Todos los personajes de esta historia pertenecen a J.K. Rowling. No gano
dinero con esto!
La escribo esperando el libro 5... Como se tarda!
Espero que si lees este capítulo lo disfrutes. Déjame un Review :) con tu
crítica (buena o mala).
Capítulo 1 Una noche agitada
Las cosas no podían estar peores en el número 4 de Privet Drive. Dudley, el hijo de los Dursley, la familia que allí vivía, estaba teniendo una crisis de proporciones. Llevaba meses a dieta estricta y aunque había conseguido bajar de peso, su carácter se estaba volviendo caótico y violento. Sus padres, siguiendo los consejos de un sicólogo, le habían obsequiado un perro. Pensaron que así se relajaría. Pero no fue así. Aunque el perro solo llevaba un par de días en la casa, Dudley lo había estado pateando desde su dormitorio hasta la calle, dejándolo como muerto. Todo ocurrió debido a que el perro había encontrado, - y comido -, unos pasteles que Dudley había ocultado primorosamente debajo de su cama.
Harry, el primo de Dudley que vivía con ellos, se guarecía sabiamente de la tormenta. Oculto en su cuarto, detrás de la puerta que mantenía siempre prudentemente cerrada, escuchaba los llantos histéricos de su tía Petunia y los inútiles intentos de su tío Vernon por calmar a su hijo. Harry escuchaba atento. Sabía que de nada serviría su presencia abajo, ya que los Dursley rara vez le hacían caso. Pero sabía que tío Vernon buscaría desquitarse en alguien, y sabía por experiencia que ese alguien no podía ser otro que él. El saber cuando ocultarse y cuando aparecer era de vital importancia para no parecer ni que se estaba entrometiendo, ni que se estaba escondiendo. Harry sabía que si se mantenía alejado, pero aparecía apenas tío Vernon lo llamara, la furia de éste sería menor. Así que Harry esperaba tras la puerta de su cuarto, como un actor esperando para salir a escena en el momento oportuno, o al menos en el menos inoportuno.
Desde la llegada del perro, al que habían llamado Devorador en honor al perro favorito de tía Marge, Harry había tenido que procurar que la puerta de su cuarto nunca quedara abierta. Sabía que si sus tíos descubrían que guardaba comida escondida en su cuarto se enojarían mucho, y Devorador parecía tan hambriento como su dueño. Toda la comida que escondía eran cosas que le habían mandado sus amigos: Hermione, Ron y Hagrid. Las ocultaba debajo de una tabla suelta del piso debajo de su cama. Eran gracias a estos alimentos que Harry no era un montón de huesos ya que, al igual que el verano pasado, los Dursley habían decidido seguir todos la dieta de Dudley para que no se sintiera tan mal.
Harry prestó oído. Acababa de escuchar el auto de tío Vernon. Corrió a la ventana justo a tiempo para ver alejarse el auto, con los tres Dursley en su interior. Por la ventanilla de atrás Harry pudo ver que su primo parecía gritarle algo a sus padres, y parecía rojo de furia.
Sintiendo que por ahora el peligro había pasado, Harry salió de su cuarto y bajó las escaleras. Abajo, la sala parecía un campo de batalla: aparentemente Dudley había usado de proyectiles varios adornos y se había defendido con el perchero que yacía quebrado en el piso. Harry se dirigió a la puerta y la abrió. En el jardín se veía el cuerpo inmóvil del buldog de Dudley. Harry se acercó y viendo que continuaba sin moverse comenzó a acariciarlo. No era que Harry le tuviera afecto al perro, pero haber acabado en manos de Dudley no se lo deseaba ni a Snape, que era el profesor que Harry más odiaba de su colegio, ni a Draco, un alumno con el cual no podían ni olerse a diez metros. Pensando que harían los Dursley con los restos de Devorador, Harry continuó acariciando al perro. Pensó que lo mínimo que se merecía era una digna sepultura y que los Dursley lo botarían probablemente a la basura. No teniendo mucho que perder y pensando que de todos modos los Dursley debían tener para rato, Harry cogió la pala de jardinería y comenzó a cavar un agujero en un lugar discreto del jardín, en el que no había pasto. Después de unos tres cuatros de hora el agujero parecía lo bastante grande para que cupiera el perro, y lo bastante profundo para que quedara prudentemente sepultado. Secándose el sudor de la frente volvió hacia el cuerpo del perro y lo levantó. Casi lo deja caer de la impresión cuando sintió que gemía. Con el corazón en el cuello volvió a dejar al perro en el suelo. Acercó su oído al cuerpo y notó que respiraba y que su corazón latía débilmente.
Harry se sentó en el suelo. Estaba nervioso y cansado, y tenía miedo de que los Dursley llegaran y vieran el agujero en el jardín. Ahora no tenía mucha idea que hacer con el perro. Ya no lo podía enterrar, si lo dejaba ahí tal cual moriría, y si lo llevaba dentro de la casa y lo cuidaba tal vez sobreviviría. Aunque si viviera probablemente Dudley acabaría matándolo. Tal vez lo mejor era tapar el agujero y dejar el perro morir ahí donde estaba. Dada la suerte que había tenido de llegar a casa de los Dursley, su muerte prematura era tal vez lo preferible. Tenía que tomar una decisión rápida, se había demorado demasiado en cavar y tal vez los Dursley ya venían en camino. Decidió por ahora que lo mejor era volver a tapar el agujero y decidir luego que haría con el perro. Se puso manos a la obra y con el nerviosismo acabó rápidamente de devolverle al lugar su aspecto habitual.
Pero ahora venía la parte más delicada del asunto: el perro. Pensó en si mismo, perseguido por Voldemort que quería matarlo. A pesar de eso el seguía vivo. Se había tenido que enfrentar a él en varias ocasiones y había sobrevivido. Quien sabe, tal vez el perro también podría sobrevivir. Habiendo tomado ya una decisión, Harry tomó el cuerpo del infortunado perro y lo llevó dentro de la casa. No sabía muy bien donde ponerlo sin causarle un colapso a tía Petunia, - que probablemente lo creía muerto -, así que pensó que por ahora lo mejor era llevarlo a su cuarto.
Con dificultad debido al peso del animal, Harry consiguió llegar a su cuarto y abrir la puerta. Dejó al perro sobre la alfombra y volvió a acariciarlo: seguía vivo pero extremadamente helado. Tapó al perro con una manta y bajó a la cocina a llenar una botella con agua caliente. Con la improvisada bolsa de agua caliente subió a su dormitorio y forrándola con unos viejos calcetines para no quemar al perro, la puso junto al cuerpo del animal para que lo mantuviera tibio.
En ese momento, Hedwig se posó en la ventana. Acababa de llegar con una carta y un paquetito amarrados en una de sus patas. Al ver al perro en el cuarto de su amo, miró a Harry de un modo que Harry no pudo interpretar y volvió su vista al perro como confirmando sus sospechas. Olvidando por unos momentos al perro, Harry se acercó a Hedwig que, - con su mirada aún clavada en el perro -, la acercaba la pata en la que traía atado un pequeño rollo de pergamino. Harry cogió el pergamino y acarició suavemente a su lechuza. Luego vio que el pergamino era de su padrino Sirius Black. Sirius Black era un mago fugitivo: había estado 12 años preso en la cárcel mágica de Askaban, por un asesinato que no había cometido, y hace más de un año había logrado escapar. Harry y sus amigos lo habían ayudado a huir y ahora se hallaba oculto en alguna parte.
Aunque Harry no había tenido muchas oportunidades para estar con él, siempre se escribían. A Sirius le gustaba saber como iban las cosas con su ahijado. A Harry este contacto lo hacía sentirse más seguro, más querido. Harry había quedado huérfano cuando solo tenía un año, y desde entonces había tenido que vivir con su únicos parientes: los Dursley. Estos no lo querían para nada, y a Harry tampoco lo hacía feliz vivir con ellos. Era un gran alivio para él cuando terminaban las vacaciones de verano y volvía al colegio Hogwarts de magia y hechicería. Había ingresado a ese colegio cuando tenía once años, y fue entonces que se había enterado que era un mago y que sus padres habían muertos asesinados por el peor mago tenebroso del mundo, - Lord Voldemort -, y no en un accidente de auto como los Dursley le habían hecho creer desde niño. También se había enterado para gran sorpresa suya que entre los magos él, - Harry Potter -, era famoso. Famoso debido a que era el único que había sobrevivido a un ataque del señor tenebroso.
Harry comenzó a leer la carta:
Querido Harry,
Espero que te encuentres bien. Por acá la cosa está peligrosa. Ha habido varios asesinatos en familias muggles y de magos. Aunque el ministerio sigue negándolo, el regreso de Voldemort está siendo cada vez más notorio. Dumbledore me ha comentado que al parecer a estado indagando sobre las protecciones usadas en Privet Drive. Es muy probable que se ponga en contacto contigo pronto. Harry, quiero que le hagas caso en todo a Dumbledore. Prométeme que serás cuidadoso y no te estarás exponiendo. Yo no puedo estar contigo como quisiera en este momento, pero puedes confiar en Dumbledore como si fuera yo.
Sirius.
PD: casi lo olvido: ¡Feliz cumpleaños! Espero que tu regalo te guste. Manténlo contigo y no lo pierdas.
Harry abrió el diminuto paquete y vio que era un anillo. Parecía ser de piedra pero por alguna razón era muy liviano. Se lo puso en un dedo y comprobó que casi no se sentía su peso. En ese momento escuchó a lo lejos el auto de sus tíos acercándose. Vio que eran pasadas las once de la noche y pensando en que no deseaba dar explicaciones por la presencia del perro en su dormitorio, ni de que descargaran su estrés con él, decidió mejor apagar la luz. En la oscuridad se puso el pijama y después de acercarse al perro y comprobar que seguía vivo, se fue a la cama con la carta de Sirius bajo la almohada, el curioso anillo en su dedo y diciéndose que mañana contestaría la carta.
Capítulo 1 Una noche agitada
Las cosas no podían estar peores en el número 4 de Privet Drive. Dudley, el hijo de los Dursley, la familia que allí vivía, estaba teniendo una crisis de proporciones. Llevaba meses a dieta estricta y aunque había conseguido bajar de peso, su carácter se estaba volviendo caótico y violento. Sus padres, siguiendo los consejos de un sicólogo, le habían obsequiado un perro. Pensaron que así se relajaría. Pero no fue así. Aunque el perro solo llevaba un par de días en la casa, Dudley lo había estado pateando desde su dormitorio hasta la calle, dejándolo como muerto. Todo ocurrió debido a que el perro había encontrado, - y comido -, unos pasteles que Dudley había ocultado primorosamente debajo de su cama.
Harry, el primo de Dudley que vivía con ellos, se guarecía sabiamente de la tormenta. Oculto en su cuarto, detrás de la puerta que mantenía siempre prudentemente cerrada, escuchaba los llantos histéricos de su tía Petunia y los inútiles intentos de su tío Vernon por calmar a su hijo. Harry escuchaba atento. Sabía que de nada serviría su presencia abajo, ya que los Dursley rara vez le hacían caso. Pero sabía que tío Vernon buscaría desquitarse en alguien, y sabía por experiencia que ese alguien no podía ser otro que él. El saber cuando ocultarse y cuando aparecer era de vital importancia para no parecer ni que se estaba entrometiendo, ni que se estaba escondiendo. Harry sabía que si se mantenía alejado, pero aparecía apenas tío Vernon lo llamara, la furia de éste sería menor. Así que Harry esperaba tras la puerta de su cuarto, como un actor esperando para salir a escena en el momento oportuno, o al menos en el menos inoportuno.
Desde la llegada del perro, al que habían llamado Devorador en honor al perro favorito de tía Marge, Harry había tenido que procurar que la puerta de su cuarto nunca quedara abierta. Sabía que si sus tíos descubrían que guardaba comida escondida en su cuarto se enojarían mucho, y Devorador parecía tan hambriento como su dueño. Toda la comida que escondía eran cosas que le habían mandado sus amigos: Hermione, Ron y Hagrid. Las ocultaba debajo de una tabla suelta del piso debajo de su cama. Eran gracias a estos alimentos que Harry no era un montón de huesos ya que, al igual que el verano pasado, los Dursley habían decidido seguir todos la dieta de Dudley para que no se sintiera tan mal.
Harry prestó oído. Acababa de escuchar el auto de tío Vernon. Corrió a la ventana justo a tiempo para ver alejarse el auto, con los tres Dursley en su interior. Por la ventanilla de atrás Harry pudo ver que su primo parecía gritarle algo a sus padres, y parecía rojo de furia.
Sintiendo que por ahora el peligro había pasado, Harry salió de su cuarto y bajó las escaleras. Abajo, la sala parecía un campo de batalla: aparentemente Dudley había usado de proyectiles varios adornos y se había defendido con el perchero que yacía quebrado en el piso. Harry se dirigió a la puerta y la abrió. En el jardín se veía el cuerpo inmóvil del buldog de Dudley. Harry se acercó y viendo que continuaba sin moverse comenzó a acariciarlo. No era que Harry le tuviera afecto al perro, pero haber acabado en manos de Dudley no se lo deseaba ni a Snape, que era el profesor que Harry más odiaba de su colegio, ni a Draco, un alumno con el cual no podían ni olerse a diez metros. Pensando que harían los Dursley con los restos de Devorador, Harry continuó acariciando al perro. Pensó que lo mínimo que se merecía era una digna sepultura y que los Dursley lo botarían probablemente a la basura. No teniendo mucho que perder y pensando que de todos modos los Dursley debían tener para rato, Harry cogió la pala de jardinería y comenzó a cavar un agujero en un lugar discreto del jardín, en el que no había pasto. Después de unos tres cuatros de hora el agujero parecía lo bastante grande para que cupiera el perro, y lo bastante profundo para que quedara prudentemente sepultado. Secándose el sudor de la frente volvió hacia el cuerpo del perro y lo levantó. Casi lo deja caer de la impresión cuando sintió que gemía. Con el corazón en el cuello volvió a dejar al perro en el suelo. Acercó su oído al cuerpo y notó que respiraba y que su corazón latía débilmente.
Harry se sentó en el suelo. Estaba nervioso y cansado, y tenía miedo de que los Dursley llegaran y vieran el agujero en el jardín. Ahora no tenía mucha idea que hacer con el perro. Ya no lo podía enterrar, si lo dejaba ahí tal cual moriría, y si lo llevaba dentro de la casa y lo cuidaba tal vez sobreviviría. Aunque si viviera probablemente Dudley acabaría matándolo. Tal vez lo mejor era tapar el agujero y dejar el perro morir ahí donde estaba. Dada la suerte que había tenido de llegar a casa de los Dursley, su muerte prematura era tal vez lo preferible. Tenía que tomar una decisión rápida, se había demorado demasiado en cavar y tal vez los Dursley ya venían en camino. Decidió por ahora que lo mejor era volver a tapar el agujero y decidir luego que haría con el perro. Se puso manos a la obra y con el nerviosismo acabó rápidamente de devolverle al lugar su aspecto habitual.
Pero ahora venía la parte más delicada del asunto: el perro. Pensó en si mismo, perseguido por Voldemort que quería matarlo. A pesar de eso el seguía vivo. Se había tenido que enfrentar a él en varias ocasiones y había sobrevivido. Quien sabe, tal vez el perro también podría sobrevivir. Habiendo tomado ya una decisión, Harry tomó el cuerpo del infortunado perro y lo llevó dentro de la casa. No sabía muy bien donde ponerlo sin causarle un colapso a tía Petunia, - que probablemente lo creía muerto -, así que pensó que por ahora lo mejor era llevarlo a su cuarto.
Con dificultad debido al peso del animal, Harry consiguió llegar a su cuarto y abrir la puerta. Dejó al perro sobre la alfombra y volvió a acariciarlo: seguía vivo pero extremadamente helado. Tapó al perro con una manta y bajó a la cocina a llenar una botella con agua caliente. Con la improvisada bolsa de agua caliente subió a su dormitorio y forrándola con unos viejos calcetines para no quemar al perro, la puso junto al cuerpo del animal para que lo mantuviera tibio.
En ese momento, Hedwig se posó en la ventana. Acababa de llegar con una carta y un paquetito amarrados en una de sus patas. Al ver al perro en el cuarto de su amo, miró a Harry de un modo que Harry no pudo interpretar y volvió su vista al perro como confirmando sus sospechas. Olvidando por unos momentos al perro, Harry se acercó a Hedwig que, - con su mirada aún clavada en el perro -, la acercaba la pata en la que traía atado un pequeño rollo de pergamino. Harry cogió el pergamino y acarició suavemente a su lechuza. Luego vio que el pergamino era de su padrino Sirius Black. Sirius Black era un mago fugitivo: había estado 12 años preso en la cárcel mágica de Askaban, por un asesinato que no había cometido, y hace más de un año había logrado escapar. Harry y sus amigos lo habían ayudado a huir y ahora se hallaba oculto en alguna parte.
Aunque Harry no había tenido muchas oportunidades para estar con él, siempre se escribían. A Sirius le gustaba saber como iban las cosas con su ahijado. A Harry este contacto lo hacía sentirse más seguro, más querido. Harry había quedado huérfano cuando solo tenía un año, y desde entonces había tenido que vivir con su únicos parientes: los Dursley. Estos no lo querían para nada, y a Harry tampoco lo hacía feliz vivir con ellos. Era un gran alivio para él cuando terminaban las vacaciones de verano y volvía al colegio Hogwarts de magia y hechicería. Había ingresado a ese colegio cuando tenía once años, y fue entonces que se había enterado que era un mago y que sus padres habían muertos asesinados por el peor mago tenebroso del mundo, - Lord Voldemort -, y no en un accidente de auto como los Dursley le habían hecho creer desde niño. También se había enterado para gran sorpresa suya que entre los magos él, - Harry Potter -, era famoso. Famoso debido a que era el único que había sobrevivido a un ataque del señor tenebroso.
Harry comenzó a leer la carta:
Querido Harry,
Espero que te encuentres bien. Por acá la cosa está peligrosa. Ha habido varios asesinatos en familias muggles y de magos. Aunque el ministerio sigue negándolo, el regreso de Voldemort está siendo cada vez más notorio. Dumbledore me ha comentado que al parecer a estado indagando sobre las protecciones usadas en Privet Drive. Es muy probable que se ponga en contacto contigo pronto. Harry, quiero que le hagas caso en todo a Dumbledore. Prométeme que serás cuidadoso y no te estarás exponiendo. Yo no puedo estar contigo como quisiera en este momento, pero puedes confiar en Dumbledore como si fuera yo.
Sirius.
PD: casi lo olvido: ¡Feliz cumpleaños! Espero que tu regalo te guste. Manténlo contigo y no lo pierdas.
Harry abrió el diminuto paquete y vio que era un anillo. Parecía ser de piedra pero por alguna razón era muy liviano. Se lo puso en un dedo y comprobó que casi no se sentía su peso. En ese momento escuchó a lo lejos el auto de sus tíos acercándose. Vio que eran pasadas las once de la noche y pensando en que no deseaba dar explicaciones por la presencia del perro en su dormitorio, ni de que descargaran su estrés con él, decidió mejor apagar la luz. En la oscuridad se puso el pijama y después de acercarse al perro y comprobar que seguía vivo, se fue a la cama con la carta de Sirius bajo la almohada, el curioso anillo en su dedo y diciéndose que mañana contestaría la carta.
