¡Hola a todos!

Hermione-133: muchas gracias :)

V!®u§ P()LÅ: Hola, ya te extrañaba ;) ¡Este capítulo te lo dedico a ti, con mucho cariño! Muahahahahahahaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa (que malvada que soy…)

Carol: muchas gracias. En realidad no espero que el estilo se parezca. Esto no pretende ser ni medianamente equivalente al original que a todos nos gusta tanto. ¡No hallo la hora de que aparezca el 6º libro! Berrinches… bueno, también los arma en mi historia. Jejeje.

Kary Anabell Black: Me alegro que te guste. ¡¡¡A sus ordenes, Su Majestad!!!

TheHard: ¡Si sé! Pero es que me da un poco de vergüenza estar siempre mandándole los capítulos. Espero que disfrutes este, a pesar de mi horrorgrafía. :-)

Avertencia: capítulo ligeramente violento. Nada muy terrible, ni para cambiarle el rating, pero considérate advertido. Espero que disfruten leyéndolo. Yo me divertí escribiéndolo jajajaja. ¡besitos a todos, y gracias por sus reviews!

Capítulo 45   Que vengan los bomberos.

Harry se despertó sobresaltado tras cortar su despertador, no reconociendo de inmediato dónde se encontraba. Luego recordó que ese era su primer día de clases como ex – Gryffindor.

No tenía grandes deseos de levantarse. Pero si tenía muchos deseos de quemar unos hongos, junto a Draco. Lo extrañaba. Hermione y Ron le habían escrito, pero de él no había sabido nada.

Temía en particular la clase de pociones. No había vuelto a ver a Snape desde ese fatídico domingo, en el que lo habían descubierto. Aunque había sido altamente aclarativo haber descubierto que el año en que supuestamente el brujo y su padrino habían nacido, sus madres (o las que suponía que eran sus madres) habían perdido los bebés que iban a tener, de todos modos ahora le parecía que tan poca información no valía la pena frente a todos los problemas que le había causado el haberse colado donde Snape para descubrirlo. Menudo lío en el que se había metido. Y más encima habían descubierto lo de los hongos. ¡Y esas malditas ganas de quemarlos que tenía, no se las podía sacar de encima! ¿Habrían descubierto también a Draco? Uno de los problemas de estar encerrado dónde estaba, es que no se enteraría de nada. Bueno, al menos podía ir a clases...

Esperaba que el exilio de Gryffindor fuera sólo una medida pasajera, y no algo definitivo. El hecho de que no lo hubieran expulsado le hacía pensar que había vuelta atrás en la medida. Pero, nuevamente, todo dependía de Dumbledore. Necesitaba hablar con Dumbledore. El anciano siempre había sido amable con él, y no le cabía en la cabeza que lo hubiese condenado a vivir encerrado ahí por los tres años que le quedaban de colegio.

Harry se levantó y se sentó en la cama. Decidió que tenía cosas que hacer ese día, aparte de ir a clases. Tenía que hablar con Draco, para saber si él también había sido descubierto, y si quedaban hongos en alguna parte del castillo. También tenía que arreglárselas para hablar con Dumbledore. ¿A lo mejor si le mandaba una lechuza, pidiéndole una cita? Hedwig ya había vuelto de su cacería nocturna, y se encontraba en su jaula.

Le escribió una breve nota al director, preguntándole si era posible que fuera a su despacho, o que él viniera a hablar con él a la estancia de Lupin.

 –Llévale esto a Dumbledore –le dijo Harry a su lechuza, mientras le ataba el pergamino a la patita. La lechuza lo miró con cara de "tengo sueño, pero bueno yaaaaaaaaaaaaa", y emprendió el vuelo de inmediato.

Para hablar con Draco tendría que aprovechar el módulo de pociones. La opción no le seducía mucho, ya que no quería ni pensar en qué le pasaría a él, o hasta a Draco, si Snape los escuchaban hablando de hongos. Suponía que el profesor, como miembro del personal, también estaría enterado de su adicción a las zetas.

 –¿Por qué diablos es todo tan complicado? –se preguntó enfadado, mientras se amarraba los zapatos con algo más de fuerza de la necesaria. ¡Era como si su vida fuera escrita por un demente ensañado con la vida!

–––

Draco estaba tomando desayuno, de un humor particularmente oscuro. Sus amigos ya habían desistido de intentar hacerlo partícipe de la conversación, ya que el chico se limitaba a responder con monosílabos, cuando lo hacía.

Al ver que el jefe de su casa se ponía de pie para dejar el comedor, Draco tomó rápidamente su mochila, y salió detrás de él. Una vez en el vestíbulo, el brujo se dio cuenta de que era seguido y se volvió.

 –Hola Draco ¿Qué pasa? –lo saludó con neutralidad.

 –Me preguntaba si podría conversar con usted... –le dijo Draco algo incómodo, mirando para todos lados con paranoia–, ...en privado.

 –Vamos a mi despacho –le respondió Snape, captando la idea–. Todavía quedan veinte minutos para que empiecen las clases.

Una vez en el despacho, Snape cerró la puerta y aplicó un hechizo aislante a la pared. Se quedó mirando a Draco, que se había quedado de pié, y miraba el suelo con aire nervioso y... ¿culpable? Recordó los acontecimientos del verano, y esperó que no se hubiera metido en líos.

 –¿Algún problema de conciencia? –le preguntó con algo de burla, mientras se iba a sentar detrás de su escritorio–. La silla que está a tu lado, no muerde –agregó.

Draco captó la indirecta, y se sentó. Miró un rato sus manos, no sabiendo como empezar. "El Innombrable me ordenó que le diera un encarguito a Harry Potter, que probablemente lo conducirá a su muerte, o si no me mata él a mi de un modo atroz" le parecía una confesión algo brutal para esa hora de la mañana.

 –¿Pasó algo en Hogsmeade? –preguntó Snape, tratando de hacer que empezara por alguna parte.

Draco lo miró asustado, temiendo que el jefe de su casa estuviera perfectamente enterado del encargo del Lord, y lo delatara. Snape captó la mirada de angustia, y se puso serio.

 –Cuéntame, ¿Qué pasa? –preguntó sin nada de burla esta vez.

 –¿Usted... ya sabe lo que pasó ayer?

 –No tengo idea. Pero desde anoche que te veo raro. Así que es obvio que algo te pasó. Y también es obvio que no lo sé, si anoche te lo fui a preguntar, ¿no te parece?

Draco se puso algo colorado, ante la lógica del brujo y su propia paranoia. ¿Por qué le costaba tanto contarle lo que le pasaba? Tomó aire, y se decidió a largar todo antes de que pudiera arrepentirse, arrancar por donde había entrado, y volver a lidiar él sólo con el problema.

 –Ayer... estuve con el Señor Oscuro –confesó Draco sin levantar la vista del suelo. Por alguna razón, sentía vergüenza de admitirlo. Aunque era conciente de que no debería, ya que Snape veía regularmente al más buscado de los brujos de la época.

Snape no respondió de inmediato. Al levantar la vista, Draco vio que los negros ojos del brujo delataban preocupación, a pesar de su habitual cara de neutralidad: con el ceño ligeramente fruncido en una perpetua mueca de desencanto. Cómo continuaba sin decirle ni preguntarle nada, continuó.

 –Usted tenía razón –dijo bajando nuevamente la vista–. No debí haber ido ayer a Hogsmeade. Vincent y Gregory me llevaron a una trampa. Sus padres y un par de amigos de mi padre me trasladaron a no sé dónde, y él... Él me dio esto –Draco se llevó la mano al bolsillo, y sacó el caramelo. Lo miró en silencio por un segundo, y lo dejó en el escritorio del brujo sin levantar la vista–. No sé qué hacer –explicó con la garganta apretada, y conteniendo eso que le quemaba los ojos tratando de salir–. Si no lo hago, me va a matar. De un modo horrible. Y si hago lo que me dice, es seguro que le ocurrirá lo mismo a Harry.

En ese punto Draco no se contuvo más, y su habitual mascara de indiferencia y autosuficiencia se cayó. Se sintió más desnudo que nunca, y cuando percibió que Snape se acercaba, y lo abrazaba, lloró en su hombro olvidando todo su orgullo.

Ninguno de los dos dijo nada, hasta que Draco se calmó un poco, después de un par de minutos que le parecieron extrañamente largos y cortos a la vez.

 –Lo que hiciste o dejaste de hacer ya no se puede cambiar. Decidiste ir al pueblo, y te equivocaste. Pero también fue mi error, por no prohibírtelo. A pesar de la autorización de tu prima, yo soy tu jefe de casa, y pude haberte prohibido ir. Así que no te sientas culpable. Además, tomaste la decisión correcta al pedir ayuda con esto.

Snape suspiró. Si no eran problemas en el colegio, eran problemas fuera de él. Pero siempre tenía que preocuparse de algo. ¿Por qué la vida no era más simple? Todo sería mucho más llevadero si Voldemort se limitara a vivir su propia vida y dejar al resto vivir la suya, y los alumnos del colegio dejaran de hacer lo que les dicen que no tienen que hacer, y se limitaran a hacer lo que pueden y tienen que hacer. Fue a su escritorio y sacó un pañuelo de un cajón. Se lo pasó a Draco.

 –¿Y qué puedo hacer? –preguntó Draco secándose la cara–. ¡Me dijo que mi vida sería corta y mi muerte lenta, si no hacía lo que me pedía!

"Buena pregunta" pensó Snape con amargura. "Y ahora que diablos podemos hacer". Si de él dependiera, se abolirían las salidas al pueblo. ¿Por qué diablos los chicos no se podían quedar en el colegio, dónde estaban seguros? Miró el reloj de pared, ya era hora de empezar su próxima clase.

 –Por ahora ándate a clases –le dijo a Draco–. Lavarte la cara antes, y no le cuentes de esto a nadie. Ya pensaré en algo.

Draco asintió con la cabeza, y se fue hacia la puerta. Pero antes de que saliera, Snape lo llamó de vuelta.

 –¿Te tengo que recordar que no te alejes del castillo, y te mantengas dónde algún adulto pueda verte?

 –Ya lo hizo –respondió Draco con una leve sonrisa–. Lo recordaré. Siento mucho no haberle hecho caso. Y gracias.

Snape se quedó mirando la puerta, segundos después de que el chico hubiese desaparecido. "Maldito Voldemort", pensó. "Y maldito Potter...", agregó de inmediato. Por unos segundos sintió la tentación de llevarle él mismo el regalito, y liberarse del mocoso malcriado de una vez por todas. ¡No conforme con amargarle el verano, y continuar amargándole el año escolar, más encima tenía que gastar sus neuronas y su tiempo preocupándose de la seguridad del muy entrometido!

"Bueno, no es su culpa que Voldemort no haya conseguido matarlo", recordó. Pero SI era su culpa ser un maldito mocoso, malcriado y entrometido, fiel representante del idiota de padre que tenía. Los que habían criado al chico debían ser unos inútiles... Si dependiera de él, ¡en unos días lo tendría obedeciendo como un soldado! Ojalá Lily Evans no hubiera muerto. ¿Por qué tuvo que casarse con ese rompe–reglas engreído de Potter? Y su único hijo iba a seguir por los malos pasos, a todas luces. ¡Drogándose el muy necio! Muchacho idiota... Se merecía estar encerrado allá arriba, en esa torre, bien lejos de las brujos y brujas normales, ¡y con un hombre lobo por única compañía!

De pronto recordó que era hora de hacer clases. Tomó sus cosas, y se fue a la sala contigua a su despacho.

–––

Hermione casi botó a Harry del abrazo que le dio, cuando entraron a encantamientos. Entre Ron y ella cercaron a su amigo esa clase, haciéndolo sentir casi incómodo. Pero sus amigos lo querían, y el profesor Flitwick no lo miró raro, ni lo trató distinto: eso lo hizo sentirse muy feliz.

Harry esperaba con ansias poder cruzarse con Draco. Con un poco de suerte, si se topaban, podría intercambiar algunas palabras con él sin levantar sospechas. Eso, siempre que Ron y Hermione lo dejaran respirar un poco, y ningún profesor lo estuviera mirando. Si lo veían hablando con Draco, podrían llegar a atar cabos entre el chico, el verano, y los hongos. Y esperaba con toda su alma que a su amigo no lo hubiesen descubierto, y que le pudiera proveer de unos cuantos hongos, que estaba que se cortaba por quemar un poco.

Aunque sólo compartía con Draco la clase de pociones de la tarde los lunes, tuvo suerte. En el camino que hicieron en común con Hermione cuando ella iba a su clase de Aritmancia, y Ron y él a Adivinación, se cruzaron con Draco. Le hizo unas señas disimuladas a Draco, sobre los hongos. El chico abrió grande los ojos, en señal de alerta (parecía gritarle "no hagas nada que nos delate, idiota" con los ojos), y le hizo signos de que esperara.

Draco se las arregló para chocar con él, aprovechando el tumulto del pasillo, y Harry casi suspira de alivio cuando sintió que su amigo dejaba caer algo en el bolsillo de su túnica. Disimuladamente, Harry se llevó la mano a dicho bolsillo. Era una bola de papel, y parecía estar envolviendo algo. Cerró lo ojos y agradeció a cualquier Dios que existiera y que hubiese escuchado sus angustias.

 –¿Vienes Harry? –lo interrumpió Ron en ese momento, haciéndolo saltar del susto–. La sala de adivinación queda en la otra torre...

 –Si, vamos.

 –Yo sigo para Aritmancia –dijo Hermione–. Así que nos vemos en el almuerzo. ¡Saluden a la loca de Trelawney de mi parte!

La chica se dio cuenta de pronto de que su amigo de anteojos la quedaba mirando con amargura, y bajaba la vista.

 –Lo siento Harry... –murmuró–. Pero nos vemos en pociones –agregó con un gesto de desagrado que no disimuló. Pociones, desde la semana anterior y el castigo del sábado, había comenzado a ser la clase que menos le gustaba.

Camino a la clase de Adivinación, Ron puso al tanto a su amigo de lo todavía–más–desagradable–aunque–parezca–imposible, que Snape se estaba mostrando, en particular con Hermione. También le contó como su amiga había vuelto al borde a la de la histeria a la sala común, el sábado anterior, y de cómo se lo había pasado hasta tarde copiando unas estúpidas líneas...

Esto hizo que Harry deseara que la tarde no llegara nunca. Se puso nervioso, muy ansioso, y se alegró de tener hongos en el bolsillo. Se pasó la doble clase de Adivinación pensando en ellos, y deseando que el almuerzo llegar pronto, para estar sólo una hora y quemar los hongos. También deseaba que dicha hora no acabara nunca, para no ver a Snape.

–––

Fue con un alivio algo culpable que Harry se despidió de Ron, y emprendió sólo el rumbo hacia la estancia de Lupin. Llegó allá casi con taquicardia, por lo rápido que había caminado, y temiendo a cada instante que apareciera alguien y le revisara los bolsillo.

"Tonterías", repetía en su mente tratando de calmar su conciencia. Pero estaba perfectamente conciente de que lo que iba a hacer estaba clara y explícitamente prohibido.

Cuando se encontró en la salita de la estancia, y comprobó que Remus no se encontraba ("Debe estar almorzando, paranoico" se retó él mismo),  encontró en su cuarto a Hedwig, con un pergamino en la patita. Esta lo saludó calurosamente con varios "HuuuuHuuuu", dándole la bienvenida.

En la carta, Dumbledore le decía que pasaría esa tarde a verlo, después de clases. No era una nota amable, ni desagradable. Era meramente informativa.

Decidió ir a quemar los hongos al baño, dónde podía justificar el no poder abrir la puerta de inmediato en caso de que alguien viniera. Se aseguró de llevar su varita con él, por si tuviera que hacer desaparecer rápidamente la evidencia, con un envanezco.

Pero, a pesar de todas las medidas que tomó, no estaba preparado para la sorpresa que lo esperaba. ¡Ay no, no lo estaba!

Todo funcionó como lo había planeado, hasta el momento en el que el anhelado humo llegó a su nariz. Casi se cae de la impresión cuando sintió un fuerte golpe en su trasero. De inmediato se dio vuelta, varita en mano, pero no había nadie. Sospechó de la capa invisible que Remus le había confiscado.

 –Accio capa invisible –conjuró apuntando con su varita hacia adonde suponía que podría haber alguien escondido. Pero no ocurrió nada. Antes de que pudiera reaccionar, sintió otro fuerte golpe donde mismo, se dio vuelta, asustado. Comenzó a lanzar conjuros al azar, pero siguió sintiendo golpes en sus ya adoloridas posaderas. Con los brazos comenzó a tantear el aire, en busca de lo que fuera que lo estaba atacando. Pero fue inútil, no parecía haber nadie más que él en el baño, y continuó sintiendo los golpes incluso cuando se sentó en el suelo en un intento por escapar del extraño castigo.

 –Esto no es posible, me estoy volviendo loco –se dijo–, desesperado ante el hecho de que lo que lo estaba golpeando pudiera hacerlo incluso con el blanco de los golpes bien apretado contra el suelo del baño.

Finalmente, apagó los hongos apesadumbrado. Tenía que hacerlo, o no podría sentarse quién sabe por cuantos días.

Su intuición no le falló. Apenas hizo desaparecer el humo que quedaba en el baño, los golpes cesaron.

Se dejó caer nuevamente en el suelo (ligeramente de lado, por razones obvias), y apoyó la cabeza en el escusado, mientras se sobaba sus partes lastimadas. La conclusión era obvia: alguien había hechizado el baño, o más bien a él, para que algo lo golpeara cuando quemara hongos. ¡Recordó con claridad que el primer golpe lo sintió cuando acababa de percibir el tan esperado humo! Y no habían desaparecido inmediatamente después de que apagó los hongos, sino cuando envaneci el humo remanente… Debía ser obra de Remus, o incluso de Dumbledore. También podría ser su padrino… Pero a él no lo veía hace tiempo. ¿Se podrían echar esa clase de maldiciones a la distancia?

Recogió el resto de hongos que quedaba, y lo envolvió en el mismo papel en el que Draco se lo había pasado. ¿Y ahora qué diablos podía hacer? Seguía con deseos de quemarlos, pero un dolor palpitante le recordaba que no sería una buena idea. ¿Tal vez si probaba en otra parte, lejos de la estancia de Lupin? ¿Tal vez en alguno de los baños de alumnos del colegio? Para eso tendría que esperar a la tarde, cuando fuera a clases…

Tras verificar que no había dejado nada comprometedor en el baño, salió a la salita de la estancia. Comprobó que en el ínter tanto, algún elfo le había traído el almuerzo. Frunció el ceño preocupado, preguntándose si el que fuera que había venido, habría escuchado algo del alboroto en el baño. Con la impresión del momento, no recordaba realmente si todo el asunto había sido muy ruidoso. Se sentó con cuidado en la silla, y deseó por algunos segundos comer parado. Pero le dio vergüenza que Remus pudiera entrar a la estancia, y que lo viera comiendo de pié. Si era él quién le había puesto la maldición, comprendería de inmediato su predicamento… Y sería una pésima idea dejar que el brujo se enterara de que había intentado quemar hongos, a menos de un día de que se lo prohibiera. Tendría que disimular muy bien su "problema".

–––

Harry caminó con paso rápido hacia la mazmorra de pociones. Remus había llegado poco antes de que fuera la hora de irse a clases, y se le había hecho tarde contándole como le había ido esa mañana. Fue una verdadera prueba de actuación el ponerse de pié sin que se le notara que le dolía el trasero al hacerlo. Pero Remus no pareció notarlo. A lo mejor ni siquiera había sido él el del hechizo detector de humo.

Llegó  a las mazmorras casi jadeando, pero se alegró de alcanzar a ponerse a la fila junto a sus compañeros. Todavía Snape no los hacía entrar. Notó que Draco lo miraba, y lo saludaba con los ojos.

 –¿Estás bien? –le preguntó Hermione preocupada al verlo sin aliento.

 –Si… es sólo que… tuve que correr… la mitad del camino hasta aquí… para alcanzar a llegar… -respondió mientras recuperaba el aliento.

En ese instante se abrió la puerta de la mazmorra de golpe, y Harry sintió un escalofrío en toda la espina dorsal. Había llegado la hora de ver a Snape, después de la mañana aquella… Se preguntó si el profesor de pociones lograría ser todavía más pesado con él de lo que había sido desde que llegara al colegio, cuatro años antes.

Harry se instaló en su puesto habitual, junto a sus dos amigos. Se sentó con disimulada suavidad, para no hacer evidente el hecho de que parte de su cuerpo le dolía como diablos al hacerlo. Se sintió satisfecho al ver que Ron y Hermione tomaban asiento, uno a cada lado de él, sin notar nada.

 –Potter, aquí –dijo Snape con brusquedad, apuntando al asiento que estaba inmediatamente enfrente de su escritorio, que usualmente estaba vacío porque nadie se quería sentar justo frente al odiado profesor. Ni siquiera los de Slytherin eran tan valientes (o locos, dirían otros) como para usar ese puesto.

Harry se puso rápidamente de pié, ignorando su punzante dolor al hacerlo, y caminó ante la mirada de todos hacia el frente de la sala. Dejó sus cosas sobre la mesa, y se sentó rápidamente, forzando su cara a mantener una expresión de neutralidad. Resultaba mucho más difícil disimular, ahora que estaba toda la clase en silencio, pendiente de él.

Snape empezó su clase sin prestarle más atención a Harry, y todos volvieron su atención a la pizarra, los pergaminos, las plumas, y lo que el brujo comenzó a explicar. Harry se sintió algo nervioso ahí adelante, donde todos podían verlo, pero él no podía ver a nadie, salvo a los que estaban sentados más adelante y hacia los bordes. ¡Estaba tan acostumbrado a su spot al final de la sala, donde podía ver las espaldas de todos! Lamentó en particular que desde dónde estaba no podía ver a Draco. Tenía, hasta antes de que lo hicieran sentarse adelante, la secreta esperanza de poder intercambiar un par de miradas, sino un par de palabras, con su amigo. Aunque se sentía reacio a decirle lo que le ocurría, ¿a quién más podría contárselo? Venía siendo la única persona en todo el castillo a la que podía confiarle un problema de esa índole.

 –… Tienen una hora para hacerla –dijo Snape sacándolo de su meditación. Sólo ahí se dio cuenta de que no había escuchado nada de nada. Pero no importaba: la receta estaba en la pizarra, y en el libro. Ahí encontraría las instrucciones necesarias para preparar lo que fuera que tenían que preparar ese día.

Estaba ordenando los ingredientes sobre la mesa, cuando el humo de los primeros calderos llegó a su nariz. Otra vez, lo sorprendió un golpe dónde mismo.

 –¿¿¿Qué demonios…??? –exclamó llevándose la mano nuevamente a sus partes posteriores. ¡Si ni siquiera estaba quemando hongos! ¿Cómo se suponía que preparara una poción, sin fuego?

Harry se puso colorado al notar que toda la clase se había quedado en silencio, todos los ojos contemplándolo asombrados. Algunos fruncieron el ceño, y miraron a Snape,  pensando que lo que le estaba ocurriendo a Potter debía ser obra de su pervertida mente. Snape arqueó las cejas sorprendido ante la cara con que todos comenzaban a mirarlo.

 –¡Potter, a mi oficina! –gritó con furia, apuntando a la puerta que daba a la dependencia contigua.

Harry no se hizo de rogar, y se fue casi corriendo a donde le habían indicado, mientras seguía sintiendo que se ensañaban con su trasero. Dos horas de pociones, junto al fuego, y tendría que dormir acostado boca abajo el resto del año.

Sintió algunos segundos de alivio, cuando entró en el despacho libre de humo, y los golpes cesaron. Pero le duró sólo hasta que Snape entró detrás de él, y volvió a cerrar la puerta de un portazo. Lo único que fue conciente luego de eso, fue que el brujo le apretaba los brazos de un modo brusco y lo zamarreaba.

 –¿Qué crees que estás haciendo, Potter? –murmuró Snape con odio–. ¿A qué intentas jugar?

 –A… a… nada –murmuró Harry algo desconcertado, un poco aturdido por tanto zamarreo.

 –¿Y por qué comenzaste a fingir que te estaba golpeando, maldito mocoso? –le espetó el otro. Harry notó que lo había sacado verdaderamente de sus casillas, al ver que una vena le temblaba junto al ojo derecho.

 –Yo no fingía… Yo… yo no sé qué pasa –intentó explicar el chico–. De pronto sentí que algo me golpeaba, y eso es lo único que sé.

Harry bajó la vista al suelo, y sintió como Snape lo soltaba, empujándolo lejos.

 –Tú estas completamente loco, Potter –murmuró Snape–. El director debió haberte mandado a San Mungo hace tiempo.

Harry lo miró preocupado. ¿De verdad lo iban a mandar a un hospital? De pronto tuvo pánico, y sintió que extrañaría demasiado el castillo, que era prácticamente el único lugar dónde se consideraba "en casa", a pesar de todo lo que le había ocurrido desde el verano. Comenzó a respirar más fuerte, sintiendo que las piernas le iban a ceder.

 –No, no me quiero ir a San Mungo –murmuró Harry.

Snape se quedó mirando como el chico comenzaba a desplomarse. Lo volvió a tomar de un brazo y lo obligó a sentarse en una butaca.

 –¿Dices que de pronto, sin causa alguna, creíste que alguien te había pegado? –preguntó Snape entre enojado y preocupado.

 –Si –murmuró Harry, poniéndose algo colorado, mientras buscaba disimuladamente la posición para sentarse que lo afectara menos. Notó que Snape lo quedaba mirando, con una ceja inquisidora levantada.

 –¿Te había pasado esto antes? –preguntó.

 –No –mintió Harry, sin mirarlo. Snape no le respondió, pero sintió que el brujo se acercó, y se agachó frente a él. De un gesto algo brusco le levantó la pera y lo obligó a mirarlo a los ojos.

 –¿Te había pasado eso antes? –insistió, con cara de "no te creo nada".

 –¡¡¡No!!! –volvió a mentir Harry, con algo más de fuerza de la que pretendía, poniéndose colorado.

 –Pues a mi me parece que mientes, como es tu costumbre –dijo Snape con burla, soltándole la cara–. Ándate a la enfermería, por lo que queda de la clase.

 –¡No quiero volver a la enfermería! –le rogó Harry. Si iba, eran capaces de dejarlo otra semana enclaustrado ahí, entre cuatro cortinas.

 –¡Entonces ponte de pié y vuelve a clases! Pero pobre de ti que vuelvas a hacer como que te están golpeando en mi clase. ¿Te queda TOTALMENTE CLARO, Potter? –le dijo, como si se lo fuera a comer.

Harry miró la puerta que daba a la sala, preguntándose si podría soportar el resto del doble modo de pociones, sintiendo que le pegaban, y fingiendo que no.

 –No puedo –murmuró Harry–. Si entro ahí me van a volver… me va a ocurrir lo mismo.

Snape se pasó la mano por la cara, a punto de perder la poca paciencia que le quedaba.

 –¿Cómo sabes que te va a volver a ocurrir lo mismo? –Le preguntó como quién le habla a un menor de tres años.

Harry no respondió. No podía explicarlo, sin contarle lo que le acababa de ocurrir en el baño de la estancia de Lupin.

 –¿Debo concluir, Potter, que COMO SIEMPRE me mentiste, y SI te había ocurrido esto antes? –preguntó con la calma de una mecha encendida, a punto detonar la bomba.

 –Sólo una vez –murmuró Harry, sin darle la vista.

 –¿Y también estabas en alguna clase? –preguntó Snape.

 –No.

 –¿Dónde estabas?

 –Junto a una chimenea –mintió Harry–. Creo que es el humo. Parece que no puedo acercarme a nada que lo produzca sin sentir… eso.

 –¿Qué algo te golpea? –preguntó Snape, como para confirmar sus sospechas.

–Si –murmuró Harry, poniéndose nuevamente colorado.

Snape suspiró.

 –Creo que ya sé que pasa –explicó Snape–. Y si no eres un completo estúpido, deberías haberlo entendido también.

Harry lo miró con odio. Y dio un paso atrás cuando vio que el brujo sacaba su varita.

 –¡No seas tonto, Potter! Y ven acá –le ordenó Snape–. Tengo una clase esperando aquí al lado, y no tengo toda la tarde para perderla contigo.

Harry se acercó, preguntándose que nuevas miserias quería causarle la vida. Pero Snape simplemente ejecutó sobre él el hechizo casco–burbuja.

 –Y ahora andando, le dijo mientras lo agarraba de un hombro y lo obligaba a volver a la sala.

Harry deseó volver a la oficina, cuando entró a la sala y todos lo quedaron mirando. Dean y Lavender soltaron una carcajada.

 –¡Silencio! –dijo Snape entrando a la sala–. Brown y Thomas, ustedes probarán sus pociones calmantes al final de la clase.

Eso quitó la sonrisa de sus caras de inmediato, e hizo que comenzaran a revolver sus calderos con nerviosismo, comprobando las instrucciones del libro y la pizarra.

Harry se fue a sentar, y notó que Draco lo mirara anonadado, con ambas cejas levantadas en gesto de la más absoluta perplejidad. Harry se encogió de hombros, disimulando, y se sentó lo más suavemente que pudo, sin levantar sospechas. Agradeció que todos sus compañeros no le vieran más que la espalda, y no la mueca que se formó involuntariamente en su cara cuando lo hizo. Sólo Snape lo vio, y lo miró como desafiándolo a que repitiera el circo de hace un rato. Harry puso inmediatamente cara de neutralidad. No quería acabar más encima con un castigo de Snape.

–––

Harry se encontraba esa misma tarde en su cuarto, haciendo los deberes, cuando Remus golpeó la puerta y asomó la cabeza.

 –Harry, ven aquí un momento –le dijo, volviendo a desaparecer.

Harry se preguntó si Dumbledore habría venido, como le había prometido. Y, efectivamente, el brujo se encontraba en la salita cuando entró. También estaba Snape, para su gran pesar.

 –Siéntate –le dijo Remus, indicándole uno de los sofás–. Harry tragó saliva, y frunció el ceño cuando notó una sonrisa burlona en la cara de Snape. Decidido a no darle en el gusto, Harry apretó los dientes y se sentó como si fuera lo más normal del mundo.

 –¿Qué pasa? –preguntó el chico, con algo más de brusquedad de la que pretendía.

 –Quítale ese tono, o te va a ir mal –lo amenazó Remus, en un tono desagradable, muy inusual en el licántropo.

 –¿Qué pasa? –repitió Harry, forzándose a responder en forma neutral.

 –Como ya lo notaste, te apliqué un hechizo para impedir que te acercaras a cualquier fuente de humo –explicó Lupin–. No consideré en el momento…

Snape soltó una risa burlona, y negó con la cabeza como preguntándose si alguna vez su ex compañero había pensado… Dumbledore se volvió hacia él con un gesto de desaprobación, ante lo cual Snape dejó de reírse, pero sonrió burlón mientas le hacía una seña a Lupin, cómo invitándolo a continuar.

 –Eso –continuó Remus–. Olvidé que en clases de pociones estarías en contacto con humo forzosamente, y lo lamento mucho.

 –¿Me quitarás el hechizo entonces? –preguntó Harry con un entusiasmo mal disimulado.

 –No –respondió su guardián de inmediato–. Porque, conociéndote, lo primero que harás será ir directo a drogarte.

 –¿No confías en mi? –preguntó Harry. Pero la cara con la que los tres adultos lo miraron, era un "NO" por unanimidad.

 –Será más fácil para ti resistirte a la tentación de esta forma, Harry –le respondió Dumbledore.

Harry cerró los ojos, y murmuró.

 –Si, supongo que tienen razón. Pero, ¿qué diablos quieren que haga en clases de pociones?

 –Lo mismo que hoy Potter –respondió Snape–. El encantamiento casco–burbuja antes de entrar a clases.

 –¡Adelante, y con casco! ¿Usted está decidido a hacer de mi el bufón de su clase, verdad? –le respondió Harry con odio.

 –Esta es la ultima vez que te advierto que cuides el tono con el que le hablas a los adultos, Harry –lo amenazó Remus–. No habrá una tercera advertencia.

 –Lo siento –se disculpó Harry–. ¿De verdad esperan que pase cada clase de pociones disfrazado de astronauta?

Dumbledore y Remus, que sabían algo de muggles, se rieron. Snape no se rió, porque no entendió el chiste. Se preguntó que diablos sería un astronauta. Supuso que, fuera lo que fuera, tendría que ver con los astros.

 –¿Y cuando me dejarán volver a Gryffindor, con los demás?

Dumbledore miró de reojo a Snape, quién frunció el ceño de inmediato, como advirtiéndole que no fuera a ejercer sus preferencias por el chico, como le era habitual.

Dumbledore suspiró, y se puso de pié. Comenzó a pasearse por la sala, como buscando las palabras. Harry notó que quedaba mirando a Snape, de un modo que molestó al profesor de pociones, pero hizo que se pusiera de pié y saliera exasperado de la estancia de Lupin dando su segundo portazo de ese día. Y eso que recién era lunes…

Cuando Snape se hubo retirado, Dumbledore se fue a sentar junto a Harry.

 –No te puedo dejar volver –le explicó el anciano, con pesar en sus ojos–. Ya es irregular que no te haya mandado de vuelta a la casa de tus tíos, y te haya dejado a cargo de uno de los profesores –dijo indicando a Remus de un gesto–, fuera de las cuatro casas, y permitiéndote que sigas yendo a clases…

 –Entonces, ¿me quiere decir que es para siempre… siempre? –preguntó Harry temiendo la respuesta.

Dumbledore suspiró nuevamente, y lo miró a los ojos, sin el brillo habitual.

 –Si.

Harry cerró los ojos nuevamente, y se echó para atrás en el sofá, rehusándose a creerlo. Estaba al borde de largarse a llorar (sentía que el mundo se le venía abajo de pronto) cuando el anciano continuó:

 –Sólo podría hacer una excepción, si el mismísimo afectado me lo pidiera.

Harry volvió a abrir los ojos de golpe, y se sentó. Miró a Dumbledore con incredulidad.

 –¿Me está tratando de decir, profesor, que mi vida sólo volverá a la normalidad si Snape le pide a usted que me perdone?

 –El PROFESOR Snape, Harry –le advirtió Dumbledore.

 –Bueno, el profesor Snape –aclaró Harry, con desdén. Sintió de pronto algo asqueroso en la boca, y lo escupió. Era una babosa. Levantó la vista, y vio que Remus lo apuntaba con la varita.

 –Te dije que la tercera era sin advertencia, Harry –le aclaró Lupin volviendo a guardar la varita.

Harry sacó su propia varita e hizo desaparecer la babosa que acababa de escupir. Luego miró a Dumbledore con enojo.

 –El profesor Snape jamás hará eso por mi…

 –No hay nada más que yo pueda hacer, hijo mío –le dijo el anciano poniéndose de pie–. Pero todavía te queda la opción de volver con tus tíos…

 –¡No gracias! –murmuró Harry con amargura.

-bueno, creo que ya está todo dicho –murmuró Dumbledore poniéndose de pie.

El brujo finalmente se despidió, y se fue también. Remus se acercó a Harry, pero el chico, al verlo, se puso de pié y se alejó rumbo a su cuarto.

 –Harry, espera –le dijo Remus. Harry se volvió, y lo miró con desprecio, cruzando los brazos frente a él en aire desafiante.

 –¿Qué pasa, señor guardián de los prisioneros de guerra? ¿Alguna otra tortura que se le haya quedado en el tintero?

Remus suspiró, volvió a sacar su varita, y Harry volvió a sentir otra babosa en la boca. "Pobre Ron", pensó recordando el problemita que su amigo había tenido cuando estaban en segundo. "Debe haber sido horrible estar vomitando estas cosas por horas…". La escupió con disgusto, y la hizo desaparecer con su propia varita.

 –¿Qué pasa? –preguntó, cuidando de poner un tono neutral en la pregunta esta vez.

 –El profesor Snape me comentó que la maldición te había hecho efecto cerca de una chimenea. Tengo entendido que no prendí la chimenea aquí, ayer…

 –Yo la prendí al almuerzo, porque tenía frío –mintió Harry. Remus lo quedó mirando.

 –Voy a hacer como que te creo. Pero te quería avisar, por si no lo habías notado, que el piso de esta estancia tiene ahora un hechizo que mantiene la habitación a 20º, constantemente. Así que no quiero chimeneas encendidas. ¿Está claro?

Harry iba a responderle algo pesado, pero al ver que Remus apretaba la varita con la mano, respondió simplemente:

 –Clarísimo, profesor.

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