Hola a todos. ¿Ninguno de los que me dejo reviews captó el detalle del capítulo 42?
Vicu–malfoy: Bueno, nada es tan negro como parece ;)
Pekenyita: Trataré de que Sirius aparesca más en los próximos capítulos. Es que en esta parte de la historia no tiene mucho que ver, pero cuando se destape la olla con lo de los hermanos aparecerá, jajajaja. Remus aparece más, eso si.
Nocrala: Si, pobre Harry. Esta Vero que lo tortura… tsk tsk tsk. Snape intervendrá, si, pero más cuando sepa que Malfoy está en las mismas. Por ahora no siente una especial inclinación a ayudar a Harry… Confío en que terminarán acercándose un poco, pero será Harry el que tendrá que poner el esfuerzo esta vez. Todavía no tienen mucho tiempo de averiguar cosas sobre los eses, pero tengo planeado que HP haga partícipe a SS de lo que sabe, como un modo de acercamiento al profesor de pociones. Tendrá que intentar ponerse en la buena con él, porque no le quedará otra alternativa. Pero no quiero arruinar los proximos capítulos, adelantando lo que pasará :) No creo que Hermione tenga muchas ganas de ir a tomarse un té con Snape y contarle lo que averiguó gracias a Viktor… por una parte, ella se supone que no sabe nada. Y, por otra parte, no lo quiere mucho después del sábado en la mañana.
Gracias por dejarme sus comentarios y sugerencias. Espero que disfruten este capítulo!!!
Capítulo 44 El Encargo
El día en Hogsmeade estaba muy agradable, y el pueblo lucía muy alegre con los grupos de alumnos paseando pos sus calles.
Hermione había convencido a Ron de que Harry de verdad había estado muy preocupado por él, antes de que le ocurriera lo del despacho de Snape. Ron, frente al hecho de que por poco y expulsan a su amigo, terminó perdonándolo. Ahora estaban juntos escogiendo algunos dulces en Honeydukes. Esperaban que el aislamiento de su amigo no se aplicara a las lechuzas, y poderle enviar el regalo con una tarjeta de saludo con Hedwig.
No lejos de ahí, Draco andaba con sus amigos Crabbe y Goyle. Caminaban rumbo a una parte poco frecuentada del pueblo. Draco iba ligeramente preocupado, ya que Snape le había aconsejado que no fuera a Hogsmeade. Le había dicho que, habiéndolo autorizado su prima, no se lo podía impedir, pero que le recomendaba fuertemente quedarse en el castillo, dónde estaría seguro. Draco había insistido en ir, pero ahora se preguntaba si había sido una buena decisión. Crabbe y Goyle le habían dicho que le tenían una sorpresa, y lo estaban llevando hacia las afueras del pueblo. Draco hubiera querido decirles que no, pero por primera vez se daba cuenta de que tener dos amigos que juntos pesaban cinco veces más que él podía representar también una desventaja. Siempre lo había visto como un punto a su favor. Y ahora, en cambio, se sentía obligado a caminar con ellos, bromeando como siempre lo habían hecho, aunque tenía unos extraños retorcijones de estómago. ¿Sería un presentimiento?
Llegaron a una zona con unas construcciones abandonadas, y Draco miró disimuladamente hacia atrás. No se veía a nadie, ni se alcanzaba a escuchar el barullo del centro del pueblo. Un escalofrío le recorrió la espalda, y estuvo tentado de salir corriendo.
Antes de que se diera cuenta, unas figuras se aparecieron frente a ellos. Los conocía a todos, y sintió mareos. Eso no le podía estar pasando. Estaban los padres de Vincent y de Gregory, y un par de amigos más de su padre. Todos seguidores del Innombrable. Lo primero que se le ocurrió fue sacar la varita, pero desechó la idea. Estaba en clara desventaja, y dudaba que sus compañeros se pusieran de su lado. Estaba clarísimo que estaban confabulados con los adultos. Decidió mejor actuar como si fuera lo más normal del mundo, a falta de un plan mejor.
–Hola chiquillo –lo saludó alegremente el padre de Vincent, cómo si fuera de lo más normal haberse encontrado con su hijo y sus amigos–. Te hemos estado extrañando mucho.
–Hola señor Crabbe –saludó Draco siguiéndoles el juego, intentando entender qué diablos se traían entre manos. Saludó igualmente a los tres otros. Miró a sus compañeros, pero estos sólo sonreían, como si se tratara de una fiesta sorpresa de cumpleaños.
–Te tenemos una sorpresa, Draco –le dijo uno de los hombres–. Estás de suerte.
Draco lo miró intrigado, ya que ninguno de ellos había sacado la varita hasta ese momento. De pronto, el padre de Vincent se llevó la mano al bolsillo de le túnica. Draco sintió que las piernas le iban a ceder, pero el padre de Vincent sólo sacó un pergamino de su bolsillo. Los otros tres adultos tocaron el pergamino, y antes de que Draco atinara a hacer algo, el padre de Gregory le tomó la mano y lo obligó a tocar también una punta de él con sus manos (que eran tan fuertes como las de un gorila). Al instante sintió el tirón característico de los trasladores, y se encontró dando vueltas con los otros cuatro adultos. Sus compañeros no habían venido.
Llegaron a una sala de piedra, con algunas butacas y una chimenea. Draco tragó saliva, dándose cuenta de que El–que–no–debe–ser–nombrado debía estar detrás de eso. Sintió una sensación extraña en el estómago, como si se estuviera cayendo a un precipicio. Pronto moriría, y la idea le hacía dar vueltas la cabeza. Se preguntó cuanto tiempo le quedaría, y si sus padres estarían ahí. Pensó en Harry, en la enfermería. No había podido volver a verlo. Deseó haber insistido más en tratar escabullirse de la aguda vigilancia de la enfermera. Pensó en Snape, y pensó con algo de rabia que tal vez el profesor estaba enterado de los planes que los mortifagos tenían para él, y no le había dicho nada. Sólo le había sugerido que no fuera al pueblo. ¿No podía haber sido más explícito? Aunque, a lo mejor, Snape ni siquiera sabía…
Se dejó guiar por un par de pasillos, escaleras, y algunas salas. No opuso resistencia, a pesar de que no lo habían amenazado en ningún momento. De todos modos no sacaba nada. Sentía como si estuviera soñando. Soñando con los últimos minutos de su vida.
De pronto se encontró frente a la gran serpiente, Nagini. Ésta levantó la nariz, y sacó la lengua un par de veces para olerlo. No encontrándolo interesante, volvió a apoyar su cabeza sobre el ovillo que era su cuerpo, y continuó durmiendo junto al fuego. De un sillón antiguo, de respaldo alto y orejas, se levantó el mismísimo amo de la serpiente. Ojos rojos, mirada diabólica, y una hipócrita sonrisa en sus labios. Sintió como la comitiva que lo había acompañado hasta ahí se alejaba, y escuchó como se cerraba suavemente una puerta a sus espaldas. Estaba sólo con el Señor Oscuro. Respiró profundo ante lo inevitable.
Voldemort tomó su varita y Draco cerró los ojos. No pudo ver la mueca de burla que se formó en la cara del brujo al verlo. Hizo aparecer una bandeja con un par de copas y tazas, se quedó mirando al chico.
–¿Té o jugo de calabaza? –preguntó.
Draco abrió los ojos, sin entender. ¿Le estaba ofreciendo algo de beber? Se preguntó si no iría a despertarse, en cualquier momento, en su dormitorio, de la extraña pesadilla que estaba viviendo.
–Té –respondió Draco de un modo automático. ¿Qué más daba si prefería jugo o té? ¿A qué estaba jugando el Señor Tenebroso que no lo mataba?
El brujo hizo un moviendo con su varita, y apareció una tetera que comenzó a servirse sola en el par de tazas. Luego se sentó en uno de los butacones que acaban de aparecer junto a la mesa, y le hizo señas al estupefacto chico para que también se sentara. Éste obedeció de inmediato, sin entender.
Voldemort comenzó a tomar el té hirviendo, y se quedó mirándolo. Draco captó la indirecta, y se llevó la taza a la boca, convencido de que se caería muerto en medio de espantosas convulsiones apenas el líquido tocara sus labios. Pero esto no ocurrió. Es más: constató que el supuesto té era, –efectivamente–, té. Supuso entones, con horror, que debía estar lleno de Veritaserum, y temió que le sacara información sobre el profesor de pociones, Harry, o su prima.
–Te tengo una oferta –dijo de pronto el brujo, rompiendo el silencio, y yendo al grano–. Opción A: le llevas un regalo a un viejo amigo mío, te perdono la vida, y te permito trabajar para mi. Opción B: una vida corta y una muerte lenta, que podría comenzar en… –miró un antiguo reloj de pared que había sobre la chimenea– veinte segundos.
Draco lo quedó mirando, sin atinar a responder.
–19… 18… 17… –comenzó a tararear el brujo mientras jugaba con la varita en sus manos. Draco comprendió de pronto lo cerca de una muerte horrenda que estaba, y le salió el habla.
–¿Qué le tengo que llevar a quién? –preguntó rápidamente. Voldemort dejó de contar, de jugar con su varita, y lo miró con avidez. Se llevó la mano al bolsillo, y sacó un inocente caramelo, envuelto en papel dorado.
–Para Harry Potter –dijo guiñándole un ojo–. Pero no le digas que es de parte mía. Será nuestro pequeño secreto. Eso es todo.
Draco miró el caramelo con aprehensión, y se lo guardó en el bolsillo.
–Ya sabes, Malfoy júnior –le dijo el brujo con altivez–. O cumples, o desearás morir por más tiempo del que puedas imaginar.
–Si Milord –dijo Draco. Se quedó unos segundos sin atinar a lo que tenía que hacer, y luego recordó todo lo que su padre le había enseñado sobre el protocolo cuando estuviera en presencia del Lord. Se arrodilló, y esperó a que el brujo hablara.
–Puedes irte, Malfoy júnior –dijo el brujo–. Golpeó sus manos un par de veces, y al instante se abrieron las puertas y volvió a entrar la comitiva. Draco se dejó acompañar hasta el lugar en el que se habían aparecido, y tomó el traslador que le tendían. Tenía nuevamente la sensación de estar soñando. No podía ser verdad. Acababa de estar con el Innombrable, y seguía vivo. Acababa de aceptar traicionar a Harry, a cambio de salvar su propia vida. Acababa de condenar a su nuevo amigo a una muerte segura, y probablemente espantosa. Sintió náuseas, y pánico a la vez. Era eso para Harry, o para él. Tendría que escoger.
Volvieron a aparecerse en el mismo lugar en el que habían desaparecido, en las afueras de Hogsmeade. Su compañeros seguían ahí, apoyados en un muro, conversando.
–¿Y? ¿Cómo te fue? –le preguntó Goyle, cuando su padre y los otros adultos se hubieron ido.
Draco lo quedó mirando, preguntándose cuanto sabían esos dos.
–Bien, supongo. Tengo hambre, ¿vamos a almorzar? –contestó vagamente, para cambiar de tema.
Sus amigos se encogieron de hombros, y no insistieron.
Harry sintió que alguien entraba en la enfermería y caminaba hacia su cama. Por las cortinas apareció Remus, que al ver que estaba despierto se sentó a los pies de la cama. Sacó un pergamino del bolsillo.
–Hola Harry –le dijo tendiéndoselo–. Esto te lo mandó Hocicos. ¿Cómo te sientes?
Harry se encogió de hombros. ¿Cómo esperaba que se sintiera?
–Aquí, excelentemente bien. Disfrutando de la hospitalidad de la enfermería –le respondió mordazmente, mientras desenrollaba el pergamino.
La carta no era larga. Le decía que Remus ya se lo había contado todo, que estaba preocupado por él, y que confiara en el hombre lobo. Agregaba que no le era posible ir a verlo, le recomendaba que se portara bien, y que todo terminaría arreglándose. Harry terminó de leer el pergamino, y lo arrugó hasta hacer una pelota compacta, que lanzó hacia el papelero que había en una esquina. La improvisada pelota rebotó en el muro, y fue a dar al suelo. Remus soltó un suspiro exasperado.
–Vine a buscarte –le dijo Remus.
–Mhhh… mi celda propia –se burló Harry–. ¡No puedo esperar para verla!
Remus lo quedó mirando, con evidente pena en su cara.
–No soy tu enemigo, Harry…
–Amigo es, quién puede ayudarte, a ver más linda la vidaaa… –comenzó a tararear Harry, sin dirigirle la mirada.
Remus se puso de pié, y salió del campo visual de Harry (delimitado por las cortinas). Harry dejó de sonreír, y temió por unos segundos que Lupin hubiese desistido de dejarlo levantarse. Se mordió el labio, y deseó haber sabido cerrar su gran bocota.
Pero Remus no se había ido. Volvió a los pocos segundos, con ropa de Harry que dejó a los pies de la cama.
–El resto de tus cosas ya está en tu cuarto. Vístete para que nos vayamos.
–A lo mejor, si deshicieras el hechizo que me impide levantarme, podría llegar a hacerte caso… –le respondió el chico cruzándose de brazos. Remus respiró hondo, contuvo la respiración unos segundos, y con la varita deshizo el hechizo. Harry sacó de inmediato las piernas de la cama, antes de que pudiera arrepentirse, o que llegara alguien y lo volvieran a meter al sobre.
Harry siguió a Lupin a través de los pasillos, que estaban bastante solitarios (la mayoría de la gente estaba en el pueblo). Sólo se cruzaron con un par de chicas de segundo año, que lo miraron como si fuera un aparecido.
Después de subir varias escaleras, llegaron hasta un retrato con una vaca pastando. Al escuchar pasos, la vaca levantó la cabeza, y siguió masticando el pasto que ya tenía en la boca. Reconoció al brujo de inmediato, y movió la cola en señal de saludo.
–Tengo una vaca lechera… –comenzó a cantar Harry, bajito, riendo. Remus sonrió.
–Y espera a que escuches la contraseña… –le respondió riendo. Observó de reojo a Harry, quien sonrió algo sorprendido (aparentemente no se esperaba a una respuesta amigable por parte del brujo, después de lo pesadas de sus propias respuestas). El chico levantó las cejas, expectante.
–MuMuMu–MuMu–Mu–MuMu –dijo el brujo a la vaca. Harry soltó una carcajada.
–¿Qué traducido del idioma de los bovinos al cristiano significa…? –preguntó.
–"Déjame entrar vaquita amiga" –le respondió Remus, invitándolo a entrar por la puerta que acababa de aparecer detrás del retrato.
La estancia del profesor de defensa era más pequeña que la del profesor de pociones, pero bastante más acogedora. La distribución sin embargo era similar, salvo que en el muro de la derecha, en vez de haber sólo una chimenea, había además una puerta.
–La puerta junto a la chimenea es tu cuarto –le indicó el brujo–. La de al lado de la ventana es el baño. La de la izquierda al fondo es mi cuarto, y la de al lado es mi escritorio, dónde NO TIENES PERMISO PARA ENTRAR. ¿Está claro?
–Clarísimo –murmuró Harry.
–Bueno, vamos a tú cuarto –le indicó Remus–. Tenemos algunas cosas que conversar.
"Que comience el sermón…", pensó Harry fastidiado, entrando.
El cuarto no era grande, pero cabían la cama, el velador, el armario, y un escritorio con una silla que constituían el mobiliario. Todo estaba decorado de café, Le recordó a Harry una película que había visto una vez en casa de sus tíos, con unos religiosos católicos. "Confort franciscano", pensó con sarcasmo. La habitación tenía una pequeña ventana. Harry se asomó, y vio que estaban al borde del acantilado. Bastantes metros más abajo estaba el lago, que formaba pequeñas olitas contra la roca.
–No te recomiendo adoptarla como puerta –comentó Remus, al ver que la ventana era lo primero que el chico miraba de todo el cuarto–. No me obligues a ponerle barrotes…
Harry sólo gruñó, ante lo explícito de la amenaza. Vio como Remus tomaba la silla del escritorio, y se sentaba en ella. Resignado, se sentó en la cama, frente a él.
–Bueno, Harry –comenzó el brujo–. Lo primero es lo primero. Ya no estás en Gryffindor, ni en ninguna de las otras tres casas…
–Si, el director ya me dijo eso… –lo interrumpió el chico, con un dejo de fastidio en la voz.
–Yo seré como tu jefe de casa, y es a mi a quién te reportarás ante cualquier eventualidad.
–Ok…
–Tienes prohibido salir de la estancia, salvo para ir a clases…
–O sea: prisionero –se burló Harry.
–¿Prefieres que te expulsen? –preguntó Remus. Harry no respondió. Pensó en sus tíos, y decidió que no, aunque no lo dijo. Remus esperó unos segundos y, al ver que no iba a responder, continuó–. Cómo te decía, vivirás aquí, y sólo saldrás para ir a las clases. Puedes estar aquí en tu cuarto, o en la sala, cómo prefieras. Puedes leer, estudiar, o hacer cualquier actividad tranquila. Ante la duda, me preguntas. NO tienes permiso para fumar nada de nada, ni para echar en la chimenea, las antorchas, o las velas cosa alguna. ¿Qué más?
Harry aprovechó que Lupin se había quedado pensando en si se le quedaba algo en el tintero, para preguntar.
–¿Hasta cuando voy a estar así?
–No lo sé Harry –le respondió Lupin–. Te recomiendo que esa pregunta se la hagas al director.
–Dudo que pueda preguntarle nada, si no estoy autorizado a ir a su despacho –respondió Harry con frialdad.
–Le diré que venga a verte –se ofreció Remus–. ¿Alguna otra pregunta?
–Si. ¿Puedo traerme a Hedwig de la pajarera?
–Si. Yo te la traeré apenas pueda.
–¿Puedo seguir comiendo en el gran comedor?
–No, lo siento –le dijo Remus algo triste.
–¿Dónde está mi varita?
Remus se llevó la mano al bolsillo, sacó la varita de Harry, y se la tendió. Harry la guardó de inmediato.
–¿Puedo escribirles a mis amigos?
–Si, El director no lo prohibió explícitamente, así que supongo que puedes hacerlo. Pero pobre de ti si veo que te llega algo que contiene hongos… ¡Y pobre también del que los haya enviado! Considérate advertido…
–En las clases, ¿puedo acercarme a mis amigos?
–Si. O en mi clase podrás, al menos. El director no lo prohibió, así que supongo que quedará a criterio de cada profesor. Yo, personalmente, no creo que sea malo que mantengas el contacto con Ron y Hermione. Al contrario: lo considero bueno.
–¿Y por qué Dumbledore me está encerrando aquí entonces? –preguntó Harry con amargura.
–Porque no te quiere expulsar, aunque el reglamento así lo diga. Pero no puede dejarte impune después de lo que hiciste. Sería demasiado el favoritismo, ¿no crees?
Harry no respondió.
–En resumen, Harry –continuó Lupin–, quiero que dejes de fumar hongos, y que recuperes el tiempo perdido en tus cursos. Si tienes cualquier duda de si puedes o no hacer algo, me preguntas. Si necesitas conversar, de lo que sea, a la hora que sea, estoy disponible. Sólo te pido que hagas lo que te digo, y no intentes pasarte de listo. Si intentas algo más, el director no te podrá seguir defendiendo.
Harry soltó una risa sarcástica.
–¿Llamas "defender" a encerrar a un alumno en una torre?
–Te metiste en las cosas de un profesor, y fuiste descubierto. ¿Qué esperabas?
–Encuentro una exageración que me condenen a vivir apartado de todo el mundo hasta quién sabe cuando.
–¿Y por qué tenías que ir a meterte en las cosas del Profesor Snape, Harry?
–No te puedo contar. Es un asunto de Snape, y en las vacaciones le prometí que no le contaría nada a nadie.
–Está bien, si se lo prometiste debes guardar silencio –admitió Remus–. Pero no se te ocurra volver a intentar algo así. ¿Entendido?
–Entendido –gruñó Harry.
Esa tarde, de vuelta en el castillo, Draco pensó seriamente en no subir a cenar. Su mente no podía apartarse del caramelo que el Señor Tenebroso le había entregado. A cada instante metía la mano en el bolsillo, y lo tocaba preguntándose qué diablos podía hacer. Finalmente siguió a sus compañeros hasta el gran salón, pensando que tal vez el barullo lo distraería.
El pastel de carne que había para cenar no ayudó a abrirle el apetito, a pesar de que le gustaba mucho. Sentía el estómago apretado, y se conformó con tomar jugo de calabaza. Alrededor suyo, las conversaciones le parecieron distantes.
–¿Qué te pasa? –le preguntó Crabbe de pronto, sacándolo de sus pensamientos–. ¿Acaso no estás contento de que te haya llamado?
–Si, lo estoy –mintió Draco, sonriendo–. Es sólo que no tengo hambre, y dormí mal anoche. Tengo sueño, creo que me iré a la cama de inmediato. Nos vemos.
Draco se puso de pié, y salió del gran comedor. Una que otra persona lo miró extrañada, pero todos los que se percataron volvieron rápidamente a sus propias conversaciones. Sólo Snape se quedó unos segundos más mirando la puerta por dónde acababa de desaparecer el chico.
Mientras tanto, varios pisos más arriba, Harry se encontraba cenando sólo en la sala de la estancia de Lupin. A la mitad del plato, se dio cuenta de que no era capaz de seguir comiendo. Alejó el plato de él con un gesto exasperado.
Hedwig apareció afuera de la ventana, de modo que se paró y le abrió de inmediato. Estaba contento de verla. Traía un paquete, que resultó ser un montón de ranas de chocolate y caramelos surtidos, con una nota de Hermione y Ron diciéndole que lo extrañaban.
Harry se sentó a comerse los caramelos, bastante más feliz. Más que el regalo en si, apreció el hecho de que sus dos amigos si se acordaban de él, y sobre todo que Ron no parecía seguirlo odiando. Lamentó no poder estar cenando abajo, con ellos.
Un elfo apareció al poco rato, y se llevó los restos de la cena de Harry. Remus debía estar por volver. El chico recordó de pronto que tenía que aprovechar que el brujo no estaba, para ver si podría acceder al techo a aperarse de algunos hongos (arrancarse al muelle subterráneo, o al entretecho de la sala de Aritmancia, sería imposible sin ser visto). Ahora ya no alcanzaba, pero tal vez en la noche... Se fue hacia la ventana, asomó la cabeza todo lo que pudo, y miró hacia arriba. El techo sobre ellos estaba un piso más arriba, pero había otro techo no muy lejos, al que podría acceder a través de una delgada cornisa. Miró hacia abajo, el agua y las rocas a varios metros debajo de él. Tal vez la cornisa no era una buena idea... ¡Si sólo Remus no le hubiera confiscado la escoba y la capa invisible!
Cerró la ventana, recordando que la cena abajo también debía de haber terminado, y que Remus llegaría de un momento a otro. No era buena idea que lo viera asomado, mirando cómo llegar al techo.
Se fue a su cuarto, y se sentó frente a la pila de pergaminos que Lupin le había traído. Eran copias de los apuntes de Hermione: todas las notas que había tomado en las clases de la semana que se perdió. Aunque no pensaba pasar todo eso en limpio, de todos modos tenía mucho trabajo en leer todo, entender, y hacer los montones de deberes pendientes. Resignado se puso manos a la obra, pensando que, con un poco de suerte, se le ocurriría algo para llegar al techo, o que tal vez podría aprovechar las clases en las que veía a Draco para pedirle que le proveyera de hongos.
Draco fingió dormir esa noche, cuando sus compañeros entraron al dormitorio para acostarse. No tenía ganas de conversar, ni que le dijeran nada sobre la ida a Hogsmeade. Ninguno de los chicos comentó nada, y la conversación giró en torno a la nueva temporada de Quidditch y a un par de deberes que tenían para el otro día.
De pronto oyó que la puerta del dormitorio se abría, y entró Nott corriendo, avisando que Snape venía subiendo al dormitorio.
Mientras todos se apuran en ordenar un poco, metiendo el desorden dentro de los baúles y debajo de las camas, Draco se extrañó. Snape rara vez pasaba de la sala común. En general, solo subía a los dormitorios para las emergencias, o en las escasas ocasiones en las que se le ocurría "fiscalizar". Esas últimas "visitas" terminaban usualmente con castigos a diestra y siniestra, por el desorden que reinaba habitualmente.
Cuando Snape golpeó la puerta del dormitorio de los de quinto y entró, se quedó mirando el entorno, extrañamente ordenado, y a los chicos que miraban con cara de nerviosismo, como un condenado aguardando la sentencia. El brujo dirigió la mirada hacia Draco, que fingía dormir.
–¿Estás durmiendo, Draco? –preguntó el brujo no muy fuerte.
Draco no respondió, fiel al papel que representaba.
–Ya estaba durmiendo cuando llegamos –aclaró Vincent.
–Parece que anoche durmió mal, y durante la cena no comió casi nada –agregó Gregory.
"Chismosos", pensó Draco. Lo que menos quería ahora era llamar la atención de Snape. Ya bastantes problemas tenía...
–¿Está enfermo? –preguntó Snape acercándose a la cama.
–No que yo sepa –respondió Gregory. Los otros chicos negaron con la cabeza, para aclarar que ellos tampoco sabían.
–Snape se sentó en la cama de Draco, y el chico supuso que no podía fingir que no se había despertado. Abrió los ojos, y fingió lo mejor que pudo que se venía despertando. Se mostró sorprendido ante la presencia del jefe de la casa sentado a los pies de su cama.
–¿Qué pasa? –preguntó bostezando.
–¿Estás bien? –le preguntó Snape.
–Si –contestó Draco encogiéndose de hombros. No se sentía como para contarle a nadie lo que le estaba pasando.
Snape lo quedó mirando unos segundos, y luego se puso de pié.
–Cualquier problema, me avisas –le dijo.
–Si señor.
Snape salió del dormitorio, y Draco se dio vuelta hacia el muro para no ver la cara de pregunta con la que sus compañeros lo miraban. A lo mejor le hubiese convenido contárselo a Snape. Aunque, si se lo decía, estaría traicionando Al–que–no–debe–ser–nombrado, y eso era una mala idea... Pero no se resignaba a pasarle el "regalo" a Harry. No estaba seguro del efecto del caramelo. Tal vez se trataba de un veneno. Tal vez era un traslador, envuelto en papel para que se lo pudiera entregar sin activarlo... quien sabe. ¡Quizá era algo todavía peor que eso!
El Señor tenebroso no le había dado un plazo, pero tampoco podía tomarse todo su tiempo. Era conocido por su falta de paciencia. Y, cuando lo hacían perder la paciencia, se ponía aún menos misericordioso de lo habitual. ¿Qué diablos podía hacer?
Finalmente decidió que hablaría con Snape. Se dio cuenta de que no sería capaz de entregarle a Harry el caramelo. Simplemente: no podía. Ya no. Tres años antes, probablemente si. Y lo hubiese hecho con gusto. Pero eso era el pasado. Ahora lo estimaba como a un amigo.
Lamentó no poder contactarse con él para ir a quemar hongos como lo hacían antes de que fuera descubierto. Lo extrañaba mucho. Quemarlos sólo no era ni la mitad de divertido.
