Disclaimer de siempre, y gracias a Francia que, como siempre, me beta - leyó esto ^_^

Respuestas a reviews al final.

Capítulo 33 Descubriendo cosas

Sirius suspiró, y abrazó a su ahijado. Lo que le había pasado era terrible, con razón estaba confundido. Recordó a sus amigos, Lily y James, mientras Harry lloraba en su hombro. La maldad de Voldemort no tenía límites. ¿Cómo se atrevía a usar de ese modo los recuerdos de un huérfano? Esperaba vivir lo suficiente para ver a ese maldito pagar por todos sus crímenes.

–Ya, mi niño, –comenzó a consolarlo, mientras le hacía cariño en el pelo. Sonrió: sin ley, igual que el de su padre. James... Como lo había extrañado todos esos años.

Harry continuaba llorando. Se sentía muy confortable en los brazos de su padrino, mientras sentía el cariño en su cabeza. Le hubiera gustado sentirse así más seguido.

–¿Sirius? –murmuró Harry sin moverse.

–¿Qué pasa, mi niño? –preguntó Sirius.

–Prométeme que no vas a volver a alterarte como hoy.

Sirius se quedó pensativo unos segundos.

–Te lo prometo –dijo finalmente–. Pero tú también me tienes que prometer algo a cambio.

–¿Qué cosa?

–¡Que no volverás a intentar nada como lo de hoy! Y que vas a evitar cualquier situación de peligro.

–Te puedo prometer lo primero. Pero no lo segundo. Muchas veces he TENIDO que correr riesgos. No he podido evitarlo, Sirius. Tú lo sabes.

–Si, lo sé. Pero quiero que me prometas que lo evitarás siempre que puedas. Lo que quiero es que cuides tu vida.

–¡Si yo me cuido! –reclamó Harry, ofendido.

–Entonces sigue haciéndolo.

–Bueno –murmuró Harry.

–Entonces es un trato –se rió Sirius.

Silvester bostezó, y se estiró sobre la cama de su amo. Estaba durmiendo. Bajó la cama de un gracioso salto, para buscar un buen rincón. Tenía una ineludible necesidad. Levantó su felina nariz. No había tierra por ahí. Tendría que buscar algún rincón cualquiera. No podía seguir aguantándose. Draco lo había soltado un rato en el camino, antes de que llegaran a aquel inmenso parque, con la gran casa en la que se encontraban. Pero de eso hacía ya varias horas...

A eso de las seis de la mañana, Remus y Sirius se despidieron, y se fueron. Dumbledore se encaminó, al borde del colapso, a su dormitorio del castillo; a la vez que los elfos más madrugadores aparecían en la cocina.

Harry se comió, sin reclamar, el abundante desayuno que los elfos le dieron. Después se encaminó a la pajarera, arrastrando los pies, acompañado de Dobby; que había aceptado vigilarlo ante la demanda de Snape. En el camino, pasaron por el armario en el que se guardaban los insumos de limpieza, para sacar lo que necesitaría. Sería una larga mañana, pensó Harry, con aburrimiento.

Snape entró en la sala de su estancia, y se estiró. Estaba agotado. Iría a ver si estaba todo bien abajo, y luego se iría a la cama. Debía dejarle una nota a Malfoy, para que pasara la mañana sin meterse en problemas.

Apenas hubo traspasado el piso, deseó devolverse. ¿Qué era ese olor tan asqueroso? Se tardó un par de milisegundos en recordar. Miró desde la escalera. Ahí estaba el causante de esa ofensa a su enorme, pero sensible, nariz: Dormía, hecho ovillo a los pies de la cama de Malfoy, que también dormía. Eso ya era el colmo... Ese problema se resolvería de inmediato. Bajó, decidido, la escalera.

–¡Malfoy, DESPIERTA! –le gritó. Se paró con los brazos cruzados junto a la cama, mientras niño y gato habrían los ojos, extrañados. Draco miró la hora.

–¡Pero si son recién las seis y media! –reclamó–. Déjeme dormir otro rato, por favor –murmuró mientras volvía a cerrar los ojos.

–No, Malfoy. Por si no te has dado cuenta, tu gato a ensuciado la mazmorra. Te vas a levantar a limpiar... eso... EN ESTE INSTANTE.

Draco recordó de pronto que no había tenido ocasión de sacar a Silvester desde la tarde anterior. Se sentó en la cama, resignado. Silvester lo miraba con sus ojos amarillos, llenos de inocencia.

Draco limpió, y le devolvió los implementos de limpieza a un elfo, que los había traído ante la demanda de Snape. Luego de que se hubo ido, y de que Snape lanzara un conjuro sobre la mazmorra para el olor, ambos se quedaron mirando a Silvester, que se lavaba sobre la deshecha cama de Draco.

–No quiero a ese gato adentro de mi mazmorra, Malfoy.

–Pero no tiene adonde ir –reclamó Draco.

–Déjalo en el parque –respondió Snape encogiéndose de hombros.

–Es un gato de ciudad, se va a perder si lo suelto. Y algún animal del bosque prohibido se lo puede comer –argumentó Draco.

Snape suspiró. Estaba cansado, y quería poder irse a dormir.

–Hay un patio que usan los elfos, cerca de la cocina. Es cerrado. Les preguntaremos si lo aceptan ahí –decidió finalmente.

Draco se alegró. Eso no era tan malo. Y como era cerca de la cocina podría ir a verlo. Y no pasaría hambre.

–Está bien –aceptó tomando al gato en brazos.

El patio aquel era un lugar muy bonito, pensó Draco. Él nunca había estado ahí. Le recordó un poco a los invernaderos de la profesora Sprout, pero en más grande. Parecía un huerto, y aunque no tenía techo, hacía un clima inusual para esa época. Había numerosos árboles frutales, y grandes cuadrados de tierra con diversas hortalizas. Algunos elfos, principalmente elfinas, iban de acá para allá. Algunos desmalezaban, otros abonaban, otros podaban. Todos parecía alegres. Unos de ellos se acercó de inmediato a los visitantes, limpiándose las manos llenas de tierra en el delantal.

–¡Buenos días Señor Profesor Snape! ¿En qué lo podemos ayudar?

–¿Pueden hacerse cargo de este gato –dijo, apuntando al gato de Draco (que olía unos tomates que colgaban de una mata, con mucho interés)– por algunos días?

–Si, Señor Profesor Snape ¿Es mágico el gato?

–Es absolutamente muggle –aseguró Snape (que ya lo había verificado la tarde anterior, del mismo modo en que Laure lo había hecho, cuando Draco manifestó su interés por quedárselo).

–Esta bien, Señor Profesor Snape –le dijo el elfo, sonriendo; mientras se agachaba a hacerle cariño al gato, que lo olió con incredulidad (¡no había tenido más ocasión que tú, o yo, de ver a un elfo doméstico!).

–¿Puedo venir a verlo? –preguntó Draco.

–Si, cuando quiera señor Malfoy –le respondió el elfo cortésmente. Draco se asombró de que supiera su nombre, pero no dijo nada.

–Pero me avisas si quieres venir –agregó Snape con el ceño fruncido.

–Bueno –respondió Draco.

–Bien. Ahora vámonos –concluyó Snape caminando hacia la entrada al castillo, feliz de que el problema del gato se hubiera resuelto.

Draco miró a su alrededor. ¡Se estaba tan bien allí! El sol de la mañana estaba muy agradable, y las plantas y árboles le daban al lugar un aspecto muy bonito.

–¿Me puedo quedar aquí? –preguntó Draco. Snape se detuvo, y suspiró. Preferiría dormir teniendo a Malfoy a salvo, en la mazmorra. Pero tampoco sacaba nada con llevárselo, si se iba a arrancar apenas se hubiese quedado dormido. Al menos el huerto estaba lleno de elfos.

–Está bien –respondió Snape finalmente–. Puedes quedarte aquí durante la mañana. ¡Pero quédate cerca de los elfos! –se dirigió al elfo que continuaba jugando con el gato–. Vinci –lo llamó. El elfo levantó de inmediato la vista, y se puso de pie.

–¿Si, Señor Profesor Snape?

–El señor Malfoy se quedará acá por la mañana. Por favor cuídalo. Avísame de inmediato si algo ocurre, o si los está fastidiando.

Draco lo quedó mirando, enojado. ¿Qué pensaba que era?

Harry contempló con asco, los cerros y cerros de paja, excrementos y huesos; de pequeños animales. Las lechuzas dormían, después de una noche de cacería. Apenas una que otra abrió un ojo perezoso, para ver a los recién llegados, volviéndolos a cerrar casi de inmediato.

–Dobby... ¿Dónde se supone que tengo que dejar toda esta mugre? –preguntó Harry indicando el suelo.

–No se preocupe, señor Harry Potter –respondió el elfo. Chasqueó los dedos, y apareció una caja de madera, como de un metro por un metro; y treinta centímetros de alto–. Usted sólo debe ir echándola aquí.

–¡Pero no cabe! –se quejó Harry.

–Es mágica, señor Harry Potter –explicó el elfo, cerrando un ojo–. Va a ir desapareciendo. Ya verá.

–Está bien –murmuró Harry, tomando la pala.

Había trabajado casi media hora, bajo la supervisión de Dobby, cuando Hedwig entró por una de las ventanas sin vidrio, y se posó en su hombro.

–¡Hedwig! –la saludó Harry contento, soltando la pala. Le sacó de inmediato la nota de la pata. Sonrió. Era de Hermione.

–Gracias Hedwig. Pero no tengo nada para darte –se disculpó.

Hedwig ululó, como expresando que no tenía importancia, y se fue volando a dormir en una percha, junto a sus colegas. Harry pensó unos segundos en las recomendaciones de Snape, pero, finalmente, se encogió de hombros, y abrió la carta.

Querido Harry,

Espero que te encuentres bien. ¿Qué son esas cosas que te han pasado este verano? Espero que no te encuentres metido en ningún problema.

Crookshanks y Svilen se llevan muy bien. A veces me da la sensación de que hablan. Me muero por saber qué dicen. Espero poder encontrar algo sobre la comunicación entre animales mágicos en la biblioteca de Hogwarts. ¿Tal vez Hagrid sepa algo? Sería interesante para el ramo de Cuidado de criaturas mágicas. ¡Al menos, sería más interesante que los escregutos de cola explosiva!

Viktor me ha escrito mucho desde que volví a mi casa, y me ha insistido en que vaya otra vez, en mis próximas vacaciones de verano. ¡A mi me gustaría muchísimo! Bulgaria es un país muy interesante. Tienes que conocerlo algún día.

Ron no ha querido escribirme. No sé qué le pasa. Le he mandado ya dos lechuzas, que han vuelto sin su respuesta. ¿Te ha escrito a ti? ¿Te ha contado algo? ¿Está bien?

Mándame una lechuza, para saber como sigues. Espero verte pronto, en el callejón Diagon o en el tren. O si no, ya nos veremos en el colegio.

Cariños de,

Hermione

Harry releyó la carta. ¿Qué le ocurría a Ron? Probablemente se encontraba molesto por lo de la amistad de Hermione y Viktor Krum. No podía culparlo. ¡A él tampoco le gustaba! Tendría que escribirles a ambos más tarde, cuando hubiera vuelto a la mazmorra, donde tenía pluma y pergamino. Se guardó la carta, y tomó la pala nuevamente.

–¿A dónde va a parar todo esto, Dobby? –preguntó Harry, con curiosidad, haciendo un gesto en dirección a la caja de madera.

–A un depósito especial que hay cerca del huerto, señor Harry Potter –respondió, con presteza, el elfo.

–¿Lo usan de abono?

–Si y no... –respondió Dobby–. En realidad, se utiliza como base para una preparación mágica, que abona las plantas.

–¿La preparan ustedes? –preguntó Harry secándose el sudor de la frente.

–Si, aunque el señor Hagrid, Guardian de las Llaves, nos ayuda a veces, señor Harry Potter. Le gusta llevarse un poco, para su propio huerto.

–Si, ese lo he visto. ¿Pero en qué lugar está el primer huerto del que me hablabas? –preguntó Harry, con curiosidad–. No recuerdo haber visto otro huerto antes.

–Es que se encuentra en un jardín interior, señor Harry Potter. Es de acceso restringido. Solo los elfos, y el resto del personal, tienen acceso a ese lugar.

–Que extraño... un par de veces he volado sobre el castillo, y no he visto ningún huerto –comentó Harry, pensativo.

–No se ve desde fuera, señor –explicó Dobby–. Está encantado, para que cualquiera que lo mire, del exterior, sólo vea un techo.

–¿Cómo el gran comedor?

–Exactamente, señor Harry Potter, pero al revés.

–Si, entiendo.

Harry continuó trabajando. Pensó en el mapa del merodeador. ¿Mostraría aquel huerto? Probablemente, aunque nunca se había fijado. Sonrió. Siempre había pensado que Hogwarts compraba todo en algún lugar, Hogsmeade, probablemente, por ser el pueblo más cercano. Aunque en realidad tener un huerto propio parecía una idea muy razonable. ¿Tendrían también vacas? ¿O gallinas? ¿Cerdos?

–¿Tienen también sus propios animales? –preguntó Harry con curiosidad.

–Vacas y gallinas, señor Harry Potter –aclaró Dobby–. De ahí se obtienen la leche, y los huevos. Pero la carne se compra en Hogsmeade. Hogwarts no tiene mataderos.

–Ah –respondió Harry, aliviado. La idea de tener cerca elfos, destripando animales, le resultaba bastante horrible. De pronto se imaginó a Winky con un delantal ensangrentado y un gran cuchillo en la mano. Sacó esos desagradables pensamientos de su mente. Con el trabajo que estaba realizando ya tenía suficiente.

Draco aprovechó bien la mañana, conociendo todo el huerto. También comió manzanas, peras, y unas nueces; que los elfos que trabajaban en los árboles le obsequiaron. Vinci estaba feliz haciendo de guía, y le respondía, a todas sus preguntas, con lujo de detalles. Rara vez tenía ocasión de mostrarle a alguien su trabajo, y menos, a alguien que manifestara un tan sincero interés. Conoció el establo dónde dormían las vacas, y un potrero oculto, en el que pastaban. También vio el patio de las aves, en el que se pavoneaba un gran gallo, en medio de varias docenas de gallinas, y polluelos que se afanaban picoteando granos en el piso (Silvester no los pudo acompañar. Los elfos encargados del gallinero lo atajaron a la entrada, a pesar de sus sonoros maullidos de protesta). Draco se sorprendió, de lo amplio del lugar. Vinci le explicó que estaba acondicionado con magia, para que estuviera protegido, y que el clima, y el tamaño, fueran los adecuados para el crecimiento y mantenimiento de cada especie.

Le explicó que el pasto del potrero, y las plantas y árboles del huerto, crecían, y producían a diario lo suficiente, gracias a una preparación mágica; que se hacía con el estiércol que producían las vacas, las gallinas, y las lechuzas. Algo más tarde, a eso de las nueve de la mañana, Draco sintió hambre y tomó desayuno en la cocina. Continuó conversando con Vinci, mientras Silvester se comía lo que los elfos que por ahí habían, le daban. Ocasionalmente, Draco también le convidaba algo.

Luego del desayuno pasó algunas horas más en el huerto, preguntando, curioseando y probando. Hacía tiempo que no pasaba una mañana tan agradable, por lo que podía recordar.

De pronto, paseando por el establo, vio una puerta por la que no había pasado antes, con Vinci. Buscó al elfo con la mirada, pero él se había detenido algunos metros más atrás, y daba instrucciones a otro par de elfos. Draco dudó unos segundos. En realidad, sólo echaría un vistazo, no tenía nada de malo...

Caminó hacia la puerta y la abrió. Casi la cerró de inmediato, pues el olor reinante era muy intenso. Era una habitación de piedra, y, dentro, habían cerros de estiércol, paja, hojas secas, y hasta pequeños huesos. Recordó la pajarera de las lechuzas, y lo que Vinci le había contado más temprano. Al menos ya sabía de dónde venían los huesos. Notó con curiosidad que, sobre el montón de estiércol de lechuza, apareció de pronto más estiércol de lechuza. Y todavía más, después de algunos segundos. Se estaba preguntando cual sería el mecanismo, cuando una voz lo sorprendió por la espalda.

–¿Divertido Malfoy? –preguntó Snape.

–Si, señor. Es... –Draco no supo muy bien qué contestar– ...interesante.

–Ya veo –se burló Snape–. No sabía que al señor Malfoy pudiera parecerle tan... interesante... el estiércol. Entonces, tal vez sería buena idea que le fuera a ayudar a Potter, a retirarlo de la pajarera.

–¿Harry está en la pajarera? –pregunto Draco extrañado.

–Si. Pero ya es hora de que vayamos a buscarlo. ¿Quieres ir a ayudarlo más tarde?

Draco pensó, por unos segundos. No se moría de ganas de sacar excremento de pájaro. Pero si Harry iba a pasar en eso toda la tarde, sería menos aburrido pasarla acompañándolo, que solo, en la mazmorra, junto a Snape.

–Está bien –respondió Draco. Snape lo quedó mirando, extrañado. Él solo estaba bromeando. Potter era el castigado, no Malfoy. Pero el chico lo miraba con decisión, y, después de todo, no tenía nada de malo. Además, Malfoy podía vigilar que Potter no hiciera una tontería, junto con Dobby.

–Entonces lo acompañarás esta tarde. Ahora vamos a buscarlo para almorzar.

El almuerzo transcurrió sin incidentes, y Draco se alegró de ver que Harry se encontraba mejor que la noche anterior. El único problema se presentó cuando acabaron de comer, y Snape vio a Harry respondiendo la carta de Hermione. Pero luego de una breve discusión (de por qué no se la había pasado primero), el asunto murió allí, y Harry escribió las dos cartas que quería.

Ya en la pajarera, Snape los dejó con Dobby, y se fue. Harry mandó sus cartas, y Draco le contó lo que había aprendido en la mañana.

–Me gustaría ir a conocer el huerto también –suspiró Harry–. Yo me pasé toda la mañana limpiando, aquí.

–Puedes ir conmigo, cuando vaya a ver a Silvester –sugirió Draco–. Me dijeron que podía ir cuando quisiera, siempre que le preguntara a Snape primero.

–¿Y tú crees que Snape me deje ir a mi también? –preguntó Harry, no muy convencido.

–Esperemos que si –respondió Draco, encogiéndose de hombros–. De todos modos, allí está lleno de elfos.

Pasaron algunos minutos en silencio, cuando, de pronto, Draco soltó una pregunta, que le daba vuelta en su cabeza, desde la noche anterior.

–¿Harry...?

–¿Qué?

–¿Quién era ese brujo, que llegó gritándote ayer?

Harry se detuvo unos segundos. No podía contarle. Pero tampoco tenía mucho sentido ocultarle la verdad. Ya lo había visto, y no tardaría en atar cabos.

–Te lo cuento con una condición –murmuró en su oído para que Dobby no escuchara.

–¿Cual? –murmuró Draco.

–¡Que me JURES que no se lo contarás a nadie!

–Te lo juro.

–Está bien –respondió Harry convencido–. Es mi padrino. Es Sirius Black.

–¿QUEEEEE? –gritó Draco, asustado. Dobby lo quedó mirando con curiosidad, pero, al ver que sólo estaban conversando, no se acercó.

–¡Cállate! –murmuró Harry, enojado–. En realidad es inocente. No te preocupes.

–¿Inocente, Sirius Black? –preguntó Draco, con incredulidad–. ¿Estás loco?

–No, no lo estoy. Dumbledore lo sabe. Y Snape también lo sabe. Piensa: ¿cómo crees que Snape lo hubiera dejado entrar, si no?

Draco se quedó pensando. Le creyó.

–¿Y estaba tan enojado por que te... por lo que... por eso que trataste de hacer? –preguntó Draco, incómodo.

–Dilo, Draco –respondió Harry–: porque intenté matarme.

Draco miró el piso. Harry suspiró.

–Si, por eso estaba tan enojado. Pero eso ya se arregló.

–Pero anoche estabas llorando –respondió Draco. No recordaba haber visto a Potter llorar antes.

–Si, pero ya se arregló. Olvídalo. Y recuerda que me prometiste que no se lo contarías a nadie.

–Está bien –respondió Draco sonriendo. Luego sonrió maliciosamente–. Oye Harry... todo este estiércol me dio una idea.

–¿Qué idea? –preguntó Harry con una similar sonrisa.

–¿Qué tal si les hacemos alguna broma a las otras casas?

–¿A qué te refieres, exactamente? –preguntó Harry con curiosidad.

–Podríamos llenarles la sala común con estiércol –se rió Draco.

–Que idea más tonta, Draco –se burló Harry–. En primer lugar, no hay nadie en las otras salas comunes. Y, en segundo lugar, no conocemos las contraseñas.

–Como eres de bruto, Harry... –se burló, a su vez, Draco–. Yo me refería a; cuando haya COMENZADO el año escolar. Y por lo de las contraseñas... yo podría resolver eso.

Harry se quedó pensando, un momento. Nunca se le había pasado por la mente hacer esa clase de bromas. Eso era trabajo de los gemelos. Por otra parte, no tenía idea en qué quedaría su amistad con Draco, cuando las clases hubieran comenzado. Una cosa era ser su amigo, estando sólo ellos dos en el castillo, pero otra muy distinta era hacer algo con Draco, sin incluir a Hermione y Ron. Ellos nunca aceptarían participar en eso. Hermione se escandalizaría por la broma, y, ambos, por su amistad con Draco. Pero, por otro lado, apreciaba a Draco y no quería perderlo como amigo.

–Está bien –aceptó Harry finalmente. Ya vería más tarde como arreglaba los "peros". Y, de todos modos, sonaba divertido. Y nadie sospecharía de una alianza entre ellos dos.

Ambos se rieron, y continuaron trabajando.

Algunas horas después, Harry miró alrededor, mientras se secaba el sudor de la frente. Ya casi habían acabado. Era increíble cómo, entre dos, se avanzaba más rápidamente. Miró hacia la ventana. De pronto, recordó la caverna en la que había estado con su padrino. Miró a Draco. ¿Y si él también proponía alguna "aventura"? Algo adentro de él, le decía que era una buena idea. La presencia de Draco era algo afortunado, y era una lástima no aprovechar los días que estuviera ahí, sin divertirse.

–Tengo una idea –murmuró guiñándole un ojo.

–¿Cual? –murmuró Draco con cara de cómplice, mientras miraba, de reojo, a Dobby (que se limitaba a observarlos, mientras se balanceaba suavemente de atrás para adelante. No parecía molestarle que hablaran, mientras se mantuvieran a salvo).

–Conocí hace poco un lugar en el bosque...

–¿En el bosque prohibido? –exclamó Draco, tratando de disfrazar el miedo, con un aparente desinterés.

–Si. Es una cueva. Cuando fui, estuve tan poco rato que no tuve tiempo de ver nada. Pero me muero de ganas de explorarla. ¿Qué tal si tratamos de arrancarnos un ratito?

–Pero Harry...

–Si vamos de día no hay peligro –lo interrumpió Harry–. Y queda a tan solo media hora del castillo. Yo ya fui, de día, y te aseguro que no hay peligro. Mi padrino me llevó. Jamás lo hubiera hecho si hubiese sido peligroso.

–¿Entonces; el bosque prohibido no es peligroso? –se extrañó Draco.

–Lo es de noche, pero no de día. Las criaturas peligrosas son de hábitos nocturnos.

–Que información más interesante... –murmuró Draco con maquiavélico interés. Ambos se miraron, y se rieron–. Está bien. ¿Cuándo lo haremos?

–Apenas tengamos alguna ocasión de escaparnos de la supervisión –murmuró Harry mirando de reojo al elfo, mientras fingía estar limpiando la pala con una escobilla.

–Eso será complicado –respondió Draco, mientras fingía hacer lo mismo–. Dudo que Snape nos deje solos. ¿Tienes tu varita? –preguntó Draco de pronto, recordando que no la había encontrado en la mesita de noche en la mañana.

–No. Snape me la quitó –se lamentó Harry–. También escondió mi escoba.

–Lástima. Nos hubiera podido servir para dormir al elfo, y hacerle un obliviate.

–¿Tú sabes hacer eso? –preguntó Harry asombrado.

–Potter, Potter... –se burló Draco con simpatía–. De verdad, es una lástima que fueras a parar a Gryffindor.

–No me quejo.

–Da lo mismo, tendremos que buscar otra forma –murmuró Draco, cambiando de tema–. Si tuviéramos algunos ingredientes, podríamos preparar alguna poción somnífera...

Harry se golpeó la frente. Acababa de tener una idea.

–Pero si podemos –murmuró–. Tengo que quitar el polvo de los armarios del despacho de Snape, mañana.

–Entonces le pediré a Snape que me deje trabajar contigo mañana –sugirió Draco–. Así, uno de nosotros puede sacar algo, mientras el otro distrae al elfo.

–Pero... ¿Y si nos vigila Snape? –dudó Harry.

–Entonces distraemos a Snape –respondió Draco, encogiéndose de hombros–. Podría, por ejemplo, quebrar algo, y cortarme al recogerlo.

–Entonces te pondría a gritar que te duele mucho, y que te estás desangrando –sugirió Harry.

–No exageres, Potter –murmuró Draco–. Entonces, es un trato.

–Pero Draco... ¿Qué vamos a necesitar?

–Déjamelo a mi –respondió Draco guiñando un ojo.

–¿Cómo te lo voy a dejar a ti, si tu lo vas a estar distrayendo?

–Es verdad... entonces lo vas a tener que distraer tú.

–Está bien –murmuró Harry. De pronto, se sintió muy entusiasta. Se imaginó como debían sentirse normalmente los gemelos. ¡Como le hubiera gustado tener un hermano! Su primo Dudley nunca había sido como un hermano.

Snape miró a los chicos con alivio, mientras bebía jugo de calabaza. La cena también había estado tranquila. Potter, al igual que en el almuerzo, no había armado escándalo para comer. De hecho parecía normal. Nadie hubiera dicho que hace 24 horas estaba al borde de la muerte.

–Espero que tengas tanto ánimo mañana, Potter –comentó Snape burlón–. Quiero que todo quede impecable.

–Está bien –respondió Harry fingiendo pesar. Draco tuvo que dejar de respirar y morderse para no reírse de la actuación de su amigo. Era perfecta.

–¿Y qué haré yo mañana? –preguntó Draco. Snape se quedó mirándolo, pues no había pensado todavía en eso. Sus planes eran aprovechar de ordenar su despacho, mientras vigilaba él mismo a Potter. Pero había olvidado a Malfoy, que aunque parecía dispuesto a cooperar y no meterse en problemas, de todos modos no se lo podía dejar solo, con los padres que tenía...

–Iras con nosotros. Puedes llevar algo para leer, o para hacer tus deberes. También puedes ayudar a Potter si quieres.

–¿Qué tiene que hacer? –preguntó Draco, a pesar de que ya sabía.

–Quitar el polvo de las estanterías.

–Lo voy a pensar –se rió Draco dándose importancia. Fue el turno de Harry para morderse la lengua para no soltar la risa por la actuación de su amigo. Estaba contento. Tenían un plan para divertirse, que no era peligroso (o eso creía), y todo parecía estar marchando sobre ruedas.

Respuestas a reviews del capítulo 31:

Synn: A mi también me ha pasado, que comienzo a leer algo y no puedo parar :-D Algunas ff pueden ser muy adictivas jajaja. Harry y Draco seguirán amigos, al menos en lo que queda de verano. No creo que Sirius haya actuado de forma vengativa, sino impulsiva. Pobrecito, está tan arrepentido. Ron no aparecerá todavía.

kat basted: jajaja, todas tus preguntas quedaron o quedarán respondidas ^_^.

Joyce Granger: jajaja, si, continua haciendo frío por aquí. Harry ya reaccionó ;)

Moryn: Bueno, estoy de acuerdo contigo. Por eso cambié un poco el capítulo 31, cuando subí el 32. No eres la única que me comentó lo extraña que fue la reacción de Sirius. Pero ya se arregló todo :)

Enya: Con el tiempo (y Amanda), Minerva irá cambiando su actitud frente a la adivinación. Y si, Snape es muy creativo. Si no lo fuera, Voldemort ya lo habría descubierto. Pobrecito... necesita vacaciones. ¿Y el capítulo 3 de CLAROSCURO? Sé que no tengo moral para exigir, después de lo que me demoro en actualizar. ¡Pero quiero saber como sigue! :'-(

Asimov: si, reconozco que tienes razón. Mi historia no avanza rápido. Jajaja, buen título, no se me había ocurrido ^_^ . Tal vez use tu idea... ¿No te molesta verdad? No me tomo la crítica de mal modo, al contrario.

kathy: Harry se recuperará, no te preocupes. Y ya se comenzaron a divertir :).

vicu_malfoy: Si, ¿verdad? Y Sirius ya encontró su cabeza jajaja.

Kagome-chan: Disculpen todos mi tardanza, por favor *_*

V!rU§ P ()LÅ: ¡Gracias! Espero que tu problema de Internet se haya solucionado. Creo que lo que me escribiste se parece a lo que debe haber pasado por la cabeza de Sirius.

Duende: ¿Por qué plasta? :-/? No creo que lo seas.

Naiko: Si, no debe ser fácil. Pero confesó finalmente. Y creo que le hizo bien. De hecho, en este capítulo ya se siente mejor. Pobre Sirius... Me alegro de que te haya gustado la modificación que le hice al 31 ^_^

Respuestas a reviews del capítulo 32:

selene snape: ¡Gracias!

Joyce Granger: ¡Gracias por tus reviews! Me sacó una sonrisa :D Sirius es, efectivamente, muy tierno cuando quiere...

Kagome-chan: ¡Guau! Gracias... Disculpa por hacerte esperar tanto.

Mancha: ¡Que bueno que te guste! Gracias por dejarme review :D

Arwen: el fic lo terminaré si o si (salvo que me muera, claro. Pero eso es, estadísticamente hablando, poco probable). En el 33 se ve la reacción de Sirius. Si, pobre Snape ¿verdad? Jajaja. Voy a mirarlo.

kathy: Huy, pobrecita de ti :-( Jajaja, eres profética ;)

Naiko: Si, con los problemas se ponen en evidencia los afectos. Madame Maxime debería estar por ahí también, si. Y si, esos dos seguirán amigos. Todos los amigos pelean de vez en cuando. Sería difícil que Hermione se vaya a Hogwarts por su cuenta, antes del 1º de septiembre. ¿Sabría llegar sin el tren? Aunque tratándose de Hermione... seguro que encuentra algún modo en la literatura ^_^

Willito: ¿Tú crees que Snape es muy blando con Harry? Sueña... En todo caso acepto sugerencias, ya me las dirás jajaja.

Synn: Draco ya volvió ^_^, y pasó buena noche. Aunque su despertar fue un poco brusco. Bueno, no todas las lechuzas vuelan apuradas... Sevi estaba comprensivo con Harry, si. Mal que mal, el chico acababa de intentar suicidarse. Y yo me divertí mucho escribiendo esa escena :D

val: ¡Gracias por tu review y tu ánimo!

Pekenyita: Guau, gracias. Espero que la espera haya valido la pena :)

V1rUs p ()La: me cuido, me cuido... gracias :D