no te importa – añade en el último momento.

La ceja de Draco se alza hasta el infinito y la observa entrecerrando los ojos grises, con expresión inquisitiva.

- Harías bien en no culparte ahora – dice finalmente, tras unos segundos de tenso silencio – Ya no va a cambiar nada.


Llega a su habitación arrastrando los pies, sintiéndose extremadamente débil y cansada. Se toca ligeramente la frente con la mano derecha y la elevada temperatura le hace pensar que probablemente tenga fiebre, quizá debido a ese tiempo tan frío al que no está acostumbrada.

Maldice por lo bajo y aprieta los dientes con fuerza cuando la sacude un súbito temblor, mientras se encamina al baño para darse una ducha que no cree que le sirva de nada.

Se quita la túnica y la arroja descuidadamente a un rincón, junto con los zapatos y el resto de su ropa. Sin molestarse siquiera en dar la luz, abre el grifo de la ducha, comprobando con un dedo la temperatura del agua, y se mete en su interior, estremeciéndose ligeramente cuando el agua caliente toca su piel.

Permanece unos instantes totalmente quieta, dejando que el agua le resbale por el cabello y por la espalda, por el pecho, los brazos y las piernas. Intentando no pensar. Pero los recuerdos se empeñan en inundar su mente, a pesar de lo mucho que se esfuerza en alejarlos, y las traidoras imágenes se repiten en su cabeza una y otra vez, como en una mala película. Y aprieta los ojos con fuerza, como si así pudiera dejar de verlos.

Una tarde junto al lago. Su primer San Valentín en Hogsmeade. Su primer beso. Colin. La primera vez que le dijo que la quería. Cuando le pidió que se casaran. Colin, Colin, Colin. Siempre él. Entonces, repentinamente, la imagen cambia, y casi como si lo estuviera viviendo puede verle con la boca torcida en una media sonrisa y dándole la mano a Milos Yedlicka. Es tan real que deja escapar un grito y en un gesto casi inconsciente su puño cerrado golpea con fuerza la pared de la ducha. El dolor es intenso e inmediato, pero ni siquiera lo siente. Apoya la espalda en la pared y resbala por ella hasta quedar sentada. Encoge las rodillas y se lleva las manos a la cara, escondiendo el rostro entre ellas y respirando profundamente. No quiere llorar. Colin no se lo merece.

Pero el simple hecho de pensar en su nombre, de pensar en la persona que creía conocer, le hace daño. Entierra la cabeza entre los brazos y nuevamente llora, sus lágrimas mezclándose con el agua que corre por su rostro, y se pregunta una y otra vez qué es lo que sucedió. Qué es lo que hizo mal.


No sabe cuánto rato ha pasado. No se mueve. Tiene los ojos cerrados y respira pesadamente, mientras el agua sigue golpeando su espalda sin piedad. Como en un sueño, piensa que debe estar más caliente de lo que parece, porque todo el baño está lleno de un espeso vapor y en su delicada piel han empezado a aparecer llamativas manchas rojas.

Entreabre los ojos para mirar su mano derecha, que bajo aquella fantasmal luz aparece hinchada y amoratada en la zona de los nudillos, donde golpeó la pared. Recuerda eso como si fuera en otra vida, y cierra los dedos con aire ausente, sin tan siquiera sentir el dolor.

Entonces, repentinamente, la puerta se abre. Oye una maldición ahogada y la voz de Draco llega hasta ella:

- Ginny, ¿estás ahí?

Piensa que tal vez deba decirle que sí. Pero no reacciona. Fija la mirada en su silueta, tenuemente enmarcada por la luz de la luna, mientras se va moviendo a tientas hacia la ducha. Finalmente, llega hasta allí y descorre las cortinas. Le ve bajar la vista hacia ella. Ve el gesto sorprendido de su rostro y en un lugar lejano de su mente piensa que debería sentir algo de vergüenza. En un rápido movimiento, Draco extiende la mano y corta el grifo, luego coge una toalla de baño y se agacha ante ella. Sin decir nada, la envuelve con el cálido tejido, y la ayuda a levantarse y a pasar por encima del borde de la ducha. Ella aprieta la toalla fuertemente en torno a su cuerpo y agacha la cabeza, sintiendo que sus piernas tiemblan levemente bajo su peso.

Draco le tiende un albornoz que había colgado tras la pared, y se da media vuelta durante un instante, mientras Ginny se lo pone y deja la toalla abandonada a sus pies. Luego la coge del brazo y la conduce a la habitación, obligándola a sentarse en el borde de la cama. Vuelve a entrar en el cuarto de baño y sale enseguida, portando una toalla algo más pequeña que le tiende:

- Sécate el pelo o cogerás un resfriado.

Ella obedece. Sus brazos parecen pesarle toneladas cuando se alzan para secar el cabello con vigor. Draco espera hasta que termina y se pone en cuclillas. Le obliga a abrir bien los ojos, le palpa el cuello y le pone la mano en la frente. Luego se levanta.

- ¿Se puede saber cuánto tiempo llevas enferma? – demanda en un tono de voz duro.

Ginny aprieta con fuerza los ojos y se masajea las sienes, como si así pudiera aliviar el dolor de cabeza que empieza a reclamar su atención.

- Sólo hoy – logra murmurar débilmente por fin, después de unos instantes – Supongo… supongo que habrá sido el frío.

Él la mira fijamente unos instantes, luego da media vuelta y camina hasta la ventana. Se pasa la mano por el cabello, en un gesto que Ginny ya le ha visto muchas veces, y se vuelve a mirarla.

- ¿Se puede saber qué pretendías hacer? – demanda, sin suavizar ni un ápice su voz - ¿Abrasarte viva o algo así? Porque la verdad, creo que no lo entiendo.

Ginny hace un gesto de negación, esbozando una triste sonrisa y frotándose con suavidad su enrojecido brazo.

- Sólo olvidar.

A pesar de que tiene la mirada clavada en sus pies descalzos, sabe perfectamente que Draco la está observando. Soporta estoicamente su escrutinio, hasta que le ve moverse, y levanta la cabeza para encontrarse con sus ojos grises muy cerca de su rostro. Él alza la mano y le acaricia la mejilla, en un gesto de ternura del que Ginny jamás le habría creído capaz. El labio inferior le tiembla violentamente y aparta bruscamente el rostro hacia el lado opuesto, cerrando los ojos y respirando con fuerza. Entonces le siente acercarse aún más, y nota su aliento muy cerca de la oreja:

- ¿Sabes, Ginevra? Mi madre solía decir muchas veces que, por muy mal que nos sintamos y por muy grande que sea el dolor, los seres humanos estamos condenados. Condenados a sobrevivir y a seguir adelante. Aunque no queramos – luego le pone dos dedos bajo la barbilla y la obliga a mirarle – Aunque no nos guste.

Se miran fijamente unos instantes que parecen eternos. Ginny siente que en cualquier momento se va a hundir en aquellos pozos grises que son sus ojos, y cuando abre la boca para decir algo, cualquier cosa, él la suelta y se levanta.

- Deberías vestirte para dormir – dice, su voz recuperando su tono normal – Iré a prepararte una poción para que no sueñes.

Y sin decir nada más ni dirigirle una sola mirada, sale de la habitación, dejando a una Ginny enferma y desorientada preguntándose qué acaba de pasar exactamente.


Bueno, pues esto ha sido todo. Más cortito esta vez, pero es que mi pobre cabeza no daba para más. ¡Espero que hayáis disfrutado tanto leyéndolo como yo escribiendo!