¡Saludos a todos!
Disclaimer habitual.
Gracias a Francia, que como siempre encontró los cocodrilos en mi capítulo.
Ve lo que mis ojos no ven e_e. Y sabe mucho más de castellano que yo :D
¡Gracias!
Naiko: No te confundas. El tipo de la foto no sale mencionado en la obra de JKR. A eso me refería. Lau está preocupada, si. Es muy posible que Draco termine pasando una semanita de vuelta en el colegio. Ya veremos como se porta el gato jajaja. No encuentro que tus reviews sean tontos. Al contrario. Me gustan mucho. Sobre la órden del fénix, no sé todavía. Tengo que pensarlo. Sirius saldrá pronto. Tal ves Remus lo acompañe, si no está muy ocupado.
Joyce Granger: Si, supongo que bañará al gato en algún momento, si se lo queda ^_^ .Tus dudas serán casi completamente aclaradas en este capítulo. ¡Aunque no totalmente! Muahahaha XD
Elendil: ¡¡¡Gracias, o gurú (guru)!!! Jajajaja. Aprovecho de decirte, por n- ésima vez, que me encantan tus fics.
V!rU§ P@()LÅ: Que pena que te quiten el internet :-( Acá yo estoy contenta. Mi hermana grande acaba de contratar un plan de esos 24 horas con tarifa plana, así que da lo mismo cuanto rato me conecte. No es por sacar pica jajaja ;)
Consuelo: Gracias por tu review. Me alegra que te guste.
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Capítulo 29 Preparativos
**********************
Harry se encontraba nuevamente en la mesa, con sus padres. Le sonreían. Era feliz. De pronto, su padre sacó un pergamino de alguna parte. Lo miró unos segundos, luego a su esposa, buscando apoyo. Tomó aire, y miró a Harry a los ojos.
-Hijo. Tu madre y yo hemos tomado una decisión -miró a su esposa, quién asintió invitándolo a continuar-. Hemos visto cuanto has tenido que sufrir todos estos años, y cuán feliz eres aquí con nosotros. Es por eso que te queríamos proponer algo que, en condiciones normales, jamás te hubiéramos pedido.
Harry lo miró intrigado. Lo que fuera que ellos querían, él lo haría. Podían contar con eso. Esos instantes pasados con ellos habían sido lejos los mejores de su vida.
-¿Qué quieren que haga? -preguntó con una sonrisa. Su padre le pasó el pergamino que tenía en sus manos. Harry lo tomó y lo miró con curiosidad. Era la fórmula de una poción.
-¿Qué...? -comenzó a preguntar Harry, pero fue interrumpido por su padre.
-Queremos que te quedes con nosotros, definitivamente. Nos gustaría que dejaras ese mundo, donde sólo has pasado penas.
-Sólo queremos tú felicidad -añadió su madre, tomándole la mano y apretándola.
Harry pasó su mirada del pergamino a sus padres, de sus padres al pergamino, y luego de nuevo a sus padres, sin entender completamente a qué se referían.
-¿Para qué es esta poción? -preguntó con un temblor en la voz que no pudo controlar. Se miraron, y su padre le puso una mano en el hombro.
-Esa poción te inducirá a un sueño profundo. Finalmente, luego de algunas horas, morirás sin dolor alguno. Nosotros te estaremos esperando. Te recibiremos, y luego estaremos juntos.
-Para siempre -agregó su madre sonriendo.
-P... pero, no puedo hacer eso.
-Harry -le dijo su padre muy serio-. Sé en lo que estás pensando. Sabemos que hay mucha gente que te quiere, y se preocupa por ti. Pero estamos cansados de verte triste. Y no estés preocupado por Voldemort. Ya hiciste tu parte, y con creces. Los demás tendrán que hacer la de ellos ahora, para que tu puedas descansar de una vez.
Harry se quedó pensando unos momentos. La tentación era grande. Tomarse una poción. Dormirse suavemente, sabiendo que en unas horas se encontraría con sus padres. Y que nunca jamás nadie lo separaría de ellos.
Por otra parte, no podían criticarlo por morirse. Todo el mundo muere, algún día. Después de todas las veces que había estado en peligro, a nadie podía extrañarle. Si se hubiese muerto en cualquiera de esas ocasiones, igual se las tendrían que haber arreglado sin él, para vencer a Voldemort.
Voldemort... Voldemort estaría feliz con su muerte. Harry se encogió de hombros. De todos modos Voldemort terminaría matándolo tarde o temprano. Y si tenía que morir, esa parecía una manera muy suave de hacerlo. Sin peleas, sin maldiciones cruciatus, sin sufrimiento. Sin más muertes por SU causa. Pensó en Cedric Digory.
-Si, Lo haré -dijo con decisión, y se levantó a abrazar a sus padres.
~ * ~
Lejos de ahí, Voldemort sonreía satisfecho, mientras miraba la escena. Con su mano dentro de la esfera verde, cerró sus ojos, concentrando sus pensamientos en la figura de James Potter.
-Ahora, hijo -murmuró- tenemos que estar seguros de que recordarás la fórmula cuando despiertes...
~ * ~
-Ahora, hijo -exclamó su padre sonriendo-, tenemos que estar seguros de que recordarás la fórmula cuando despiertes. Cuando abras los ojos, ya no tendrás el pergamino en tus manos, y el sueño quedará un poco confuso. Te la tienes que aprender de memoria, hasta que la puedas recitar sin ningún error. Cuando te despiertes, lo primero que tienes que hacer es escribirla mientras todavía la tienes fresca en tu mente. ¿Comprendes?
-Si, perfectamente -respondió Harry, mirando el pergamino.
-También tienes que saber que algunos de estos ingredientes son bastante raros. Pero sin duda los podrás encontrar en las reservas que tenga en Hogwarts, el profesor de pociones -añadió su padre cerrándole en ojo. Lily también se rió.
-¡Pero deben estar protegidas! -exclamó Harry-. ¿Cómo lo hago para sacarlas? Si me agarran no sé qué me van a hacer...
-No te preocupes, hijo. Con tu madre hemos pensado en todo. Hay un hechizo poderosísimo que inhabilita barreras por algunos minutos. Requiere de concentración, pero te lo enseñaremos también.
~ * ~
Había amanecido hace varias horas en Hogwarts, aunque eso no se veía desde las mazmorras inferiores, donde la luz del sol no había entrado en siglos. Snape, con unas grandes ojeras, contemplaba al chico que dormía plácidamente frente a él.
Había pasado toda la noche vigilando. No lo había perdido de vista ni un segundo. Tenía frío, y ganas de ir al baño. Pero no podía moverse de ahí. Ni tampoco despertarlo.
Cambió de posición sobre la silla.
De pronto, el chico comenzó a moverse, y abrió los ojos. Snape sacó rápidamente su varita. Pero Harry no lo había visto. No tenía idea de su presencia ahí, y sin sus gafas sólo veía nubes.
Harry tomó sus gafas de la mesita de noche, y se las puso, mientras recordaba la tarea que tenía. Antes que nada, escribir la receta. Iba a estirar la mano para sacar pergamino que tenía en el cajón cuando notó que algo se movió cerca de él. Miró hacia arriba. Ese algo era Snape, con cara de pocos amigos.
-Buenos Días -saludó Harry maldiciendo mentalmente. Y luego se puso a recitar la receta en su mente, para asegurarse de recordarla. Tenía que hacer algo, y rápido.
-¿Cómo amaneciste? -preguntó Snape preocupado.
-Bien -respondió Harry mecánicamente, mientras continuaba repitiendo la fórmula.
-¿Seguro? -preguntó Snape fastidiado, al notar que no le estaba prestando mucha atención.
-Si.
Snape lo quedó mirando. Parecía algo aturdido, pero aparte de eso se veía normal. ¿Acaso el plan de Voldemort había fallado? ¿O a lo mejor lo había postergado? En realidad, nunca le dijo que haría algo ESPECÍFICAMENTE esa noche ahora que recordaba.
-Bueno, sube. Pediré el desayuno -dijo Snape mientras se dirigía a la escalera, sintiéndose estúpido por la mala noche que había pasado, en vano.
~ * ~
Harry había tratado de tomar pergamino y pluma, y llevarlos escondidos al baño, para escribir la receta rápido. Pero cuando Snape había desaparecido tras la puerta trampa, y él había abierto el cajón, la cabeza de Snape había aparecido de inmediato a través del piso superior. Entonces había retirado rápidamente la mano del cajón, no queriendo llamar la atención. Si Snape sospechaba que tramaba algo, lo vigilaría todo el tiempo y no podría llevar a cabo el plan.
Ahora se encontraba sentado tomando desayuno, mientras repetía por sexta vez la receta en su mente. La apuntaba imaginariamente en las tostadas, en el mantel, en la leche.
A Snape se le cerraban los ojos solos. Estaba muy cansado. Lo único que quería era dormir un rato. Podía aprovechar que Potter ya no tenía sueño, para pedirle que se quedara tranquilo unas horas, mientras él dormía. ¿Pero cómo asegurarse de que obedeciera? No tenía ni los deseos, ni la energía, para escribirle a McGonagall. Y de todos modos prefería tenerlo cerca, por si algo sucedía. Pero tendría que amenazarlo con algo terrible, para que ni se le ocurriera hacer alguna tontería. ¿O tal vez si le prometía algo a cambio, si se portaba bien? ¿Tendría eso mejor efectividad con Potter? Lo dudaba. Ese chico atraía los problemas. Igual que el imbécil de su padre. Y los amigos de su padre. Bueno, todos salvo Evans.
-Potter.
-¿Mhhh? -preguntó Harry mecánicamente, sin mirarlo, mientras repetía por octava vez la receta.
-Voy a dormir un rato. Te vas a tener que quedar bien tranquilo. No salgas de aquí. Y si pasa cualquier cosa me despiertas.
-Bueno -respondió Harry contento, pero tratando de que no se notara. Era lo mejor que le podía ocurrir-. Me quedaré aquí trabajando en los deberes.
Snape suspiró aliviado, parecía dispuesto a cooperar. Pero de todos modos, más valía asegurarse.
-Vamos a hacer un trato: si no haces ninguna tontería, y te quedas aquí tranquilo, mañana te dejo pasar la tarde en el parque. Volando si quieres.
Harry lo miró sorprendido. Ese no era Snape. Debía tener realmente muchos deseos de dormir... Eso era perfecto, podría juntar los ingredientes y preparar la poción tranquilamente.
-Está bien -respondió sonriendo.
-Pero si llegas a hacer una tontería -agregó con su mejor cara de amenaza, a centímetros de la del chico-, te vas a arrepentir. Por muchas horas. Y créeme que no le tengo miedo a lo que me pueda decir después tu padrino.
-Su hermano -completó Harry, sólo para fastidiarlo. Le molestaba tanta amenaza. ¿Qué pensaba hacerle acaso? Tragó saliva. En realidad prefería no imaginarlo. Por suerte, si todo salía bien, estaría muerto muy pronto. Con suerte esa misma noche, o incluso esa misma tarde. Y una vez muerto, ya no podría cumplir esas oscuras amenazas. Estaría libre para siempre. Feliz. Junto a sus padres. Como siempre debió haber sido.
-¡Como sea! -le ladró Snape perdiendo la poca paciencia que le quedaba-. Y ya te dije que ese tema se cerraba ahí. No vuelvas a mencionarlo. ¿Entendiste?
-Si señor -respondió Harry mecánicamente. Había vuelto a recitar la poción en su cabeza. Ahora más que nunca tenía que asegurarse de que su plan no fallara.
~ * ~
Snape se había retirado a su dormitorio, tras lanzarle a Potter una última mirada de advertencia. Harry sintió un poco de lástima por él. Claramente había pasado toda la noche despierto, cuidándolo. Se sintió un poco culpable por lo que iba a hacer. Pero pronto recordó las amenazas, y lo feliz que se sentía con sus padres. Aunque Voldemort estuviera detrás de todo eso, ya no le importaba. Morir ya no le parecía en absoluto una mala idea. Al contrario. Era casi un alivio saber que pronto todas sus preocupaciones se iban a acabar.
De inmediato tomó pergamino y pluma, y escribió la receta. La recordaba perfectamente. Incluso, ya no le parecía tan necesario escribirla. Se la había aprendido perfectamente de tanto repetirla. Pero, por si acaso, era más seguro tenerla en papel. La memoria es frágil.
Se dirigió a la puerta del dormitorio de Snape. Pegó la oreja. No escuchaba nada. Con lo cansado que estaba, debía estar profundamente dormido.
Harry salió en punta de pies. El enano de piedra ni se inmutó, para su gran alivio. Caminó hacia donde estaba el despacho de Snape, junto a la sala donde hacía clases. Ambas puertas se encontraban cerradas. Aunque bastaba abrir una de ellas, ya que por dentro ambos recintos comunicaban.
Harry sospechó que en el armario de los estudiantes no habría casi nada, pero decidió abrir la puerta de la sala de clases mejor. Seguramente, estaría menos protegida que la otra. Y la que de ahí comunicaba al despacho no debía estar tan protegida, ya que las otras dos estaban cerradas.
Trató con alohomora, y para su gran asombro funcionó. Parecía que todo estaba predestinado a salir bien. Entró. Como esperaba, en el armario de los estudiantes no había nada. Se dio vuelta para ir al despacho, y en eso se quedó contemplando aquella mazmorra. Le traía pésimos recuerdos. Si todo salía bien, no la volvería a ver nunca más. Eso le dio más ánimo, y se dirigió con paso decidido a la puerta que daba al despacho.
Se sorprendió al ver que tampoco estaba tan protegida. Se abrió con alohomora igual que la anterior. Al parecer, nadie temía que alguien entrara ahí durante las vacaciones. Pensándolo bien, durante el verano, sólo había algunos profesores y los elfos en el castillo. Así que era bastante normal que no se tomaran grandes medidas de seguridad.
Los armarios donde Snape guardaba los ingredientes eran numerosos, y estaban todos muy protegidos. Bueno, no todo podía salir tan fácil, pensó Harry. Pero su padre le había enseñado aquel hechizo. Lo practicó un rato contra la puerta, cerrándola y volviéndola a abrir, para estar algo más seguro de que todo saldría bien. El solo pensar en que quedara el caos en el despacho, y que Snape lo descubriera, le daba escalofríos en la espalda. Cuando se sintió más seguro, se paró frente al primero de los armarios y respiró hondo. Probó el hechizo. Funcionó. Se abrió limpiamente. Pero los diversos frascos y cajas estaba ordenados de algún modo que a Harry le resultó un poco confuso. Y sabía, por lo que su padre le había dicho, que era posible mantener bloqueadas las barreras protectoras por entre cinco y diez minutos, dependiendo bastante del poder del mago y de su estado de salud. Registró lo más rápidamente que pudo, sin desordenar, deseando que Hermione estuviera ahí para ayudarlo. Luego se rió. Si Hermione estuviera ahí, nunca lo ayudaría a matarse. Al contrario, capaz que fuera ahí mismo a despertar a Snape. No, eso tenía que hacerlo solo.
Recordó a Hermione y a Ron, y casi decidió devolverse. Se dio cuenta de que no los volvería a ver. Unas lágrimas salieron de sus ojos, recordando todo lo que había pasado junto a sus dos mejores amigos. Pero luego recordó sus sueños. Sus padres también lo querían. Y él era feliz con ellos también. Y, de todos modos, Hermione y Ron terminarían aceptando su muerte. Había estado muchas veces en peligro, como para que se hubieran hecho a la idea. Y se tenían el uno al otro. Y tenían a sus familias. Él no. Él estaba solo. Y con ese pensamiento siguió registrando.
~ * ~
Amanda se encontraba en su cuarto, jugando. Era un lugar bonito, aunque bastante desordenado. Pero a ella eso no le importaba. Ella sabía exactamente donde estaba cada una de sus cosas.
De pronto, sintió en su corazón ese llamado que había sentido otras veces. Se mordió el labio.
-Se supone que no debería -le dijo a la muñeca que se encontraba sentada junto a ella tomando el té. La muñeca no le respondió. No era una muñeca mágica. Continuó mirando hacia un punto indefinido frente a ella.
-Pero no puedo evitarlo. Es demasiado fuerte -se dijo angustiada. Necesitaba mirar la bola de cristal que estaba en el desván.
El motivo de su angustia era que su madre le había prohibido que jugara a mirar la bola de cristal, que se encontraba escondida en el desván. Había pertenecido al abuelo de su madre. Siempre le habían contado que él solía mirarla con frecuencia. Un día, dicen que se vio él mismo cayendo de un precipicio cercano. Y como creía firmemente en los designios del destino, caminó hacia allá, y se lanzó. Dejó una carta explicando que él no era nadie para contradecir al destino. Pero esa carta no fue de consuelo para nadie. Su bola, al no poder ser destruida, ni vendida, ni regalada (eran objetos destinados a ser heredados, pesando una maldición en quién intentara deshacerse de ellos), fue escondida en el desván para que todos la olvidaran.
Pero Amanda, siendo pequeña, había buscado cierto día refugio en el desván. Ella siempre le había tenido miedo a aquella escalera oscura, único acceso ese lugar. Y todos en su familia lo sabían. Pero, ese día, ella necesitaba imperativamente esconderse.
Había estado jugando con la varita de su madre (sin permiso por supuesto), y sin querer había hecho que explotara la colección de porcelanas de su abuela. Aterrada ante la reacción que tendría su madre al enterarse, había buscado refugio donde sabía que no la buscarían: en el desván. Efectivamente, su madre se dio cuenta del "accidente", y encontró su varita tirada en el lugar de los hechos. Para todos estaba más que claro lo que había ocurrido, y comenzaron a buscarla. Fue sólo después de varias horas que atinaron a mirar en el desván. Horas en las que Amanda descubrió un mundo nuevo.
Al principio, sólo se había sentado en el suelo a llorar. Pero después de un rato se calmó, y comenzó a aburrirse. Como no se atrevía a bajar y a enfrentar a su madre, se puso a investigar. Después de intrusear por un par de horas en cajas y baúles (silenciosamente, pues no quería llamar la atención de su familia), dio con la bola de su bisabuelo (cuya existencia hasta ese instante ella ignoraba; de hecho, en su vida había visto una bola de cristal). Le llamó la atención, como a una polilla la luz. Se quedó como hipnotizada, mirando los remolinos que tomaban curiosas formas. Era hermoso. Era fascinante. Pasó sin darse cuenta más de una hora, mirándola embobada. Y fue así, sentada en el suelo frente a la bola como la encontraron sus parientes más tarde.
Desde ese entonces, la había vuelto a ver muchas veces, a escondidas, pues desde esa primera vez su madre le había prohibido que volviera a mirarla. Había sido descubierta varias veces, pero eso no le quitó las ganas de mirarla. Al contrario. Había veces, como lo que le estaba ocurriendo ese día, en que sentía la necesidad imperiosa de hacerlo. Era más fuerte que ella.
Se paró, y entreabrió la puerta de su cuarto tratando de no hacer ruido. No se veía nadie en el corredor, y se escuchaban voces más abajo, en el primer piso. Perfecto. Se devolvió a su cuarto y abrió su caja de música. Era muy especial y mágica, ya que cuando la abrían tocaba al azar un montón de melodías. Algunas de las cuales sólo habían llegado a salir una vez. Esperaba que ese ruido pudiera tapar un posible crujido de la madera en sus pies, o el chirriar de una puerta, o sus pasos en el desván, en el tercer piso.
Salió de su cuarto, tratando de no hacer ruido. Caminó hacia el fondo del corredor y miró hacia arriba la oscura escalera. Ya no le daba miedo. Tampoco le preocupaban las barreras mágicas que su madre había puesto. Hace mucho que había descubierto que, con un poco de concentración, se podían hacer muchas cosas. Aún si se negaban terminantemente a comprarle una varita.
Después de unos minutos de silenciosa concentración, sintió que las barreras cedían. Sonrió. Su madre podía ser como leona cuando se enojaba, pero en cambio (y como para compensar) era bastante ingenua. Eso siempre había actuado a favor de su escurridiza hija.
El desván estaba polvoriento, como de costumbre. Pero le daba lo mismo. Ahora que se encontraba tan cerca de la bola de cristal el llamado era todavía más intenso. Cerró cuidadosamente la puerta del desván para que no hiciera ruido, y se fue directo a sacar la bola de cristal.
~ * ~
Harry juntó los ingredientes junto al pergamino con las instrucciones para la poción, y se pasó la mano por la frente. Estaba exhausto, y pronto sería la hora de almuerzo, según lo que marcaba el reloj de pared del despacho. Debía volver donde Snape cuanto antes.
Rápidamente volvió a cerrar el último de los armarios. Había sido un arduo trabajo, pero al menos había encontrado todo lo que necesitaba. Juntó todo dentro de una caja vacía que encontró tirada en un rincón, y tras cerrar las puertas como las había encontrado se dirigió rápidamente hacia los cuartos de Snape. De pronto se detuvo en seco. Había olvidado al enano. No podía entrar por ahí, o Snape lo descubriría y sepa Dios qué le haría al ver lo que le había sacado del despacho. Tomó en cambio el camino de las mazmorras inferiores.
No le fue difícil encontrar su camino nuevamente por ese laberinto de pasillos y calabozos. Y sintió un gran alivio cuando se encontró nuevamente en su "dormitorio". Escondió la caja detrás de una columna lejana a la escalera y su cama, y para asegurarse la cubrió con su capa invisible. El resultado era perfecto. A nadie que no supiera de sus planes se le ocurriría buscar algo justo en ese punto, de la inmensa mazmorra.
Subió la escalera y asomó la cabeza. La puerta del dormitorio de Snape continuaba cerrada, y no había señal del brujo.
-Perfecto -se dijo Harry sonriendo.
Se fue directo al baño, a lavarse y quitarse el polvo que se le había pegado de la manipulación de frascos. Decididamente, los armarios de Snape necesitaban de una buena limpieza. Si alguna vez le tenía que hacer un regalo al profesor de pociones, se aseguraría de comprarle un plumero. Se rió pensando en la cara que pondría. Luego recordó que moriría ese mismo día, así que era poco probable que le tuviera que comprar algún día un regalo a Snape. El pensamiento le dio una puntada en el estómago, a pesar de que ya estaba completamente decidido. Sobre todo ahora que le había sacado todo eso a Snape. Más le valía matarse, porque si no Snape igual lo mataría al enterarse.
Salió a la sala. Ya comenzaba a tener hambre. Y no podía ponerse a preparar la poción, ya que Snape podía aparecer en cualquier momento. Y no lo encontraría. De pronto tuvo una idea. Esparció sus apuntes y libros por la mesa, como si hubiera pasado la mañana estudiando, y caminó hacia la puerta del dormitorio de Snape. Tocó la puerta con resolución, y la entreabrió. Vio a Snape incorporarse, y mirarlo.
-¿Qué ocurre, Potter?
-Es que he estado estudiando toda la mañana, y me estoy casi muriendo de hambre. ¿Puede pedir el almuerzo por favor? -preguntó Harry con voz sumisa.
-Si claro. ¿Te importaría comer solo? -dijo tomando su varita.
-No, claro que no -respondió Harry contentísimo, aunque sin manifestarlo. Puso voz de niño tranquilo y comprensivo, aunque sin parecer un hipócrita-. Después de la noche que pasó es mejor que descanse. No se preocupe. No ha pasado nada en toda la mañana, y de todas maneras, si ocurre cualquier cosa, yo le aviso de inmediato. Y no se preocupe, que no voy a dormir siesta.
Snape lo quedó mirando, como si no pudiera creerlo. Pero atribuyó erróneamente su mansedumbre a la promesa, y amenaza, de la mañana.
-Está bien, Potter.
~ * ~
Dobby le trajo el almuerzo a Harry, y le hizo compañía un rato. Harry le hizo notar que tenía todos los apuntes en la mesa porque deseaba terminar esa tarde, y de una buena vez, con una tarea particularmente odiosa que le habían dejado para las vacaciones. Así, esperaba, no vendría ningún elfo a hacerle una visita ni a vigilarlo. Del mismo modo, esperaba con todo su corazón que Snape no se despertara antes de que la poción estuviera lista. Con algo de suerte, y con lo cansado que estaba, pasaría de largo durante la noche.
Cuando Dobby se hubo ido, Harry terminó rápidamente de comer. Se le hizo extraño pensar que esa podía ser su última comida, y que tampoco volvería a ver a Dobby. Ya no pensaba "si todo sale bien". Todo había marchado muy bien hasta ahora. Era el destino sin duda. Su destino.
~ * ~
Amanda miraba extrañada la neblina de la bola de cristal. Veía a Harry, y oscuridad. Mucha oscuridad. Harry parecía perdido, caminando en un océano de niebla negra. ¿Qué significaba todo aquello?
De pronto, el sonido de la puerta del desván al abrirse la hizo saltar. Rápidamente se puso de pie, y se paró tapando la bola de cristal con su espalda, mientras su corazón le daba saltos en el cuello.
Su madre entró en el desván, y la miró con el ceño fruncido. Amanda bajó la vista al suelo.
~ * ~
Harry se instaló en un recoveco sombrío de la mazmorra inferior, alejado de la escalera y estratégicamente tapado por una columna para cualquiera que mirara desde ese punto de vista. Prendió un fuego con magia, y hechizó el caldero para que levitara sobre él. Con una botella vacía trajo agua del baño, para su poción. Por suerte su padrino le había traído su baúl, donde estaban sus artefactos para pociones. Sino, habría tenido que volver al despacho de Snape para traer un caldero, balanzas y esas cosas.
Midió los ingredientes cuidadosamente, y repasó la receta una última vez para estar seguro de no equivocarse. No podía darse el lujo de cometer un error en esta poción. Se rió de lo paradójico que sonaba: tenía miedo de que la poción no lo matara.
Y así, más concentrado que nunca en una clase de pociones, siguió con su plan. Mientras Snape dormía algunos metros más arriba, ignorando absolutamente lo que se tejía.
~ * ~
Naiko: No te confundas. El tipo de la foto no sale mencionado en la obra de JKR. A eso me refería. Lau está preocupada, si. Es muy posible que Draco termine pasando una semanita de vuelta en el colegio. Ya veremos como se porta el gato jajaja. No encuentro que tus reviews sean tontos. Al contrario. Me gustan mucho. Sobre la órden del fénix, no sé todavía. Tengo que pensarlo. Sirius saldrá pronto. Tal ves Remus lo acompañe, si no está muy ocupado.
Joyce Granger: Si, supongo que bañará al gato en algún momento, si se lo queda ^_^ .Tus dudas serán casi completamente aclaradas en este capítulo. ¡Aunque no totalmente! Muahahaha XD
Elendil: ¡¡¡Gracias, o gurú (guru)!!! Jajajaja. Aprovecho de decirte, por n- ésima vez, que me encantan tus fics.
V!rU§ P@()LÅ: Que pena que te quiten el internet :-( Acá yo estoy contenta. Mi hermana grande acaba de contratar un plan de esos 24 horas con tarifa plana, así que da lo mismo cuanto rato me conecte. No es por sacar pica jajaja ;)
Consuelo: Gracias por tu review. Me alegra que te guste.
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Capítulo 29 Preparativos
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Harry se encontraba nuevamente en la mesa, con sus padres. Le sonreían. Era feliz. De pronto, su padre sacó un pergamino de alguna parte. Lo miró unos segundos, luego a su esposa, buscando apoyo. Tomó aire, y miró a Harry a los ojos.
-Hijo. Tu madre y yo hemos tomado una decisión -miró a su esposa, quién asintió invitándolo a continuar-. Hemos visto cuanto has tenido que sufrir todos estos años, y cuán feliz eres aquí con nosotros. Es por eso que te queríamos proponer algo que, en condiciones normales, jamás te hubiéramos pedido.
Harry lo miró intrigado. Lo que fuera que ellos querían, él lo haría. Podían contar con eso. Esos instantes pasados con ellos habían sido lejos los mejores de su vida.
-¿Qué quieren que haga? -preguntó con una sonrisa. Su padre le pasó el pergamino que tenía en sus manos. Harry lo tomó y lo miró con curiosidad. Era la fórmula de una poción.
-¿Qué...? -comenzó a preguntar Harry, pero fue interrumpido por su padre.
-Queremos que te quedes con nosotros, definitivamente. Nos gustaría que dejaras ese mundo, donde sólo has pasado penas.
-Sólo queremos tú felicidad -añadió su madre, tomándole la mano y apretándola.
Harry pasó su mirada del pergamino a sus padres, de sus padres al pergamino, y luego de nuevo a sus padres, sin entender completamente a qué se referían.
-¿Para qué es esta poción? -preguntó con un temblor en la voz que no pudo controlar. Se miraron, y su padre le puso una mano en el hombro.
-Esa poción te inducirá a un sueño profundo. Finalmente, luego de algunas horas, morirás sin dolor alguno. Nosotros te estaremos esperando. Te recibiremos, y luego estaremos juntos.
-Para siempre -agregó su madre sonriendo.
-P... pero, no puedo hacer eso.
-Harry -le dijo su padre muy serio-. Sé en lo que estás pensando. Sabemos que hay mucha gente que te quiere, y se preocupa por ti. Pero estamos cansados de verte triste. Y no estés preocupado por Voldemort. Ya hiciste tu parte, y con creces. Los demás tendrán que hacer la de ellos ahora, para que tu puedas descansar de una vez.
Harry se quedó pensando unos momentos. La tentación era grande. Tomarse una poción. Dormirse suavemente, sabiendo que en unas horas se encontraría con sus padres. Y que nunca jamás nadie lo separaría de ellos.
Por otra parte, no podían criticarlo por morirse. Todo el mundo muere, algún día. Después de todas las veces que había estado en peligro, a nadie podía extrañarle. Si se hubiese muerto en cualquiera de esas ocasiones, igual se las tendrían que haber arreglado sin él, para vencer a Voldemort.
Voldemort... Voldemort estaría feliz con su muerte. Harry se encogió de hombros. De todos modos Voldemort terminaría matándolo tarde o temprano. Y si tenía que morir, esa parecía una manera muy suave de hacerlo. Sin peleas, sin maldiciones cruciatus, sin sufrimiento. Sin más muertes por SU causa. Pensó en Cedric Digory.
-Si, Lo haré -dijo con decisión, y se levantó a abrazar a sus padres.
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Lejos de ahí, Voldemort sonreía satisfecho, mientras miraba la escena. Con su mano dentro de la esfera verde, cerró sus ojos, concentrando sus pensamientos en la figura de James Potter.
-Ahora, hijo -murmuró- tenemos que estar seguros de que recordarás la fórmula cuando despiertes...
~ * ~
-Ahora, hijo -exclamó su padre sonriendo-, tenemos que estar seguros de que recordarás la fórmula cuando despiertes. Cuando abras los ojos, ya no tendrás el pergamino en tus manos, y el sueño quedará un poco confuso. Te la tienes que aprender de memoria, hasta que la puedas recitar sin ningún error. Cuando te despiertes, lo primero que tienes que hacer es escribirla mientras todavía la tienes fresca en tu mente. ¿Comprendes?
-Si, perfectamente -respondió Harry, mirando el pergamino.
-También tienes que saber que algunos de estos ingredientes son bastante raros. Pero sin duda los podrás encontrar en las reservas que tenga en Hogwarts, el profesor de pociones -añadió su padre cerrándole en ojo. Lily también se rió.
-¡Pero deben estar protegidas! -exclamó Harry-. ¿Cómo lo hago para sacarlas? Si me agarran no sé qué me van a hacer...
-No te preocupes, hijo. Con tu madre hemos pensado en todo. Hay un hechizo poderosísimo que inhabilita barreras por algunos minutos. Requiere de concentración, pero te lo enseñaremos también.
~ * ~
Había amanecido hace varias horas en Hogwarts, aunque eso no se veía desde las mazmorras inferiores, donde la luz del sol no había entrado en siglos. Snape, con unas grandes ojeras, contemplaba al chico que dormía plácidamente frente a él.
Había pasado toda la noche vigilando. No lo había perdido de vista ni un segundo. Tenía frío, y ganas de ir al baño. Pero no podía moverse de ahí. Ni tampoco despertarlo.
Cambió de posición sobre la silla.
De pronto, el chico comenzó a moverse, y abrió los ojos. Snape sacó rápidamente su varita. Pero Harry no lo había visto. No tenía idea de su presencia ahí, y sin sus gafas sólo veía nubes.
Harry tomó sus gafas de la mesita de noche, y se las puso, mientras recordaba la tarea que tenía. Antes que nada, escribir la receta. Iba a estirar la mano para sacar pergamino que tenía en el cajón cuando notó que algo se movió cerca de él. Miró hacia arriba. Ese algo era Snape, con cara de pocos amigos.
-Buenos Días -saludó Harry maldiciendo mentalmente. Y luego se puso a recitar la receta en su mente, para asegurarse de recordarla. Tenía que hacer algo, y rápido.
-¿Cómo amaneciste? -preguntó Snape preocupado.
-Bien -respondió Harry mecánicamente, mientras continuaba repitiendo la fórmula.
-¿Seguro? -preguntó Snape fastidiado, al notar que no le estaba prestando mucha atención.
-Si.
Snape lo quedó mirando. Parecía algo aturdido, pero aparte de eso se veía normal. ¿Acaso el plan de Voldemort había fallado? ¿O a lo mejor lo había postergado? En realidad, nunca le dijo que haría algo ESPECÍFICAMENTE esa noche ahora que recordaba.
-Bueno, sube. Pediré el desayuno -dijo Snape mientras se dirigía a la escalera, sintiéndose estúpido por la mala noche que había pasado, en vano.
~ * ~
Harry había tratado de tomar pergamino y pluma, y llevarlos escondidos al baño, para escribir la receta rápido. Pero cuando Snape había desaparecido tras la puerta trampa, y él había abierto el cajón, la cabeza de Snape había aparecido de inmediato a través del piso superior. Entonces había retirado rápidamente la mano del cajón, no queriendo llamar la atención. Si Snape sospechaba que tramaba algo, lo vigilaría todo el tiempo y no podría llevar a cabo el plan.
Ahora se encontraba sentado tomando desayuno, mientras repetía por sexta vez la receta en su mente. La apuntaba imaginariamente en las tostadas, en el mantel, en la leche.
A Snape se le cerraban los ojos solos. Estaba muy cansado. Lo único que quería era dormir un rato. Podía aprovechar que Potter ya no tenía sueño, para pedirle que se quedara tranquilo unas horas, mientras él dormía. ¿Pero cómo asegurarse de que obedeciera? No tenía ni los deseos, ni la energía, para escribirle a McGonagall. Y de todos modos prefería tenerlo cerca, por si algo sucedía. Pero tendría que amenazarlo con algo terrible, para que ni se le ocurriera hacer alguna tontería. ¿O tal vez si le prometía algo a cambio, si se portaba bien? ¿Tendría eso mejor efectividad con Potter? Lo dudaba. Ese chico atraía los problemas. Igual que el imbécil de su padre. Y los amigos de su padre. Bueno, todos salvo Evans.
-Potter.
-¿Mhhh? -preguntó Harry mecánicamente, sin mirarlo, mientras repetía por octava vez la receta.
-Voy a dormir un rato. Te vas a tener que quedar bien tranquilo. No salgas de aquí. Y si pasa cualquier cosa me despiertas.
-Bueno -respondió Harry contento, pero tratando de que no se notara. Era lo mejor que le podía ocurrir-. Me quedaré aquí trabajando en los deberes.
Snape suspiró aliviado, parecía dispuesto a cooperar. Pero de todos modos, más valía asegurarse.
-Vamos a hacer un trato: si no haces ninguna tontería, y te quedas aquí tranquilo, mañana te dejo pasar la tarde en el parque. Volando si quieres.
Harry lo miró sorprendido. Ese no era Snape. Debía tener realmente muchos deseos de dormir... Eso era perfecto, podría juntar los ingredientes y preparar la poción tranquilamente.
-Está bien -respondió sonriendo.
-Pero si llegas a hacer una tontería -agregó con su mejor cara de amenaza, a centímetros de la del chico-, te vas a arrepentir. Por muchas horas. Y créeme que no le tengo miedo a lo que me pueda decir después tu padrino.
-Su hermano -completó Harry, sólo para fastidiarlo. Le molestaba tanta amenaza. ¿Qué pensaba hacerle acaso? Tragó saliva. En realidad prefería no imaginarlo. Por suerte, si todo salía bien, estaría muerto muy pronto. Con suerte esa misma noche, o incluso esa misma tarde. Y una vez muerto, ya no podría cumplir esas oscuras amenazas. Estaría libre para siempre. Feliz. Junto a sus padres. Como siempre debió haber sido.
-¡Como sea! -le ladró Snape perdiendo la poca paciencia que le quedaba-. Y ya te dije que ese tema se cerraba ahí. No vuelvas a mencionarlo. ¿Entendiste?
-Si señor -respondió Harry mecánicamente. Había vuelto a recitar la poción en su cabeza. Ahora más que nunca tenía que asegurarse de que su plan no fallara.
~ * ~
Snape se había retirado a su dormitorio, tras lanzarle a Potter una última mirada de advertencia. Harry sintió un poco de lástima por él. Claramente había pasado toda la noche despierto, cuidándolo. Se sintió un poco culpable por lo que iba a hacer. Pero pronto recordó las amenazas, y lo feliz que se sentía con sus padres. Aunque Voldemort estuviera detrás de todo eso, ya no le importaba. Morir ya no le parecía en absoluto una mala idea. Al contrario. Era casi un alivio saber que pronto todas sus preocupaciones se iban a acabar.
De inmediato tomó pergamino y pluma, y escribió la receta. La recordaba perfectamente. Incluso, ya no le parecía tan necesario escribirla. Se la había aprendido perfectamente de tanto repetirla. Pero, por si acaso, era más seguro tenerla en papel. La memoria es frágil.
Se dirigió a la puerta del dormitorio de Snape. Pegó la oreja. No escuchaba nada. Con lo cansado que estaba, debía estar profundamente dormido.
Harry salió en punta de pies. El enano de piedra ni se inmutó, para su gran alivio. Caminó hacia donde estaba el despacho de Snape, junto a la sala donde hacía clases. Ambas puertas se encontraban cerradas. Aunque bastaba abrir una de ellas, ya que por dentro ambos recintos comunicaban.
Harry sospechó que en el armario de los estudiantes no habría casi nada, pero decidió abrir la puerta de la sala de clases mejor. Seguramente, estaría menos protegida que la otra. Y la que de ahí comunicaba al despacho no debía estar tan protegida, ya que las otras dos estaban cerradas.
Trató con alohomora, y para su gran asombro funcionó. Parecía que todo estaba predestinado a salir bien. Entró. Como esperaba, en el armario de los estudiantes no había nada. Se dio vuelta para ir al despacho, y en eso se quedó contemplando aquella mazmorra. Le traía pésimos recuerdos. Si todo salía bien, no la volvería a ver nunca más. Eso le dio más ánimo, y se dirigió con paso decidido a la puerta que daba al despacho.
Se sorprendió al ver que tampoco estaba tan protegida. Se abrió con alohomora igual que la anterior. Al parecer, nadie temía que alguien entrara ahí durante las vacaciones. Pensándolo bien, durante el verano, sólo había algunos profesores y los elfos en el castillo. Así que era bastante normal que no se tomaran grandes medidas de seguridad.
Los armarios donde Snape guardaba los ingredientes eran numerosos, y estaban todos muy protegidos. Bueno, no todo podía salir tan fácil, pensó Harry. Pero su padre le había enseñado aquel hechizo. Lo practicó un rato contra la puerta, cerrándola y volviéndola a abrir, para estar algo más seguro de que todo saldría bien. El solo pensar en que quedara el caos en el despacho, y que Snape lo descubriera, le daba escalofríos en la espalda. Cuando se sintió más seguro, se paró frente al primero de los armarios y respiró hondo. Probó el hechizo. Funcionó. Se abrió limpiamente. Pero los diversos frascos y cajas estaba ordenados de algún modo que a Harry le resultó un poco confuso. Y sabía, por lo que su padre le había dicho, que era posible mantener bloqueadas las barreras protectoras por entre cinco y diez minutos, dependiendo bastante del poder del mago y de su estado de salud. Registró lo más rápidamente que pudo, sin desordenar, deseando que Hermione estuviera ahí para ayudarlo. Luego se rió. Si Hermione estuviera ahí, nunca lo ayudaría a matarse. Al contrario, capaz que fuera ahí mismo a despertar a Snape. No, eso tenía que hacerlo solo.
Recordó a Hermione y a Ron, y casi decidió devolverse. Se dio cuenta de que no los volvería a ver. Unas lágrimas salieron de sus ojos, recordando todo lo que había pasado junto a sus dos mejores amigos. Pero luego recordó sus sueños. Sus padres también lo querían. Y él era feliz con ellos también. Y, de todos modos, Hermione y Ron terminarían aceptando su muerte. Había estado muchas veces en peligro, como para que se hubieran hecho a la idea. Y se tenían el uno al otro. Y tenían a sus familias. Él no. Él estaba solo. Y con ese pensamiento siguió registrando.
~ * ~
Amanda se encontraba en su cuarto, jugando. Era un lugar bonito, aunque bastante desordenado. Pero a ella eso no le importaba. Ella sabía exactamente donde estaba cada una de sus cosas.
De pronto, sintió en su corazón ese llamado que había sentido otras veces. Se mordió el labio.
-Se supone que no debería -le dijo a la muñeca que se encontraba sentada junto a ella tomando el té. La muñeca no le respondió. No era una muñeca mágica. Continuó mirando hacia un punto indefinido frente a ella.
-Pero no puedo evitarlo. Es demasiado fuerte -se dijo angustiada. Necesitaba mirar la bola de cristal que estaba en el desván.
El motivo de su angustia era que su madre le había prohibido que jugara a mirar la bola de cristal, que se encontraba escondida en el desván. Había pertenecido al abuelo de su madre. Siempre le habían contado que él solía mirarla con frecuencia. Un día, dicen que se vio él mismo cayendo de un precipicio cercano. Y como creía firmemente en los designios del destino, caminó hacia allá, y se lanzó. Dejó una carta explicando que él no era nadie para contradecir al destino. Pero esa carta no fue de consuelo para nadie. Su bola, al no poder ser destruida, ni vendida, ni regalada (eran objetos destinados a ser heredados, pesando una maldición en quién intentara deshacerse de ellos), fue escondida en el desván para que todos la olvidaran.
Pero Amanda, siendo pequeña, había buscado cierto día refugio en el desván. Ella siempre le había tenido miedo a aquella escalera oscura, único acceso ese lugar. Y todos en su familia lo sabían. Pero, ese día, ella necesitaba imperativamente esconderse.
Había estado jugando con la varita de su madre (sin permiso por supuesto), y sin querer había hecho que explotara la colección de porcelanas de su abuela. Aterrada ante la reacción que tendría su madre al enterarse, había buscado refugio donde sabía que no la buscarían: en el desván. Efectivamente, su madre se dio cuenta del "accidente", y encontró su varita tirada en el lugar de los hechos. Para todos estaba más que claro lo que había ocurrido, y comenzaron a buscarla. Fue sólo después de varias horas que atinaron a mirar en el desván. Horas en las que Amanda descubrió un mundo nuevo.
Al principio, sólo se había sentado en el suelo a llorar. Pero después de un rato se calmó, y comenzó a aburrirse. Como no se atrevía a bajar y a enfrentar a su madre, se puso a investigar. Después de intrusear por un par de horas en cajas y baúles (silenciosamente, pues no quería llamar la atención de su familia), dio con la bola de su bisabuelo (cuya existencia hasta ese instante ella ignoraba; de hecho, en su vida había visto una bola de cristal). Le llamó la atención, como a una polilla la luz. Se quedó como hipnotizada, mirando los remolinos que tomaban curiosas formas. Era hermoso. Era fascinante. Pasó sin darse cuenta más de una hora, mirándola embobada. Y fue así, sentada en el suelo frente a la bola como la encontraron sus parientes más tarde.
Desde ese entonces, la había vuelto a ver muchas veces, a escondidas, pues desde esa primera vez su madre le había prohibido que volviera a mirarla. Había sido descubierta varias veces, pero eso no le quitó las ganas de mirarla. Al contrario. Había veces, como lo que le estaba ocurriendo ese día, en que sentía la necesidad imperiosa de hacerlo. Era más fuerte que ella.
Se paró, y entreabrió la puerta de su cuarto tratando de no hacer ruido. No se veía nadie en el corredor, y se escuchaban voces más abajo, en el primer piso. Perfecto. Se devolvió a su cuarto y abrió su caja de música. Era muy especial y mágica, ya que cuando la abrían tocaba al azar un montón de melodías. Algunas de las cuales sólo habían llegado a salir una vez. Esperaba que ese ruido pudiera tapar un posible crujido de la madera en sus pies, o el chirriar de una puerta, o sus pasos en el desván, en el tercer piso.
Salió de su cuarto, tratando de no hacer ruido. Caminó hacia el fondo del corredor y miró hacia arriba la oscura escalera. Ya no le daba miedo. Tampoco le preocupaban las barreras mágicas que su madre había puesto. Hace mucho que había descubierto que, con un poco de concentración, se podían hacer muchas cosas. Aún si se negaban terminantemente a comprarle una varita.
Después de unos minutos de silenciosa concentración, sintió que las barreras cedían. Sonrió. Su madre podía ser como leona cuando se enojaba, pero en cambio (y como para compensar) era bastante ingenua. Eso siempre había actuado a favor de su escurridiza hija.
El desván estaba polvoriento, como de costumbre. Pero le daba lo mismo. Ahora que se encontraba tan cerca de la bola de cristal el llamado era todavía más intenso. Cerró cuidadosamente la puerta del desván para que no hiciera ruido, y se fue directo a sacar la bola de cristal.
~ * ~
Harry juntó los ingredientes junto al pergamino con las instrucciones para la poción, y se pasó la mano por la frente. Estaba exhausto, y pronto sería la hora de almuerzo, según lo que marcaba el reloj de pared del despacho. Debía volver donde Snape cuanto antes.
Rápidamente volvió a cerrar el último de los armarios. Había sido un arduo trabajo, pero al menos había encontrado todo lo que necesitaba. Juntó todo dentro de una caja vacía que encontró tirada en un rincón, y tras cerrar las puertas como las había encontrado se dirigió rápidamente hacia los cuartos de Snape. De pronto se detuvo en seco. Había olvidado al enano. No podía entrar por ahí, o Snape lo descubriría y sepa Dios qué le haría al ver lo que le había sacado del despacho. Tomó en cambio el camino de las mazmorras inferiores.
No le fue difícil encontrar su camino nuevamente por ese laberinto de pasillos y calabozos. Y sintió un gran alivio cuando se encontró nuevamente en su "dormitorio". Escondió la caja detrás de una columna lejana a la escalera y su cama, y para asegurarse la cubrió con su capa invisible. El resultado era perfecto. A nadie que no supiera de sus planes se le ocurriría buscar algo justo en ese punto, de la inmensa mazmorra.
Subió la escalera y asomó la cabeza. La puerta del dormitorio de Snape continuaba cerrada, y no había señal del brujo.
-Perfecto -se dijo Harry sonriendo.
Se fue directo al baño, a lavarse y quitarse el polvo que se le había pegado de la manipulación de frascos. Decididamente, los armarios de Snape necesitaban de una buena limpieza. Si alguna vez le tenía que hacer un regalo al profesor de pociones, se aseguraría de comprarle un plumero. Se rió pensando en la cara que pondría. Luego recordó que moriría ese mismo día, así que era poco probable que le tuviera que comprar algún día un regalo a Snape. El pensamiento le dio una puntada en el estómago, a pesar de que ya estaba completamente decidido. Sobre todo ahora que le había sacado todo eso a Snape. Más le valía matarse, porque si no Snape igual lo mataría al enterarse.
Salió a la sala. Ya comenzaba a tener hambre. Y no podía ponerse a preparar la poción, ya que Snape podía aparecer en cualquier momento. Y no lo encontraría. De pronto tuvo una idea. Esparció sus apuntes y libros por la mesa, como si hubiera pasado la mañana estudiando, y caminó hacia la puerta del dormitorio de Snape. Tocó la puerta con resolución, y la entreabrió. Vio a Snape incorporarse, y mirarlo.
-¿Qué ocurre, Potter?
-Es que he estado estudiando toda la mañana, y me estoy casi muriendo de hambre. ¿Puede pedir el almuerzo por favor? -preguntó Harry con voz sumisa.
-Si claro. ¿Te importaría comer solo? -dijo tomando su varita.
-No, claro que no -respondió Harry contentísimo, aunque sin manifestarlo. Puso voz de niño tranquilo y comprensivo, aunque sin parecer un hipócrita-. Después de la noche que pasó es mejor que descanse. No se preocupe. No ha pasado nada en toda la mañana, y de todas maneras, si ocurre cualquier cosa, yo le aviso de inmediato. Y no se preocupe, que no voy a dormir siesta.
Snape lo quedó mirando, como si no pudiera creerlo. Pero atribuyó erróneamente su mansedumbre a la promesa, y amenaza, de la mañana.
-Está bien, Potter.
~ * ~
Dobby le trajo el almuerzo a Harry, y le hizo compañía un rato. Harry le hizo notar que tenía todos los apuntes en la mesa porque deseaba terminar esa tarde, y de una buena vez, con una tarea particularmente odiosa que le habían dejado para las vacaciones. Así, esperaba, no vendría ningún elfo a hacerle una visita ni a vigilarlo. Del mismo modo, esperaba con todo su corazón que Snape no se despertara antes de que la poción estuviera lista. Con algo de suerte, y con lo cansado que estaba, pasaría de largo durante la noche.
Cuando Dobby se hubo ido, Harry terminó rápidamente de comer. Se le hizo extraño pensar que esa podía ser su última comida, y que tampoco volvería a ver a Dobby. Ya no pensaba "si todo sale bien". Todo había marchado muy bien hasta ahora. Era el destino sin duda. Su destino.
~ * ~
Amanda miraba extrañada la neblina de la bola de cristal. Veía a Harry, y oscuridad. Mucha oscuridad. Harry parecía perdido, caminando en un océano de niebla negra. ¿Qué significaba todo aquello?
De pronto, el sonido de la puerta del desván al abrirse la hizo saltar. Rápidamente se puso de pie, y se paró tapando la bola de cristal con su espalda, mientras su corazón le daba saltos en el cuello.
Su madre entró en el desván, y la miró con el ceño fruncido. Amanda bajó la vista al suelo.
~ * ~
Harry se instaló en un recoveco sombrío de la mazmorra inferior, alejado de la escalera y estratégicamente tapado por una columna para cualquiera que mirara desde ese punto de vista. Prendió un fuego con magia, y hechizó el caldero para que levitara sobre él. Con una botella vacía trajo agua del baño, para su poción. Por suerte su padrino le había traído su baúl, donde estaban sus artefactos para pociones. Sino, habría tenido que volver al despacho de Snape para traer un caldero, balanzas y esas cosas.
Midió los ingredientes cuidadosamente, y repasó la receta una última vez para estar seguro de no equivocarse. No podía darse el lujo de cometer un error en esta poción. Se rió de lo paradójico que sonaba: tenía miedo de que la poción no lo matara.
Y así, más concentrado que nunca en una clase de pociones, siguió con su plan. Mientras Snape dormía algunos metros más arriba, ignorando absolutamente lo que se tejía.
~ * ~
