Capítulo 42 Hechos con consecuencias

La bodega se veía tan abandonada como Snape temía. Era un viejo edificio sin ninguna pretensión arquitectónica. De vidrios inmundos, se veía que nadie había entrado ahí en años. Tocó la puerta, pero nadie vino a abrir. Finalmente, y tras mirar que no hubiese nadie alrededor, sacó disimuladamente su varita y abrió la puerta con magia. Las bisagras de la puerta sonaron, oxidadas, cuando entró.

El polvo de años se había acumulado en todo lo que contenía el lugar, y la luz eléctrica no funcionaba. Tras abrir algunas puertas, en las que encontró oficinas abandonadas y un armario de limpieza, dio con una habitación enorme llena de cajas. El olor a abandono era repugnante. Se arriesgó a abrir una ventana, aunque corriera el riesgo de llamar la atención de alguien. Si no lo hacía, no podría respirar.

Después de registrar cajas por un par de horas, dio con unos archivadores con constancias de nacimiento. Aunque los archivadores no estaban ordenados, el material dentro de los archivadores si lo estaba. Cada archivador contenía varias hojas en la que alguien había hecho constar cada nacimiento que se producía en el hospital, con las hora, nombre de los padres, nombre del recién nacido, sexo, peso, estatura, complicaciones, y una impresión a tinta de los pies y las manitos. También constaba la fecha en que la madre había sido internada, habitación que había ocupado, la hora en la que se había producido el alumbramiento, y la fecha y hora en que madre e hijo habían abandonado el hospital.

Revisó varias cajas hasta que, cuando estaba por desistir, dio con un archivador del año 1961. Sus manos le temblaron al abrirlo y empezar a dar vueltas las hojas. Temía con lo que se encontraría. Aprovechando que las hojas estaban en orden cronológico, buscó rápidamente los registros correspondientes al mes de junio.

Revisó cada uno de los más de 50 registros de ese mes, sintiendo que su corazón estallaría por la ansiedad. Finalmente dio con un registro de una señora Black. Lo leyó tragando saliva. En el registro constaba que la madre había dado a luz un bebé de sexo femenino, que había muerto segundos después de nacer por problemas respiratorios.

Snape dejó el archivador sobre una caja unos segundos, y contemplo el vacío. Entonces Black no era hijo de sus padres. Black debía ser el adoptado. Retomó el archivador y continuó buscando. Un par de registros más adelante encontró a su madre. Constaba que había ingresado de emergencia, con un embarazo de tan sólo seis meses y medio, y que a pesar de los esfuerzos por salvarlo, el bebé de sexo masculino había muerto apenas vio la luz.

Snape sintió que se le apretaba el estómago. ¿Qué significaba todo aquello? ¿De quién diablos eran hijos Black y él?

La explicación más lógica era la tercera opción: si ninguno de los dos era hijo de sus padres, entonces ambos eran hijos de una tercera pareja, y habían sido adoptados por separados. Parecía telenovela.

Afuera ya estaba oscureciendo, por lo que decidió que lo mejor que podía hacer era volver al castillo, y llevarse el archivador para revisarlo con calma más tarde. Aunque tuviera que leer cada uno de los registros, encontraría cada uno de los mellizos nacidos ese año. Sospechaba que Black y él debían haber nacido en ese hospital, dado que tanto su madre como la de Black habían perdido a sus hijos ahí en fechas similares.

Achicó el archivador mediante un embrujo y se lo guardó en un bolsillo. Aunque sospechaba que nadie se daría cuenta de que se había metido en los archivos, la costumbre lo hizo devolver todo a su estado inicial. Con otro hechizo repartió polvo sobre las cajas y comprobó con agrado que ningún muggle se podría dar cuenta de que había estado ahí. Satisfecho, desapareció.

Harry subió decidido las escaleras hacia la pajarera. Luego de la partida de Ron, Hermione se había encerrado a llorar en el dormitorio de las chicas y no había querido salir. Él en cambio, no soportando más, se relajó por el mejor medio que tenía: los hongos. Ahora que el efecto se estaba pasando se sentía mucho más tranquilo. Y estaba decidido a escribirle a la señora Weasley explicándole todo lo que había ocurrido, para evitar que le echara toda la culpa a Ron.

Apenas lo vio, Hedwig se fue a parar a su lado. Harry se apoyó el alfeizar de una de las ventanas. Sacó pluma, tintero, y pergamino de su bolso. Acababa de escribir "Querida señora Weasley", cuando un movimiento afuera llamó su atención. Era Snape, que atravesaba el parque rumbo a la salida.

 –¿Habrá sido convocado? –se preguntó Harry. De pronto se le vino a la cabeza el asunto de su padrino, y recordó que con Ron y Hermione habían quedado de averiguar juntos quién era Solon Hartmann. Con la cantidad de deberes que tenían no habían tenido tiempo para hacerlo. Y ahora que se habían peleado, quién sabe si lo ayudarían. Pensó en lo que probablemente Snape ya había logrado averiguar en todo ese tiempo, y sintió muchas ganas de saber. Pero no tenía idea cómo lograr que Snape le contara algo. De hecho, después de todas las amenazas que le había hecho el brujo, parecía una locura siquiera mencionarle el tema.

Finalmente terminó la carta para la señora Weasley. La leyó satisfecho. Era una verdadera apología de Ron, destacando cuanto estaba dispuesto a perder por defender a una amiga como Hermione. Esperaba que eso lograra suavizar en parte a la madre de Ron.

Luego de ver cómo Hedwig se alejaba rumbo al sur, sintió una sensación de vacío muy grande. Era esa clase de angustia que solo los hongos lograban aliviar.

Se fue al dormitorio y se acostó. Escuchó como Dean y Seamus hablaban de la suspensión de Ron. Prefirió hacerse el dormido, pero apretó los puños cuando oyó que Seamos decía que Ron lo debía haber atacado por celos, por causa de Hermione. ¿Qué sabían ellos?

Finalmente también Neville se acostó, y al rato los tres roncaban rítmicamente. Harry se puso de pie sin hacer ruido, y tras abrigarse se envolvió en la capa de su padre. Salió del dormitorio, y atravesó la desierta sala común. Se encaminó rumbo al muelle subterráneo.

Iba bajando hacia el subterráneo, cuando casi se le cae la capa del susto. Justo en la dirección opuesta venía Snape. Se quedó petrificado por unos segundos, sin que sus piernas le respondieran, hasta que recordó que iba cubierto por la capa de invisibilidad, por lo que Snape no podía verlo. No queriendo meter ruido, se limitó a apretarse contra el muro para que Snape, al pasar frente a él, no pudiera notar su presencia.

Aguantó la respiración hasta que Snape se perdió de vista, y permaneció quieto por un par de minutos más, recuperándose del pánico que había sentido por algunos segundos.

Se preguntó con curiosidad adonde iría el brujo a esas horas, y de pronto se le vino a la cabeza que sería una buena ocasión para aprovechar de echar una mirada en las cosas de Snape, para ver si había averiguado algo sobre lo de su padrino. ¿Pero, dónde revisar? Podría haber algo en el laboratorio de fotografía, en su despacho, o en el cuarto de  trabajo de su estancia. Pensó en las tres posibilidades, y finalmente decidió que revisaría el cuarto de trabajo de su estancia. Si había encontrado algo interesante, lo lógico era que lo hubiese guardado en un lugar al que nadie más tuviera acceso. De hecho, cuando efectuó el test de parentesco, lo había hecho ahí.

Caminó decidido hacia las mazmorras del nivel inferior. Él ya había logrado entrar a la estancia de Snape por ahí en una ocasión, y lo único que le preocupaba era que Snape hubiese eliminado la entrada que les había hecho a Draco y a él en el verano. Corría el riesgo de quedarse encerrado abajo, pero la curiosidad pudo más. Tuvo una idea: al entrar a la mazmorra inferior desde el tétrico pasillo, pondría algo sólido que le impidiera a la puerta cerrarse completamente. Así, si encontraba la entrada a la salita de Snape tapada, tendría por donde devolverse. Sus zapatos eran bastante duros, uno de ellos serviría. Los dos por mayor seguridad…

Algunos instantes más tarde, Harry se encontró en la salita de Snape. Todo seguía como la última vez que había estado ahí, cuando Snape había renunciado a seguirlos cuidando a Draco y a él. Miró con algo de nostalgia alrededor, y se sorprendió al ver que seguía habiendo tres sillas alrededor de la mesa, y no dos como cuando había entrado ahí la primera vez.

Se obligó a concentrarse en lo que había venido a hacer. Caminó por el frío suelo de piedra y estornudó. Una mazmorra no estaba hecha para andar descalzo. Abrió algo temeroso la puerta del estudio, y constató que no estaba cerrada con llave. Entró, y prendió su varita para ver algo.

El estudio tenía el desorden habitual, y Harry se acercó al escritorio. Sobre la mesa había un antiguo archivador muggle que parecía muy viejo…

Snape se desapareció apenas cruzó la reja que delimitaba los terrenos del colegio, y se apareció frente a la casa de la señora Dolores Retamales. Esa señora sabía algo, él como espía notaba los signos de la debilidad humana. No tenía la menor duda de que la anciana le ocultaba algo. Y él no se iría esa noche sin saberlo.

Abrió la puerta con magia, y entró sin hacer ruido alguno. Tenía práctica en eso. Después de revisar la casa se dio cuenta de que Nicasio no se encontraba ahí, debía tener turno en el hospital. Mejor. Así estaría más tranquilo.

La señora Dolores roncaba en su cama cuando Snape se paró a su lado. Sacó la botellita de Veritaserum que siempre traía con él, y vertió tres gotas en la boca de la señora durante un ronquido. Esperó un minuto, y luego la despertó. La señora se sobresaltó al ver a Snape parado frente a ella.

 –Q… q… qué hace en mi casa. Como se atreve… ¡M… m… márchese de inmediato o llamaré a la policía!

 –No vine a atacarla, señora Dolores. Sólo vine a preguntarle si recuerda algún nacimiento de mellizos en el año 1961.

 –Si –dijo la señora antes de que se diera cuenta. Se horrorizó al escucharse decirlo.

 –No se asuste, señora Dolores –le dijo Snape con toda calma, mientras acercaba un butacón a la cama de la señora, y se sentaba parsimoniosamente en él–. Sólo le haré algunas preguntas, luego me iré, y usted podrás seguir descansando.

 –¡No le contestaré a ninguna de sus preguntas! ¡Salga de inmediato de mi cuarto!

Snape no le hizo el menor caso.

 –¿Recuerda algún nacimiento de mellizos, varones, en el mes de junio de 1961?

 –Si –respondió la señora sin poder impedirlo–. Un hilo de sudor corrió por su frente.

 –Cuénteme cómo fue desde el principio.

 –Era de noche, y yo estaba de turno –comenzó a relatar la anciana a pesar suyo–. Mi compañera tenía una cita, y yo la estaba cubriendo con el encargado, por lo que me encontraba sola en el turno, a cargo de las madres y de neonatología. De pronto llegó una joven, a punto de dar a luz. El médico de turno no estaba en condiciones de atenderla, porque estaba drogado, y tuve que hacerme cargo sola. La chica murió a los pocos segundos de dar a luz a un par de varones.

Snape tragó saliva en ese punto, y la señora bajó la vista.

 –Continúe –le dijo Snape.

 –Temía que hicieran un sumario por la muerte de la chica. Yo no estaba autorizada para atender un parto sola, y no quería delatar a Boris ni a Carla. La chica no había querido decirme nada cuando la ingresé, y se había puesto a llorar cuando le pregunté por su familia, y por el padre del bebé. No había tiempo de ponerme a discutir con ella en ese momento, así que la ayudé en el alumbramiento lo mejor que pude. Pero hubo complicaciones, y no fui capaz de salvarla. De pronto me encontré con una joven madre muerta, sin ningún dato sobre ella, y con un par de bebés. Estaba desesperada, y temía perder mi empleo. No escribí su ingreso en ningún registro. Entonces recordé que había internadas dos mujeres que habían perdido a sus bebés al nacer, y se me ocurrió que podría arreglar el problema de un modo que no perjudicara a nadie. Hablé con ambas madres. Les conté la historia a ambas. Y me entendieron. Las dos aceptaron quedarse con uno de los bebés, y nunca decir nada. Sus esposos estuvieron de acuerdo. Quisieron saber la identidad de la madre muerta, pero les dije que no había alcanzado a dar ningún dato antes de morir.

 –¿Cuáles eran los nombres de las mujeres que aceptaron a los bebés? –preguntó Snape, aunque sospechaba la respuesta.

 –Sara Black, y Ana Snape.

Ambos se quedaron en silencio unos segundos, sin saber qué más decir.

 –¿Qué ocurrió con mi madre? –dijo finalmente Snape. No necesitaba especificar a quién se refería, ambos lo sabían.

La señora Dolores se puso a llorar.

 –Yo traté de salvarla… de verdad.

 –¡Qué hicieron con su cuerpo! –le gritó Snape, perdiendo toda la compostura que todavía le quedaba.

 –Cuando Carla llegó de su cita, le conté toda la historia. Luego, cuando Boris estuvo en condiciones de escuchar y entender, se lo contamos a él también. Ninguno de los tres quería que el asunto trascendiera, pues teníamos mucho más que perder que nuestros empleos, así que decidimos enterrar a la joven en un bosque cercano al hospital, y chantajeamos al encargado que la recibió en emergencias, ya que era aficionado al alcohol y le sabíamos varias historias. Tuvimos mucha suerte de que sólo él la viera ingresar, además de mi. Todo resultó bien, y cuando entregamos el turno no quedaba ningún rastro del parto improvisado, ni de la madre difunta. Los Snape y los Black salieron por la puerta de atrás, con los bebés ocultos, y con las altas firmadas por Boris.

 –¿Dónde exactamente quedó enterrada mi madre? –preguntó Snape.

 –En un bosque que colindaba con los jardines del antiguo hospital –respondió la señora.

 –Vístase y lléveme hasta allá –le ordenó Snape poniéndose de pie–. La esperaré en el pasillo.

 –¡No quiero volver ahí! ¡Por favor! –le rogó la señora, llorando–. Todavía tengo pesadillas con eso.

 –¡No le estoy preguntando su opinión! –le gritó Snape–. ¡Vístase, y no se atreva a llamar a nadie!

 Snape salió al pasillo, no sin antes desconectar el teléfono de la habitación y llevárselo. Al cabo de media hora, salió la señora, con los ojos rojos. Snape sintió un poco de lástima por ella.

 –¿Le puedo hacer un mapa, señor Snape? –le rogó la señora–. No tendrá ninguna dificultad en llegar. Le escribiré todas las indicaciones.

 –No quiero un mapa. Quiero que me muestre el lugar exacto.

Media hora más tarde, Snape y la señora Retamales se bajaban de un taxi, frente a una construcción abandonada, no lejos de la bodega en la que hacía unas horas Snape había encontrado el archivador de los registros.

Cuando el taxista se hubo perdido de vista, ambos se pusieron a caminar en dirección al bosque, sin decir nada. La señora Dolores iba sollozando débilmente, y ocasionalmente se detenía para apoyarse en un árbol, pues sentía que sus pies no la iban a sostener. Snape la esperó con paciencia, hasta que llegaron a un claro, y la vieja señora se detuvo frente a un árbol viejo y nudoso.

 –¿Es aquí? –preguntó Snape.

La vieja asintió, incapaz de hablar. Se puso a llorar en forma incontrolable.

 –Snape ce acercó al punto que la señora le había indicado, y miró el piso. Algunos metros más abajo debía descansar el cadáver de su madre. La verdadera, quien quiera que hubiera sido.

 –¡Por favor vamos nos de aquí! –le gritó entre llantos la señora Dolores.

Snape sintió lástima por ella, por el terrible secreto que había estado ocultando tantos años. De todos modos ya sabía el lugar dónde estaba su madre, ya no la necesitaba.

 –Está bien. Vamos.

Snape esperó que la señora se le adelantara un poco, y la desmayó con un hechizo. Luego tomó su cuerpo, y se apareció en el cuarto de la vieja. Le hizo un hechizo desmemorizante, y la dejó sentada en el butacón. Cuando despertara no recordaría nada. Luego desapareció, y apareció en Hogsmeade. No quería aparecerse a la salida del colegio. Necesitaba caminar un rato. Pensar. Tenía mucho en que pensar.

Mientras tanto, en el castillo, Harry se encontraba en aprietos. Pero todavía no lo sabía. Se encontraba durmiendo en su cama, después de haber descubierto lo mismo que Snape esa tarde, en los archivos del año 1961, de la maternidad del antiguo hospital La Gloria. Lo que él no sabía es que Remus Lupin lo había visto merodeando, y lo había seguido…

En ese mismo momento en que Harry soñaba con los angelitos, Remus Lupin se encontraba en el despacho de Dumbledore. Ambos tenían aire sombrío.

 –¿Se lo dirás a Snape? –le preguntó Remus.

 –Es justo que lo haga, no te parece.

 –Pero pedirá la cabeza de Harry. ¿Estás conciente de eso? –le recordó Remus.

 –Si, lo estoy. Y me gustaría que Sirius hubiese hablado a tiempo sobre las escapadas de Harry. Antes de que lo sorprendieras violando la estancia de un profesor del colegio.

 –¿Y no podríamos hablar con Harry, pero mantener el asunto oculto? –sugirió Remus.

 –Podríamos… ¿Pero que ocurrirá si Severus se da cuenta de que alguien entró a su estancia?

 –Pero no tendría pruebas de que fue Harry…

 –Es posible. Pero si logra demostrarlo no podremos hacer mucho por él.

 –¡Pero si decimos algo nosotros tampoco podremos hacer nada por él!

 –Te equivocas, Remus –respondió Dumbledore–. Si yo hablo con Severus, y le cuento todo sin que pase la rabia de descubrirlo por si mismo, es posible de que su reacción sea más benevolente.

Lupin se rió.

 –¿Y tú crees que no querrá aprovechar la ocasión para hacer que expulsen a Harry?

 –Confío en poder convencerlo de que no lo haga.

 –Yo que tu no contaría con eso –le dijo Remus–. La única oportunidad que tenemos, es no decir nada y rogar para que no se de cuenta.

 –¿Sabes qué Remus? Debiste detener a Harry apenas lo encontraste camino a las mazmorras. Y no esperar a que entrara, saliera, y se fuera tan campante a su cuarto.

 –Es que le prometí a Sirius que no lo metería en líos hasta después de que Minerva McGonagall le hubiera levantado la suspensión del equipo. Además, quería seguirlo hasta el final para ver qué se traía entre manos. La verdad Albus, no entiendo qué le dio por irse a meter a registrar las cosas de Snape.

 –Te confieso que el asunto me sorprende a mi también –le respondió Dumbledore pensativo–. Creo que es mejor que hablemos con Harry en la mañana, y se lo preguntemos. ¿No te parece?

 –Está bien.

 –Lo que me angustia es la salida en la noche de Severus –dijo el anciano, visiblemente preocupado–. Debe haber sido convocado. Espero que esté bien.

 –Esperemos –contestó Remus con una expresión sombría.

Harry se despertó sobresaltado, cuando un sobre calló sobre su cara. Se sentó rápidamente en la cama, y vio la lechuza que le había traído la carta desaparecer por la ventana. Miró la hora. Eran pasadas las nueve de la mañana, y no quedaba nadie más que él en el dormitorio. Abrió la carta, y vio que era del director. Le decía que lo esperaba a las nueve y media en su despacho.

Se levantó rápidamente y se vistió, peguntándose que podría querer Dumbledore con él un domingo por la mañana. Se preocupó. ¿Le habría ocurrido algo a Sirius? Lo más probable era que fuera por el asunto de Ron. ¿A lo mejor la señora Weasley ya había recibido su carta, y había hablado con el director para que le levantara la suspensión a Ron?

Bajó a la sala común y vio a Hermione con una pila de deberes sobre una mesa. La chica levantó la vista al verlo, y le hizo signo que se acercara.

 –¿Cómo dormiste? –le preguntó Harry–. ¿Te sientes mejor hoy?

 –Me siento un poco culpable por lo de ayer. Estoy preocupada por Ron, Harry…

 –Dumbledore me mandó a llamar, de hecho voy en camino a su despacho. Voy a contarle todo, a ver si le levanta la suspensión. Y ayer le escribí a la señora Weasley, explicándole que todo lo que pasó fue por mi culpa, no la de Ron.

 –Te acompaño entonces –dijo Hermione guardando sus cosas en su mochila–. Así ambos se lo contamos todo.

Salieron y, camino al despacho, Harry aprovechó de ponerla al tanto de lo que había averiguado durante la noche. Pero la reacción de Hermione no fue la que el chico esperaba.

 –¿Estás loco? –le dijo Hermione deteniéndose–. ¿Cómo se te ocurrió ir a meterte al dormitorio de un profesor? ¡No quiero ni pensar… si te hubiese descubierto!

 –Pero no lo hizo –le dijo Harry alegremente–. De todos modos fui porque sabía que él no estaría ahí.

 –¿Y cómo sabías que Snape saldría ? –le preguntó Hermione.

 –No lo sabía –respondió Harry, y pensó rápidamente en una buena excusa para haber estado en ese lugar, a esa hora, sin decir que iba al muelle subterráneo a drogarse–. Es que con todo lo que pasó ayer no cené, y no podía dormir del hambre. Así que iba a la cocina por algo de comer. Y en el camino me crucé con Snape, y se me ocurrió que podría aprovechar su ausencia para averiguar algo.

 –Estás loco, Harry –le dijo Hermione con reproche–. Mejor caminemos, que ya van a ser las nueve y media.

Llegaron al despacho y se encontraron con Remus Lupin, que estaba esperando a Harry. La cara que tenía puso nerviosos a ambos chicos.

 –Hola Remus –le dijo Harry–. ¿Le ocurrió algo a Hocicos?

 –Hola profesor Lupin –lo saludó Hermione.

 –Hola Hermione, hola Harry –Hocicos está bien–. Entra Harry, que Dumbledore te está esperando.

 –¿Puedo entrar también? –preguntó Hermione–. Yo también estaba ayer cuando pas

Remus la quedó mirando unos segundos sin comprender. Luego recordó lo de la suspensión de Ron.

 –No Hermione. Esta reunión no es por el incidente con Ron. Lo siento, pero sólo puede subir Harry.

Harry abrió los ojos como platos y tragó saliva. Si su padrino estaba bien, y no era por lo de Ron, ¿por qué diablos lo habían citado a hablar con el director? ¿Habrían descubierto acaso lo de los hongos?

 –Suerte Harry –se despidió Hermione, con preocupación evidente en su cara–. Nos vemos más tarde.

Harry sólo le sonrió, antes de seguir a Remus escalera arriba. Estaba nervioso, y no quería que su voz lo traicionara.

Snape se despertó, y se levantó a pesar del sueño que tenía. Como jefe de casa, no podía darse el lujo de dormir hasta tarde.

Un elfo le trajo el desayuno a su estancia, como era su costumbre la mayoría de los domingos. Café negro, fruta, y un chocolate blanco. Él mismo se reía de sus propias manías.

Fue a su sala de trabajo a buscar el archivador del hospital, para echarle otra mirada mientras desayunaba. Al entrar notó que ya había un par de fotografías en la caja del sistema de seguridad que había instalado recientemente. Se trataba de un aparato fotográfico silencioso, que se accionaba en cuando se abría la puerta del despacho. Sacaba una foto panorámica de la puerta y el que estaba ingresando, y depositaba la foto en una caja, también disimulada, transparente.

Extrañado, sacó las tres fotos. Una era la de él, tomada hace sólo unos segundos. La otra, representaba la puerta abriéndose, pero nada en ella. La tercera representaba a Potter, en pijama, con lo que parecía ser la capa de su padre en una mano…

De inmediato fue a sus escritorio. El archivador estaba como lo dejó, pero de inmediato espolvoreó un poco de talco sobre la mesa, y sopló con cuidado. Efectivamente, en la mesa no sólo estaban sus huellas.

Escondió el archivador, ya que no quería compartir su secreto con nadie más por ahora, y se encaminó foto en mano a la oficina del director. Albus Dumbledore no podría hacerse el loco esta vez. Tenía a Potter en sus manos. Tenía pruebas de su culpabilidad.

Hermione caminaba mirando el piso, perdida en sus pensamientos, cuando al llegar a una esquina chocó con una gran masa negra. Levantó la vista y un grito se escapó de sus labios al ver a Snape.

Snape la quedó mirando, y por la cara que puso la chica tuvo la certeza de que ella sabía algo. La quedó mirando, se cruzó de brazos, y la miró con altanería.

 –¿Algún problema de conciencia, Granger?

Hermione sintió que sus rodillas iban a ceder, y solo negó con la cabeza. Al ver la cara del brujo, tuvo la desagradable sensación de que el brujo se había dado cuenta de la incursión de Harry a su despacho. Miró el suelo, por miedo a que sus ojos la delataran.

Snape, con eso, ya no tuvo duda de que la chica sabía algo. Temió que Potter le hubiese contado algo del secreto de su parentesco con Black. Maldito Potter… Ahora si que lo tenía en sus manos. Se aseguraría de que lo expulsaran. Y si Granger sabía algo… se encargaría que la expulsaran también…

 –¿Algo que quiera conversar conmigo, señorita Granger? –le preguntó con un tono desagradable.

 –N.. no. Nada Profesor.

 –Porque si tiene algo que decirme la escucho… –le dijo Snape burlón. En cierto modo disfrutaba viendo en aprietos a la señorita–perfecta. A la alumna modelo. A la sabelotodo insufrible.

Al ver que no contestaba, y que no paraba de mirar el piso, Snape siguió su camino. Tenía asuntos más importantes que atender que molestar a Granger.

Hermione respiró aliviada al sentir los pasos del brujo que se alejaban. Levantó la vista, y vio una fotografía en el suelo. Se le debía haber caído a Snape. Su primer impulso fue llamarlo para decírselo, pero un sexto sentido hizo que se contuviera. Recogió la foto, y agradeció no haberlo llamado. En la foto estaba Harry, en pijama, saliendo de un lugar que sospechó debía ser el cuarto de trabajo del profesor de pociones. Empujada por un impulso casi instintivo, rompió la foto hasta que no quedaron más que unos trocitos de papel que ya no podía romper sin tijeras. Sacó su varita, y con un rápido hechizo los hizo desaparecer.

Sintió cómo su corazón le latía en el cuello, y sintió nauseas. Corrió por los pasillos empujada por una crisis de pánico, y no paró hasta que llegó a su dormitorio y se echó en la cama. Deseó estar a kilómetros de allí, en el dormitorio que tenía en la casa de sus padres, lejos de todos los problemas y de los kilos de tareas que le quedaba por hacer.

Harry estaba teniendo unos pensamientos similares a los de su amiga. Dumbledore llevaba varios minutos retándolo por la  incursión de la noche. Remus Lupin estaba ahí. Él era quién lo había descubierto, lo había seguido, y lo había delatado. Harry lo odiaba por eso. ¿Por qué tenía que irle con el cuento a Dumbledore? Si él lo había descubierto, está bien. Pero hubiese preferido que Remus hablara directo con él, y no que lo acusara con el director. Y más encima ahora que estaba se cumplía el plazo dado por McGonagall…

Harry pensaba que las cosas no podían estar peor, cuando la puerta del despacho se abrió de golpe y comprobó que las cosas siempre podían estar peor. Por la puerta entró Snape, hecho una furia, pero con aire de triunfo. Los tres presentes tuvieron la certeza de que el recién llegado se había dado cuenta de lo ocurrido. Habían perdido en sus apuestas.

 –Tú… estás perdido… despídete del colegio –le dijo Snape a Harry, al ver que estaba en el despacho. Harry tragó saliva, y miró a Dumbledore esperando que lo salvara, como lo había hecho otras veces.

 –Severus, por favor siéntate y tranquilízate –le dijo el anciano sin perder la calma.

 –No necesito calmarme, señor Director –le dijo Snape con una sonrisa demente, apoyando los puños sobre su escritorio y enfrentándolo–. Potter violó una regla importantísima de este colegio, tengo pruebas, y exijo que lo suspendan.

 –Sabemos lo que Harry hizo, Severus –dijo el hombre lobo–. Justamente estábamos discutiendo…

 –¡No te metas en lo que no te concierne, licántropo! –le gritó Snape–. Este asunto sólo concierne al alumno culpable, al profesor perjudicado, y al director del colegio.

 –Pero Remus Lupin está aquí en representación del apoderado del alumno implicado –dijo Dumbledore–. Así que debe quedarse. Estábamos diciéndole a Harry que lo que hizo estaba mal…

Snape se quedó perplejo un momento, cuando se dio cuenta de algo que no le había llamado la atención al principio, excitado como venía…

 –¿Y ustedes cómo supieron? –le preguntó al Director.

 –Remus lo sorprendió anoche, y lo siguió –respondió Dumbledore.

 –Y estábamos decidiendo cual sería su castigo cuando llegaste –continuó Lupin.

 –¿Castigo? –preguntó Snape, sonriéndole al hombre lobo–. ¿Acaso eso merece alguna discusión?

Snape se volvió hacia el director.

 –¿Debo recordarte, Albus, el reglamento de este colegio?

 –No, Severus, no necesitas hacerlo… –respondió Dumbledore con un suspiro.

 –EXPULSI"N, Albus –le gritó Snape, luego miró a Harry con aire de triunfo–. Esta es la última vez que este cretino se mete en mi vida, porque hoy será expulsado.

 –Snape, ten calma –le dijo Lupin acercándose.

 –No trates de embaucarme, Lupin –le gritó Snape–. Esta vez tengo pruebas –dijo llevándose la mano al bolsillo.

Snape buscó por unos segundos en su bolsillo, luego en el otro, luego debajo de la túnica, en sus pantalones (que también eran negros). De pronto su cara se contrajo por la ira.

 –Granger… –murmuró.

Snape salió corriendo del despacho antes de que los presentes lograran entender lo que acababa de ocurrir. Se quedaron mirando.

 –¿Acaso mencionó a Hermione? –preguntó Remus.

 –Eso me pareció oír –admitió Dumbledore igualmente perdido.

 –Yo también lo escuché decir "Granger" –intervino Harry.

 –Hermione –dijo Parvati al oído de su compañera, que se había quedado dormida sobre la cama–. Snape está afuera de la sala común, y te está buscando…

Hermione se sentó en la cama, algo confundida, hasta que recordó la triste realidad.

 –¿Qué hiciste, Hermione? –preguntó Lavender con curiosidad–. Snape parece como si le hubiesen pisado un callo.

 –Más de uno –agregó Parvati, y Lavender asintió con la cabeza.

 –No he hecho nada –dijo Hermione–. Díganle que no estoy aquí, y que no tienen idea de dónde puedo estar.

 –Está bien –dijo Lavender y desapareció por la puerta del dormitorio.

 –¿De verdad que no hiciste nada? –preguntó Parvati sentándose en la cama, con aire de "no te creo".

 –De verdad –le dijo Hermione.

 –¿Y entonces, por qué quiere verte?

 –Debe ser por algo del taller de fotografía… –inventó Hermione.

 –Y si solo se trata de eso, ¿por qué no vas y hablas con él? –preguntó la otra chica, suspicaz.

 –Porque es domingo y tengo sueño, Parvati –le dijo Hermione de mal modo–. Y lo que tenga que decirme puede esperar hasta que yo decida que ya dormí suficiente.

 –Está bien, si no me quieres contar yo no te voy a obligar –dijo Parvati haciéndose la sentida, poniéndose de pié, y saliendo del dormitorio.

 –Entrometida… –murmuró Hermione cuando hubo cerrado la puerta.

Intentó volver a quedarse dormida, pero era imposible. Estaba preocupada… Por ahora estaba a salvo, pero no podía quedarse encerrada en el dormitorio por siempre. De hecho, al otro día era lunes y tenía clases con él. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo estaría Harry? ¿Cómo diablos se las habían arreglado, Ron Harry y ella para meterse en tantos problemas?

Al romper esa foto, Hermione se había involucrado sin querer en el asunto, y estaba conciente de ello. Estaba en problemas, y lo sabía. Pero no sabía qué hacer. Y no estaban ni Ron ni Harry, sus amigos de confianza, para poder conversar. Estaba sola.

Y ese no era todo el problema. Además tenía hambre. Era tan sólo un detalle, pero no había alcanzado a bajar a tomar desayuno. Y no se atrevía a salir del dormitorio, porque todavía no sabía lo que le diría a Snape. Había roto su foto, sabiendo que era una prueba de la culpabilidad de Harry. Y no era buena para mentir, nunca lo había sido, era uno de sus mayores puntos débiles. Sus ojos la traicionaban siempre que intentaba no decir la verdad.

Snape entró furioso al despacho nuevamente, pero sólo encontró a Remus y Harry en él.

 –¿Dónde está el director? –preguntó.

 –Salió a buscarte –le aclaró Remus–. ¿Por qué te fuiste así?

 –Fui a buscar a su amiguita Granger –dijo indicando a Harry–, que está tratando de encubrirlo…

 –Hermione no tiene nada que ver en esto –le dijo Harry–. Déjela al margen. Si no lo hace le contaré a todo el mundo…

Snape puso cara de demente, y Remus se rascó la cabeza. ¿De qué estaban hablando?

 –Si lo haces te mato –lo amenazó Snape, sin pensar realmente en lo que estaba diciendo.

Remus, al oír eso, decidió tomar cartas en el asunto.

 –Tu no vas a matar a Harry, Severus –le dijo– mientras Sirius y yo estemos vivos.

 –Dejé a Hermione en paz, y no tendrá que lamentarlo –continuó Harry–. Hágame lo que quiera a mi, pero a ella déjela en paz que no tiene nada que ver.

 –Ya salió el caballeroso Gryffindor que llevas dentro, Potter–el–héroe –se burló Snape–. Estás acabado. Tus días en Hogwarts terminaron.

 –No, no han terminado –dijo Dumbledore al entrar al despacho–. Quién decide quien se queda y quien se va en este colegio es el director.

 –¡Pero Potter violó la privacidad de un profesor del colegio! –le gritó Snape–. Exijo que se aplique el reglamento y que el culpable sea expulsado.

 –El consejo escolar no expulsará a Harry a menos de que hayan pruebas contundentes en su contra. Y aun así, el que decide si se queda o no en el castillo soy yo.

 –Pero tengo pruebas… –se defendió Snape–. O las tenía antes de que Granger me las quitara…

 –¿Tienes pruebas de que Hermione Granger te haya quitado tus pruebas? ¿Testigos?

Snape se quedó en silencio, sin poder creer su mala suerte.

 –Entonces la señorita Granger es inocente, sentenció Dumbledore tomando su silencio como un "no"–. Y Harry es inocente, a menos que tengas cómo probar lo contrario…

Snape miró a Dumbledore sin poder creerlo.

 –¡Pero si tú mismo admitiste que estabas al tanto de lo que Potter hizo anoche! ¡Y el licántropo lo sorprendió! ¿Qué más pruebas quieres?.

 –Lo sé, pero eso no lo sabe el consejo escolar.

 –Albus… no me puedes hacer esto –murmuró Snape, más pálido de lo habitual.

 –No será la primera vez que salvo a un culpable –contestó Dumbledore mirándolo fijo a los ojos. Snape se quedó callado de inmediato, y en el despacho se produjo un largo silencio.

 –Pero no creas que haré la vista gorda con Harry, Severus. Lo que hizo es grave, aunque tenga mis motivos para querer que Harry continúe su educación en Hogwarts.

 –No puedo creerlo… murmuró Snape.

 –¿Qué pasará con Harry, Albus? –preguntó Remus.

Harry tragó saliva, en cierto modo se había sentido más valiente cuando Dumbledore afirmó que no sería expulsado. Pero también afirmó que no se las llevaría peladas, y parecía hablar en serio.

 –Harry no será expulsado del colegio, pero si de su casa. Está condicional hasta que lleguen los TIMOS. Se quedará en el castillo, podrá seguir asistiendo a clases y cumpliendo con sus obligaciones académicas, pero será apartado de la vida del colegio y de sus compañeros. Dormirá aparte, comerá aparte, y se sentará aparte en clases –sentenció Dumbledore.

Harry sintió que el piso se movía a sus pies. Dumbledore no podía estar hablando en serio… El director no le podía hacer eso…

Dumbledore lo quedó mirando.

 –De ahora en adelante, Harry, quedas incomunicado de tus compañeros. Sólo saldrás de tu habitación para ir a clases. ¿Entiendes?

Harry no contestó. Necesitaba hongos. Necesitaba el humo. Esto no le podía estar pasando. Era sólo una pesadilla. Se despertaría en su cama, Ron estaría a su lado, y todo estaría bien. Esto era tan sólo una pesadilla…

Lo último que vio Harry fue el techo del despacho, antes de perder totalmente el conocimiento.