Harry buscaba entre todas las parejas que había en el salón; sin poder ubicar aún a Ron.

Pero si eso lo inquietaba; un súbito temor lo agolpó al percatarse que ninguno de los tres muchachos que vestían igual se encontraba entre el gentío.

No, no era Ron. Ese tampoco. ¡Ni hablar!... ¡Un momento!.

-¿Es ese?-

Un enmascarado muchacho se encontraba junto al marco de la puerta, recostado en la muralla y mirándolo fijamente a él. En cuanto el muchacho se percató que tenía la atención del chico que sobrevivió, lenta y cuidadosamente levantó su máscara, dejando al descubierto la otra que llevaba abajo.

-¿Ron… mortífago?- susurró para sí mismo, sintiendo como un escalofrío se apoderaba de él. Sin dudarlo dos veces, se abrió paso entre la multitud, la cual le reprochaba la imprudencia, mientras veía como Ron salía del salón corriendo.

Después de recibir unos cuantos insultos por parte de los alumnos entre los que pasaba, percibió como la sombra de un muchacho doblaba en una esquina. Rápidamente se echó a correr tras él, sin darse cuenta de que el pelirrojo lo estaba dirigiendo hacia las mazmorras.

Veía como aquella silueta se hacía lejana cada vez más, mientras miles de pensamientos se agolpaban en su mente. ¿Cómo era posible que él, el bonachón Ron, terminara aliado a las fuerzas malignas?... Más aún¿cómo había sido capaz de seguir las órdenes de Lucius Malfoy, sabiendo quién era realmente y cómo había tratado a su propia familia?

El mortífago dobló la esquina, y pensó en seguirlo… Pero una fuerza hizo que tanto su trote como sus pensamientos se vinieran abajo.

-¡Bingo, Potter ganó la lotería!-

Estaba de bruces en el suelo, aquella persona que había hablado asmáticamente le había hecho una zancadilla, haciendo que se cayera estrepitosamente debido a la velocidad que llevaba. Tanteó en busca de sus anteojos, que se habían desprendido de su rostro al caer. Se los puso, y maldijo por lo bajo al no haber querido nunca aprender el hechizo que utilizaba Hermione para arreglarlos cuando los cristales se rompían. El vidrio del ojo derecho ya no estaba, y el del izquierdo estaba trizado; pero aún así podía ver bien que el mortífago al cual había estado persiguiendo se acercaba.

Había caído. Era una trampa: dos contra uno en las mazmorras, donde nadie oiría sus gritos.

-Potter, Potter…- decía con un tono falso de lamento el hombre que le había hecho la zancadilla. -¿Cuántas veces tendrá que decirte Dumbledore que no debes vagar por las noches solo y sin varita?-

-¡Blaise, basta de hablar!... No debemos perder más tiempo.- espetaba el otro mortífago.

"¿Zabini?.. Si ese es él, el otro tiene que ser…"

-Malfoy…- dijo en susurro Harry, mientras observaba al muchacho que estaba frente a él.

-Correcto, Potter.- le afirmó, mientras se sacaba la máscara mortífaga. Después de todo; el moreno no viviría para delatarlo.

-¡Le dije a Hermione que eras un asqueroso mortífago!- dijo el chico de ojos verdes; intentando así entablar una conversación que le diera más tiempo.

Pero, para pesar de Harry, Draco no le respondió con palabras. Si no que le sentó un puntapié directo en el estómago, haciendo que el Gryffindor rodara unos centímetros más lejos, mientras intentaba extinguir el aullido de dolor que se le iba a escapar.

-¡No… la… metas… a ella… en esto!- soltó Draco rechinando sus dientes, mientras jalaba por el cabello a Harry.

-¿Qué no la meta en el asunto?... ¡Vamos Malfoy, ella tiene que darse cuenta de la basura que eres, maldito cab…!- no pudo terminar su frase, dado que Draco se había encargado de callarlo estrechándole su cabeza contra el suelo.

El abatido moreno sintió como sus dientes delanteros superiores se clavaban en su labio inferior, dando paso a un riachuelo de sangre que le corría por el mentón.

-¡No, Potter!... No vivirás para contarlo, imbécil.- finalizó, mientras sacaba de la túnica su oscura y larguirucha varita negra.

Harry, que veía que los ojos de Draco brillaban de ira y que con su mano derecha empinaba la varita apuntándolo al corazón, sintió un terror profundo calándose por cada vértebra. ¿Es que acaso así moriría?... ¿Acaso no se cumpliría la profecía que había oído hacía dos años atrás?.

-Créeme, Malfoy, que encontraré algún modo de que ella se entere… Para que así te odie por el resto de su vida.- finalizó mientras el aludido tiraba su varita a lo lejos, para así acercarse a su interlocutor.

-¡Draco, detente!- le gritaba calladamente Blaise, que se había acercado rápidamente al rubicundo para detenerlo entre sus brazos. -¿Qué no te das cuenta que te está desafiando?... ¡Estamos perdiendo tiempo, maldita sea!-

-¡No!... ¡A este bastardo lo mato a golpes!- gritaba Draco, intentando zafarse de su amigo.

Era la oportunidad perfecta para escapar; pero el puntapié que había recibido en el estómago seguía afectándolo, mientras que la gran pérdida de sangre que había sufrido, contando también sus gafas en mal estado, hacían que su vista se nublara.

Blaise empujó a Draco contra una pared, para así intentar tranquilizarlo aunque fuera a base de golpes.

-Déjamelo a mí… Yo acabaré con este infeliz.- dijo para luego dirigirse hacía Harry con su varita en alto, mientras el rubicundo se apoyaba en la pared para no perder el equilibrio y se sobaba la cabeza, producto del golpe que había sufrido al estrellar su nuca contra la muralla.

-Avada Kedabr…-

-¡Expelliarmus!- oyeron los presentes, mientras Blaise veía como un rayo color rojo intenso salía de la oscuridad y le daba de lleno en el pecho, haciéndolo volar por los aires separándolo de su varita, para luego perder el conocimiento al estrellarse contra una armadura que se encontraba al frente.

-¿R…Ron?-

El aludido sonrió maquiavélicamente ante la sorpresa llena de temor que Hermione dejaba ver en su expresión de asombro.

-¿Acaso esperabas a que Malfoy te trajera aquí?- le dijo para luego negar con su roja cabellera. –No, Herms. Él debe estar ocupado… asesinando a nuestro querido Harry.-

Aquella última frase fue para Hermione, como una daga que se incrustaba en el centro de su abatido y furioso corazón. ¿Es que acaso el muchacho que ella tanto adoraba, aquel chico de cabellos de oros, al cual le había entregado sus más preciadas caricias; era capaz de matar a un semejante?. Si bien, sabía que como hijo de mortífago podía ser capaz; no lo comprendía, después de todo, sus grisáceos ojos distaban de desprender el brillo de maldad que su progenitor irradiaba.

-¡Mentira!- chilló mientras sentía como sus ojos desprendían lágrimas de verdadera congoja, al mismo tiempo que un asfixiante nudo se formaba en su garganta.

-¡Vamos, Hermione!... ¿Acaso crees que porque fuiste su prostituta por algún tiempo llegarías a conocerlo?... ¡PERO QUE ILUSA QUE ERES, SANGRE SUCIA ASQUEROSA!-

Terminada aquella frase, la castaña sintió como una mano de Ron se aposentaba en su mejilla, produciéndole un letal ardor. Inmediatamente la imagen de su varita se le vino a la mente; pero luego se maldijo asimisma por haber dejado que Ron la desvistiera, lanzando a lo lejos sus prendas, lugar donde descansaba su varita.

-¡Ron, Harry es tu amigo!- chilló otra vez, mientras sus neuronas trabajaban arduamente en busca de una escapatoria.

-¡Error, Hermione, Harry ERA mi amigo!- le espetó, poniendo énfasis en aquel verbo en tiempo pasado. –Lo único mío ahora… eres tú.-

Pestañeaba varias veces, para así poder quitar de su retina aquel enceguecedor brillo rojizo que lo había perturbado. Y ahí, la vio…

-¿QUÉ DIABLOS HACES AQUÍ?- le vociferó a la muchacha que socorría al Gryffindor, mientras se agachaba para recoger la varita de la rubicunda, que había tirado para auxiliar a su morocho muchacho.

-¿Pero qué demonios ibas a hacer, Draco?- le reprochaba Luna entre sollozos, mientras que con una mano acariciaba a un casi desmayado Harry.

-¿Qué crees tú, Luna?... ¡Cumplir con las órdenes de mi padre para así salvar la vida de Hermione!- le dijo, mientras pasaba del moreno a la rubicunda apuntando con su varita.

-¡Entonces tendrás que matarme a mí también, maldito mortífago!- le dijo, mientras a rastras se ponía delante de Harry, ocupando el lugar de un escudo.

-¡Luna, quítate ahora mismo!... ¡O TENDRÉ QUE MATARTE A TI TAMBIÉN!-

-¡QUE ASÍ SEA ENTONCES!...- le espetó, mirándolo fieramente.

No. No podía asesinar a la única verdadera amiga que tenía; la cual lo había ayudado cuando sus atormentadores pensamientos lo abatían. Después de todo, había sido la Ravenclaw la que le había confirmado el amor que Hermione sentía por él, aquel sentimiento que era el único causante de que Draco siguiera vivo.

-¡Maldita seas, Lovegood!... ¡Quítate o tendré que quitarte a la fuerza!-

-¿ES QUE NO ENTIENDES, MALFOY?...- le gritó. -¿ACASO NO SERÍA ESTO LO QUE TÚ HARÍAS POR HERMIONE?... ¿DAR TU VIDA A CAMBIO DE LA DE ELLA?-

-¡Y ESO ES LO QUE ESTOY HACIENDO!- le vociferó fuertemente, produciendo un eco en el lugar. -¡ESTOY CONVIRTIENDO MI VIDA EN UN CALVARIO POR LA SEGURIDAD DE ELLA!-

-¡Entonces no deberías estar aquí en este momento!-

-¿Qué quieres decir?- le preguntó, sabiendo que la muchacha no le respondería algo gratificante.

-¡Que Ron se la llevó, Draco!... No sé dónde… ¡PERO SE LA LLEVÓ!-

-¿QUÉ?... ¡Mentira! Me lo dices solamente para que deje con vida a Potter…-

-¡NO!... Yo vi como alguien disfrazado como tú la llevaba fuera del baile. ¡Y claro, yo pensé que serías tú!. Pero luego me puse a buscar a Harry, y Neville me dijo que lo había visto salir del salón… Y cuando los encuentro… ¡SOLO HABÍAN DOS DE LOS TRES QUE TENÍAN EL DISFRAZ!... ¡Y RON ES EL ÚNICO QUE NO ESTÁ ACÁ!-

No, no eran momentos para que abatimientos agolparan su mente y su cuerpo. Rápidamente se acercó a Luna y le entregó su varita, para luego dirigirse al lugar donde había lanzado la suya antes de intentar arremeter contra Harry, y tomarla.

-Luna…- le dijo antes de marcharse velozmente. –Lleva a Potter donde Dumbledore y dile que pronto llegarán las tropas del Señor de la Oscuridad.-

-¿Dónde vas?... ¿Qué hago con Zabini?-

-Hechiza a Blaise para que no pueda despertar… Yo iré a buscar a Hermione.- dijo mientras se volteaba para ir a rescatar a su adorada princesa. –Luna…- volvió a decir, mientras se volteaba para mirarla directamente a los ojos.

-¿Si?-

-¿Potter aún tiene ese mapa que revela la ubicación de todos?- le preguntó, recordando las escasas veces que Hermione usaba el mapa merodeador para salir a escondidas a reunirse con él.

-Sí, está en su recámara. Su cama es la tercera hacia la derecha, y está en un baúl. La contraseña es…-

- Godric admirabilis, Et triumphator nobilis.- recitó recordando las tantas veces que había oído a Hermione decirla mientras la estuvo vigilando la última semana. –Y por cierto, el que no haya acabado con Potter considéralo como mi regalo de navidad…-

El pelirrojo se encontraba de pie frente a la castaña, la cual tiritaba no sabiendo si era por el frío que sentía al estar en ropa interior, o por si era el pavor que le producía el chico que se encontraba frente a ella.

-¡Yo no te pertenezco, Ron!- le decía, mientras veía como el aludido comenzaba a quitarse el resto de ropa que ella no había alcanzado a hacer, quedándose solo en calzoncillos.

-Pero luego serás mía, preciosa…- le rebatía, mientras peligrosamente se acercaba a ella. –Pronto nos iremos lejos de aquí… Dejando atrás toda la basura que no te permite ver que yo… ¡QUE SOLO YO PUEDO ESTAR CONTIGO!-

-¿Cómo que nos iremos?-

-Así es, Hermione. Mi amigo, Lucius Malfoy, nos llevará lejos de éste país… Para que podamos comenzar una vida nueva: solos tú y yo…-

-¿Lucius Malfoy?- preguntó incrédula al escuchar aquel odioso nombre. -¿CON ÉL TE ESCRIBÍAS?- le gritó, haciendo que las ansias de poseerla se acrecentaran en el muchacho al sentirse embriagado con el aliento a fresa de Hermione.

-Veo que después de todo, tu inteligencia perdura… ¡Así es!. Fue Lucius el que me ayudó en todo esto; es él, el padre de tu adorado dragoncito, el que hoy acabará con la mitad de Hogwarts... Empezando con Dumbledore, y por su puesto, con la ayuda de su repugnante hijo, con Harry.-

-¡PERO RON, TU PADRE Y TU HERMANA ESTÁN ALLÁ ABAJO!-

-¿Y a mi qué?- le dijo desviando su ladina mirada. –Mi lealtad está con Lucius; después de todo… Fue él el que planeó todo esto… El que me dio la idea de cómo hacerte mía esta noche.-

Volvió a mirar peligrosamente a la castaña, mientras que ésta sentía como si los ojos de aquel muchacho la desnudaban por completo. Sigilosamente se acercó a la Gryffindor, mientras lentamente comenzaba a acercar su mano a los muslos de ella. La chica se remeció ante aquel tacto que le producía terror: era luchar o dejarse vencer fácilmente. ¿Cómo demonios la habían puesto en Gryffindor, si en aquel momento su valentía brillaba por su ausencia?... Pero no. No se dejaría vencer; ella tenía que luchar por mantener las huellas que Draco había dejado en su piel, y no quería que otro fuese a borrarlas.

-¡No te me acerques, Weasley!- le espetó, mientras lo amenazaba lanzando golpes con sus piernas. -¡NI POR UN MINUTO SUEÑES EN TOCARME!-

Una falaz carcajada resonó en la sala común, haciendo que la escasa bizarría que había sentido por un momento Hermione, se desvaneciera. Lentamente, pero haciendo que la castaña percibiera atemorizada cada movimiento, Ron elevó su varita y la apuntó.

-¡Crucio!-

Nunca había sentido un dolor semejante; jamás nada le había causado tal sufrimiento. Era como si millares de pequeñas agujas se incrustaran por cada uno de sus poros; mientras que su garganta liberaba la congoja que el hechizo estaba confeccionando resultados en ella.

-¡Grita más, Granger!... ¡Chilla de dolor que nadie te oirá!...- le decía con un rebosante mohín y una irradiación vil en los ojos. -¡Sí, que tus alaridos me excitan aún más!-

Ya no tenía más fuerzas para seguir luchando contra aquel dolor que sentían su cuerpo y su alma; si hubiese sido posible pedir a Ron que la matase ahí mismo, lo habría hecho. ¡Pero es que ni su voz surgía en esos momentos!... Ya no podía gritar o llorar, ya no podía oír nada, ya no le dolía… Ya no sentía.

Al ver que la chica no se contraía, Ron dejó de ejercer aquella maldición, preocupado por si había causado su muerte. Preocupadamente se acercó a la castaña y puso su mano derecha en el pecho de ella. Una irónica sonrisa se dibujó en sus labios al percatarse de que solo se había desmayado.

-Inconciente o no, Hermione, te haré mía de todos modos.-

Pasó sus frías manos por la espalda de la chica, llegando justo al broche del sujetador. Nerviosamente lo desabrochó y se lo quitó, quedando maravillado con lo que tenía delante de él. Unos redondos pechos descansaban a los lados producto de la gravedad; haciendo que la sangre del pelirrojo hirviera más que nunca. Sin poder contenerse, se acercó a ellos y comenzó a mordisquearlos con fiereza, ya que al fin y al cabo, la muchacha no podía sentir dolor. Mientras seguía succionándolos, llevó una de sus manos a la entrepierna de Hermione, introduciendo sus larguiruchos dedos por debajo de las bragas de ella. Comenzó a besar su abdomen, a medida que con la mano iba bajando la última prenda que cubría a la muchacha. Pero no supo cómo ni por qué su labor había sido interrumpida… No supo quién ni cuando lo había corrido del lado de la Gryffindor, dejándolo de golpe en el suelo a medio vestir.

Luna jalaba del brazo a Harry, quien, aunque aún seguía con mareos por lo sucedido y con dolores en su cicatriz, se había logrado mantener en pie después de muchos intentos de la rubicunda por levitarlo.

-¡Ve tú, Luna!... ¡Yo iré a buscar a Hermione!- le reprochaba, intentando no zafarse muy fuerte para no lastimarla.

-¡No, Harry!... ¡A estas horas ya deben de haber llegado todos los mortífagos a buscarte!- le espetaba, sin intenciones de dejarlo ir. –Además, no tienes idea de dónde pueden estar.-

-¡Luna, por favor!...- le dijo silenciosamente, mientras dejaba de forcejear, para ponerse frente a ella. –Si le sucede algo… jamás me lo perdonaré. Además, Malfoy está solo en esto. ¡Tengo que ayudarlo!.-

La muchacha sabía que el moreno tenía razón: pronto llegarían los mortífagos, si es que ya no estaban ahí, y Lucius, al saber que su hijo no había acabado con Harry, cobraría venganza… Y no sólo en él, si no que en Hermione también.

-Está bien…- le dijo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. –Pero… Ten cuidado, Harry… No quiero perderte.- finalizó, mientras le pasaba la varita de un adormecido Blaise que habían dejado en las mazmorras.

En el Gran Comedor sonaba una apaciguante melodía, mientras que centenares de parejas bailaban al compás de las notas. Todos estaban felices, sus corazones latían con fulgor al sentir el cuerpo de su acompañante tan cerca, mientras sus cuerpos se rozaban tímidamente; encontrándose completamente anexos al mundo que se vivía fuera de aquellas puertas.

-Creo, Minerva, que deberías haberle enseñado a bailar al señor Longbottom.- se sinceraba Dumbledore, mientras veía como un torpe Neville pisoteaba a una molesta Ginny Weasley a medida que intentaba bailar. La profesora de Transformaciones rió disimuladamente. –Ahora que veo a la señorita Weasley¿dónde está su hermano?...-

-No lo sé, Albus.- respondía la mujer sin tomarle importancia.- Debe estar junto a Potter y Granger… Ya sabes, planeando alguna de sus aventuras.-

-Lo dudo, últimamente no se les veía tan juntos. Aunque quizás se estén reconciliando¿no?… Pero¿dónde se encuentran los señores Malfoy y Zabini?-

-¡Vamos, Albus!... ¿Acaso pretendes que vigile con tanta multitud y con tan poca luz?-

-Tienes razón; creo que mis preocupaciones de viejo por Harry se están volviendo paranoicas.-

De pronto, las pocas velas que iluminaban el lugar se apagaron junto con la música. Una ovación se sintió entre el gentío, extasiados por al ansias de conocer qué sorpresa se vendría en esos momentos.

-Vaya, vaya…- chistaba el Weasley. –A tu padre no le hará gracia que estés aquí, Malfoy.-

Pero Draco no se dio tiempo en responderle al pelirrojo, y se lanzó contra él descargando toda la rabia y frustración que sentía en ese momento, provocando que las varitas de ambos rodaran por el suelo. A medida que lo golpeaba, también recibía unos puñetazos por parte del Gryffindor, pero aún así no sentía dolor. No. No podía darse el lujo de sentirlo; tenía que matarlo con sus propias manos cobrando venganza en nombre de Hermione.

-¡ERES REPUGNANTE, WEASLEY!- le gritaba Draco, mientras le propiciaba otro golpe en la mejilla al pelirrojo.

-¡NO, MALFOY!... ¡SI ESTOY HACIENDO ESTO; ES PORQUE LA AMO!- respondía Ron, al mismo tiempo en que golpeaba el estómago del rubicundo.

-¡TÚ NO LA AMAS, CERDO ASQUEROSO!- le espetaba el Slytherin ya cansado de tanto golpearlo, dándole un puñetazo certero en la nariz.

-¿Y QUÉ SABES DE AMOR?... ¡SI TANTO LA AMARAS HUBIESES CUMPLIDO CON LO QUE TU PADRE TE ORDENÓ, BASTARDO!- vociferaba el Gryffindor, para luego golpear con furia la mandíbula de su adversario.

Pero esta vez Draco optó por el silencio, cambiándolo por acción. ¿Qué que sabía de amor?... Pues lo sabía todo; sabía que sin sus caricias su piel se secaría, que sin sus besos lo poco y nada que le quedaba de alma lo abandonaría, sabía que sin Hermione no era capaz de vivir…

Se lanzó sobre Ron, a medida que lo golpeaba con cualquier cosa que encontrara en su camino. Pero el pelirrojo no se quedaba atrás; lo jalaba por los cabellos dorados, para luego golpearlo donde fuera con un puntapié.

-Vaya, vaya… Y pensar que todo esto es por una sangre sucia.-

Ambos muchacho detuvieron su trifulca; volteándose para ver quien había pronunciado aquellas palabras tan fríamente. Lucius Malfoy salía de la oscuridad del retrato dejándose ver, mientras ambos chicos sentían como un miedo innato afloraba en sus abatidos y ensangrentados cuerpos.

-Me das asco, Draco…- le decía mirándolo con profundo odio. –No sé cómo caíste tan bajo.- seguía reprochándole a medida que se acercaba a él.

-Te di la oportunidad para reivindicarte… Pero aún así me desobedeciste.- ya se encontraba a solo unos metros de su hijo, el cual pretendía saber en qué terminaría todo. –Siendo que te advertí qué ocurriría se ni acataban mis órdenes¿no?.-

Draco sintió como su padre jalaba su cabello, echándolo para atrás.

-Pero esto… lo pagarás con la sangre de la asquerosa a la que amas y…- dijo escupiéndole a la cara, para luego darle un puntillazo en la espalda, haciendo que el chico se arqueara del dolor. -Con tu sangre también.-

Harry subía las escaleras rápidamente, tropezándose con algunos escalones de vez en cuando. Pero no era tiempo para sobarse o lamentarse… ¡No!. Mientras corría rumbo arriba, se maldijo en varias ocasiones.

"¿Cómo no me di cuenta antes?... El único lugar al que pocos tienen acceso es la sala común de Premios Anuales. ¡Apostaría mi vida a que se encuentran ahí!."

Llegó al recuadro que custodiaba la entrada, y susurró la contraseña, acordándose de haberla oído aquel 24 de diciembre, cuando había pasado la noche en aquel lugar junto a Hermione.

Entró silenciosamente, intentando no ser descubierto si es que alguien se encontraba en aquel lugar, mientras se criticaba a si mismo por no llevar en esos momentos la capa de invisibilidad que había heredado de su padre.

-¡Hermione!- gritó, al ver que su castaña amiga se encontraba casi completamente desnuda, temiendo lo peor en ese momento. Rápidamente, sin siquiera percatarse si tenía compañía alguna; llegó al lado de la chica y comenzó a zamarrearla, intentando así, encontrar alguna señal de vida.

-¡POTTER, NO!- gritaba Draco, olvidándose por un momento de aquel dolor que su padre le había propiciado, empezando a sufrir internamente. Después de todo, sabía que la única persona que daría su vida, como él, por Hermione, sería el moreno que ahora se volteaba horrorizado al ver la escena.

Veía como Ron, aquel muchacho al cual había considerado su hermano, estaba semidesnudo sangrando y esbozando una temerosa sonrisa malévola; el rubicundo chico estaba en el suelo, expresando una mueca de pánico, mientras su rostro estaba empalagado de sangre, y se sobaba la espalda. Pero lo que verdaderamente le causó pavor, fue ver como Lucius Malfoy, la mano derecha de Lord Voldemort, lo miraba asesinamente mientras lo apuntaba con la varita.

-¡Suelta tu varita, Potter!- le espetaba, dejando un brillo triunfante en sus ojos.

-¿Qué le hace pensar que obedeceré sus órdenes?- le reprochaba tranquilamente; intentando que su temor no lo traicionara, mientras intentaba buscar una solución a la situación.

-Tú eliges, Potter…- decía el patriarca Malfoy, mientras dirigía su varita en el centro del pecho de la muchacha. –Eres tú… o ella.-

-¡NO!- gritó ahora el pelirrojo, al mismo tiempo en que se levantaba sin saber de dónde había sacado las fuerzas. -¡NO LE PUEDE HACER DAÑO, USTED ME LO PROMETIÓ!-

Lucius rió sonoramente, para luego reemplazar sus carcajadas por un suspiro lamentosamente falso.

-Weasley, Weasley… Si él no se entrega, moriremos tú y yo. Y esa asquerosa sangre sucia se quedará con el bastardo al que algún día llamé hijo…-

Ron meditó unos segundos las palabras de Lucius; ya que después de todo, tenían bastante lógica. Si Harry no soltaba su varita, seguramente acabaría con la vida de Lucius, su único aliado. Y, por si fuera poco, después sería el primogénito Malfoy el que lo mataría a él, para quedarse con el trofeo por el cual él mismo había confabulado aquel complot.

-Potter, dame tu varita…- susurró maliciosamente el chico de cabellos rojizos, a medida que se acercaba al aludido, el cual, quitaba su puntería del hombre para dirigirla a éste. –Si me matas, Lucius acabará con tu vida, con la de Hermione y con la de ese… Hijo de…-

-¡RON!... ¿CÓMO DIABLOS PUEDES…?- comenzó a reprocharle con profundo dolor Harry, sin poder terminar su frase, dado que, silenciosamente, Lucius lo había maldecido con un hechizo.

El morocho, por segunda vez en la noche, cayó bruscamente de bruces al suelo, mientras Ron observaba la situación con congoja. Aprovechando aquel descuido, Draco se arrastraba sigilosamente por el suelo, en busca de un pedacillo de madera que se encontraba a una corta distancia de él.

-¿QUÉ LE HIZO?- chilló el pelirrojo, enfrentando la cruel y victoriosa mirada de Lucius.

-No te preocupes, Weasley…- intentaba calmarlo; después de todo, sabía que aquel insignificante muchacho era su único cofrade, capaz de hacer cualquier cosa por aquella muchacha que aún seguía sin tener conocimiento. –Ahora que mis compañeros deben estar acabando con todo mundo allá abajo, no habrá nadie que impida que la profecía se cumpla. No, no seré yo quien acabe con la miserable vida de éste engendro: mi Señor tendrá aquel honor. Pero, lo siento por ti Weasley… Yo prometí cobrar venganza si mi hijo no cumplía mis órdenes. ¡Y la palabra de un Malfoy nunca se quebranta!-

Ron miraba con terror como el hombre de cabellos rubios comenzaba a elevar su varita para dirigirla hacia el cuerpo blanquecino de Hermione, que brillaba a la luz de la luna.

-¡NOOOOOOOOO!- gritó de nuevo, al mismo tiempo en que se abalanzaba contra el mortífago, el cual, lo lanzaba a lo lejos con un solo manotón. No, no podía creer que ni siquiera fuerzas le quedaran para impedir que la mujer que amaba muriera delante de sus propios ojos.

-¡Avada Kedavra!- de la varita salía un resplandeciente fulgor verde fosforescente; mientras que la persona que había sido impactada con aquella maldición imperdonable, quedaba sin vida.

Alaridos de horror se escuchaban a viva voz en el Gran Comedor; no había luz más que la que la luna oscura brindaba, al mismo tiempo que una verde calavera con una serpiente entre sus cavidades se escondía. Sí, era la marca tenebrosa la que se encontraba iluminando aquel salón. Pero aquel suceso no era el único que causaba pánico; una decena de mortífagos lanzaba hechizos a diestras y siniestras, puesto que habían avisado con prioridad a los Slytherin de lo que iba a suceder… De lo que estaba ocurriendo en aquel momento.

Era imposible intentar escapar; puesto que a medida que salían corriendo, colisionaban con algún otro desesperado muchacho, cayendo directamente al suelo. Era una estupidez intentar romper algún vidrio o abrir las puestas para escapar; puesto que los seguidores del Señor de las Tinieblas tenían todo sumamente calculado.

Tenía miedo, mucho miedo. Quizás era primera vez en la vida que Albus Dumbledore se sentía inseguro ante aquella batalla: no tenía modo alguno de avisar a los de la Orden lo que estaba sucediendo en ese instante. Su miedo aumentó más aún al ver, gracias al fulgor que propiciaba la marca tenebrosa invocada, que su fiel amigo y profesor de la escuela, Rubeus Hagrid, yacía sin vida en el suelo.

-¡MINERVA!- gritaba mientras se debatía en un arduo duelo con Mcnair. -¡MINERVA!-

Pero entre tantos gritos horrorizados de los alumnos; le era imposible escuchar si la mujer a la que llamaba le respondía. Le dio de lleno con un Avada Kedavra al mortífago, para luego comenzar a batallar con otro de ellos… Mientras esperaba que un milagro los salvase aquella noche.

Pie de limón!. ¡Budín de chocolate!. ¡Grajeas de todos los sabores!. ¡Bavarois de fresas!- chillaba Luna, intentando que la gárgola, que custodiaba el despacho del director, dejase la entrada libre.

Sí. Después de haber estado con Harry en las tenebrosas mazmorras, había partido una larga carrera rumbo al Gran Salón para contarle todo a Dumbledore. No. Se había detenido al ver como varias sombras negras entraban al lugar, mientras a sus espaldas conjuraban algo hacia las paredes.

-¡ABRE MALDITO PEDAZO DE PIEDRA!-

Pero nada. Ni siquiera tiritaba un poco aquella gárgola, dejándole claro que si no tenía la contraseña, no pasaría jamás.

-¿Es que los jóvenes de hoy ni siquiera respetan el silencio de la noche?-

La muchacha, inmediatamente se volteó hacia donde habían salido aquellas palabras. Uno de los arcaicos cuadros dejaba ver como una señora miraba indignadamente a un viejo hombre.

-¡Phineas!... Te rogaría que respetaras mi privacidad. No porque hayas sido director de esta escuela¡quiere decir que te puedas pasear como Pedro por su casa!- reprochaba la dueña del cuadro.

-¡Merlín, Isabella!- espetaba el viejo hombre. -¡Es que los gritos de ésta muchachita no me dejaban descansar!-

Luna sentía que, mientras que su corazón latía sin intenciones de disminuir su velocidad, sus neuronas trabajaban fieramente por encabezar las piezas del rompecabezas que tenía en la mente.

-¡DISCULPE!- gritó, intentando así de llamar la atención del que alguna vez había sido el director de Hogwarts. -¿Es usted Phineas Nigellus?-

-¡Sí que lo soy!- respondía el tátara tátara abuelo de Sirius Black, orgulloso de ser quien era. Bien, quien alguna vez había sido.

-¡ENTONCES USTED ME AYUDARÁ!- le confesó Luna, mientras lágrimas de esperanza rebotaban desde sus ojos azules.

Ron sentía una enorme opresión en su pecho, mientras que un intenso temor hacía vibrar cada una de sus vértebras. Estaba solo; mientras que dos cuerpos estaban inconcientes, uno yacía sin vida, y un Malfoy lo miraba amenazadoramente.

-¡PREPÁRATE, WEASLEY!- vociferaba fieramente el rubicundo. -¡EL PRÓXIMO ERES TÚ!-

Draco no había sentido ni siquiera el más mínimo remordimiento al acabar rápidamente con la vida de su padre; después de todo, nunca lo había considerado como su progenitor. Todo lo contrario; lo único que había sentido por él, era temor. Pero él ya no estaba, ahora solo estaba conciente de lo que estaba sucediendo entre él y el pelirrojo… El cual aniquilaría lo antes posible. Lo hubiese hecho, de no ser porque escuchó como unos pequeños quejidos comenzaban a sonar a su espalda. Se volteó esperanzado al ver como Hermione despertaba de su inconciencia, para luego percatarse que el que volvía en sí era el moreno: Harry Potter.

-¡Malfoy, no!- dijo, intentando sonar alarmante, pero su cansina voz no se lo permitía; mientras que su cicatriz ardía como nunca.- ¡No ensucies tus manos con ésta porquería!... Herms no te lo perdonaría jamás.-

-¡Déjate de sentimentalismos, Potter!...- le espetaba sin quitar los ojos de Ron. -¡POR CULPA DE ÉL ESTAMOS ACÁ!-

Pero no, Harry no permitiría que Malfoy, el hombre que su mejor amiga amaba, cometiera aquel asesinato. A rastras llegó donde se encontraba el rubicundo, comenzando a forcejear con él por quitarle la varita.

-Harry, Harry… ¿Cuándo aprenderás que la bondad no te hará un sobreviviente en este mundo?- sintieron como una tétrica y gélida voz resonaba horrorosamente en la Sala Común.

Los tres muchachos clavaron sus ojos sobre una negra silueta que se encontraba a unos pocos metros de ellos, mientras el hombre incrustaba sus rojizos ojos en el chico que tantas veces lo había vencido.

Una raquítica mujer reía con estupor, pero sus carcajadas se perdían entre el mar de gritos que había en el lugar. Mientras pronunciaba su esquelético mohín, rondaba a un hombre de cabellos blanquecinos que se encontraba tirado en el suelo, mientras que su respiración jadeaba cada vez más.

-¡Haz lo que se te de la gana, Bellatrix!- decía con sorna Albus Dumbledore. –De todas maneras Harry vencerá a Tom…-

-¡Inmundo anciano!- reprochaba furiosamente la mujer, al mismo tiempo en que volvía a pisotear alguna parte de su ya debilucho cuerpo arrugado. -¡Mi Señor acabará con ese bastardo!... Digo, debe estar en eso.-

Era segunda vez en la vida del anciano director en que aquella expresión de horror se apoderaba de su rostro. ¿Es que acaso la mujer le estaba diciendo la verdad?... ¡Pues sí que la decía!. Algo en aquel brillo maquiavélico triunfante le decía que esta vez era honesta, sin dejar de recordar la ausencia que había notado de su protegido.

-Pero, obviamente, Dumbledore…- continuaba siseando la mortífaga. –No vivirás para ver como Mi Señor retorna a la cúspide…- finalizó, mientras elevaba su varita para dirigir la puntería hacia el director.

Pero un ensordecedor ruido la sacó de concentración; si mal no creía, no muy lejos, había oído una explosión.

Las ventanas del Gran Comedor se hacían millares de cristalcillos, mientras que por los agujeros que habían dejado, entraba un grupo de personas montadas en escobas y con sus varitas a lo alto, mientras que éstas irradiaban luces de diferentes colores.

Bellatrix Lestrange estaba consternada ante aquella situación: una tropa de aurores y miembros pertenecientes a la Orden del Fénix disparaban hechizos mortales sin un mínimo de reconcomio a los otros mortífagos. Como buena Slytherin que había sido algún día, comenzó a escabullirse entre la multitud tal cual una serpiente escapa de su depredador; puesto que como lo había acatado su amo, si algo fuera de planes llegaba a suceder, en las manos de ella estaba que él se enterase inmediatamente. Pero no contaba con que, con la llegada de los aurores, el viejo Albus Dumbledore había recibido una descarga de energía esperanzadora que le devolvía un poco de sus agotadas y casi nulas fuerzas.

Lupin batallaba arduamente con Nott, uno de los mortífagos más respetados y temidos; sin darse cuenta que detrás había una silueta oscura que, poco a poco, se acercaba a él apuntándolo por las espaldas.

-¡REMUS!- sintió Lupin que le vociferaban en su mente, puesto que estaba seguro que aquel bramido no había sido percatado por sus tímpanos. Pero aquel acongojador grito lo había sobresaltado, provocando que se volteara; lo que había llevado como consecuencia que, el avada kedavra que Bellatrix le había lanzado silenciosamente, lo rozara y siguiendo su curso diera de lleno en el contrincante con el cual había estado batallando.

-¡NOTT!- chilló la macabra mujer blanquecina de cabellos negros como la noche.

Pero no recibió respuesta del fallecido cuerpo de su compañero; si no que como réplica sintió como unas manos la jalaban haciendo que tambaleara bruscamente. Aquella acción de Dumbledore, había sido la última, puesto que las fuerzas que había utilizado para entrar en la mente de Lupin para advertirlo, sumadas las de ahora, lo habían agotado profundamente haciendo que su cuerpo no respondiera ni al más mínimo estímulo.

-¡LESTRANGE!- vociferaba iracundo el heterogéneo Remus Lupin. El odio que sentía por esa mujer era incomparable: ella había sido la causante de que su mejor amigo, Sirius Black, cayera por aquel extraño velo hacía ya dos años atrás, haciendo que nunca más lo volviera a ver.

El hombre que alguna vez había pertenecido a los merodeadores sabía que un duelo a varitas no sería suficiente; ¡NO!. Debía, y sentía, que tenía que hacerla sufrir antes de terminar con su deplorable existencia. Rápidamente se abalanzó contra la mujer, quien era tomada por sorpresa ante tal ataque, haciendo que los dos cayeran escandalosamente al suelo. Remus puso ambas palmas de sus manos alrededor del cuello de la mortífaga, mientras ella luchaba con todas sus fuerzas por detener aquel ahogamiento que le producía.

-¡Lupin…no…por favor…!- suplicaba entrecortadamente, sintiendo ya que el aire no llegaba a su cerebro. –Debes…ir…a…socorrer…a…Potter.- después de todo, creía que su vida era más importante que la de su idolatrado Voldemort. Además, aún sentía cierto recelo por él por todos los años que la había hecho esperar en Azkaban.

Fue entonces cuando la rabia de Remus cambió bruscamente por un sentimiento de preocupación. Sí, bien recordaba el mensaje que Luna había enviado al número 12 de Grimmauld Place con Phineas Nigellus, quien alguna vez, había sido el dueño y señor de aquella casa que ahora era usada como el cuartel de la Orden.

Apresuradamente dejó de ejercer fuerza sobre el cuello de la mujer, la cual tenía las manos bien marcadas en aquel lugar, para luego mirarla con desprecio y decir:

-Esto es por Sirius…- sentenció, para luego hacer eclipsar a la mujer con un verde fulgor que desprendía su varita, y que le daba de lleno en la cara.

Aquella atormentadora ráfaga de terror seguía calando profundamente en cada una de sus células, a medida que el hombre entre dejaba ver su terrorífico rostro a la luz de la luna.

-Draco… muchacho¿cómo has podido traicionar a tu sangre?- le decía, mirándolo profundamente con odio a los grisáceos ojos en los que ya no quedaba ni un brillo de esperanza. No era necesario que le propiciara alguna maldición; puesto que aquellos ojos rojos serpenteados traspasaban más allá de su alma, de su cuerpo… haciendo que un dolor incontrolable se apoderara del rubicundo.

-Harry… ¡Qué alegría volverte a ver!- fingía una alegre emoción, mientras dirigía su mirada al muchacho, que inconcientemente apretaba su cicatriz con la mano derecha, mientras que con la izquierda dejaba caer la varita que le había rebatado al rubicundo de las pocas fuerzas que tenía.

-Ronald Weasley…- comenzaba a sisear, mientras que el aludido innatamente hacía un ademán de respeto con su cabellera. –Siempre tuve muchas ganas de conocerte, puesto que he oído mucho sobre ti. Debo reconocer que al principio no me pareció buena la idea que Lucius me había propuesto, pero reconozco que fuiste muy útil para esta ocasión tan especial. Es por eso que te doy la opción de elegir… Tú decides¿prefieres unirte a mis filas, siéndome fiel, como lo fue Lucius, hasta el día de tu muerte o… prefieres morir como esas dos ratas que tienes a tu lado?-

Antes de que el pelirrojo pudiera responder lo que tenía ya decidido, una rubicunda cabellera se le adelantó.

-Ja, ja, ja.- reía falsamente Draco, y sin saber él mismo siquiera de dónde había obtenido tal coraje para enfrentársele. -¿Así que mi padre te recomendó a esta comadreja?-

El Señor de la Oscuridad sonrió con malicia, mientras asentía lentamente, sin quitar la vista del muchacho que tenía enfrente.

-Así es, Draco… Tu padre me dijo que él...- dijo refiriéndose a Ron, quien tomaba lugar junto al que sería su nuevo amo y señor. –Era mucho más valiente y hombre que tú.-

-¿Así que ser valiente es seguir por miedo las órdenes de un anciano demente como tú?-

-¡Crucio!- gritó enfurecidamente, sin darse cuenta que un moreno cuerpo se interponía entre su hechizo y Malfoy.

Draco veía como Harry caía a sus pies, chillando del dolor al sentir lo que él había sentido muchas veces a manos de su padre. ¿Pero para qué había hecho eso?... Si después de todo, la profecía indicaba a Harry como el que acabaría con la vida del anciano que reía complacidamente frente a él. "Potter, idiota… ¡Te estás debilitando para tu batalla final!"

-¡AHHHHHH!- gritaba Harry sintiendo como mil puñales lo agolpaban sin piedad. -¡Salva a Hermione, Malfoy!- finalizó, mientras su cuerpo ya no aguantaba su propio peso.

El aludido inmediatamente giró su vista a la muchacha semidesnuda que seguía inconciente; creyéndose incapaz de encontrar alguna solución para aquel momento. ¿Es que acaso Potter creía que Voldemort lo dejaría salir con Hermione sin ponerle problema alguno?.

-Toma...- espetó el mago oscuro, mientras le pesaba su propia varita al pelirrojo. –Acaba con la vida de éste traidor y demuéstrame que puedo confiar en ti…-

No tenía alternativa alguna; si no hacía lo que le ordenaba, moriría él también. Además, una cierta sed de venganza hacía que su inconciente gritara a viva voz que había estado anhelando aquella orden desde hacía mucho tiempo.

Sin siquiera titubear tomó la varita que el hombre le ofrecía, para luego apuntar directamente al pecho de un estupefacto Draco.

-Ron, no…- susurraba cansinamente desde el piso, Harry.

Pero el muchacho no escuchaba; él solo sentía que la venganza se estaba apoderando de sus venas, sentía que el momento más glorioso por el cual había estado esperando por fin había llegado.

-Prepárate, Malfoy… Porque esta noche no fue hecha para que los dos la contempláramos… ¡Avada Kedavr…!- se detuvo instantáneamente, al ver como una semidesnuda figura se intercalaba entre su enemigo y él.

-¡QUÍTATE!- gritaron al unísono el enamorado chico rubicundo, y el obsesionado pelirrojo.

-¡RON!... ¿CÓMO PUDISTE SER CAPAZ…?- comenzó a chillar Hermione, sintiendo aún esas molestosas agujillas en su cuerpo incrustadas.

-¡MÁTALA A ELLA TAMBIÉN, WEASLEY!- ordenaba Voldemort, comenzando a sentir un éxtasis incomparable ante aquella situación; se liberaría de tres molestosos estorbos de un tiro, y a la vez, adquiriría un nuevo adepto lleno de odio y venganza.

Pero no. Ron no podía atentar más allá que unos golpes contra ella; después de todo, si había hecho un pacto con el mismísimo diablo… Había sido solo por ella, por Hermione Jane Granger.

Voldemort veía como el brazo entero del chico temblaba de la indecisión; por lo que, sin que Ron se percatara, le arrebató su varita y le dio un empujón brusco para que se apartara.

-¡Avada Kedavr …!-

-¡NO!- gritó el pelirrojo golpeando la varita del mago, al mismo tiempo en que un verde musgo fulgor brillante salía de la varita de Voldemort, haciendo un esplendoroso recorrido que terminaría en el pecho de Hermione. Pero no, no había dado en la castaña. Hubiese sido así, de no ser porque un astuto rubicundo la abrazó fuertemente para así voltearse junto a ella, recibiendo de lleno el hechizo en su espalda.

Hermione sintió como unas frías manos se deslizaban descendentemente por su cuerpo, para tiempo después, escuchar como el cuerpo de su adorado príncipe de plata caía sórdidamente. Mientras la horrorizada muchacha socorría a su adorado Slytherin, Ron se debatía con el mismísimo Lord Voldemort por la obtención de la varita de éste.

El hombre intentaba por todos los medios alejar a aquel muchacho bruscamente, pero lo que no tenía en cuenta era que Ron no se dejaría vencer tan fácilmente. No, no dejaría que lo que había estado esperando por tanto tiempo le fuera arrebatado. ¡No!. ¡Lucius le había prometido una vida feliz con Hermione!... Y si no lo hacía Lucius, lo haría él mismo por sus propios medios.

No sabía de dónde había sacado aquella valentía para enfrentarse al mismísimo demonio; pero lo estaba haciendo. Se golpeaban fieramente, mientras que ninguno tenía intención alguna de dar su brazo a torcer. Si bien, de vez en cuando, Voldemort solía tener más precisión en sus golpazos, él aún tenía fuerzas para seguir luchando… O, por lo menos, eso creía.

-¡Estúpido!- gritaba Voldemort, que, en una de esas instancias en que luchaba con el pelirrojo, había logrado golpearlo con todas sus fuerzas contra la pared, lo cual había hecho que el muchacho perdiera el equilibrio, soltando la varita. -¿Acaso creíste que me vencerías a mí?... ¿Al mago más grandioso de todos los tiempos?-

Era su fin. Sí; podía sentir que pronto su existencia acabaría. Pero¡NO!. Había jurado por los mismísimos Dioses y por su amor hacia la castaña, que no se rendiría hasta haber acabado con Malfoy… Y así, comenzar una nueva vida junto a Hermione… Lejos de todo aquel que los conociera.

-¡Avada Kedavra…!-

Al escuchar aquella frase, la castaña volteó a ver lo que sucedía. Horrorizada veía como Voldemort desorbitaba sus rojizos ojos. Aterrorizada veía a un desfigurado Ron...

Una oscura y desformada expresión tomaba el rostro de Tom Riddle, que miraba aterrorizado lo que ocurría. Hacía solo unas milésimas de segundos había estado frente al pelirrojo y apuntándolo con la varita, para así terminar con su insignificante existencia. Pero no, ya no era así. Si bien seguía encontrándose frente a él, las manos del muchacho se posaban ahora en el pedazo de madera junto con las suyas… No se había dado cuenta de que el pelirrojo, en un acto rápido de reflejo, había desviado con una mano la varita, haciendo que el hechizo fuese a parar a la muralla, para luego retornar en la misma dirección… Dándole de lleno a él mismo.

Miles de imágenes se agolpaban en su mente, mientras que esperaba ver la típica luz blanca que todos decían ver cuando su hora final llegaba. Vio perfectamente el momento en que acabó con cientos de vidas inocentes: el jardinero, James Potter, Lily Evans, Peter Pettigrew… Sí, había aniquilado a ser bastardo que tenía como servidor por haber insinuado que Potter tenía probabilidades de derrotarlo a él. Pero aquella luz nunca llegaba; solo podía ver como su vista se nublaba, al mismo tiempo en que su cuerpo perdía fuerzas, cayendo atronadoramente al suelo de una vez.

¿Es que acaso él, el chico que siempre quedaba en segundo plano, había acabado con lo que el mismísimo Harry Potter no había logrado hacer?... ¿Es que acaso él, el muchacho al cual muchos consideraban cobarde e insignificante, había desafiado lo que una antiquísima profecía había deparado?... No. Debía estar soñando ese momento de triunfo, seguramente.

Hermione miraba absorta la escena; veía claramente como Ron, con las pocas fuerzas que le quedaban, hacía a un lado el adormilado cuerpo del que alguna vez había sido la peor pesadilla del mundo mágico. Pero su terror se intensificó aún más al ver como el pelirrojo recogía algo del suelo, para luego elevar la varita que alguna vez le había pertenecido a Voldemort, y finalmente dirigirle una gélida mirada a ella.

-Granger…- susurró perversamente, mientras intensificaba la mirada en ella. -¡Quítate que acabaré ahora mismo con ese bastardo!-

Aunque el pelirrojo le provocaba un intenso temor, no se movió ni un centímetro.

-¡Ron, por favor!- suplicaba, mientras sentía como su voz comenzaba a quebrarse. -¡Si quieres me voy contigo donde quieras!... ¡Pero por favor, no le hagas nada a él!-

Una tétrica carcajada sonó en la ya oscura habitación, puesto que las llamas de la chimenea se habían extinguido repentinamente.

-¡No, Hermione, no!... Esto, es un asunto pendiente entre él y yo.-

Si bien tenía conciencia en que todo era por ella; todo se había vuelto personal. Desde el momento en que el rubicundo había osado tocar el virginal cuerpo de Hermione, se había convertido en un asunto íntimo entre el Slytherin y el Gryffindor. No podían vivir los dos para respirar el mismo aire, para pisar el mismo suelo, para mirar la misma noche, para beber la misma agua… No podían vivir los dos para amar a la misma muchacha.

-¡RON, NO HAGAS ESTO!- seguía suplicando la castaña. -¡NO PUEDES HACERLO!... ¡NO TE MANCHES MÁS TUS MANOS!... ¡NO DEBES…!-

-¡SÍ QUE DEBO, HERMIONE!- la contradijo vociferando el pelirrojo. -¡NO PERMITIRÉ QUE ÉL VIVA PARA QUE SEA FELIZ CONTIGO!-

-¡RON!... ¡VOY DONDE QUIERAS CONTIGO!... ¡NO LO VUELVO A VER NUNCA MÁS, SI QUIERES!... ¡HAGO LO QUE SEA!-

-¿POR ÉL, NO?- seguía reprochándole, a medida que se acercaba a ellos. -¿PERO POR MÍ NUNCA LO HUBIERAS HECHO, CIERTO?-

-¡CLARO QUE SÍ, RON!... ¡TODOS LOS MOMENTOS BUENOS QUE PASAMOS JUNTOS LOS LLEVO SIEMPRE EN MI CORAZÓN!... ¡INCLUSO LOS MALOS!... ¡SABES LO MUCHO QUE TÚ SIGNIFICAS PARA MÍ!-

-Entonces…- comenzó a espetarle sin alzar la voz. –Recoge tu varita y decide…-

Pero la castaña no se movía; casi ni se notaba el vaivén de su agitada respiración. Creía que sus oídos le habían jugado una mala pasada; pero el ver la cara de odio e impaciencia de Ron contradecían aquella alucinación que había escuchado. ¿Es que acaso era cierto?... ¿Ron le estaba pidiendo que se convirtiera en una asesina?... Más aún; ¿le estaba pidiendo que decidiera entre él y Draco?.

-Ya sabes Hermione… Si no lo matas tú, de todos modos lo haré yo. Solo tienes una opción de salvar su pútrida vida: matarme a mí.- reconfirmó Ron, mirando con soslayo la expresión de incredulidad que adoptaba la chica.

-¡ESTAS LOCO!- le recriminó en un agudo chillido desgarrador. -¡ESTAS COMPLETAMENTE LOCO!-

-¡SÍ!- respondió el aludido volviendo a elevar su tono. -¡Y SI ESTOY LOCO, HERMIONE, ES POR TI!... ¡ES POR TU CULPA!. ¡FUISTE TÚ LA QUE ME DIO FALSAS ESPERANZAS, LA QUE ME ILUSIONÓ!...-

-¡PERO SI YO TE DIJE QUE NO TE AMABA, RON!... ¡TE LO ADVERTÍ!... ¡YO NUNCA TE VOY A AMAR COMO LO AMO A ÉL!-

Pero el pelirrojo no replicó a la dura confesión que había escuchado; aunque ya la había oído tiempo atrás… Por aquellos días en que solo se conformaba con estar al lado de ella. Pero ahora era otro; ahora sabía que su destino estaba ligado a ella, y que el de ella a él. Y, aunque fuera a la fuerza, se encargaría de que Hermione lo aceptara.

Con violencia agarró a la castaña de los brazos, intentando quitarla del lado del rubicundo al cual protegía afanosamente.

-¡ALÉJATE DE ÉL!-

-¡NO!... ¡SUÉLTAME!-

Si bien Ron doblaba en contextura y fuerza a Hermione; ésta se defendía perfectamente a patadas y arañazos que herían al pelirrojo. Más aún, él no iba a permitir que la razón por la cual que había convertido en lo que era, lo derrotada e impidiera acabar con la persona que había convertido todo su mundo en una miseria. No, no iba a permitir que Draco Malfoy saliera airoso una vez más. Logró zafarse de la chica, que lo tenía agarrado por los rojizos cabellos, y le dio de lleno en la mandíbula con su pie, aprovechando que la muchacha se encontraba en el suelo junto al rubicundo. La fuerza del golpe era tanta, que provocó que la cabeza de Hermione girara lo suficiente como para dar de lleno con el borde del sillón en su cien, provocando su inconciencia una vez más.

Muchos sentimientos se habían encontrado aquella noche, muchas palabras habían calado profundamente en los corazones de los que se encontraban ahí, muchas varitas habían caído derrotadas, muchos cuerpos se habían rendido vencidos en aquella guerra que se desataba… Pero era solo uno el que se llevaría todo el triunfo; después de todo, tenía el as bajo la manga. No podía ser más perfecto; mataba a Malfoy y les borraba la memoria a Harry y a Hermione. Sí¿cómo no?. Así, ellos no recordarían nada y él diría al mundo que había acabado con los más terribles mortífagos, y bueno, con el mismísimo Lord Voldemort. Y, de ese modo, quedaría como el héroe del asunto… Y se quedaría con el amor de Hermione.

"¡YO NUNCA TE VOY A AMAR COMO LO AMO A ÉL!"

Aquella frase que la muchacha le había confesado resonaba entre sus neuronas. Aquella cruda verdad lo hacía perder el poco halo de cordura que aún le quedaba…

¿Por qué no acabar con ella también?... Después de todo, ella misma se había sentenciado: nunca lo amaría. Pero… ¿tenía el valor para hacerlo?. ¡Claro que lo tenía!... Si ella no iba a amarlo a él, tampoco amaría a otro.

-¡NO, HERMIONE!... ¡SI NO SOY YO, NO SERÁ NINGUNO!- gritó apuntando el frágil cuerpo de la castaña, que descansaba sin conocimiento a centímetros del caballero por el cual estaba dispuesta a darlo todo.

-No, Weasley… ¡Mátame a mí!- susurró casi inaudible Draco, quien despertaba luego de ese fallido maleficio que había lanzado Voldemort, mientras sentía como si su espalda tuviese una herida a carne viva.

-No te preocupes, Malfoy…- respondía tranquilamente, aún manteniendo su puntería sobre la fémina. –Esta noche, solo uno quedará con vida. Y ese… seré yo.-

Lo tenía decidido; acabaría con la vida de los dos Gryffindors y del Slytherin.

-Pero primero, antes de matarte, quiero que veas como muere esta asquerosa sangre sucia…-

Mientras Ron seguía balbuceando frases, que aunque iban dirigidas para el rubicundo, más parecía que hablase consigo mismo; Draco intentó recobrar las pocas y nulas fuerzas que sabía que se habían extinguido. Sacudió un poco su blanquecino cuerpo, y sintió como un líquido espeso recorría su espalda. A duras penas tanteó con su mano en su espalda, y luego comprobó lo que suponía; aquel malogrado hechizo le había abierto la piel. Pero la herida que sentía su alma y su corazón, no tenían comparación alguna. Estaba todo perdido… Lo que alguna vez pudo haber sido la más hermosa historia de amor, iba a tener el peor desenlace jamás pensado. Pero no iba a morir tan indignamente… ¡NO!... No había luchado por tanto tiempo contra sus sentimientos para perecer tan pusilánimemente. Si iba a morir; iba a morir por ella… Sin saber de dónde demonios había obtenido las fuerzas para levantarse, lo hizo. Sin saber cómo había podido llegar junto al pelirrojo, lo hizo.

Se había olvidado por completo de que no era el único conciente en la habitación; el odio repentino que había comenzado a sentir por la castaña lo había hecho olvidar su entorno. Pero unas violentas manos lo habían devuelto a la realidad.

El pelirrojo aún mantenía la varita en su mano derecha, mientras que con la otra intentaba propiciarle cuanto golpe podía recibir el rubicundo. Pero era de suponer que Draco tenía la ventaja de tener ambas manos libres para arremeter contra Ron. Era una disputa desmedida; mientras uno de ellos intentaba pronunciar un maleficio, el otro lo único que deseaba era aniquilar a su contrincante con sus propias manos. Rodaban por el suelo, luchando ahora por la obtención de la varita. Rodaban mientras el Slytherin le daba un rodillazo certero en la entrepierna… Rodaban mientras el Gryffindor le asestaba un eficaz cabezazo… Rodaban mientras una escuálida figura de cabellos enmarañados comenzaba a despertar.

Su vista estaba nublada; no recordaba ni dónde estaba, ni cómo había llegado ahí, ni siquiera con quién estaba. Pero bien podía escuchar una voz que resolgaba de alegría…

-¡NUNCA DEBISTE INTERPONERTE ENTRE ELLA Y YO!...- gritaba el pelirrojo, quien, mientras habían estado rodando por el suelo, había quedado firmemente sobre un abatido rubicundo, y con la varita en su poder.-¡ELLA ME PERTENECE!... ¡ELLA ES MÍA, MALFOY!-

"¡Malfoy!"

Tan solo aquel apellido le había hecho recordar todo lo sucedido aquella fatídica noche; tan solo aquel olor mentolado le hacía saber que no había alucinado esas palabras.

-¡Despídete, hijo de puta!... ¡AVADA KEDAVRA!-

-¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!- gritó desgarradamente Hermione, al entrever escasamente, dado su nublada vista, como una figura estaba sobre otra. Como a centímetros de las manos del que estaba encima salía un fulgor verde fosforescente… Mientras veía como el Gryffindor había liquidado al Slytherin; como el pelirrojo ponía fin trágicamente a la vida del muchacho rubicundo por el cual tantas veces ella había reído, llorado y suspirado. Por el cual había aprendido a amar sin límite alguno… Mientras veía como el que había sido alguna vez su mejor amigo acababa con la única persona por la cual ella era capaz de dar su vida…

Mientras veía como Ronald Weasley asesinaba a Draco Malfoy.


NO ME ODIEN!... :(... Haber, en primer lugar os pido disculpas por demorarme tanto... siendo que ya tenía desde hace días listo el capítulo... ¡NO HABÍA TENIDO TIEMPO PARA SUBIRLO! .. ¡Merlín!... Esto de la Universidad quita mucho tiempo xD. Es por eso que no había podido actualizar... ¿Pueden creer que tuve en mis manos un bisturí y tuve que sacarle la grasa a un canino muerto solo para ver los músculos?... ¡Dios! Me costó mucho aceptarlo; cada vez que lo miraba me imaginaba a mis dos perritos.. Pero bueno, lo peor ya pasó :) (La verdad es que no xD El sábado tengo prueba desde las 8:30 hasta las 15:00! Moriré!)

Bueno, dos cosas... Mejor tres xD

1º. No le puse ninguna canción, porque no encontré ninguna adecuada para este laaaaaarguísimo capítulo. (son como 15 hojas word! xD).

2º. Este es el penúltimo capítulo... Si son observadores, quizás quede algo de esperanza... Solo quizás; hay muchas formas de continuar con un amor tan bello y puro como el que se tienen Herm y Draco.

3º. Aunque no tuve tiempo de actualizar; sí que leí sus reviews... Y como siempre: SON BELLOS! En serio, ustedes son lo mejor!... Los quiero mucho :)...

Atte. Agatha Black Malfoy