Disclaimer habitual. ¡¡¡Por fin salió el 5to libro!!! El mío viene viajando. Llega la semana próxima, si todo va bien ^_^. Mientras espero estoy evitando a toda costa leer spoilers :D

Este capítulo no está beta - leído. Así que, si encuentran errores, pásenlos por alto y siguen leyendo ¿ya? :-D Por su comprensión, y su GRAN paciencia (deben tenerla si, después de casi tres semanas sin actualizar, todavía se meten a mi historia ¬.¬), MIL GRACIAS.

kathy: En este capítulo vuelve la cueva, y las clases se vienen pronto. Mal que mal... les quedan muy pocas vacaciones ^_^.

Melisa: Me alegro de que te guste. ¡Gracias por dejarme un review! :)

Kitiara: ¿Sirius? Ya se aclara eso en este capítulo ;-) y si, Harry tuvo suerte en ese sentido. Lo que queda de las vacaciones tendrá un giro, aunque no sé si por eso dejarán de ser "fatales". Snape es muy inteligente :D, si no lo fuera, Voldy lo habría matado hace mucho O_O

Synn: ff.net tuvo problemas, hace algún tiempo. No se me había ocurrido ese uso del veneno... ¡Buena idea! Aunque no entra mucho en mis planes. De todos modos, ahora que Harry entiende el problema de los sueños, ya no representa tanto problema. Creo que Volvemort perdió con ese plan. Si, pobre Dobby ;)

nai-ara: efectivamente, no creo que a Sirius le haga gracia. Harry se supone que se tiene que cuidar. Muahahaha X) (*)

carolix_: Huy, siento mucho haberte hecho esperar tanto :-( Espero que lo largo de este capítulo compense la espera. Si, cuando comiencen las clases ocurrirán algunas cosas, algunos conflictos, y se descubrirá algo más sobre la misteriosa foto. Hermione intervendrá en eso :-)

mike granger: La seguiré escribiendo. No siempre me demoro tanto en actualizar :/ Lo de Black se sabrá cuando hayan comenzado las clases (lo que sucederá en un capítulo, creo). No sabemos, hasta ahora, si Snape es de la familia Black, o viceversa... O ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario XD Bueno, yo si sé... ¡Pero no se los voy a contar todavía muahahaha!

V1rUs p@()La: ¿Quieres más acción (*)? Snape es humano, y no siempre sabe TODO lo que ocurre a su alrededor. Le gustaría... pero no puede ^_^. No sé si después de este capítulo te seguirá gustando mi historia, eso si... Espero que si :]

lizbeth vancry: Se me hace raro escribir la historia ahora que salió el 5º libro. Pero igual la voy a seguir :). De todos modos, todavía no lo leo. Comencé a leer un "pseudo" libro 5 que circulaba en Internet, pero parece que es más falso que varita de plástico. De hecho, no comienza como decían que tenía que comenzar, jajaja. :-D. Si, que lata que se demoren tanto en poner a la venta la traducción. Mejor sería que las sacaran todas simultáneamente, o al menos con menos intervalo. ¡Cuando salga en castellano ya TODO el mundo va a saber que ocurre en el libro 5! El otro día, y sin que alcanzara a evitarlo, un amiga me dijo por teléfono "Se muere tal personaje". Espero que se equivoque :'-( Quiero leer el libro sin saber qué va a ocurrir. Por eso me los voy a leer en inglés, aunque me demore una eternidad en terminármelo ¬.¬. Si, las setas son alucinógenas.

(*) Acepto sugerencias en ese sentido. ¿Quieren que Sirius descubra alguna burrada de Harry? ¿Que se enoje, o que lo perdone en un ataque te "te perdono ahijado mío, te amo padrino, yo también te amo hijo mío BUAHHHHHHHH" y que ambos se abracen llorando? ¿O dejamos que Harry se divierta "impunemente"? ¿¡¿QUÉ DICE EL PÚBLICO?!? ^_^

Capítulo 35 Un día con mucha reflexión

Entusiasmados por el éxito, los chicos decidieron ir a explorar la cueva nuevamente a penas se presentara una nueva ocasión. El plan sería el mismo, dado lo bien que había salido.

Cuando Snape llegó a buscarlos, Draco y Harry estaban un poco nerviosos. ¿Habrá notado nuestra ausencia?, se preguntaban ambos, con la mirada.

Pero Snape no parecía haberse enterado. De hecho, parecía hasta de buen humor. Había dormido toda las noche, y había pasado una excelente mañana leyendo, y dormitando otro poco.

Cuando llegó la noche, y los chicos quedaron nuevamente solos, Draco recordó las setas que todavía tenía en el bolsillo. Las sacó para examinarlas. Harry se acercó, con curiosidad, y de inmediato fue a buscar sus libros de Herbología.

Las setas estaban ligeramente aplastadas, y habían perdido el color azul violáceo original que tenían. Ahora eran de color café.

Buscaron en los libros, pero no encontraron nada.

–¿Qué setas serán? –preguntó Draco pensativo, mientras hacía rodar una en la palma de su mano.

–Tal vez no esté clasificada –sugirió Harry.

–¿De verdad crees eso? –preguntó Draco escéptico. Harry se encogió de hombros–. Lo que yo creo –continuó Draco–, es que no aparece en los libros de texto de los estudiantes, por las propiedades que tiene.

–¿Te refieres a que produce alucinaciones?

–Si.

–Es probable. De hecho, es verdad que en los textos de herbología no suelen aparecer sustancias alucinógenas, salvo algunas que tienen, además, alguna propiedad útil.

–O que son venenosas –agregó Draco serio, luego se rió –. En todo caso, creo que fue divertido.

–Si, lo fue –se rió Harry.

Draco se paró, y caminó hacia una antorcha. Harry tuvo el impulso de detenerlo, pero decidió no hacerlo. Después de todo, no tenía nada de malo. El efecto se pasaba después de un par de horas, y tenían toda la noche por delante. Draco acercó la seta que tenía en la mano a la llama de la antorcha. En unos segundos se había consumido, dejando un poco de su extraño y agradable aroma. Viendo que una seta era muy poco, Draco sacó las otras que tenía en el bolsillo, y las acercó a la llama. El aroma se hizo entonces más intenso.

Fue así como ambos se encontraron, durante un rato, jugando entre columnas y antorchas que bailaban alrededor de ellos. No supieron cuanto tiempo estuvieron así. Cuando los efectos comenzaron a pasarse, y el mundo alrededor de ellos volvió a su forma habitual de ser, ambos se acostaron, y se durmieron casi al instante. Sólo Draco pronunció unas pocas palabras, antes de dormirse.

–Harry, recuérdame traer más la próxima vez que vayamos.

Harry respondió con un gruñido parecido a un "sí".

~ * ~

Remus Lupin tocó la puerta de la habitación de su amigo Sirius, pero no obtuvo respuesta. Entró, y dejó la bandeja que traía en el espacio libre que quedaba en una mesa llena de papeles, fotografías, y un pensadero. Con el ruido se despertó Sirius, que dormía.

–Buenos Días –murmuró Sirius con voz todavía dormida.

–Buenas noches, querrás decir –se rió Remus.

–¿Qué hora es? –preguntó Sirius, desconcertado, notando que por la cortina de la ventana no se filtraba nada de luz.

–Van a ser las dos de la mañana. Decidí despertarte porque tengo que salir, y quería que supieras que te vas a tener que quedar sólo. ¿Cómo sigue tu pié?

–Se ve normal, pero me molesta un poco, a pesar del hechizo –gruñó Sirius.

Remus tomó la bandeja que había traído, y la dejó en la mesita de noche.

–Te traje algunas cosas para que sobrevivas sin tener que bajar la escalera. Espero que estés bien. Yo creo que voy a volver antes del mediodía.

–Está bien. Gracias. Se siente extraño haber dormido todo el día –murmuró agarrándose la cabeza con las manos. Luego de estirar sus músculos se incorporó–. ¿Pasó algo hoy?

–Nada relevante.

Sirius recordó de pronto a Harry. La última vez que había revisado había sido la noche anterior. Tomó su varita e hizo el hechizo sobre su mano.

–Harry está en la mazmorra. Está quieto. ¿Podemos suponer que duerme? –preguntó inquieto.

–Probablemente –le dijo Remus sonriendo–. Deja de preocuparte. No está sólo, y te prometió que se cuidaría.

–Si, lo sé. Es que después de lo del otro día, estoy muy paranoico.

–Bueno, te recomiendo que comas. Dumbledore dijo que te podías tomar el día libre, así que te recomiendo que te muevas lo menos posibles. De hecho, sería bueno que durmieras.

–Ahora no tengo nada de sueño –gruñó Sirius–. Me gustaría tomar al tarado que puso esa trampa para zorros, y hacerle sentir lo que es quedar con un pedazo de pata colgando...

–Debiste haberte quedado quieto en tu forma de animago. El daño habría sido menor.

–¡Pero al menos me pude sacar la maldita trampa! Los perros no tienen manos, Lunático. Malditas trampas muggles...

–Bueno, pero ya pasó. Y en un par de días vas a estar como nuevo. Deja de reclamar, y aprovecha que puedes descansar.

–Estuve doce años quieto, amigo mío. Creo que descansé por el resto de mi vida.

–Entonces, ¿qué importancia tienen un par de días más? –se rió Remus. Se despidió nuevamente, y desapareció.

~ * ~

Cuando Snape bajó a despertar a los chicos, al día siguiente, notó un aroma algo extraño. Buscó con la mirada algo inusual, pero la mazmorra lucía su aspecto habitual. Se rió de su propia paranoia. El día anterior había sido agradable, casi parecido a estar 'verdaderamente' de vacaciones, y había decidido hacer de ese, otro día igual. Disfrutar los pocos días que le quedaban, antes de que el barullo de los alumnos inundara el castillo: tal era el propósito que se había hecho Severus Snape.

Y así fue que se repitieron las condiciones del día anterior, viéndose facilitada la segunda expedición a la cueva. Los chicos no podían pedir más suerte.

~ * ~

Laura amarró los pergaminos que le acababa de escribir, a Snape y Draco, a la pata de la lechuza que el tendero le indicó. Por fin la tormenta se había calmado esa mañana. Se sentía culpable. No le gustaba mandar malas noticias a Draco. Tampoco sabía como se tomaría Snape el hecho de que ella fuera a pasar en misión la siguiente semana. ¡Si, por lo que le habían informado sus superiores, recién podría volver el siguiente martes! Y Draco entraba dos días más tarde a clases.

Decidió pedir que le dieran libres los días del martes 30 de agosto al jueves 1º de septiembre. Tres días. Era lo mínimo que le podían dar, después de mandarla al infierno húmedo y frío en el que se encontraba. Y así podría, por lo menos, estar con su primo y comprarle lo que faltaba.

~ * ~

Cuando Snape se hubo ido del laboratorio de fotografía, Draco aprovechó el primer momento en que Dobby le dio la espalda para dormirlo. Hicieron como el día anterior, y pronto se encontraron corriendo por el parque.

Encontraron rápidamente el camino a la cueva, y se internaron en ella.

–¿Vamos por más setas? –preguntó Draco.

–Más tarde –sugirió Harry–. Mejor exploremos primero, y de ahí vamos por más. Total, ya sabemos dónde es, y cuanto nos tardaremos.

–O tal vez encontremos más en el camino...

–¡A lo mejor!

Ambos chicos se rieron, y comenzaron a caminar. Al cabo de un rato, el túnel natural que seguían comenzó a angostarse. Draco caminó adelante, con la antorcha. De pronto, llegaron a lo que parecía ser el final del túnel.

Harry miró hacia el techo. Notó que, en realidad, el túnel no se había acabado, sino que continuaba más arriba.

–Mira –dijo Harry apuntando–. Podemos seguir por ahí. El otro chico asintió.

–Ten la antorcha, mientras yo subo –sugirió Draco–. Luego me la pasas, y subes tú.

–Está bien –dijo Harry tomando la antorcha.

Draco comenzó a trepar, afirmándose en las irregularidades de la roca. Notó que el túnel no subía en forma vertical, sino que parecía continuar un metro y medio por sobre el túnel por el que habían caminado.

Al llegar arriba, tomó la antorcha que Harry le tendía. La puso a un lado, y ayudó a Harry a subir.

Avanzaron a gatas, por unos metros. Más adelante, el túnel parecía ensancharse. Pero antes de que pudieran llegar allá, Draco (que avanzaba adelante) sintió que la roca bajo sus rodillas no estaba firme, y con horror el suelo cedió. Escuchó el grito de Harry.

La caída no fue tan terrible, como había temido al principio. De hecho, constató con alivio que podía ponerse de pie, y que no sentía ningún hueso roto. Miró hacia arriba. Ahí estaba Harry, como tres metros más arriba, alumbrando con la antorcha.

–¿Estás bien? –preguntó Harry, preocupado.

–Si, creo –le respondió Draco–. Voy a ver si puedo subir.

El chico comenzó a palpar las paredes, mientras Harry alumbraba lo mejor que podía desde arriba, con la antorcha. La angustia comenzó a invadirlo, al notar que las paredes no ofrecían ningún punto de apoyo para trepar. Hizo algunos intentos, pero sólo consiguió hacerse daño en los dedos.

–No voy a poder subir solo, Harry. Detesto decirlo, pero necesito ayuda.

–¿Te refieres a ir a buscar ayuda?

–Si, a eso me refiero –gruñó Draco.

–¿Y a quién quieres que le pidamos ayuda? ¿Qué crees que diría Snape, si llego allá y le cuento todo?

–¿Prefieres que nos quedemos aquí, Harry?

Harry no supo que responder, y ambos se quedaron pensando unos segundos.

–¿Sabes Harry? –comentó Draco–. Creo que tienes razón. No había pensado en una cosa.

–¿Qué cosa?

–Sólo tenemos una antorcha.

–Si... Y yo no podría volver sin luz. ¿Te daría miedo quedarte en la oscuridad?

–La verdad Potter... no tengo muchas ganas de quedarme aquí por horas, solo, y a oscuras –se rió Draco con sarcasmo.

–Bueno MALFOY –dijo Harry riendo, pero poniendo énfasis en el apellido de su amigo–, ¿Tal vez te pueda ayudar a subir? No es tan alto...

Harry puso la antorcha a un lado, y se puso de guata en el suelo. Tendió el brazo hacia abajo, pero apenas alcanzaba a tocar las manos de Draco, si éste último saltaba. Se acercó más al borde, y estiró ambas manos. Draco las tomó, y afirmándose en ellas, puso los pies en la pared, tratando de trepar.

Al principio pareció funcionar, pero, de pronto, una piedra de la pared cedió ante el peso del chico. Draco volvió a caer, con tan mala suerte de que arrastró a Harry con él.

Harry se incorporó, y ambos se miraron por unos segundos. ¿Y ahora qué iban a hacer? Ese era el mensaje que ambos leían en la cara del otro. La antorcha había quedado arriba, donde Harry la había dejado, y los dos se encontraban en aquel agujero, casi tres metros más abajo.

Buscaron una salida, pero estaban en un agujero del que no salía ningún túnel. Trataron de subir, parándose sobre los hombros del otro, pero lo sólo consiguieron, después de algunas caídas, alcanzar la antorcha. Finalmente se sentaron, exhaustos.

–El medio lío en el que nos metimos –se lamentó Draco.

–Al menos tenemos la antorcha –comentó Harry.

–Si, por lo menos.

–Creo que solo nos queda esperar, –concluyó Harry–. Esperar que nos encuentren pronto.

–No es por desanimarte, pero no creo que adivinen dónde estamos. O no muy pronto al menos.

–Pero mi padrino sabe de esta cueva –dijo Harry tratando de animarlo.

–Es mi culpa, Harry. Debí haberme quedado aquí, mientas tú ibas por ayuda.

–No, no es tu culpa –lo animó Harry–. Recuerda que era yo el que no quería ir.

Ambos se quedaron callados. Se sentían incómodos, y comenzaban a tener hambre. Fue Draco el que dijo en voz alta, lo que ambos temían en silencio.

–No tenemos agua.

–No. No tenemos.

–Snape debió haberte devuelto tu varita –gruñó Draco.

Harry no contestó. No podía culpar a Snape de no habérsela devuelto, después de lo que había pasado.

–Draco... ¿Se puede hacer magia sin varita?

–Creo que sí, pero yo no sé. La hice a veces, cuando era niño. Pero no recuerdo como lo logré.

–Yo tampoco recuerdo cómo lo hacía. ¡Si al menos tuviéramos algunas de esas setas, para pasar el rato! –comentó Harry, con un suspiro.

–Las consumí todas anoche –se lamentó Draco.

~ * ~

A eso del mediodía, Snape se dirigió al laboratorio de fotografía. Se extrañó de no encontrar a nadie. Llamó a Dobby, y escuchó como un montón de fotografías comenzaba a moverse en un rincón. Se acercó, y vio como el aletargado elfo se ponía de pie, algo confundido.

Dobby se incorporó de pronto, y miró a Snape. Buscó alrededor, y no vio a los chicos.

–¿Qué ocurrió? –murmuró Snape con una calma que dejaba muy en claro que estaba a punto de explotar.

–Dobby... Dobby... Dobby no quiso... Dobby no sabe... –fue lo único que dijo el elfo, y se echó a llorar con histeria, mientras tomaba un álbum de fotografías y se daba con él en la cabeza. Las fotografías que contenía comenzaron a volar, agregándose a la pila en torno al elfo.

–PARA DOBBY –le gritó Snape quitándole el álbum–. DETENTE Y DIME LO QUE RECUERDAS.

Dobby se detuvo, y comenzó a temblar. ¡A veces el Señor Profesor Snape se parecía tanto a su ex amo, el Señor Malfoy!

–Si Señor Profesor Snape –comenzó a decir el elfo–. Todo estaba bien, y de pronto... Dobby se despertó rodeado de fotografías, y... y usted lo estaba mirando.

–¿Pero, y los chicos?

–Estaban aquí Señor–chilló el elfo con desesperación–. Tienen que estar por aquí.

–Pues no están –gruñó Snape–. Y son más de las doce. ¿A qué hora ocurrió lo que sea que haya ocurrido, Dobby?

–Acabábamos de llegar hace algunos momentos, Señor. Menos de una hora después de que usted nos dejó. Y luego no recuerdo nada más.

Snape recordó que los había dejado cuando eran casi las nueve. No llevaban desaparecidos más de dos horas.

–¿Los escuchaste decir algo? –preguntó Snape.

–No... no Señor –murmuró el elfo–. Todo estaba como siempre.

–¿Te habías dormido en tu trabajo con anterioridad? –preguntó Snape, lamentando no haber dejado a otro elfo más a cargo. Notó que Dobby comenzó a temblar, y esto lo sacó de quicio–. ¡CONTESTA!

–Si –respondió el elfo, con un hilo de voz. Snape lo miró con cara de "continúa, te escucho". Dobby tragó saliva, y miró el piso–. Ayer me ocurrió lo mismo, aquí mismo.

–¿Y POR QUÉ NO ME LO DIJISTE? –Le gritó Snape–. HABRÍA DEJADO A OTRO ELFO, HOY, A CARGO DE ELLOS.

Lo que más comenzaba a preocupar a Snape, era el hecho de que ni Malfoy ni Potter le hubieran dicho que el día anterior Dobby se había quedado dormido mientras los cuidaba. De hecho, el hecho de que los tres se hubieran quedado callados no podía significar más que dos cosas: o los chicos estaba protegiendo a Dobby, o ellos dos lo habían dormido.

–Bueno, tenemos que buscarlos. Convoca a los demás elfos, y que revisen el castillo –dijo Snape.

La búsqueda tardó varias horas. A eso de las cuatro de la tarde, los elfos concluyeron que no se encontraban en el castillo.

–¿Revisaron absolutamente todo? –preguntó Snape.

–Todo –respondieron los elfos.

–Salvo la punta de la torre norte –agregó uno, al que le había tocado esa torre.

–¿Dónde la profesora Trelawney? –se extrañó Snape, mirando al elfo–. ¿Por qué no revisaste ahí?

–A la Señora Profesora Trelawney no le gusta que entremos, cuando ella está –respondieron todos los elfos a la vez, como si estuvieran recitando algo aprendido de memoria.

Snape recordó que Dumbledore le había comentado que Sybill Trelawney llegaba pronto. El 21 de agosto, si mal no recordaba. Detestó la idea de ir a hablar con ella, pero dado que los chicos no aparecían, no le quedaba otra alternativa más que agotar todos los recursos dentro del castillo, antes de buscarlos afuera. Tragó saliva. ¿Qué haría si no estaban con Trelawney? ¿Qué le diría a Albus? ¿A Laura Walters? ¿A... Black? Lo único que lo tranquilizaba, era que habían desaparecido LOS DOS. Eso hacía poco probable que Harry hubiera intentado matarse de nuevo.

De pronto se encontró en lo alto de la torre norte, frente al cuadro de un bruja tirando el naipe, que levantó la vista y lo quedó mirando. Esa era la entrada a la estancia de la profesora de adivinación.

–No conozco la contraseña –le dijo Snape–. Necesito hablar con Sybill.

–Un momento por favor –le dijo la mujer del retrato, dejando el naipe sobre la mesa, y desapareciendo a uno de los lados del marco. Volvió al cabo de un minuto.

–Adelante –dijo.

Snape entró, y se puso a toser. La habitación estaba llena de humo con olor a flores.

–Sabía que vendrías, Severus –comentó la bruja poniéndose de pie (tenía en la mesa un montón de conchitas).

–¿Están contigo? –preguntó simplemente. Si sabía que vendría, debía saber a qué venía.

–No, no han venido por aquí –respondió ella, con una voz profunda.

–¿Y entonces cómo sabes de quién estoy hablando? –preguntó Snape con sarcasmo, comenzando a perder la paciencia.

–¿Buscas a Harry Potter, y al otro chico cuyo nombre no recuerdo? –dijo ella sin hacer caso.

–Si. ¿Dónde están?

–En el bosque –respondió ella, con cara de misterio. Claramente disfrutaba saber algo, y que su colega tuviera que preguntarle. Rara vez los demás profesores le pedían consejo a ella, cosa que no acababa de irritarla.

–¿Cómo lo sabes? –preguntó Snape, escéptico.

–Porque los vi dirigirse allá –respondió ella, con tono ofendido por su desconfianza–. Por esta misma ventana –agregó indicando una ventana que daba al norte–, como a la misma hora que ayer.

–¿¿¿QUE AYER??? –preguntó Snape.

–Si.

–¿Y POR QUE DIABLOS NO AVISASTE? ¿ACASO NO TE EXTRAÑÓ VER UN PAR DE CHICOS INTERNARSE EN EL BOSQUE PROHIBIDO?

–¿Quién soy yo para cambiar los designios del destino, Severus? –respondió ella con solemnidad, y teatral resignación–. Y no grites en mi presencia, que nublas mi ojo interno.

–¡AL DIABLO CON TU OJO INTERNO, SYBILL! Y MEJOR SERÁ QUE ME DIGAS EN QUÉ DIRECCIÓN SE FUERON.

–No lo sé, Severus. Y abandona de inmediato este lugar.

Snape se fue dando un portazo, al punto de que saltaron los naipes de la bruja del cuadro (que le lanzó una maldición), y las conchitas de la mesa de Trelawney.

Snape se alejó irritado. Esa charlatana no sería de ninguna ayuda, al contrario. Antes que confiar en ella, confiaría en la sobrinita de Minerva. Pensó, por unos segundos en mandarla llamar. Pero rechazó la idea. Simplemente, no se veía diciéndole a su colega "perdí a los chicos en el bosque, préstame a tu sobrinita para que me los encuentre". Sonaba ridículo. Era ridículo.

Al menos Sybill los había visto solos. Eso quería decir que se habían ido por su cuenta. En cierto modo, el pensar que Voldemort no tenía nada que ver, le daba ánimo.

Miró la hora. Eran más de las cinco. Pronto oscurecería, y el bosque se volvería muy peligroso. Debía actuar rápido. Si le mandaba una lechuza a Dumbledore, tal vez alcanzaba a llegar, y darle una mano. La otra solución era... Hace años que no lo hacía. Se había jurado a si mismo no volver a hacerlo nunca. Pero se trataba de una emergencia. El problema era que, si hacía lo que estaba temiendo que tendría que hacer, iba a tener que ir sólo. No podía arriesgarse a que lo vieran.

Pero era preferible. Tenía más probabilidades de éxito así, que internándose en el bosque con los elfos. Además, más de algún elfo podía salir herido, y no quería ser el responsable de eso.

Se dirigió al vestíbulo, decidido. No tenía tiempo de esperar a que alguien viniera. Pronto oscurecería. Dobby, que lo había esperado a la salida de la torre norte y que lo había seguido, lo sacó de sus pensamientos. Con la preocupación, Snape no lo había notado a su lado todo el tiempo.

–Señor Profesor Snape... ¿Puedo ayudar en algo?

Snape se quedó mirándolo. Tenía cara de culpabilidad, aunque Snape sospechaba que, en realidad, la culpa la tenían Potter y Malfoy.

–Manda una lechuza al director. Escribe exactamente esto: "Fui a buscar bellotas al bosque". No firmes, ni agregues nada. ¿Entendiste?

–Si Señor –dijo el elfo, y desapareció.

Snape corrió al bosque. Se internó en la espesura y, cuando estuvo seguro de que no había nadie alrededor (lanzó un hechizo para detectar vida alrededor de él, y no vio ni humanos, ni animales mayores), se transformó en una mosca. Sintió asco de si mismo. Transformarse en animago había sido una de las peores experiencias de su vida. Hace años había decidido olvidarlo, y vivir como si nunca hubiese llevado a cabo la transformación. Odiaba la forma que había tomado. De haber podido elegir, hubiese escogido cualquier otro animal.

Después de volar un rato, encontró el rastro de los chicos. Lo siguió. No tardó en dar con la cueva. Notó que había dos rastros, uno más reciente que otro. Esto coincidía con la información dada por Trelawney. Claramente, los chicos habían venido el día anterior, sin que nadie los descubriera. Y habían venido de nuevo. Pero no habían vuelto. Sintió pánico. Tenía miedo de encontrarlos muertos. Rápidamente llegó a dónde el rastro se acababa, y sintió alivio al ver, a la luz de una antorcha, que estaban vivos. Los chicos no levantaron la vista, era difícil, tres metros mas abajo, notar una mosca que se asoma a mirar.

Snape retrocedió varios metros, y se transformó de nuevo. Ya de humano, se acercó al agujero. Los chicos, que habían sentido pasos que se acercaban, se pusieron de pie, y respiraron aliviados al ver que era Snape. No supieron qué decir, ante la cara que traía el brujo.

Resultaba un cuadro extraño. Snape los sacó levitando, sin decir nada, y los chicos tampoco supieron qué decir. Caminaron en silencio hasta la salida de la cueva. Harry y Draco respiraron aliviados el aire fresco del bosque. Habían temido no salir vivos.

El cielo era de un color rojo, vetado de morado, que en cosa de minutos se volvió negro. Snape apuró más el paso, y sacó la varita. De pronto, los tres sintieron ruido detrás de ellos. Harry lo reconoció. Era el chasquido de las arañas gigantes, las amigas de Hagrid.

Snape también debía conocer el ruido, porque habló de inmediato.

–Corran hacia delante, yo las voy a detener.

Una araña hizo su aparición, y tras ella, varias otras. Snape las iba haciendo volar con rayos de su varita, mientras seguía a los chicos. Parecía estar ganando la batalla, cuando, de pronto, al tratar de caminar hacia atrás, tropezó con una raíz. La araña más cercana aprovecho ese instante para tirársele encima. Harry, que tenía la antorcha, corrió y comenzó a tratar de quemarla.

–¡SUÉLTALO ARAÑA ASQUEROSA! –le gritaba.

Draco tomó una rama y comenzó a golpearle las patas a la araña. La araña, distraída, soltó a Snape, que aprovechó de ponerse de pie y petrificarla. Continuaron corriendo, y Harry notó que Snape llevaba la varita en la mano izquierda, y que su antebrazo derecho sangraba. Aparentemente, lo había usado de escudo para defender su cara del ataque de la araña.

Finalmente salieron del bosque, y se detuvieron al medio del parque, agotados.

–Caminen –fue lo único que dijo Snape, haciendo un gesto con la varita en dirección a la entrada del castillo.

Caminaron en silencio. Ahora que el peligro de las arañas había pasado, la atmósfera de tensión interna había vuelto al grupo. Aunque estaban agotados, ni Draco ni Harry estaban deseosos de llegar pronto a la mazmorra. Ambos se sentían en problemas.

Dobby estaba esperando en la entrada, y sus orejas comenzaron a saltar de alegría al verlos llegar. Draco y Harry se miraron, incómodos.

–Dobby hizo lo que el Señor Profesor Snape le pidió, Señor Profesor Snape –dijo rápidamente–. ¿En qué más puede ayudar Dobby, Señor?

–Ve a la cocina, y pide que nos bajen la cena. Luego mándale otra lechuza, y escribe sólo "encontré muchas". Luego, puedes irte a descansar.

–Si Señor –respondió Dobby desapareciendo.

La cena estuvo tensa. Draco y Harry comieron nerviosos. Snape no comía, ni decía una palabra.

Al llegar a la mazmorra, habían encontrado una lechuza en la diminuta ventana. Snape había tomado el par de pergaminos que traía, y la lechuza había emprendido el vuelo enseguida. Leyó ambos pergaminos, y los arrugó enojado. Se los guardó en el bolsillo. Luego se había limpiado la herida del brazo, y se la había curado. Finalmente, cuando trajeron la cena, se sentó pero no probó nada. Ni siquiera les dirigía la mirada. Y los chicos comían cada vez más alarmados.

–Lo siento –se atrevió a decir Harry, cuando ya no aguantó tanto silencio.

–Si, lo sentimos –agregó Draco.

Snape sólo respondió con un resoplido de burla, sin mirarlos. Los chicos no insistieron.

De pronto, las llamas de la chimenea se volvieron verdes, y la cara de Dumbledore apareció en ellas. Snape se puso de pie, y se acercó a la chimenea.

–¿Qué ocurre, Severus? –preguntó preocupado.

–Renuncio a seguirlos cuidando, señor director. Busque a otra persona que se haga cargo, porque yo me voy esta misma noche –respondió Snape, en tono frío. Harry y Draco se miraron. No sabían si alegrarse. Por alguna razón, ninguno de los dos sonrió, ni se sintió aliviado. Al contrario.

–Que dices, Severus –contestó Dumbledore preocupado–. No puedes hacer eso. Te necesito.

–Busque otra solución –respondió Snape encogiéndose de hombros–. Haga de cuentas que estoy muerto. Haga de cuenta de que esta herida –dijo indicando su antebrazo– fue más fuerte, y que me encuentro en San Mungo. Ahí tendría que encontrar otra solución, ¿verdad?

El tono sarcástico de la observación les heló la sangre a los chicos. En cierto modo, Snape tenía razón. Podría haber muerto, y hubiera sido culpa e ellos.

–Qué ocurrió, Severus –preguntó Dumbledore alarmado.

–Ocurre, señor director, que no tengo ningún control sobre estos dos –dijo indicando la mesa donde Harry y Draco estaban–. Y no voy a seguir protegiéndolos.

Dumbledore fijó los ojos en los chicos. Harry se sintió mal, y bajó la vista.

–¿Qué hicieron, Severus?

–No sé, ni voy a averiguarlo. Los encontré al fondo de un agujero, en una cueva, cuando debían estar en el laboratorio de fotografía. Y, si no me equivoco, agredieron a un elfo en al menos dos ocasiones. Y se salieron sin permiso en, al menos, dos ocasiones también.

–¿Es verdad eso? –preguntó Dumbledore a los chicos, con una cara que ya no era nada de amistosa.

Draco miró para otra parte, y Harry asintió con la cabeza.

–Bueno, señor director –interrumpió Snape–. Yo voy a preparar mis cosas. Espero que los pase a recoger quién sea, en no más de un par de horas, o sea, a las 10 de la noche.

–No te precipites, Severus. Ahora no puedo ir para allá.

–¿Cómo que no? –preguntó Snape burlonamente–. ¿No está acaso en una chimenea? ¿No tiene acaso en su poder polvos flu?

–Si, pero no puedo dejar este lugar ahora.

–Pues tendrá que hacerlo –respondió Snape fríamente–, porque yo ME VOY.

–¿Volvió Sybill? –preguntó de pronto Dumbledore.

–Si –respondió secamente Snape.

Harry miró a Draco con cara de horror. Dumbledore no podía dejarlos con Trelawney. No podía hacerles eso.

–Señor, no estará pensando...? –preguntó Harry parándose, y acercándose a la chimenea.

–No voy a considerar tú opinión en estas circunstancias, Harry –respondió Dumbledore amenazante.

–¿¡Y CUANDO LA HA CONSIDERADO!? –preguntó Harry, irritado. Mal que mal, siempre había tenido que someterse a las decisiones de Dumbledore.

–Harry –continuó Dumbledore en tono frío–, de acuerdo al trato que hicimos hace dos semanas, se te quitará tu escoba, y saldrás del equipo de Quidditch este año.

–¡ESO NO ES JUSTO! –gritó Harry, mientras Draco miraba como si de pronto a Dumbledore le hubieran salido cuernos. Antes de pensar en lo que estaba haciendo, se había puesto también de pié.

–Señor –interrumpió Draco–. No es justo que le haga eso a Harry. En primer lugar, porque no tiene toda la culpa él. Y, en segundo lugar, porque su equipo no tiene la culpa de lo que pasó hoy.

–Tienes razón Malfoy. Tu también quedarás suspendido de tu equipo –agregó Dumbledore.

–Señor director –interrumpió Snape–. Ahora que por fin está tomando la situación en mano, creo que puedo ir a preparar mis cosas.

–Está bien, Severus –suspiró Dumbledore–. Vete si esa es tu decisión–. Voy a ir a hablar con Sybill Trelawney.

Y diciendo eso desapareció, para entrar de cuerpo entero, a los pocos segundos, desde la misma chimenea. Al verlo aparecer, Snape desapareció en su cuarto.

–No me voy a quedar con la profesora Trelawney, Señor –le hizo notar Harry–. Vive diciéndome que me voy a morir, y estará encantada de lograr tener la razón. Prefiero que llame a mi padrino.

–Tu padrino se encuentra herido y en reposo, Harry –respondió Dumbledore.

–¿Qué le ocurrió? –preguntó Harry alarmado.

–Nada que comprometa su vida. Pero necesita descansar. Ahora, vayan los dos a juntar sus cosas.

–No me voy a ir dónde Trelawney –insistió Harry, sin moverse.

–Para ti, Harry, es la PROFESORA Trelawney. Y no me hagas perder la paciencia.

–¿Puedo mandar una lechuza a mi prima, señor? –preguntó Draco quién, guiándose por la reacción de Harry, y por los rumores que había escuchado sobre la profesora de adivinación, no tenía ganas de quedarse con ella tampoco.

–Tu prima no va a volver a buscarte sino hasta el próximo martes, Malfoy –interrumpió Snape, saliendo de su habitación con un baúl.

Harry, al verlo aparecer, tomó rápidamente una decisión. Entre Snape y la sicótica de Trelawney, prefería a Snape. Todavía podía intentar revertir la situación, si actuaba con inteligencia y tacto.

–¿Puedo hablar con usted un momento, señor? –preguntó Harry acercándose a Snape.

–Si es por tus cosas, se las daré al director y no a ti, Potter –respondió Snape fríamente.

–No, no es por mis cosas –respondió Harry.

Snape lo miró con impaciencia, Draco con incredulidad, pero fue Dumbledore el que habló primero.

–Voy a acompañar a Draco abajo a buscar las cosas de ambos, mientras hablan –dijo Dumbledore dirigiéndose a la puerta trampa. Draco siguió al anciano con resignación. Tenía una sensación de abandono bastante desagradable, al saber que su prima lo vendría a buscar dos días antes del inicio de las clases.

Una vez solos, Snape quedó mirando a Harry.

–Habla –le dijo secamente.

–Quería darle las gracias por su... paciencia todo este tiempo –comenzó a explicar Harry–. Sé que arruiné sus vacaciones, y espero que disfrute esta semana que le queda. No tiene idea lo arrepentido que estoy por lo de hoy. Nunca pensé que...

–¿Sabes Potter? Me pregunto a veces si tu piensas –lo interrumpió Snape.

–Supongo que no pienso mucho, o no del modo que debería hacerlo –aceptó Harry–. Si pudiera volver atrás, no lo volvería a hacer.

–Entonces empieza a pensar ANTES de hacer tonterías, Potter –le respondió Snape–. Sobre todo ahora que te vas a quedar con Sybill Trelawney –murmuró más para si mismo que para el chico.

–Sé que ya tomó la decisión, y no puedo culparlo por eso –respondió Harry bajando la vista–. Pero igual quiero que sepa que me hubiera sentido más tranquilo quedándome con usted, aunque se hubiera enojado, y aunque hubiera tenido que limpiar la pajarera otra vez, o contar cajones de semillas.

Harry lo miró a la cara. Snape suspiró, visiblemente incómodo.

–Estoy cansado, Potter –murmuró–. Y sólo me queda esta semana.

–Lo sé.

Se quedaron en silencio unos segundos.

–Le quiero preguntar algo, antes de que se vaya... –dijo Harry inseguro.

–¿Qué?

–¿Averiguó algo más sobre... eso de... usted y mi padrino? –preguntó Harry casi en un murmuro.

–Quedamos en que no se hablaba más del tema, Potter –murmuró Snape–. Y, de todos modos, no es asunto tuyo.

–Pero es mi padrino –murmuró Harry–. ¿Supo que está herido?

–Acabo de escuchar al director, mientras guardaba mis cosas –respondió Snape. Miró la cara de Potter, y sintió por un instante el impulso de volver a dejar el baúl en su dormitorio. Pero alejó ese pensamiento de su cabeza. Había tomado la decisión, y no volvería atrás–. Pero se pondrá bien pronto, por lo que escuché. Quédate tranquilo, y ayúdalo no metiéndote en problemas.

–Si ya no me meteré más en problemas –comentó Harry–. Hoy pensé que no íbamos a salir de esa cueva.

–¿Pensaste que no los buscaría? –preguntó Snape, un poco ofendido.

–Si, tenía la certeza de que nos buscaría –se apresuró en aclarar Harry–. Pero es que usted no tenía como adivinar donde estábamos. Y con Draco pensamos que, de ahí a que alguien se le ocurriera dónde podíamos estar, ya habríamos muerto de sed.

–Si. Se comportaron como un par de irresponsables.

–¿Cómo supo donde encontrarnos? –preguntó Harry con curiosidad.

–Tengo mis recursos, Potter –respondió Snape, volviendo al tono frío–. Y ahora baja a ayudarles con tus cosas.

–No será necesario –respondió la voz de Dumbledore, que acababa de entrar a la sala levitando un par de baúles delante de él–. Ya tenemos todo listo.

Draco salió detrás, y miró a Harry con curiosidad.

–Bien, ahora síganme –dijo el anciano a los chicos.

Harry lo siguió, lamentando no haber logrado convencer a Snape de que volviera en su decisión. Se sentía extraño. Había deseado todo el tiempo no quedarse con Snape, y ahora que se iba, sentía que lo extrañaría. Hace solo un par de horas había caminado por ahí mismo detrás de Snape. Iba pensando que le esperaban las mil penas del infierno, y deseando no tener que enfrentar al brujo. Finalmente, no lo había tenido que enfrentar, ni había sufrido las mil penas del infierno. Y, sin embargo, se sentía peor que hace rato, cuando recorría el camino inverso.

Estaba consciente de que solamente quedaba una semana para el 1º de septiembre, pero tenía una sensación de vacío en el estómago. Le costaba aceptar la idea de que pasaría la semana que le quedaba de vacaciones en compañía de la loca de Trelawney. Si cada hora de clases con ella era como cuatro, una semana sería una eternidad. Miró a Snape, y detuvo su vista en la venda de su brazo derecho. Bajó la vista. Tal vez se lo merecía. Podría haber sido peor. Y el hecho de que su padrino estuviera imposibilitado de venir, también tenía su lado positivo. A él no le habría hecho gracia lo del paseo de ese día a la cueva. Y, después de lo del fin de semana anterior, prefería no verlo alterado.

Finalmente llegaron al vestíbulo. Snape intercambió algunas palabras con Dumbledore, que los chicos no pudieron oír, gracias a una barrera de sonido que puso el anciano. Harry sólo vio que Snape negaba con la cabeza, por lo que supuso que Dumbledore estaría tratando de hacerlo recapacitar.

–Puede que te suene raro, Harry –comentó Draco–, pero desearía que Snape se quedara.

–Yo también –agregó Harry–. Pero tiene razón en querer irse. Yo haría lo mismo.

–Si, supongo que yo también. Debe haberse asustado mucho hoy, al no encontrarnos en el laboratorio.

–Si, supongo que si.

–Como cuando nos fuimos al muelle subterráneo.

–Si.

–O, antes de que me fuera, cuando nos salimos al parque. En realidad, dado su carácter, me extraña lo BENEVOLENTE que ha sido –comentó Draco–, sobre todo contigo Harry.

–¿Bromeas? Ese fue el día en que me amenazaron con quitarme la escoba, y sacarme del equipo, si no le hacía caso –contestó Harry con amargura.

–Bueno, consuélate pensando que a mi también me sacaron –se rió Draco, tratando de animarlo–. Va a ser extraño mirar un partido de Slytherin contra Gryffindor, ambos en la platea. ¿No crees?

–Sin Quidditch por segundo año consecutivo. No lo voy a soportar. Y más encima tendremos que pasar los TIMOS. Y ahora, el resto de las vacaciones con TRELAWNEY.

–Pero sólo será una semana –comentó Draco–. ¿Es verdad que Trelawney está loca? –preguntó.

–No sé si loca es la palabra –se rió Harry–. Ya la vas a conocer.

En ese instante, notaron que la barrera de sonido desaparecía.

–Nos vemos en una semana –comentó Snape con voz de "ojalá pudiera evitarlo", aunque los chicos notaron que no lo había dicho con odio–. Cuídense. Adiós.

–Nos vemos –respondió Draco–. Siento mucho lo de hoy, de verdad. Gracias por buscarnos.

–Si, gracias –continuó Harry–. Y que pase unas felices vacaciones, aunque sólo duren una semana.

Snape finalmente se fue, y los chicos se quedaron unos segundos parados, mirando la puerta. Dumbledore le pasó un pergamino arrugado a Draco.

–Llegó hoy. Es de tu prima –le dijo Dumbledore. Draco la leyó. Le decía lo que ya Snape le había dicho, y que irían la semana siguiente, cuando volviera. La guardó en su bolsillo.

–Ahora vamos –ordenó el anciano.

Y los chicos lo siguieron en silencio.

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