Disclaimer de siempre.

Gracias a Francia por llenarme la historia de rojo jajaja ^_^ ¡Mil gracias!

Y pido disculpas a los que dejé esperando, nuevamente, tanto tiempo. Este capítulo salió por goteo, pero terminó saliendo.

Gracias por sus reviews, V1rUs p@()La (tú de verdad no pierdes las esperanzas jajaja), Cygni, Bellatrix_013, carolix_, _FeÑa_ , alejandra, usagi-hk, marla, kat basted, y esther. ¡Admiro vuestra paciencia! Nunca he pensado en no terminar la historia. Lo que me falta es tiempo. Supongo que es el costo de volverse adulta. Una lástima… tuve que dejar de dormir para poder escribir la mayoría de esto.

Draco y Harry continuarán metiéndose en líos, aunque no aseguro que su amistad no tenga problemas. De hecho, tengo planeado una prueba para ella en uno o dos capítulos más. Voldemort estará involucrado. Para los que tengan curiosidad por lo del misterioso chico de la foto, verán parte de su curiosidad saciada.

Sirius está un poco molesto porque no lo dejé aparecer en este capítulo, espero que Lupin consiga calmarlo :-{.  Para los que quieran ver a Snape, estarán contentos de saber que aparece.

Capítulo 40 Talleres, hongos, y novedades

La cena estuvo triste esa noche para Harry. Los alumnos de Gryffindor le dirigían miradas asesinas por los puntos perdidos, aunque, afortunadamente, nadie parecía haberse enterado del verdadero motivo del castigo.

A esas alturas, ya todos sabían que Draco había sido el causante de que Slytherin también se hubiera quedado sin unos cuantos, por lo que, la hipótesis de una pelea entre ambos, era la más aceptada. Dumbledore no desmintió esos rumores, y Harry supuso que se debía a que no quería que todo el colegio se enterara de la existencia de esa cueva, y de sus alucinógenos hongos.

La profesora McGonagall ya les había dicho a los miembros del equipo de Quidditch de Gryffindor que Harry se encontraba suspendido, y tampoco lo miraban con buenos ojos. Alicia, la nueva capitana del equipo, le había recomendado que no se metiera en problemas si sabía lo que le convenía. Fred y George eran los únicos que no fruncían el ceño cuando lo miraban, pero insistían en que les contara la pelea con Draco Malfoy. Harry optó por ignorarlos, lo que hizo reír a los gemelos hasta que Harry perdió la paciencia.

 –No te dejaremos en paz hasta que nos cuentes –se rió Fred.

 –Es lo mínimo que nos debes, después de dejar al equipo sin buscador –se río George.

 –Y por seguirte dirigiendo la palabra –continuó Fred.

 –Si, anda, cuéntanos, que te cuesta –insistió George.

 – ¡YA DÉJENME EN PAZ! –gritó Harry con toda su fuerza a los gemelos golpeando el puño contra la mesa, con tan mala suerte que golpeó el tenedor que estaba en su plato haciendo palanca. Una de las albóndigas que estaba en su plato salió volando y cayó en el plato de sopa de Parvati, salpicándole la túnica y la cara. Ésta pegó un grito, y antes de que nadie lograra reaccionar, tomó su copa de jugo de calabaza y le lanzó el contenido a Harry, dejándolo atónito (y mojado claro). Hermione, que estaba al lado de Harry, recibió parte del contenido. Ron, que estaba al otro lado de Hermione, se enojó, y le lanzó el contenido de su propia copa a Parvati, pero como estaba más lejos no le acertó, y le llegó casi todo a su hermano Fred. Los gemelos se miraron, sonrieron maliciosamente, y decidieron aprovechar la ocasión. Tomaron cada uno un pedazo de pan y se lo lanzaron a su hermano menor apuntando mal a propósito.

En unos segundos, todo un sector de la mesa de Gryffindor se lanzaba comida y bebida.

Todos los demás presentes dejaron sus propias conversaciones para quedarse mirándolos, sorprendidos... Harry no sabía si reírse o echarse a llorar, contemplaba estupefacto el espectáculo, sin reaccionar, recibiendo parte de lo que volaba encima. Hermione trataba en vano de poner orden, nadie le hacía caso (hay que decir que no inspiraba mucha autoridad, luciendo tallarines en la cabeza). Sólo la llegada de McGonagall puso fin a la pelea, cuando hizo desaparecer todo de la mesa de Gryffindor. Los alumnos de los extremos de la mesa, que no habían participado en la batalla y que no habían acabado de comer, protestaron. Pero la profesora no les hizo el menor caso.

 – ¿Cómo se les ocurre hacer este escándalo en el comedor? –les dijo, enojada –. ¡Cinco puntos menos por cada uno de los que participó en la pelea, y diez menos para Potter!

Hermione miró desconcertada a Harry, sabiendo que en realidad no había sido su culpa. Él no había tenido la intención de provocar ese desorden. Eran Fred y George que lo habían sacado de sus casillas, y que habían iniciado voluntariamente el desorden después.

 –Profesora... No fue su culpa –comenzó a explicar, pero la otra la interrumpió.

 –Yo vi cómo comenzó todo, señorita Granger. Y déjeme decirle que estoy muy decepcionada de usted, por no haber detenido este escándalo de inmediato, siendo prefecta.

Hermione se puso colorada.

 –Pero yo traté de poner orden... –se defendió.

 –Pero se espera algo más que un "lo intenté" de un prefecto, señorita Granger. ¿Para que tiene su varita acaso? Lo que hice yo lo pudo perfectamente hacer usted antes de que la cosa llegara a mayores.

A Hermione se le pusieron los ojos rojos, y no dijo nada.

Y usted, Thomas –continuó McGonagall dirigiéndose a Dean que se encontraba en uno de los extremos que no habían participado en la pelea–, debió haberse acercado a ayudar, sobre todo en ausencia del premio anual (que estaba en la enfermería). Y ahora salgan todos de aquí. Usted también señorita Granger.

El grupo salió bajo la mirada incrédula de todos. Harry miró de reojo a Alicia Spinet, que junto con Angelina Jonson y Katie Bell no habían participado de la pelea. Ésta lo fulminó con la mirada, y Harry alcanzó a entender que con los labios murmuraba "estúpido".

Harry esperaba que McGonagall no lo sacara definitivamente del equipo por lo de la cena. ¡Era tan injusto! No había sido su intención provocar todo eso. Y luego, tampoco había participado. Miró a Hermione, que caminaba muda a su lado, mirando el suelo.

 –Lo siento, Hermione –murmuró.

 –Cállate Harry –murmuró ella–. Lo sé...

 –La culpa la tienen mis hermanos –dijo Ron con rabia, lanzándole una mirada asesina a Fred y George. Éstos soltaron una carcajada.

 –Tú empezaste, hermanito –se rió George.

 –Y nadie te obligó a seguir en la pelea después –continuó Fred.

 –Vimos perfectamente cómo le lanzaste tallarines a Neville.

 –Y le reventaste una albóndiga a Ginny en la nuca.

Ron se puso colorado, y siguió caminando callado.

~ * ~

Harry no se atrevió a aparecerse al otro día en el desayuno. Le bastó con las miradas que le lanzaron en la sala común. No tenía deseos de que le siguieran recriminando por los puntos perdidos, o por haber sido suspendido del equipo.

Cuando la sala común quedó desierta, salió y se fue a la pajarera. Quería ver a Hedwig, y estar un rato lejos de todo, antes de ir a clases de transformaciones y verle de nuevo la cara a McGonagall.

Al entrar en la pajarera, vio que estaba Hagrid, de espalda a la puerta. No queriendo dar explicaciones, intentó devolverse sin hacer ruido, pero no pudo. El semi gigante lo había oído y se volvió.

 –Hola Harry –lo saludó cordialmente–. ¿Qué haces por aquí en vez de estar tomando desayuno?

 –Hola Hagrid. No tenía hambre, y vine a ver a Hedwig. ¿Qué haces aquí? –preguntó para cambiar de tema.

 –Vine a traer a Odelia –dijo apuntando a una de las lechuzas. Tenía un ala lastimada, pero entre la señora Pomfrey y yo ya la dejamos bien.

 – ¿Todas las lechuzas del colegio tienen nombre? –Preguntó Harry extrañado.

 – ¡Por supuesto! –respondió Hagrid asombrado, como si la sola idea de que una de ellas no tuviera nombre fuera estúpida–. Esa de allá por ejemplo es Clyde, esa otra es Maris, y la de al lado Basil –agregó apuntando a tres lechuzas que se encontraban sobre una de las vigas.

 –Ya veo –respondió Harry, aunque a primera vista las tres lechuzas se veían exactamente iguales.

Se quedaron unos segundos en silencio, mirando las lechuzas. Harry buscó con la vista a Hedwig, pero no estaba.

 –Supe lo de tu escapada con Draco la otra noche –le dijo Hagrid–. Dumbledore...

 –Hagrid, por favor –lo interrumpió Harry antes de que siguiera–. Al menos tú no me des sermones.

 – ¡No pensaba darte un sermón! –exclamó Hagrid, algo ofendido–. Sólo te quería prevenir que no lo volvieras a intentar, porque Dumbledore tomó precauciones para que no pudieran volver a entrar a la cueva.

 – ¿Qué precauciones? –preguntó Harry con súbita curiosidad.

 –No te lo puedo decir –respondió Hagrid dándose importancia–. Sólo yo lo sé, porque lo ayudé. Sólo te diré que es mejor que ni te atrevas a acercarte a la entrada de la cueva. Y déjame recordarte que a tu padrino no le gustará saber que te fuiste a meter de nuevo ahí.

 – ¿Entonces McGonagall le escribió a mi padrino acerca de eso? –preguntó Harry sintiendo que se le llenaba el estómago de piedras–. Dumbledore me dijo que dejaría que ella decidiera si escribirle o no.

 –No le ha escrito, no. Pero no por protegerte a ti Harry, sino a él. Mientras menos nos comuniquemos con él menos posibilidades tenemos de llamar la atención sobre él.

 –Ah –murmuró Harry sintiéndose culpable.

 –Pero si sigues causando problemas, no le quedará más remedio que escribirle. ¿Y no querrás ponerlo en peligro, verdad Harry?

 –No, claro que no.

 –Entonces deja de meterte en líos –le dijo Hagrid con una gran sonrisa, poniéndole una de sus pesadas manos en el hombro y caminando con él hasta la puerta–. Además, así te levantarán la suspensión del equipo y todos amigos.

~ * ~

Entre esperar a que la sala común se vaciara, ir a la pajarera, e ir a la sala de la clase de transformaciones, se le había hecho algo tarde a Harry. Aunque corrió el último trecho, y alcanzó a llegar sólo momentos después de que sonara la campana; ya no quedaba nadie en el pasillo cuando se paró frente a la puerta.

Harry la abrió, tratando de no hacer ruido, y al entrar a la sala,  constató que la cara de McGonagall no se había suavizado en lo más mínimo desde la noche anterior. En silencio, se fue a sentar entre Ron y Hermione, que le habían guardado un puesto. Sintió las miradas de todos clavadas sobre él mientras lo hacía, y escuchó algunos cuchicheos; del lado de los de Hufflepuff.

 – ¡Silencio! –exclamó McGonagall –. Un punto menos, Potter, por llegar tarde. Y si llegas tarde nuevamente no te dejaré entrar.

Harry no respondió, Tomó la pluma y miró fijo el pergamino que tenía frente a él.

La clase continuó, pero Harry no le prestó mucha atención. La conversación con Hagrid le había recordado la cueva y los hongos. Recordó el placer que sentía cada vez que aspiraba aquel humo, esa sensación de liviandad, de alegría. Todo se olvidaba, ya no había problemas, ya no necesitaba pensar. Hagrid no le había dicho qué era lo que Dumbledore había puesto a cuidar la cueva, pero si le había dado dos datos: él le había ayudado, por lo que debía tratarse de alguna clase de criatura como Fluffy, y esta se encontraba cuidando la entrada de la cueva.

Pero la cueva no tenía sólo una entrada. En la caverna de los hongos había una abertura por dónde se colaba luz, en el techo. Con un poco de suerte podrían dar con ese agujero por fuera, y entrar por ahí. La cueva debía tener varias de esas aberturas, y Dumbledore no debía haber pensado en ellas. Hagrid sólo había mencionado la ENTRADA de la cueva.

Sabía que no debía ir, un cosquilleo en el estómago le decía que si lo llegaban a atrapar lo pasaría mal. Muy mal. Pero, por otra parte, no se podía sacar los hongos de la cabeza. Debía hablar con Draco. Debía conseguir de esos hongos. Aunque fuera sólo una vez, debía lograr ir allá y traer una provisión suficiente. ¿Pero cómo asegurarse que nadie lo viera? ¿Cómo podía saber si alguien continuaba siguiéndole los pasos? Miró alrededor. ¿Sería posible que Dobby se encontrara en ese preciso instante, invisible, en algún lugar de la sala, espiando cada uno de sus movimientos? Sintió un codazo en sus costillas, y vio que Hermione lo miraba con los ojos entre asustados y enojados. La voz de McGonagall lo terminó de traer a la realidad.

 –Te dije que repitieras lo que acabo de decir, Potter.

Harry no recordaba lo que la profesora acababa de decir. De hecho, ni siquiera sabía de qué había estado hablando. Miró la pizarra con la esperanza de encontrar la respuesta en ella, pero sólo había unos diagramas que no entendió. Y no había escrito nada en toda la clase, aunque la pluma seguía en su mano, sin tinta.

 –No recuerdo lo que dijo, profesora –respondió Harry.

 –Pues no sirve de nada que estés aquí si no pones atención. Un punto menos para Gryffindor, y espera afuera de la sala hasta que la clase termine.

Harry se puso de pie y salió, sintiendo nuevamente las miradas de todos clavadas en su espalda. Cerró la puerta, y se sentó en el suelo. El pasillo estaba desierto. Se agarró la cabeza con las manos. ¿Qué diablos le estaba pasando? Nunca antes lo habían echado de una clase. ¿Cómo podía tener tantos problemas, a menos de una semana de haber empezado las clases? Dos fuerzas pugnaban en su cabeza. Una le decía que no hiciera nada, que se limitara a ir a clases, estudiar y hacer los deberes, que todo pasaría. La otra le decía que no era justo. Que no había tenido vacaciones, que lo único rescatable de ellas era Draco, que ya no tenía el Quidditch para distraerse, y que mal que mal no le haría daño a nadie si iba una última vez a la cueva, sacaba una cantidad suficiente de hongos para un buen tiempo, y luego se limitaba a ser un estudiante–que–no–se–mete–en–problemas.

Por suerte la clase era de un solo módulo, y Harry sólo estuvo un cuarto de hora rumiando su desgracia. Esperó a que abrieran la puerta y comenzaran a salir, y entró a buscar sus cosas. Esperaba que McGonagall le dijera algo, pero ésta ni siquiera le dirigió la mirada. Guardó sus cosas, y salió con Ron y Hermione que lo habían esperado.

 – ¿Qué te pasa? –le preguntó Ron preocupado, una vez que cerraron la puerta –. ¿Cómo no se te ocurrió nada que responder?

Harry se encogió de hombros, y sintió que el estómago le rugía del hambre por no haber tomado desayuno.

 –Puedes copiar mis notas de la clase –agregó Hermione, compadeciéndose de él –. Para la próxima clase debemos encontrar la forma de cambiar el tiempo de transformación, cuando un objeto es al menos tres veces más grande que el otro.

Harry frunció el ceño.

 – ¿De qué hablaron en la clase? –preguntó preocupado.

Ron y Hermione se miraron.

 –No escuchaste nada de nada, ¿verdad? –le preguntó Hermione. Al ver que Harry negaba con la cabeza suspiró y continuó. – Estamos comenzando a estudiar la forma de manipular el tiempo que toma una transformación. Explicó las bases, y vimos algunos ejemplos. Y para la próxima clase debemos saber transformar lenta y rápidamente un objeto en otro que es tres veces más pequeño, o más grande.

 – ¿Practicaron algo mientras yo estuve afuera? –preguntó Harry todavía más preocupado.

 –Si. Por desgracia te perdiste justo la parte práctica de la clase –le respondió Ron–. De hecho, cuando McGonagall te pidió que repitieras lo que acababa de decir, lo que debiste haber respondido es "Y ahora vamos a practicar con algo sencillo: quiero que intenten transformar unas lombrices que les voy a pasar en ramas de árbol. Primero háganlo lento, y luego rápidamente".

 –Creo que le llamó la atención que fueras el único de toda la clase que no tomó la varita en ese instante –agregó Hermione–. Vas a tener que poner más atención de ahora en adelante Harry.

 –Si, lo sé –respondió Harry con un suspiro. Debía hacerlo, o terminaría teniendo problemas más serios que ser echado de la clase. ¿Qué pasaría si fallaba en los TIMOS? ¿Tendría que entrar nuevamente a quinto el año siguiente, por no tener suficientes TIMOS?

~ * ~

La clase de defensa fue de revisiones, cómo era de esperarse. Gracias a los resúmenes que le había copiado a Hermione, y los que le había copiado a Ron (que a su vez los había copiado de los que sus hermanos habían hecho dos años antes), pudo tener una tarea tan larga cómo la de todos. Se sintió un poco culpable cuando le mostró los pergaminos a Lupin, pues ni siquiera recordaba qué había escrito en ellos. 'Bueno, Ron hizo lo mismo' se repitió para tranquilizarse, cuando Lupin le dio el visto bueno. Miró alrededor, y pensó que seguro que varios ahí se habían copiado los resúmenes. De hecho, el mismo Lupin los había autorizado para compartirlos. Y el hecho que Fred y George los hubieran hecho dos años antes que ellos no era más que una sutileza.

Captó la mirada de Draco, en un momento de la clase en que Lupin escribía algo adelante y todos se encontraban copiando. Draco le guiñó un ojo disimuladamente y le hizo signos que esperara.

Finalmente, cuando la clase terminó, Draco se las arregló para salir al mismo tiempo que Harry y chocar con él.

 – ¡Apártate Potter! –le dijo de mal modo, pero Harry sintió que le metía la mano al bolsillo de la túnica disimuladamente.

 –Maldito engreído –murmuró Ron–. Mejor vamos a almorzar, que me muero de hambre. Por suerte tenemos la tarde libre, sería bueno aprovechar de salir y dormir una siesta sobre el pasto, ¿no creen?

 –Yo tengo Runas hoy a la tarde –le dijo Hermione–. Y ustedes deberían avanzar en los deberes. Sobre todo Harry, que ya está atrasado en transformaciones. ¿Te presto mis notas para que aproveches esta tarde para copiarlas Harry?

 –Si gracias –le respondió Harry distraídamente, y guardó los pergaminos. En ese momento sólo tenía cabeza para el papelito que estaba en su bolsillo, y el almuerzo que lo esperaba.

 ~ * ~

Harry sacó el papelito en la puerta del comedor, aprovechando que el caos que se armaba en la entrada lo había separado de Ron y Hermione.

La nota sólo decía "vestíbulo, misma hora". Eso le dio alguna esperanza. Se prometió que si lograba ir a la cueva, sacaría suficientes hongos para no tener que volver en el resto del año. Sólo una vez, y se quedaría tranquilo. Pero antes tenía que resolver algunos problemas. El principal era asegurarse de que nadie lo siguiera. También debía averiguar por dónde entrar a la cueva, eludiendo lo que fuera que estuviera guardando la entrada. Otro problema sería encontrar un lugar seguro donde quemar los hongos sin ser visto, y sin que el humo fuera detectado por nadie.

Comió en silencio, pensando en todo esto. No escuchaba las conversaciones, aunque de pronto algo que dijo Neville lo hizo volver a la realidad.

 –... no fue tan complicado –contaba el chico con entusiasmo–. Aunque al principio no crecía nada, después de algunos intentos encontramos las condiciones óptimas y comenzaron a crecer. El asunto es encontrar un buen soporte, y la humedad y temperatura adecuadas. ¡Después de eso tuvimos champiñones por el resto del verano! Mi abuela me enseñó muchas formas de prepararlos, aunque la que más me gustó fue fritos en mantequilla, con un poco de ajo, y otro poco de...

Harry no continuó escuchando las recetas con champiñones, que Neville había aprendido de su abuela. Acababa de tener una gran idea. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? ¡Podía cultivar los hongos!.

Si encontraba algún lugar discreto y adecuado en el castillo, no necesitaría volver más a la cueva por ellos. Se mantendría alejado de los problemas por un tiempo, y McGonagall terminaría levantándole la suspensión del equipo. Todo volvería a la normalidad; le iría bien con los TIMOS; y nadie le escribiría a su padrino.

De pronto, recordó lo del misterio de Snape; Sirius, y el abuelo de Viktor Krum. Todavía tenía que averiguar si el hombre del cuadro tendría algo que ver con los hermanos: Harry sonrió. Eso también saldría bien, al otro día era miércoles; y por lo que Snape les había dicho al inscribirse, sabrían cuando comenzaría el taller de fotografía. Ahí podría averiguar más sobre la foto de Hermione. Tenía todo el año para averiguar algo.

Todo se arreglaría.

~ * ~

Con el pretexto de ir a buscar unos libros; Harry fue esa tarde a la biblioteca, y buscó un libro sobre el cultivo de hongos. Aunque sospechaba que bastaría con traer tierra de la cueva, con algunos champiñones en ella, ponerla en un lugar casi oscuro como la cueva, y mantenerlo húmedo, igual prefería hacer el cultivo lo mejor posible para asegurarse. No podía estar yendo y viniendo a la cueva por más tierra y champiñones. Debía salir bien a la primera.

No tardó en dar con un libro que le servía. Aunque al ojearlo no encontró que hablara de ese hongo en particular, igual daba consejos de índole general, para cultivo de especies que crecen en cavernas. Tomó nota de lo que le pareció importante, y dejó el libro dónde lo encontró. Prefirió no llevárselo, porque si Dumbledore se enteraba de que andaba con ese libro, podía sospechar de sus planes. E intuía que el cultivo de hongos alucinógenos dentro del colegio no estaba permitido, aunque nunca hubiera escuchado regla alguna al respecto.

~ * ~

Draco llegó algo tarde a la cita esa noche, porque también tuvo que esperar a que todos se durmieran en su dormitorio para salir (él tenía astronomía los martes). Harry le contó la conversación con Hagrid, su idea de cultivar los hongos en el castillo, y sus temores de haber sido seguido en ese mismo instante. Draco sonrió.

 –No estás siendo seguido, Harry.

 – ¿Y tú qué sabes? –preguntó Harry frunciendo el seño. Le irritaba que su amigo no lo tomara en serio.

 –Encantamiento vithesistere –respondió Draco –. Permite detectar lo que está vivo alrededor de uno, siempre que sea lo suficientemente grande. Antes de entrar al vestíbulo lo ejecuté, y eras lo único "grande" que estaba vivo en el vestíbulo aparte de mí.

 – ¿A qué te refieres con "suficientemente grande"? – preguntó Harry –. ¿Y dónde lo aprendiste?

 –Para responderte a lo segundo, lo aprendí en mi casa, de mi padre. Lo había olvidado hasta esta mañana, cuando lo recordé en clases de defensa. Pensé que nos sería útil. Y lo del tamaño de lo que se detecta, es cuestión de práctica. Se puede variar el tamaño de lo que se quiere detectar, y el alcance. No es fácil. Cuando recién lo aprendí veía vida por todas partes, cómo una nube alrededor. Detectaba formas de vidas demasiado pequeñas, y al verlas era cómo estar en una nube de ellas. Estaban en todas partes, sobre mi, sobre todo lo que me rodeaba... –frunció el ceño al recordar– Fue algo frustrante al principio, hasta que aprendí a hacerlo bien.

 –Debes haber detectado microbios... –concluyó Harry.

 – ¿Qué cosa? –preguntó Draco sin entender.

 –Microbios –repitió Harry–. Unos bichos tan chicos que los muggles necesitan microscopios para verlos. Están en todas partes.

 –Ah –respondió Draco–. Nunca había oído hablar de eso. ¿Y qué diablos es un microscopio?

 –Es un aparato para ver cosas muy pequeñas. En todo caso, me tranquiliza saber que ya no me están siguiendo. Dumbledore debe haber desistido de hacerme seguir.

 –Seguro que piensa que con tanta amenaza que te han hecho, y lo que pusieron a guardar la cueva, ya no te atreverás a salir. Y si resulta lo de cultivarlos, ya no tendremos que volver. Y ahora es mejor que nos vayamos de una vez. Todavía tenemos que ver qué puso a cuidar la cueva el grandulón de Hagrid, y dónde está la entrada a la cueva de los hongos.

~ * ~

Gracias el encantamiento vithesistere, que Draco ejecutó periódicamente en el bosque para evitar peligros, lograron acercarse a la cueva. De lejos observaron la entrada, y comprobaron que lo que cuidaba la entrada era algo grande, vivo. Aunque no supieron qué cosa era, ambos estuvieron de acuerdo en que estaba dormido. Decidieron rodear la cueva a prudente distancia, y caminar en dirección a dónde recordaban que llegaba la cueva de los hongos. Tardaron más de tres horas en dar con ella, caminando con cuidado mientras Harry iluminaba el suelo con su varita, y Draco mantenía la suya lista para el ataque comprobando periódicamente que nada se les estaba acercando. Pero finalmente, cuando ya se iban a dar por vencidos, notaron el agujero en una de las cuantas rocas que sobresalían del piso, testimonios de las cavernas que se encontraban más abajo. Harry se asomó a mirar, con la luz de su varita, y soltó una carcajada al ver que habían dado con lo que buscaban.

 – ¡Eureka! Esta es... Allí abajo están los hongos.

 –A ver, déjame mirar a mí –le dijo Draco.

Draco miró, y vio que Harry tenía razón.

 – ¿Pero cómo bajaremos? – preguntó Harry perdiendo parte del entusiasmo –. Está alto y el agujero es un poco estrecho.

 –Pero podemos agrandarlo picando alrededor. Luego uno de los dos levita al otro hacia abajo, sacamos hongos y tierra, y nos largamos de aquí.

 – ¿Y no nos escuchará esa cosa que duerme a la entrada de la cueva? – preguntó Harry preocupado.

 –No, está muy lejos. La cueva de los hongos está lejos de la entrada.

 –Está bien –respondió Harry con más confianza. Manos a la obra.

Estuvieron picando el borde con piedras, amortiguando los golpes con hojas secas para no hacer tanto ruido. Draco hubiera querido usar un hechizo para destruir parte de la roca alrededor del agujero, pero Harry pensó que si habrían un agujero muy grande podrían verse alteradas las propiedades dentro de la cueva, y los hongos podrían dejar de crecer en ella. Draco estuvo de acuerdo, y se resignaron a hacerlo a mano.

Trabajaron arduamente, conversando de cómo y dónde harían el cultivo. Decidieron finalmente que un buen lugar, por lo húmedo, oscuro, y poco frecuentado, sería el muelle subterráneo.

Ya iban a ser las cinco de la mañana cuando el agujero estuvo lo suficientemente grande para que uno de ellos pasara por él. Echaron a la suerte quién bajaba y salió Harry. Draco lo levitó hacia abajo, y Harry llenó la mochila que Draco había traído con tierra y todas los hongos que cupieron (¡que fueron muchos!).

Finalmente estuvieron listos para regresar al castillo. Regresaron con precaución, comprobando que nada muy grande estuviera vivo alrededor (aparte de los numerosos árboles), hasta que algo apareció siguiéndolos. Ambos se miraron por unos segundos, y Harry lamentó no haber traído su escoba en está ocasión.

 – ¡CORRE! –le gritó Draco.

Harry no necesitó oírlo dos veces, y ambos chicos echaron a correr hacia el castillo con todas sus fuerzas. Sintieron los chasquidos que se iban acercando. Eran las arañas gigantes. Harry se volvió a mirar y tuvo una horrible sensación de "deja vu".

Lograron llegar al borde del bosque, y se sintieron más tranquilos cuando corrieron por la zona descubierta, bajo la luz de la madrugada que comenzaba a aclarar el cielo. Llegaron jadeantes al vestíbulo, y cerraron la puerta. Draco realizó el vithesistere una vez más, y respiró más tranquilo al ver que todavía no había nadie por ahí.

 –Estoy agotado –murmuró Harry.

 –Yo también –respondió Draco cerrando los ojos–. Mejor vamos a dormir un poco, que en dos horas más tenemos clases. Creo que hoy no tenemos ninguna clase en común, ¿no?

 –No sé, tengo encantamientos con los Hufflepuff y luego Herbología, no sé con quién.

 –Debe ser con los Hufflepuff  también, porque yo tuve Herbología con los Ravenclaw el viernes.

 –Mejor no nos veamos hoy. Estoy muy cansado, y aunque tengo la tarde libre pienso dormir un rato.

 –Yo también tengo la tarde libre, pero opino lo mismo. ¿Qué tal el jueves en la noche, aquí mismo a la misma hora?

 –Hecho. Dame unos hongos y guarda tú el resto en la mochila –propuso Harry.

 –Mejor no –respondió Draco–. Por si acaso iré a esconderla en el muelle ahora mismo, porque no quiero que me agarren con ella.

 –Está bien, vamos.

Ambos bajaron con precaución al muelle, y escondieron la tierra con los hongos en una irregularidad de la pared, cerca del agua donde la tierra y las piedras permanecían secas pero cerca de la humedad.

 –Creo que aquí se mantendrá adecuadamente –murmuró Draco–. Ahora si, vamos.

Ambos chicos se separaron y volvieron a sus dormitorios. Tuvieron suerte, lograron llegar sin encontrar a nadie en el camino, y se durmieron apenas apoyaron la cabeza en sus almohadas.

~ * ~

Ese miércoles aparecieron las listas de los alumnos aceptados en los talleres, y los horarios en que se llevarían a cabo. Harry no pudo creer su mala suerte, al ver que el de fotografía era los miércoles, y que comenzaría ese mismo día. Estaba tan cansado, que no sabía cómo se mantendría despierto todo el día. Hermione estaba radiante a su lado.

 –Me aceptaron en ambos talleres –comentó alegremente–. Tengo Primeros Auxilios los lunes, y fotografía los miércoles.

 –Ajedrez también toca los miércoles –comentó Ron mirando el panel–. ¡Miren excursionismo! ¡Tiene ni más ni menos que 115 inscritos!

 –Perfumes tampoco se queda atrás –agregó Hermione–. Es el que le sigue con 53 inscritos.

 –Son puras niñas las inscritas en ese, jajaja –comentó Ron mirando la lista de inscritos para perfumes.

 –El que menos alumnos tiene es fotografía –notó Harry–. Apenas 8 inscritos. Es extraño. Pensé que todos los de Slytherin correrían a inscribirse con Snape.

 –Aunque sean de Slytherin deben tener otros intereses –comentó Hermione–. Pero mejor así. Si vamos a ir a ese taller, es mejor que no esté lleno de ellos.

 – ¡Cómo no iban a estar los hermanitos Crevey! –se rió Ron, apuntando la corta lista de fotografía.

 –Bueno, démonos prisa para ir a desayunar –propuso Harry con un gran bostezo.

 – ¿Dormiste bien Harry? –preguntó Hermione preocupada, notando las ojeras bajo los ojos de su amigo.

 –Si, perfectamente –respondió Harry incorporándose.

 –Bueno, vamos entonces antes de que los demás se hayan comido todos los huevos revueltos –propuso Ron, y los tres se fueron a tomar desayuno.

~ * ~

 –¿Trajiste tus fotografías del verano? –Preguntó Harry a Hermione mientras caminaban hacia la mazmorra de Snape esa tarde.

 –Si. ¿Quieres verlas?

 –Me gustaría. El otro día no las pude ver con calma.

Llegaron a la puerta de la sala de pociones, pero Snape todavía no había llegado. Sólo había tres alumnos de Slytherin (que Harry reconoció que eran de primer año, por haberlos visto bajo el sombrero seleccionador la noche del 1º de septiembre) sentados en el suelo, conversando. Hermione y Harry se sentaron algo más lejos, y la chica sacó un montón de fotografías. Harry comenzó a mirarlas, esperando llegar pronto a la que le interesaba.

 –¿Dónde crees tú que será el taller? –Preguntó Hermione con curiosidad–. No creo que sea en la sala de Pociones.

 –En el laboratorio de fotografía, seguro –contestó Harry sin levantar la vista de las fotos, que eran principalmente paisajes.

 –¿Tú lo conoces? –preguntó Hermione extrañada.

 –Si, tuve que ordenar la bodega del laboratorio este verano –respondió Harry con un suspiro.

 –Ah… Esa era la bodega que te hizo ordenar Snape –contestó Hermione, recordando la conversación de la noche en que llegaron.

 –Si, esa misma.

Harry acababa de encontrar la foto que le interesaba. Iba a preguntarle a Hermione por ella cuando llegó Snape. De inmediato la vista del brujo se clavó, por algunos instantes, en la fotografía que Harry tenía en la mano. Sus vistas se cruzaron momentáneamente, pero Snape siguió su camino por entre los alumnos que se pusieron de pie de inmediato. El brujo enseguida se dio la vuelta, enfrentándose a ellos, y los contó con la vista.

 –Síganme –dijo simplemente al pequeño grupo, al comprobar que estaban los ocho inscritos en su taller–. Y en silencio –agregó secamente, al ver que Denis y Colin Crevey seguían conversando. Los chicos se callaron al instante.

Caminaron en silencio en la dirección que Harry reconoció como la del laboratorio de fotografía. ¡Que recuerdos le traía del verano! Cuantas cosas le habían ocurrido en tan poco tiempo…

Cuando llegaron finalmente, Snape atravesó la pared del laboratorio de fotografía sin preámbulos. Harry y Draco se miraron disimuladamente, sonriendo en forma cómplice, al ver la cara de asombro que pusieron los tres chicos de primer año de Slytherin y los hermanitos Crevey, a pesar que no era algo muy diferente de los de la estación 9 y 3/4.

Draco entró el primero, y al ver que el chico de 5º año de su misma casa entraba, lo siguieron rápidamente los tres de primer año, les siguieron Colin y Denis, y Finalmente entraron Hermione y Harry.

Adentro estaba un poco cambiado desde la última vez que Harry había estado ahí. La gran mesa central estaba ordenada y vacía, rodeada por una decena de taburetes, y en los muebles alrededor había varias cajas, frascos, e instrumentos, entre los que estaba el fotodatador que Harry y Draco habían usado en la bodega durante el verano.

 –Siéntense –dijo Snape indicando la mesa. Todos obedecieron al instante. Snape sacó la lista de inscritos, y pasó lista a pesar de que era evidente que los escasos inscritos estaban todos, y que nadie que no estuviera inscrito, en su sano juicio, se iría a meter a un taller de Snape.

 –Alcide Broch –leyó Snape monótonamente, cómo si lo que estuviera haciendo fuera lo más aburrido que le hubiera tocado hacer en su vida. Un chico de pelo color arena y anteojos levantó tímidamente la mano. Snape apenas levantó la vista de la hoja (era evidente que ya lo conocía). Le siguieron Colin y Denis Crevey, un chico de rostro rosado, cuadrado y mandíbula grande llamado Peter Derleth, Hermione, Draco, y el tercer chico de primer año, de pelo negro y corto llamado Thomas Pons. Harry esperaba que dijera su nombre enseguida, pero Snape guardó la lista sin siquiera mirarlo.

Hermione frunció el ceño, y los chicos de primer año se pusieron a murmurar, mirando a Harry de reojo. Colin y Denis se miraron, miraron a Snape, a Harry, y nuevamente a Snape, sin decir nada. Snape hizo caso omiso del ambiente, decidido aparentemente a ignorar a Harry.

Harry deseó haberse inscrito en ajedrez con Ron, y estar pasando un buen rato en el taller de Lupin. Pero necesitaba aclarar ese misterio de la foto de Hermione. No quería que Snape pudiera averiguar cosas, y él no enterarse.

Snape hizo una introducción a lo que sería el curso, mientras se paseaba para lado y lado del laboratorio, aclarando que sería cómo cualquier otro curso en Hogwarts, que estaba prohibido llegar tarde, hablar en clases, no cumplir con los deberes, faltar sin mediar un motivo de fuerza mayor, y hacer durante el tiempo que pasaran ahí cualquier otra cosa que no fuera seguir las instrucciones que el daba.

 –¿Queda claro? –preguntó finalmente, deteniéndose frente a la mesa, apoyando las manos en ella y mirándolos fijamente. Nadie dijo nada, pero Denis Crevey levantó tímidamente la mano, por lo que Snape agregó–. ¿Si Crevey?

 –¿Cuándo tomaremos fotografías? –preguntó.

Draco soltó una carcajada disimulada, y los tres chicos de primer año se relajaron visiblemente al verlo.

 –Cuando yo lo decida –respondió Snape sin mirarlo–. ¿Alguna otra pregunta?

 –¿Necesitamos traer una cámara fotográfica? –preguntó Peter Derleth. Harry se dio cuenta de pronto que no había considerado eso, y al ver a Draco se dio cuenta de que él tampoco lo había pensado.

 –No –dijo Snape–. De hecho, fabricaremos una.

Al escuchar esto todos lo quedaron mirando, impresionados. Algunos murmullos comenzaron a brotar entre los cinco alumnos más jóvenes.

 –Silencio –dijo Snape secamente–. ¿Alguna otra pregunta?

Harry levantó la mano, pero Snape hizo cómo si no existiera.

 –Bien… si no tienen más preguntas comenzaremos de inmediato –dijo Snape, y con un movimiento de su varita hizo aparecer el programa del taller en la pizarra que había en uno de los muros. Todos sacaron pergamino, plumas y tinta y comenzaron a copiar, salvo Hermione, Draco y Harry. Hermione parecía sulfurada.

 –Señor –comenzó a decir sin siquiera levantar la mano–. Harry tiene una pregunta.

 –No sabía, Granger, que, además de ser usted una sabelotodo, era ahora, además, la secretaria de Potter–respondió Snape sarcásticamente.

Los chicos dejaron de copiar, y se quedaron mirando anonadados la discusión. Hermione estaba roja, y sin decir una palabra comenzó a guardar sus cosas. Al verla, Harry comenzó a hacer lo mismo. Si su amiga abandonaba el taller, él ni loco se quedaba.

 –¿Sabe usted a lo que se expone, Granger, si abandona el taller en el que se inscribió? –preguntó Snape con deliberada calma.

Hermione se detuvo. No tenía idea. Snape sonrió con cara de superioridad..

 –Estos talleres cuentan como cualquier otra asignatura obligatoria –comenzó a aclarar con voz de triunfo–. Si lo abandona, estará reprobada y aparecerá en su expediente.

Hermione se quedó unos segundos inmóvil, considerando la posibilidad. Al ver que no decía nada, Snape agregó.

 –Siéntese Granger. Usted también Potter.

Hermione se sentó en silencio, y miró a Snape con cara de odio. Harry se sentó, odiándolo también, pero satisfecho de que –al menos– hubiese tenido que reconocer que estaba presente.

La clase transcurrió lentamente. Snape pasó el resto del tiempo hablando de la historia de la fotografía y de la base de la técnica. Todos copiaron en silencio las fechas y teorías que describía el brujo, preguntándose cuando diablos comenzarían a hacer algo interesante, como sacar fotografías. Los chicos levantaban de vez en cuando la vista hacia los múltiples aparatos que había en la sala, y los miraban con avidez. Finalmente, cuando ya todos habían perdido cualquier esperanza que no fuera que esa eterna charla terminara, Snape dejó de hablar y tomó una mesita que había en uno de los lados. Los chicos abrieron los ojos, cómo saliendo de un trance, para ver qué estaba haciendo.

El dispositivo sobre la mesa consistía en una caja opaca, sin uno de los lados. Sacó de adentro un soporte transparente vertical. Con un movimiento de su varita, el laboratorio quedó completamente a oscuras. Y unos segundos más tarde se iluminó la varita de Snape. El brujo colocó una lámina sobre el soporte transparente, y colocó la luz de su varita justo detrás de la lámina. Los chicos vieron que la lámina era opaca, salvo por un dibujo de una flecha vertical que apuntaba hacia arriba. Snape empujó con cuidado el soporte con la lámina dentro de la caja, y sobre la pared opuesta al lado abierto de la caja apareció una flecha de luz apuntando hacia abajo. Hermione emitió un levísimo "Ohhhh", comprendiendo (había leído algo de óptica en el pasado).

 –Esta caja tiene un pequeño agujero, cómo se pueden dar cuenta –comenzó a explicar Snape–. La imagen que está dentro de la caja se proyecta invertida del otro lado. ¿Alguien sabe por qué?

Aunque casi no se veía nada, para tres de los presentes no fue una sorpresa ver que Hermione levantaba la mano de inmediato. Snape soltó una leve risa burlona.

 –¿Alguien, aparte de Granger, sabe por qué? –agregó poniendo especial énfasis en aparte de Granger. Como nadie levantó la mano, ni dijo nada, Snape continuó:– La luz se propaga en línea recta, no mediando magia de por medio. Los rayos provenientes de la punta de la flecha viajan en todas las direcciones, encontrándose con la pared opaca de la caja o la superficie de la mesa. Pero los rayos que llegan al agujero logran pasar, y siguen su camino en línea recta hasta que llegan al muro. Los que provienen de la base de la flecha hacen lo mismo, pero al pasar por el agujero y seguir en línea recta van a proyectarse en el muro, más arriba que la punta de la flecha.

Snape sacó su varita iluminada de la caja, y con un movimiento de ella se volvieron a prender las antorchas del laboratorio. Pasaron el resto de la clase copiando unos esquemas, y varios gruñeron cuando Snape les dejó trabajo para el siguiente miércoles.

 –Además de la tarea, quiero que los que tengan fotografías las traigan la próxima semana. Pueden irse, salvo Granger –murmuró Snape, haciendo desaparecer lo que había en la pizarra con un movimiento de su varita.

Todos guardaron sus cosas rápidamente y salieron. Hermione dejó sus cosas sobre la mesa, con evidente fastidio, y se sentó. Harry, temiendo que Snape le pidiera la foto del cuadro de la casa de Krum, también se quedó.

 –¿Ahora te llamas Granger, Potter? –murmuró Snape con impaciencia.

Harry abrió la boca para protestar, pero Snape fue más rápido.

 –Fuera, Potter –ordenó en un tono que no admitía réplicas, apuntando al muro que daba al pasillo.

Harry tomó su mochila con brusquedad y salió, no sin antes dirigirle una mirada asesina. Cuando estuvo afuera, de inmediato acercó su cabeza al muro para poder oír.

 –¿Qué ocurre profesor? –preguntó Hermione.

 –Noté que usted trajo a clases las fotografías de sus vacaciones, y quiero ver su trabajo –explicó Snape–. Pienso montar una exposición con los trabajos que los alumnos del taller realizaron antes de éste, y otra al final con los trabajos realizados durante el taller. Necesito que me deje sus fotografías, para escoger cuales se expondrán.

Harry, del otro lado del muro, maldijo su suerte. Pensó a fondo para ver si podía hacer algo para impedir que Hermione le pasara las fotos, pero no se le ocurrió nada. Con pesar escuchó el sonido de la mochila de Hermione al abrirse.

Hermione, no sospechando nada, sacó el montón de fotografías y se las entregó a Snape. Éste de inmediato las guardó entre sus cosas.

 –Eso es todo Granger. Se puede ir.

 –¿Cuándo me las va a devolver? –preguntó Hermione.

 –¿Teme que no se las devuelva, Granger? –preguntó Snape con cierta amenaza en su voz.

 –No –se apresuró en decir Hermione.

 –No tengo ningún interés personal en sus fotografías, Granger –dijo Snape con desprecio–. Si le da vergüenza ver sus fotografías en una exposición…

 –No, no es eso… –comenzó a explicar Hermione, sintiendo que había metido la pata.

 –Entonces nos vemos… –Snape consultó un horario que tenía entre sus papeles– … mañana.

Harry esperó que Hermione saliera, y decidió tomar cartas en el asunto. No es que pensara que no se las devolvería, pero le molestaba profundamente que Snape pudiera averiguar algo, y él no enterarse. Tal vez, si lo manipulaba un poco, lograría que Snape accediera a contarle algo lo que averiguara.

Hermione lo quedó mirando con incredulidad desde el pasillo, mientras lo veía meterse al laboratorio. Pero cuando atinó a abrir la boca para preguntar qué hacía, Harry ya había desaparecido a través del muro.

El chico respiró profundo y se acercó con decisión hasta la mesa, dónde Snape acababa de guardar unas cosas dentro de una caja. Al ver que el que había entrado era Potter,  Snape sonrió con aire de autosuficiencia.

 –Sale de aquí si sabes lo que te conviene Potter.

 –¿Para qué quiere la foto de Hermione? –preguntó Harry yendo al grano, aparentando más valentía que la que de verdad tenía. Si quería ganar, así tenía que ser.

Snape levantó su varita, y Harry por un momento tuvo miedo de haber ido demasiado lejos, pero Snape simplemente le puso un hechizo insonorizante a la puerta.

 –Teníamos un trato, Potter –le recordó Snape–. Prometiste no decir nada sobre… el asunto.

 –No le he dicho nada a nadie –se defendió Harry–. Sólo quiero ver esa fotografía, porque…

 –… eres un maldito entrometido, igual que tu padre –terminó la frase Snape, con una mirada de desprecio.

 –¡No hable de mi padre! –se enojó Harry.

 –No tengo tiempo para perderlo contigo, Potter –dijo Snape con un altanero desinterés, comenzando a juntar sus cosas para irse–. No te pude impedir la entrada a mi taller de fotografía, pero yo, a diferencia de ti, tengo el poder para hacer que te arrepientas por el resto del año de haberte inscrito si intentas volver a entrometerte en mis asuntos. ¿Te queda claro, Potter?

 –Bueno… –comentó Harry aparentando también desinterés y dirigiéndose a la salida–. De todos modos, Hermione es mi amiga. Y si le explico por qu necesito la fotografía, me hará cuantas copias quiera.

Harry se detuvo unos segundos frente al muro, y miró de reojo a Snape para disfrutar el efecto de sus palabras en el profesor qué más odiaba de Hogwarts. Fue su turno de sonreír con suficiencia.

 –Y yo, a diferencia de usted –continuó Harry saboreando la revancha–, soy amigo de Hermione, y por lo tanto me contará cuanto necesite saber sobre las personas de ese cuadro. Yo que usted… comenzaría a tratarla con algo más de cortesía ¿no cree?.

Dicho esto, acercó la mano al muro con la intención de salir. Estaba satisfecho a pesar de todo. Snape podía hacerle la guerra cuanto quisiera. Snape podía quitarle la fotografía que ÉL había encontrado entre las que Hermione había tomado en sus vacaciones. Pero ella era la que tenía las claves para descifrar el enigma, y era SU amiga. Y eso Snape no se lo podría quitar.

Harry no alcanzó a tocar el muro, porque un hechizo llegó antes que su mano. Cuando trató de atravesar la piedra, se dio cuenta de que había una barrera. De inmediato se llevó la mano al bolsillo de la túnica para sacar su varita, pero Snape fue más rápido, y lo desarmó antes de que lograra hacer nada.

 –Tú no harás nada de nada Potter –le dijo Snape con odio, clavando sus ojos negros en los de Harry mientras guardaba la varita de Harry en su bolsillo–. No le dirás nada a nadie…

 –No me puede impedir hablar con Hermione –se burló Harry–. Ya pasaron las vacaciones, y no tiene ningún poder sobre mí.

Snape levantó las cejas, y luego sonrió burlonamente.

 –Pero Black si. ¿Qué piensas que hará cuando se entere de tu nueva aventura en el bosque la otra noche?

Harry comprendió de pronto que la conversación estaba tomando un rumbo que no le convenía. No sabía que Snape se había enterado de lo de la otra noche.

 –No se enterará, porque la Profesora McGonagall decidió no contarle esta vez –afirmó Harry con altanería, aunque no tenía la total certeza de lo que estaba diciendo–. Y es ella y no usted la que puede decidir eso –agregó finalmente con más seguridad. Recordó cuando Ron y él habían llegado volando al colegio en segundo, en el Ford Anglia del Señor Weasley, y Snape mismo había tenido que reconocer que no tenía el poder para expulsarlos no siendo ellos de su casa.

 –Que tú no seas de mi casa, Potter, no me impide escribirle a tu padrino.

 –No tiene ningún derecho –murmuró Harry con odio.

 –Molesta… ¿No Potter? Molesta profundamente que se entrometan en la vida de uno –comentó Snape con una sonrisa burlona. Harry lo miró deseando que se cayera muerto–. Atrévete a entrometerte una sola vez más en mis asuntos, y Black se enterará de cada regla del colegio que rompas –continuó Snape ya sin sonreír–. A ver si todavía te quedan ganas de meterte en lo que no te concierne. Y ahora vete –dijo finalmente, quitando el hechizo de barrera y tirándole su varita de vuelta.

Harry atravesó el muro con furia, y deseó que hubiera una puerta para poder dar un portazo. Hermione, que estaba esperándolo apoyada en el muro opuesto, se incorporo bruscamente al verlo salir de golpe y en ese estado de enojo.

 –¿Qué pasa Harry? –preguntó alarmada al ver la cara que traía, y que se guardaba la varita en el bolsillo.

Harry iba a abrir la boca para despotricar contra Snape, pero antes de que dijera nada sintió que Snape hablaba detrás de él.

 –No olvides lo que conversamos, Potter. Si no cumples lo sabr

~ * ~

A pesar del sueño acumulado que tenía, Harry se daba vueltas en la cama esa noche sin conseguir quedarse dormido. Quería matar a Snape. No se explicaba cómo, durante el verano, había llegado a sentir algo de simpatía por él. Soltó un resoplido de risa amarga. Simpatía por Snape… La sola idea, ahora, le parecía ridícula.

No se había atrevido a contarle a Hermione el verdadero motivo de la discusión con Snape, y ahora se arrepentía de ello. Le había dicho que había entrado a decirle que no tenía ningún derecho a tratarlo cómo si él no estuviera en el taller cómo los demás. Aunque ella no quedó totalmente convencida, no tuvo ocasión de seguir interrogándolo porque entonces se encontraron con Ron, que se pasó la cena entera y el rato que dedicaron a los deberes esa noche hablando de cómo había ganado 4 partidas seguidas de ajedrez en el taller de Lupin. Harry lo felicitó con cierta amargura, deseando haberlo pasado tan bien como él. Pero Ron, que no andaba muy perceptivo esa noche, no lo notó.

Harry se dio otra vuelta en la cama, y descorrió la cortina. Era inútil, no se podía relajar. Miró a sus compañeros que dormían. Alargó la mano hasta el pantalón que tenía colgado en la silla junto a su cama y, tras verificar que ninguno de los chicos estaba despierto, sacó del bolsillo algunos hongos que se había guardado la noche anterior. Tomó su varita de la mesa de noche y se fue al baño. Si los hongos no lo relajaban, entonces nada más lo haría.

~ * ~

Tras encender un montoncito de hongos, Harry se sentó en el suelo del baño en el que se había encerrado, respirando con placer el humo que emanaban.  A los pocos minutos comenzó a sentirse muy liviano, feliz. Nada importaba, y las luces que bailaban alrededor suyo eran muy hermosas. Una música suave sonaba a lo lejos, y se puso de pie. Las luces de colores ya no eran luces, eran varias snitch. Tenía que atraparlas. Ellas daban vueltas en torno a él, animándolo. Intentó subirse a un lavabo, para lanzarse a volar con ellas, pero tropezó cuando intentaba ponerse de pié sobre él. Calló en el duro piso de piedra, y lo último que vio fueron las pelotitas que se fundían en la oscuridad.

~ * ~

Harry sintió a lo lejos el barullo del colegio que comenzaba a despertar. Le dolía todo el cuerpo y estaba muerto de frío. ¿Qué diablos hacía en el suelo del baño? Se puso de pie con cierta dificultad. Al mirar el espejo, y las huellas que sus pies habían dejado sobre uno de los lavabos, recordó vagamente la noche anterior. Rápidamente abrió la ventana del baño, para que el olor a los hongos se fuera antes de que a alguien se le ocurriera entrar a ese baño. Desesperado, buscó su varita en el bolsillo del pijama, pero no estaba. Tras algunos segundos de pánico la divisó en el suelo.

 –Evanesco –murmuró apuntando al aire con su varita, y respiró con alivio tras la desaparición del humo que quedaba.

Salió del baño rápidamente, agradeciendo que nadie hubiese necesitado el baño antes de que él hubiese despertado.

 –¿Dónde estabas? –le preguntó Ron cuando entró al dormitorio.

 –En el baño –respondió Harry encogiéndose de hombros.

 –¿Te sientes bien? –Preguntó Ron–. Te ves pálido…

 –¡Estoy bien! –le dijo Harry un poco más bruscamente de lo que pretendía.

 –Muérdeme para la otra –le respondió Ron ofendido–. Sólo quería saber si te podía ayudar en algo.

 –Déjame en paz –le dijo Harry sin pensar realmente en lo que decía, mientras se tiraba sobre su cama con los ojos cerrados. Se le partía la cabeza y tenía tanto sueño…

Neville, Seamos y Dean salieron a tomar desayuno. Ron, preocupado, miró a su amigo que se había quedado dormido y continuaba en pijama sobre la cama. Olvidando la discusión que habían tenido, se acercó a la cama y lo remeció.

 –Harry, apúrate en vestirte que o si no no vas a alcanzar a tomar desayuno.

 –Vete tú –murmuró Harry–. Yo no tengo hambre.

 –E… estás seguro de que te encuentras bien –preguntó Ron preocupado.

 –Si, estoy bien –respondió Harry haciendo un esfuerzo por abrir lo ojos y mirar con normalidad–. Baja tú a tomar desayuno, yo dormiré un rato más y luego te alcanzo en clases.

 –Bueno, si tú quieres –respondió Ron no muy convencido–. Pero acuérdate de que tenemos pociones la primera hora. Si llegas tarde, no quiero estar en tu pellejo.

 –Si… –respondió Harry dormido.

~ * ~

Draco miró preocupado hacia el lado de Granger y Weasley, tras el portazo con que Snape habitualmente cerraba la puerta de su mazmorra cuando la fila de alumnos había terminado de entrar. Notó que Granger y el pelirrojo murmuraban algo y parecían preocupados, mirando ocasionalmente hacia la puerta. ¿Qué diablos le podía haber pasado a Harry para que hubiera faltado a clases? En el taller, tan sólo algunas horas antes, parecía perfectamente bien. Recordó que tampoco lo había divisado durante el desayuno. Estaba preocupado. Justo ese día habían quedado de plantar los hongos, en la noche. Volvió a mirar a Granger, que conversaba bajito con Weasley, oculta detrás de su mochila que permanecía sobre la mesa. Debía de pasar algo grave, para que se atrevieran a conversar en clases de Pociones. Miró a Snape, y tragó saliva viendo la cara de enojo con que miraba a la sangre sucia y a su amigote. Claramente, no estaba acostumbrado a que los alumnos se atrevieran a conversar en su clase.

 –10 puntos menos para Gryffindor por conversar en clases, Granger y Weasley –dijo Snape secamente–. Y si vuelvo a escuchar sus voces serán 20 y un castigo.

Hermione y Ron se callaron de inmediato. Recién entonces notó Snape que al habitual trío le faltaba un miembro. Buscó a Potter con la vista, por si se había sentado en otra parte, y constató que no estaba. Se extrañó unos segundos, pero se encogió de hombros. Ya averiguaría más tarde, y más valía que el chico tuviera una buena excusa para haber faltado.

~ * ~

Harry abrió los ojos de pronto, molesto por la cantidad de luz que entraba por la ventana. Se sentía un poco desorientado. ¿Dónde estaban los demás? De pronto vio su uniforme sobre la silla, junto a su cama, y sintió que el estómago se le iba a salir por el cuello. Se había quedado dormido. Había faltado a clases. Miró la hora preocupado. Eran las nueve y cuarto de la mañana. Agarró su horario para ver que clase se había perdido, y su estómago se retorció desagradablemente al ver qué había faltado a pociones. Snape lo mataría. Jamás había aceptado que un alumno faltara a su clase, a menos que se estuviera muriendo en la enfermería. ¿Qué diablos podía hacer? Saltó al piso y se tuvo que agarrar de una de las columnas de su cama para no caer. Se sentía muy mareado. Podría aprovechar eso para ir a la enfermería, y tener así una excusa para haber faltado a clases. Pero descartó la idea. Por una parte, Snape preguntaría a qué hora había llegado a la enfermería (era abiertamente desconfiado), y descubriría que se pasó la mañana durmiendo en vez de ir a su clase. Además, la señora Pomfrey investigaría por qué estaba mareado, y no se podía arriesgar a que pudiera averiguar algo de los hongos.

Sintió muchos deseos de más hongos. Se sentía tan mal. No sabía como diablos aguantaría las dos horas siguientes de Herbología parado en un invernadero. Y luego Cuidado de Criaturas Mágicas, también parado… Aunque tal vez fuera una suerte, ya que si tuviera que estar en una clase encerrado y sentado se quedaría dormido y sería peor. Se vistió rápidamente y caminó decidido hacia la puerta del dormitorio, para no llegar tarde a Herbología. Pero casi se cae de espaldas cuando la puerta se abrió antes de que la tocara. Hermione estaba en el umbral, y lo miró preocupada.

 –Her… mione –murmuró Harry incómodo, conciente de que se estaba poniendo colorado–. ¿Qué diablos haces aquí?

 –No te parece obvio –le dijo ella entre enojada y preocupada. Harry miró el suelo, incómodo.

 –¿Dijo algo Snape? –preguntó preocupado.

Hermione dejó su cara de enojo, y suspiró mientras se sentaba en una de las cama.

 –Nos preguntó a Ron y a mí que si te había pasado algo. Le inventamos que habías pasado mala noche, que habías tenido pesadillas. No sé si nos creyó –murmuró Hermione–. Pero seguro que habla con McGonagall, así que más te vale que cuentes lo mismo y te inventes una pesadilla. ¡Sólo espero que no les pregunte a Seamos, Dean o Neville! Ron iba a tratar de convencerlos de que en la noche te habías sentido mal, y todo eso, y que ellos no habían escuchado nada. Así, si les preguntan, podrán corroborar nuestra historia.

 –Bueno, gracias –murmuró Harry visiblemente aliviado–. Ahora vamos rápido a Herbología, dijo yendo a la puerta y abriéndola.

 –Espera, Harry –murmuró Hermione en un tono algo más frió esta vez–. Ahora te toca a ti explicar qué diablos te pasó.

 –Me quedé dormido –dijo Harry encogiéndose de hombros. Hermione levantó una ceja, suspicaz.

 –Desde que empezaron las clases que estas medio raro, Harry. Ron también lo notó. ¿Ya no confías en nosotros?

Harry miró para otro lado, incómodo.

 –Si, claro que si. Si me pasara algo serían los primeros en saberlo, como siempre –le dijo con una sonrisa–. Pero no quiero llegar tarde a Herbología y llamar todavía más la atención sobre el hecho de que me quedé dormido.

Hermione se resignó, y salió con él del dormitorio. Pero cuando se cerró el retrato detrás de ellos, rompió el silencio para comenzar de nuevo con el interrogatorio de la noche anterior.

Harry suspiró. Hermione no lo dejaría en paz hasta que le contara algo convincente. Decidió que, finalmente, no tenía por qué hacer lo que Snape le decía. Y la verdad es que estaba ansioso por contarle a alguien que Snape y su padrino eran hermanos. Además, Hermione lo podía ayudar a averiguar algo por el lado de Krum.

 –Te quiero contar la verdad, Hermione –le dijo Harry–. Pero tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie, porque si Snape se entera que te lo dije me hará la vida imposible este año.

 –¿Todavía más? –preguntó Hermione con ironía.

Harry se rió.

 –No sé si eso sea posible, pero prefiero no darle la oportunidad de que me lo demuestre…

 –¿y a Ron, se lo dirás también? –se extrañó Hermione.

 –Si, probablemente…

 –Bueno, cuéntame de una vez que soy toda oídos –dijo Hermione con curiosidad.

Harry miró a todos lados del corredor por el que iban, y no viendo a nadie se detuvo.

 –En el verano averigüé que Hocicos y Snape son hermanos.

Hermione lo miró unos segundos sin reaccionar.

 –¿Estás bromeando, verdad? –dijo Hermione sonriendo, convencida de que Harry estaba gastándole una broma para que se olvidara de interrogarlo.

 –No.

Hermione dejó de reír, y puso los ojos cómo platos.

 –Eso es estúpido, Harry. ¿De dónde lo sacaste?

 –Primero sospeché que podían tener algún parentesco, por una fotografía que encontré en la bodega del laboratorio de fotografía cuando lo estaba ordenando –comenzó a contar Harry–. Representaba a un alumno de Hogwarts, un chico de 6º o 7º… Según el fotodatador, la fotografía había sido tomada a mediados del año 1948. Al principio yo lo encontré muy parecido a Sirius, pero luego…

Harry se detuvo en seco. Había estado a punto de contarle que Draco lo había encontrado igualito a Snape. Y no tenía ninguna gana de que se enterara de que había estado, y aún estaba, en tratos amistosos con un tipo que se empeñaba en llamarla sangre sucia.

 –Luego la miré detenidamente –continuó Harry mintiendo con naturalidad–, y me di cuenta de que también se parecía a Snape.

 –¿La tienes? –preguntó Hermione con curiosidad.

 –No, se la quedó Snape.

 –¿Snape? –preguntó Hermione–. ¿Entonces Snape también lo sabe?

 –Si. De hecho, cuando vio la foto, se notó en su cara que el extraño parecido le había llamado la atención también. Y luego, por casualidad, lo vi preparando un test de parentesco con el que confirmó que Sirius era su hermano.

 –¿Y cómo se lo tomó Sirius? –preguntó Hermione preocupada–. ¡Se odian!

 –Sirius no lo sabe.

 –¿No se lo contaste? –preguntó Hermione con incredulidad.

 –Snape me hizo prometerme que no le diría nada… –se justificó Harry. La chica lo quedó mirando, con una ceja levantada, cómo diciéndole que eso no era excusa para ocultarle algo tan importante.

 –Tuve que obedecerle, Hermione. Me acababa de descubrir espiándolo, y además era de noche y se suponía que no debía haber salido de la enfermería. Me tenía en sus manos.

 –Está bien, te entiendo –le dijo Hermione–. Debe haber sido difícil pasar parte del verano con él, ¿no?

 –Si, bastante. Aunque no tanto por el hecho de tener que pasarlo con él, sino más bien por el hecho de que no me dejaban hacer nada.

 –Harry… ¿Y por qué entraste al laboratorio anoche y saliste tan enojado?

 –A eso iba… –continuó Harry–. ¿Te acuerdas de aquella foto de tus vacaciones que me llamó la atención el otro día? ¿Esa dónde sales con Krum y con ese retrato a tus espaldas?

 –Si… creo que ya entiendo –respondió Hermione atando cabos. El puzzle acababa de armarse en su cabeza–. ¿El tipo del retrato se parece al de la foto que viste en el verano, verdad? Y Snape también vio la foto, el primero de septiembre, cuando pasó detrás de nosotros. Recuerdo que tú justamente me estabas preguntando por la gente del cuadro en ese momento. ¡Y por eso el maldito… –Hermione se quedó unos segundos con cara de odio, como buscando el mejor epíteto para expresar su ira– … bastardo… me obligó a inscribirme en su taller! –agregó finalmente, empuñando las manos como si estuviera estrangulando a un Snape imaginario (y Harry miró preocupado alrededor, por si alguien los estaba mirando o escuchando. Pero estaban cruzando el vestíbulo que se veía desierto)–. ¡Y por eso me pidió las fotos anoche!

Harry asintió con la cabeza.

 –¿Y qué vamos a hacer?

 –Nada –respondió Harry encogiéndose de hombros–. Esperar a que te las devuelva para averiguar nosotros.

Se habían quedado de pié frente a la gran puerta de entrada al castillo. De pronto, Hermione miró alrededor y su cara cambió bruscamente.

 –Tenemos que volar a Herbología –ordenó mirando preocupada la hora–. ¡Ya deben haber entrado!

Caminaron rápidamente por el parque rumbo a los invernaderos. Iban en silencio. Hermione casi corría, mientras pensaba a fondo en todo lo que Harry acababa de contarle. Harry en cambio trataba de seguirle el paso, preocupándose por no caer. Había vuelto a sentirse tan mareado como cuando se había levantado.

~ * ~

Aquella noche le contaron todo a Ron, en un rincón tranquilo de la sala común. Había alrededor menos gente de lo habitual, debido a que varios se encontraban en los talleres de ese día (Perfumes y Agricultura). Ron quedó tan anonadado como Hermione, e igualmente enojado con Snape. Durante la cena, Harry deseó que sus amigos dejarán de mirar furtivamente a Snape frunciendo en ceño. Temía a cada instante que el brujo notara algo y pudiera adivinar que les había contado su secreto.

Pero había algo bueno en habérselos contado a sus amigos. Por una parte, parte del peso que sentía en el estómago cada vez que pensaba en el tema había desaparecido. Y, por otra parte, Hermione había quedado en averiguar cuanto pudiera sobre la pareja del cuadro, a través de su amigo Krum.

~ * ~

Harry y Draco se juntaron cómo habían convenido, ese día en la coche, para plantar los hongos. Draco había llegado muy entusiasmado, porque había descubierto una alternativa para plantar los hongos si es que el muelle no resultaba: el entretecho de la torre de Aritmancia.

 –¡Es el lugar perfecto! –le decía Draco mientras caminaban bajo la capa invisible de Harry–. A ese lugar no va nadie. Las clases de Aritmancia son muy pocas veces por semana, y la profesora Vector sólo sube a la sala cuando tiene que hacer clases. Ya lo verifiqué: su oficina queda muy lejos de la torre, en el segundo piso. Me metí ayer y hoy a ese entretecho, y te aseguro que es ideal: el techo deja pasar bastante humedad, pero casi nada de luz. El entretecho queda justo encima de la sala de clases, y se entra por una escalera que está bastante camuflada. Incluso pensaba que podíamos dejarlo como guarida para quemar hongos, y para reunirnos sin tener que salir del castillo.

 –Está bien, lo podemos intentar –dijo Harry–. En realidad, mientras más lugares probemos, menos riesgo corremos de que nos quedemos sin hongos y tengamos que volver a la cueva.

De pronto, ambos se quedaron cómo piedra. Estaban en la última escalera de piedra que les quedaba para llegar al muelle, y delante de ellos estaba la Sra. Norris. Aunque estaban con la capa de invisibilidad, eso no impedía que pudiera olerlos.

 –Filch debe andar cerca –dijo Harry con un hilo de voz–. ¡Debemos escondernos!

 –¿Pero dónde? –lo urgió Draco.

De pronto, algo se movió detrás de ellos. La gata dejó súbitamente de interesarse en los chicos. Se volvieron temerosos, y respiraron aliviados al ver que sólo era Silvester.

 –Mejor bajemos rápido –sugirió Harry poniéndose en marcha. Aquel encuentro había conseguido ponerlo nervios.

 –Si, vamos.

~ * ~

El otoño fue secando las hojas del bosque prohibido lentamente, y los días se fueron acortando. Para alegría de Draco y Harry, los hongos se dieron perfectamente en aquel disimulado socavón del muelle subterráneo, y también en el entretecho sobre el aula de Aritmancia. Descubrieron que los hongos no pedían gran cosa para desarrollarse. El clima en Hogwarts era ideal, bastante frío y húmedo. Y con los días fueron encontrando varios lugares alternativos y disimulados dónde hacerlos crecer. Al hacer la prueba y comprobar que crecían bien en las canaletas del borde de los techos, habían plantado hongos en algunas de ellas que cumplían con estar cerca a ventanas de corredores poco transitados, de aulas en desuso, y en partes del techo que no eran visibles desde lugares como las salas comunes, pasillos transitados, oficinas de los profesores, o el gran comedor. Fue una verdadera odisea, pero tomaron placer en ello. Ambos esperaban con entusiasmo sus reuniones nocturnas, dónde no tenían que ocultar la amistad que habían forjado en el verano, y podían quemar hongos en completa tranquilidad. Ambos se habían acostumbrado a la sensación de vacío y mareo que los inundaba inexplicable y frecuentemente durante el día. Además, Harry comprobó que ya no le importaba tanto que lo interrogaran en clases y no saber responder, ni que algún profesor le llamara la atención ocasionalmente por eso, ni que sus compañeros lo miraran con reproche por los puntos perdidos. Nada lograba afectarlo grandemente. Se sentía fortalecido, y había recuperado el gusto por la vida en el colegio.

Ese cambio en su actitud fue notado por los adultos del castillo que, poco a poco, dejaron de temer que el chico intentara acabar con su vida.

Ron y Hermione también se habían acostumbrado a su nueva personalidad. Cuando Harry se encontraba bien, todo seguía cómo antes. Y, en aquellas ocasiones en las que se volvía osco y reservado, aprendieron a dejarlo tranquilo hasta que se le pasara.

Snape le había devuelto las fotografías a Hermione, y no había vuelto a mencionar el tema de su parentesco con Sirius. Harry tampoco había insistido al respecto, feliz de que Snape no se hubiese enterado de que ahora Ron y Hermione también lo sabían. Y, aunque el profesor continuó molestándolo en forma habitual en pociones, e ignorándolo rotundamente en fotografía, a Harry eso ya no le importaba. De día cumplía con lo que tenía que hacer, sin destacarse ni esforzarse mayormente (de hecho, para desagrado de Hermione, muchas veces se limitaba a hacer lo mínimo necesario), y de noche vivía su otra vida, excitante y prohibida.

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Hermione le había escrito a Viktor cómo había prometido. Una mañana de octubre, Svilen, la diligente lechuza de Hermione, le había dejado caer una carta de su amigo Búlgaro sobre una tostada con mermelada que había estado a punto de llevarse a la boca.

Viktor Krum le informó lo que había podido averiguar por su abuelo Miles, el anciano que salía en la foto con Hermione y con él. Él le había contado que la mujer de la fotografía era su hermana, Syna Krum, y que el hombre junto a ella era su novio, Solon Hartmann. Ese retrato había sido pintado por un amigo de la familia en septiembre de 1960. Syna, en ese entonces, tenía 25 años. Hartmann, que tenía 29, se encontraba pasando unos días en casa de los Krum, en Bulgaria. El joven había vuelto un par de días después a su casa, en Inglaterra. Cinco meses más tarde, una mañana, la familia Krum se había encontrado con que Syna no estaba. La elfina de la casa, viendo la preocupación de la familia, terminó confesando que Syna había huido a Inglaterra, para ver a su novio. Pero cuando la elfina la había sorprendido haciendo los preparativos, la chica le había ordenado que no dijera nada. Sus padres, ofendidos con ella por no haberse despedido ni avisado, dejaron pasar algunos meses sin buscarla. Pero, cuando el tiempo continuó pasando y no tenían noticias de ella, la preocupación reemplazó al enojo. En agosto de 1961, cuando se dieron cuenta de que iba a ser su cumpleaños y seguía sin dar señales de vida, decidieron hacer algo. Buscaron al novio, asumiendo que se encontraban juntos, y se enteraron de que había muerto tan sólo unos días antes de que Syna escapara de la casa, en febrero.

La familia Hartmann se sorprendió al ver aparecer a la familia Krum, sin Syna, tantos meses después de la muerte de Solon. No tenían idea que la chica había viajado a Inglaterra en esa fecha. En ese entonces, la muerte de Solon los había tomado tan por sorpresa que nadie había tenido la cabeza fría cómo para recordar que había que avisarle de inmediato a su novia. Recién se acordaron de escribirle cuando ya había pasado casi una semana desde el entierro, aunque nadie sabía con exactitud qué día había sido eso. Cómo ella nunca les había contestado, ni los había visitado después de eso, asumieron que había decidido continuar con su vida y no trataron de volver a contactarla.

La buscaron, ambas familias en conjunto, sin resultado. Finalmente recurrieron a magia oscura, con lo que se enteraron de que Syna había muerto. Pero jamás dieron con su paradero, ya que su muerte no aparecía en ningún registro oficial del período. Tampoco supieron si ella había recibido la lechuza de la familia Hartmann antes o después de abandonar la casa de sus padres, ya que ambas posibilidades eran posibles. Desolada, la familia Krum había vuelto a Bulgaria a mediados de septiembre, convencidos que Syna había acabado con su vida sin dejar rastro al enterarse de la muerte de su novio.

Harry y Ron se habían abalanzado sobre Hermione para leer la carta sobre sus hombros muertos de curiosidad. Cuando terminaron, se miraron incrédulos.

 -¿Están o no pensando lo mismo que yo? –Preguntó Hermione guardando la carta con cuidado.

 -¿Que ese tal Solon podría ser pariente de los Eses? –preguntó Harry (habían optado hace tiempo por hablar de "los Eses" cuando se referían a Sirius y Snape en sus discusiones, para que nadie que los oyera supiera de qué estaban hablando).

 -No sólo pariente –murmuró Hermione, mirando furtivamente alrededor para verificar que no estaban siendo escuchados-. Piensen… nos dijiste que Sirius te había dicho que su cumpleaños era el 11 de junio, y que el próximo año cumple 34. ¿Recuerdan que calculamos que su nacimiento debió haber sido en junio de 1961?

Harry y Ron abrieron los ojos impresionados, viendo adonde Hermione estaba llegando.

 -Entonces esta gente, Syna y Solon, ¿podrían ser su padres? -preguntó Ron.

 -Si –afirmó Hermione-. ¿Todo coincide, no? Pienso que la hermana del abuelo de Viktor viajó a Inglaterra sin decir nada a la familia justamente por eso: porque estaba embarazada y necesitaba ver al padre de su hijo, Solon Hartmann. Además, está el hecho de que justamente estuvieron juntos de vacaciones en septiembre.

 -¿Y qué tienen que ver las vacaciones? –preguntó Ron sin entender. Hermione se quedó en silencio, y lo miró preguntándose si el pelirrojo les estaba tomando el pelo, y Harry se mordió la lengua para no reírse. Al ver cómo lo miraban sus amigos, Ron comprendió de pronto y se puso colorado.

 -Confío en que ESO no te lo tengo que explicar –le respondió Hermione con algo de frialdad.

 -No… -respondió Ron sin mirarla a la cara, y disimulando la vergüenza que sentía tomando jugo de calabaza.

 -Tienes razón –dijo Harry para continuar con la conversación y darle un respiro al pobre de su amigo-. Todo calza. La fecha en que… eso… hicieron a los Eses (se puso algo colorado él también, y Ron parecía de lo más concentrado en doblar su servilleta) y el hecho de que Syna se hubiese ido de la casa de sus padres un tiempo después. Pero hay algo que no comprendo: ¿la familia Krum no debió haber notado que ella estaba embarazada? Si se fue en febrero… ya debía tener como… -Harry contó mentalmente- 5 meses.

 -Ese es un buen punto, Harry –le acordó Hermione-. Pero no se trata de muggles sino de magos, y hay métodos mágicos para disimular estas cosas. Creo que Syna pudo haberlo ocultado de su familia por unos meses, pero no podía seguir disimulándolo eternamente, y decidió ir a hablar con el novio.

 -¿Y no hubiera sido más fácil enviarle una lechuza? –preguntó Ron, como si estuviera explicando que 1 más 1 era dos. Hermione lo miró fríamente de nuevo antes de responder.

 -Hay cosas, Ron, que la gente sensible prefiere hablar frente a frente. Además, una lechuza puede ser interceptada, y pienso que Syna no quería que su familia supiera.

 -¡Pero igual se iban a terminar enterando! –se defendió Ron, encogiéndose de hombros.

 -Pero lo lógico es que se lo dijera primero al novio, y después ambos se lo contaran a sus familias. Además, creo que lo que Syna esperaba era que Solon se casara con ella antes de decirle a los demás –explicó Hermione.

 -Pero… ¿No hubiera sido más lógico también volver a la casa de su familia al saber que su novio había muerto? –preguntó Harry.

 -Creo que para ella no debió ser tan fácil, Harry –respondió Hermione-. Había huido de su casa embarazada, sin explicarles nada, y de pronto se encontró con un bebé por venir y con el novio muerto.

 -Pero Krum dice en la carta que ella se suicidó –agregó Ron-. ¿Cómo pudo tener hijos si estaba muerta?

 -Lo que Viktor dice –respondió Hermione-, es que la familia supuso que ella se había suicidado. Pero ellos no sabían que ella estaba embarazada. Lo que debió haber pasado es que ella, no queriendo volver a Bulgaria en ese estado, decidió quedarse en Inglaterra. Debe haber tenido a los Eses, y debió morir después.

 -Eso, claro, suponiendo que ella efectivamente fuera la madre de los Eses –agregó Harry-. Y suponiendo también que Solon Hartmann y el tipo de la foto que vi en la bodega son la misma persona. Cosas de las que no estamos seguros.

 -No, no lo estamos –respondió Hermione-. Pero todo coincidiría, ¿no?

 -Pero si ese Solon Hartmann es el mismo que Harry vio en la foto, entonces estudió en Hogwarts a mediados de siglo. ¿No sería más fácil averiguar, aquí en el colegio, si hubo en esos años un alumno con ese nombre?

 -Tienes razón Ron –le dijo Hermione. Harry afirmó con la cabeza para decir que también estaba de acuerdo.

 –Pero, ¿a quién le preguntamos? –dudó Harry–. No tengo ganas de que nos pregunten para qué queremos saber eso.

Los tres chicos se quedaron mirando. Ese era, efectivamente, un problema que tendrían que resolver.

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