Muchos saludos a todos. He aquí el capítulo 47, y espero que les guste. Gracias por sus reviews. Nota: en los lugares donde dice "(corte)" es donde tendría que haber un cambio de tema. Estaba en el texto original, pero cuando subo el capitulo ya no aparecen. Así que al final puse eso como delimitador.

Nuinardiel Lupin Riddle: ¿Sorprendida con Snape? Jajaja, ¿en qué sentido? Pobrecito Draco, lo pasará un poco mal en este capítulo, pero lo superará, no te preocupes.

vicu–malfoy: Si, Snape podría aprovecharse del Veritaserum, pero no lo hará. Son niños todavía, y tiene escrúpulos el hombre. Si usa esa poción es más para terminar con un problema que piensa que pone en riesgo la integridad de ellos.

Kary Anabell Black: Si, lo hará. De hecho, así comienza el capítulo 48 (o lo que llevo de él). Lo segundo no te lo respondo todavía ;).

Sarhaliene: Guau, parece que te gusta. Gracias.

Lynn Kadyarse: Si, lo continuaré. No he pensado en dejarlo botado.

Connie Eressea: Si, Harry lo ha pasado bastante mal este año. Lo de las babosas fue más un ¡¡¡Córtala!!! De parte de Remus. Pero no te preocupes. Harry no escupirá babosas toda la vida. Draco también lo pasará un poco mal. Las cosas entre Harry y Snape se podrían arreglar, pero sólo con el tiempo, creo yo. Sobre Harry con sus amigos, siento que hubo un quiebre. No es que ya no sean amigos, pero perdieron algo de la complicidad que tenían hasta el año anterior. Simplemente, ya nada es lo mismo (en esta fanfiction, por supuesto. Sabemos que en el quinto año real siguen siendo muy amigos). Por increíble que parezca, Harry siente mas deseos de estar con Draco que con Ron. Va más con su manera de ver el mundo ahora, un mundo que lo oprime, y el escape asociado con su amigo de parrandas.

AKASHASNAPE: ¡Que bueno que te gustara! Espero que este también te guste.

Capítulo 47 Pasa el tiempo

Sería agradable decir que Draco dominó su mente, y consiguió engañar al jefe de su casa. Pero sería una mentira. El chico cantó, como lo haría cualquier chico normal al que le ponen tres gotas de Veritaserum en el jugo de calabaza por la mañana, cuando tiene mucho sueño.

Lo que tenía que ocurrir ocurrió, y en pocos días prácticamente todos los hongos de esa especie desaparecieron del castillo y sus alrededores. Tanto Filch como los elfos fueron entrenados en reconocerlos, para dar aviso de inmediato si veían alguno crecer por el castillo y sus alrededores. Draco fue castigado por la imbecilidad de contaminar la fuente de agua de la cocina con hongos y, al igual que su amigo Harry, sufrió una vez de trasero adolorido (después de la única ocasión en que logró encontrar algunos hongos y los intentó quemar). No le volvió a ocurrir, sin embargo, porque no le fue posible volver a conseguirlos. Pero en algunas cosas su vida fue menos ingrata que la de Harry: Snape tuvo a bien retirarle el hechizo antes de las clases de pociones, de modo que no tuvo que soportar las burlas por llevar un casco–burbuja durante las horas de pociones. Además, él no sufrió las múltiples bromas de Crabbe y Goyle. Estos chicos tomaron por costumbre lanzarle a Potter humo, con un hechizo de bengala, cada vez que se lo topaban (y que no había un profesor cerca, o alguien que pudiera defenderlo sin tener que arrancar del humo). Harry intentó defenderse, pero es difícil lanzar maldiciones conteniendo la respiración, mientras se corre para alejar las fosas nasales del humo.

Pero las cosas tienen siempre su lado bueno: con el tiempo, y sin nada más útil que hacer, a Harry comenzó a irle mejor. De a poco se le pasó su enojo con Lupin, y terminaron en una convivencia amistosa. Las babosas se fueron haciendo cada vez menos frecuentes, hasta desaparecer a fines de noviembre.

Sirius visitó a su sobrino el domingo 30 de octubre, aprovechando que casi todos los alumnos y profesores del colegio iban a Hogsmeade. Remus, Harry y él alzaron sus copas en memoria de sus difuntos amigos y padres, Lily y James. Fue un momento emotivo, que Harry recordó con cierta nostalgia en los días que siguieron. Fue lo más cercano a un "momento familiar" que recordaba.

Harry, aunque ya estaba acostumbrado a vivir con el hombre lobo, extrañaba su vida anterior en el colegio. No la reciente, sino la de los años anteriores. Le hacía falta la sala común, los compañeros, las comidas en el gran comedor. Escuchar las risas que le llegaron desde el jardín, de los alumnos que caminaban hacia el estadio de Quidditch para el primer partido de la temporada: Ravenclaw versus Gryffindor, había sido una tortura. Terminó cerrando la ventana de golpe, y agarrándose la cabeza con ambas manos. El equipo había encontrado un nuevo buscador, un chico de tercero anormalmente pequeñito, que Harry había divisado un par de veces en los pasillos (y que respondía al nombre de Antón).

Harry había querido congraciarse con Snape. De corazón lo había intentado. Pero el brujo, si no le hacía la vida imposible, lo ignoraba. Intentó dejar el taller de fotografía, pero Remus se enteró de que había faltado sin motivo aparente y lo obligó a volver, con la cantinela de que valía como cualquier otra asignatura obligatoria. Intentó cambiarse al taller de Remus pero, inexplicablemente, el mismísimo Remus le dijo que no. Harry no le habló durante dos días después de eso.

Y las cosas hubiesen seguido así si no fuera porque, el último domingo antes de las vacaciones de navidad, ocurrió algo que precipitó ligeramente los acontecimientos, revolucionando algunos ánimos: Sirius vino por segunda vez a visitar a su ahijado.

Este hecho en si no habría tenido mayor trascendencia, si no fuera porque Harry, debido a su buen comportamiento, había recibido la concesión de poder salir del castillo a dar un paseo por el parque en compañía de su padrino (en forma de animago, por supuesto). Y si no fuera porque en el camino hacia el vestíbulo, se encontraron con otro que también iba de salida: Severus Snape.

Fue un juego rápido de miradas. El brujo que mira al joven, pensando horrorizado "¿se lo habrá contado todo a ese cretino (que, por muy hermano de él que fuera, no dejaba de ser un idiota)?". El joven que mira al brujo, recordando: "¿Qué más podrá haber averiguado este cretino? ¿Qué nuevas miserias se le podrán ocurrir para torturarme?". Y finalmente el perro, que levanta una ceja incrédula. "¿Por qué nos mira así este cretino? ¿Qué pasaría si le mordiera las pantorrillas?".

El trío se detuvo en el vestíbulo, habiendo llegado a la puerta al mismo tiempo. Harry miró la puerta, pensando si era mejor abrirla y dejarlos pasar a ellos primero, o abrirla y arrancar él mientras pudiera. Snape miró al chico, preguntándose cómo garantizar su silencio, sin matarlo. Sirius continuaba mirándole las pantorrillas a su Némesis, que lucían apetitosas bajo la basta de la capa.

Pero ninguno de los tres alcanzó a tomar una decisión, porque en ese momento la puerta se abrió, y entró Filch. De inmediato se quedó mirando a la poca usual pareja de humanos, y al perro.

–¡Los perros no se admiten de mascotas, Potter, y menos dentro del castillo! Dile al profesor Lupin que no vuelva a traer a su perro –dijo el squib de mal modo. Luego pareció recapacitar–. Pensándolo bien, se lo iré a decir yo mismo... Y tú me acompañas –agregó tomando a Harry de un brazo y arrastrándolo con él–. No tienes permiso para andarte paseando por el castillo sólo, y menos de salir afuera, que es claramente lo que tenías la intención de hacer.

–¡Pero si tengo permiso! –intentó explicarle Harry, mientras trataba en vano de soltarse. Miró implorante al perro negro, que lo miró impotente y se limitó a seguirlos. En ese momento intervino Snape.

–Potter está conmigo –mintió el brujo. Harry lo miró con incredulidad, al igual que el perro. Filch lo miró sorprendido, y soltó al chico.

–Bueno, si está con usted...

Filch se fue, no sin antes dirigirle una mirada asesina al perro. Harry se quedó mirando a Snape, preguntándose si debía darle las gracias. Finalmente ganó la opción de "si, dale las gracias".

–Gracias –dijo Harry–. De verdad que el profesor Lupin me autorizó a salir...

–Está bien. Necesito hablar contigo, Potter –le dijo Snape, en un tono que quería decir "ahora".

–Claro, dígame –respondió Harry de inmediato, pensando que le debía al menos eso. Sirius dejó de interesarse en las pantorrillas de Snape, se sentó junto a Harry, y también quedó mirando al brujo con cara de "te escuchamos".

–En privado –dijo Snape en tono significativo, mirando al perro.

–Ahhhhhh –dijo Harry comprendiendo por qué lado iba la conversación–. Está bien. Pero, ¿puede ser a la vuelta?

Snape lo miró con desconfianza unos segundos, y luego dijo.

–No.

El perro gruñó, pero se encaminó a la puerta. Snape le abrió, y la dejó entreabierta para verificar que se alejaba y no se quedaba escuchando tras ella. Cuando el padrino se hubo alejado lo suficiente, continuó.

–¿Le contaste algo? –dijo yendo directo al grano.

–No.

Snape lo miró a los ojos, preguntándose hasta qué punto creerle. Harry sostuvo su mirada, y tuvo de pronto una idea.

–Nada de lo que usted sabe. Ni siquiera de lo qué yo sé –dijo como si nada. Captó de inmediato una ligera muestra de interés de parte del brujo.

–¿Y qué sabes tú, Potter? –le preguntó Snape.

Harry sonrió, y decidió ser más explícito en sus intenciones. No respondió de la pregunta.

–El profesor Dumbledore me dijo que sólo reconsideraría el dejarme volver a Gryffindor, si el perjudicado así lo pedía.

Snape frunció el ceño, comprendiendo hasta que punto tendría que ceder para que Potter largara su información. No tenía ningún deseo de hacerlo, y menos aún sin saber si la información que Potter podía darle era de valor o no. En realidad, ¿Cuánto podría Potter haber averiguado si estaba encerrado casi todo el tiempo en una torre? A lo mejor había averiguado algo por Granger... Pero ¿cómo saberlo?

–Olvídalo Potter –dijo Snape cruzándose de brazos–. A ti debieron expulsarte.

Harry sintió unos fuertes deseos de patear al brujo hasta el lago, pero se contuvo.

–Entonces váyase al diablo –le respondió el chico, y se acercó a la puerta para ir detrás de su padrino. No pensaba seguir perdiendo el tiempo con el profesor que menos le gustaba del colegio, sobre todo en ese momento en que por fin tenía permiso para salir.

Pero Harry no alcanzó a salir, porque sintió como si una garra le apretara el brazo. Con la mano izquierda, Harry tomó rápidamente su varita. No dejaría que Snape le hiciera nada, pudiendo defenderse. Pero Snape fue más rápido y, antes de que alcanzara siquiera a levantarla, el brujo se la había quitado. Snape intentó arrastrar al chico en dirección a la escalera, con la intención de acusarlo con Dumbledore. Harry lo miró con todavía más odio.

–¡Suélteme! –gritó mientras forcejeaba para liberar su brazo, tratando de que no lo llevara–. ¡LE DIJE QUE ME SOLTARA!

En segundos Filch llegó corriendo para ver qué estaba causando el escándalo y, al ver a al profesor de pociones forcejeando con Potter, sonrió. Se acercó corriendo a ayudar. Vio que la puerta estaba abierta, y que el perro negro venía corriendo desde el parque mostrando todos los dientes. Sin pensarlo dos veces cerró la puerta de golpe, y alcanzó a escuchar el sonido sordo que produjo el cuerpo del gran perro al chocar contra la madera. Sonrió satisfecho.

–¿Quiere que prepare una de las viejas mazmorras, Profesor? –ofreció con avidez dirigiéndose a Snape.

–No –respondió la voz de Dumbledore antes de que Snape lograra abrir la boca. El director venía bajando la gran escalera en ese instante, y no parecía contento.

Al verlo, Snape dejó de forcejear con Potter, y éste se soltó.

–¿Qué pasa Severus? –preguntó el anciano.

–Potter, una vez más, se ha pasado de la raya señor Director.

–¿Qué hiciste esta vez, Harry? –le preguntó el anciano, con aspecto cansado.

–No le hice nada. Solamente quería salir al parque. El profesor Lupin me dio permiso –se defendió Harry.

–Dime la verdad, Harry –insistió Dumbledore, con paciencia.

–¡Anda, mocoso impertinente! –le dijo Snape con tono frío–. ¡Repite delante del director lo que me dijiste!

Harry se sintió atrapado, y bajó la vista. Sintió como su padrino gemía afuera y rasguñaba la puerta con sus patas. De pronto tuvo miedo que Sirius, por defenderlo, se delatara frente a Filch tomando su forma humana para poder abrir la puerta. De inmediato se acercó a la puerta y, antes de que se lo pudieran impedir, la entreabrió y salió.

–Vete, Hocicos –lo urgió–. No pasa nada grave, me metí en problemas, pero solamente eso. Por favor no hagas nada estúpido.

En ese instante sintió que alguien lo obligaba a volver a entrar. Era Dumbledore.

–Anda Hocicos –le dijo el anciano al Sirius, reconociéndolo–. Es mejor que te vayas.

Al ver a su ahijado con Dumbledore, el perro dejó de gruñir. Le dio un lengüetazo a su ahijado en la mano, y tras echarle una ultima mirada se fue en dirección al bosque.

Harry lo miró con pesar, lamentando haber perdido de un modo tan tonto la posibilidad de pasar un buen rato con su padrino. Sintió como Dumbledore lo empujaba hacia adentro del castillo.

–Vamos Harry.

Dentro del vestíbulo se encontraba Snape, con los ojos que parecían dos carbones encendidos. Y Filch, que parecía decepcionado.

–Señor Filch, puede retirarse –le dijo el director.

El squib se retiró enojado, seguido por su escuálida gata que también había venido a ver que pasaba, y de Silvester que seguía a la gata como una sombra adonde quiera que fuera.

–Ahora Harry, respóndeme, –preguntó nuevamente el anciano, cuando Filch se hubo retirado–. ¿Qué hiciste esta vez? ¿Qué fue lo que le dijiste al profesor Snape?

Harry se puso colorado. En buen lío se había metido, mandando al diablo explícitamente a un profesor del colegio.

–Responde Harry –insistió el brujo.

–Le dije "váyase al diablo" –reconoció finalmente el chico.

–¿Y por qué hiciste eso?

En ese punto Snape se quedó mirándolo, y Harry estuvo tentado de contarle todo a Dumbledore, para vengarse del profesor de pociones. Pero, nuevamente, eso no sería nada bueno si quería hacer que alguna vez lo ayudara a volver a Gryffindor... Observó que Snape lo miraba amenazante, y decidió que mejor no se arriesgaba. Dumbledore los miró a ambos, pero no hizo ningún comentario.

–Le pedí al profesor Snape que hablara con usted para poder volver a Gryffindor –comenzó a explicar en chico–. Pero él dijo que no, y que ojalá me expulsaran –agregó enojado, apuntándolo.

Snape se cruzó de brazos, y miró desafiante al director. Dumbledore suspiró, negando con la cabeza.

–Si, en circunstancias normales tendría que haberte expulsado, Harry. Lo que hiciste esta mal, y lo sabes. Y faltarle el respeto también está muy mal, y me dejas en una posición muy difícil.

Harry tragó saliva, cuando las palabras del director comenzaron a tener sentido en su cerebro. Se acababa de meter en un lío peor del que pensaba.

–¿Y bien, señor director? –lo desafió Snape–. ¿Va a proteger a Potter nuevamente, librándolo del castigo que le corresponde, y del que ningún otro alumno del colegio se libraría?

–Vamos a mi despacho –respondió Dumbledore–. Es un tema delicado, y no es bueno hablar los temas delicados aquí.

Los brujos se pusieron en camino, pero Harry se quedó parado donde estaba, incapaz de moverse. Sentía su corazón palpitar dentro de su cabeza, y una sensación de mareo comenzaba a invadirlo. Ahora si que lo expulsarían. No quería llegar al despacho. No quería escuchar la sentencia. Quería arrancar. Quería estar en cualquier otra parte, menos ahí, en ese momento, y metido en ese problema.

–Harry, vamos –lo llamó Dumbledore.

Harry abrió la boca, pero ninguna palabra salió de ella. Se limitó a mirarlo, entre perdido y suplicante. Al verlo así, el anciano se devolvió y le puso una mano en el hombro, empujándolo suavemente a moverse.

–Vamos.

–No –le dijo Harry–. No... por favor.

–¿Necesitas ir donde la señora Pomfrey, Harry? –le preguntó Dumbledore preocupado, notando que estaba pálido. Snape soltó una riza despectiva.

–No... no sé... por favor –continuó Harry.

–Harry –insistió el director, tomándolo del otro hombro y volviéndolo hacia él hasta que quedaron cara a cara–. Si te sientes bien, acompáñanos al despacho. Si te sientes mal, te llevamos donde la enfermera y conversamos más tarde.

–¿Qué pasa, Potter? –se burló Snape–. Te abandonó la valentía Gryffindor de pronto.

Harry sintió vagamente que Snape hablaba, y que se reía. Pero se sentía demasiado mareado para ponerle atención.

–Ya hablaremos con él más tarde, Severus –le dijo el director–. Por ahora creo que lo tiene que ver la señora Pomfrey.

–Si usted piensa que es necesario –respondió Snape encogiéndose de hombros, pero con una voz que dejaba clarísimo que él no era de la misma opinión.

Harry se dejó conducir a la enfermería sin chistar. Sentía como si estuviera soñando. Todo eso no era más que una pesadilla, repetía en su cabeza.

(corte)

Harry se quedó durmiendo en la enfermería. La señora Pomfrey le dio una poción calmante, afirmando que lo que el chico tenía era puramente nervioso y que necesitaba reposo. Snape había salido de la enfermería dando un portazo, y Dumbledore había salido rápidamente detrás de él.

Con el apuro que llevaban, ninguno de los dos brujos notó que Draco Malfoy estaba en el otro extremo del pasillo (él, al igual que Harry, ya no tenía permiso para ir a Hogsmeade). El chico los miró con curiosidad, y tuvo la sospecha de que la furia de Snape podía tener algo que ver con Harry (la mayoría de los alumnos ni siquiera estaba en el colegio, salvo los más pequeños). Caminó detrás de ellos, a prudente distancia, para ver si podía averiguar algo. Al pasar frente a la puerta de la enfermería se detuvo unos segundos, abrió la puerta, confirmó sus sospechas, y rápidamente continuó siguiendo a los brujos.

–¡A San Mungo! –decía Snape–. Ese mocoso no necesita un colegio, sino un hospital... o una cárcel –agregó en tono mordaz.

–Cálmate Severus...

–¿Calmarme? ¿Quieres que me calme, Albus? ¿Viendo que un alumno del colegio se mete en mis cosas, me falta el respeto, y se droga más encima? ¿Y viendo que tú en vez de expulsarlo te empeñas en protegerlo?

–Bien sabes que no puedo hacer eso... –insistió el anciano, con voz cansada–. Sería...

–... una catástrofe para la comunidad mágica –completó la frase Snape, más burlonamente de lo que pretendía–. Me lo has dicho miles de veces. Pero, ¿y qué vas a hacer ahora?

Dumbledore lo miró en silencio, pues era verdad: no tenía idea qué diablos hacer con el chico.

–¡El mocoso insolente SABE que nunca le vas a hacer nada! –continuó Snape enojado–. Por eso no tiene límites. Desde primer año que hace lo que se le da la gana, sin escuchar a nadie. Todos nos empeñamos en protegerlo, y el muy cretino sólo sabe escucharse a si mismo. ÉL siempre hace lo que quiere. ÉL siempre sabe más que el resto. ÉL nunca obedece. ÉL sabe que está por encima de todas las reglas de este colegio.

Draco, desde detrás de la columna donde estaba escondido, tragó saliva. ¿Qué podría haber pasado? ¿Acaso Harry había vuelto a desafiar al jefe de su casa? En ese instante apareció Remus Lupin en el corredor, atraído por la ruidosa discusión.

–¿Qué pasa? –preguntó caminando rápidamente hacia sus colegas.

–Lo que nos faltaba, el licántropo... –se lamentó Snape.

–Harry le faltó el respeto a Severus –explicó Dumbledore. El rostro de Lupin se ensombreció.

–¿Dónde está Harry?

–Haciéndose el enfermo en la enfermería –se burló Snape–, para no enfrentar las consecuencias de sus actos.

–Tuvo un mareo luego de la discusión que tuvimos en el vestíbulo, y ahora está con Poppy –tradujo Dumbledore.

Remus comenzó a caminar hacia la enfermería, pero Dumbledore lo detuvo.

–Se encuentra durmiendo ahora, Remus –explicó–. Mejor acompáñanos a mi despacho.

–¿Necesita ayuda para evadir su responsabilidad, señor director? ¿Acaso un voto favorable? –continuó burlándose Snape.

Draco se extrañó muchísimo de escuchar a Snape burlarse de Dumbledore. Debía de estar verdaderamente fuera de si.

–Severus, ahora eres tú el que está pasando la raya... –le advirtió el anciano.

–Harry estaba con ustedes saben quién, –recordó de pronto Lupin refiriéndose al padrino–. ¿Dónde esta él?

–Le pedí que se fuera –aclaró Dumbledore.

–¿Pero qué hizo Harry exactamente? –preguntó Remus nuevamente.

Dumbledore le explicó (y sin quererlo también se lo explicó a Draco, que seguía escondido detrás de una columna).

–No se qué decirte, Severus... –dijo Remus en tono de disculpa, una vez que el director se quedó en silencio–. Salvo que entiendo tu molestia.

–Si, TODOS parecen entender mi molestia. Pero NADIE hace nada para poner al chico en su sitio.

–No exageres, Severus –lo corrigió Remus–. Que Harry no se las ha llevado peladas este año.

–Bueno, entonces esperemos que se meta en el cuarto de TODOS los profesores de este colegio, y que nos insulte a TODOS cuando quiera. Al niño de oro no se lo toca ¿no? –respondió Snape desafiante.

–Les pido por favor que dejemos de discutir esto en el pasillo, y continuemos en mi despacho –sugirió Dumbledore.

Snape camino irritado, a paso ultra–rápido hacia el despacho, y los otros dos lo siguieron. Draco los siguió, pero no se enteró de nada porque no continuaron hablando durante el trecho que les quedaba hacia la oficina del director. Cuando los tres brujos desaparecieron por la escalera en espiral, decidió mejor volver a la enfermería para escuchar la versión de su amigo.

(corte)

Draco entró en la enfermería, donde estaba solamente Harry, dormido. A la señora Pomfrey no se la veía ni ahí, ni en su despacho, así que Draco se sentó en la cama contigua a la de Harry. Mientras lo miraba, se preguntaba qué diablos podía hacer para ayudarlo.

Después de pensar un rato, concluyó que lo único que Harry podía hacer ahora, era disculparse con Snape. Aunque, conociendo a Snape, no serviría para mucho.

Draco se acostó en la cama sobre la que estaba sentado y, mirando el techo, recordó el verano. Habían molestado bastante al profesor de pociones, y muchas veces no le habían hecho caso. Pero éste no había sido tan duro con ellos. A lo mejor ahora, como en el verano, el brujo se calmaba después de la ira inicial. Además, era poco probable que expulsaran a Harry. Dumbledore parecía ni siquiera considerar la posibilidad. Y si no lo habían expulsado el meterse al cuarto de Snape, ¿cómo podrían expulsarlo ahora por solo mandarlo al diablo?

(corte)

Harry escuchó murmullos lejanos, y fue conciente de que se estaba despertando. Abrió los ojos, y vio las últimas luces de la tarde que entraban por la ventana, pintando el muro color de un color naranja. No lejos de ahí, en el parque, los últimos alumnos estaban llegando de Hogsmeade. Recordó todo lo que había pasado, y se le formó un nudo en el estómago. Se sintió solo, y no sabía como enfrentar lo que fuera que se le vendría encima.

Cerró los ojos, para intentar volver a dormirse. No se sentía listo. Durmiendo no tendría que enfrentarse a nada. Ni a que lo expulsaran, ni a que volvieran su vida todavía más penosa. Si la señora Pomfrey lo veía despierto, es muy probable que avisaría. Y pronto tendría al director, y a Lupin, parados frente a él con expresión de decepción.

Y Harry no se sentía preparado para nada en ese momento. Sólo quería poder cerrar los ojos, y no volver a abrirlos. Deseó que Amanda y Snape no lo hubiesen encontrado a tiempo, en el verano. A lo mejor hubiese muerto. ¿Y qué? A lo mejor hubiese pasado un largo momento amargo con Voldemort. ¿Y qué? Para bien o para mal, hubiera terminado libre de él. ¿Podía Voldemort molestar a alguien una vez muerto? Lo dudaba...

Harry sabía que con la autocompasión no llegaría a ninguna parte, pero no podía dejar de sentir lo que sentía, ni de desear lo que de verdad deseaba. Tuvo de pronto una idea: ¿Y qué tal si se largaba, simplemente, e intentaba matar a Voldemort? Podían pasar dos cosas: lograrlo, o no lograrlo. Si lo lograba, se liberaba de Voldemort, y eso no podía menos que mejorar su vida (junto con la de toda la comunidad mágica). Y si no lo lograba, moría. Y se liberaba de Voldemort de todos modos... Y que los iluminados del colegio se las arreglaran con él. Se lo merecían, por hacerle la vida miserable.

Harry se sentó en la cama, con la decisión ya tomada. ¿Qué sacaba con quedarse en esa cama, esperando lo inevitable? Estaba arto de que dominaran cada aspecto de su vida. Ahora le parecía un buen momento para tomar control de su vida. O tan bueno como cualquier otro.

Se iba a poner de pie, cuando se dio cuenta de que no estaba solo. En la cama de al lado, a la que le había estado dando la espalda todo el tiempo, se encontraba Draco. Estaba tendido sobre la cama, con ropa y zapatos, y parecía profundamente dormido.

Harry se sintió un poco culpable. Draco debía querer hablar con él, y se había quedado dormido esperando que él se despertara. Dudó por unos segundos, y finalmente se puso de pié sin hacer ruido. Draco no sería quién le impidiera tomar el control de su vida. Había tomado la decisión, y no daría pié atrás ahora.

(corte)

Algo más tarde, Harry se encontraba caminando por el pasadizo secreto que iba desde el Sauce boxeador hasta la casa de los gritos. Estaba ligeramente nervioso, debía reconocerlo. No tenía ni su capa invisible, ni su escoba (de hecho, salió por una ventana del castillo para que nadie lo viera, y atravesó el parque casi a oscuras hasta el árbol aquel). Ni siquiera tenía un plan... Pero tenía su varita. Y no necesitaba buscar a Voldemort. Estaba seguro de que Voldemort lo encontraría primero a él. Y una vez con él, todo se decidiría. Para bien o para mal. Si conseguía matar a Voldemort, antes de que él lo matara a él: bien. Y si moría él, bien también. Voldemort habría conseguido terminar lo que empezó, pero tenía confianza en que encontraría a sus padres adonde fuera que los muertos fueran a parar. Todos los seres humanos, brujos y muggles, morían algún día. No podía ser tan terrible. Aunque Voldemort lo torturara, soportaría. Ya lo había soportado antes, en el cementerio dónde se habían enfrentado a fines del año anterior.

(corte)

Mientras Harry caminaba decidido, considerando que tenía todas las variables consideradas, no lejos de ahí se encontraba la prueba viviente de lo mucho que se equivocaba: su padrino.

A veces sucede que a uno se le olvidan las cosas más obvias, y esta es una de aquellas ocasiones. Harry había olvidado completamente a su padrino, y sólo lo recordó cuando se encontró cara a cara con él, en la casa de los gritos.

Se miraron sorprendidos por unos milisegundos, sin decir nada. Hasta que el ceño de Sirius pasó de sorprendido a enojado, cuando cayó en la cuenta de que lo que su ahijado estaba haciendo. Harry notó el cambio de expresión de la cara de su padrino, y rápidamente trató de arrancar hacia la puerta. Pero no lo consiguió. En segundos un perro negro se encontraba entre él y la salida.

Sirius volvió nuevamente a su forma humana, y con ambas manos en la cintura miró al chico con aire desafiante.

–¿Qué crees que estás haciendo? –le preguntó.

–Déjame ir, Sirius –le pidió Harry–. No voy a volver al colegio.

–¿Estás huyendo?

–No. Estoy impidiendo que sigan controlando mi vida. Eso estoy haciendo –respondió Harry molesto, tomando su varita.

–¿Y qué es lo que quieres hacer, Harry? –respondió Sirius cruzándose de brazos, sin inmutarse.

–Matar a Voldemort –respondió Harry, todavía más enojado, al ver que su padrino parecía no tomarlo en serio–. Sale de mi camino.

–No vas a ir a enfrentar a Voldemort, Harry –le dijo su padrino, sin moverse de dónde estaba, obstruyendo la salida.

–Y quién lo va a hacer entonces ¿Tú? ¿Dumbledore? ¿Fudge? –respondió Harry sarcásticamente.

–No lo sé. Pero no un mago de quince años.

–Sale de ahí, Sirius –le advirtió Harry apuntándolo con la varita.

–No.

–¿Quieres que te mate?

–No harás tal cosa.

–¿Qué sabes?

–No estás preparado.

–No te quiero hacer nada, por favor sale de en medio –insistió Harry.

–Por qué mejor no nos sentamos, y me cuentas lo que pasó –invitó Sirius indicando un sillón que se caía a pedazos en la sala.

Harry pareció dudar unos segundos, hasta que finalmente bajó la varita. No quería hacerle nada a su padrino, y menos si éste ni siquiera había sacado su varita. Además, de pronto sintió que deseaba hablar con alguien.

(corte)

Mientras tanto, en el castillo, Draco se despertaba medio aturdido, en la enfermería. Potter no se encontraba en su cama, y la señora Pomfrey acababa de pegar un gritito al constatarlo.

–¿Dónde está Potter? –le preguntó la enfermera.

–No sé –respondió Draco, estirando su tullida humanidad–. ¿En el baño seguramente?

Pero Harry no estaba en baño, ni en ninguna parte del los dominios de la enfermera, y esta comenzó a preocuparse más todavía.

–Muchacho irresponsable, –murmuraba, mientras revisaba hasta debajo de las camas–. ¡Cómo se le ocurre irse sin que yo lo vea primero!

De pronto se detuvo, y se quedó mirando a Draco como recordando algo.

–¿Y tú qué haces aquí, que te pasó? –le preguntó.

–Vine a ver a Harry –reconoció el chico–. Pero como lo vi durmiendo me quedé esperando que se despertara, y me quedé dormido.

–¿Entonces no estás enfermo? ¿No te duele nada?

–No –respondió Draco encogiéndose de hombros.

–Entonces ándate –le respondió la enfermera.

Draco no se hizo de rogar y salió de la enfermería. Se preguntó adonde se habría ido su amigo. Estaba un poco molesto con él por no haberlo despertado antes de irse. Era imposible que no lo hubiera visto durmiendo sobre la cama de al lado...

Emprendió el rumbo hacia la torre donde Lupin y Harry dormían, para ver si por ahí podía tener noticias. Tocó la puerta, pero nadie salió.

No sabía muy bien dónde más buscarlo, y caminó un poco sin rumbo. De pronto escuchó las voces de Weasley y la sangre sucia, que se acercaban por el lado opuesto del corredor. Decidió vencer su orgullo, y se acercó a ellos.

Al verlo, Ron y Hermione dejaron de conversar, y lo miraron con recelo al ver que se acercaba.

–¿Qué quieres? –le preguntó Ron en forma desagradable.

–¿Han visto a Potter? –les preguntó Draco sin hacer caso al tono poco amistoso de la pregunta.

–¿Y para qué lo quieres tú? –respondió Ron–. Lárgate, Malfoy.

Draco decidió no responderle, y se dirigió a la chica.

–¿De verdad no han visto a Potter, Granger?

–No. Debe estar el la torre, con Lupin –contestó la chica–. ¿Pasó algo? –agregó preocupada. Era extraño que Malfoy estuviera buscando a Harry.

–Si.

Los dos Gryffindor lo quedaron mirando, esperando que elaborara un poco más.

–Parece que se metió en problemas con el profesor Snape, nuevamente, y desapareció de la enfermería.

–¿Y tú como sabes eso? –preguntó Ron de mal modo–. ¿Desde cuando que te interesas en la vida de Harry?

–¿Y qué hacía Harry en la enfermería? –preguntó Hermione al mismo tiempo que su amigo, cada vez más alarmada.

–Vi al profesor Snape y a Lupin discutiendo con Dumbledore –respondió Draco–. Y parece que se anduvo sintiendo mal cuando lo estaban retando.

–¿Pero qué hizo? ¿Dónde está? –insistió Hermione.

–Eso es lo que estoy tratando de averiguar, Granger –respondió Draco con impaciencia.

Draco terminó contándoles cuanto sabía, a pesar de las miradas asesinas que el pelirrojo le dirigía. No es que le interesara conversar con ellos, pero comenzaba a estar preocupado por Harry. Y los dos Gryffindor podrían ayudarlo.

(corte)

Mientras tanto, la enfermera ya había dado aviso a Dumbledore. Lupin y el anciano se miraron preocupados, y Snape los miró a ambos con altanería, y cara de "se los dije".

Remus fue a buscarlo a su dormitorio, a la biblioteca, y a la torre de Gryffindor. También verificó en la cocina, por si acaso, y aprovechó de pedirle ayuda a Dobby, para que mirara en el resto del castillo. Volvió al cabo de un rato al despacho del director. Constató que Severus Snape ya no estaba.

–Mandé a Severus a qué descansara, lo necesitaba –aclaró Dumbledore al ver que Remus lo buscaba con la mirada–. Veo que no lo encontraste...

–No –respondió el otro–. Creo que es mejor que lo salga a buscar afuera.

–Tal vez deberíamos verificar bien que no esté en el castillo primero –sugirió Dumbledore.

–Ya le pedí a Dobby que reclutara algunos elfos para que buscaran en el resto del castillo. Pero tengo la sospecha de que Harry hizo algo estúpido, y salió del castillo. Y ESPERO que no haya ido a la cueva maldita esa...

–Si va, no podrá entrar –aclaró Dumbledore, descartando la idea–. Creo que huyó. Parecía asustado cuando comenzó a sentirse mal. Y estamos perdiendo un tiempo valioso si es así. Pediré a los demás profesores que te ayuden a salir a buscarlo. ¿Tienes como comunicarte rápidamente con Sirius? Él nos podría ayudar con el mapa ese que tiene en su mano. Nos podría ayudar ver un mapa del lugar donde se encuentra para localizarlo.

–Buena idea, le escribiré de inmediato –dijo el hombre lobo dirigiéndose a la puerta.

–Yo voy a llamar a McGonnagal para que organice una reunión –dijo Dumbledore dirigiéndose a la chimenea.

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Mientras tanto, en la casa de los gritos...

–Harry... –murmuró Sirius–. ¿Para qué, dime tú para qué tenías que mandar al diablo a Snape?

Harry le había contado lo ocurrido a su padrino, cuidando de no mencionar todo lo relacionado al hecho de que Snape y él eran hermanos. Atribuyó la pelea solamente a que Snape no había querido ayudarlo hablando con Dumbledore, y que lo que le quería decir tan en secreto era simplemente que no se metiera en más problemas.

–Es que es tan desagradable conmigo, Sirius. Desde primer año que fue desagradable –se defendió Harry–. Yo me he portado ejemplarmente los últimos meses, no he quemado más hongos, he sido amable con él, aunque él no lo es conmigo, pero NO HAY CASO. No me quieren dejar volver a Gryffindor. Él no está dispuesto a perdonarme. Está FELIZ de que yo lo esté pasando mal. ¡Me odia!

–¿Le pediste perdón? –le preguntó Sirius.

Harry se quedó mirándolo, perplejo.

–Tanto así como... pedirle perdón explícitamente... no –respondió el chico–. Pero...

–Creo que deberías partir por eso –lo interrumpió su padrino.

Harry se quedó mirándolo en silencio unos segundos.

–No me va a escuchar. A lo más se va a reír de mí. Hoy me dijo que no pensaba hablar con Dumbledore, porque considera que me deberían expulsar.

–Si crees que no te escuchará, escríbele –sugirió Sirius.

–¿Escribirle?

–¿Estás sordo? –se burló Sirius.

Harry se quedó callado, considerando la idea. ¿Qué es lo peor que le podría pasar de todos modos? "Qué Snape envanezca mi carta sin siquiera abrirla, o que la lance al fuego..." respondió una voz en su cabeza. Y, sin embargo, tampoco perdía nada entonces.

–Aunque siempre causa más efecto decir las cosas de frente. Darías prueba de valentía.

–¿Entonces, si le escribo quedaría como un cobarde?

–No necesariamente... –contestó Sirius–. Depende del tono de tu carta. Si pareces sincero, y le explicas... no sé... que por escrito puedes explicar mejor (por ejemplo), a lo mejor la lea hasta el final.

–¿Y tú crees que porque yo le escriba va a volar a decirle a Dumbledore que me perdona? –se burló Harry, con algo de amargura.

–Tanto así no creo... Sobre todo tratándose de Snape. Pero le va a quedar dando vueltas en la cabeza te lo aseguro. Eventualmente, va a estar más abierto a escucharte y puede que le puedas pedir disculpas en persona.

–Me suena como a muchas disculpas –murmuró Harry con desagrado.

–Si, va a ser doloroso para tu orgullo –se rió Sirius–. Pero si no dejas de meterte en problemas con él, vas a terminar obligando a Dumbledore a expulsarte. Y no sé si te acepten en Durmstrang, o en Beauxbatons con esos antecedentes...

Harry se quedó pensando. No se le había pasado por la cabeza la posibilidad de cambiarse de colegio. Era una posibilidad, aunque no deseaba dejar Hogwarts, donde tenía tantos amigos.

En ese instante una lechuza entró por la ventana abierta, y aterrizó frente a Sirius. Sirius le desprendió la nota, y comenzó a leerla mientras la lechuza emprendía el vuelo. Harry lo quedó mirando, y observó como el ceño se le fruncía.

Tenemos que volver al castillo. Remus me escribió, para pedirme que lo ayudara a localizarte.

–Me van a matar –murmuró Harry preocupado–. No quiero volver.

–Quién te mandaba a salir arrancando –le respondió Sirius–. Vamos.

–Espera, ¿No tienes por aquí pergamino, pluma, y tinta? A lo mejor si le escribo a Snape de inmediato el recibimiento sea menos... duro –dijo Harry preocupado.

–No, no tengo. Pero, de todos modos, es mejor que no le escribas de inmediato. Si le escribes ahora, va a parecer que lo hacer solamente para librarte del castigo. Es mejor que te aguantes ahora, y le escribas después. Tendrá un mejor efecto.

–Pero es que me van a matar, de verdad –se urgió Harry.

Sirius lo contempló un momento.

–Podemos decirles que yo te contacté, porque me quedé preocupado por ti, y que te entretuve. Que te quedaste conversando conmigo porque yo te retuve.

–¡De verdad harías eso! –preguntó Harry, visiblemente aliviado.

–Si.

Harry se lanzó sobre su padrino, y lo abrazó con fuerza. Lo que más temía era la reacción de Lupin (que ya le había demostrado que no pensaba tenerle paciencia...), y con eso se estaba sacando al menos al hombre lobo de encima. Sólo quedaba Dumbledore, que aparte de dominar cada aspecto de su vida no le quería mal, y Snape, a quién le escribiría para arreglar las cosas.

Perro y niño se dirigieron a los terrenos del colegio, por el mismo pasadizo por el que Harry había caminado hace un rato. Conversaron animadamente, y Harry aprovechó de ponerlo al tanto de su vida en el colegio desde su visita del 30 de octubre.

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Sirius y Harry acababan de alejarse del sauce boxeador (que Sirius en su forma canina inmovilizó con una de sus patas), cuando Hagrid se acercó a ellos.

–Menos mal que lo encontraste –dijo el semi–gigante de inmediato dirigiéndose al perro. Luego se dirigió a Harry, enojado–. No debiste hacer eso, Harry. Nos tienes a todos preocupados.

–No lo retes –aclaró Sirius volviendo a su forma humana después de olfatear que no andaba nadie cerca–. Yo lo fui a buscar al colegio, porque necesitaba hablar con él.

–Ah –respondió el gigante–. Pero igual debiste haberle dicho a alguien Harry.

–Si le hubiera dicho a alguien, no me hubieran dejado salir –respondió Harry encogiéndose de hombros.

–¿Dónde está Remus? –preguntó Sirius cambiando de tema.

–Iba a buscarlo a la cueva esa la última vez que lo vi –respondió Hagrid apuntando a Harry con la pera–. Varios de los otros profesores también te están buscando.

–¿Y Dumbledore?

–En el castillo, dijo que quería ir a conversar con el profesor Snape. Parece que conseguiste sacarlo de sus casillas una vez más Harry –dijo Hagrid con tono acusador.

–Me gustaría que alguna vez dejara todo el mundo de retarme –murmuró Harry.

Hagrid silbó, y una lechuza voló hacia ellos en algunos segundos, y se posó sobre los hombros de Hagrid, quién sacó de uno de sus muchos bolsillos un pergamino algo sucio, una pluma medio torcida, y un tintero. Rápidamente escribió una nota para Remus, y la lechuza emprendió el vuelo con ella rumbo al bosque.

Mientras caminaban al castillo (Sirius en su forma canina), Harry miró con remordimiento en dirección al bosque prohibido. Era de noche, y estaba preocupado por Remus. Recordó la vez aquella, en el verano, cuando Snape los había ido a rescatar a Draco y a él a la misma cueva. Snape había sido herido por las arañas gigantes, ayudándolos a escapar a ellos. Recordó el momento en el que lo había mandado al diablo, unas horas antes, sólo porque no había accedido a lo que le había pedido... Se sintió todavía más culpable.

McGonnagal acercándose lo distrajo de sus oscuros pensamientos.

–¡Menos mal! –exclamó la bruja al ver a Hagrid y Harry acercarse–. Estábamos tan preocupados. ¿Qué te pasó por la cabeza Potter, de desaparecer así, sin decirle nada a nadie? –agregó menos amablemente–. Ni tus amigos saben nada. ¡Si hasta el chico Malfoy te andaba buscando!

Harry bajó la cabeza.

–Lo siento –murmuró.

La dura mirada de la bruja se ablandó un poco.

–No fue sólo su culpa, profesora –aclaró Hagrid. Luego apuntó al perro negro–. Él lo vino a buscar para conversar con él.

–Está bien, pero creo que es mejor que te vayas –le dijo a Sirius–. El castillo está lleno de gente. Me sorprende que hayas venido a buscar a Harry y que a nadie le haya extrañado ver a un perro negro paseándose por el colegio. Los alumnos pueden empezar a preguntar.

El perro le dio un lengüetazo a su ahijado, en le mano. Harry le acarició la cabeza, sintiéndose algo desamparado ahora que su padrino tenía que dejarlo.

(corte)

Harry se tuvo que aguantar el sermón de Remus, del director, y de la profesora McGonnagal mientras lo acompañaba al despacho. Snape se limitó a mirarlo con desprecio, aunque ya no parecía una hiena hambrienta como algunas horas antes. Harry mantuvo la mirada cerca del piso casi todo el tiempo que estuvieron en la oficina de Dumbledore, mientras escuchaba cómo le llamaban la atención. Ya no se sentía tan enrabiado. Y, a diferencia de algunas horas antes, se sentía bastante avergonzado. Paradójicamente, frente a quién se sentía más avergonzado, era frente a Snape. Sentía que, a pesar de lo pesado que el brujo era habitualmente con él, en general trataba de protegerlo. Y si estaba enojado con él, era porque él mismo le había dado motivos.

–Ya no sé qué más hacer par que no te metas en problemas –le dijo Dumbledore, haciéndolo volver a la realidad–. ¿Me estás escuchando Harry?

–Si profesor –dijo Harry–. Lo siento, sólo me distraje un momento.

–Ha sido una larga tarde para todos nosotros –respondió Dumbledore, haciendo que Harry se sintiera todavía más culpable.

–Lo siento, de verdad –respondió Harry sinceramente.

Siguió un incómodo silencio, que Dumbledore interrumpió aclarándose la garganta.

–Está bien. Para terminar de una buena vez con esto, estarás una semana ayudando al señor Filch con el aseo del castillo, por dos horas diarias.

Harry bajó nuevamente la vista, y trató de disimular el alivio que sentía. Entre que lo expulsaran y hacer aseo, no había por dónde perderse. De todos modos tenía la costumbre de hacer el aseo en casa de sus tíos, que eran tan desagradables como Filch, y eran tres personas despreciándolo en vez de una sola.

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