Hola a todos, disculpen la demora. Espero que lo disfruten, gracias por sus reviews que me han dejado. El capítulo 47 ya está 75% escrito, así que debería salir pronto :-S
Bellatrix013: gracias, aunque le velocidad tienda a cero, seguiré escribiendo esta fanfiction hasta que la termine.
Nocrala: algo habrá de eso, pero en el capitulo 47. Si, más o menos.
Kary Anabell Black: Si, es verdad que Remus ha perdido la paciencia con frecuencia. Pero tampoco es que lo esten tratando tan mal ¿no? Pobrecito Harry... (y pobrecitos los otros tambien jajaja).
Delorrein: Si, lo intentará en el capitulo 47... jajaja. Pobrecito. ¿Tú intentarias chantajear a SS? Voldemort... le hizo un encargo a Draquito. Jajaja. Espero que disfrutes este capítulo. No se me había ocurrido lo de la camara. Buena idea. ¡Gracias!
Hermione-133: No intenta ser "como el original". Esta ff es solamente eso: una ff. Una historia que me disfruto escribiendo y leyendo. Sorry por la demora, nuevamente.
Ariadna Potter: Si, pobrecito Harry. SS en un hueso duro de roer ;) .
Idril Black: Imperius... No se si HP pueda llegar a eso, pero guardo la sugerencia, gracias :)
nui lupin: Sirus no se enterara muy pronto, creo. Snape no tiene nada de ganas de contarselo, y Harry se aguantará las ganas de ir con el chisme. Aunque si Snape le busca el odio yo no sé... Muahahahaaaaaa.
AKASHASNAPE: Si, te entiendo. A mi me ha pasado que hay historias que me han gustado mucho, y han quedado truncas, y me tengo que ntragar las ganas de saber como terminan... No es mi intención dejar esta historia inconclusa. Me demoro por falta de tiempo, y a veces de energía (Zzzzzzzz).
Capítulo 46
Snape observó, desde su escondite detrás de unos arbustos del parque, a los dos alumnos de su casa, Vincent Crabbe y Gregory Goyle, mientras estos salían por las grandes puertas del castillo. Estaba enterado de que esos dos salían periódicamente a comer una casi segunda cena, cerca del lago, donde podían devorar tranquilos hasta quedar satisfechos. Nunca les había dicho nada, considerando que si sus padres los dejaban, no era asunto de él cuidarlos de la obesidad. Pero ahora, sabiendo que habían cooperado con sus padres en llevar a Draco a una trampa, pensaba usar ese importante dato, y aprovechar de darles una buena lección. Al menos le servirían para solucionar el asunto del caramelo de Voldemort.
Después de algunas pruebas, había llegado a la conclusión de que lo que se hallaba escondido dentro del papelito dorado era nada menos que un traslador. Conociendo la lógica del Innombrable, éste lo llevaría directo a su guarida. Voldemort no era de los que se privaría del placer de matarlo él mismo…
Salió poco después que ellos, y mediante un atajo llegó antes al lugar donde los dos adolescentes acostumbraban reunirse. Se sentó, sacó el caramelo de sus manos y comenzó a jugar con él. Apenas los dos grandulones aparecieron, fingió sorpresa y se lo guardó de inmediato en el bolsillo, sabiendo que los dos picarían de inmediato de curiosidad.
–¡Potter! –gritó Vincent, sorprendido de encontrar al famoso chico–que–vivió en el que consideraba el lugar de reuniones de él y su amigo Gregory.
"Bendita poción multijugo", pensó Snape divertido, a pesar de tener que estar representando al alumno que menos le gustaba de todo el colegio (bueno, tal vez era Longbottom, ¿pero que importancia tenía eso?). Observó como los ojos de Gregory se iban directos a su bolsillo, y disimuló la sonrisa. "Bingo, chico. Ven por él si te atreves…"
Los dos postulantes a mastodonte se hicieron un par de señas, y apretaron los nudillos. En algunos segundos lo tenían sujeto, y le habían quitado el caramelo del bolsillo.
–¡Dénmelo! –gritó Snape (con la voz de Potter, claro)–. ¡Es mío!
–Huyyyyy… –se burló Gregory, jugando con el supuesto caramelo–. Pobrecito, me da pena… ¿Se lo devolvemos Vincent?
–Claro Gregory… se lo devolveremos… Seguro… –se burló Crabbe, apretando más los brazos de su prisionero.
Snape en ese momento le dio una patada en las canillas al chico que lo tenía sujeto. Crabbe lo soltó de inmediato, y se llevó la mano a la pierna adolorida.
–¡Atrápalo Gregory! –le gritó al ver que Potter se le escapaba, mientras se sobaba la canilla. Pero Goyle simplemente se encogió de hombros.
–Déjalo, ya nos desquitaremos… –le dijo cerrándole un ojo–. Tuve una idea esta tarde, ¡ya verás!
Snape salió corriendo aparentemente rumbo al castillo pero, cuando se encontró fuera del campo visual de los chicos, se devolvió sin hacer ruido, y los espió desde su escondite inicial. Si entendía su filosofía, ahora llegaba el momento de la "repartija del botín", como en el libro muggle que cierta pelirroja le había regalado hacía años, cuando todavía era alumno de Hogwarts.
Observó como Gregory Goyle comenzaba a abrir el caramelo, y su amigo intentaba quitárselo. Forcejearon un rato y, de pronto, ambos desaparecieron.
–¡Bingo! –murmuró Snape contento, aunque algo dentro de su conciencia le advertía que lo que acababa de hacer no era correcto. ¡No al menos para un profesor del colegio! Pero que diablos… Tenía que asegurarse de algún modo que Voldemort se enterara de que Draco le había entregado el encargo a Potter.
Ahora le quedaba hablar con Draco, para advertirle que, si le preguntaban, él confirmara que SI le había entregado el caramelo a Potter. Y también sería bueno hablar con Potter, para recordarle que Voldemort seguía tras él, y que supiera que Vincent Crabbe y Gregory Goyle se habían encontrado supuestamente con él.
Snape iba de vuelta a las mazmorras, cuando divisó a un grupo de chicos de su casa que venía en dirección contraria a la de él. Entre ellos estaban Pansy Parkinson, Millicent Bulstrode, y Draco Malfoy. Aparentemente, lo ocurrido en la clase de pociones de quinto había trascendido, porque el grupo comenzó de inmediato a burlarse de él. Sintió deseos de quitarles puntos, hasta que recordó que, supuestamente, era sólo Harry Potter…
Decidió ignorarlos, hasta que se cruzó con ellos. Se sorprendió muchísimo cuando Draco chocó casualmente con él, depositando un bulto en los bolsillos de la túnica de estudiante que llevaba. Tuvo que ocultar muy bien su sorpresa cuando el chico, más encima, le cerró un ojo disimuladamente. ¿Qué demonios estaba ocurriendo? Debía ser sin duda lo del verano que pasaron juntos… ¡Pero no se imaginaba que esos dos habían mantenido su amistad después de comenzadas las clases! Era sorpresa tras sorpresa "Qué día…", pensó Snape. Necesitaba un buen baño, una hora de lectura en la paz de su dormitorio, y una buena noche de sueño reparador.
Apenas llegó a su despacho, miró la hora: los efectos de la poción dejarían de hacer efecto en un cuarto de hora. Era una suerte tener esa variante de la poción multijugos en su despensa en forma permanente. La porquería original se tardaba un mes en prepararse. Pero ÉL era el maestro de maestro en pociones, y tenía su propia receta personal, que podía conservar bajo siete llaves por el tiempo que fuera necesario sin que perdiera sus efectos.
Mientras tanto se sentó, y sacó lo que el chico Malfoy le había dejado en el bolsillo. Era un pergamino, envolviendo algunas cosas.
Una poción, otro paquetito envuelto en pergamino, y una nota. Leyó la nota.
Un regalito, CR. Te compadezco…
Abrió el frasquito con la poción, y la reconoció de inmediato. Era poción anti–inflamatoria, y que quitaba los dolores. La clásica que necesitaba la señora Pomfrey después de los partidos de Quidditch. Abrió el otro paquetito, y casi se cae de la silla de la impresión. ¿¿¿Draco Malfoy le estaba pasando hongos al chico Potter???
De pronto, todo se aclaró en la mente de Snape. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? El licántropo había dicho que había de los hongos esos en la cueva aquella, a la que tuviera que ir a rescatar a Draco y Potter. Potter se drogaba desde entonces con ellos. ¡Era obvio que Draco Malfoy podría estarlo haciendo también! ¿Cómo diablos no se le había ocurrido eso antes? ¡Era OBVIO!
Arrugó el pergamino en sus manos, con rabia. Tendría que hablar con Draco. Tendría que averiguar si él también se drogaba, o si sólo actuaba como proveedor. Y, sobre todo, tenía que averiguar de dónde los estaba sacando. ¡Si el castillo había sido registrado de arriba abajo! ¿Acaso el chico había vuelto a la cueva por ellos?
Aproximadamente una hora más tarde, un ya bañado y adulto Snape se asomó al pasillo de afuera de sus aposentos. Camino rumbo a su despacho. Al divisar a un alumno de su casa, le ordenó que le encontrara al quinto año Draco Malfoy y lo mandara a su oficina. El chico, un segundo año, salió corriendo a cumplir con el mandado al ver la cara de enojo del jefe de su casa.
Al poco rato, Draco tocó la puerta de su despacho, y asomó la cabeza.
–¿Me llamó, profesor? –preguntó.
–Si, pasa. Y siéntate –dijo Snape indicando la misma silla en la que se sentara aquella mañana.
Draco miró al pasillo, para ver si había alguien que pudiera quedarse escuchando detrás de la puerta, y la cerró luego de que no viera a nadie. De todos modos, Snape se puso de pié y le lanzó un hechizo aislante a todo el muro. Observó, mientras volvía a sentarse, que el chico parecía bastante mejor que en la mañana. Era una lástima tener que hablar de cosas tan desagradables. Voldemort, hongos, retos, interrogatorio…
–¿Qué va a pasar con eso… eso que hablamos en la mañana? –preguntó Draco de inmediato.
–Eso es lo primero que tengo que hablar contigo –comenzó Snape. Observó que en el semblante de Draco asomó una nota de desconcierto. Probablemente estaría preguntándose qué sería lo segundo. Pero no parecía preocupado, el muy irresponsable… –. Lo que tienes que saber es que el Innombrable ya debe estar enterado a estas alturas de que tú SI cumpliste con su encargo. Para todos los efectos, le pasaste el caramelo a Potter.
Draco miró asustado al brujo al escuchar esto. Snape notó que se le dilataban las pupilas.
–Pero usted no… no se lo pasó… No hizo eso, ¿verdad? –preguntó el chico con un ligero temblor en la voz.
–Por supuesto que no –respondió el otro casi en un murmullo–. Pero dos testigos vieron a Harry Potter con el caramelo en sus manos, y de hecho: se lo quitaron. El Innombrable debe estar… –Snape se paró en este punto para escoger las bien las palabras–… interrogándolos, en este momento. No dudará de ellos, así que no querrá más tu cabeza. O, al menos, no más de lo que ya la quería antes.
–¿Ellos? ¿A qué ellos se refiere, Profesor? ¿Cómo fue que Harry lo recibió, si no lo recibió? –preguntó Draco más desconcertado que al principio.
–Alguien de confianza personificó a Potter. Tus… amigos –dijo Snape con desdén–, Vincent Crabbe y Gregory Goyle, se lo quitaron. El falso caramelo era un traslador, y los tiene que haber llevado directo con el Lord.
–¿Y qué pasará con ellos? –preguntó Draco asustado, ante la idea de que el profesor que tenía enfrente hablara con tanta calma de un par de alumnos en manos del Innombrable.
–Nada, aparte de llevarse un buen susto –lo tranquilizó Snape.
–Bueno, supongo que tiene razón, y no les ocurrirá nada –dijo Draco, aunque no parecía tan convencido–. Supongo que no se podía hacer mucho más. Le agradezco que me haya ayudado con esto.
–Está bien, ahora, pasando a otro tema…
–¿Ya le avisaron a Harry? –preguntó Draco, antes de que Snape cambiara de tema.
–No, ya le será avisado también a él –respondió Snape dando por cerrando el tema. Se quedó mirando al chico, y en vez de continuar hablando abrió un cajón de su escritorio y sacó de él lo que Draco le había pasado supuestamente a Harry un rato antes. Draco cerró la boca, al ver lo que depositaba en la mesa, y disimuladamente tragó saliva. Snape notó que el chico no sabía para dónde mirar, para disimular.
Snape continuó observándolo en silencio unos segundos, dejando que se sintiera todo lo incómodo que pudiera. Se cruzó de brazos, y se limitó a mirarlo a los ojos. Al cabo de varios segundos de silencio, Draco no aguantó más y preguntó, con un nerviosismo mal disimulado (y evitando mirar los objetos):
–¿Qué era lo otro que quería hablar conmigo, profesor?
–¿Algo que contarme? –preguntó Snape con una ligera burla, y cara de Póquer–y–me–salieron–todos–los–ases.
Draco, en un esfuerzo casi suicida por seguir disimulando, puso cara de cortés desconcierto.
–¿A qué se refiere, profesor?
Al momento lamentó haber continuado haciéndose el desentendido. Antes de que lograra arreglarla, Snape se había puesto de pié y, con los puños apoyados sobre el escritorio, tenía la cara a sólo centímetros de la suya. Podía ver cada una de las imperfecciones de su piel nítidamente.
–Basta… de… mentir… –murmuró el brujo–. O te va a ir mucho peor, créeme.
Draco tragó saliva, y se echó lo más atrás que pudo en la silla, como con la esperanza de hundirse en ella y desaparecer. ¿Acaso Harry lo había traicionado? ¿O lo habían descubierto con eso encima? ¿Cómo podía Snape saber que él tenía algo que ver con eso? Tenía que inventar algo… y tenía que ser de inmediato.
–No entiendo… –murmuró para ganar tiempo. Snape lo miró, y sonrió de un modo desagradable.
–¿Qué no entiendes?
–De qué me acusa, profesor.
–¿Acusarte, Draco? –preguntó Snape, sonriendo de un modo ganador–. No estoy consciente de haberte acusado de nada…
Draco se dio cuenta entonces de que acababa de auto–delatarse con eso. Fue consciente de que se había puesto colorado. En realidad, Snape no lo había acusado de nada en forma explícita.
–Te podría agarrar de una oreja, Draco, hasta obligarte a decirme la verdad –dijo Snape con un tono amenazante–. Luego podría dejarte castigado por el resto del año, y ayudarte a recordar que no debes hacer idioteces –enfatizó indicando el paquete de hongos que estaba sobre la mesa–, como el licántropo le está ayudando a recordar a Potter. Pero no será necesario recurrir a lo primero, porque tú me dirás todo ahora.
"¿Y todo el resto?", se preguntó Draco asustado, mientras un sudor frío le mojaba las manos, y la garganta se le secaba. Sentía que se había quedado sin palabras.
–Mi misericordia es poca, y mi paciencia diminuta, como tú ya bien debes saber… –le recordó el brujo con impaciencia, volviendo a ponerse de pié y a cruzar los brazos.
–Yo… –comenzó a decir Draco, sin tener idea de lo que podía decir. Snape levantó una ceja.
–Tú… Tú también, ¿verdad Draco?
Draco bajó la vista, y finalmente asintió con la cabeza, suponiendo que Snape ya había descubierto que también quemaba hongos.
–Respóndeme cuando te hablo –le gruñó Snape.
–Si –respondió el muchacho de inmediato.
–¿Desde cuando?
–El verano –respondió Draco, sin levantar la vista del piso.
–Con Potter…
–Sí.
El brujo suspiró, cerró los ojos, y se llevó una mano a la cabeza.
–Ándate a la cama –le dijo Snape, masajeándose la sien.
Draco lo quedó mirando, con los ojos grandes abiertos. ¿Sólo lo iba a mandar a la cama? Era como si de pronto el jefe de su casa llegara a la sala común repartiendo flores y chocolates…
–¿Está …bien señor? –preguntó Draco, ligeramente preocupado. Snape abrió los ojos, los volvió a cerrar, y respiró profundamente. Parecía estar contando. Draco contuvo el aliento, hasta que el otro volvió a abrir los ojos. Aparentemente, ya había contado lo suficiente.
–Draco –explicó con calma, como si le estuviera hablando a un infante–: en este preciso instante, siento deseos de sacarte a patadas las ganas de que quemar estas porquerías –dijo agarrando el puñado de hongos envueltos en pergamino–. Y lo har, si no sales EN ESTE PRECISO INSTANTE de mi oficina, y te vas a la cama.
Draco no se hizo de rogar, y en segundos se encontraba en la puerta. No le importaba acostarse temprano, si a cambio podía librarse de la ira de Snape.
–Mañana hablaremos de algún castigo más apropiado –le aclaró Snape antes de que abriera la puerta.
–Si señor –le respondió el chico. Iba a salir, pero antes agregó: – Gracias por ayudarme con lo del encargo.
Snape se sentó, y jugó unos segundos con una pluma de su escritorio. Sin querer, la quebró. Se quedó mirando la pluma, inservible. "Mejor ella que el cuello de Draco. ¡Muchacho estúpido, irresponsable, necio!", pensó. Empezaba a entender al licántropo, en la forma en que estaba tratando a Potter. Él mismo estuvo a punto de perder la paciencia varias veces con Draco y él en el verano. Lo que le recordó que todavía tenía que avisarle al otro… irresponsable… lo del caramelo. Y tenía que asegurarse de que Vincent y Gregory llegaran, no fuera a ser que los cálculos le hubieran fallado, y Lord Oscuro hubiera perdido la paciencia.
¿Pero qué diablos haría con Draco? Sospechaba que escribirle a su prima no serviría para nada. La chica esa tenía menos tiempo que Cornelius Fudge. Igual, como jefe de la casa, tendría que escribirle. Bueno, ya lo haría más tarde…
Por ahora, necesitaba que Draco le dijera dónde había hongos. Todos los lugares. Incluso los más recónditos que se le pudieran ocurrir. Confiaba en que, cómo lo habían descubierto, el chico pensaría en esconder hongos esa misma noche en los lugares más insólitos que se le ocurrieran, por miedo a quedarse sin ellos. Entonces él, Severus Snape, haría que Draco confesara al día siguiente con Veritaserum, aunque el Director no lo aprobara. Y tendría toda la lista de lugares que al chico se le pudieran ocurrir. Y al diablo con lo que Albus opinara. Él, Severus Snape, acabaría con los hongos de una buena vez. Si el director lo hubiera escuchado desde un principio, cuando descubrieron a su protegido, y lo hubiesen obligado a confesar, no hubiera habido más problemas de hongos…
Aunque, si así hubiese sido, no se hubiera podido enterar de que Malfoy también los consumía.
Estaba preocupado. ¡A lo mejor había más alumnos implicados!
Necesitaba un trago. Pero eso tendría que esperar. Tenía cosas que hacer antes de poder sentarse a descansar.
Respiró profundo, y salió del despacho rumbo a la torre dónde encontraría al hombre lobo y a al intento–de–héroe Potter.
Lejos de ahí, Sirius Black se encontraba sentado en la cocina de la casa de Remus, dónde se escondía. Miraba el mapa dibujado en su mano, donde un puntito quieto le decía que Harry se encontraba en lo de Lupin, durmiendo, leyendo, estudiando… quién sabe.
Vació de un golpe el vino que le quedaba en la copa, y se sirvió más de una botella que ya estaba casi vacía. Miró al vacío. Extrañaba a Harry. Extrañaba a Remus. Extrañaba a sus amigos muertos, tantos compañeros. Pero, sobre todo, extrañaba sentir el sol en su piel y no en los pelos.
Tenía un plan, para ir a ver a Harry. Remus le había dicho que le había quitado la capa de James a Harry. Si conseguía que su amigo se la prestara, él podría tal vez colarse en el castillo. Ya lo había conseguido antes, a través del bosque, en su forma de animago. Caminar en su forma canina, bajo la capa, sería difícil. Pero practicando un poco podría llegar a hacerlo.
Pero tendría que esperar hasta que su amigo lo visitara. Las lechuzas no eran seguras…
Snape salió al cabo de media hora de las habitaciones del hombre lobo con una jaqueca galopante. Literalmente, sentía como si un hipógrifo le hubiera pateado el cerebro. Potter no parecía haber entendido mucho la historia, y el muy descarado se había dado el lujo de mostrarse molesto por haber sido implicado en un asunto en el que él no había tenido nada que ver. Pero el licántropo había terminado retándolo por no entender que seguía en peligro y que tenía que cuidarse. Incluso, le había dicho que debería estar agradecido de lo que todos estaban haciendo por él. El muy insolente le había contestado que preferiría que lo dejaran con Voldemort para que lo matara de una buena vez, y acabar con todo… Snape sonrió. Él se lo hubiese entregado a Filch para que se divirtiera, por la insolencia… lástima que Lupin fuera tan corazón de abuelita. Aunque tenía que reconocer que tenía sus aciertos: ver a Potter vomitar babosas había sido reconfortante. No era una mala idea, la tendría en mente para la próxima vez que el muchacho lo sacara de sus casillas.
Después de bajar unas cuentas escaleras y recorrer otros tantos pasillos, llegó al vestíbulo. Miró la hora en el reloj de la salida del gran comedor. Ya eran pasadas las nueve de la noche. Tenía que ir a asegurarse de que Goyle y Crabbe hubiesen regresado.
Presumiblemente, las primeras horas de la madrugada encontraron a Draco despierto. Eran las cuatro de la mañana, y Draco se alejaba en punta de pies de la sala común de Slytherin. Tenía que asegurarse. Tenía que plantar hongos en todas partes. Sospechaba que lo interrogarían, pero no podía evitarlo. Tenía un plan. Un plan desesperado. Recogería hongos llenos de esporas, y esparciría las esporas al viento, alrededor del castillo. Podían revisar el castillo de cabo a rabo, pero no podían eliminar cada hongo y espora de hongo que estuviera en los jardines. También echaría esporas en el agua, en la cocina. Confiaba en que los humanos fueran buenos para conservar las esporas intactas después de ingerirlas, y que algunas esporas sobrevivieran en el interior de los habitantes del castillo para volver a la naturaleza después.
Estaba consciente de que se estaba exponiendo muchísimo. Pero sabía que, de no plantar más hongos, se estaba arriesgando a que lo dejaran sin ni uno solo que quemar. Y volver a la cueva, ahora, sería más peligroso que lo que estaba a punto de intentar. Sólo esperaba que Snape no se hubiese puesto paranoico, y lo hubiera seguido. A cada instante se volvía a mirar, para verificar que nadie estuviese siguiéndole los pasos.
Bueno, Draco no podía adivinar que Snape estaba durmiendo profundamente en ese instante.
La labor le tomó casi tres horas, y llegó a su dormitorio apenas siete minutos antes de que sonara el cucú del más madrugador de sus compañeros.
Estaba agotado.
Algo más tarde, y con la cabeza todavía chorreando agua (la había sumergido en un lavabo por varios segundos para despertar), Draco bajó a la sala común. Se tomaría un buen café cargado en el desayuno. Tenía que ser capaz de soportar de pié una clase de Herbología, doble Defensa, doble Runas (¡maldición!) y doble Astronomía (¡¡¡doblemente maldición!!!). Pero no llegó muy lejos, y se cumplió el dicho: cuando las cosas están mal, siempre –SIEMPRE– pueden estar peor.
El jefe de su casa se encontraba en la sala común y, al verlo llegar, sonrió desagradablemente. Al instante Draco recordó las amenazas de la noche anterior, y trató de disimular el sueño que tenía. Se suponía que se había ido a acostar temprano…
–Buenos días profesor –lo saludó con naturalidad.
–Buenos para mí –le respondió Snape con algo de burla–. Tenemos una conversación pendiente, así que te vengo a invitar a tomar desayuno a mi despacho.
Draco, sin ánimo de protestas, se dejó guiar. Estaba demasiado cansado para tratar de pensar en algo que lo pudiera liberara de esa poco prometedora conversación.
Al entrar, Draco miró sorprendido la bandeja con desayuno que estaba sobre el escritorio. Al decirle "te invito a tomar desayuno", Draco pensó que Snape estaba siendo irónico, como era su costumbre… Se dejó caer en la silla habitual, y se preparó mentalmente para el sermón que inevitablemente vendría. Pero las clases comenzarían en menos de tres cuartos de hora, así que a más tardar en 45 minutos se vería libre. Sólo tenía que aguantar, y portarse de modo que se enojara lo menos posible. Mostrar arrepentimiento siempre era bueno también, recordó. De inmediato, puso cara de arrepentido.
Entretanto, Snape se había sentado del otro lado y le ofreció té, y leche. Draco aceptó el té. Hubiese preferido café, pero que diablos… Un té cargado tampoco estaba tan mal. Se tomó el jugo de calabaza de un solo trago. Tenía sed. En el despacho hacía calor. Y sentía que su cerebro pesaba el doble de lo habitual, y le estaba apretando los ojos. Tenía muchos deseos de cerrarlos, de hecho. Tomó la taza caliente, para que la sensación de quemarse las manos lo despertara. Se preguntó por qué Snape no le decía nada, pero supuso que era porque la tostada a la que le estaba poniendo mermelada lo tenía ocupado.
Draco se puso a untar también una tostada. Eso de estar tomando desayuno en el despacho de su jefe de casa era de lo más extraño, pero nuevamente: que diablos… Prefería eso a que el otro lo estuviera retando, y más encima quedarse sin desayuno.
Snape finalmente dejó la tostada en un plato y rompió el silencio.
–¿Cómo te sientes? –preguntó inocentemente.
–Con sueño –respondió Draco simplemente. De pronto frunció el ceño: "no debí haber dicho eso, que tarado", pensó con disgusto. Snape sonrió.
–¿Mala noche?
–No, pero casi no dormí porque… –Draco se detuvo de pronto, dándose cuenta que había estado a punto de contarle a Snape que había salido a merodear en la noche. Y ahí se dio cuenta de la trampa en la que acababa de caer: el desayuno…el jugo… el té… ¡Veritaserum! Miró a Snape alarmado. ¡Cómo podía haber caído tan redondo! Snape tomó una pluma, y ceremoniosamente la untó en el tintero. Acercó un pergamino, y miró a Draco sonriendo:
–Ahora, muchacho: ¿de dónde estás sacando los hongos?
